PROFECO

Lady PROFECO, mis valedores. La dueña virtual  del organismo federal me trajo al recuerdo los tiempos aquellos en que la Procuraduría Federal del Consumidor era un organismo honesto, decente, con un discreto margen de credibilidad en las masas sociales. Pero ocurrió que Humberto Benítez, su titular, en plan de padre magnánimo lo dio en herencia a la hija con todo e inspectores serviles. Todavía hasta la semana anterior Andrea Benítez dispuso a su antojo y caprichos del organismo burocrático para desde ahí satisfacer sus berrinches de niña sobrona.

La PROFECO. Leí el lamentable episodio del restaurante Maximo Bistrot y de repente se me vino a la mente el recuerdo del organismo cuando encabezado por Morales de la Peña y la historia que me relató una María Antonia, mi vecina de Cádiz, cuyo principio relaté a ustedes ayer. Su voz se tornó memoriosa.

– Parece que fue ayer. ¿Sabe? El documento de la PROFECO que me acaba de llegar ha venido a acarrearme pila de recuerdos y una gran preocupación que luego le aclaro.

La Maritoña suspiró, dio unos sorbos a la de cuasia con ixtafiate. Vi que entornaba sus párpados.

– Y cómo pasan los años. ¿Sabe? Este papel de la PROFECO ha venido a acarrearme una pila de recuerdos…

Miré a la sota moza, que con voz de ausencia:

–  Sucede que el día de mi queja ante la PROFECO, Arcadio me había llevado dizque a merendar. Andábamos de novios, ¿sabe?

– Yo tenía entendido que se llamaba Ramón.

– El Moncho es otro; un plato de segunda mesa, como si dijéramos. Arcadio fue mi primero. Muy propio y formal, al principio anduvo saliendo conmigo como Dios manda, o sea en plan de noviazgo, me acuerdo.

– Pero se casaron usted y Arcadio, ¿no es cierto?

– Y cómo no íbamos a casarnos. Y de emergencia, que el Arcadio chico ya se me había venido a acomodar en la puerta, con perdón; y qué hacer, sino correr al registro civil antes de la cesárea y el vestido blanco. Qué tiempos…

Una mirada se le iba y otra se le venía a la Maritoña frutal. Que el restaurante de la mala leche, a decir de la sota moza, quebró de ahí a pocos meses. Leche echada a perder.

– Porque tarde o temprano Dios castiga a los abusivos, y  al que obra mal se le pudre el no le voy a decir cuál porque todavía no nos tenemos la suficiente confianza.

– Entiendo que el incidente ocurrió hace ya algunos ayeres.

– Una pila de ayeres, nomás eche cuentas: el restaurancillo, titulado Rock’s, se convirtió más tarde en taller eléctrico: El electrolito.

La vi mordizquear los cuartos traseros de un dromedario de dos jorobas (galletas de animalitos para acompañar la infusión de borraja.) Esos sus dientes, esa su lenguita colorada, esas, esos sus…

– Un día, me acuerdo, se le descargó al Arcadio la batería.

– Es natural. La edad, la rutina, la falta de vitaminas…

– No a él, que a pujidos, pero seguía funcionando, sino a su volks. Entonces fuimos a que se la recargaran,  la batería, ahí donde meses antes los del Rock’s nos habían estafado con la leche adulterada ¿Y lo pasará usted a creer? Los del mentado Electrolito también nos transaron, vendiéndonos como nueva una batería de segundo cachete. Yo entonces dije a mi marido: Oye, Gordolobo, ¿y si pusiéramos nuestra queja en la PROFECO?

– Era lo indicado.

– Pues sí, pero no, porque  en esas que nos nace la Gladis Elizabeth, y qué mala pata, porque nos fue a resultar con su labio tencuachito, o sea leporino, qué mortificación. Ya para entonces mi viejo se había vuelto un desobligado que se pasaba la vida cosido a la tele.            El futbol.

(Sigo mañana.)

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