“Relajado y eufórico”

Y lo que no ocurra en México, mis valedores. Ahora acaba de suceder  que en cierto foro convocado por The Economist bajo título de Fin de la Parálisis, el presidente del país, “relajado y eufórico” (¿cómo alcanzaría tal estado de ánimo?)  se refirió al bono de deuda mexicana por mil millones de dólares que desde la Secretaría de Hacienda  acaba de gestionar, y lo anunció con estas palabras: “Les voy a dar una primicia que seguramente ya saben todos ustedes”. (Tal cual.)
¿Así que “relajado y eufórico” consiguió deuda nueva para pagar deuda vieja? ¿Al término de tal préstamo, 100 años, qué monto se habrá acumulado sobre la cifra original?  ¿Y a fin de cuentas (el de atrás que arrée) quiénes, ni eufóricos ni relajados,  terminarán liquidando la deuda de marras?
Por esos días,  para fortuna de mi hígado y bilis, yo andaba fuera del mundo. Con el pretexto de las fiestas patrias el tanto de tres días de gloria pasé  en mi tierra, de la que regresé cargado de esa energía, esa corriente galvánica que nos insufla nuestra madre tierra, que es decir nuestra raíz, nuestro origen, el hontanar. Y porque ustedes, fuereños avecindados en esta ciudad, recuerden sus bienamados derrumbaderos, y los citadinos columbren el ánima de la mal llamada provincia, dejo de lado los habituales asuntos de requemante actualidad para entregar a todos ustedes alguna de mis vivencias en la visita a mis zacatecanos terrones. La provincia….
Ah,  esa entrañable tierruca cuya añoranza todos nosotros, fuereños en esta ciudad, cargamos acá entre los costillares, tamal envuelto con telas del corazón, añoranza de donde sacamos la fortaleza para sobrevivir en este humano hormiguero que un exceso de humanos terminó por deshumanizar, trágico contrasentido. Y esto me lo entienden ustedes, tecos y meños, jarochos y panzas verdes, costeños y corvas dulces, y serranos y abajeños y gente de la montaña, del altiplano, de las zonas indígenas, del mar y del trópico. ¿O no les ocurre que un día amanecemos, anochecemos un día, con la nostalgia añudada aquí, miren, en el cogote, y en los costillares, y en la virilidad? La tierruca…
En fin, que acabo de regresar de un viaje relámpago por tierras de mi andadura, las de mi niñez. Vengo con los sentidos cargados de antiguas esencias, hoy renovadas, y mente y memoria retacadas de imágenes y sensaciones que me retoñaron después de vegetar, semiolvidadas por cosas del áspero oficio del diario vivir; que si el aroma de  yerba macerada, de fruta en agraz, de majada; que si el sonido del esquilón, de la esquila, del cencerro en el pescuezo de la vaquilla caponera; detrás, bebiéndole los alientos, toretes en pleno vigor, con los gueyes detrás, ya en los mansurrones superada toda preocupación que no sea de cebada y harinolina. A lo lejos, la primera llamada al rosario…
Ah, el caserío de mi nacimiento, su sabor a frutilla cortada de la propia rama a la orilla del camino y las lejanías azulencas allá donde el llano se muere y se alza, agresiva y retadora, la serranía. Morones. Y encima del cresterío ese cielo limpísimo, y en el cielo la rueda de cuervos y zopilotes, de auras pelonas, de gavilancillos. Allá en el llano, reverberancias. Mediodía.
Una noche pasé en descampado, que fue de remotas hogueras, canciones trovadas en falsete la primera voz y la segunda grave, largo son que arranca ecos de labor a labor, de barbecho a barbecho, de  cuamil a cuamil: “No me busques por veredas, mi bien – búscame por travesías…” (Sigo mañana el cantar.)

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