Moxtla y Zumárraga

Aquí, sobre aquello ocurrido en la Nueva España del mil quinientos y tantos, el justo elogio de Edmundo O’Gorman, historiador:
Moxtla fue quemado en la plaza pública, bajo el cago de “hereje”, el 30 de noviembre de 1539. Hoy, la figura del príncipe texcocano nos parece altiva y digna de respeto.
Y acaeció, mis valedores, según ayer inicié la presente crónica, que un Moxtla nombrado, indígena principal, príncipe texcocano y probable nieto de Nezahualcóyotl, fue quemado “en vivas llamas de fuego hasta que se convirtió en ceniza y dél no quedó memoria”.     Aquel día aciago amigos, dolientes y familiares se acercaban al sambenitado, y mirando a semejante cuytado que una mula torda conduscía al quemadero, con lágrimas en los sus ojos ansina rogábanle:- Sálvate, Moxtla, por vida tuya. Si tu delito es creer en tus dioses tutelares y no en un Dios que siendo  Uno es Trino, todo fuera como eso. De dientes afuera hazte católico. Besando esa cruz que te apronta el de sayal y  tonsura declara que en este momento adoptas por tuyo al mesmo Dios de Norberto Rivera y Onésimo Rivera, y aquí don Zumárraga te perdona la vida y en un descuido hasta te la va a persinar. ¿Verdad que le condonáis la quema?
– Del aborigen depende. ¿Juráis por Dios Uno y Trino que…
El cual, rebelde magnífico (Moxtla, no el Uno y Trino), con la testa negaba. Atado como iba de manos, con suave meneo de zancas acicateaba a la bestia. Alguno de los indígenas advirtió un amago de sonrisa en el rostro del penitente.
– ¡No seas penitente, no te quemes! ¿A vara y media del quemadero sonríes? ¿Acaso no amas tu vida? Anda, abjura de Huitzilopochtli y como ciudadano que eres orita mesmo te desamarran y nos vamos por la llave.
– ¿La del cielo? (don Zumárraga.) Antes tendrá que abjurar de su herejía y jurar que Dios es grande y Onésimo su profeta. Así podrá tener en sus manos la llave del cielo.
– Cuál llave del cielo, la de la democracia, la de  nuestro IFE, para que la democracia crezca y en Anáhuac  crezca toda la indiada.
– El relapso salvará la cuera y podrá irse al Estado de México a dárselo a Bravo Mena, benemérito yunquista, bienamado del Verbo Encarnado y señalado por el dedito de Calderón.
– Sálvate, y luego de la recogida, la de tu credencial de elector, nos vamos a otras recogidas, como la de la bilis. Buches de cacardí. ¡Salva tu vida!
Habló Moxtla, rebelde magnífico: “¿Qué salve mi vida? ¿Acaso es vida la que se vive en un  México-Tenochtitlan que los mediocres de vocación matancera me han convertido en vergüenza del mundo? ¿Respirar con los matarifes el aire de una tierra de Anáhuac cuyas doloridas entrañas se abruman con  los más de 40 mil restos de mexicanos masacrados por orden de los genocidas?
– Entre ellos mismos se matan, y el daño colateral es apenas del  10 por ciento. Mira ahí la pila de leña. Anda, dí que eres converso.  ¡Moxtla, conserva tu vida! ¡Debes vivir!
– ¿Vivir para seguir mirando cómo esa pandilla de beatos del Verbo Encarnado asesinan, junto a decenas de miles de paisas, lo que aún nos queda de Estado laico? ¡Arre mula! Y usté, mula, quítema de enfrente su cruz, que me viene picando  un ojo. ¡Ahí te voy, Huitzilopochtli!
Carbonizado murió, sin convertirse en católico, ni en  demócrata, ni rendirle al santo virrey de la Nueva España, mucho menos al Dios Uno y Trino  de Onésimo Cepeda.
Dios lo haya perdonado. No a Moxtla, a Onésimo. (Puagh.)

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