“Dicen que viene la contra revolución. Yo creo que no. Y si viene, aquí están los muchachos para esperarla. Ellos están dispuestos a entregar el último cacaste para no dejar morir a Nicaragua”. G. Sánchez.
Sigue aquí, en voz de los testigos presenciales, la relación de los hechos heroicos con que los jóvenes de Monimbó, en Masaya, Nicaragua, ayudaron a desmoronar la dictadura de los Somoza.
“Aquí pelearon entre dos y tres mil muchachos. Monimbó siempre estuvo a la vanguardia”. A. Dávila.
“Los muchachos no eran guerrilleros. Los fueron haciendo guerrilleros”. J.M. Pacheco, sacerdote; y el estudiante J.R. Ortiz: “Desde que sentí en el alma la muerte de un compañero me decidí a tirar bombas”.
“La guardia venía y siete, ocho muchachos le tiraban las bombas; se metían a sus casas, llegaba la guardia y los muchachos ya en sus camas, haciéndose los dormidos”.
“Como Somoza es un asesino que mandó traer armas contra el pueblo, dijimos: no sólo sus armas van a estallar; también las bombas de Monimbó. Al principio las hicimos de mecate; después ya eran de masquinteip”. R. Serrano.
A. García G.: “Me llamó la guardia para dialogar con el comandante. Yo no fui. Les dije que ya no era tiempo”.
De la carta que envió a Somoza un Alfonso Dávila B., juez y abogado: “General, he leído que ofrece ayuda a Monimbó. Su ayuda es tardía. Ya Monimbó no espera nada de usted. Sepa que Monimbó tiene que escribir muchas páginas en contra suya”.
J.S.P., sastre: “Yo no podía tocar el tambor en lo oscuro porque decía la guardia que yo levantaba al pueblo. Entonces tuve que avisar casa por casa, para lo de las bombas”, y A. García G., alcalde de vara. L.H.: “A los bombardeos, las mujeres sacaban sus espejos y los ponían al sol para que los pilotos no vieran nada y se deslumbraran”.
“Ya todo el mundo decía que Monimbó estaba en cenizas, pero eso era mentira. Monimbó estaba vivo, estaba de corazón vivo”. A. Ruiz, vendedor.
Mandé fuera a mis hijos. Les dije: hijos, cúbranse ustedes, déjenme a mí. Yo soy nada más un espíritu que anda por las calles”. O.A.
“Una noche aparece ese chavalo. Ya no vamos a comer, le digo. Estoy acostumbrado a no comer, me dice. Te van a matar, le digo. Tiene ocho hijos mi mamá, me dice. Le quedarán siete. Y entonces voy y le digo a mi marido: Somoza tiene perdida la guerra”. Lourdes O. De B.
“Cuando supe del triunfo le daba gracias a Dios de que todos mis hijos estaban vivos”. F. E., panadero. “Al final me puse a llorar de impresión y de alegría porque no parecía que ya hubieran triunfado los muchachos”. Ofelia Ortiz, hogar. “Todos nos abrazamos de alegría”. G. Sánchez, comerciante.
Pues sí, pero años y desengaños más tarde, cojeando y apoyándose en el bastón que le habilitó Washington, Violeta Chamorro sacaría del poder a los sandinistas, y más tarde tocaría el turno a cierto Arnoldo Alemán del que se publicó en agosto del 2003 en Managua: “Lavado de dinero, fraude, peculado y malversación de 11.5 millones de dólares. Alemán y otros funcionarios los desviaron del Tesoro a cuentas personales”.
Pero allá el Alemán fue encarcelado. ¿Los Alemanes de por acá, mientras tanto? ¿Y nosotros? Destino de pueblos débiles. De espíritu, de redaños. Lástima.
“Es medianoche en las montañas de las Segovias. – ¡Y aquella luz es Sandino! Una luz con un canto: ‘Si Adelita se fuera con otro…’
La Adelita: tal fue el canto de guerra del “ejército loco” que venció al gringo. Nicaragua. Barrio de Monimbó. Sandino. Siempre Sandino. (Nicaragua.)