Rey de burlas

– Ya  en serio, don Vicente, ¿fue usted mejor presidente que quién y peor que cual?

– Pues mira, me los llevo de calle a todos, incluido Juárez.

¿Que qué? Esto es como para preguntarse: ¿cómo entender a Fox? ¿Como entender su disparatario? ¿Tanta insensatez cabe en un individuo que a su hora tantos motivos de queja, desánimo, frustración y burletas aportó a las masas? ¿Tendrá conciencia, el ex ya de tantas cosas,  de que las masas lo han erigido como  rey de burlas? ¿Es él quien se burla de ellas? ¿Es inmune a los aletazos de la humillación? ¿Tiene un formidable sentido del humor? ¿Lo tiene, o no,  del ridículo? ¿Es Fox un conchudo de siete suelas? ¿Cómo resiste la cargazón de un  ridículo que así le desgarra su fama pública? ¿Fuerza de carácter? De ser  este el caso, ¿de dónde saca tal fuerza? ¿De su pura enjundia? ¿De la yerba o del Prozac y demás cápsulas tranquilizantes? Uno que no fuera Fox y en tanto  las comunidades de aquí y allá lo señalan de insensato, ¿dónde ocultaría la cabeza? Mis valedores: ¿es Vicente Fox personaje trágico, o no pasa de ser uno más de los hilarantes protagonistas de la picaresca de rompe y rasga de mi país? Aquí me parece imperativo enviar un mensaje a la persona que considero adecuada. Señora Marta Sahagún:

Desde que terminó el malhadado sexenio de la «pareja presidencial» usted ha vuelto a ser lo que siempre ha sido y a lo que parece predestinada, porque no se le ven tamaños para nada mejor: la dama anónima que, enclaustrada en algún punto de la provincia, vegeta en un discreto anonimato, y nada más.

Otra característica que advierto en usted: no ha caído en lo que tantas compañeras de los que llegaron a alojarse en Los Pinos. Ni divorcio, ni separación, ni el ridículo que la que fue esposa de Salinas antes de Ana Paula: permitir que toda una colonia de esta noble y vial lleve el nombre de Cecilia Ochelli de Salinas, síndrome del que ni la actual ha resistido, que permitió que una cáfila de ser-viles enjarete su nombre a una desventurada colonia de alguna población de Veracruz. Muy distinta nos resultó usted.

Usted, la persona que tuvo tantísima influencia con su «alto vacío» en el sexenio de la «pareja presidencial»: ¿por qué no evita que su marido se convierta en el rey de burlas, befa que de alguna manera le llega a usted? Todo varón trata de quedar bien con la dama de sus amores, pero las acciones del suyo, señora, lo proclaman como carente de todo decoro, altivez, mesura y sentido de la dignidad. Boquiflojo sin asomo de autocrítica, precisa de alguien que le jale la rienda si no quiere sentir vergüenza ajena por gracejadas de su compañero como la más reciente, en la que se ubicó por encima del Benemérito. El, un Fox al que nadie con una mínima dosis de sentido común pueda alabar, de no ser el rastrerillo de la adolescencia fingida como la propia voz, ese Chavo del 8 que con Fox en Los Pinos se atrevió a asegurar: vocecita  fingida como todo lo que integró su personalidad:

–  Fox ha sido en 100 años el mejor presidente del México.

Doña Marta: ¿la gran masa mereció en el gobierno a ese Fox que se llevó de calle al Benemérito?

Aquí dejo de teclear, miro hacia el frente y la mirada se me extravía más allá de esos árboles, de la ermita, de un firmamento gris, pizarroso. Mirando sin ver (viendo sin mirar), pienso y medito: si a usted,  doña Marta, le sobrevive un tanto así de vergüenza, decoro, dignidad y autoestima, estas noches le han sido   le serán de insomnio. ¿O también usted? ¿O usted tampoco? En fin. (Sigo mañana.)

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