Carroñeros

El linchamiento, mis valedores. Ayer y aquí mismo me referí a la acción de «hacerse justicia por propia mano», ese abominable descenso del hombre en la escala del espíritu humano hasta los aberrantes hondones del primitivismo animal donde algunos son capaces de desgarrar, y desgarran al desdichado al que sorprendieron robándose una santita de yeso de la capilla vecinal o, crimen aún más grave, dos guajolotes en el corral de junto. Y rápido, a continuar la tradición de San Miguel Canoa y San Juan Ixtayopan: repiqúense las campanas, congregúense los lugareños, y a trincar en el tronco de un fresno o en el arbotante de la plaza pública al que debe morir. Piedras, estacas, garrotes, gasolina.

– ¿Quién trae por ahí un encendedor…?

Porque en este poblado agua para apagar un incendio no conseguimos, pero gasolina para incendiar a un infeliz tenemos siempre a la mano un bidón. Y a sudores, jadeos, ardimiento y excitación, a hacer garras de cristiano mientras se experimenta una especie de orgasmo colectivo.

Y ahí, con las llamas de la hornaza humana, brilló la justicia… Linchamientos. Uno de los malandrines que ha recibido, recibe y seguirá recibiendo el más sañudo, el más minucioso de los linchamientos es Andrés Manuel López Obrador. El Peje, o todavía mejor: López. Aquí remato el atento recado que envié ayer a López:

Un poco de vergüenza; un poquillo de dignidad. Ciertos medios de condicionamiento de masas han venido linchándolo a todas horas de todos los días, pero usted no se quiere dar por difunto, lo que es la poca vergüenza. Y qué hacer.

¿Qué hacer? Esos tienen que admitir que usted sigue vivo como ente político, pero entonces juran que no pasa de ser un político patético, vesánico, tiránico, vitriólico, demagógico, protagónico, hiperkinético y esperpéntico; un cizañoso sicópata del escándalo, dictadorcillo de trópico y alucinante agitador de plazuela, un aborto del ejercicio político y un grosero y zafio mesías de masquiña. Usted, López, con su conducta grotesca está masacrando no sólo a los partidos decentes del país, sino aun a los chuchos de Nueva Izquierda, y haciéndolos quedar mal con el de Gobernación, que a su vez queda mal con el de Los Pinos, que va a quedar mal con el de La Casa Blanca. Nomás eche cuentas…

¿Un hombre en su juicio, López, se rebelaría contra el dictamen de Carmen Alanís, titular del Tribunal electoral, porque cambió de última hora el resultado de las elecciones internas del PRD en Ixtapalapa? ¿Y quién es usted para oponerse a la ley del más fuerte? ¿Qué rey lo ampara, López? ¿No ha considerado, infeliz, que Carmen se ha sabido granjear la estimación de toda una «primera dama», que le proporcionó el cargo, la trata como su familiar y acuerda con ella cuestiones de alta política? De Ixtapalapa sin ir más lejos. ¿Y usted, López? ¿Con quién acuerda usted, que no sea con una muchedumbre de los revoltosos que integran su corte de los milagros?

Desaparezca López. ¿Los que lo acuchillan a diario no le dan compasión? Piense que esos no linchan nomás por linchar, sino por interpósita persona y tienen que acarrear la pitanza al hogar. ¿No le arde la cuera cuando le gritan que es, déjeme leer el matutino de ayer: «fascista, grosero, ignorante, impositivo, falso redentor, dios de petate, cartucho quemado y rastrojo del quehacer político», todo esto en un párrafo de diez líneas?

Sensibilidad, López. Vergüenza personal. Si consideración para con el prójimo le hubiese otorgado Madre Natura, ya se habría dado por enterado del obituario, de los cientos y cientos de esquelas de muerto que todos los medios, todos los días y a todas horas le dedican algunos, y se iría a atejonar en su covacha de Copilco o donde ahora tenga su guarida.

Muérase, López. Si no fuesen bastantes los matanceros, ahora se les agregan coyotes de la misma loma, del pelo y la pinta de los colaboracionistas tribales Círigo y Arce, Navarrete y Oliva, Zambrano y Acosta Naranjo, que de traidor no lo bajan. Por todo lo cual, remato aquí mi mensaje con una muy atenta exhortación:

Muérase, López, muérase ya. Cuando un mastín forastero – pasa por una ciudad – chuchos de la vecindad – le van a oler el trasero – El mastín grave, mohíno – ve la turba que babea – alza la pata, los mea – y prosigue su camino. (López.)

El desollado

Los linchamientos, mis valedores, esos actos vandálicos que estuve a punto de calificar de bestiales poco antes de reflexionar que las bestias, como programadas por Madre Natura, nunca jamás se han degradado hasta los límites humanos del linchamiento. Bestiales no, pero sí actos aberrantes los linchamientos, en donde el humano exhibe su capacidad de envilecimiento. San Miguel Canoa, San Juan Ixtayopan.

Demasiados linchamientos (uno solo ya es demasía) se han perpetrado en este país en los años recientes. Por el hurto de una bicicleta, de una imagen de yeso en un templo católico o, delito aún más grave, de un par de gallinas ponedoras. ¡Al ladrón, al ladrón!, y entonces venga el escándalo, y a repicar las campanas, a atar de un horcón al sentenciado a muerte, a amontonar piedras y acarrear bidones de gasolina. ¿Quién trae por ahí unos cerillos, un encendedor…?

Y vámonos, los linchadores a sudar, a jadear y a caer en el paroxismo de la psicosis mientras hacemos garras al desdichado para terminar con la sacudida del orgasmo colectivo, y el desguanzo que sigue al acto sexual. Después, en pleno desguanzo, poco a poco irse desparramando por el caserío, sin mirarse a los ojos pero con la satisfacción de que «se hizo justicia». Atroz, aberrante.

¿Justicia, dijeron? ¿Cómo se atreven a pronunciar ese nobilísimo vocablo que ni por el forro conocen, y esto no por culpa de ellos mismos, sino de unas autoridades que más que el que robó las gallinas merecen el linchamiento? Ah, pero ahí, con la víctima hecha un mazacote de sangre y piltrafas, brilló la justicia «por propia mano», que en entre nosotros no existe otra vía para allegarse el dulcísimo fruto de la justicia, que dijo aquél. Claro que ese acto aberrante no pasa de ser sólo venganza en la peor de sus manifestaciones, y quienes lo perpetran muestran y demuestran los escalones que han descendido en la escala del espíritu, del humanismo, de la moral, de la humana dignidad. A propósito: ¿imaginan ustedes a un catedrático de la UNAM participando en un linchamiento? Y a esto quería yo llegar. Mis valedores:

Un cierto individuo recorre a estas horas el patrio territorio exhibiendo su poca sensibilidad y falta de delicadeza. Ese tal hubiese sido el ludibrio de la «santa» inquisición y otros beneméritos linchadores como el Ku-klux-klan de Alabama y sus congéneres de San Miguel Canoa y San Juan Ixtayopan. A semejante inconsciente le envío este severo extrañamiento, a ver si le da un tanto así de vergüenza y recapacita, así sea a destiempo.

Señor Andrés Manuel López Obrador, o con el lenguaje del linchamiento: Se­ñor López (esto a la manera de La Crónica y otras crónicas.) O López, sin más, o Peje.

¿Pues qué, usted no conoce el honor, la vergüenza, la moral personal? ¿Por qué sigue usted de entrometido, manejando los hilos de la política en este país? ¿Aca­so no sabe, no ha oído o no quiere entender que políticamente está bien muerto? ¿No escucha que tanto y tantos se lo repiten a diario y a todas horas desde los medios de condicionamiento de masas? Que usted no existe, fiambre político, que quién va a hacerle caso a un cadáver que ya comienza a apestar. ¿Pues qué, acaso no los ha oído cuando claman a gritos que usted nada significa en el panorama político del país? ¿Es usted sordo, López, se hace el desentendido o ni tan siquiera se digna tomarlos en cuenta? Porque ellos, como gritar, gritan fuerte, jurando que usted ha caído al desván de la historia. Sin más. ¿Entonces? ¿Por qué, inconsiderado, finge ignorarlos? ¿Pues qué, son acaso ranas de charco…?

Porque, a decir de los susodichos de la radio, la televisión y la prensa escrita, en cuanto político usted, López, fue fulminado de mala muerte, muerte fulminante, el día en que lo masacró en buena lid un verdadero estadista, un político de altos vuelos, de presencia, carisma, personalidad y arrastre popular. Desde ese día las lenguas de fuego enronquecen jurando a los cuatro vientos, con aspavientos y voces trémulas, que usted dejó de existir. ¿Entonces? ¿Qué no oye? Muérase ya, que su linchamiento no desmerezca ante el de 1968 en San Miguel Canoa. Cuántos, por culpa de que usted se niega a esfumarse, no han caído en la histeria vociferando a los congéneres:

– ¡Ya no hablen de ese, no le hagan el caldo etc.!

Tenga un poco de consideración a quienes, por más que usted ya no existe, se viven linchándolo, que de eso viven.

(Sigo mañana.)

¡48 las víctimas!

– Hasta ahora van 48 víctimas de la guardería

Achis, achis, ¿Don Tintoreto se equivocó al contabilizar las víctimas? Espejo fiel del país, en la tertulia de anoche se habló de una corrupción gubernamental que así, con las 47 criaturas quemadas en la guardería también se incineró la justicia «Y si no, ahí tienen el caso de Ignacio del Valle y compañeros de Atenco, por una parte, y por la otra el de los apellidos Bours y Gómez del Campo«.

Y que «Pasta de Conchos sin resolver», y que sangre derramada entre los maestros de la Sección 22 y los aguerridos de la APPO, y que las víctimas de la News Divine y los niños perdidos en Casitas del Sur. «¿Ven? El de Los Pinos incineró la justicia«. Habló el Cosilión:

– Deberíamos publicar un desplegado: «¡los abajo firmantes exigimos!» (Miré a los contertulios y entendí que el pequeño universo de la tertulia representa a las masas sociales del país: renegar y exigir, y una vez que exigimos renegar otra vez.) El maestro:

– Exigimos, claman las víctimas; demandados, los deudos; reclamamos, los damnificados, y el reniego de todos los mexicanos. Ante la mazorca de problemas que chicotean un país que diríase contagiado de la mala sombra, el mal fario, la salación del de Los Pinos, los huérfanos de la justicia se tornan un puro reniego y una pura exigencia «¡Exigimos, reclamamos, demandamos!», sin que el beato del Verbo Encarnado los vea ni los oiga. Y qué a la medida el ejemplo de Pancho Papadas. ¿Recuerda alguno el relato que les conté hace años? (Pensé: para cuentos estamos.)

– Para cuentos estamos (¡Me adivinó el pensamiento!) Mientras no tengamos conciencia del enemigo histórico del cambio que precisamos en esta horrible situación, y que haremos nosotros o nadie lo va a hacer por nos, a los golpes que reciben, las masas no discurren medida mejor que la de exigir. Como si Calderón y compinches fueran nuestros aliados. Por eso viene a cuento Pancho Papadas. Escuchen, por si algo aprendemos.

Ocurrió que al pueblo aquel llegó cierto día un cilindrero, y el máistro Delfino, cuetero de profesión: «¡Un tostón por tu mono!» «Vale tres pesos». Un tostón, y el máistro cargó con el animalito. Todo fue verlo llegar, y los chamacos: «¡Mi pápa compró un huasteco!» «¡Préstenlo acá, pa’ quemarle un buscapiés o una sarta de saltapericos!»

De ahí en adelante el infierno para el desdichado. Los guerrosos le tronaban cohetes y le amarraban a la cola mechas ardiendo. «¡Y ora a aventarlo a las tinas fermentadas. Y cómo hace górgoros. Se va a poner bien pando, como mi pápa! ¡De clavado, pa’ que se hogue!» Ahogándose, el mono alcanzaba el borde de la tina, y adentro, otra vez. «Pa’ que te llenes la panza!»

El monito se quedó ñengo, trasijado, medio muerto; como que apenas aguantaba la vida Pelando los ojillos permanecía en aquel rincón, pobre carcaje de pelos y huesos. ¿Y no se les ocurrió meterle un chicloso entre las muelas y un chile en el cicirisco? El mono aquellas maro-

­mas, sin saber a cuál tapón atender primero. «¡Ora toques eléctricos! ¡Miren cómo se retuerce!»

Aquel día el máistro Delfino, al llegar de la calle: «¡Suelten ese animal y a trabajar, güevones, que hay muchos pedidos para las fiestas de la iglesia!»

Trabajaron hasta cebarle el nitro al barril. «¡Tengan cuidado al moler la pólvora, brutos! ¿No ven que el barril ya tiene el nitro? ¡Pónganle la señal!» Sí, un listón blanco. Toda la runfla a la cocina, a comer.

Sólo y su alma en el taller, bolita de pelos, huesos y sufridero, el monito se mantuvo quieto, nomás mirando. Sombra ya de sí mismo, algo miraba a lo inmóvil, sin pistojear, como si el sufrimiento lo hubiese forzado a pensar. (No a exigir a los dañeros. ¿Toman nota, contertulios?)

Y ándenle, que de repente se enderezó, se dejó ir hasta el barril de pólvora, le desenredó la tirita blanca y con ella corrió hasta el corral vecino y se trepó a la más alta rama del guamúchil Al rato, luego de la comida «los bergantes entraron al taller pa’ seguir chambiando. El máistro Delfino, como no vio ninguna señal en la manivela del barril, se fue a darle vuelta con todas sus ganas. ¡Ni siquiera el nitro le han puesto, güevones! Y güevones fue lo último que dijo, porque ¡brrumm!, en mil pedazos el cohetero y su mundo».

– ¿Moraleja? Aprender a pensar e ir a la acción. Sin pólvora Para darnos ese gobierno que mande obedeciendo sólo necesitamos organizamos en células autogestionarias. ¿O ante tantos chicotazos de los fascinerosos nunca seremos capaces de aprender a pensar, contertulios?

Los miré, me miraron, pensé: con estos yo no veré el cambio en el país. (Lástima)

La democracia y sus adjetivos

Democracia: un producto tan extensamente exportado por los Estados Unidos, que las reservas domésticas se han agotado.

En este México importador, por contras, tantas reservas tenemos que nos la mientan a cada rato. Pues sí, ¿pero qué es esa tan mentada democracia? Los estudiosos del tema dan la respuesta: aún no hay acuerdo al respecto, más allá de que es un sistema político en donde la soberanía reside en el pueblo (por más que el pueblo de México la rechaza), que persigue el interés general y que rechaza moldes autoritarios y excluyentes. Igualdad ante la ley, o no existe la democracia. Claro, también hay democracias sólo delegatorias, en donde las masas delegan sus derechos en la voluntad y al arbitrio de los gobernantes. (No la de México, ¿verdad…?)

La democracia asegura libertad y seguridad bajo el amparo de las leyes, establece el analista. El estado de derecho se contrapone al estado absoluto. Debe existir una total subordinación de los poderes públicos a leyes generales. Uno de sus principios básicos es el de equidad, que compensa las desigualdades. Así, la democracia es principio organizador y principio de legitimidad; con ella el gobierno se sostiene en el consentimiento de los ciudadanos, que de otra manera sólo podría sostenerse y llegar al término de su mandato, si es que lograse llegar, a base de la imposición y con el auxilio de guardias y vallas metálicas. (No en México…)

La democracia permite al gobierno llegar por voluntad mayoritaria y establece de qué manera ejercer el poder. Para ello se requieren elecciones periódicas, limpias, sin coacción, con igualdad de oportunidades. Las elecciones son la vía para formar gobiernos y supone pluralismo, participación efectiva, información adecuada, y control de los procesos de gobierno.

Las elecciones, por si solas, no vuelven democrática a una sociedad, pero sin ellas no hay democracia. Los ciudadanos pugnan por que el poder esté disponible en intervalos periódicos y por la posibilidad de poder competir para obtenerlo. La democracia consiste en que los electores puedan relevar a tos elegidos en caso de que no respondan a los intereses mayoritarios. (¿Es esto posible en México?) Porque la democracia no se agota en las urnas. Hay que influir en las decisiones.

 

El espíritu democrático se opone a la simulación de una democracia encubridora y legitimadora de poderes que no se apoyan realmente en la voluntad de la mayoría del electorado.

 

Es democracia cuando los electores puedan vigilar a los que han elegido, y éstos no puedan eludir su responsabilidad ante los electores, a quienes tienen que rendir cuentas. Los electores conscientes se sublevan en contra del voto encadenado, en contra de la humillación y despojo de voluntad ciudadana que eso implica (recordar julio del 2006), y se pronuncian en contra del voto controlado. La compra, coacción e inducción del voto degrada lo electoral. Quisieran que sufragar no produjera nuevas frustraciones. (¿En México? Esa atrocidad no la conocemos.)

¿Una democracia sin adjetivos? Que se le han detectado más de cien, y aún no hay acuerdo acerca de lo que es democracia. La nombrada liberal, por ejemplo, impuesta por el imperialismo, se compone de tres vertientes principales: la social, la formal y la participativa. Condición para la primera de ellas, estipula el analista, la ONU establece tres rubros: educación, ingreso per capita y esperanza de vida El Banco Mundial integra desnutrición y mortalidad infantil, esperanza de vida analfabetismo, acceso a servicios sanitarios, etc. Otras organizaciones agregan nivel de vida material, progreso, equidad, situación de la mujer y sus derechos políticos y al aborto, etc. ¿No es esta, mis valedores, la parte más importante de la democracia liberal?

La democracia formal, con la Carta Magna y la división de poderes políticos, agrega el estado de derecho, medios de información privados, protección a las minorías, libre acceso, usufructo y salvaguarda de la propiedad privada, con el Congreso como representante de la soberanía popular, además de un sistema formal-democrático de elección de los representantes políticos de la nación, desde el nivel municipal hasta el federal. (Este solo rubro nos venden por democracia)

¿La participativa? La capacidad real de las mayorías para decidir sobre tos princi­pales asuntos públicos de la nación por me­dio del referendo, el plebiscito y, de importancia fundamental, el mandato revocatorio. Que por supuesto existe en nuestra «democracia», ¿verdad? Es México. (Este país.)

A la memoria de don Juan

(Muerto hace algunos ayeres, mi padre está hoy más vivo que nunca.)

Cuatro días hace que ustedes, mis valedores, festejaron a su padre y de alguna forma le manifestaron su amor. Yo permanecía huérfano por los cuatro costados, y ni aunque padre tuviera, que para mis afectos nunca me atengo al calendario de festejos que impone el comercio transnacional. Pero sucede que hoy es 24 de junio y es día de San Juan. Como don Juan mi padre…

Y por si en el hogar de alguno de ustedes sobrevive algún Juan (que ya a los nuevos me los adulteraron de John, Johann, Ivan, Johannes y Johnathan, aunque de todas maneras Juan te llamas), va el recadillo que en su ausencia definitiva envié a Juan mi padre, y que algo podrá decir a alguno de ustedes.

«Usted que es como la patria inaccesible al deshonor, y de quien se aprende (con el ejemplo) valores de los que norman la humana conducta: justicia, verdad, libertad, amasijo que da sustancia a la varonía Porque usted fue (es) decencia dignidad y humanitarismo en todos sus actos de cada día. Porque tan comprensivo fue para con los demás como severo con usted mismo. Porque valedor lo fue de todos, y generosidad y humanismo y misericordia en el trance  en que hay que abrirse las telas del corazón. Filósofo de lo fugaz, del fatalismo suave y sin estridencias, usted se mantuvo tan ajeno al ruiderío como aledaño de la sonrisa y el buen humor. El pudor y el decoro, la vergüenza y la dignidad padre Juan.

Digo padre Juan y miro de ojos adentro a tal varón de virtudes, pura reciedumbre y verticalidad, y una conciencia que en la humana conducta sólo un par de colores distingue: el blanco y el negro, sin más; el de la dignidad y el de su contraparte; sin medias tintas y sin matices, sin disculpas ni tartufismos. Sin más. Miro esos ojos donde se columbran, machihembrados, mansedumbre y rebeldía, severidad y comprensión, la tolerancia, la gravedad y el humor juguetón, como también una que otra lagrimilla de las enjundiosas, todo a su hora. Porque claro, usted tiene el don de las lágrimas, y ese don me lo enseñó a practicar con mesura; con decoro, aclaro; con claro decoro. Mis valedores:

Zapatero de nacimiento, o casi, don Juan fue cristiano en el mejor, en el único sentido del vocablo, el de la obra de amor a sus semejantes; religioso y creyente fue, pero sin fanatismos, sin sectarismos, sin dogmatismos, y tan respetuoso del ajeno derecho, la disensión y la disidencia como de lo propio y natural. Mi padre, filósofo sin tratados de filosofía antes de echarme su bendición porque la vida nos separaba me dijo cosas: que si habrá que volar sobre el vocerío y la estridencia y volar  tan alto como lo acepten las fuerzas; que apartar de sí la quincalla y moldear el espíritu; que, rebelde a toda mediocridad, «álzate, vuélvete pura ánima y después de encomendarte a Dios, el tuyo; sé siempre varón a los ojos de tu conciencia tu único juez». Y me echó encima su bendición, y con ella (sé que alguno me va a entender) me tornó indestructible, invulnerable con su bendición. La de don Juan, mi padre…

Óigame, usted que me hablaba quedo y sonreía frente a mi zozobra lo miro todo el tiempo, y de tarde en tarde frente a mi paz interior, cuando emparejo mis hechos a mis proclamas. Lo tengo enfrente, donde quiera que estemos usted y yo, y sonríe, y sé entonces que para mí nada está perdido. Eso es todo, padre Juan. Con mi amor, el testimonio: usted es la sabiduría que encamina el consejo que guía la ponderación que sosiega el ejemplo que incita, la ausente presencia que sanciona mis actos y el impulso para poner la proa hacia esa estrella inasible. La conciencia de mi conciencia Usted, padre…

Muy cierto, señor; ya lo veo, incómo­do, menear la cabeza Decirle esto que le digo salía sobrando, y en público, más; pero es que hablando de padres e hijos aún me ataca la náusea al recordar el servilismo de aquél untuoso pico de oro que hace años acabó llevándose a una vecina de nuestro Jalpa Mineral. ¿Se acuerda, padre, de un tal Martínez Domínguez, él sí muerto irremediable? Ah, pues el adulón, por congraciarse y granjear favores del entonces López Portillo clamó a los vientos, el muy lambiscón:

«Su corbata negra que no se aparta de su pecho, es culto permanente a su origen: a su padre y amigo. México sabe que quien profesa esa cálida religión de la vida, puede llevar como lleva usted en el mismo pecho, la corbata negra y la banda tricolor…»

Oiga eso, padre. Sonría mueva su testa y luego póngase adusto. Ya le oigo esa voz callada de filósofo de lo pasajero y fugaz: «Los políticos, mi hijo. Ah, los políticos». Don Juan mi padre (A su memoria)

Pues sí, ¿pero qué es democracia?

Hasta aquí y a lo largo de varios artículos me he referido al vocablo democracia que entroniza el discurso oficial, con la demostración de que en los hechos eso no es ni puede ser democracia. Aquí finalizo el análisis, para concluir con ese sistema de gobierno que ha impuesto el imperialismo a los países satélites. Por cuanto al ejercicio de votar…

¿Ahora, de pronto, mi voto adquirió tal poder que va a aplicar el castigo correspondiente al tamaño de los embustes de los políticos? ¿Cuál es, en dónde reside la fuerza de mi voto? ¿Votar, y ahí terminó la democracia? ¿Toda ella cabe en el tamaño de mi papeleta introducida en la urna? Porque si la fuerza de mi voto va a lograr el cambio en un país empobrecido por los del «sistema», entonces la papeleta que pusieron en mis manos es un cartoncillo mágico, que posee fuerzas sobrenaturales, y si es capaz de regenerar la justicia, la seguridad y la economía familiar, es entonces la panacea, el amuleto mágico, el bálsamo de Fierabrás contra todo achaque físico, desde tiricia hasta sabañones. Con una frotadita sobre la parte dolorida…

Por cuanto a la estrategia de los candidatos: ¿se basa en propuestas o en descalificar las propuestas del adversario? ¿Cuánta manipulación cerebral me podrá convencer de que el voto, tan sólo mi voto, es la democracia y la democracia el voto? ¿Quién paga esa manipulación, quién o quiénes se interesan en manipularme? ¿Quién va a pagar, a niveles de derroche descomunal, la parafernalia del proceso electoral que al costo de decenas de millones de pesos nos ha proporcionado figuras políticas de la catadura, de la cara dura, de LEA, López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y el que vino detrás…?

Pero ya fui convencido. Ya voté. ¿Por el candidato que yo escogí libremente, o por el que previamente eligió un partido político? ¿Cuándo Salinas y C. Cárdenas en 1988 de algo sirvió mi voto o el de las mayorías? ¿Sirvió mi voto y el de las mayorías cuando López Obrador, en aquel entonces «un peligro para México» y hoy sañuda, canallescamente masacrado por los medios de condicionamiento de masas según órdenes del de Los Pinos, ese al que «haiga sido como haiga sido» impusieron a la ley de sus compañones La Casa Blanca, los grandes capitales, el alto clero católico, los intelectuales orgánicos y los medios de condicionamiento de masas? «Un peligro para México». ¿Qué cultura cívica se advierte detrás del voto de las masas, que una frase, una sola y apestosa a embuste, nos enajena hasta el grado de la res que conducen al matadero del voto inducido?

El próximo 5 de julio, mis valedores: ¿mi voto va a elegir a todos mis representantes populares o, en todo caso, a poco más de la mitad, o sea los de mayoría relativa, porque a los 200 de representación proporcional los eligen los partidos políticos? Los candidatos escogidos por mi voto, ¿se deben a mí, el votante, o al partido político que los eligió, ese al que deben el puesto, del que depende su futuro político y las subsecuentes ganancias económicas?

Democracia. Proceso electoral. ¿Cómo nos fue con el PRI? ¿Cómo nos va con el PAN, ese reaccionario que mañosamente y para manipulación de aturdidos, con la complicidad del consejero presidente del IFE y el silencio cómplice del de Los Pinos ha privatizado un combate a la delincuencia que es necesidad nacional, para utilizarla en su provecho como mercadería electoral? ¿AMLO, una opción? El, ¿perredista de izquierda? Porque los de Nueva Izquierda de izquierda no tienen más que la razón social. Los cupulares practican la cultura de la derrota del partido como condición indispensable para el medro personal. Esos, clama la historia, son los colaboracionistas talamanteros, qué redundancia De su actuación a partir de 1968 pregunten a Echeverría, que los cooptó de «aperturistas» para que hicieran la obra negra en el desmantelamiento del Comunista Mexicano. Consulten la historia, repito.

Por cuanto a los candidatos saltamontes: ellos también mientan la democracia, pero esos, ¿ideología valores, fidelidad a principios, lealtad? No, que esos, los demetriosódicos, no pasan de ser los enanos del tapanco y los maromeros del circo, los alambristas, los tragasables, las balas humanas y los enharinados payasos del pastelazo. Yo, qué remedio me queda, el 5 de julio voy a votar. ¿Por quién o por quiénes? No habré de revelarlo. Cada quién su voto. Pues sí, pero a fin de cuentas, mis valedores, ¿qué es la democracia?

(La respuesta, muy pronto.)

‘No se van a apretar el cinturón’

Aquí anudo, mis valedores, la trascripción de la tesis que expuse a ustedes en Radio Universidad el domingo 14 del mes en nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que me parece de interés para algunos que se disponen a votar o abstenerse del voto, porque alude a ese modelo de democracia que los políticos han entronizado en el discurso oficial. Dije, digo:

Democracia. Si esto que nos repiten es democracia ¿desde cuándo vivimos los mexicanos bajo el régimen de la democracia? Porque entonces el México de hoy es producto directo de la democracia, y entonces es válida la pregunta ¿cuál es el estado del México actual bajo el régimen de esa democracia que tanto pondera el discurso oficial? Después de un somero análisis de la realidad objetiva tendremos que reconocerlo: o la democracia vale muy poco o eso que nos venden como democracia no va más allá de un producto falsificado. Antes de acudir a autores que analizan a fondo lo que es democracia, permítanme algunas preguntas en torno a la que en su discurso nos mientan los reaccionarios del Verbo Encarnado que gobiernan el país.

Democracia Yo, mexicano en México, vivo en la almendra de la violencia y la inseguridad. En derredor sólo observo pobreza y desempleo. He visto mermar el poder adquisitivo de mi salario y aumentar a lo escandaloso los precios de la canasta básica He observado a los políticos encargados de cumplir y hacer cumplir la ley (para que en este país la justicia sea una fehaciente realidad) violar a lo cínico e impune las instituciones del Estado.

Ahora mismo he escuchado al titular de la PGR, Procuraduría Gral. de la República, afirmar que de los implicados en el «incidente», entre comillas, de la guardería ABC, de Hermosillo, Sonora, que arrojó un horror de 46 cadáveres de criaturas calcinadas y decenas de heridas y agonizantes, ninguno de esos criminales pisará la cárcel, cuando sobre algunos defensores de su tierra que nunca han robado, matado ni causado víctimas inocentes, como Ignacio del Valle, el compañero Álvarez y algunos más, de San Salvador Atenco, purgan una condena de más de 106 años de cárcel en un reclusorio de alta seguridad. ¿Porque no se apellidan Bours ni Gómez del Campo, ni son parientes de la familia presidencial y el gobernador de Chihuahua? ¿Es esta democracia que con al menor pretexto invocan tales políticos, la que produce esa clase de justicia? ¿Para eso sirve la democracia en México?

Por otra parte, mis valedores, ¿cuál es mi participación en los asuntos políticos como para cambiar esa abominable erosión de la justicia? ¿Votar? ¿Y después de haber depositado mi voto en una urna con carácter de funeraria? Ante tal realidad objetiva yo, por cumplir con el derecho y la obligación cívica de votar, el domingo 5 de julio voy hasta la casilla correspondien­te, recojo la papeleta y procedo según mi conciencia ¿Y? ¿Ahí se agotó la que afirman es «democracia»? ¿Ahí terminó su influencia? ¿Eso es, y no algo más o algo menos, la democracia? ¿Qué papel han jugado las masas en el cotidiano ejercicio político de este país? ¿El de cruzar una papeleta y creer que eso fue democracia…?

Pero ha ocurrido que de repente me vuelvo indispensable para los partidos políticos que hasta ayer me ignoraban. Hoy, como presunto votante me toman en cuenta, me requieren noche y día y papeleta en mano me dan un papel protagónico. ¿Y después de la votación del 2006 no se olvidaron de mí? ¿No hicieron su política a su gusto, no medraron de ella? ¿Eso es democracia?

Ahora al acercarse las elecciones, los candidatos me prometen justicia, bienestar, combate a la corrupción, pero a fondo, y elevar mi nivel de vida. En anteriores campañas electorales me prometieron lo mismo, y nunca llegaron a cumplir sus promesas, ni mi voto tuvo el poder de forzarlos a su cumplimiento. ¿Qué fuerza tiene, entonces, mi voto? Por cuanto a los que durante meses me aturden con su catálogo de promesas, ¿por qué debo creer que ahora sí las van a cumplir, cuando nunca antes mi voto tuvo el poder de lograrlo? Pienso en las ofertas de Renovación moral, del mediocre reculón de las cejas alacranadas. Pienso, después, en la política motherna, en el bienestar de la familia, en el «cambio» del segundo marido de la Sahagún, en el «presidente del empleo», con el que los mexicanos pobres «ya no se iban a apretar el cinturón». ¿Y? Tales embustes de Calderón, ¿son democracia…?

(Sigo mañana)

Una docena de fotos

Las estoy observando, todas desplegadas en mi mesa de trabajo. Pero no emocionarse, mis valedores, antes de tiempo, que no son fotos de mujeres sin trapos encima, estas en posición de loto, aquellas en decúbito dorsal y las de más allá en los cuatro puntos que forman las rodillas y las palmas de las manos, no. Lástima, que se trata de varones. Pero no emocionarse, mis valedoras, que no son mozos garridos, garrudos y garañones, sino todo un catálogo de viejos, lo que presupone que entre todos ellos, doce en total, concentran una generosa dotación de calvas y arrugas, vientres y canas, papadas y lentes y, lo predecible, toda una generosa dotación de achaques físicos. Tienen aún el defecto mayor de que son altos clérigos de la iglesia católica, y en su momento fueron todos ellos papables, y no dudo que en breve lo volverán a ser. Por orden alfabético paso a describirlos.

Arinze, Francis, 69 años de edad, nigeriano de tendencias conservadoras, lo que presupone que en lo reaccionario se encuadra en la línea ideológica del actual. Pero en cuanto a aspecto físico se ubica en las antípodas, porque como buen nigeriano tiene oscura su piel y es bembón, de blanquísimos dientes y el pelo pasita. Con todo y sus lentes en nada se distingue del músico de jazz, del promotor de box, del viejo memorioso que en las tabernas de Nueva Orleans y a la oferta de una copa se suelta narrando cómo fue su carrera de pelotero o atleta olímpico, hasta que aquella lesión…

Castrillón, Darío. Colombiano, 63 años a cuestas y lo inaudito en uno de nuestra América mestiza: nos resultó enemigo de la Teología de la Liberación, lo que le planta el tatuaje de reaccionario como el actual. Por cuanto a su aspecto físico: rostro de rasgos austeros, por más que se le insinúa la discreta sonrisa. Lentes casi tan grandes como las orejas.

Dannieels, Godfried. Belga, 69 años, calva y canas, lentes y papada, y lotería: pertenece al ala progresista, que ya para este mundo es ganancia, y quizá para el otro también, si es que otro existe, más vale que sí.

Humees, Claudio. Progresista él también, pero con un aspecto de ciudadano común, sin planta ninguna, sin carácter ni personalidad, sin asomo de carisma. Como el actual. Detrás de sus antiparras se nos queda viendo como si ya a sus 67 años estuviese desencantado de todo, del todo, de todos…

Martini, C. María. Al italiano se le da la sonrisa. Aspecto de empresario que sabe sobrellevar con resignación sus tres cuartos de siglo. Liberal.

Pero ándenle, que se nos coló uno en pañales (santificados): apenas 59 Y así los demás de su edad. Que brilla con propia luz, que es liberal y anticapitalista, y que ataca rudamente a la prensa por ventanear a los curas pederastas. Sea por Dior. Con su copetito y esos lentes, qué pinta de rotunda vulgaridad, Dios lo proteja.

Y así los demás: apellidos más, apellidos menos, que poco o nada nos dicen, hasta llegar al trompudo sesentón de rasgos groseros en un rostro sin desbastar o desbastado a hachazos en un momento de mal humor. Prieto él, agrio de catadura, ingrato de ver, timbre de voz harto desagradable cuando habla de lo único que sabe hablar con conocimiento de causa: la grilla política. Sí, Norberto Rivera, ultra-reaccionario que predica la santa pobreza empericado en su Mercedes Benz blanco, blindado (chofer y guaruras), Dios.

Tales doce fueron los candidatos para que alguno de los tales anocheciera gusanillo y amaneciera fulgurante crisálida que se soltase bendiciéndonos urbe el orbi como sucesor de aquel Juan Pablo II reaccionario y político, aliado incondicional de Reagan el gringo en su combate a toda causa justa del paisanaje. Finalmente, el «elegido del Espíritu Santo» fue Joseph Ratzinger y yo me pregunto: ¿por qué canacos y concanacos, por qué milagro del cielo no tuvo entre los candidatos que con él compitieron a algún tabasqueño que día con día, por contraste y a modo de claroscuro, lo exhibiera en su real estatura de pontífice de masquiña, pobre infeliz perseguido por el mal fario, la mala sombra, la salación…?

Porque, mis valedores, Ratzinger nos resultó un mediocre torpón, que apenas abre la boca y ya tiene agraviados a cristianos, musulmanes y judíos porque el suyo es el síndrome del sistema digestivo, que en dos años ya ha empobrecido a El Vaticano y a Roma entera, y provocado peste, violencia social, inseguridad pública, un horroroso desempleo, quemazón de niños y agotamiento de pozos petroleros. Y tal reaccionario anti-carismático, ¿por qué no padece el castigo divino en forma de Peje tabasqueño? (Dios…)

Zavala, Gómez del Campo…

La mala sombra, la mala suerte, la salación «Todo lo que toca lo vuelve lodo biológico. Visitó a la selección futbolera, y a la jodida la selección. Visitó México, y con todo y criaturas México a la quemazón». Y que ese chaparrito es nuestro virus de influenza y que por el bien del país deberían pepenarlo descuidado y hacerle una limpia. Con ramas de pirul. De jediondilla, ya de perdida Que a ver si así se le retiraba la sal y con su suerte de chamois nos dejaba de salar y sollamar a los mexicanos…

– ¿A Calderón, una limpia?, dijo el maestro.

Tertulia de anoche, donde se discutió, vociferó y vituperó a Calderón.

– ¿Una limpia dijo alguien? ¿Por el bien del país? -vi que el maestro abría su libreta de las pastas negras-. Oigan la crónica de la ceremonia de limpia que le aplicaron a uno para que el beneficio se extendiera a todo el país.

Leyó: Guelatao, Oax. «¿Y esos huevos?», pregunta Salinas de Gortari.

– Para que se vayan sus pendientes. Para que cuando presidente de México se­pa cumplir sus promesas. Señor Dios nues­tro…»

Y comienza la limpia. El curandero bendice a Salinas con cuatro velas. El candidato lleva en sus manos un bastón adornado con cintas de colores.

– Ruega por nosotros… Salinas mira fijo los ojos negros de la curandera, siente sus manos recorrer su cuerpo. «Padre mío / Santa alma del purgatorio / Santísima Trinidad / Madre mía / Mamacita linda / Virgen santísima…”

La curandera lo limpia con un ramo de hojas de naranjo que pasea por todo su cuerpo hasta las piernas: «Para que le dé fuerza / para que tenga salud…» (Salinas sostiene la mirada en el frente, casi inexpresivo.) «Usted es nuestro padre / Dios mío / Jesús mío». Leoba lo bendice con ramos de rosas rojas y lo limpia con el aroma y los pétalos. Guadalupe centra en él la mirada y el rezo, mueve su cuerpo y apenas levanta los pies de la alfombra amarilla del cempasúchitl, lo va «persinando» y le acaricia el cuerpo con las hojas de ruda y poleo. El mira al frente, intenta entregarse al ritual. Pero el espacio multicolor, santo y pagano, junto a la «laguna encantada», profana el rito y lo vuelve espectáculo de cámaras y flashazos.

Esperanza le muestra tres huevos «benditos», con ellos recorre lentamente su rostro que no sabe qué músculo mover, su cabeza cuello, hombros, pecho, torso y piernas. «Ruega por nosotros». Bañan sus manos con colonias preparadas de aromas de hierbas. El les informa muy cerca, al oído, que la ceremonia debe concluir.

Leoba levanta el crucifijo, testigo mudo del ritual, se lo acerca a los labios, pero Salinas de Gortari, en acto político pagano ante Juárez, declina el beso. Gira la cabeza hacia un lado y en desagravio abraza a las curanderas, mujeres arrugadas de rostros morenos casi impenetrables, de ojos negros cargados de tiempo y de magia de manos pequeñas que saben acariciar para limpiar, de dedos cortitos llenos de anillos.

El viejo curandero Antonio, de Jamitepec, le ofrece el cáliz de agua de ruda. El candidato apresura el trago. «Para que le dé fuerza». Alejo Maximino y Alfonso García vinieron desde Huautla de Jiménez a presidir el ritual «Prendimos las velas para que no tenga tropiezos». Las 12 velas chorreantes de cera amarilla posan encendidas a los pies del Juárez niño, pastorcito de cuatro ovejas, que hace las veces de altar.

– Pedimos que el dueño del cerro lo proteja Las velas tienen que estar encendidas haciéndole homenaje al licenciado Benito Juárez para que le dé apoyo a De Gortari. Que la fuerza una al país que hoy está cuarteado. Queremos abrir su expediente para que no tenga problemas.

– ¿Pueden ver su destino?

– Sí, cómo no, con los hongos, que nos permiten ver lo invisible, vemos el futuro del licenciado, un futuro, el de Salinas, que va a ser de una acrisolada honradez. Pero esa es otra ceremonia y esa se hace allá, en Huautla…

Más tarde, en dulcísimo zapoteco le dirían al candidato: «No queremos completar 500 años de olvido y de incomprensión También los indios tenemos alma Si te vas de aquí seguro de que los indios tenemos una cabeza para pensar, un corazón para querer y unos brazos para trabajar. Que tu suerte sea nuestra suerte». «¿Y?» El maestro nos miró. «¿Y si el efecto que esa limpia tuvo en Salinas la va teniendo en Calderón? ¿Qué me contestan?»

Zavala, Gómez del Campo, Calderón. Yo, aquel escalofrío. (Cruz, cruz.)

Del éxodo y el llanto

Estoy mirando en las fotos niños de ayer que hoy son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Telón de fondo, la imagen imponente del navio Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo a la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, como dijo el poeta. Semejante arribazón de trasterrados iba a insuflar una bocanada de oxígeno fresco en las artes y las ciencias, las letras y la industria editorial, y los centros de estudio, la arquitectura, la filosofía y la política, las finanzas, los medios de producción, el teatro y el cine, en fin. Iba a ser Lázaro Cárdenas, quién si no él, el varón de virtudes que tendería a los vencidos sus dos manos para entregarles una patria nueva, que todos ellos supieron honrar. Con nostalgia, por supuesto, con tristuras por la patria ausente. Hoy, a 70 años de la desgajadura y el encuentro con México, aquí memoria y lastimaduras de los poetas del exilio que vivían arrimados a la advocación del desastre, los adioses, el Sinaia, la diáspora. España, la otra mitad…

Hoy, dije a ustedes alguna vez, los poetas de entonces están ya muertos, o casi; muertos lejos de Madrid, Calanda, Villajoyosa, Montiel pero su voz poética está acá con nosotros y acá se nos queda, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible -que aún existía aquel generalísimo de todas las Españas, por la gracia de Dios-, vislumbraban su querencia, «la del éxodo y el llanto». Hoy, a tantísimos años, esa su voz. Océanos, tierra y derrotas de por medio, Juan Domenchina y la ausente presencia de Madrid:

«Cómo me dueles y me sobresaltas -en ti y sin ti, por próximo y distante – Cómo te llevo a mal traer, errante; – cómo mis brincos de ternura saltas. – Cómo te siento aquí, porque me faltas – y allí en tu estar y ser, tierra constante – donde se llenan de tu luz radiante – los días, y las noches son tan altas…»

Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin «Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje…»

Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Ra­fael Alberti: «¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis…?»

Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España hasta los entresijos del tuétano: «¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques – el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana.»

Pedro Garfias, poeta mayor, un mísero destino y una vida arrastrada: «Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas –     y tus altos castillos apoyando – en tu bastión, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta…»

Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa, tantos. Hoy, a 70 años de la humanista decisión de Cárdenas, cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de un León Felipe que murió sin volver a lo que vivió añorando aquí, en esta ciudad capital, allá por los rumbos del Centro Histórico:

«Cuando me pongo a pensar en este viaje largo que voy a emprender dentro de poco – me lleno de una ruidosa alegría (…)

– Cuando el hombre se muere – al cerrar ya su ciclo – vuelve siempre a la misma cámara oscura de donde salió – y al mismo agujero de la tierra – al mismo alvéolo de la carne que le dio a luz… – Una sepultura no es más que una matriz – y la tierra, la más grande de todas…

A tus entrañas vuelvo, Madre – Sin pasaporte voy – Sin documentos ni fronteras (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre…»

El español del éxodo y el llanto; el poeta de la memoria y la nostalgia de la raíz. Domenchina, Garfias, Cernuda León Felipe. Tantos. Hoy, aquí, a 70 años, su voz y su nostalgia. (A su memoria.)

¿Tengo que..?

El destino del hombre, mis valedores.  ¿Qué es el destino? ¿Una predestinación, que decían ciertos filósofos de la Antigüedad griega, con la Moira, Atropos, Cloto, y Laquesis vigilando la ruta del hombre desde que salía del vientre materno hasta que ingresaba al vientre de Gea, la madre tierra? No, que el hombre modela su propio destino, pero basado en elementos previamente existentes, dice el psicólogo, y el filósofo: «Yo soy yo y mi circunstancia». Yo, de mí, digo: soy yo, mi circunstancia y mis decisiones, esas que en el uso de mi libertad con cargo a mi responsabilidad tuve y tengo que tomar desde que adquirí el uso de mi razón hasta el día de hoy. Acertadas unas y equivocadas las más, tales decisiones han hecho de mí el amasijo de elementos contradictorios que soy hoy día. Por vía de ejemplo va aquí la determinación que tuve que tomar en mis años muchachos y que iba a marcarme rumbos, estilos y formas de ser para toda la vida. Fue así:

Payo pobre entre los pobres de aquel villorrio pobre, con mis ocho años sobre los lomos y en la diestra los cuadernos del tercero de primaria deambulaba por alguna de las calles (había tres: la de arriba, la de abajo y la calle nueva o calle mocha, según), cuando en eso veo que se me acercan dos mujeres con aspecto de fuereñas y vestimenta monjil. Se frenaron, me miraron, me observaron, me abordaron, y ahí fue de las muchas preguntas sobre mis gustos, aficiones y devociones, para terminar con aquella proposición que para mí fue una bomba iraní o de Corea del Norte:

– Dios te requiere para su servicio.

¿Que qué? Yo, enamoriscado de una que era la niña de mis ojos, ¿con vocación de cura? Pero no de un curita de pueblo, cura miserito, no, sino de monje, ni más ni menos. Un monje capuchino, flor y espejo de la orden de Francisco de Asís. Haya cosa, como allá decimos…

Y que meditara si aceptaba el convite de Dios o rehusaba. «Nosotras vamos al templo, y al regreso nos comunicas tu decisión». Que de ser afirmativa las llevase con Tula y Juan para recabar su permiso. «La salida a México, la capital, es mañana».

En mis manos la decisión Dios, allá arriba, nomás mirándome. De mí, y sólo de mí, dependía que aguardase a las monjas o correr a refugiarme en la casa y cerrar la puerta, donde ni Dios me pudiese localizar. Y qué hacer, qué decidir cuanto antes, Dios. Ahí me quedé, estacado, engarrotado en el quicio de la puerta que daba al rastro municipal, y aquel escalofrío, y la boca reseca, y los calambres de mediodía para abajo (abajo del cinturón). Yo, que nunca me había alejado tres leguas del caserío, ¿viajar a México? ¿Yo, hacerle al monje? ¿Qué desaforado animal me golpeaba los costillares? ¿Taquicardia? Un impulso forzábame a huir y otro, cerrando los ojos, a pescarme de los tres pelos de la fortuna, y echarme a volar por encima de aquella vida arrastrada de niño pobre entre pobres, y como pobre, discriminado, que esa conducta es feroz en mis andurriales. Yo, los ojos pelones, me frotaba las manos, me las retorcía, y ya iniciaba la huida, y ya me lograba detener, y esas ganitas de desaguar, y esas… y el temor a la presencia inminente de las monjas, sin menospreciar la de Dios. Cerré los ojos. Remaché los párpados…

Cuando los abrí, ya andaba pisando Mixcoac, rumbo al sacerdocio. Terminar la primaria, iniciar estudios superiores, y que ahí se entremete la Moira y me plantea la decisión personal: ¿tenía yo vocación para sotana y bonete, o puro bonete de vocación? ¿Abjurar del demonio? Asunto fácil ¿Del mundo? Más fácil todavía. ¿Dejar la carne, y no para hacerme vegetariano sino casto per sécula seculorum, yo que traía en mis sueños a esa de mi edad a la que recordaba ofreciendo flores en un mes de mayo?

Y acá estoy, ya perdonado de Dios; ando en el mundo, con el demonio adentro y la carne en sancocho. Ruda decisión la de traicionar el «llamado de Dios» y exponerme al castigo divino, pero suertudo que soy: en el seminario aprendí dos asuntos vitales: moral y gramática En ésta aprendí a distinguir entre lo perfecto y lo que tan sólo es pluscuamperfecto, y en moral lo que a juicio de la conciencia es bueno, sin más, y lo que es malo. Sin medias tintas, sin justificaciones, sin matices, sin más. Si yo bribón, no por ignorancia

Con el diario vivir, el decidir diario. Decidir mi vida en pareja, decidir que conmigo nunca iba a poder el licor, ni el tabaco, las grasas, los sebos, las aguas negras, la cooptación del gobierno. Pues sí, pero ahora, de pronto…

Rajueleo, de plano. Me rajo, porque el dilema me friega mi sueño y mis sueños y no sé qué decidir: ¿por cuál de tales redrojos, por cuál de tales bagazos humanos, por cuál de tales irremediables mediocres he de votar el 5 de julio? (Dios.)

Nuestra mala sombra

(A las víctimas de Edipo. A todas, por igual.)

La maldición de los dioses. El odio y el anatema que arrojan sobre la testa del criminal. ¿Alguno de ustedes leyó o ha visto en teatro el Edipo Rey, de Sófocles? De memoria y sin detalles prolijos esbozo aquí el argumento de esta que, con Antigona, me parece obra cumbre del teatro universal.

Reinaban en Tebas, floreciente ciudad, Layo y Yocasta. Al nacerles un hijo la profecía los previno: será el asesino de su padre Válgame Zeus. Layo, por evitar su muerte, decreta la del recién nacido, pero a los verdugos les flaquean los riñones y prefieren abandonarlo en el monte, donde lo recogen unos pastores. De mano en mano, la criatura va a dar a las del rey de Corinto, que lo adopta como hijo de sangre. Más tarde el oráculo revela al joven Edipo la atroz predestinación: matará a su padre. Tanto ama al que cree padre biológico que por evitar su destino deja Corinto. Ya en el camino se topa con La esfinge, monstruo que asuela Tebas, la vecina ciudad, y que a cada viajero plantea un acertijo (la muerte, de no dar con la respuesta): cuál es el animal que en la mañana camina con cuatro patas, a mediodía con dos y en la tarde con tres. ¿Lo saben ustedes? ¿No? Hasta ahí hubiesen llegada Por si se vieran en ese trance: tal animal es el hombre, que cuando niño, cuando adulto, cuando viejo de bordón…

Edipo acertó al contestar. La Esfinge (rabia, decepción) se quitó la vida, y Edipo a Tebas. En un cruce del camino el ocupante de cierto carruaje increpó a Edipo, que reaccionó asesinándolo. Sí, a Layo, su padre, y ahí y así vino a cumplirse la predestinación. Horrendo.

Pero Edipo había librado de La Esfinge a Tebas, y los tebanos le dieron recibimiento de héroe y le ofrecieron el trono vacante. El fue el nuevo rey, y tomó por esposa a Yocasta, la viuda, con la que engendró cuatro hijos; cuatro medios hermanos, porque Yocasta era la madre del nuevo rey.

Pero en este mundo nada es gratuito y ninguna acción queda impune Ocurrió que cierta plaga terrible asoló una ciudad meses antes próspera y rozagante que ahora se fruncía, se erosionaba y acalambraba, víctima de toda suerte de calamidades, sin que marchas, plantones y peregrinaciones lograsen conjurar el mal ferio. Alguno tiene la culpa, dictaminó Edipo. Háganse las indagaciones correspondientes, y el culpable reciba la muerte Lo usual.

Se inicia entonces la investigación mientras la peste sigue crispando la ciudad. Pero ándenle, que ahí la aclaración del misterio: los dioses están irritados porque el rey asesinó a su padre y cohabita con su propia madre. Esta, al saberlo, se quita la vida. Edipo se arranca los ojos. Fin.

Yo, la tarde de ayer, comentando con Sófocles el Edipo Rey, pensé en mi país y sus días calamitosos, cuando hace algunos ayeres aún era feliz, discretamente próspero y con su gente en paz. Hoy carga la suerte en contra, que las desdichas le caen encima: sismos, influenza, cuerpos descabezados, quemazón de criaturas, desem­pleo galopante, devaluación del peso, vacío de poder y una crisis económica que ni la de Zedillo en 1995. «¿Algún malvado entre nosotros estará irritando a los dioses, que nos arrojan tal cargazón de calamidades? Esta plaga de horrores sólo puede ser un castigo de los mismos dioses que castigaron a los tebanos». (Sófocles callado, bebiendo su infusión).

Qué crimen contra los dioses ha­bremos cometido los mexicanos. Pero diga algo, opine. Sófocles opinó: «A ver. ¿No tendrán ustedes un pícaro Edipo que con malas artes y sin mérito alguno se haya encaramado en el trono?»

Mataría a La Esfinge dije La atarantaría, cuando menos.

No él, sino La Casa Blanca, los grandes capitales, el alto clero católico y la industria del periodismo, y a cobrar una factura que pagan todos ustedes. ¿Por qué no buscan al Edipo impostor que desató todos los males de tu país, crispó el ambiente político y provocó odios y división entre ustedes? Algún Edipo espurio, ave de mal agüero que no pueda salir a la calle sin escuadrones que lo salven de las iras populares, uno que por torpón y mediocre haya podido desatar una crisis en la economía familiar que, así sus paleros la oculten detrás del combate al narco, es hoy el agravio mayor que el execrado de Zeus pudo haberles causado. ¿Ustedes raza de reprobos que atraigan el odio divino? No. La plaga la provoca su Edipo cimarrón. Ubíquenlo».

Que me diera la fórmula para ubicarlo, pero él, fastidiado, salió y me dejó hablan­do solo; pensando, nomás pensando en cuál pueda ser Edipo el salado, el mal ferio, nuestra mala suerte que no merecemos. ¿O sí? Quién es, dónde está. (A saber.)

Velan armas…

El halconazo del 10 de junio, mis valedores. De la masacre de 1971 existe, claro, un culpable, y el culpable vive todavía, y vive ahí nomás, encuevado al arrimo de San Jerónimo y de la selectiva aplicación de las leyes en este país. Por revivir en algunos de ustedes, si ello es posible, la memoria histórica, aquí les doy, como lo vengo haciendo desde hace tres años por estas fechas, pormenores del halconazo que iba a enrojecer de sangre derramada la ciudad capital. ¿Lo recordará Echeverría?

Tensos y preparados, la adrenalina en ebullición, El fish y compinches velaban armas. Su carrera de violencias, que años antes arrancó en el Depto. del DF para desalojar el ambulantaje del Centro Histórico, culminaba con la misión de mañana, 10 de junio de 1971: atacar estudiantes en la vía pública Si al costo de heridos, qué importa De muertos y desaparecidos, mejor. Urgía un escarmiento. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar…

Los halcones. Miro en el libro sus fotos, media plana cada rufián. Dieciocho a veintitantos años de edad. Tiernos, sí, pero ya endurecidos, muestran su catadura insolente de retadoras pupilas que miran de frente como para la ficha signalética Años más tarde, en su crónica Jueves de Corpus sangriento, alguno de ellos conta­ría que lo llamó El fish, su jefe:

«Habla a los halcones. Vamos a trabajar de nuevo». «¿Con el gobierno?»

«¡Nooo! -me dijo casi gritando-. ¡No seas bárbaro! Vamos a servir de brigadas de choque al servicio de los hombres más ricos de México. Están aterrorizados con el avance del comunismo en la Universidad, en el Poli, en las Normales y en todos los sectores de la población. Ellos nos van a pagar. Ni García Mora, ni Trouyet, ni Ballinas ni Guajardo Suárez tienen alma apostólica. No perdonan. Fueron injuriados en público y con la caída de Elizondo, lesionados en sus intereses. Están sedientos de venganza…»

Los estudiantes iban a injuriar al Presidente y a cometer atropellos y a hacer todo lo posible para provocar la represión del ejército y de la policía, desacreditados por lo de Tlatelolco. Ellos no reaccionarían, pero nosotros sí, y los haríamos pedazos».

«Un día antes celebramos una reunión todos los jefes de grupo a fin de ultimar detalles. Habíamos alquilado un cuarto enfrente de la Normal, para tener derecho a la azotea y atisbar los movimientos del enemigo. Habíamos alquilado cuartos vacíos de la colonia y realizado inspecciones estratégicas; habíamos obrado con exactitud según órdenes recibidas».

Y más adelante: «Tres años antes se había perpetrado la matanza de Tlatelolco. Ahora se preparaba la movilización de estudiantes en apoyo a la Univ. de Nuevo León y en repudio al gobernador Elizondo. Exigencias a Echeverría, las consabidas: ¡Democratización de la enseñanza! – ¡No a una reforma educativa antidemocrática! – ¡Democracia sindical! – ¡Libertad a todos los presos políticos del país! – ¡Cese de Elizondo!»

Previamente, la Alianza Popular Estudiantil había distribuido folletos en donde se especificaba, y esto da idea del clima ominoso y la gravedad que ya presentían los «marchantes»: «Cómo ir a la manifestación. Vaya con la gente que conoce. Si se incorpora a la mitad, busque un grupo conocido. No lleve libreta de direcciones. Avisar a alguien para que notifique en caso de desaparición. Organízate internamente con las gente que conoces. No dejarse provocar. Abajo la Ley Orgánica de la UANL y UNAM. No sospechaban que algunos estaban viviendo la víspera de su muerte violenta, y que otros de la manifestación iban a salir desgarrados, y desangrados, y algunos a desaparecer sin dejar rastro alguno, y hasta hoy. Es México.

Más preparativos: «Varios coches descargaron palos y varillas. Diez estudiantes fabricaron bombas Molotov, un automóvil compacto llevó esa noche, de la Normal, una caja con pistolas, tres subametralladoras, cartuchos. De la Casa del Estudiante de Sinaloa llegaron varios cajones que nadie sabe lo que contienen, y que pesaban mucho…»

Exacto: según libros consultados, que desde diversos ángulos analizan los hechos de sangre del halconazo del 10 de junio de 1971, unos y otros por igual, estudiantes y halcones, participaron del doble carácter de víctimas y verdugos, y unos y otros balearon y fueron baleados por igual. Ambos bandos, afirman, por más que a mí me parece difícil de creer. Mis valedores: que la memoria histórica no se nos muera o de otra forma tendremos que…

(Así la víspera El halconazo, mañana.)

¿Libertad de expresión…?

El Día de la Libertad de Expresión y de Prensa, mis valedores. ¿Aún no se habrá suprimido semejante exhibición de servilismo, sometimiento y cortesanía que algunos profesionales del periodismo le rinden al priísta o palista que «haiga sido como haiga sido» logró encaramarse en Los Pinos? Semejante ceremonia, que ya apesta a formal y cadaverina, fue instituida un día 7 de junio de 1951 por iniciativa de un falso coronel y siniestro hampón de la picaresca de la política y el periodismo, un cierto José García Valseca que al arrimo del presidente en turno construyó el emporio periodístico de los «Soles» y el trafique anual de medallas y pergaminos con qué «premiar» a los periodistas tan voraces del «chayo» cuanto dóciles a Los Pinos. Abyección pura, lo único puro que tienen los tales. Qué tiempos aquellos. Leo, y me producen dentera los melcochosos conceptos de un periodista Manuel Lebrija, que así quemaba copal ante Miguel Alemán, el presidente en turno:

– Al cumplir fielmente con los mandamientos de la ley, usted, señor presidente, ¡ha sabido convertirse en un centinela que mantiene viva la tea luminosa de la libre expresión del pensamiento que arde sobre todos los caminos de la república!

Nauseabundo, a reserva de opinio­nes en contra. Años después, en la edad de oro del «chayo», un Jorge Calvimontes, colega del anterior:

– El periodista es el cerebro, brazo y acción de la sociedad. Es el espejo de nuestro caos y de nuestra imposible ubicación sobre la certidumbre…

Nada más. Nada menos. Tiempo después, un ejercicio de autocrítica a cargo de Roberto Zamarripa, periodista que fue del matutino Reforma:

– Los medios de comunicación están atravesados por la corrupción. Es un problema general que va de los «chayos» entregados a los reporteros, hasta las componendas entre los empresarios de la prensa y el poder político…

Por cuanto a los tiempos actuales, mis valedores, la industria de «medios» se nos tornó una espléndida cortinera al servicio del «presidente del empleo», al que unidos a otros capitales de aquí y el exterior logró encaramar en Los Pinos. Pero al tal, una vez allá arriba y ante el compromiso de gobernar toda una nación cuando no tenía detrás la experiencia de haber gobernado, cuando menos, alguna remota alcaldía, lógico: el mundo de la administración pública se le vino encima, y ya en el gobierno causó una crisis que los cortineros se apresuraron a velar pregonando, vocingleros, a todos los rumbos:

– Esa crisis viene del exterior; de Estados Unidos, concretamente.

Una crisis que el Carstens de Hacienda, tan eficiente en su responsabilidad calificó de «catarrito», y el de Los Pinos: «A mí las crisis económicas me excitan y me emocionan».

A quienes no emocionaron fue a las clases sociales, porque acá abajo la crisis económica se agravó, y el «presidente del empleo» contempló, en su impoten­cia como estadista, la pérdida estrepitosa de cientos de miles de empleos, y no supo cómo frenar un problema requemante de veras para las clases populares, y entonces convóquese a todos los «medios», y trámese la cortina de humo de la influenza humana, y como la crisis se recrudecía y los desempleados tenían que ahijarse al comercio informal cuando no al narcotráfico, las flamantes cortinas tejidas a base de sangre, violencia y cuerpos descabezados, que es decir la edad de oro de la nota roja:

– ¡En el combate al crimen organizado no bajaremos la guardia! ¡Se aplicará la ley, caiga quien caiga!

Acá abajo, mientras tanto, la economía familiar arrastraba la cobija, donde cobija quedaba para arrastrar, y se abatía el nivel de vida, y encarecían los productos de la canasta básica, y una crisis mal manejada devaluaba la moneda, la cortaba a la mitad junto con el poder adquisitivo del salario, y qué hacer. ¿Qué hacer? Como en los viejos tiempos, la economía nacional se pegó a la ubre del agio internacional, y auméntese el volumen de la deuda externa, y esos «medios», no bajar la guardia, que se requiere otra cortina de humo.

– ¡Una fuga de reos en Zacatecas! ¡Una redada en Michoacán! ¡Otra en Ciudad Juárez! ¡Una más en Veracruz, y vamos por más!

¿Y la crisis económica, espeluznante? ¿Por qué esa falta de equilibrio entre la nota roja, con la que a falta de otro alimento proporcionan al mexicano desayuno, comida y cena? ¿Por qué esa maniobra de desubicación, que cuando los «medios» llegan a tocar el tema de la pobreza remiten su origen a La Casa Blanca o a la General Motors? Por una muy obvia razón, que habré de exponer el lunes. (Aguárdenla.)

¿Por qué es difícil dejar el tabaco?

Así mismo mandamos que ningún pulpero, ni otra persona pueda vender, dar ni llevar a la dicha ciudad de Panamá tabaco, por ser considerado el tabaco como hierba prohibida y dañosa en la dicha ciudad y su tierra (…) Y permitiremos que cada boticario pueda tener en su botica dos libras y no más… -Recopilación de las leyes de las Indias, 1680-El rechazo al tabaco ya desde entonces, y hasta hoy. El domingo anterior, mis valedores, se celebró el Día Mundial sin Tabaco, motivo por el cual me avoqué a los documentos que aluden al cigarrillo, y lo primero de que me fui a enterar: que sus 4 mil agentes nocivos matan a la mitad de los consumidores, y la mitad restante el cáncer pulmonar. Y es como para preguntarse: ¿por qué, entonces, fuman los adictos?, y el estudioso:

El error de las campañas contra el tabaco es que raras veces se aborda la raíz del problema: ¿por qué fuma la gente? ¿Algo que ver con la afición a las drogas? No, por supuesta La nicotina produce el hábito, pero no es, en modo alguno, el factor más importante. Muchos fumadores no se tragan el humo y sólo absorben una cantidad mínima de la droga. La causa de su afición a los cigarrillos debe buscarse en otra parte.

¿Dónde debe buscarse la raíz del problema? ¿Por qué un hábito tan arraigado, que advertir a los fumadores sobre los riesgos del tabaco es insuficiente? ¡Porque el cigarro sustituye al pezón materno! El especialista:

«La solución está, indudablemente, en la intimidad oral inherente al acto de sostener al objeto entre los labios, y esto nos da también la explicación fundamental de la conducta de quienes se tragan el humo. Mientras no se investigue adecuadamente este aspecto del acto de fumar, tendremos pocas esperanzas de eliminarlo de nuestras sociedades, llenas de tensiones y afanosas de tranquilidad.

Muy claro el fenómeno de sustitución, por un objeto inanimado, de una intimidad verdadera con un ser humano, que nos lleva al principio de toda la historia: el momento en que la madre inconsecuente introduce un chupón en la boca del hijo lloroso, y la goma sustituye al pezón. Así, los niños están menos predispuestos a chuparse el dedo (alternativa evidente a falta de un pezón que les dé la necesaria tranquilidad). Los chupones producen un asombroso efecto calmante en los niños inquietos. Se ha descubierto que a los treinta segundos de tener el chupón en la boca, el llanto se reducía a una quinta parte de su intensidad primitiva, y los movimientos de manos y de pies, a la mitad.

Todo esto significa que el hecho de tener algo entre los labios constituye una experiencia tranquilizadora para el humano, ya que representa un contacto sedante con la protección primaria, la madre. Es una poderosa forma de intimidad simbólica, y cuando observamos a un viejo chupando con fruición su pipa, ello pone en evidencia que esa es una práctica que nos acompaña durante toda la vida, porque el humano se ve obligado a adoptar chupones disimulados de diferentes clases. El cigarrillo es, al menos en este aspecto, un objeto ideal, porque es propio, en exclusiva, de los adultos. El hecho de que esté prohibido a los niños significa no sólo que no es infantil, sino que ni siquiera lo parece y, por consiguiente, que es absolutamente ajeno al contexto de la succión del bebé, donde está su verdadero origen.

La pipa, el cigarro puro, el cigarrillo: el objeto produce un tacto suave a los labios y es calentado por el humo, lo cual lleva a semejarse aún más que el chupón al pezón de la madre. Además, la sensación de chupar algo y de tragarlo aumenta semejante ilusión, porque se plantea una nueva ecuación simbólica: el humo cálido inhalado es igual a la leche caliente de la madre…

Es extraño que aún no se invente el artilugio blando y resbaladizo al mismo tiempo (una boquilla de goma, pongamos por caso). Pero tal vez este no se disimularía lo suficiente, se parecería demasiado a la teta materna, y entonces cómo pudiese el adulto conservar su respetabilidad. Y algo más: que la desproporcionada cantidad de tabaco que hoy se consume en el mundo demuestra que existe una inmensa demanda de actos tranquilizadores «de intimidad simbólica», y que si se quiere, de veras, eliminar los efectos secundarios de este tipo de comportamiento, se requiere conseguir la adecuada reducción de las tensiones de la población, algo punto menos que imposible, o se tendrán que inventar otras alternativas. Como de momento hay poquísimas esperanzas de lograr esa primera opción, se tendrá que acudir a la segunda. A querer o no. Y qué hacer. (Lástima.)

Cascajo y mundo nuevo

Los documentos apócrifos, mis valedores. Uno de ellos, falsamente atribuidos al soldado cronista Bernal Díaz o a alguno de sus paisanos, es éste que alude al episodio de la «noche triste», que fue la del triunfo efímero de los guerreros ocelotes y guerreros águilas y que aquí finaliza con los gritos destemplados de don Hernando el conquistador ante el espectáculo de las aguas broncas que engullían mulas, caballos y tandadas de aborígenes pesados por el áureo metal. «¡Nadad tlaxcaltecas, nadad hasta la otra orilla! Y vos, Señor Santiago, acorrednos».

Don Hernando Cortés encaraba a los naturales que nos seguían zurrando con sus primitivos misiles (y forzábannos a zurrarnos del puro temor): «¡Ay, jijos! ¡Pero qué jijos!» Corcoveando su penco en la orilla de la acequia, el capitán de Castilla desgañitábase:

– ¡Nadad, con una tiznada! ¡Tlaxcaltecas, no os ahoguéis en un vaso de pulque, que orita, con esa carga, valéis vuestro peso en oro!”

Fue entonces: mirando el desastre don Hernando se rajó, de plano; rajueleó, y reculando (en el buen sentido del término castellano) fue y se sentó al pie del árbol de la noche triste, y ahí se puso a tristear. Nos, en derredor del, hicimos corte de caja de vivos, muertos, agónicos y desparecidos, viniendo a dar en que esa noche habíanse ido a gozar las delicias de la gloria eterna un tercio de castellanos, amén de cabalgaduras, mulas y tlaxcaltecas con su cargazón de metal; mala consejera es la codicia y rompe el saco, según reza el cantar. Daos a la codicia y habréis de terminar nadando así, de muertíto…

Total, que en el lance malaventurado los tercios de sus Católicas Majestades habían perdido casi tantos oros como los que han perdido y siguen perdiendo los naturales con el Fobaproa y la deuda externa, las devaluaciones del peso y el rescate carretero, las demenciales riquezas de sus tlatoanis y toda la corrupción lucrativa e impune de su Sistema de poder. Mirando talegas y quimiles desaparecer en las barrosas aguas de la acequia, se lamentaban y la mentaban los esforzados de España: «Lo del agua al agua…»

Y ándenle, que de repente ahí, en medio de la noche, óyese un suspiro profundo, y el capitán de los tercios españoles: «Con este tercio no me levanto». Pero, ¿y eso? ¿Seria posible? ¿No nos engañaban las niñas de nuestros ojos? Allí vimos que el gran capitán se nos soltaba llorando a mares, arroyos, charcos y lodazales, desmorecido y embijándose de mocos y lágrimas la barba bermeja. Uno de los tlaxcaltecas le aprontó una toallita de papel.

– Ay, hijo, qué pena, díjole don Hernando. Cuánto más os hubiese valido el haberos quedado en vuestros jacales…

– Qué va, mi señor -contestóle el otro, prieto él, dientes de oro, los ojillos jalados y lampiño de su cara (a lo mejor de allá también; caras vemos, peluseras no sabemos). No se arrepienta de habernos acarreado hasta acá, que nosotros no nos arrepintemos, ¿verdá, tú, Cacomixtlin?

– Así es, don Cortés. Mejor arriesgar la  cuera en estos jelengues que no seguir en plan de juandiegos allá en Tlaxcala.

– Pero os he traído a esta vida arrastrada donde arriesgáis la pelleja.

– Mire hacia el valle, mi señor. ¿Qué observa en Anáhuac?

– Para observar valles está mi ánimo, cuitado de mí.

– Mírela, y mire si valen o no los peligros en que nos metimos, si con ellos logramos destruir este mundo para encima del cascajo alzar uno nuevo.

– No me parece lo que decís, porque miro cúes y templos de grandísimo primor en una ciudad de encantamiento, que no parece sino salida de los libros de caballerías de Amadíz o de Lanzarote

– ¿Y más allá de los templos y cúes primorosos que ve su merced? Millones de chozas, covachas, ciudades perdidas, arrabales y muladares donde sobreviven en la miseria los macehuales que edificaron templos y cúes. Entre el templo aquel y la choza, mi señor, ¿qué tamaño le advierte a la justicia? ¿Columbra por ahí a la tal? ¿Nosotros preservar un mundo donde los ricos Slim son unas cuantos y los macehuales millones, hundidos en la pobreza cuando no en la plena indigencia? ¿De qué barro fueron amasados, que no sólo humillan la testa, sino que aun viven orgullosos de que uno de los más ricos del mundo viva junto a la pobreza de unas mayorías a las que él ayudó a empobrecer? ¿Mundo nuevo o preservar este que tendió a la justicia en la piedra de los sacrificios, la violó minuciosamente y luego le arrancó el corazón? ¿Qué opina, señor?

Don Hernando se puso de pie. «¡Griten México!», clama Tlacaélel. (Pero nosotros…)

¿Noche triste…?

Y como la desdicha es mala en tales tiempos, ocurre un mal sobra otro; como llovía resbalaron los caballos (…) De manera que en aquel paso y abertura de agua presto se hinchó de caballos muertos y de indios e indias y naborías, y fardaje y petacas; y temiendo no nos acabasen de matar, tiramos por nuestra calzada adelante y halamos muchos escuadrones que estaban aguardándonos con lanzas grandes, y nos decían palabras vituperosas, y entre ellas decían: «¡Oh cuilones, y aun vivos quedáis!»

-Bernal Díaz: Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España

Les acabo de hablar, mis valedores, de mi raíz indígena, que hasta la Conquista se asentaba en el sur de Zacatecas y se nombraba la tribu de los cazcanes. Ahora hablo o dejo hablar a uno de los arrimadizos españoles, protagonista que fue del trance aquel que los cronistas iban a nombrar «la noche triste». De esta manera lo cuenta, por más que sospecho que no pasa de ser una historia apócrifa:

La negra noche tendió su manto. Como llovía sobre Tacuba y anexas, don Hernando dispuso que cargásemos el oro de Moctezuma en caballos, mulas y tlaxcaltecas. Ellos y nosotros, todos con talegas, escarcelas y morrales hasta la madre de tejos amarillos, ya nos disponíamos a pasar el puente sobre la acequia, cuando en eso, malaventura de desventurados, resuena ahí el vocerío de los indios y unos ansí como tambores de conjunto tropical, pero menos descuadrados, que los naturales desea tierra vienen a nombrar teponaxtles. Echando mano a sus flechas los susodichos naturales clamaban en su hablar meshica:

– ¡Que se nos escapan! ¡Guerreros águilas, guerreros tigres, a matar madre-patrios ora que cruzan la acequia! ¡Por Hutzilpochtli! ¡Sí se puede!

Y en razón de que los naturales eran un hormiguero, y nosotros apenas un puñito de castellanos muy mucho tardos de movimientos por la cargazón de tejos, centenarios y piezas prehispánicas que ya teníamos apalabradas con traficantes gringos, vinimos a sentir cómo, de súbito, sobre nuestra mísera humanidad se abatió un vendaval de venablos que mucho nos ardían en la cuera, aunque no tanto como las palabras vituperosas de los indígenas, que entre muy sonoras mentadas pegaban gran vocerío, clamando al arrojamos lanzas, venablos y piedras de este tamaño, miren:

– ¡No fuyades, cuilones, garbanceros engendros del mal!

Y en menos que se dice botellita de Jerez (de la Frontera), ahí tenéis que ya la acequia se hinchaba de caballos ahogados, mulas despanzurradas y tlaxcaltecas en agonía, así como fardaje y petacas, tanto de las que se abrochan como de las que únicamente se alcanzan a pellizcar. Macabrona era de fijo la situación para los conquistadores de Anáhuac.

«¡Valedme, acorredme, acudid en mi auxilio, santo señor Santiago…!”

Y aconteció que nuestras armas de fuego, por aquello del chaparrón, nomás valentín madroño, que más que arcabuces, lombardas y culebrinas, parecía que disparábamos con la carabina de Ambrosio con que Medina Mora, «abogado de la nación», le dispara (¡pero a matar!) a los hijos de toda su reverenda Marta, al segundo marido de la antigua dependiente guanajua de una botica veterinaria, y a la Gordillo, los Salinas, Montiel. Hank y demás coyotes de la misma loma. ¡Vamos, México…!

Otrosí; la borregada de castellanos corríamos en despavorecimiento calzada adelante, formando entre pencos, muías y tlaxcaltecas unos embotellamientos que reíos de los que los beneméritos mentores sueles armar por los rumbos del periférico, el circuito interior y puntos circunvecinos. Y qué hacer, virgen de la Macarena, qué caracsos hacer…

– ¡Ay, ay, ay, mi querido capitán! -clamábamos a don Hernando-. ¡Protegednos la retaguardia…!

– ¡Cómo, cuitado de mí, si mal protejo la que el Señor Dios me dio en yo naciendo! Que cada cuál se rasque la suya, y el santo señor Santiago la de todos nosotros.

Entretanto, y encuadrilada al de la tizona, la muy tizona de la nombrada Malinche no cesaba de pegar aquellos alaridos que ponían espeluzna en los náufragos de la acequia: «¡Ay mis hijos!» Y eso que apenas habíanle desbaratado el virgo. La sota moza extendía los sus dos brazos hacia los que seguían cayendo: «¡Ay, mis hijitos, qué va a ser de todos ustedes!»

(Esto sigue mañana.)