Idealistas y mediocres

El ser humano, mis valedores,  esa criatura única e irrepetible que puebla el haz de la tierra y cuyo destino, en cuanto comunidad, es la sobrevivencia. Ente de cumbres y abismos y cimas y simas, sus hechos proyectan luz y tinieblas en humanísimo claroscuro: alguno conquista las crestas del saber, de la santidad o del humanitarismo. Son los héroes que hacen avanzar el proceso civilizatorio de la humanidad. De ellos, los estudiosos:

Una infinita mayoría de entes oscuros, por contras, se arracima en contingentes de masas que sobreviven en la cotidiana rutina del áspero oficio del diario vivir a ras de los suelos. Son los seres anónimos, los desconocidos de siempre que poseen una asombrosa capacidad de resistencia, de resignación, de pasividad y de inmadurez.  Los mediocres.

El individuo tiene un género de vida, oficio, carácter, inteligencia. En cuanto se integra a la masa sufre una asombrosa transformación, tal es la presencia de esa masa: ahora posee un alma colectiva que a sus componentes los impele a sentir, pensar y obrar de manera  distinta a como pensaría y obraría cada uno de manera aislada. Ese del que ya se conocen pensamiento, sentimientos y formas de obrar, de súbito sufre un cambio inesperado cuando se transforma en multitud. El individuo integrado a esa  multitud adquiere, por cuestión del número, un sentimiento de potencia invencible; puede permitirse ceder a instintos a los que el individuo nunca se hubiese adaptado. Que los hubiese refrenado. Es que la muchedumbre es “irresponsable”.

Dentro de una multitud todo sentimiento y todo acto son contagiosos: el individuo sacrifica con facilidad su interés personal al interés colectivo, un impulso contrario a su naturaleza, que sólo surge cuando forma parte de la multitud.

En la masa el individuo adquiere una forma de ser ajena al individuo. Pierde su personalidad consciente, obedece a las sugestiones del operador que se la ha hecho perder y acomete acciones contrarias a su carácter y modos de ser. Fue  hipnotizado por el líder de la masa.  Su personalidad consciente desaparece; voluntad y discernimiento, abolidos; sentimientos y pensamientos, orientados por el hipnotizador. No tiene conciencia de sus actos. Ya no personalidad consciente. Sugestión y contagio. Ideas sugeridas se convierten de inmediato en acciones. En la masa, el individuo se convierte en un autómata sin voluntad.

El hombre que lee ensancha su espíritu, que puede alojar valores, principios, el amor: la justicia, la paz, la libertad. En calidad de muchedumbre se torna un ente instintivo, y por eso mismo un bárbaro. Tiene espontaneidad, violencia, ferocidad, entusiasmos y el  heroísmo de los seres primitivos. Su actividad intelectual se amengua por el solo hecho de tornarse masa instintiva, es como si se disolviera en la colectividad. Para el sociólogo la masa personifica la necedad, pero hay entidades que han hecho de elogio de las masas una industria redituable. Tales son los gobiernos, partidos políticos, sistemas religiosos, organismos sociales y culturales: todos giran alrededor de un solo eje: las masas. El socialismo propugnaba el gobierno de las masas. Para los fascismos y el capitalismo “democrático” las masas sólo sirven para ser gobernadas.

La enfebrecida multitud, a la que  cada individuo aporta  su propia personalidad, que va perdiendo al mezclarse con la de la masa. Lo heterogéneo se torna homogéneo y entonces va emergiendo el inconsciente común. (Sigo mañana.)

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