Los mexicanos tienen que estar preparados para administrar la abundancia.
Tal afirmó en el sexenio de López Portillo, y a nombre de él, un cierto priísta Rubirosa Wade, y lo que tantos temíamos: no se extinguía el eco de la promesa cuando ahí nomás, ominosa, en la economía petrolizada se reciclaba una más de las tantas crisis que a lo recurrente padece la economía familiar. Y hablando de la abundancia, lo afirmó en su momento el actual presidente de Estados Unidos Barack Obama:
La clase media será prioridad. Para rescatarla aplicaré de inmediato el plan adecuado.
Algo semejante a lo que afirmó Fox en llegando a Los Pinos:
– Nuestra clase media se está cayendo a pedazos, pero yo trabajo fuerte para extenderla y construirle un futuro mejor para las siguientes generaciones.
Yo por aquel entonces relaté aquí mismo cierto incidente que me mostró con más elocuencia que cualquier análisis de economista la depreciación que mal soportaban las clases medias de este país. Pero sucede que en el sexenio del Verbo Encarnado las clases medias ya no se cae a pedazos. Hoy mismo nuestro país se afana en plena tarea de administrar su abundancia, según el martes pasado lo comunicó a todo México Ernesto Cordero, titular de Hacienda ante una tandada de patroncitos de la COPARMEX congregados en el auditorio de la Univ. Autónoma de San Luis Potosí. Sus palabras:
– México dejó de ser un país pobre. Ahora se considera un país de clase media alta. No somos un país de desarrollo bajo, sino de desarrollo humano medio. México es ya un país de renta media que viene a consolidar clases medias como hace tiempo no se lograba.
¿Esa explosiva revelación del Cordero, mis valedores, habrá tornado obsoleto el incidente que hace algunos años me aconteció con un cierto representante de las clases medias de mi país? Aquí, para el juicio de ustedes, el incidente de marras.
Fue aquel domingo a media mañana. El doctor Pérez Y Hernández (como los políticos mediocres, el profesionista más fácilmente perdona una mentada de madre que su apellido de madre se omita) me invitó a comer.
– Pero como Dios manda, no a lo que da el pago de sus fabulillas. Trépese.
A su volks rojo. “Directamente a las patas, mi valedor. Patas de mula, ¿le gustan los mariscos? No, y más antes eran todavía mejor para el organismo. ¿Le gustan?”
Se me hizo agua, me refiero a la boca. El doctor de los dos apellidos:
– Conozco un restaurante en Toluca donde mmm, una gloria de camarones.
Y a la gloria nos fuimos; la de los mariscos. Dizque por su virtud tonificante no estoy seguro si del cerebelo, el apéndice o no sé qué clase de bulbo, ha de ser el raquídeo. Ya en la carretera (carretera libre, para evitar el peaje) por boca del doctorcito se expresaron las clases medias de mi país:
– Mire nomás qué chulada de arboledas. De ensueño, ¿no? Lindo mi México, se lo digo yo, que todavía en pasados sexenios no perdonaba mi viaje semestral a las Europas, nomás gastando divisas a lo pendejo. ¿Sabe que aquí donde me ve yo he andado desde Sumatra hasta La Sutra?
Iba a contestársela, pero me aguanté. Por una pata de mula, a este mula doctor le aguanto cualquier patada. De mula.
– Mire: serranías pachonas de vegetación. Abedules, algarrobos o chicozapotes, sepa la madre. ¿Qué le piden estos bosques a los de Viena? Esos pinos, ¿qué le piden a Los Pinos espurios? Para qué derrochar divisas en Europa, ¿no le parece?
Lo miré de reojo. Me dieron una lástima las clases medias de mi país…
(Esto sigue mañana.)