México adolescente

Lo dije en la radio y lo digo ante ustedes: el 2012 fue un año más en el calendario y uno menos en nuestra vida temporal. Se nos fueron año y sexenio, y vale aquí el consejo de  arrieros: de vez en cuando aprovecha hacer un alto en la marcha, volver atrás la mirada y calcular por lo andado lo que nos falta por caminar. Y a propósito:

¿Para nosotros, en lo individual, cómo fue el 2012? ¿Y el difunto sexenio para nuestra economía familiar? ¿Se notó algún cambio en nuestro país? ¿Positivo, negativo? ¿Seguimos igual o peor? ¿Avanzamos, retrocedimos en cuanto individuos, comunidad, país? ¿Algún provecho obtuvimos en el sexenio del Verbo Encarnado?  ¿Qué provecho obtuvimos con el difunto político que ahora tantea las posibilidades de seguir entre nosotros o refugiarse en algún otro país? ¿Se mantiene en nosotros ese fenómeno de pensamiento mágico, de lo real maravilloso que nos mantiene esa irracional esperanza en el nuevo santón, esa terca esperanza que nos pone en evidencia como inmaduros o adolescentes en asuntos políticos? ¿Esperanzas de qué, esperanzas en dónde, esperanzas por qué? ¿En quién vamos a confiar esta vez? ¿En quién delegamos una tarea que sólo a nosotros atañe? Ah, esa esperanza inútil, esas ganas de creer, ese pensamiento mágico, semejante universo de lo real maravilloso donde se ubica una perpetua adolescencia.  Ah, este México adolescente…

Porque así es, mis valedores: comienza un nuevo año, y con toda su fuerza retoñan los yerbajos de lo real maravilloso y la superstición. Es este el tiempo que vive el pobre de espíritu, tiempo que mantiene encendida la flama de la desatinada esperanza en unas fuerzas sobrenaturales que le van a cumplir todas las metas inalcanzables para las propias fuerzas. Y vengan los tiempos de la magia, el milagro, el encantamiento, lo sobrenatural…

En torno a tales patrañas: todas las religiones naturales, afirma el estudioso, surgen del asombro ante fenómenos inexplicables, del terror a los males y del deseo de bienes que no se pueden adquirir por las propias fuerzas. De todo esto proviene la ilusión que nos hace aceptar la existencia de entes que nos liberan del miedo y satisfacen nuestros anhelos. El hombre inquiere forzosamente los fenómenos que afectan a su propio yo y a sus iguales. La muerte, las enfermedades, el amor, la fortuna y la vida son los factores principales de esa atención.

Es así como al inicio de año y sexenio vivimos el tiempo contradictorio de la frustración y la expectativa del prodigio que para nosotros habrá de producir «nuestro» nuevo santón, y es así como hoy mismo andamos como esas víctimas de los cazadores en la entraña del bosque: lampareados por efecto de atolondramientos y temores subjetivos, esperanzados en factores externos porque, tercos adolescentes, no confiamos en nosotros mismos.

Y lógico en el pobre de espíritu: a recurrir a «las fuerza ocultas»  del amuleto y el talismán, el sortilegio y el horóscopo, la piedra imán, los unguentos mágicos y la invocación a las fuerzas zodiacales, y a arrimarnos a la advocación del zahorí y el agorero, del arúspice y el falso adivino, y el chamán y demás vividores. Y que nosotros te  retiramos la salación y te damos las buenas vibras, pero acude a alguno de nuestros establecimientos, donde te vamos a proporcionar la sanación. Para de sufrir.

Ah, cáfila de embusteros. Ah, la manipulación de las «brujas blancas» que así violan el Código penal. Ah, el candor de las víctimas, adolescentes irredentas. Ah, México. (Nuestro país.)

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