El ciclón Amalia devastó mi región

Sobre el escritorio del gobernador Miguel Alonso Reyes se acumulan facturas por saldar: deudas a proveedores, pagos pendientes al IMSS, créditos adquiridos en los últimos meses y la carga de una burocracia que casi se duplicó en seis años…”
De ese tamaño, mis valedores,  fue la depredación que perpetró Amalia García durante los seis años que permaneció en el palacio de gobierno de Zacatecas, por más que es fama pública que la mayor parte de su sexenio se la pasó en viajes y demás diversiones. Que Los pasivos heredados por la ex-gobernadora suman mil 300 millones, además de mil millones en créditos y compromisos financieros, sinverguenzadas que revela el contralor Arturo Nahle a la reportera Verónica Espinosa, de la revista Proceso fechada del domingo anterior. Que la ayer comunista y hoy militante del Sol Azteca Amalia García, con su hija Claudia Corichi al cuadril, durante seis penosísimos años se dedicó a depredar los escasos dineros de mi Zacatecas, una de las entidades federativas más pobres del país. En los tiempos del viejo Huerta se dolía el cantar, y yo lo acomodo a la realidad de hoy día:
Ay, hermoso Zacatecas -mira como te han dejado – las mañas de doña Amalia – y tanto rico allegado…
Porque acabo de leer, rudamente agraviado, que a la depredación de la señora de marras se suman “las obras suntuarias, el aumento de la burocracia, los viajes, la publicidad y un exorbitante gasto electoral”, válgame. Al terminar el catálogo de sus desmesuras y sinverguenzadas yo, los dientes remachados, digo entre mí la parodia de la tonada abrojuda:
La boca me sabe a sangre – y las manos a panteón – cada vez que digo Amalia – se me frunce el corazón…
Y lo más grave, zacatecano de mí: que ya no creo en la justicia que se imparte en este país, y mucho menos en sus instancias justicieras. Cómo, si observo la sádica cuereada que a lo sádico propinan ahora mismo a un Julio Cesar pequeñín mientras arrullan el sueño de los expedientes “Los amigos de Fox”, panista,  y del priísta  “Pemexgate”. ¿No es verdad lo que digo, honorables familias Fox, Montiel y Salinas? ¿No, Aldana, Gordillo y  Romero Deschamps? Una Amalia más que importa al mundo, me refiero al de la corrupción lucrativa e impune de mi país. Es México.
Pero empecé mentando la música de mi tierra y al son de esa música habré de terminar. Sones, trovas y valonas, gustos calentanos y jarabes abajeños que no escuchaba hace tiempo, y que a la advocación de la Marcha Zacatecas se me vinieron en montón. Pues sí, ¿pero por qué será que los oigo tan tristes, que tan melancólicos resuenan en esta tarde de jueves que la noticia de Amalia convirtió en tarde de miércoles? Más antes, me acuerdo,  tan jacarandosos me parecían, tan facetos y mitoteros, tan a la medida de la jácara, la bullanga y la imprecación motivosa. Hoy, con decir a ustedes que hasta la susodicha Zacatecana me sonó a responso. Qué diferencia con lo que ocurría años atrás. (¿Sería que las sinverguenzadas perpetradas en mi región me agriaron el ánimo? A saber.)
Porque yo, mis valedores, por aquel entonces un chamaco que malvivía en mis terrones zacatecanos, me acuerdo que cierto domingo por la mañana, para inaugurar nuestra escuela primaria llegó un fuereño, cristiano de regia estampa, jinete en penco barroso, y detrás de él la banda, arreando a tamborazos la Zacatecana, y válgame: callejas y callejones se revinieron de música. (Mañana el final.)

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