Mi país. Ah, mi país…

Es el único acto de los hombres que no se justifica. Los traidores son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno, sin nada que pueda excusarlos. (Maquiavelo.)

Y fue un día como el presente, pero de 1913, cuando  la traición arrojó sus frutos atroces y con sangre derramada remató la maniobra del cuarteto de felones: Félix Díaz, Aureliano Blanquet, Manuel Mondragón y el cabecilla de los tales, Victoriano Huerta. Autor intelectual y quien movió los hilos de la conspiración fue un Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Tiempo después ese gobierno iba a descalificar actuación tan reprobable y atribuirla a la dipsomanía del diplomático. Sigue aquí, en la versión del propio Lane Wilson, la crónica de los hechos horrorosos en que perdieron la vida Francisco I. Madero y José María Pino Suárez.

“Indiqué que esta situación habría de continuar si los dos beligerantes no zanjaban sus diferencias y se sometían a la autoridad de Congreso, la única representación popular existente. En tres ocasiones, cuando la discusión se interrumpía, yo entraba en  la estancia y los incitaba a continuar deliberando con exhortaciones a la razón y al patriotismo.

Finalmente, para forzar una decisión, les señalé que de no acordar entre ellos la paz el gobierno de Washington no podría resistirse a la demanda cada vez más enérgica de las potencias europeas para que interviniera en México. Surtió el efecto deseado. A la una de la mañana se firmó el acuerdo, se depositó en la caja fuerte de la embajada y se emitió una proclama anunciando el cese de las hostilidades.

Durante la entrevista, harto dramática, miles de impacientes rodeaban la embajada, dentro de la cual ocurría una discusión en voz baja aunque animada, una batalla de intereses en conflicto; afuera la muchedumbre esperaba ansiosa y pacientemente el anuncio de una decisión que concernía tan de cerca sus vidas, sus propiedades y su  país.

Cuando se anunció al final que, consintiéndolo ambos grupos, se había logrado un acuerdo, y que con la autoridad del Congreso el general Huerta sería presidente provisional y el general Díaz quedaba en libertad de postular su candidatura para la presidencia, la noticia se propagó como reguero de pólvora a través de la ciudad y fue recibida con regocijo universal.

Aquella noche desfilaron 30 mil personas por las calles de la ciudad de México agradeciendo la paz y agradeciendo al gobierno norteamericano su decisiva participación para hacerla realidad.

Tras años de maduras consideraciones no vacilo en decir que si volviese a encontrarme ante la misma situación y bajo las mismas circunstancias, adoptaría exactamente el mismo proceder«.

Lo publicó el poeta Salvador Díaz Mirón:

“El Señor General Victoriano Huerta hizo todo por salvar a la patria gravemente comprometida, y creyó conseguido su objeto con la aceptación de las renuncias de los Sres. Francisco I. Madero y José María Pino Suárez (…) Pero la conducta de la Cámara de Diputados era la insania y de sedición. Cínica empezó una labor contra el Ejecutivo, sañuda y tenaz, intolerable; se convirtió en foco de subversión: no obraba sino por estímulos de rabiosa demencia y así el Sr. Gral. Huerta se hallaba en la incapacidad de cumplir con el acto y noble deber de volver al país a la paz, al orden, a la civilización”.

Clama el poeta Efraín Huerta:

¡Gracias, Becerro de Oro! ¡Gracias, FBI! –  ¡Gracias, mil gracias, Dear Mister President!  – Mi país. Oh, mi país…

El mío, el nuestro. (México.)

 

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