Digo patria, y entonces…

¿Y esto? ¿Qué es clase de pieza retórica es esta? ¿Qué literatura es esta que invade hoy el espacio de la fabulilla? ¿Poema en prosa, prosa retórica con sus ribetes de filosofía? ¿Simples apuntes personales sin pretensiones de realización artística? ¿Prosista el autor, poeta, filósofo? Su escrito revela un espíritu sensible que, ardido de nostalgia a la evocación de la tierra distante, vuelca y revuelca en la página en blanco la cargazón de sus añoranzas. Mis valedores:

He leído la obra ya traducida, y me parece una expresión valiosa de un escritor sensible y educado en el cogollo de las bellas  artes y letras. Lean ustedes estas reflexiones, ardidas de nostalgia,  que en el autor provocan conceptos tales como pueblo, terruño, patria, lenguaje. La pura almendra de lo humano, pues. Y ese estremecimiento empapado de lejanías…

La identidad del autor y las razones tan a propósito que me llevaron a presentar el escrito, al final. Por lo pronto, el título:  Patria.

“Cuando pienso: Patria –me expreso y me arraigo; el corazón me habla entonces como de una secreta frontera que va de mí hacia los otros, abrazándonos a todos en un pasado más antiguo que nosotros.

Es de ese pasado –cuando pienso: Patria- de donde emerjo para aprisionarlo dentro de mí como un tesoro. Sin cesar me pregunto cómo multiplicar, cómo ensanchar el espacio que comprende.

Cuando pienso: Patria –escucho la guadaña golpear al muro de trigo que forma un todo con la altura celestial. Pero los segadores, que introducen en ese muro la monotonía de los sonidos y la articulación violenta de los gestos: están segando…

Cuando pienso: Patria, busco el sendero que divide los flancos de la montaña como un cable de alta tensión sobre las alturas. Así corre la Patria, abrupta, en cada uno de nosotros. El camino recorre las mismas vertientes, vuelve a los mismos lugares, se convierte en ese gran silencio, que visita noche a noche los pulmones de mi tierra…

Tierra, a ti descendemos, para dilatarse en todo hombre – tierra de nuestras derrotas y nuestras victorias, que asciendes en todos los corazones en un misterio pascual. Tierra, que no cesas de ser una partícula de nuestro tiempo. Ya que conocimos nueva esperanza, vamos atravesando este tiempo en la búsqueda de una tierra nueva.

Y a ti, vieja tierra, fruto del amor de las generaciones, te elevaremos con un amor que sobrepasa al odio…

Cuando escucho diversas lenguas siento crecer las generaciones, aportando cada una un tesoro de su tierra, -cosas antiguas y cosas nuevas. La tierra se vuelve un canal de luces que brillan en los hombres, ríos iguales que corren con agua siempre igual y siempre nueva…”

El resto, en el próximo. Por lo pronto, a manera de señas: el autor nos visita y recorre el país. Su presencia, beatífica para los fieles devotos del Verbo Encarnado,  a mí me parece la befa mayor para el nombre de Patria con  que el autor bautizó sus nostalgias. Su Patria sí, la de ese Juan Pablo II transido de nostalgia que así le trova a su Polonia ausente. ¿Y la patria nuestra, la de todos nosotros, laica hasta antes de Juan Pablo y sus monaguillos, que así befan la banda tricolor? Mis valedores:

Esa sangre reaccionaria,  al recorrer mi Patria, me requema una sangre laica hasta el tuétano. Mal hayan los Tartufos que mientras pespuntean de sangre, muerte y luto una Patria laica hasta ayer, colgándose de los faldones de Norbertos y Onésimos negocian la salvación eterna de un alma impávida ante esta Patria que así desangran. (México.)

Realismo mágico

Ella, la cautivadora, como a Odiseo la sirena del mito, ya ha comenzado a cantarme. A lo lejos. He distinguido el horizonte desde donde me tendía sus redes. Yo, como el héroe, con cera me taponé los oídos. Ella, de carnada me aprontó una imagen no hermosa, pero sí falsamente hermoseada, relujada con primor. Cerrando los ojos la dejé pasar; a ella que a la distancia me sonreía, me camelaba, guiñábame un ojo. A ella, maga Circe que se me ha quedado en la foto. Y no más. Mis valedores…

Miro su vera efigie en la foto de marras, la observo hasta bizquear. Contemplo la imagen de una sirena más bien madura, rostro no bello pero hermoso en lo enérgico de sus rasgos, en la apostura de su continente, en su presencia y en lo que el rostro evidencia del carácter de la mujer: firmeza, audacia, decisión, la pura mesura, la ponderación. Pues sí, pero no, que es mujer casada y, por lo que sé, de firme moral personal y arraigadas creencias religiosas. Como sea, tal parece que anda en agencias de ganarse mi gracia, lo que no ha de lograr. Nunca de los nuncas. Jamás.

Sus artes seductoras me dejaron entrever parte de su currículo, bellamente adornado de cualidades morales como hembra, madre y  compañera de varón. Que ha logrado integrar una muy unida familia; que ambiciosa no es y que, por contras, de muy modesta se precia, y de muy leal en amores y convicciones. La mujer firme de la parábola, según todos los indicios. Pero no.

Pero no, que  mi voluntad nunca va a conquistar porque soy  perro viejo en el oficio de seducir sin ser seducido. “Eso que a mí me dice, señora, pienso entre mí, se lo dice a tantos”, y en lugar de que me le brinde me le blindo y me parapeto frente a las artes de mujer seductora que se exhibe ante  las niñas, ellas tan cándidas, de mis ojos. Al influjo de sus cantos de sirena y hechizos de maga yo, Odiseo de masquiña, hago que me aten al palo mayor y, la cera en los oídos, evito el peligro de caer rendido al hechizo de su reclamo melodioso. Yo, de tenerla enfrente, diría a la señora del largo cabello, mirada firme y ásperos rasgos de rostro:

– Señora mía (de su marido, más bien): bellas cualidades humanas de su persona pregonan sus cortesanos, ¿pero qué tal si aceptándola yo por soberana pega usted soberano cambiazo? ¿Qué si ya al sentirse segura y firme y respirando otros aires (gracias a mí y a tantos más que cayeran al hechizo de sus cantos), aflorase en usted ese pequeño Mr. Hyde que todos llevamos dentro y que, mal que bien, mantenemos encadenado? Porque usted bien conoce que los de allá arriba son aires enrarecidos, que marean y trastornan y absorben el seso, en ocasiones con todo y sexo. Señora:

Le concedo el beneficio de la duda. Supongo que no diese usted ese cambio atroz que me tornase aún más desvalido de lo que ahora estoy. La  percibo mujer de espíritu, que es decir de razón, imaginación, lógica, vida interior, sensibilidad y la suficiente cultura como para no caer en los excesos de la arribista y logrera, valida de la ocasión. Pero  usted ha de perdonar mi suspicacia, que a golpes de desilusión  terminé perdiendo el candor…

Porque, señora, yo le pregunto: ¿se siente usted con la suficiente autocrítica (autocrítica, sobre todo) como para aprender de la historia y atenida a sus enseñanzas evitar alzarse más allá de su propia estatura?  ¿Quién me asegura que usted, ya caída en la tentación del poder y el boato, no va a perder cordura y decoro y convertirse en una segunda edición de la Marta aquella que…

Qué, a quién y por qué le diría lo que falta, el lunes. (Vale.)

Santa simplicidad

El laberinto de Creta, ¿lo conocen ustedes? Y quién no lo ha oído mentar, si es uno de los episodios de la mitología griega que ha logrado llegar al conocimiento público.  Lo conocen ustedes, y aunque algunos no por su nombre, sí por sus efectos en la vida pública de la comunidad. Aquí la síntesis del susodicho laberinto.

Minos, el rey de la Isla, recibe de Poseidón un magnífico toro blanco para que le sea sacrificado. “Pero qué desperdicio”, calcula Minos mirando tan soberbio animal. “Será el mejor semental para mi vacada”, y sacrifica  otro de su rebaño.  Pero, mis valedores, su acción cayó en la conducta de la “hybris”, desmesura, que los dioses castigan con todo rigor, y el castigo que recibió su codicia y desobediencia no pudo ser más despiadado.

Y fue que Poseidón (Neptuno), inspiró en Pasifae, la esposa del infractor, una torva pasión por la bestia,  y acalambrada de pasión, la reina mandó a Dédalo, el ingenioso: “Haz  posible que nos ayuntemos”.

Y qué hacer. Dédalo forja una vaca hueca, dentro de la cual Pasifae logró recibir al toro. ¿Lo sabía Minos, no lo sabía? El mito pasa esto sin ruido, de puntillas. En fin, que  de tanto repetir el acto zoofílico Pasifae fue fecundada y parió una monstruosa criatura dotada de una soberbia testa cornuda, con cuerpo de humano de los hombros hacia abajo. El Minotauro, sí, que se alimentaba de carne humana. Atroz. (Bueno, sí, ¿pero todo eso en que pudiese afectarnos?)

Y ahora cómo mantener encerrados el secreto y la monstruosa criatura. Dédalo, una vez más. “Construye una cárcel”,  le ordena Minos.

Y así nació el laberinto, de fácil entrada pero del que nunca las víctimas podían hallar la salida, y cuyo destino final era el vientre del monstruo, cautivo en él. Parte de la dotación de carne eran doncellas y jóvenes griegos que de tanto en tanto tenía que enviarle Egeo el rey.  Pero esta ya es otra historia.

Pero en medio de su tribulación los pueblos siempre cuentan con ese individuo que ante la necesidad se alza a la altura del héroe. Tal fue Teseo, el hazañoso predestinado que se incluye voluntariamente entre las víctimas, enfrenta al engendro, lo vence, lo mata y sale del laberinto.

¿Salió? ¿Cómo, si era empresa imposible, o casi? Y tan fácil resulta cuando se conoce la solución: un ovillo que  Ariadna, enamorada de Teseo, le proporciona  para que al penetrar en los recovecos lo vaya desenrollando, de modo tal que al dar cuenta del monstruo pueda regresar y encontrarse con la doncella para que juntos… Pero esa es también otra historia. Mis valedores:

De las tantas interpretaciones que para casos diversos encubre el mito hoy me propongo aplicar el símbolo del monstruo y el laberinto a esa política de corto plazo que a tantos trae con el seso sorbido. ¿Pues qué? ¿Seguiremos atenidos a una política cortoplacista que depende no de nosotros, sino del Minotauro? Crítico es por su culpa  el nivel de vida de todos nosotros, y es sólo nuestra la solución, que radica en el ejercicio de pensar, estudiar la historia, observar y analizar la realidad objetiva y autocriticarnos para que seamos nosotros, no esa política de corto plazo que forma parte esencial del Minotauro, quienes trencemos el  hilo de Ariadna que nos libre del Minotauro y nos muestre la salida del laberinto. ¿Pero nosotros (ciegos, tercos) a persistir en el recurso  irracional de “¡exigirle!” al Minotauro, una y otra vez, a lo demencial,  que por amor a nosotros nos muestre la salida y él se quede sin comer? Santa simplicidad. (Regreso.)

¿Católico? Ser o no ser

 

De la superchería hablé a ustedes ayer. Ahora continúo con el tema.

“Combatir la superstición es deber de todo católico. La superstición es la única religión de que son capaces las almas ruines”.

Y algo más advierten a ustedes la sotana y la capa pluvial: “La consulta de horóscopos y la lectura de cartas están prohibidas por la Iglesia Católica”.

Ello, mientras una “bruja blanca” se da vuelo en la radio: “Acuario su tendencia a expresarse con aire autoritario puede provocar que las personas demasiado sensibles no actúen como usted espera que lo hagan”. (¡!)

Superstición y feligresía. Desde la fe, semanario católico: “El pretender conocer el futuro mediante los horóscopos, lo único que se consigue es poner la vida en manos de simples suposiciones. La astrología, creencia antigua planteada en nuestros días como ciencia, no es más que charlatanería. Si fuera científica, si fuera cierta, arrojaría predicciones con cierto grado de precisión, como las ciencias naturales para un mismo signo en un mismo día vemos que no es así”.

Y esta verdad, para que la mediten esos “religiosos” practicantes de una fe meramente milagrera: “Ni siquiera Dios quebranta la libertad, mucho menos lo pueden hacer un planeta o una estrella”.

La “bruja blanca”: Cáncer. La Luna entró en su signo a las 22 horas y eso ha exaltado tu tenacidad en el terreno profesional. (¡Sic!)

Simón Bolívar: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción. Los ignorantes adoptan como realidades lo que son puras ilusiones”.

La Biblia: “No os volváis a los encantadores y a los adivinos; no los consultéis ensuciándonos con ellos. No serás practicante de adivinaciones, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni quien pregunte a pitón ni mágico, ni quien pregunte a los muertos. Es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas”. (Y se dicen católicos.)

¿Una ciencia, la astrología? El científico: “Según ella el sol, la luna, las estrellas y los planetas, pueden influir en lo que sucede en la tierra, pero las propiedades zodiacales de las diversas constelaciones son pura imaginación. Los astrólogos primitivos no sabían nada de Urano, Neptuno o Plutón, que fueron descubiertos cuando se inventó el telescopio.  ¿Su influencia en las tablas astrológicas trazadas siglos antes? Aberrante. Además, ¿por qué debería ser buena o mala la influencia de planetas, cuando ahora  la ciencia sabe que todos son básicamente acumulaciones de rocas o de gases inanimados en viaje por el espacio?”

A propósito: que las monedas de los pobres de espíritu han vuelto archimillonario a un tal  Walter Mercado.

Algunos de ustedes, ¿católicos? ¿Buenos católicos? Porque el cardenal Juan Sandoval alerta a la población sobre la proliferación de grupos que promueven el espiritismo y la astrología y condena magia, idolatría, superstición y  quiromancia, “prácticas que en el católico suponen una aberración y una gran ignorancia religiosa que los lleva a experimentar con la hechicería y la lectura de las cartas, las manos o el café. “La Iglesia Católica rechaza con firmeza toda clase de superstición, idolatría, adivinación y magia”.

El científico: El tiempo del viaje del sol entre las constelaciones como hoy lo ve un observador en la Tierra está atrasado por más de un mes de lo que era hace dos mil años, cuando se trazaron las tablas astrológicas. La astrología no tiene, no puede tener base racional ni científica.

La ciencia. ¿Qué tiene que ver la ciencia con la ignorancia? (¿Qué?)

El charlatán y los pobres de espíritu

Riesgos que en esta ciudad corre el automovilista, mis valedores. Corre mientras avanza a vuelta de rueda. Yo, por ejemplo: alerta al tráfico consabido durante las llamadas “horas pico”, que se inician en la madrugada, continúan a lo largo del día y finalizan allá por las cercanías de la medianoche, de manera simultánea  tengo que avanzar aplicando técnicas de alambrista a lo largo de los nuevos, improvisados callejoncillos trazados por trabajadores del DDF. con obstáculos de plástico rojo, y un achaque más: tengo que aplicar mis cuatro, cinco sentidos, para ir sorteando hoyancos, pozos y zanjones que nacieron como simples baches y que amenazan ahí nomás, a media calle, con las fauces abiertas de par en par, al acecho del conductor descuidado para pegarle la tarascada en la parte más sensible, ahí  donde más va a dolerle, que es en la suspensión de su volks. Macabro.

Ah, pues a tantos peligros acabo de agregar uno más, y ello ocurrió ayer a media mañana.  A tientas oprimía las teclas del aparato en procura de un Opus 94, que trepara a Mozart o Bach a mi carromato, y aquí lo horroroso: tentaleando y por azar fui a caer de orejas en otra clase de baches, un atentado contra la inteligencia de quien no esté sumergido en la mediocridad, la irracionalidad, el pensamiento mágico:

“Piscis: todo agosto van a predominar las ganas de divertirte. A ti ya te cuesta poner los pies sobre la tierra…”

Ahí interviene mi instinto de conservación y pulso al azar en alguna otra estación de radio, pero morboso y masoquista dejara de ser. “Debo comprobar hasta dónde las malas artes de la charlatanería pueden seguir manipulando pobres de espíritu”. Recorrí las teclas del aparato y helas!, de nuevo la femenina voz:

“La posición de la luna te es propicia para conseguir trabajo, sólo tienes que rociar tu  ofrenda con ungüento aromático ‘consigue-empleo’. También deberás encender una vela verde y aromar tu ofrenda con incienso ‘retira-salaciones’ que puedes conseguir en cualquiera de nuestros establecimientos ubicados en…”

Así que aún existen en este tiempo y en este país los crédulos que se dejen engatusar con semejantes patrañas. Así que sobreviven cascajos de las supercherías que sustentaban el pensamiento mágico del homínido y el hombre de Neanderthal. Bien dice el estudioso:

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo como el salvaje y el niño…

Y semejantes supersticiones, pústulas purulentosas de una comunidad inmadura, revientan en todo tiempo y lugar, y a todas horas sueltan su virulencia el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que, en un intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y, sobre todo, en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, en la droga o en Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa. “Adqui+eralos en uno de nuestros establecimientos…”

Los crédulos del ensalmo y el aceite milagroso, ¿católicos?  Oigan, entonces, y atiendan la voz de  su Iglesia:

“Combatir la superstición es deber de todo católico. La superstición es la única religión de que son capaces las almas ruines”.

¿Oyeron?  (Sigo mañana.)

Sicalíptica

Esta la madrugada tuve un orgasmo. La excitación me prendió desde anoche con esta frase que en la tertulia dejó ir el maestro: “El indicado para suceder al del Verbo Encarnado en Los Pinos no es Ebrard”. Su dicho ofendió al Cosilión, clasemediero.  “Ni siquiera López Obrador”. Se crispó la tía Conchis, más  Morena que la del tal. “¿Peña? Ese tiene las posibilidades que en el 2006 tuvo Madrazo”.

El Madrazo lo acusó mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. “¿Que qué?  ¿Entonces quién es el bueno, según usted?”

– Usted. Esto lo afirmo después de haberlo meditado a fondo, créame.

Vi dudar al Jerásimo, y luego enrojecer de vanidad (“ay, maestro”),  sonreír de medio lado y humillar los párpados en una actitud de falsa modestia: “Eso se lo dirá usted a todos. Me lo dice nomás por carnear…”

– Lo afirmo con seriedad y conocimiento de causa. Si existe congruencia en nuestro sistema político usted tiene tantas posibilidades de llegar a Los Pinos como López Obrador. Porque la hora ha sonado…

El que sonó fue el teléfono. Del partido. En posición de firmes, mi consanguíneo: “Sí, licenciado Madrazo. Orden del licenciado Peña Nieto. Cómo no, licenciado Madrazo. De acuerdo, licenciado Madrazo. Como Madrazo voy para allá, licenciado”.

Como Madrazo colgó. Comisión del partido: que para la unidad partidista Peña ordenaba que mi primo arreglara la leonerita de Colosio (la calle)  para el de Acatempan que por orden suya tenía que darse Madrazo con la Gordillo”. “Pero sin beso. Al menos excúseme de hacerle al Sicilia con ella”, suplicó Madrazo. Yo, en tanto los zapatazos del consanguíneo bajaban las escaleras de dos en dos:

– Caray, maestro, ¿no pecó de excesivo? ¿A Los Pinos un mediocre,  inepto y vulgar que no puede sobrevivir sin el  cacardí?

– ¿Excesivo? Unas masas que así se niegan a pensar y a lo irreflexivo se dejan encampanar no por candidatos que fuesen suyos, sino por los de la partidocracia, ¿merecen un estadista de la alzada de Juárez o Lázaro Cárdenas para que gobierne esta sociedad educada por Televisa y TVAzteca? Un De la Madrid, un Fox, un beato del Verbo Encarnado, un licenciado Jerásimo. ¿Merecemos más?

– Pero mi primo, maestro…

– ¿Su primo es violento e irreflexivo?

Que sólo cuando anda alcoholizado, tuve que reconocer.

– ¿Es impulsivo, desconfiado, de mecha corta e irrespetuoso con sus subalternos?

Que al contrario: dócil y pedigueño como todo adicto a la botella.

– ¿Su primo, escaso de neuronas, acostumbra tomar decisiones alocadas que puedan perjudicar a todo un país? ¿Se sabe de él que con el avieso propósito de manipular mentes aturdidas haya llevado a cabo gastos alucinantes en propaganda en los medios? ¿Que por su culpa se haya enlutado el país? Convénzase, mi Valedor: él es también un borracho, pero sin taras psicológicas ni complejo de ilícito.

Mis valedores: esta madrugada, soñé un sueño color de rosa, rosa mexicano. Miré a mi primo allá arriba, todo gloria y esplendor, medio pomo en el pecho y entre pecho y costillas la Tricolor. A su lado yo, que me administraba la concesión de la droga,  una Secretaría de Estado y a una secretaria a la que dejaba en estado. Con el suyo erecto, su dedo, el briagadales me apuntaba: “He aquí al orgullo de mi nepotismo”.

¿Yo, en la mera punta? ¿Yo? Vínoseme aquella excitación, la descarga hormonal me retorció el bajo vientre, alcancé el clímax sexual. ¡Guau!, el ladrido que le copié a los gringos. Pues sí, pero en eso la crudelísima realidad, porque desperté.  (Lástima.)

Animas…

De los mendigos les hablé el viernes pasado; del río de necesidad con que vengo a toparme cuando voy y vengo de la estación del Metro a la estación de radio, y viceversa. Yo, corazón de malvavisco, me aprovisiono de monedas que voy sembrando en la mano abierta con la vagorosa esperanza de cosecharlas en un cielo más vagoroso todavía. Y esta moneda a la anciana que engarruñada y  a puro valor soporta fríos, calores, ventarrones y lloviznas tempranas, y esta otra en el de hojalata del desafinado violín, y una más en la guaripa que  aguarda boca arriba, boca abierta en el escalón, mientras el ciego nos jura que Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera. Y allá va la monedilla sin más valor que la buena intención, que ya con una moneda de diez qué puede mercarse, que no sea la ilusión, pobre ilusión de  pobre, de ganarse el cielo. “Dios se lo ha de pagar…”

Escaleras del Metro capitalino. En aquel escalón, el viejo de la guaripa  ofrece al viandante la única alegría a la medida y al alcance del pobre, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos:

– Alegrías de a peso.

Toda la alegría que puede caber en un peso; alegría de amaranto…

Pero ándenle, que ayer, muy de mañana, la novedad: una parejita de  nuevos pedigueños engrosaba el rastrojal y la cofradìa de la mano extendida: “Animas caritativas…”

La aparición del par de arrimadizos acuclillados en el andén del metro Copilco me sorprendió porque yo  a todo el almácigo de menesterosos ya lo conozco como a la palma de su mano extendida, que cada mañana paso revista a semejante sembradío de penurias. Pero esos allegadizos, con su aire patético. Y yo, ya sin monedas qué repartir…

El alto, vejancón; el bajito, cochambroso, lamentoso a cual más. Su aspecto me acalambró las fibrillas íntimas del corazón. Ah, el aspecto del par de mendicantes, esas miradas de súplica, ese su aspecto de necesidad que…

Los reconocí entonces. ¿Con que eran ellos? Así pasan las glorias de este mundo. Humillados y ofendidos me los vine a topar, sin el tanto de autoestima que puede caber en una moneda. Los vi y me miraban, la mano extendida, que extendida me apachurraba el corazón, qué contrasentido. Y yo ya sin un cuproníquel (sé lo que digo) para poner en sus manos, ya sin nada que ofertarles que no fuera mi humana compasión, tan inútil si no se acompaña de las acciones.  Ellos, frente a mí, con sus pupilas de animalillo aporreado, unos labios temblorosos que, todavía novatones en el oficio, como que aún no se atrevían a oficiar el rito del pedigüeño. Los observé de reojo…

Quién te mira y quién te vio: haber sido y no ser. Cuán cambiantes los devaneos de   la tornadiza fortuna, de la que el prudente nunca se fía, porque  cuando y cuanto más altos encarama a algunos, más bajo y hondo los deja caer. ¿Así que estos son los que fueron ayer triunfadores, los que refulgían ante el halago, la lisonja, la envidia y la admiración de las muchedumbres? Lóbrego…

Frente al enanín me hurgué en los bolsillos. Basurilla, una moneda de a peso, lo único. “De algo le puede servir”,  y puse el pesito en la mano del peso mexicano, el que una vez fue de plata 0.720 y hoy es eso pequeñín, devaluado, minimizado  y a punto de encogerse otra vez si el gringo no lo remedia.  Me miró, húmedas sus pupilas. Tragué saliva. El otro, sol que apagaron a escándalos y redujeron a la miseria. Pobrín Strauss-Khan, y la monedita en su mano. Suspiró, suspiré. (Qué más.)

Mendicantes del Verbo Encarnado

La cofradía de los limosneros, mis valedores, ese fruto mostrenco de la humana desigualdad que nunca ningún sistema económico, político o religioso, ha podido desarraigar. Entre nosotros cambia el sexenio, pero no ese inacabable borbollón de humanas miserias y purulentosos bagazos que integran la cofradía de las lacras, las pústulas y la corcova, gremio  de huérfanos, ciegos, baldados y demás entenados de la fortuna que cargan encima el mal fario y el santo de espaldas en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, y sobrevivirla apenas, a penas, la mano extendida, húmedos los ojos y los labios susurrando la cantinela que es gancho  para prender las elusivas fibrillas, tan escurridizas, de la humana piedad:

– Un bocado qué llevar a mis criaturas…

Los pordioseros. ¿Notan ustedes la proliferación de mendicantes que ha producido el sexenio del Verbo Encarnado? Entonces se habrán topado con el corridero y el que estruja el acordeón, y el que acompaña su limosnear con la flauta dulce o la guitarra de son. La cultura de la limosna, reflejo fiel de este México que sexenio a sexenio alimenta y expande la cofradía de los segregados de la comunidad que escalón por escalón se afanan a lo monótono implorando la de por Dios, estos a viva voz y estos otros a mortecino instrumento del mal trovado sonsonete y la tonadilla mal acordada, y aquél rasguñando la desafinada y el de más allá pegándose, como a la ubre, a la armónica de boca con el airecillo que exalta la vida hazañosa del capo del narcotráfico.  “Una moneda que no lesione su economía…”

A propósito: “El gobierno de Sinaloa firma el decreto que prohíbe que se toquen e interpreten narco-corridos en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiestas”.

De pie en la escalera del Metro el ejecutante suspendió el chirrido de su violìn. “¿Y ahora qué? ¿Defenderme con aquello de que ‘el chorrito se hacía grandote, se hacía chiquito’? Chance y los de García Luna me lo tomen a albur.

Le expliqué: “la prohibición, compañero, se reduce al territorio de Sinaloa. Aquì puede usted seguir con sus odas a Jesùs Malverde”.

–          No odas. Baladas al Mayo Zambada y al Chapo Guzmàn.

Dejè al cantor, me subì al Metro, siempre hervoroso de mutilados, deformes y contrahechos que de vagón a vagón se la viven pidiendo la de por Dios; de ciegos que, sentido de orientación y  equilibro, sin auxilio del pasamanos vienen y van, esta mano en la armónica de boca y la otra sosteniendo el cacharro de hojalata, para rematar su tonada con la tonadilla:

– Perdonen la molestia que les vengo causando, damitas y caballeros…

Y el tullido que a bamboleos se desplaza en un vagón atascado de “señores usuarios”,  a capela regurgita el bárbaro pregón carcelario:

Escalones de la cárcel – escalón por escalón…”

Los menesterosos; como hongos patéticos y desastrados se crían al amor del atrio del templo, de la esquina de la barriada, de la plaza pública. Aquí arrodillados, acá en cuclillas o engarruñados, y más allá de errabundos, esta mano tentaleando las paredes y la otra extendida: “Animas caritativas…”

La cofradía de los pordioseros enraiza en la historia de la España medieval y renacentista toda una portentosa cultura que se sintetizó en la que denominamos “picaresca española”, una de cuyas cumbres se regodea con las aventuras entre patéticas y regocijantes  de El lazarillo de Tormes que por calles, tabernas y plazas públicas guía, mano en mano, al buscavidas ciego y truhán. (De pordioseros seguimos el lunes.)

 

Todos al juego de la bolita

Del tema les hablé ayer, mis valedores, y que en el juego y rejuego de manos perdí mis cobres. Ahí fue a encontrarme mi padre Juan, y válgame: iracundo por vez primera en su vida recaló con un par de cuicos, mostachos y dientes de oro: “¡Señores de la justicia, aquí están robando a este inocente!”

El cacarizo miró a su pareja, se rascó la entrepierna, eructó a culantro, chasqueó la lengua, escupió el bagazo de la vaina de mezquite. Luego, compinche de los feriantes: “Cuál robo, cuáles inocentes. ¿Tú vistes algo, Chilillo?”

– ¡Ese juego es ilegal! ¡Que le devuelvan sus centavos!

– Pide usté el más difícil de los imposibles. ¿No, Pitayón?

De súbito: ¿de dónde había salido aquel don Juan iracundo? “¡Son ustedes unos alcahuetes de rateros, tramposos y estafadores! ¡Si con la Justiciano hay modo, tendrá que arreglarse así!”

De no creerse: mi padre Juan, el varón del alma blanca, un arma blanca desenfundaba (chaveta de zapatero), y la amenaza al tramposo: “¡Regrésele sus centavos!” Rápido de reflejos, el de la ley:

– ¡Chavetas no, compatriota! ¡El nuestro es un estado de derecho y no almite ilegalidades! ¿O qué, Pitayón?”

Fue entonces. Aturdido yo, tembloroso, vi al hombre manso de corazón meter la mano en la bolsa. El cuico:

– ¡Eitale, la fusca no, compatriota! ¡Nosotros estamos  para resguardar el orden y la legalidá. Toda protesta debe canalizarse por los canales legales. Vaya y presente su queja al edil, ¿pero fuscas contra la ley? Pregúntele aquí al Chilillo.

No fusca. Era un paliacate. Doblado a la injusticia, mi padre desdoblaba el paño, escondía en él su rostro y ahí, y por primera y única vez, vi pujar a mi padre; pujar como los varones: a lo discreto y ocultando las crispaciones del rostro. Ya recompuestos, sus ojos miraron los míos:

– Hijo, que el México de cuando crezcas (en todos sentidos) sea un país donde nunca más existan bribones que invocando el Derecho violen tus derechos. Que cuando crezcas tú, con los demás, hagas valer la ley sobre baquetones que se la viven mentándola mientras la vejan a su conveniencia y en perjuicio de los que no tienen con qué defenderse más que esa pobre garra de manta que es la ley, que a los agraviados no nos cobija. Que el México tuyo sea limpio, no vayas a ahogarte en el fecalismo o lo peor: no acabes tú también agarrándole el gusto al estiércol, a la pudrición. (Y sudaba).

El episodio lo reviví anoche, después de leer que el IFE demanda para el juego de la bolita electoral 16 mil de nuestros dineros, y que “las ONGs podrán participar en la promoción del voto en la elección presidencial del 2012, con un apoyo económico del IFE que puede alcanzar los 90 mil pesos”.

 

Señuelo para “activistas”. Amarga la boca me dormí, y en mi pesadilla desfiló la punta de logreros del IFE y compinches, y la pesadilla me abrió los ojos de par en par. Entre jadeos corrí hasta la habitación del Ariel, y sacudía al guerejo:

– ¡Despierta,  mi hijo, despierta! ¡Que cuando crezcas tu país  crezca contigo! ¡Que nunca más vuelva a ser el de los rapaces del juego de la bolita electoral, que te van a estafar no unos cobres sino tu parte de los 16 mil millones que se tragarán esos depredadores! ¡Organización, comités autogestionarios! ¡Que tú y los de tu generación piensen y sean capaces de crear la estrategia para darse un gobierno al que obedecer como sus mandantes! ¡Despierta, mi hijo,  despierta!

El cual, aturdido, pistojeaba. “¿Qué, quién, pá? ¿Fue el pozole?” (Uf.)

El payo inocente

A eso me referí ayer ante todos ustedes: al payo que fui y que no he dejado de ser. La ingenuidad primeriza, en cambio, a bofetones de desilusión me la desfloraron los camanduleros que nunca faltan y siempre salen sobrando, lo mismo en los pantanos politiqueros (Gordillo, Salinas y conpinches) que con  los ensotanados Tartufos del calibre de Maciel,  Onésimo, Rivera y Sandoval Íñiguez. ¿El asesinato de esa ingenuidad primeriza? El hermanito de la Cocoa, que a la advocación del Verbo Encarnado, terminó por ahogármela en su alucinante delirio de sangre derramada.

En fin, que tal dije a ustedes ayer: que allá por mis años de adolescente llegó la feria trashumante a mi Jalpa Mineral, y con la feria el circo, y con el circo los camanduleros, peritos en el embuste y la trampa en los juegos de azar. Que mi inocencia se fue a enredar en el pícaro del juego de la bolita.

– ¡Métanle para sacar! ¡Los .ulos no van a la guerra, y en que no se arriesga no pasa la mar!

Me arriesgué. Quise ir a la guerra, y así le fue a mi candor de payo irredento. Al ver que el palero sacaba dos pesos cuando sólo había metido uno (pesos fueres, 07.20, de los que los bergantes del juego de la bolita politiquera terminaron por escamotear), saqué de la bolsa mis cuatro cobres, y allá voy, a aprovecharme del “candor” del pícaro y doblar el capital y enriquecerme a lo fácil.  Y va mi primer moneda al cuenco de la derecha que, yo por mi madre lo hubiese jurado,  escondía el garbanzo, y entonces…

¿Pues a qué horas me lo cambiaron, si claro vi que quedó de este lado? Santa simplicidad…

Ya el resto se lo imaginan ustedes: va una moneda, van dos, para reponerme, y van los cobres, el aguilita de plata; y en tanto el palero del peso fuerte retiraba sus buscas yo iba dejando en la mesa del trapacero todo mi capital. Trágame, tierra (zacatecana).

– ¡Métanle para sacar! ¡La suerte, como las olas, va y viene, viene y va, y el que no arriesga no pasa la mar!

En una mano temblona mi último cobre  y cobre en el sabor de  la boca me encontró mi padre, aquel mi padre don Juan que en su vida fue tacto, decoro y suavidad, con sólo en sus ojillos la malicia en rescoldo. Pero esa tarde, mis valedores, lo estaba yo viendo y no podía creerlo. Y es que semejante metamorfosis de quien ahora, como siempre que se disponía a regañarme, omitía el tuteo:

– ¡Qué hace usted con estafadores! ¡Cómo es que así se deja robar!

De “usted” me hablaba, mala señal. Y de no creerse: iracundo por primera vez en su vida, se enfrentaba a un individuo: “¡Regrésele sus centavos!”

El truhán, sonriendo, la malicia en un rostro de bigardón: “¡Metiendo y ganando! ¡El que no arriesga no pasa la mar..!”

– ¡Este jueguito es una trampa vil! ¡Está prohibido por ley!

Encendido su rostro, mi padre miró a los presentes: “¿Verdad, señores, que este es un juego ilegal?” Los feriantes, pura mofa, burleta, disimulo. “Oilo, te lo vendo”.“Pa guarachis, que no tengo”.

Uno se dirigió a mi padre: “Compatriota, aquí el correligionario está haciendo por la vida, y la lucha es permitida”. Otro de los mirones: “Aquí el cristiano ganó en buena ley. Todo fue legal, me costa. ¿No,  Chinicuil?” Y el tercero: “Ha de saber, ciudadano, que esta honorable feria está respaldada por un estado de derecho, que aquí todo se maneja conforme a la  ley, y dentro de la ley todo, fuera de la ley, nada. O sea que aquí usté le jerró y se lo cargó la tiznada. ¿No, tú,  Talamantes?” Y sonreía a sus compinches. (Mañana, el final.)

Santa simplicidad

Esta vez los recuerdos de infancia, mis valedores. Esto que voy a contarles ocurrió en los terrones de mi Jalpa Mineral, en el estado de Zacatecas, y de ello hace ya tantos ayeres que este servidor de todos ustedes, que dobla ya el Cabo de Buena Esperanza, era apenas un payo de primeras luces y silabario de San Miguel. Qué tiempos…

Nunca nada sucedía en aquellos derrumbaderos que pudiese alterar la modorra del caserío, rutina que se amamantaba de campanadas, golpetear de marros en la fragua de don Martín, algún casorio, un bautizo, una muerte violenta, el aullar de todos los perros en el velorio y el estrépito de aquellos camioncitos  Flecha Verde que se van, copeteados de gorrudos, rumbo al rumbo norte. Y no más. La modorra, otra vez, en mi Jalpa Mineral…

Pero aquel día, de repente, la novedad. Fue por carnestolendas, con los bandazos del viento chivero. De súbito mi Jalpa Mineral despertó alborotada: la feria trashumante alzaba sus tenderetes en el terreno baldío del potrero de Animas, y esa misma noche, ante el encandilado asombro del caserío, lo engrifaba de cornetas, flautines y chirimías; de maromeros y payasos enharinados, de féminas de lentejuelas y dos changos marrangos, un anciano y venerable dromedario y dos leones con todo y su domadora –de la que esa misma noche yo, genio (malo) y figura (peor), me enamoré y di en soñarla; en ratos  dormido, despierto las más de las veces. Los feriantes…

Y claro, al olor de la carpa cirquera los camanduleros, polvos de aquellos lodos, no nos iban a faltar; esos pícaros de la aventura y los juegos de trampa y azar, así los apostadores del as y la sota de oros como la sota moza del catre rechinador, ella no de oros sino  de  pesos y centavos. Los pícaros profesionales, gente del mazo de cartas, de la ruleta, de toda suerte, buena y mala, de trapacerías. Y lástima…

Lástima, porque con uno de tales, para mi mala fortuna, me fui a topar. Yo, y conmigo tres payos de mi camada, después de encandilarnos en el mágico mundo del trapecista, los pulsadores y la amazona del caballo percherón, fuimos a dar hasta el tenderete del rufián liviano de manos:

– ¡Dónde quedó la bolita! ¡Métanle para sacar..!

Tres cuencos como mitades de nuez, y rolando entre ellos,  un garbanzo (¿de a libra?), y aquellos dedos tan entendidos en el engaño y el trastupije falaz.

– ¡La mano es más rápida que la vista! ¡Métanle para sacar!

Observé que uno de los mirones jugueteaba en su mano, a lo indeciso, con una moneda de a peso (de aquellos pesos, de los 0.720 que el pri-panismo, como a tantas otras de sus víctimas,  terminó por asesinar), y que de repente, se decidía, y lo plantaba junto al cuenco del centro, o al de esta orilla, o al del lado contrario, y válgame, que  acertaba siempre, y con el peso fuerte retiraba dos. Así de fácil. El palero, por supuesto, quién más.

– ¡Aquí el caballero ganó un peso fuerte! ¡Ya llenó el morral! ¡Metiendo y sacando, metiendo y ganando! ¡Los .ulos no van a la guerra, y el que no arriesga no pasa la mar..!

Tan sencillo como eso. Nosotros, dos o tres cobres calentándose en la bolsa del que los payos llamábamos pantalón y que los gringos de segunda nos transformaron en “yins”,  nos miramos de reojo, y entonces sí: atásquense, ora que hay etc. A doblar el capital, a aprovecharse del candor del camandulero y enriquecerse a lo fácil, Dios me perdone. Y va mi primer moneda al cuenco de la derecha que, yo por mi madre lo hubiese jurado,  escondía el garbanzo del camandulero de feria.  (Sigo el lunes.)

El flautista de Hamelín

¿Recuerdan ustedes esa leyenda? ¿La desconoce alguno? Tal pregunté  a los presentes en la pasada emisión de nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que se transmite en Radio Universidad. Aquí, de memoria, la síntesis de la leyenda que arranca en el siglo XIII:

La ciudad alemana de Hamelín fue sacudida por una plaga de ratas, y no atinaban los lugareños en la manera de librarse de los roedores. De repente aparece un desconocido que ofreció  la solución del horroroso problema; mediante el pago correspondiente libraría de los bichos a la ciudad.  Los aldeanos se comprometieron al pago, y fue entonces: el fuereño tomó su flauta y comenzó a sacarle unos sones extraños, misteriosos, a cuyo sonido todas las ratas salieron de sus escondrijos y como hipnotizadas se fueron detrás del son. Ya congregada la nata de roedores en derredor del flautista, éste se dirigió hasta el río cercano, y la solución: todos los roedores perecieron ahogados. El  misterioso flautista reclamó su recompensa, pero los payos se negaron a pagarle. Ofendido, desapareció de Hamelín.

Tiempo después, la venganza: mientras los lugareños visitaban el templo,  el personaje volvió a tañer de su instrumento frente a los niños, que hipnotizados al son de la flauta avanzaron hasta el río. Luto general. Llanto y rechinar de dientes.  Cumplida ya su venganza, del flautista nunca se volvió a saber. Queda a cargo de ustedes la posible analogía, con todo y su moraleja, después de que escuchen el tema que hoy les propongo.

La flauta de Hamelín y la manipulación de las masas sociales. La enajenación. “Algo está alienado, dice el maestro,  cuando su existencia no corresponde a su esencia, cuando está fuera de sí”. Y en ese estado, fuera de sí, me han traído a los pobres de espíritu, penduleando entre el júbilo delirante porque “¡somos campeones del mundo!”, y la sombría pesadumbre porque “nos colgaron tres ceros en tres partidos”. Mis valedores:

No voy a tratar ante ustedes un asunto de miércoles como es el del clásico pasecito a la red.  No voy a escribir de futbol, que maldita la gracia que me hace el tema de manipulación colectiva, sino de la mansedumbre, la  dependencia y la inercia que  exhiben las masas sociales de Hamelín ante el estímulo  de la flauta que en nombre del Sistema de poder, del que forman parte, les tañen los medios de condicionamiento de masas.

El sentimiento pseudo-patriótico que depositamos en el seleccionado nacional sirve para ocultar la falta real de una auténtica unidad nacional capaz de enfrentar a la opresión imperialista.

Aquí  algunas opiniones de analistas que se han abocado a examinar la reacción de las masas ante el fenómeno colectivo del futbol.

Como espectáculo para las masas sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.

El futbol florece en comunidades urbanas donde el ser humano corriente lleva una vida sedentaria y no tiene muchas oportunidades para la labor creadora. En una sociedad donde el pueblo pudiera desarrollar libremente todas sus posibilidades deportivas, ¿el futbol como espectáculo de masas seguiría ejerciendo la fascinación que opera en nuestra sociedad? Con el futbol se educa a las masas para la pasividad, para la dependencia, para la no acción, para la no participación en la vida pública. (Sigo mañana.)

¡Somos héroes!

Las recientes elecciones en el Estado de México, mis valedores. Para aquellos de ustedes que no han perdido la esencia infantil va el presente cuentecillo que lleva a flor de letra su moraleja. Cuestión de pensar. El protagonista:
– Las naves espaciales dejaban tras de sí estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas, en el aparato de TV las mirábamos hundirse en el firmamento para llevar nuestra luz a todo el firmamento. Acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían unas hebrillas de carne sabíamos que la nave espacial era nuestra nave, que los científicos eran nuestros científicos, nuestros los astronautas y nuestros el proyecto estrellero. Cómo no, si nosotros costeábamos la maniobra espacial.
De noche, insomnes en el jergón de paja, creíamos escuchar un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, nuestra presión sanguínea aumentaba Los astronautas (nuestros astronautas, en los que habíamos delegado todo nuestro orgullo de héroes hazañosos) burilaban en el espacio nuestro himno del progreso. Nosotros, felices…
En ocasiones, al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza, nos topábamos con aquel diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes eran nuestros ángeles de paz, de sabiduría, de nuestra riqueza futura. Tomados de la mano de nuestras mujeres, apretando sus huesecillos náufragos de carne, rodeados del alegre enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían, allá arriba, nuestra carrera espacial. Eramos, gracias a ellos, los arquitectos del Universo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Eramos…
Día con día, al masticar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar a las raudas estrellas humanas que se alzaban rumbo a la gloria, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un veneno de placer en el vientre, como si estuviésemos copulando en representación de los ángeles (nuestros ángeles) que domeñaban los astros. Al sentir nuestro renaciente vigor quedamente sollozaban nuestras mujeres, ellas también resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas, su mente fantaseando con el vigor de los navegantes, que lograban el prodigio de llevárselas consigo más allá del sol y  las penas, de Plutón y del hambre, de Júpiter y el terror que desbozaló un aprendiz de brujo.  Cuánta felicidad…
¡Ah, pero qué de alaridos cuando la nave espacial se desplomó frente a nuestras malolientes cabañas! La explosión desgajó la esperanza de millones ilusos, mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon nuestra nave México. Decepción, lágrimas acres y melancólicas. Como todo final de sexenio, nuestro esperanza se redujo a un montón de hierros torcidos que ventoseaban humo apestoso, y no más.
Pena amarga por las incumplidas  promesas de esos en los que delegamos y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la necesidad, la desesperanza. Examinamos los restos humeantes. Prófugos, ni la caja negra dejaron nuestros héroes.
Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente, drogarnos (droga barata). Nuestros héroes nos defraudaron. Pero a ver, ahí viene ya el 2012. Hoy, por lo pronto, las chozas reciben la emoción fulgurante del cinescopio:  ¡somos campeones del mundo Sub 17! Ah, México. (Qué país.)

¡Al abordaje!

México y EU llegan a un acuerdo camionero, que pone fin a la prohibición de dos décadas que impedía el ingreso de camiones mexicanos a territorio de EU.
A propósito, mis valedores: fue el miércoles pasado cuando se firmó el acuerdo y fue un incidente de miércoles el que me llevó a conocer los riesgos a que se enfrenta el transporte mexicano en territorio gringo. Cuidado. La crónica:
Aquella tarde, a tres cuadras del edificio, me topé con la emergencia; un trailer con el motor haciéndola de fumarola, con trailero y machetero, cubeta en mano, buscando un grifo (de los de agua, no de los de yerba) con qué apagar la humareda. Obsequioso que no fuera:
– Jálense aquí a la vuelta, que yo les doy su agua. ¿Traen herramienta para reparar el motor?
Frente a Cádiz se estacionaron. Mientras chofer y machetero, con la trompa levantada (la del cofre del motor), desarmaban eso con aspecto de bomba (unipersonal) yo, por hacer plática, mostré al trailero el matutino del pasado miércoles: “¿Ya vio? Apresúrese a dejar como nuevo su trailer”.
– Hágamela buena, mi señor, porque el problemón entre nosotros y los gringos lleva ya vario tiempo.
– Si el acuerdo se tardó fue porque los transportistas mexicanos no cubren las normas mínimas.
– Ese es racismo, discriminación. Norma que nos pongan enfrente, norma que les cubrimos, ¿no, tú, Champotón?
Obsequioso que es uno. De parte mía, el recalentado se los fue a aprontar La Macarena, trabajadora doméstica. Recalentado del mediodía. “Los traileros son mi especialidad”. Se recompuso, se relujó, y allá va, con los sudados todos olorosos. Tacos sudados. Obsequioso que es uno.
Pues sí, pero lástima; la noche entera la pasé en vela, y conmigo gran parte de la colonia de Mixcoac: el trailer música a todo volumen dedicada a la Tuta y al Chapo Guzmán y cumbias cimarronas, música grupera, la quebradita, redova y acordeón a 20 mil decibeles. Los traileros albures a gritos entre risotadas y mentadas de madre. Las tres de la mañana. ¿Escuché quejidos? ¿Sollozos de mujer? El sueño, andavete…
Serían las dos, serían las tres, las cuatro, cinco o seis de la mañana, cuando el súbito traqueteo del motor, la retreta con las de aire, las cornetas, y ojos que te vieron ir. Luego, el silencio. Amanecía. Traté de dormir, pero de súbito la tía Conchis, conserje del edificio:
– ¡Baje para abajo, bigotonzón! ¡Córrale!
Allá voy, en camisón,  escaleras abajo. De repente, ya en la banqueta, friégale, el resbalón. Vi estrellas. La tía: “Y dese de santos que fue en el charco de aceite. ¿Ve acá?”
Igual de resbaladizas, pero infinitamente más asquerosas, las descargas corporales junto a rosetones de humedad en un muro que amaneció pintarrajeado con grotescas figuras, pelos y señales. “Y qué tal si el changazo lo da en esos, mire”. Vidrios rotos. Botellas vacías. Vómito. Restos de cigarros hechizos. Mota en greña. ¿Ya supo lo la pobre Macarena?”
– ¿La violaron?
– Nomás ellos dos. En el cajón del trailer. No, y lo peor: le bajaron relojito, medallón, pulseras. Antes no le descubrieron el diente de oro.  Dios me tentó el corazón y me dio valor para bajar a ayudar a la pobre violada. ¿Sabe que por un pelo me le escapé al machetero?
Leí en el muro: “Ojillo el que lea. Yo a la criada ya”.
– Y qué hacer (dije). Sólo lamentarlo.
– ¿Lamentarlo? ¿Y el cochinero quién lo va a limpiar? ¿Del incidente con los del trailer quién tuvo la culpa?
Jerga, escoba, detergente. Obsequioso que es uno con los transportistas que se disponen a invadir Norteamérica.  (En fin.)

¡Al quemadero!

Cortés logró salvarse, pero los relatos lo describen profundamente deprimido y triste por haber perdido su sueño de conquistar Tenochtitlán y de haber perdido más de la mitad de su ejército. Los que lograron escapar llegaron Tlaxcala. Ya repuestos, y de la mano de tribus aliadas, en su arremetida contra la ciudad gobernada por Cauthémoc lograron la conquista de la ciudad de México matando a más de 40 mil mexicas.
Los “triunfos” pírricos, mis valedores. Algún matutino suelta por ahí, desbalagada,  la noticia de que la Plaza Cuitláhuac, de la delegación Iztapalapa, se convirtió en la sede de los festejos que habrían de conmemorar dignamente la batalla del 30 de junio de 1520, cuando los guerreros águilas y los guerreros ocelotes derrotaron a las huestes de Cortés. Que durante las festividades del sábado y el domingo se desarrollaron actividades culturales:  rituales prehispánicos (¿?), representaciones escénicas, bailes y conciertos. Las actividades culturales cerraron “con el desarrollo de un evento de danzón”. (¡Perdónalos, Cuitláhuac!)
Y ya encarrerados en cuestión de festejos y de efemérides aquí traigo a cuento (a fabulilla) aquella figura que tuvo el requemante honor de ser el primero, y tal vez el único, de los naturales quemados en la hoguera de la Inquisición bajo cargo de negarse a abandonar el culto a sus dioses tutelares y a aceptar que el Dios de los crudelísimos conquistadores, siendo uno, era trino. “Prefiero la muerte, y que Huitzilopochtli me valga”. Aquí, recreado, el episodio de Maxtla, que así se llamó la primera víctima aborigen de Zumárraga en nuestro país.
Moxtla fue quemado en la plaza pública, bajo el cargo de “hereje”, el 30 de noviembre de 1539. Hoy, la figura del príncipe texcocano nos parece altiva y digna de respeto. (E. O’Gorman.)
Moxtla (Dn. Carlos, para el español), probable nieto de Nezahualcóyotl, tuvo el lóbrego honor de encabezar la lista de víctimas nativas del primer inquisidor efectivo de México-Tenochtitlan,  un tal Juan de Zumárraga, obispo. El edicto:
“Será condenado a ser llevado por las calles públicas desta ciudad y con voz de pregonero que manifestase su delito, al tianguis de San Ipolito y en la parte y lugar que para esto está señalado sea quemado en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y dél no haya ni quede memoria…”
Y acaesció, mis valedores, que aquel día aciago amigos, dolientes y familiares se acercaban a Moxtla, y mirando al cuytado que una mula torda conduscía al quemadero, con lágrimas en los sus ojos ansina decíanle:
– Sálvate, Moxtla, por vida tuya. Si tu delito es creer en tus dioses tutelares y no en un Dios Uno y Trino, todo arreglado. Házte católico  y salva tu vida. Di que adoptas por tuyo al mesmo Dios de Norberto Rivera y Onésimo Rivera, y aquí don Zumárraga te perdona la vida. ¿Verdad que se la condonáis?
– Bueno, sí, aunque una multilla por gastos de arrastre…
– De dientes para afuera dí que eres católico. Total, ¿no lo son de ese pelo todos en la Nueva España, que de serlo de acciones no viviría la sociedad tan huérfana de valores morales? Grave sería que te quisieran hacer cristiano, que cristiano sólo te hacen tus obras.  ¿Pero católico, Moxtla?
El cual, rebelde magnífico, con la testa negaba. Atado como iba de manos y pies a la bestia, acicateábala con suave meneo de zancas. Alguno advirtió un amago de sonrisa en el rostro del penitente.
-¡No seas penitente, no te quemes! ¿A vara y media del quemadero sonríes? ¡Salva tu vida!
(El final del dramón, mañana.)

Marta, Fox…

No quisiera más ventura – ni más dicha merecer – que de tu boca a la mía – no cupiera un alfiler…
Observo la foto de hace 10 años. Veo a la pareja trenzada de brazos, sonriendo al mirarse a los ojos, pura mielecita en penca. Miro en sus rostros ese amor senil, y tan joven, que es el  de Fox y su Marta, cuyo matrimonio cumplirá mañana 10 años de edad.
Me gusta hablar del amor; declarar el amor; proclamarlo, gozarlo, sumergirme en él. Fue por ello que cuando Fox se casó con su Marta y vi en las fotos sus bocas unidas, quise alabar cumplidamente al varón. Sin asomo de sarcasmo, sin ironía. “Pero no azozobrarse”, aclaré para evitar suspicacias. No me he vuelto de los intelectuales orgánicos que viven de culimpinarse ante el Poder. Yo nunca. Mi loa sin reticencias, dije, va para ese varón que, según todos los indicios, padece de cierta dolencia en su corazón que de corazón le alabo, dolencia común y tan poco común entre los humanos. Vicente Fox está enamorado hasta el tuétano y vive ese estado de gracia que es el amor. Yo, y por esto ya puedo morir en paz, años y felices días he padecido tal achaque en la carne viva de la viva entraña de cada telilla del corazón. Cómo no entender los desplantes de Fox frente a su amantísima…
Los entiendo y aplaudo: a mí tiempo me falta para proclamar mi amor por la Nallieli amantísima. Por ello alabo al enamorado, pondero a ese amador al que el fervor amoroso le brota en el rostro como esplendorosa erisipela. Por contras…
Pienso, por contras, en esos sórdidos chismes de amoríos clandestinos de tantos de los antecesores de Fox. López Mateos. Carisma, juventud, coche deportivo, buen físico y el prestigio presidencial. ¿Resultado? Un garañón insaciable en cachonderías de entrepierna. Eso sórdido, grotesco, que fueron los amoríos de un adefesio todo dientes y jetas, un Díaz Hordas que a espaldas de doña Guadalupe se refocilaba con los silicones, las cirugías y lo del  todo  postizo,  incluyendo los lunares, de cuanta bataclana accedía a soportar, por amor al billete, que el hocicudo me la dejara toda embijada de sangre fresca (Tlatelolco) donde hubiese puesto las manos: tetas, glúteos, entrepierna y anexas. Grotesco.
¿Que fue alharaquiento el amor de Fox? Compárenlo con los amoríos de un morueco y burro manadero, de un padrillo y garañón que ante familiares y públicos funcionarios se vació en una descabellada compulsión por todo lo que oliera a pompa(s) y circunstancias, ese López Portillo que con su instrumento rojo (el teléfono)  de Los Pinos hizo leonera, y que a familiares y colaboradores se les caiga de vergüenza.  (No cito, porque no me consta, los chismarajos que aluden a De la Madrid.)
Feo, pelón, chaparrín, orejudo  y cascorvo,  tipluda vocezuca de pito de calabaza: como aspirante a las lides de amor, ¿habrá ente más desdichado que él? Pero qué maquillista no será el dinero para una ambiciocilla que a la hora de la intimidad cierre los ojos y las apriete, refiérome a las quijadas. ¿Cuánta estrellita de buen canal (el de las estrellas) no se involucró con el que se decía de Agualeguas?
Frente a tanta indignidad y cachondería de compra-venta y trasputín,  ¿no son admirables las muestras de amor que San Cristóbal cobija a estas horas, 10 años después? Muy cierto, esos amores nos costaron joyas, viajes, tráfico de influencias, cuenta secreta (Vamos, México).  ¿Y los amoríos de los otros qué?
Si Vicente quiere a Marta – y ella es todo su querer – ya la besa, ya la exalta – ya no sabe ni qué hacer.  (Nallieli.)

Usted no puede morir

(A su hora me informaron que mi padre había muerto allá, en su nidal zacatecano, pero juro que está vivo todavía, o qué hiciera yo sin esa estrella polar. Aquí, el retablillo anual a Dn. Juan, mi padre.)

Aquí le hablo, señor, a usted que es como la patria: inaccesible al deshonor, y de quien se aprende (con el ejemplo) valores morales de los que norman la humana conducta: justicia, verdad, libertad, amasijo que da sustancia a la varonía. Porque usted fue (es) decencia, dignidad y humanitarismo en todos sus actos de cada día. Porque tan comprensivo fue para con los demás como severo con usted mismo. Porque valedor lo fue de todos, y generosidad y humanismo en el trance en que hay que abrirse las telas del corazón. Filósofo de lo fugaz, del fatalismo suave y sin estridencias, usted se mantuvo tan ajeno al ruiderío como aledaño de la sonrisa y el buen humor. El  pudor y el decoro, la vergüenza y la dignidad, padre Juan.

Lo miro y miro de ojos adentro a tal varón de virtudes, pura reciedumbre y verticalidad, y una conciencia que en la humana conducta sólo un par de colores distingue: el blanco y el negro, sin más; el de la dignidad y el de su contraparte; sin medias tintas y sin matices, sin disculpas ni tartufismos. Y ya.

Miro esos ojos donde se columbran, machihembrados, mansedumbre y rebeldía, severidad y comprensión, la tolerancia, la gravedad y el humor juguetón, como también  una que otra lagrimilla de las enjundiosas, todo a su hora. Porque claro, usted tiene el don de las lágrimas, y ese don me lo enseñó a practicar con mesura; con decoro, aclaro; con claro decoro. Mis valedores:

Zapatero de nacimiento, o casi, don Juan fue cristiano en el mejor, en el único sentido del vocablo, el de la obra de amor a sus semejantes; religioso y creyente fue, pero sin fanatismos, sin sectarismos, sin dogmatismos, y tan respetuoso del ajeno derecho, la disensión y la disidencia, como de lo propio y natural. Mi padre, filósofo sin tratados de filosofía, antes de echarme su bendición porque la vida nos separaba me dijo cosas: que si habrá que volar sobre el vocerío y la estridencia, y volar tan alto como lo acepten las fuerzas; que apartar de sí la quincalla y moldear el espíritu; que, rebelde a toda mediocridad, “álzate, vuélvete pura ánima y después de encomendarte a Dios, el tuyo; sé siempre varón a los ojos de tu conciencia, tu único juez”. Y me echó encima su bendición, y con ella (sé que alguno me va a entender) me tornó indestructible, invulnerable con su bendición. La de don Juan, mi padre…

Óigame, usted que me hablaba quedo y sonreía:  frente a mi zozobra lo miro todo el tiempo, y de tarde en tarde frente a mi paz interior, cuando  emparejo mis hechos a mis proclamas. Lo tengo enfrente, donde quiera que estemos usted y yo, y sonríe, y sé entonces que para mí nada está perdido. Eso es todo, padre Juan. Con mi amor, el testimonio: usted es la sabiduría que encamina, el consejo que guía, la ponderación que sosiega,  el ejemplo que incita, la ausente presencia que sanciona mis actos y el impulso para poner la proa hacia esa estrella inasible. La conciencia de mi conciencia. Usted, padre…

Muy cierto, señor; ya lo veo, incómodo, menear la cabeza. Decirle esto que le digo salía sobrando, y en público, más aún; pero cuántos de quienes el domingo anterior celebraron, uncidos al calendario del comercio y más allá del regalito, tienen seco el corazón para la figura del padre. Algo podrá decirles esto que le digo a usted, padre Juan. Y la paz. (Vale.)

Nostalgia

Pobre era México, mis valedores, hasta que el Cordero de Hacienda lo ubicó entre los países de clase media. Ayer tarde, a propósito,  regresé a la calle que habité hace unos años, varias cuadras de casonas porfirianas con recios portones que recordaba siempre cerrados, pero caramba, lo que ahora me vine a encontrar: setos parduzcos, banquetas destartaladas, cacarizos muros con tatuajes de grafitos, perracos en brama, cinco deyecciones por cada animal. Frente a mí, brazos abiertos, apenas la sombra de aquel José de los años viejos. En silencio nos abrazamos. Alguno suspiró. En el viento otoñal, tufarada de mal aliento, el trío de voces tipludas, amelcochadas: Eres la gema que Dios... “Extraño sitio donde me fuiste a citar”.

En el zaguán de la casa una mesa con su mantel, cuatro sillas, una cafetera doméstica, cucharas, azúcar, y una mesera que resultó ser… “Oye, ¿no es doña Nilda, de los Montalbán?”

Ella, sí, que a pasitos contados llegó, llenó las tazas, y paso a paso se alejó por el corredor. “Aristócratas víctimas de la crisis. Ahora verás lo que queda de la calleja. Vamos a casa. ¿Sabes que quiero poner mi propio changarro?”

Dejé unas monedas sobre el mantel. Ya en la calle, y según caminábamos: Dios, que en la zona de casonas porfirianas, afrancesadas, cortadas a la medida de las añejas familias de la aristocracia de principios del XX, contemplé el espejo de mi México actual, el del Verbo Encarnado: vejez, incuria, abandono. Conforme avanzábamos:

– ¿No es esta la residencia de los Aréchiga, caballeros de Colón?

El ánimo contristado leí en la ventana, detrás de unas rejas de mucho primor, el letrerito pudoroso: “Clases de piano. Ropajes de niños dios. Se preparan niños para la primera comunión”.  A poco andar, en otra casona un nuevo letrero: “Se renta pieza a dama de buenas costumbres”, y allá, enfrente, ¿qué utilidades  puede reportar a los Gálvez de Céspedes la venta de cochera? Observé la ringlera de “jeans” y chamarras de medio uso, tenis todavía de buen ver, camisetas. Para atraer clientela,   un radiecito con música a medio volumen. Boleros. Y a esperar marchantes.

– No, y los apretados Orendáin, ¿ves?

Ellos, que ya habilitaron uno de los cuartos que dan a la calle, y en la ventana han colocado ringleras de yerbas de olor; sin letrero ninguno, que el pudor mantiene la vendimia en una discreta exhibición. “¿Te acuerdas de la señorita Gracia, la solterona que fue sobrina de curas diversos? La vas a ver”.

La vi. Una puerta que nunca se había abierto, cierta mañana se entreabrió, y ahora así vive, entreabierta –entrecerrada, más bien-, y la Gracia solterona tras una mesita con mantelito de mucho primor, y encima envoltorios diversos con su leyenda: moles, pipián, estofado, tamarindo, jamaica, guajillo y cuaresmeño. Y camarones secos y hojas de infusión. Como a lo furtivo,e silla de bejuco, la solterona. José me hizo señas para cambiar de banqueta. “La narcotiendita de la Nena Durán. Pocas ganancias, que todas se la llevan los de la patrulla”. Y cuando rebasamos un nuevo negocio familiar (antojitos mexicanos, comidas corridas): “Aquí es. En el quinto piso”.

¿Un departamento este huevito? “¿Y tu casona porfiriana?” “Vino el remolino y me la alevantó. Cartera vencida”.

Atardecía. Desde el quinto piso contemplé la ciudad; sentí su pulso, su arritmia, su taquicardia. Marchas, asaltos, plantones, levantones, atorones, el aullar de  ambulancias como mujeres en parto. La calle nuestra, México nuestro, el de la clase media en versión del de Hacienda. (Lóbrego.)

Sicalíptica

¿Me atreveré a comunicar a ustedes mi tragedia personal, con semejante tufillo a desvergüenza y cinismo? Aquello fue embarazoso en verdad: tener que usar a mi vieja, cuando ya ni ella ni yo estamos para tales excesos.

Todo eso me sucedió una noche de miércoles.Yo ya me había acostumbrado a la joven recién llegada. Cuando me vi precisado a requerir los servicios de la vieja, válgame, que ni los iniciales manoseos la hacían entrar en calor. Seca, reseca, sin gota de lubricación, que al tentalearla percibía sus articulaciones reumáticas. “Anímate, viejita, tú puedes”. Y dale con las dos manos, e inténtalo con los dedos, pero ella, nada, que a estas alturas de su vida se me ha vuelto insensible a cualquier incitación, así las yemas de mis dedos toquetearan sus puntos sensibles, ahora tan, pero tan insensibles. Y ni cómo revivir un cadáver. (No que más antes, ella y yo, vibrando al unísono. Qué tiempos.)

Insensible, sí, pero no por culpa suya, sino de este insensato, que por la recién llegada la abandoné durante años. Si la pobre hubiese sido estimulada de vez en cuando no porque me proporcionase placer sino por que no se marchitase del todo, ahora, tal como cuando era joven (cuando éramos jóvenes), podría dar de sí; no que ahora me estaba dando de no; y qué hacer. Derrotado en mis intentos, pensé, con Neruda:  “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Melancólico.

Esa noche la requerí, y por principio de cuentas me la acerqué al pecho, la sobé con mis manos y válgame con mi vieja, qué respuesta frustrante: ella reseca, impaciente yo; ella insensible, yo con los entusiasmos que de tan ruda manera se me iban enfriando. (Y qué hacer, sino…)

Pero yo soy tenaz, y andaba excitado. Cuando me convencí de que con la vieja todo era inútil pensé en la práctica de mi juventud, y a echar mano de la técnica manual. A mis años. Muy animoso comencé, pero no, que al esfuerzo me fui desinflando, lástima.

Total, que ni con la vieja ni a lo manual, y ahí el dilema ¿renunciar al intento, cuando las imágenes excitantes me acalambraban la mente? Con brusquedad hice a un lado a la estéril y también renuncié al intento manual. Qué desaliento, qué sentimiento de frustración. En la penumbra del íntimo recinto de mis escarceos permanecía en silencio, respirando gordo, aguardando una mejor ocasión. (Qué pena, no debería ser tan explícito, pero en fin.)

Recordé: tengo una amiga ducha en estos menesteres, ¿la llamaré por teléfono? Pero ella, a estas horas ya a punto de ir a la cama (a su cama), qué puede hacer. Tengo también un amigo,  ¿pero llegar al extremo de molestar a un varón, sabiendo que en el trance en el que me encuentro nadie, que no sea hacerme la labor por propia mano, lo puede llevar a cabo por mí? Mis valedores:

Fue así como descubrí mi inutilidad para escribir a mano después de comprobar cuánto se ha deteriorado mi vieja máquina de escribir, que el tanto de décadas me acompañó en el oficio de escritor, y cuánto dependo de la recién llegada computadora. Esa noche me fui a la cama, y herido por la frustración, pensaba: ¿en un país civilizado dejarían a toda una colonia inutilizada horas y días por falta de luz? Y sin energía eléctrica qué pudiesen hacer mi amiga y mi amigo, técnicos en electrónica.  Total que ayer, a media mañana…

Dos de Luz y Fuerza se estacionaron enfrente, y trépate a la escalera, y el tanto de tres minutos jurgunearon cables, y  hágase la luz. “Un papalote trasroscó los cables”. Y el remate nacional: “Ai pal chesco, ¿no?” (Ah, mi país.)

Cordero y las medias

Sigue aquí  la radiografía de las clases medias que inicié ayer. Invitado a comer por el doctor Pérez Y Hernández, amigo mío hasta el grado del gasto de los mariscos, en su volks enfilamos hacia Toluca, y en el camino fui sopesando a las clases medias de mi país. Me dieron una lástima…

– Mire, me dijo; serranías pachonas de vegetación. Abedules, algarrobos o chicozapotes, sepa la madre. ¿Qué le piden estos bosques a los de Viena? Esos pinos, ¿qué le piden a Los Pinos espurios? Para qué derrochar divisas en Europa, ¿no le parece?

Lo miré de reojo. Y aquella  lástima…

– Y es que aquí en nuestro México tenemos de todo, como en botica.

Como en botica que no sea del Seguro Social, que ni aspirinas –pensé, pero mucho me cuidé de expresarlo. Por aquello de las patas de mula que me invitaba para comer.

Mediodía. Toluca. La entrada del restaurante. En el atascadero de coches y entre dos que dejaban un espacio que ni para carro de camotes, el de dos apellidos maniobró en forma tal que dejó la trompa a media banqueta y la trasera acomodada sobre una alcantarilla. La trasera del volks.

– ¿Se dio cuenta, mi valedor? El chicampiano lo meto en cualquier huequito, no aquel estorboso “seis cilindros” del que me tuve que deshacer.

Hasta acá comenzó a llegarme el olor de las patas. De mula. Al rato ya el doctor y su gorrón estábamos de las de acá, miren, leyendo la carta, pero leyéndola al  estilo crisis de clases medias: de derecha a izquierda. A ver: 50, una orden de mejillones; 65, jaibas rellenas de pulpos, o pulpos rellenos de jaibas, al gusto; callo de hacha, en oferta. Sonriendo como estreñido, el doctor:

– Precios razonables. Media de ostiones, tantos pesos.

– Son dólares, doctor. (Palideció. Yo tragué saliva, y fue lo único que tragué en el restaurante, porque el de los dos apellidos):

– Se me ocurre una idea. ¿Y si mejor nos regresamos al DF? A mi casa. Porque después de todo qué mejor comida que la casera, y si viera que mi señora  uh, qué mano tiene. Limpieza, sazón. ¿A mi casa, a la pura proteína pura, mi valedor?

Y acá venimos, clasemedieros, a desandar el camino, rumbo a la casera. Yo, aquella compasión; por mí, por el de los dos apellidos. Y ni cómo liberarlo del compromiso sin herir su susceptibilidad. Apechugué. Y a casita, la de él, y cuatro horas más tarde entrábamos a la casa de mi amigo el doctor Pérez Y Hernández, casa típica de clase media.  Me dio el encontronazo un tufo a patas de mula, pero agrio, rancio.

El antecomedor. Mi anfitrión descorchó una de tinto. La olisqueó.

– Mmm, uva añejada en barricas de ayacahuite. Tres larguísimas semanas en reposo antes de llegar al tianguis. Los vinos del país qué le piden a los del Rhin. Texmelucan legítimo, aspire su bouquet.

Y que salucita. Yo con agua, que conmigo vino y licor toparon en hueso; en tepetate. Y válgame, que fue entonces: por la puerta de la calle entraba aquella figura enteca, de chal y trapos oscuros. Tensa una voz cascada:

– ¿Y eso, Filiberto? No te esperaba tan pronto. Pues qué, ¿no ibas a derrochar la de crédito gorreándole la tragazón a alguna panza aventurera?

– Mira, Chagüita, te presento aquí a nuestro huésped. Le prometí que iba a saborear tus artes culinarias. ¿No habrá modo, digo?

La de los bifocales me la dejó tendida, mi diestra. Ceño fruncido: “Yo, por si acaso, en misa te encomendé a San Ramón Nonato, no vaya a ser que ese pseudo-neo-comunistoide te la contagie y vayas a terminar tú también en terrorista, una nunca sabe”.

Tragué saliva una vez más. (Y mañana el final.)