Vernácula

¿Hablar hoy mismo del Pacto por México, síntesis de «engaño, demagogia, simulación,  politiquería y corrupción», según algunos de sus críticos? ¿Referirse a esa contrahecha Ley General de Víctimas, «golpe escénico para el aplauso de las galerías» que se dispone a tasar al tanto más cuanto vidas humanas arrebatadas en el sexenio del Verbo Encarnado? Sicilia, Martí, Miranda, Gallo tal vez, ¿cuál, cuántos de los tales «activistas», pretenden medrar de por vida, a la manera de Rosario Ibarra, con la muerte del familiar? Mis valedores:

Frente a la escandalera y la simulación que provoca el regreso a sus bebederos de un priísmo prestidigitador del gatopardismo (que todo cambie para que siga igual), hoy prefiero hablar con ustedes de un tema que pudiese resultarles de interés: la fuente, el hontanar de nuestro nacimiento. Así pues…

Patria: tu superficie es el maíz, – tus minas el palacio del Rey de Oros , – y tu cielo, las garzas en desliz – y el relámpago verde de los loros. (Suave Patria, López Velarde.)

Esta vez la provincia. Unos días acabo de pasar en mi tierra, que fueron de magia, de encantamiento y encontronazo con la raíz de mis años muchachos, que se me huyeron para nunca más. Hoy regreso cargado de energía, de esa corriente galvánica que nos insufla la madre tierra, que es decir nuestro origen, nuestro hontanar. Mis terrones…

Porque algunos de ustedes, fuereños avecindados en esta ciudad, vivan en el recuerdo sus bienamados derrumbaderos, y los citadinos columbren el ánima de la mal llamada provincia, por un momento dejo de lado temas de requemante actualidad para entregarles algunas vivencias de la visita a mis zacatecanos terrones, los de mi Jalpa Mineral.

Ah, esa entrañable tierruca cuya añoranza todos nosotros, fuereños en esta ciudad, cargamos acá, entre los costillares, tamal envuelto con telas del corazón y añoranza de donde sacamos la fortaleza para sobrevivir en este humano hormiguero que una demencial cargazón de humanos terminó por deshumanizar, feo contrasentido. Todo ello me lo entienden ustedes, tecos y meños, jarochos y panzas verdes, costeños, chileros y corvas dulces y gente de la montaña y del trópico,  del altiplano y del mar. ¿No les ocurre que un día amanecemos (o anochecemos, según) con la nostalgia añudada aquí, miren, en el cogote, y en los costillares, y en la virilidad? Aquella tierruca donde fuimos a nacer, a florear, y algunos, suertudos, hasta a echar vaina…

Acabo de regresar del viaje por tierras de mi andadura y vengo con los sentidos cargados de antiguas esencias, hoy renovadas, y mente y memoria retacadas de imágenes y sensaciones que me retoñaron después de vegetar, semiolvidadas por cosas del áspero oficio del diario vivir: que si el aroma de yerba macerada, de fruta en agraz, de majada; que si el sonido del esquilón, de la esquila, del cencerro en el pescuezo de la vaquilla caponera; detrás, bebiéndole los alientos, toretes en pleno vigor, con los güeyes detrás, ya superada en esos mansurrones toda preocupación que no sea la de pastura a su hora A lo lejos, la primera llamada del angelus…

Ah, el caserío de mi nacimiento, ese sabor a frutilla cortada de la rama a la orilla de la vereda y las lejanías azulencas allá donde el llano se muere y se alza agresiva y retadora la serranía de Morones. Encima del cresterío ese cielo limpísimo, como acabado de inaugurar, y en el cielo la rueda de cuervos y zopilotes, de gavilancillos y auras pelonas. Allá, en el llano, reverberos. Mediodía. (Mañana.)

Ya me voy con mi derrota

Que la noche aquella me falló el volks en algún  barrio del norte, les decía ayer, y que la única luz que columbré a lo lejos fue la de La Reyna Sochil, curados de chilacayote. Afuera, sentados a dos posas y contra el muro los lomos, seis teporochos con los que me trencé en una charla que duró lo que la de a litro que me vi forzado a ofertarles.

– Aquí onde me ve, todo dado a la perdición, yo viví tiempos mejores. Pero la traición de una tirana… ¿Usté no ha sufrido penas de amor?

Que si las he sufrido, pensé. Vivo con ellas, y ellas conmigo. Nací con ellas enquistadas en la enjundia del ánima, y es hora que en ese ardimiento  muero porque no muero. Nallieli…

Suspiré. A lo lejos, el aullar de la ambulancia, que en su desgarro parecía malparir. El pretil de la piquera se erizó de gatos, erizados espinazos en la fragua de una brama espeluznante. De repente, desde la patrulla, el ladrido: “¡Ese del Nión, oríllese pa la orilla!” Dentro del antro el cantor, bordoneando arpegios: Porque esta vida que llevo – si no fuera porque bebo – no la habría de merecer…

Flor de la autocompasión. El catálogo de infortunios remojados en buches del intoxicante inmundo: “Mi jefecita santa, que me dejó solo y mi alma en el mundo”. “Mi chamaco; lo vi morir». “Ella y mis criaturas me salieron a despedir. Al rato, el ciclón. No volví a saber de ellos. Mi gente…” El gemidillo convulso, el sorber de humedad, la fuga de una realidad intolerable para un carácter de jericalla menguado por el licor…

Uno llamó mi atención. Saturado de alcohol permanecía culimpinado, rostro aplastado sobre el piso entre babas, bascas, desechos pestilentes.  “¿Y ese?” Silencio. Bandazos de viento: De qué me sirve la vida… Uno habló: “A ese respétele su dolor y su drama, señor. Ese nos llegó pero que muy tatemado de su alma, y así lo verá desde hace varias semanas. Bien se le adivinan las intenciones de quedar en la suerte,  y lo va a conseguir.

Las tristuras siguieron, y el chupeteo vinoso, y de súbito, el más vencido de los vencidos se removió; de culimpinado, se dejó caer; un temblor, un estremecimiento; la mano, trémula, rastreaba el pomo. Yo, en susurro: “¿Traición amorosa, tal vez?” Gimoteó, baba y mocos. ¿Qué tragedia lo arrastró hasta el averno del licor? ¿Esa sota moza que amamos tantito más que a nosotros mismos,  que de un día para otro se nos fue de este mundo para nunca más, y ahí terminó la existencia para nosotros? Nallieli…

– ¿Traición amorosa? No mame. (Sollamando con su aliento mi oreja el ebrio me susurró retazos del drama descomunal. Yo, oyéndolo, me estremecí. Asco, humana compasión.) “Querría pagarle otra de a litro, pobrín”, dije.

– Ese es su drama, y en cosa de días ya nos alcanzó a los que hemos invertido media vida en el pomo, y nos dejó atrás. Ese no llega lejos. Y cómo, si anda toreando a la muerte y buscando que se lo coja en los cuernos. Mejor se aventara al metro,  pero cada quién su muerte. ¿Se pone con otro chupe, señor?

Me azozobré. El redrojo se había venido en sollozos mal amansados. Algo intentó decir, pero se lo taponó el vómito, y para mí fue bastante; me retiré. Que los muertos entierren a sus viciosos. Mis valedores: del suicida qué será a estas horas, si viva o logró su intento, a saber. ¿Su drama?  No que lo echaran del PAN, no que en la conciencia cargara 100 mi cadáveres ni que por su culpa regresara a Los Pinos en PRI. No, sino que…

– Pinch’s… alumnos… Que  yo ni un… pie en Harvard… ¡agh!

Y ándenle, el vómito.  (Pobrín.)

Entre botellas

Esta vez los vencidos de la vida, esos redrojos humanos que, débiles de carácter y perdida la brega contra un sañudo destino que los superó en redaños, han bajado la guardia y se entregan de lleno al licor, a la vida arrastrada, a la muerte lenta y la perdición. Drogadictos, alcohólicos, espantajos humanos. ¿Alguno de ustedes habrá observado a semejantes bagazos, cascajos, cáscaras basurientas que se arremolinan al amor, al olor, a la pestilencia de la piquera? Son los gorkianos ex-hombres, los humillados y ofendidos de Dostoievski, las almas muertas de Gogol. Son los destinos trágicos de que habla Coccioli. Los viciosos.

Con varios de ellos me topé un día de estos en el callejón de barrio bajo, en los intestinos de un remoto arrabal, a esa hora de entre dos luces en que la tarde, acosada por la jauría de farolas y esquilas, huye en volandas con la noche amenazándola de desfloración. Del taller de lectura norteño regresaba hacia el sur cuando en eso, de súbito, el cremita me la empezó a hacer de fumarola. Tres explosiones falsas como promesa de Calderón, peste a quemado como familia de Calderón, el vehículo detenido como sexenio de Calderón, con un motor más muerto que esperanzas en Calderón. Bajé del volks  y procedí a levantar trompa y trasera (del susodicho). Pero nada; sistema de encendido y carburación, cuatrapeados, como el difunto político Calderón.

Náufrago de las cuatro esquinas, detrás de algún valimiento mandé ansiosas miradas hacia callejas y callejones: cuál de los cuatro será el mejor. Elegí el menos lóbrego, y vino a encontrarme, en retazos, la barriobajera tonada que se engrifa de amores y desencuentros, ausencias y soterrados dolorimientos que el alcohol despelleja: Porque esta vida que llevo – si no fuera porque bebo – no la habría de merecer…

Pian pianito, al amor de la trova que se machihembra al bandazo de viento, me fui acercando al charco amarillo que se cuajaba  al pie del farol, charco de luz legañosa. Detrás, en la semipenumbra, vetustez y abandono, La reyna Sochil, curados de apio y chilacayote. Aquí y allá, manos anónimas, los consabidos grafitos. «Pipo estuvo aquí». «La Lola ya». ‘Puto yo». (Válgame). Adentro de la piquera, la tonada que reblandecía corazones en salmuera vinosa: La derrota de mi pobre corazón…

Por aquí quién va a a entender de explosiones falsas, pensé al dar un paso, dos, tres. Pisé una cáscara de melón. “¡Ora, guey!”, rezongó la cáscara, que resultó ser no melón, sino mano. Levanté el botín (de orejeta, no de los botines que en abyecta impunidad, culpa nuestra,  se han levantado los Salinas y Cía.)

– Perdón -dije.

– No hay fijón si se copera pal pomo.

Los distinguí: en la banqueta, regados al amor del tufo aguardentoso, aquel tenderete de humanos desechos, deshechos como desechos humanos después de la digestión. Uno yacía en posición fetal, otro más se enroscaba, se erguía aquél sobre el eje de la cintura; chasqueaban todos unos belfos en rescoldo, sollamados de sed. “Un pomo, ¿sí?”

Teporochos. Cuatro, seis, sin contar los perracos y el par de ratas jariosas que, apalancándose en uno de mis botines, se afanaba en la bíblica maniobra de reproducirse y poblar la tierra (como si para ratas no nos bastasen  la Gordillo, los Fox, los Montiel). Uno de los redrojos aventó aquel gargajo:

– ¡Aguas, el esputo!

– Aunque sea, conque mande por el pomo.

Por el pomo mandé, y qué modo de aflorar y desflorar, al amor vinoso, penas y lloros, quebrantos y duelos y demás penurias de la vida arrastrada. (Sigo mañana.)

A los jugueteros de mi país

Ustedes se quejan de la competencia china. Yo me quejo de ustedes, culpables de un acto fallido y un romance frustrado, porque al intento aquel de lograr los favores de una sota moza se lo llevó el tren (uno de juguete, regalo de navidad, orgullosamente hecho en México. «Y lo echo en mexico esta biéN echo»).

Al pie de un árbol cuajado de luces vi a mi sobrino desenvolviendo su tren y a la madrecita soltera, prima mía, sonriéndome. «Doy el alegrón al hijito, me lo agradece su mamacita, y una vez que nos atasquemos de muslos (del pavo), los muslos nuestros a la camita». Fantasías de solitario incestuoso, y sí:

A su hora el chamaco le desbarató el moño al regalo y sacó aquella preciosidad de juguete que parecía la pura verdad. El alegrón del sobrino, y a armarlo. Yo aquella emoción, la expectación aquella, la ansiedad por mirar la locomotora pita, pita y caminando, y llamar a la prima, mostrarle el juguete (el de corriente eléctrica) y enchufarla (la vía del tren). Pues sí, pero a la hora del enchufe…

¿Cómo enchufar un tren nacional,  si este tramo de vía  tenía por donde, con qué y toda la disposición de unirse al siguiente, pero el siguiente carecía de orificio por dónde? En el otro extremo se le erguía un gancho de este grosor, pero trozado  por la mitad, que hagan de cuenta circuncisión fallida. Sólo dos, tres tramos se dejaron enchufar, y esto a la viva fuerza, que aquello resultó violación. Ah, los juguetes aborígenes…

– Tío, ¿si lo intentamos con los vagones?

Apareamiento imposible. Traté con uno, con dos, con todos. Tomé este y lo coloqué de ladito, pero de enchufarse, cómo, por dónde. Lo coloqué boca arriba y le abrí las ruedas. Nada. ¿Por atrás? Agujero oxidado por falta de uso. Primero se acható el gancho que abrirse el hoyo. Tenso, el sobrino:  “Con paciencia y salivita, tío”.

Me pegué el enchufe a la boca. La saliva se me pintó de arcoiris y agarró un saborcillo a hojalata oxidada, pintura reblandecida y bilis desparramada. “¡Alicatas, martillo, échatelos para acá!”

– Así menos. Mejor fueras a reclamar a los jugueteros que se transaron al niño Dios.

– ¿Reclamar? ¿A quién, ante quién?

Con las alicatas empecé a jurgunear rieles y vagones de tren, pero nada. Comencé a resollar recio, a jadear, a pujar. El sobrino: “¡Ma, ven a verlo, ya está echando humo!”

– ¿Humo, m¨hijo? ¿Pues qué no es diesel?

– El del humo es mi tío. Por las orejas, míralo.

– ¡Bigotón, cierra esa boca!

Ahí, sobre la alfombra, el desastre. Se acuclilló la prima. Dentro de la minifalda su  provocativa postura dejaba adivinar el, la, los, las, unos, unas… Yo, viéndola de ganchete, comencé a sacudirlo (el juguete), las manos acalambradas. Sentí que ojos y boca se me torcían, los tomates chispándose.

– ¡Rápido, que se electrocuta!

La prima corto la corriente y observó la catástrofe:  “¡Virgen de Zapopan, qué desastre de ferrocarril! ¡Pero si no parece sino que por aquí acaba de pasar Zedillo el bracero.

Señores jugueteros de mi país: ahí terminó la aventura con la prima y el juguetito. Ya de vuelta a mi camastro y a mi soledad reflexioné en la frustrante experiencia con los juguetes producidos en México. Hoy, víctimas de la competencia china, ustedes chillan,  rabian, reniegan y se la jalan, su greña, porque juran andar en el filo de la quiebra, la ruina, el cierre de sus empresas.

Trágico, sí, ¿pero qué hay de los tiempos aquellos en que una industria sobrona y sin competencia como la de ustedes  nos vendía trenecitos chatarra?  (Acuérdense.)

México adolescente

Lo dije en la radio y lo digo ante ustedes: el 2012 fue un año más en el calendario y uno menos en nuestra vida temporal. Se nos fueron año y sexenio, y vale aquí el consejo de  arrieros: de vez en cuando aprovecha hacer un alto en la marcha, volver atrás la mirada y calcular por lo andado lo que nos falta por caminar. Y a propósito:

¿Para nosotros, en lo individual, cómo fue el 2012? ¿Y el difunto sexenio para nuestra economía familiar? ¿Se notó algún cambio en nuestro país? ¿Positivo, negativo? ¿Seguimos igual o peor? ¿Avanzamos, retrocedimos en cuanto individuos, comunidad, país? ¿Algún provecho obtuvimos en el sexenio del Verbo Encarnado?  ¿Qué provecho obtuvimos con el difunto político que ahora tantea las posibilidades de seguir entre nosotros o refugiarse en algún otro país? ¿Se mantiene en nosotros ese fenómeno de pensamiento mágico, de lo real maravilloso que nos mantiene esa irracional esperanza en el nuevo santón, esa terca esperanza que nos pone en evidencia como inmaduros o adolescentes en asuntos políticos? ¿Esperanzas de qué, esperanzas en dónde, esperanzas por qué? ¿En quién vamos a confiar esta vez? ¿En quién delegamos una tarea que sólo a nosotros atañe? Ah, esa esperanza inútil, esas ganas de creer, ese pensamiento mágico, semejante universo de lo real maravilloso donde se ubica una perpetua adolescencia.  Ah, este México adolescente…

Porque así es, mis valedores: comienza un nuevo año, y con toda su fuerza retoñan los yerbajos de lo real maravilloso y la superstición. Es este el tiempo que vive el pobre de espíritu, tiempo que mantiene encendida la flama de la desatinada esperanza en unas fuerzas sobrenaturales que le van a cumplir todas las metas inalcanzables para las propias fuerzas. Y vengan los tiempos de la magia, el milagro, el encantamiento, lo sobrenatural…

En torno a tales patrañas: todas las religiones naturales, afirma el estudioso, surgen del asombro ante fenómenos inexplicables, del terror a los males y del deseo de bienes que no se pueden adquirir por las propias fuerzas. De todo esto proviene la ilusión que nos hace aceptar la existencia de entes que nos liberan del miedo y satisfacen nuestros anhelos. El hombre inquiere forzosamente los fenómenos que afectan a su propio yo y a sus iguales. La muerte, las enfermedades, el amor, la fortuna y la vida son los factores principales de esa atención.

Es así como al inicio de año y sexenio vivimos el tiempo contradictorio de la frustración y la expectativa del prodigio que para nosotros habrá de producir «nuestro» nuevo santón, y es así como hoy mismo andamos como esas víctimas de los cazadores en la entraña del bosque: lampareados por efecto de atolondramientos y temores subjetivos, esperanzados en factores externos porque, tercos adolescentes, no confiamos en nosotros mismos.

Y lógico en el pobre de espíritu: a recurrir a «las fuerza ocultas»  del amuleto y el talismán, el sortilegio y el horóscopo, la piedra imán, los unguentos mágicos y la invocación a las fuerzas zodiacales, y a arrimarnos a la advocación del zahorí y el agorero, del arúspice y el falso adivino, y el chamán y demás vividores. Y que nosotros te  retiramos la salación y te damos las buenas vibras, pero acude a alguno de nuestros establecimientos, donde te vamos a proporcionar la sanación. Para de sufrir.

Ah, cáfila de embusteros. Ah, la manipulación de las «brujas blancas» que así violan el Código penal. Ah, el candor de las víctimas, adolescentes irredentas. Ah, México. (Nuestro país.)

¡Pare de sufrir!

Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar -que es el morir…

Y esos ríos que son nuestras vidas ya arrastraron en su corriente toda la hojarasca y  las basurillas que generaron las festividades de Navidad y Año Nuevo. Ahora mismo, mis valedores, estrenamos el año que viene a ocupar el sitio del año anterior,  uno menos en la cuenta regresiva de nuestra vida, y qué hacer, si no vivir el tiempo que nos queda de vida. A toda sangre, a todo pulmón, a redaños y espíritu. Vive, a cada rato nos exhorta la muerte. ¡Vive!

Y ustedes, mis valedores,  ¿cómo vivieron las fiestas decembrinas? Porque para la grey católica, la inmensa mayoría de mexicanos, el rito de la Natividad de Jesús tuvo que ser, de acuerdo a la fe y las creencias de semejantes católicos,  una celebración encuadrada en el fervor de la liturgia religiosa, que de otra manera tales católicos  no habrán pasado de ser unos Tartufos que convirtieron la llegada del Cristo en la fiesta pagana de las saturnales romanas, una  ocasión a modo para beber y engullir hasta límites del desarreglo estomacal. Porque somos o no somos. Somos o sólo lo parecemos. Somos de esencia o de apariencia tan sólo, de fondo o de forma únicamente. ¿Somos? ¿Sí..?

Navidad y Año Nuevo, noches a la medida para empantanarse de alcohol y embrutecer el espíritu. Días en que se afianzó y extendió entre los jóvenes el hábito del alcoholismo, esa enfermedad de la que el paciente no está consciente o no quiere estarlo. Y es que entre nosotros cualquier celebración cívica, familiar, cultural o de índole religiosa resulta un buen pretexto para acudir al licor. El bautizo, la primera comunión, los 15 años, el día onomástico, el rapto de la novia, el casorio, el velorio, en fin, y a la lista hay que agregar la Feria Internacional del Caballo, la de San Marcos, el Cervantino, Navidad y Año Nuevo, la noche del Grito y el Día de las Madres,  la fiesta del santo patrono con su estruendo de pólvora y sus cataratas de licor. Tales fiestas se han convertido en borracheras descomunales en las que anfitriones e invitados recorren la ruta del intoxicante en todas sus variedades: whisky, pulque, tequila, mezcal, vodka, ginebra, cerveza.  ¡Y salú!

Pero al licor se empalma un achaque más, al tamaño de los pobres de espíritu: la subcultura de la superstición, de la superchería y la engañifa que en los días de crisis y en los del fin de año medra con la debilidad de esos encanijados  espíritus. Es en el principio de año y en la persistencia de la crisis recurrente cuando florece la industria de charlatanes, brujas y brujos, augures, zahoríes y el falso adivino, los embusteros del arcano y los arúspices de la irracionalidad. Es entonces cuando se vive  la época de oro de pícaros de la engañifa y el fraude que se ensañan en  cándidos e ignorantes, tan  escasos de bienes como blandos de espíritu. Salud, suerte, dinero y amor con tan sólo depositar la esperanza irracional y las escasas monedas  en el vividor, y entonces:  préndete aquí este amuleto, y cuélgate allá  el talismán, y ejecuta este ritual  y compra (¡en mi establecimiento!) la mágica vela, el aceite milagroso, la piedra imán. Con mis poderes astrales todo el zodíaco te va a ser propicio. ¡Pare de sufrir! Ah, cándidos…

Esas infinitas ganas de creer. A lo irracional, pero creer en alguien más allá de tramposos santones de la política, la economía  y la religión que los han venido defraudando sañuda y metódicamente. Delegar en brujos más confiables que los tales.. (Sigo después.)

El disfraz, la careta, la máscara

Aquí sigue el recado que envío a un cierto funcionario público de apellido Olivo, Oliva u Olivos, titular de una agónica Función Pública ahora disfrazada de instancia anticorrupción. ¡En un régimen de signo priísta!

La nota del matutino, funcionario Olivos, me trajo de golpe mis iniciales años escolares: “Admite Ebrard malas condiciones en mil 200 sanitarios de escuelas». ¿La relación con mis años de escuela? Allá voy.

Entre los tipos pintorescos que no faltan en cualquier población deambulaba en mi Jalpa Mineral un individuo de aspecto común y ocupaciones múltiples, que lo mismo mirábamos  de cargador que de mandadero y gritón al servicio del vecindario. Con su bocina de victrola:

«¡Atencióóón! ¡Se notifica que se extravió una mula propiedad de don Pantaleón Lozano! ¡Se gratificará a quien dé razón…»

En el palacio municipal habían instalado un excusado descomunal, de aquellos de caja y tabla de tres agujeros, para servicio del personal de la presidencia y la muchachada escolar. Fue ahí, licenciado Olivos, donde se originó el incidente que se encuevó  en mi mente y que no hay orden de desahucio que lo pueda desalojar. Ahora retoña por cuestión de sanitarios escolares en mal estado y el nombramiento de usted como titular de la instancia (¡priísta!) anti-corrupción.

Ocurrió que el excusado llegó a su capacidad máxima y empezó a derramarse. La presidencia convocó a diversos artesanos, pero la maniobra les pareció riesgosa y ninguno aceptó la encomienda. Pero el tiempo pasaba, pasaba la gente al lugar excusado y el problema rebasaba todos los cálculos. El hedor, ya intolerable.

Fue ahí donde el insignificante individuo  aceptó la encomienda de vaciar el depósito inmundo.  ¿Va usted captando la idea, señor licenciado encargado de la anticorrupción… ¡priísta!?

Fue cierta mañana, el sol alto, cuando los gendarmes se aparecieron con una carretilla que detuvieron a medio patio de la presidencia y se aplicaron a arrojar cubetadas de agua sobre el bulto informe depositado en la carretilla.

Asqueroso: los chorros de agua bañaban el esperpento aquel, todo de podre  hasta los pies forrado, que desparramaba un espeso hedor y al que lavaban para el funeral después de ahogado en la inmundicia.  No, si manipular excusados no es tan sencillo, señor Olivos…

Pero milagros de una férrea voluntad de sobrevivir a retretes rebosantes de lodo biológico: el individuo sobrevivió,  y al poco tiempo se fue del pueblo dejando tras sí sólo el hedor a boñiga en la presidencia donde unos atónitos payos nos cubríamos la nariz. Señor Olivo(s):

Ya lo pusieron al frente de un organismo que vagamente va a encargarse de sancionar conductas ilícitas de saqueadores que se enriquecieron en el ejercicio de su gestión como servidores públicos. ¿Está usted dispuesto a limpiar los depósitos de heces que colmó tanto saqueador que ahora deja el poder? Ahí nomás, en Tabasco, como ocurre también en Coahuila y en muchas más entidades federativas, antes de huir a su finca de  Miami Andrés Granier dejó atrás un excusado rebosante y pestífero. ¿Va usted a atreverse, señor? ¿Irá a vaciar el depósito y a cambiar a Granier de su gringa residencia a alguna celda de El Altiplano, o seguirá el oficio de alcahuete que ejercieron los titulares de la agónica Función Pública, especialmente el susodicho Salvador Vega? Claro, sí, su actuación como alcahuete de sinverguenzas lo trepó hasta el  Congreso. ¿Son esas las miras de usted?

Es cuanto, y vale. Es el PRI. Es México. (Es este país.)

¡Contra la pública corrupción!

Así que el gobierno priísta se dispone a combatir la corrupción lucrativa e impune de los servidores públicos. Nada menos que ese PRI que en sus anteriores 71 años de existencia se la pasó practicando toda suerte de corruptelas, al grado de que cada sexenio, a decir de  Emilio Portes Gil, uno de sus jerarcas, arrojó comaladas de millonarios. Y ahora el lobo con piel de etc. se nos presenta como el apóstol de la honradez y la honestidad públicas. ¿Qué dice la historia, a propósito? A las masas sociales ya nos tomaron la medida…

Hablando de ese Tricolor que se nos presenta con ropón de virtud va aquí un atento recado a un cierto licenciado o algo por el estilo acerca de cuyo nombre, profesión y filiación política los «medios» aún no se ponen de acuerdo:

Señor licenciado Julián Alfonso Olivo, Olivos u Olivas, titular de un proyecto de  dependencia gubernamental que ya desde ahora algunos nombran «Atención ciudadana» y otros «Normatividad ciudadana» o algo parecido, y que en fecha aún no determinada habrá de suplir a esa alcahueta de corruptos que fue la hoy agónica  Sec. de la Función Pública, que regentearon titulares de la alzada de Salvador Vega Casillas y Rafael Morgan Ríos.  Es México.

Señor Olivo, Olivos u Olivas, que para el caso es lo mismo:

Mi recado comienza con un episodio estrictamente familiar, pero cuya moraleja pudiese serle útil en esa encomienda gubernamental no por ambigua e imprecisa menos trascendental para la buena marcha de este país de corruptos. De contexto una referencia al edificio que fungió como recinto escolar donde cursé mis primeros estudios: la presidencia municipal, escenario del suceso de marras.

“Fue mi libro de texto un amor escolar”, rememora el poeta de la niña aquella que tenía en las manos “el aroma de un lápiz acabado de tajar”. En su añoranza se advierte un dejo de tristura por el tiempo que se fue para nunca más. Ella, ¿dónde estará? ¿Vive o muere a estas horas? Y aquel regusto a nostalgia…

El poeta habló del aroma; yo, de la fetidez, porque mi libro de texto escolar fue la pestilencia de un lugar excusado ubicado a la vera de la cárcel, que recuerdo con su reja de este grosor, miren, corazón de mezquite, lo único que tenía de corazón, y que a la entrada lo advertía en letras de molde: “Horror al crimen”. Horror…

Pero un momento, señor de los Olivos, no pensar mal. La cárcel se alzaba en un rincón del palacio municipal de mi Jalpa zacatecana  y es sólo un punto de referencia y el escenario del episodio que a usted pudiese resultar de provecho.

Saliendo de la cárcel (por dinero o por influencias), a mano izquierda se extendía un corredor atestado de mesa-bancos, donde docenas de cabeza-duras intentábamos entender quién, cómo y por qué determinó que dos y dos fueran cuatro, si es que viene a resultar que lo son. Ahí, entre sofocos de geografía y matemáticas presencié algunas veces el arribo de víctimas y asesinos, aquellas envueltas en un petate y éstos  liados con sogas, y al calabozo.

“Horror al crimen”. Conocí entonces el rostro del matón y, amarga la boca, las bocas abiertas a lo bestial con una chaveta cachicuerno en una carne ahora  ya rígida; yo, el muchachejo que araña la adolescencia con su sensibilidad a flor de espanto. Lóbrego.

¿Que a qué viene todo eso, preguntará usted, señor tal vez  licenciado y quizá  Olivo, Olivos u Olivas? Porque ya en el remate de la gestión de Marcelo Ebrard Casaubón -seguridad en su nombre, si no en su ideología política… (Esto sigue después.)

Apócrifo

Los abajo firmantes manifestamos a la opinión pública nuestra indignación por la flagrante injusticia de la mayoría perredista en la Asamblea Legislativa que creó unas leyes a modo para dejar en libertad a los protagonistas de los actos vandálicos del pasado uno de diciembre en esta ciudad capital. Inconcebible en un estado de derecho.

A estas horas disfrutan de una mal habida libertad no únicamente los 69 alborotadores a quienes de forma sospechosa abrieron las puertas del reclusorio «por falta de pruebas», sino que con las reformas de ley aprobadas por  la aplanadora del PRD, también abandonaron el reclusorio los 14 vándalos que aterrorizaron una ciudad a la que tomaron de rehén. ¿Inocentes? Nosotros los vimos en la televisión mientras arrojaban huevos contra las cámaras y agredían a los camarógrafos y reporteros de los «medios». ¡Nosotros los vimos arrojar bombas molotov contra los comercios y romper los cristales en los establecimientos comerciales! ¡Hay policías lesionados, hay víctimas con heridas, contusiones y quemaduras a resultas de acciones vandálicas de esos sujetos que se hicieron acreedores hasta a 30 y 40 años de prisión y que hoy, ya en libertad, tal vez se alistan para cometer sus próximos actos vandálicos.

¿Y si los tales resultaron ser inocentes, dónde están los vándalos que todos vimos en la televisión cometiendo actos de vandalismo en esta ciudad?

No es posible. ¡Esto no puede ser posible en un estado de derecho como es el nuestro! Por este medio alzamos nuestra voz y al unísono protestamos ante semejante atentado contra la recta administración de la Justicia en la que de instrumentos de la ilegalidad advertimos la mano de un Miguel Angel Mancera al que vemos cambiado desde que era candidato hasta lo que es el día de hoy. Malos tiempos se avizoran para los capitalinos.

Advertimos también la intromisión del mesías tropical y sus huestes delirantes, que se disponen a irrumpir en el panorama político con su grupo de violentos al que han enjaretado el alias de «Morena«. Nosotros, en la medida de nuestras fuerzas, nos encargaremos de obstaculizar las acciones violentas de López Obrador y su fuerza de choque encuadrada en una «Morena» que pretende alcanzar el status de partido político.

Por este medio hoy  nos unimos a la gallarda protesta de esa pléyade de verdaderos periodistas que desde la industria del periodismo han utilizado cámaras de televisión y micrófonos de la radio para día con día, desde el primer noticiario hasta el que cierra la transmisión, censurar en todos los tonos esa artera  maniobra de los asambleístas amarillos que así torcieron la ley y la violentaron para que una cáfila de vándalos eludiera la acción de la Justicia.  Una y otra vez, ávidos de Justicia, los comentaristas de los «medios» protestan de forma enérgica, visceral y reiterativa, por la burla de que hemos sido víctimas los mexicanos. ¡Cuánto nos estimulan los vehementes clamores  de Justicia de esos señores comentaristas!

A tales comentaristas de los «medios»: damos gracias a ustedes, voceros de nuestra indignación porque se tuerce la ley y no se aplica la Justicia. Gracias a ustedes, que a base de opiniones exaltadas y viscerales exigen cada día que los  jóvenes «anarquistas» sean encerrados en una celda del reclusorio durante 30 años.  ¡Aplicar la ley, caiga quien caiga, o nuestro estado de derecho es una mera ficción! Vale.

Familias Salinas, Montiel, Fox, Gordillo, Bribiesca, Sahagún, Romero Deschamps, Calderón. (Siguen firmas. Muchísimas. México.)

¿Voto minoritario?

Lo que se esperaba, mis valedores, lo que se temía se ha consumado. Enrique Peña gobierna el país y se espera y se teme que lo gobierne hasta el 2018. Como ocurre en algunas versiones de la democracia liberal, las mayorías se impusieron, y las minorías no tienen más recurso que resignarse. ¿O qué, resistencia civil?

Pero a ver, un momento: ¿fue la mayoría de votos la que lleva a  Peña Nieto al poder? Los 15 millones de papeletas del triunfador rebasan las que cosecharon Vázquez Mota y López Obrador? Por cuanto al voto duro, el voto cautivo, el voto corporativo que llevó al priísta a Los Pinos, ese fue el de campesinos,  obreros y organizaciones populares, que es decir el de los mexicanos menos favorecidos por la economía y la educación. Este es el sufragio corporativo, base y estructura de todo sistema fascista como los que florecieron en la Europa de entreguerras, de 1918 a 1939. También regresa el Tricolor al gobierno gracias al voto inducido desde los medios de condicionamiento de masas. Mis valedores:

Peña es el presidente del país. El PRI del autoritarismo y la corrupción delirante retorna a Los Pinos. Hoy todos los medios impresos y electrónicos se empalagan en loas a «nuestra democracia».  ¿Que resta a unas minorías que,  bien contado su número, resultan ser mayorías? ¿Acaso la propuesta de López Obrador, candidato perdidoso por segunda vez, que como respuesta al dictamen del TRIFE, Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, propone la desobediencia civil? Pero lo advierte la teoría política: ninguna estrategia como la del boicot, la movilización de masas o la desobediencia civil rebasarán el nivel de lo espontáneo  (efímero) si no tienen como cimientos la fuerza de unas masas organizadas a la manera de los comités autogestionarios en donde cabe como forma de lucha la desobediencia civil. ¿Pero en qué consiste semejante estrategia?

Desobediencia civil. Antecedente remoto se ubica en el mito de Antígona, hija de Edipo, al que sirvió de guía cuando él se arrancó los ojos, y que más tarde ejerció la piedad con su hermano Polinice hasta el grado extremo de perder la vida.

Antígona, trágico personaje de la mitología griega, es la protagonista de una de ocho tragedias que sobrevienen de las tantas que escribió Sófocles. Ahí, el rey Creón publica un edicto prohibiendo que se sepulte a Polinice, muerto en el ataque a la ciudad de Tebas. La desobediencia será castigada con la vida. El desobediente será sepultado vivo.

Antes de dar sepultura a su hermano, ante el tirano expone sus argumentos: ante una ley injusta que va en contra de la justicia y a favor de la innoble venganza imperan las leyes eternas que establecen los dioses para impartir verdadera justicia. «Serás sepultada viva», determina Creón. «Cumple con tu deber. Yo he de cumplir con el mío», le responde Antígona.

La hija de Edipo no había sido educada, como los héroes,  para las hazañas heroicas. Antígona cumplió un deber de conciencia. Ejerció la desobediencia civil,  y eso la eleva por sobre todos los héroes.

¿En qué consiste esta forma de lucha contra un injusto  Sistema de poder? De entre las muchas definiciones: «Desobediencia civil: cualquier acto o proceso de oposición pública a una ley o una política adoptada por un gobierno establecido, cuando se tiene conciencia de que sus actos son ilegales o de discutible legalidad, y es llevada a cabo y mantenida para conseguir unos fines sociales concretos». Sin más.

«Democracia»,   resistencia civil, México.  (Vale.)