(¿Quién dijo que los mediocres no tienen voz pública? ¿Y luego el claxon..?) Esto que me dispongo a contarles ocurrió ayer tarde al norte de la ciudad, no lejos del zócalo. Rumbo al metro me dirigía mis botines para viajar al sur, en mi valija el volumen de ensayos sobre la humana condición. Porque cómo viajar en el metro con la vista perdida, que eso significa perder neuronas y tiempo vital (Peor que eso, embeberse en la revista de deportes. Lóbrego.)
A buen paso, que ya amenazan las primeras gotas de lluvia, caminaba por la banqueta, cuando en eso: «Pst, pst..» Me hice el disimulado. «Yo no soy de esos», pensé, pero luego: «¿De los otros, entonces?» Lo apreté, el paso, y seis metros adelante: ‘Pst, pst». «Por quién me toma semejante atrevida», pensé, aunque «por cuánto me toma», hubiese querido decir. ‘Pst, pst». Y qué tal que me resulte travestí. Y qué tal que me resulte una mujer. Miré de reojo: un volks. «Venga, trépese, mi valedor». Ájale. Un macho; prieto, gordo, cejón, bigotón, mal encarado. «Lo va a agarrar el chaparrón, trépese».
Me trepé, le expliqué mi propósito de abordar el metro. «Grita lo dejo cerca». Y allá vamos, y avanzamos sin novedad varias cuadras, y entonces: al desembocar en algún cruce de calle con avenida, el embotellamiento feroz, el recalentar de motores, a todo volumen los aullidos de claxons y cornetas de aire. «Y yo con esta prisa», y dejó ir los cinco toques de rigor. El embotellamiento, en un ser y en un puro hervor.
Y es que cuadras adelante entre el flujo que se dirigía al sur, algunos autos torcían a lo indebido rumbo a la izquierda, topándose con el flujo que procedía del sur e inutilizando dos de los tres carriles, cuando no, de plano, los tres. Y las protestas de un avispero de claxons y cornetas de viento, por más que pura corneta que se deshacía el nudo vial. «Y yo con esta prisa por llegar al campo de acción», y pegaba la diestra al claxon, y la cucaracheta semejante escándalo que se sumaba a la escandalera general. «Y yo, que tengo una misión por cumplir de inmediato». Y sacaba la testa, y sacaba el brazo zurdo, y mentaba madres sin discriminar, y a ver cuántas y a quién le caían.
– Dígame una cosa, mi valedor: ¿de qué le sirve a esa chusma armar semejante escándalo? ¿A claxonazos van a hacer que avance este desmadre..?
Respiró gordo. Con la manga de la chamarra se limpió la frente garapiñada de sudor. «Yo soy un luchador social. Ando en el movimiento».
Ájale. ¿Guerrillero, tal vez? No me atreví a preguntárselo, pero observándolo de reojo calculé que pudiese pertenecer al Ejército Popular Revolucionario o al ERPI, rama desgajada del anterior. Desde aquí hasta allá, varias cuadras constipadas de vehículos desde donde taxistas, coches particulares y cornetas de aire seguían cambalachándose mentadas de madre. Con el semáforo en verde apenas uno, y otro más, y un tercer vehículo salían del atolladero en una avenida súbitamente atacada de estreñimiento feroz. «Y yo aquí hecho un pendejo. El deber me llama, y yo en este condenado tapón».
Por frases sueltas de los transeúntes entendí que el tan horroroso tapón era provocado por unos que marchaban en las riberas del zócalo. «Oiga, ¿por qué no se suma a la lucha?» Yo, zacatón que soy. «A ver si un día de estos». «Ahora mismo, mi valedor. ?chele ganas. ¿Se agrega a la lucha social?» Yo, entre mí, comencé a musitar La Magnifica. «Creo que aquí me bajo…»
Fue el otro fue el que se bajó. Lo miré quitarse la chamarra, saltar del volks y desparramar mentadas de madre tanto verbales como a dos brazos, tres docenas por minuto. Cerré los ojos: «Jesucristo, aplaca tu ira, tu justicia y tu rigor». Ah, iracundo magnífico, soberbia pinta de guerrillero: encaraba automovilistas, aspaba los brazos, pegaba un puntapié al carguero, del que uno de los macheteros le arrojó un tabicazo. Varios choferes, bajando de sus cargueros, amagaron con improvisado linchamiento. El luchador social corrió a la querencia del volks. Avanzamos el tanto de cuatro metros.
– ¿Pasa usté a creer que la chusma sea tan estúpida como para suponer que a claxonazos van a agilizar el tránsito? ¡A claxonazos! ¿Pasa usté a creer? Ah, raza de imbéciles. Pero cómo esperar que esos pobres, más allá de sus cornetas, sean capaces de crear estrategias triunfadoras. Y yo, que voy a llegar tarde a la lucha social.
«¿Terrorismo, tal vez?’ – me atreví.
– No mame, soy maestro de primaria. Una mega-marchita, la madre de todas las mega-marchas. ¡E-xi-gi-mos! Y nuestra estrategia no sabe fallar. Al gobierno, mire: lo tenemos agarrado de los puros destos. ¿Qué dice, se nos incorpora a la lucha..?
¡Basta! Abrí la puerta, pegué el brinco, driblé neones y tzurus, alcancé la banqueta, pero lástima: del torton salió el proyectil, una col que se me estampó en plena coliflor. Y estaba podrida No la mía, la col. (No, si les digo.)