Usted no puede morir

(A su hora me informaron que mi padre había muerto allá, en su nidal zacatecano, pero juro que está vivo todavía, o qué hiciera yo sin esa estrella polar. Aquí, el retablillo anual a Don Juan, mi padre.)

A usted le hablo, señor; a usted que es como la patria: inaccesible al deshonor, y de quien se aprende (con el ejemplo) valores morales de los que norman la humana conducta: justicia, verdad, libertad, amasijo que da sustancia a la varonía. Porque usted fue (es) decencia, dignidad y humanitarismo en todos sus actos de cada día. Porque tan comprensivo fue para con los demás como severo con usted mismo. Porque valedor lo fue de todos, y generosidad y humanismo en el trance en que hay que abrirse las telas del corazón. Filósofo de lo fugaz, del fatalismo suave y sin estridencias, usted se mantuvo tan ajeno al ruiderío como aledaño de la sonrisa y el buen humor. El  pudor y el decoro, la vergüenza y la dignidad, padre Juan.

Lo miro y miro de ojos adentro a tal varón de virtudes, pura reciedumbre y verticalidad, y una conciencia que en la humana conducta sólo un par de colores distingue: el blanco y el negro, sin más; el de la dignidad y el de su contraparte; sin medias tintas y sin matices, sin disculpas ni tartufismos. Y ya.

Miro esos ojos donde se columbran, machihembrados, mansedumbre y rebeldía, severidad y comprensión, la tolerancia, la gravedad y el humor juguetón, como también  una que otra lagrimilla de las enjundiosas, todo a su hora. Porque claro, usted tiene el don de las lágrimas, y ese don me lo enseñó a practicar con mesura; con decoro, aclaro; con claro decoro. Mis valedores:

Zapatero de nacimiento, o casi, don Juan fue cristiano en el mejor, en el único sentido del vocablo, el de la obra de amor a sus semejantes; religioso y creyente fue, pero sin fanatismos, sin sectarismos, sin dogmatismos, y tan respetuoso del ajeno derecho, la disensión y la disidencia, como de lo propio y natural. Mi padre, filósofo sin tratados de filosofía, antes de echarme su bendición porque la vida nos separaba me dijo cosas: que si habrá que volar sobre el vocerío y la estridencia, y volar tan alto como lo acepten las fuerzas; que apartar de sí la quincalla y moldear el espíritu; que, rebelde a toda mediocridad, “álzate, vuélvete pura ánima y después de encomendarte a Dios, el tuyo; sé siempre varón a los ojos de tu conciencia, tu único juez”. Y me echó encima su bendición, y con ella (sé que alguno me va a entender) me tornó indestructible, invulnerable con su bendición. La de don Juan, mi padre…

Óigame, usted que me hablaba quedo y sonreía:  frente a mi zozobra lo miro todo el tiempo, y de tarde en tarde frente a mi paz interior, cuando  emparejo mis hechos a mis proclamas. Lo tengo enfrente, donde quiera que estemos usted y yo, y sonríe, y sé entonces que para mí nada está perdido. Eso es todo, padre Juan. Con mi amor, el testimonio: usted es la sabiduría que encamina, el consejo que guía, la ponderación que sosiega,  el ejemplo que incita, la ausente presencia que sanciona mis actos y el impulso para poner la proa hacia esa estrella inasible. La conciencia de mi conciencia. Usted, padre…

Muy cierto, señor; ya lo veo, incómodo, menear la cabeza. Decirle esto que le digo salía sobrando, y en público, más aún; pero cuántos de quienes en fecha impuesta celebraron, uncidos al calendario del comercio y más allá del regalito, tienen seco el corazón para la figura del padre. Algo podrá decirles esto que le digo a usted, padre Juan. Y la paz. (Vale.)

Pero no escarmentamos

Un pueblo desinformado y resignado bajo un poder omnímodo cae en la servidumbre y la degradación política y moral hasta el grado de un animal doméstico.

Tiempos son estos, mis valedores,  de verborrea,  confusionismo y manipulación de criterios. Por si a base de humildad alguno aceptase realizar hoy mismo un ejercicio de autocrítica va aquí la tesis de Fromm que a modo de espejo refleja de forma exacta el fenómeno de manipulación en que nos han sumergido la televisión y demás medios de condicionamiento de masas. Y hablando del tema, ¿qué opinan ustedes de los candidatos presidenciales? ¿Por cuál de ellos piensan votar? A propósito:

Para el psicoanalista existen dos clases de pensamiento: el genuino y el «pseudopensamiento«. El ejemplo, revelador:

Supóngase que estamos en una isla con pescadores y veraneantes llegados de la ciudad. Deseamos conocer qué tiempo hará y preguntamos a un pescador y a dos veraneantes que han oído por la radio el pronóstico del tiempo. El pescador, con su larga experiencia, reflexiona sobre el problema. Con su conocimiento del significado que en la predicción del tiempo tienen la dirección del viento, temperatura, humedad, etc, emite su juicio. Quizá se acuerde del pronóstico emitido por la radio y lo cite como favorable o contrario a su propia predicción, pero  lo esencial:  se trata de su opinión, del resultado de su pensamiento.

El primero de los veraneantes, al interrogarlo, sabe que del tiempo no entiende ni se siente obligado a saberlo, y se limita a replicar: «Todo lo que sé es que el pronóstico radial es este».

El otro veraneante es distinto. Aunque nada sepa del tiempo cree saber mucho, porque es de esas personas que se sienten obligadas a saber contestar a todas las preguntas. Piensa durante un rato y luego nos comunica su opinión, que resulta ser la del pronóstico radial. Le preguntamos sus razones. «Teniendo en cuenta tal dirección del viento, la temperatura, etc, he llegado a esa conclusión«.

Su respuesta es la misma que la del pescador, pero si lo analizamos con más detenimiento notaremos que ha escuchado el pronóstico radial y lo ha aceptado, pero sintiéndose impulsado a tener su  propia opinión en este asunto olvida que sólo está repitiendo las afirmaciones autorizadas de algún otro, pero cree que es la que él mismo ha alcanzado por su propio pensamiento.

Se trata sólo de seudorrazones;  su propósito es hacer aparecer la opinión como el resultado de su propio esfuerzo mental. Tiene la ilusión de haber llegado a una opinión propia, pero en realidad sólo ha adoptado la de una autoridad sin haberse percatado de tal proceso. Podría ser él quien tenga razón y no el pescador, pero mientras la opinión correcta no es  suya, la del pescador, aun cuando se hubiera equivocado, no dejaría de ser su propia opinión.

Este mismo fenómeno se observa al estudiar las opiniones de la gente sobre temas como  la política. Preguntemos a cualquier lector de diarios o televidente lo que piensa acerca de algún problema público. Nos dará como  su opinión una relación más o menos exacta de lo que ha visto o leído, y, sin embargo, y esto es lo esencial, está convencido de que cuanto dice es el resultado de su propio pensamiento.

Mis valedores:  cuando los llega a topar el individuo de las encuestas, ¿en cuál de los tres casos se asumen ustedes: el del pescador, el del que dice saber sólo lo que escuchó en la radio o el caso patético del tercero, que sin dudarlo contesta al encuestador?

Mucho cuidado. Autocrítica. (En fin.)

Y la paz

Del humor inestable de madre Natura me quejé ayer, y cómo no iba a quejarme, si de esta  a la otra semana nos trae sudorosos o tiritando, este día  soles en brama y este otro cielos anubarrados y repentinos chubascos. El temperamento de la Carlotta, qué le vamos a hacer.

Aquella tarde navegaba en la internet y visité tierras lejas y lugares exóticos cuando, de súbito, ¿y eso? Quedéme ratón en mano. El de la computadora. La luz se apagó y se encendió el ventarrón, y soliviantó el limonero, excitó la buganvilia y arrancó aromas y petalillos a la madreselva y madres anexas. Y qué hacer, sino aguardar la vuelta de la energía eléctrica. Y fue entonces.

De repente se va el chaparrón, el viento desgarra los cielos y a la tierra desciende la paz. Miré hacia el firmamento recién asperjado de luz, y en la comba paz y el irisado silencio como nunca antes entendí a  Pagaza, el místico:

Tiende la tarde el silencioso manto – de albos vapores y húmedas neblinas – Y los valles y lagos y colinas – mudos deponen su divino encanto – Las estrellas, en solio de amaranto – al horizonte yérguense vecinas – salpicando de gotas cristalinas –  las negras hojas del dormido acanto. – De un árbol a otro en verberar se afana – nocturna el ave con pesado vuelo – las auras leves y la sombra vana – Y, presa el alma de pavor y duelo – al místico rumor de la campana – se encoge y treme, y se remonta al cielo

Y la tarde, y la paz, y los altos cielos que, gatitos,  se abajan y se me arriman a que les rasque la panza. De repente, mis valedores: ¿y eso? ¿Qué, dónde? Ahí, semioculto en la higuera (esta no maldecida por la rabieta del Nazareno), el cenzontle, molotito emplumado, rompió a cantar; y qué limpidez de escalas y qué equilibrio de melodía quebradiza, pero entera siempre, emplumada garganta que hacía escoleta, purísimo cristal, en el ramaje recién llovido.

Yo, escuchándolo, ¿en qué mágica geografía me encontré? La mente se me pobló de techumbres y bardas y un río rumoroso de jarales y jacalazúchiles, y aguardaba en cualquier momento el mugir de las reses de vuelta al redil. Mi Jalpa Mineral, que es decir mi hontanar, el de mis años muchachos, escondida en su nicho de peña viva, donde vivió y vive bajo tierra la niña de mi primer amor, el único. Escuchando al cantor en aquella paz y en el tiempo que señalaba la agonía del Justo, apareció otro poeta, Othón, y susurraba, quedo:

Oid la campanita, cómo suena – el toque del clarín, cómo arrebata – las quejas en que el viento se desata – y del agua el rodar sobre la arena (…) – Todo esto hay en mis cantos, me enamora – la noche; de los hombres soy delicia – y paz, y en los árboles cubierto – sólo yo alcé mi voz consoladora – como una blanda y celestial caricia – cuando Jesús agonizó en el huerto.

Suspiré y dije entre mí (y me brotó del ánima del alma): “Señor: gracias te doy porque esta tarde, con su minuto de paz, tu santa mano alejó de nosotros al beato del Verbo Encarnado, que fue a codearse con jerarcas neoliberales y un carnicero Nobel de la Paz. Importante se habrá sentido el anfitrión, cuando nadie puede aumentar a su estatura un codo, como tú mismo lo afirmaste en la Biblia.

Gracias, Señor, porque en este minuto de paz olvidé el macabro legado de tu siervo Felipe: terror y cuerpos decapitados, descuartizados, bombazos, incendios que achicharran medio centenar de criaturas, y lágrimas,  luto, dolor. Él distante, he recordado el dulcísimo sabor de la paz.  Que de tarde en tarde se vayan Felipe y la energía eléctrica”. (Amen.)

(Lejas, no lejanas. Amen sin acento. Gracias.)

Oración de la tarde

Humor inestable de madre Natura, mis valedores, que debe andar en sus días premenstruales o ya de plano con síntomas de menopausia, porque así trae a sus hijos en el desatino total. ¿Por qué hace de junio su agosto con semejantes calores,  fríos invernales, veraniegas tormentas y ventarrones que encelan  a un sol como toro en brama? ¿En qué quedamos, pues? Más seriedad con mensajeras tan revoltosas como Carlotta,  madre Natura.  ¿O acaso no se conduele de este otro ciclón Carlotta  en el que los mercachifles de la política traen a sus entenados como pollos descabezados?

Recuerdo, a todo esto, el ventarrón que sacudió la tarde aquella que se me tornó inolvidable. El susodicho llegó de mal humor, emberrinchado, embistiendo todo a su paso, y esto fue derribar árboles, cerrar de golpe ventanas y puertas y secuestrar la energía eléctrica de mi arrabal. Yo, que en la internet viajaba por tierras exóticas, de Palestina y su vecino crudelísimo,  me sobresalté: ¿y ese estrépito? ¿Los terroristas “al por menor” de Al-Qaeda, como los denomina Noam Chomsky,  que así responden al terrorismo imperial de todo un Nobel de la Paz?

Desde el mediodía se insinuaba el rezongo climático, con aquel calorón que parecía resuello de un soterrado don Goyo y que mantenía la ciudad en rescoldo. En el bochorno del alto sol, los pulmones de la megalópolis con fuelles recalentados: allá, la manada de sirenas en brama que serían de patrullas, que serían de ambulancias, vaya Dios a saber. Y aquel jadear de motores sobreexcitados, y el llanto de la Caribe, que los rapaces de lo ajeno, no pudiendo raptársela, abandonaron despeinada y doliéndose a gritos desde todas sus alarmas, que hagan de cuenta sota moza a la hora de malparir.

Yo, churretes y goterones  de sudor que desembocaban en el estrecho de mis recónditos dardanelos, por el mare nostrum de la internet navegaba por esos mundos, doliéndome al verlos como lo que son:  simples tableros de ajedrez, con el imperio de los premios nobeles de la paz enfrentándose al mundo y jugando las piezas negras, tintas en sangre, pobreza, dolor. Líbano, Irak, la desdichada Iberoamérica de Bolívar, que por negarse a escuchar a Martí ahora tiene que soportar a los proyanquis, titerillos de Washington que hoy mismo, destino de pueblos débiles y mediocres espíritus, en la reunión del denominado G-20, tienen el señalado privilegio de codearse con el asesino de Bin Laden y Premio Nobel de la Paz.

De repente, válgame: a oscuras me fui a quedar y con el ratón en la mano. El de la computadora. Y qué hacer. A la espera de la consigna ancestral: hágase la luz, me recliné en el sillón, y entonces, tras de los bandazos de un viento aborrascado  ahí llega embistiendo el chaparrón, jarioso becerro que alborotó la bugamvilia, enceló el limonero y sobresaltó la madreselva y alguna otra madre de esas; a lo furioso, a lo desatinado, como sin puntería, como adolescente primerizo estremecido de urgencias. Y como vino desgarró  la cortina de lluvia y desarropó el firmamento, y entonces aquella paz…

La paz aquella, y con la paz, en este mundo doméstico bien barrido y bien bautizado, el milagroso silencio, los verdes recién renacidos y ese cielo que el limpiaparabrisas divino me dejó relujado, rechinando de limpio. Y esta calma y esta paz de día santo, de santo día. El tiempo que se detiene, y pasa frente a mí el pajarillo de la gloria. Allá, lejos, ¿figuraciones mías?, un esquilón. Mis valedores: miré el cielo recién asperjado de luz…

(El resto viene después.)

Nuestros astronautas

¿Alguna moraleja le pudiésemos pescar al cuentecillo?

«Las naves espaciales dejaban tras de sí sus estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas las mirábamos hundirse en el firmamento en representación de nosotros, los que costeábamos el proyecto espacial. Acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían las hebrillas de carne sabíamos que la nave enviada al espacio era nuestra nave y nuestros los astronautas. Éramos los pioneros de la era espacial. Nosotros…

De noche, insomnes en el jergón, escuchábamos un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, sentíamos aumentar la presión sanguínea. Nuestros astronautas, en los que habíamos delegado  todo el orgullo de ser, de sentirnos  héroes hazañosos, burilaban en el espacio el verso del himno al progreso. Nosotros, felices…

Al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza nos topábamos con el diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes eran ángeles de esperanza, de riqueza futura para nosotros. Tomados de nuestras mujeres, apretando esos huesecillos náufragos de carne y rodeados del enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían la carrera espacial de todos nosotros, los de acá abajo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Éramos los arquitectos del Cosmos.

Cada día, al mascar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar estrellas humanas rumbo a la eternidad, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un rescoldo de placer en el vientre. Estábamos copulando en representación de nuestros enviados celestes. Al sentir nuestro renaciente vigor sollozaban las mujeres, resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas,  su mente gozando con los navegantes que se las llevaban consigo más allá del Sol y el terror, de Júpiter y las penas, de Plutón y el hambre Cuánta felicidad…

¡Ah, los alaridos cuando la nave espacial se desplomó más allá de nuestras cabañas! La explosión hizo llorar a los niños y desgajarse por dentro a millones de ilusos mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon la nave espacial denominada México. La decepción nos forzó a soltar acres lágrimas. Nuestra  esperanza se redujo a un gusano retorcido y disforme que ventoseaba un humo pestilente, y no más…

Honda fue nuestra pena y amargo el llanto por las promesas incumplidas de quienes no estuvieron a la altura de los que delegamos en ellos, y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la desesperanza. En silencio nos fuimos acercando a los restos ennegrecidos y renegamos ante ellos. De nuestra esperanza colectiva sólo quedaban un agujero y una ceniza que el viento dispersó en las chozas. Nosotros, los que pagamos a nuestros ángeles…

Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente. Los astronautas nos defraudaron del primero al más reciente de los “Nopalitos”. Hoy, al sorprender a nuestros niños mirando al cielo, los golpeamos rudamente Yo, insomne, en la madrugada suelo preguntarme: ¿quién será más niño, quiénes estará más golpeados, ellos o nosotros? Ah, esta compulsión de nunca asumir, de delegar siempre en quienes siempre van a terminar defraudándonos. Esta terca, irracional esperanza de inmaduros que se niegan a crecer. Ah, México». (Este país.)

¿A tanto podremos llegar?

Curioso país; cuánto hay en nosotros de mágico y de infantil, de milagrero e irracional, con unas masas que encomiendan suerte y destino a las frases de un chamán la mañana de un primero de septiembre.

Eso es lo que ocurría durante las épocas del presidencialismo autoritario, tricolor su partido político al igual que la banda presidencial,  cuando el informe septembrino se denominaba «el día del presidente», que era de porras, aplausos y besamanos. Qué tiempos aquellos, que amenazan con retornar. Hoy, para leer un remedo de informe, el beato del Verbo Encarnado se ha visto forzado a convocar a los asalariados de la nómina y con ellos encuevarse en algún recinto hasta donde no lo alcance el repudio popular. Forzada, esporádica, alguna tanda de aplausos. Y ya. Y yo les pregunto, mis valedores: ¿están por volver los carnavales aquellos que organizaban a los santones  Echeverría y López Portillo?

Pudiera ocurrir, porque eso es México, nuestro país: la tierra del santón y del taumaturgo, del mago cortado a imagen y semejanza de nuestra esperanza siempre defraudada y renacida siempre, una y otra vez. Porque el carismático sexenal (sin importar que antes de llegar a Los Pinos haya sido un oscuro burócrata sin presencia ninguna) es nuestro espejo fiel, el símbolo que hemos colocado más allá del bien y del mal durante seis años justos, ni un día más. Y qué importa que el sumo sacerdote, antes de ahora, haya existido en la distante dimensión de lo humano, de lo mediocre; de un día para otro a lo portentoso, como sucede todo en el país del surrealismo tropical, el mesías va a arrojarse a la hoguera, purulentillo Nanahuatzin de la mitología náhuatl, para renacer Quinto Sol en el cielo de Anáhuac y ejercer las artes del chamán, el baqueano, el iluminado, del ente providencial que en su palabra da la clave y la contraseña, la seña de identidad, la mañana de un primero de septiembre. Es México.

Ayer la tarde pasé leyendo comentarios editoriales del pasado cercano, y sí, todos dicen los mismos lugares comunes después de cada informe presidencial; y es verdad lo que dicen, porque en su momento lo ha sido. Porque era la misma siempre, siempre distinta porque siempre igual, la ceremonia lustral de esa resurrección del alma colectiva que se producía en nuestra tierra a cada informe de gobierno. Eran los tiempos del Señor Presidente. Era su día, ¿lo recuerdan ustedes..?

Y entonces, tras el aplauso final, ¿crisis recurrente, carestía, corrupción, desempleo? Nada nos importa nada de nada. Ya habló el Presidente, inicial mayúscula. El chamán ha encendido el fuego del Quinto Sol. México amaneció parido otra vez, con su esperanza intacta. Y ya. Todo con el hechizo de un informe presidencial.

Era placebo para las masas sociales. La autosugestión, de no haber algo mejor a la mano. Cuánto fui a echar de menos la tarde de ayer el rito anual del informe que rendía puntualmente “nuestro Señor Presidente”, y su delirante ciclón  de datos y cifras estadísticas (ver anexos), y el éxtasis de una claque enajenada en frenesí de  vivas, aplausos y porras bajo un alucinante vendaval de confeti y serpentinas en medio de una borrachera de matracas y chirimías. Pienso, y el suspirillo furtivo: lo que va de Echeverría al beato del Verbo Encarnado, al que le está vedado el acceso al jacalón de San Lázaro. Mis valedores:

¿Volverán los tiempos aquellos de una claque enloquecida que puesta de pie ovaciona al priísta? Lo dijo el poeta: Mi país. Ah, mi país…

(Este, el de todos nosotros.)

Desmemoria y esperpento

¿Conque es muy posible que el PRI regrese a Los Pinos? ¿Conque la historia de   70 penosos años de presidencialismo autocrático y autoritario pueden dar en  el basurero de la historia, sin más? ¿Tornará ese estilo personal de gobernar de los Echeverría, Díaz Ordaz y congéneres? ¿Regresarán los tiempos del santón, del chamán, del iluminado, cuando la hoja del árbol político no osaba moverse sin la autorización del mesías sexenal? ¿A la distancia de 15 meses habrá vuelto para nuestro país  la parafernalia del informe presidencial con todo y su besamanos al estilo del López Portillo de la(s) pompa(s) y circunstancias? ¿Rendirá el hoy aspirante del Tricolor el rito anual del informe, con todo y su alucinante ciclón de datos y cifras estadísticas (ver anexos)? ¿Volverá el país al delirio de una claque enajenada en frenesí de vivas, aplausos y porras bajo un aluvión de confeti y serpentinas y al estrépito de matracas y chirimías? Mis valedores:

Curioso fenómeno aquel del presidencialismo en nuestro país. Curioso y un tanto inquietante. Tal fue mi conclusión ayer tarde, que pasé revisando viejos periódicos y examinando crónicas, reseñas y opiniones editoriales en torno a los varios informes de gobierno que a su hora rindieron Echeverría, López Portillo, y algunos de sus predecesores. Al final en mi ánimo quedó una leve zozobra y un tufo a temor, y me preguntaba:

¿Pues qué clase de país es este México, que así “avanza” a jalones de ritos presidenciales? Y hoy digo: ¿cómo era posible que la liturgia anual determinase en forma tan decisiva la vida pública del país? Porque año con año, una y otra vez, cada primero de septiembre se repetía esa  licuefacción de la sangre de San Genaro, ese prodigio nacional en  que la voz de un taumaturgo obraba en el ánimo de millones de humanos para apaciguar temores, amansar rebeldías, atemperar enconos y disipar nubarrones y turbulencias que oscurecían el futuro; todo ello de un día para otro, de la mañana de hoy al amanecer de mañana. inconcebible. Este país.

Y frente al rito chamánico qué valían pruebas; que la vida de una nación depende no de un varón sino de un juego complejo y múltiple de causas y efectos, de factores internos y externos, del gobierno, la cúpula castrense, el clero político, los dirigentes obreros y los grandes capitales de aquí y del exterior. Eran los tiempos en que el país, ave Fénix, renacía año con año al conjuro de una sola voz, mágica voz,  la de un presidencialismo que amenaza resucitar. Y ante un “¡Honorable Congreso de la Unión!” y un “¡Viva México!” qué valían los hechos…

Curioso país; cuánto hay en nosotros de mágico y de infantil, de milagrero e irracional, con unas masas que encomiendan suerte y destino a las frases de un chamán la mañana de un primero de septiembre. Extraño país que sabía transfigurarse de este día para el siguiente; que hoy anochecía oscuro para mañana renacer al modo del mundo náhuatl al calorcillo del Quinto Sol; porque la magia de un dios sexenal le dio luz y clave, le borró obstáculos y lo echó a andar. Todo con el ensalmo de unos datos, de unas cifras, de un viva México. Otro día el país amanecía  a ser distinto y robustecido; con los mismos problemas, pero distinto. ¿La realidad objetiva? Ninguna realidad importaba, que la voz presidencial recompuso la confianza y levantó el espíritu una vez más, y nos volvió menos abrumados que el día anterior. José López Portillo, ¿lo recuerdan ustedes? ¿Habrán podido olvidarlo? (De ese y alguno más, el lunes.)

A todas sus víctimas

La maldición de los dioses. El anatema que arrojan sobre la testa del criminal. ¿Alguno de ustedes leyó o ha visto en teatro el Edipo Rey, de Sófocles?  De memoria y sin muchos detalles esbozo aquí el argumento de esta obra cumbre del teatro universal.

Reinaban en Tebas Layo y Yocasta. Al nacerles un hijo la profecía los previno: asesino sería de su padre, siniestro destino. Por evitar su muerte Layo decreta la del recién nacido, pero a los verdugos les flaquean los riñones y prefieren abandonarlo en el monte, donde lo recoge un pastor. De mano en mano aquel niño va a dar a las del rey de Corinto, que lo adopta como hijo de sangre. Más tarde el oráculo revela al joven Edipo la atroz predestinación: matará a su padre. Tanto ama al que cree padre biológico que por evitar su destino huye de Corinto buscando refugio en Tebas. En el camino se topa con La esfinge, monstruo dañino que  a cada viajero plantea  un acertijo (la muerte, de no responder de manera acertada): cuál es el animal que en la mañana camina con cuatro patas, a mediodía con dos y en la tarde con tres. ¿Lo saben ustedes? ¿No? Ahí hubiesen dejado su vida. Por si se vieran en  trance tan comprometido: tal animal es el hombre cuando niño, cuando adulto y cuando viejo de bordón.

Edipo acertó al contestar. La Esfinge (rabia, decepción) se quitó la vida mientras el hazañoso seguía su viaje, y fue entonces: en un cruce de caminos el viajero de cierto carruaje increpó a Edipo, que reaccionó asesinándolo. Sí, a Layo, su padre, y así se cumplió  predestinación tan atroz.

Pero el forastero había librado de La Esfinge a Tebas, y los tebanos le dieron recibimiento de héroe y le ofrecieron el trono vacante. El nuevo rey tomó por esposa a  Yocasta, la viuda, con la que engendró cuatro medios hermanos, porque Yocasta resultó ser la madre del infortunado.

Pero en este mundo nada es gratuito y ninguna acción queda impune. De ahí en adelante una plaga terrible asoló una ciudad meses antes próspera y rozagante, que ahora se fruncía, se erosionaba y acalambraba sujeta a toda suerte de calamidades sin que marchas, plantones y puños en alto lograsen conjurar el mal fario. Alguno tiene la culpa, dictaminó Edipo. A investigar, y el culpable reciba la muerte.

A investigar mientras la peste sigue crispando la ciudad, hasta que de repente se devela el misterio: cómo no sufrir un flagelo que a todos alcanza,  si el parricida cohabita con la propia madre, aberración que ha encrespado a los dioses.  Yocasta, al saberlo, se arranca la vida. Edipo sólo los ojos. Fin.

Yo ayer, releyendo a Sófocles, me puse a reflexionar en los tiempos de sangre, luto y tribulación en que mal sobrevive el país, cuando todavía hace algunos ayeres era feliz, discretamente próspero, con su gente en paz. Hoy, cuando en el desdichado sólo crecen pobrerío y desempleo; cuando el lacerado país llora la muerte de más de 60 mil vidas, entre ellas criaturas, mujeres y ancianos, en mi mente interrogué al dramaturgo creador  del Edipo Rey:

– ¿Qué malvado entre nosotros está irritando a los dioses, que así nos arrojan tal cargazón de calamidades? Esta plaga de horrores sólo puede ser un castigo por culpa de algún perverso que habita en la casa común. ¿Quién podrá ser el  tal?

Sófocles, en mi mente, callaba. Lo oí suspirar. Mis valedores:

¿Identifican ustedes al Edipo infeliz cuyas malas artes envenenan hoy día el aire que respiramos? ¿Quién podrá ser nuestra mala sombra? ¿Quién, omnisciencia del Verbo Encarnado?  (A saber…)

La corte de los milagros

Y qué acción gubernamental, por más atroz que resulte, no va a ser «justificada» por los intelectuales orgánicos. La matanza de estudiantes por orden de Echeverría, pongamos por caso. El contexto histórico:

“Al llegar a la México-Tacuba se escuchó un disparo de lanzagranadas y aparecieron unos mil halcones que portaban macanas, varillas forradas y garrotes de bambú. Sus cargas eran respaldadas por descargas de gases lacrimógenos. Venían armados con metralletas, fusiles automáticos M-1, M-2 y M-16. Comenzaron a caer compañeros. Muertos unos, otros heridos.

Estudiantes destruyen una panel de la policía; otros toman un camión con el que tratan de embestir a los halcones. Son ametrallados. Los halcones asaltan a balazos el Rubén Leñero y se llevan a varios heridos».

Los halcones se entregaban a la persecución, a la masacre, a la caza de seres humanos y al saqueo y la destrucción, con la complacencia de los granaderos.

Halcones, estudiantes, Echeverría. De la masacre del 10 de junio, mis valedores, ¿qué opinaron desde el día siguiente obispos y periodistas, políticos e intelectuales? El            propio

Echeverría, hoy encuevado en la impunidad, se manifestó frente a unos encrespados periodistas que le reclamaban la masacre:

– ¡Si ustedes están indignados yo lo estoy más!  ¡Yo deploro y condeno los acontecimientos en los que varios jóvenes perdieron la vida!

Y el embuste que en su guerra fallida contra el narco usa Calderón:  «¡Que los mexicanos no se dejen sorprender por movimientos opuestos entre sí, ambos evidentemente minoritarios, cuyo único objetivo es la anarquía! La institución encargada dará todos los pasos que se requieran para tocar el fondo del asunto y detener a los culpables. En cuanto la investigación haya llegado a sus conclusiones ¡yo  tomaré las medidas oportunas lo antes posible!»

Carlos Fuentes: «Con la renuncia de Martínez Domínguez el Presidente de México ha demostrado quién es el Presidente: ¡Echeverría, señores!»

Y voceros del PRI: «Algunos grupos, sin tesis ni bandera, pretenden trastornar el orden público. ¡No lo permitiremos!»

Monseñor José Garibi, cardenal arzobispo de la diócesis de Guadalajara:

– Exhorto a los jóvenes a que reclamen lo que sea justo, pero siempre por los caminos legales. Es de lamentarse que los jóvenes de quienes México espera mucho, tomen caminos equivocados. Que estos muchachos, llenos de entusiasmo, de optimismo por la vida, tomen un ideal digno de ellos.

Sobre Echeverría, autor de la maniobra de excarcelar dirigentes del 68 para cooptarlos y que desde dentro desmantelasen los logros del movimiento estudiantil, Heberto Castillo, dirigente del 68 recién excarcelado y más tarde colaboracionista del gobierno del matancero:

– ¡Compañeros: yo estoy  a favor de las medidas tomadas por el presidente Echeverría! ¡Esto revela que podemos avanzar y actuar luchando por la vía legal. ¡Las brechas para el diálogo democrático están abiertas, debemos transitarlas! ¡No empujemos al Presidente al lado de los sectores más reaccionarios!

Carlos Fuentes, intelectual:

– Después de los sucesos del 68 Echeverría no tenía sino dos opciones: una era reprimir, otra era democratizar. Creo que evidentemente no ha tomado el camino de la represión, sino el de la democratización, un camino en bien del país. Afortunadamente, creo que los hechos de hoy nos dan una enorme esperanza de que el camino de la democratización ha triunfado. ¡Echeverría, señores! ¡Echeverría o el fascismo!

Mis valedores:  es México. (Nuestro país.)

Hora cero

Rivera de San Cosme, 10 de junio de 1971. En Jueves de Corpus sangriento lo cuenta uno de los halcones:

“¡Y llegó la hora cero! Cuando faltaban siete minutos para las cinco de la tarde arrancó la descubierta de la manifestación. Se empezó a escuchar el grito de guerra: ¡México…libertad! ¡México… libertad!

La contraparte: «Los nuestros ripostaron: ¡Viva Nuevo León! ¡Viva el che Guevara! ¡Libertad para los presos políticos!

A las 3:45 p.m. advertimos que había mucha vigilancia policíaca. Caminamos rumbo a la Av. Instituto Técnico y al cruzar Nogal la observamos invadida por camiones de bomberos, carros de agentes y policías de tránsito. Seguimos caminando rumbo a la México-Tacuba, en la que divisamos transportes de granaderos y 5 tanques, y en ambas contraesquinas del cine Cosmos grupos numerosos de jóvenes armados con palos y en actitud provocadora. Vimos a unos militares que, al parecer, daban las órdenes y controlaban a todos los elementos policíacos y a los grupos de choque”.

El halcón: “Salíamos de nuestra trinchera. Yo había recorrido lo que sería el campo de batalla y me había cerciorado de que no había gente sospechosa en los  pasillos donde metí a los halcones armados con metralletas y pistolas. Esas vecindades cercanas son de lo más estratégicas por angostas y semioscuras. Me agradaron unas rejitas de una casa desde las cuales se puede disparar como si fueran trincheras. La orden que nos dio El Fish”:

– ¡Pártanles todita la madre! Ah, pero a los periodistas patadas, golpes y romperles las cámaras. A ellos ni un balazo, ni una cuchillada.

El estudiante: “Al llegar a la México-Tacuba se escuchó un disparo de lanzagranadas, e inmediatamente aparecieron, de atrás de los granaderos, unos mil halcones divididos en seis grupos, que portaban garrotes de bambú de dos metros, macanas y varillas forradas. Sus cargas eran respaldadas por descargas de gases lacrimógenos”.

Uno de los halcones que rociaron de víctimas la Rivera de San Cosme: “A mí me sudaban las manos. Tenía seca la boca. Venían como diez mil estudiantes y gente del pueblo. Nada mansos se notaban. Algunos traían metralletas, palos, cuchillos, unos bultos. ¿Granadas de mano? Di el grito: ¡Halcones! ¡Halcones!”

El estudiante: “Oímos los gritos del grupo armado con palos. Iba por el cine Cosmos. Luego se oyeron los primeros disparos. De pronto parecía que los disparos provenían de todas partes».

El halcón: “Unos estudiantes destruyen una panel de la policía; otros toman un camión con el que tratan de embestirnos. Los repelemos. Al ataque con todo. De atrás escuché el tableteo que hizo caer a medio metro de mí a un halcón herido con cuatro balas en la espalda y nuca. Ahogándose en su sangre que vomitaba con fuerza, pues estaba herido en los dos pulmones, me rogó:

– ¡Ayúdame… no me dejes… ayúdame, hermanito..!”

La visión, la versión del estudiante: “Los halcones ahora volvían al ataque armados con metralletas, fusiles automáticos M-1, M-2 y M-16. Comenzaron a caer muchos compañeros. Muertos unos, otros heridos. Los halcones se entregaban al saqueo y la destrucción, con la anuencia de los granaderos. Después de saquear algunas casas y hasta secuestrar a sus moradores, incluso con todo y niños, comenzaron a aparecer más halcones en las azoteas, disparando a diestra y siniestra”.

Como remate de la jornada: “Los halcones asaltan a balazos el Rubén Leñero y se llevan a varios heridos».

¿Y Echeverría? ¿Y la justicia?  ¿Y México? (Qué país.)

El halconazo

Diez de junio, 1971-10 de junio, 2012. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No olviden que fue un día como el próximo domingo cuando, después del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, el Poder volvió a regar de sangre el espacio público. De la masacre del 10 de junio existe, claro, un culpable, y el culpable vive todavía, y vive ahí nomás, encuevado al arrimo de San Jerónimo y de la selectiva aplicación de las leyes en este país. Es México. Mis valedores:

Por revivir la memoria histórica en algunos de ustedes, si ello es posible, aquí les doy, como lo vengo haciendo desde hace años por estas fechas,  pormenores del halconazo que iba a enrojecer de sangre derramada la ciudad capital. ¿Lo recordará Echeverría? Según lo escribe uno de los halcones en su libro de pastar rojas:

Tensos y preparados, la adrenalina en ebullición, El Fish y compinches velaban armas. Su carrera de violencias, que años antes arrancó en el Depto. del DF para desalojar el ambulantaje del Centro Histórico, culminaba con la misión del 10 de junio de 1971: atacar estudiantes en la vía pública. Si al costo de heridos, qué importa. De muertos y desaparecidos, mejor. Urgía un escarmiento. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar.

Los halcones. Miro en el libro sus fotos, media plana cada rufián. Dieciocho a veintitantos años de edad. Tiernos, sí, pero ya endurecidos, muestran su catadura insolente de retadoras pupilas que miran de frente como para la ficha signalética. Años más tarde, aquel Jueves de Corpus sangriento los  llamó El Fish, su jefe:

“Habla a los halcones. Vamos a trabajar de nuevo”. “¿Con el gobierno?” “¡No! –me dijo casi gritando-. Vamos a servir de brigadas de choque para los más ricos de México. Están aterrorizados con el avance del comunismo en la UNAM, en el Poli, en las Normales y en toda la población. Ellos nos van a pagar. Los ricos no tienen alma apostólica. No perdonan. Fueron injuriados en público y, con la caída de Elizondo, lesionados en sus intereses. Están sedientos de venganza.

Los estudiantes iban a injuriar a LEA, a cometer atropellos y a provocar la represión del ejército y de la policía, desacreditados por la masacre de Tlatelolco. Ellos no reaccionarían, pero nosotros sí. Los haríamos pedazos”.

Un día antes los jefes ultimaron detalles. Habían alquilado un cuarto enfrente de la Normal para tener derecho a la azotea y atisbar los movimientos del enemigo, y alquilado cuartos vacíos, realizado inspecciones estratégicas y obrado según las órdenes recibidas. Tres años antes se había perpetrado la matanza de Tlatelolco. Ahora se preparaba la movilización de estudiantes en apoyo a la Univ. de Nuevo León y en repudio al gobernador. Exigencias a LEA, las consabidas: ¡Democratización de la enseñanza! – ¡No a una reforma educativa antidemocrática! – ¡Democracia sindical! – ¡Libertad a todos los presos políticos del país! – ¡Cese de Elizondo!

La Alianza Popular Estudiantil había distribuido folletos en donde se especificaba, y esto da idea del clima ominoso y la gravedad que presentían los “marchantes”: Ir a la manifestación con gente conocida. Si se incorpora a la mitad busque un grupo conocido. No lleve libreta de direcciones. Avisar a alguien para que notifique en caso de desaparición. Organízate internamente con las gente que conoces. No dejarse provocar.

¿Sospecharían algunos que vivían la víspera de su muerte violenta, y otros más que serían desangrados, desgarrados, desaparecidos hasta el día de hoy? (Sigo después.)

Compañeros marchantes

Porque hay de marchas a marchas. De movilización a movilización. Aquí, el testimonio de la marcha que en tiempos de Bush realizaron los cubanos por las calles habaneras. “Los forzó a marchar el tirano”, clamaron «medios» de EU., y un cubano les dio la razón:

– ¡Sí, yo marché obligado!

Conmigo tienen razón cuando aseguran que los cubanos fuimos obligados a la Gran Marcha, como antes firmamos la Iniciativa de Modificación de la Constitución. Efectivamente: yo acudí presionado al Malecón, y estoy convencido de que igual les ocurrió a otros de los nueve millones de participantes de todo el archipiélago. De esa misma forma suscribí el documento,  que al final resultó avalado por millones de cubanos mayores de 16 años de edad.

Me obligaron, sí, pero no fue nadie del Gobierno ni del Partido. Me obligaron la memoria, la actualidad y el mañana. Temprano en esas fechas, Félix Varela tocó a las puertas de mi corazón. Al ilustre Presbítero lo acompañaban el Céspedes Padre de la Patria, el Generalísimo dominicano que convirtió el machete en alma independentista, el Bayardo Agramonte, el Calixto de las tres guerras y una estrella en la frente, el Maceo de fuerza en el brazo y en la mente, el Martí Autor Intelectual, el Camilo del pueblo y el Che de América.

Me obligaron los 20 mil hermanos torturados y asesinados por esbirros de la tiranía batistiana, esos mismos prófugos de toda justicia que aún se pasean por las calles de EU donde gozan de privilegios otorgados por las autoridades para detonar explosivos, atentar contra dirigentes de otros países, aumentar fortunas con el tráfico de drogas y de personas, secuestrar a niños…
Me sentí obligado por el Enero de Libertad y el Girón de Victorias, por los niños alfabetizadores en aquella gesta de cartilla y farol. Me obligó la alegría de saber que la tasa de mortalidad infantil es de apenas 6.2 por cada mil nacidos vivos. Y es que disponemos de más de 67 mil médicos a dos pasos del hogar, y de los cuales casi dos mil prestan sus modestos esfuerzos a 110 pueblos desposeídos en otras tierras del mundo.

Me obligaron los científicos de la ingeniería genética y la biotecnología que fabrican armamentos para hacerle la guerra a plagas y enfermedades, y salvar millones de vidas en cualquier rincón del orbe. Y las sonrisas infantiles arrancadas de una muerte segura por la vacunación contra 13 dolencias curables, que flagelan a la niñez de otras latitudes. Me obligaron los millones de alumnos en todos los niveles de la enseñanza, cada vez mejor preparados por sus  maestros, en más de 50 universidades, de sólo tres que existían en 1959, y en los miles de escuelas con equipos de computación, TV y videos para las tele-clases hasta en el más recóndito rincón de nuestra geografía,

Fui obligado a marchar por los abuelos que saben de su vejez garantizada  y por las mujeres, que conquistaron su derecho a la igualdad y que en muchos frentes han sobrepasado a los hombres. Me obligó el orgullo de la Escuela Cubana de Ballet y el Cine  nacional y los más de 60 títulos olímpicos…

Yo marché obligado por el fraude de los sargentos políticos de Miami, y quien con sus discursitos volvió a ofrecerle la Enmienda Plat endulzada a este pueblo mío que se cansó de decir yes  cuando aprendimos a no bajar la cabeza como esclavos, para impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.         ¡Sí, yo marché obligado!

¿Y los “marchantes” de mi país? (Es México.)

Gasolinazos

Estremecido te invoco, payaso del arrabal; te honro en el horror de la hora aciaga y en los días del espanto.

Todo ocurrió a esa hora mortecina en que acosada por las farolas municipales huye la tarde. Yo, en la banca del parque, con un mi amigo rumiaba asuntos del sentimiento, de los amores idos, del tiempo que pasa para nunca más, de las cosas que en el camino se quedan, de que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismo. Y el suspirar…

Más allá, la vida que pasa a frenazos, acelerones, altisonancias. De coche a coche, cuando el semáforo en rojo, un rumoroso panal de buscavidas: chicles, flores, tapetes para auto y fregaderitas de plástico y artesanía con las que medio México sobrevive vendiéndolas a la otra mitad. Y entonces, oh dolor, pobre payaso que malabareaba sus pelotas (de goma); y de mano en mano se le cuatrapeaban, y allá va la tricolor, y acá le rebrinca la verde, y allá le rebota la azul, y tiene que alagartarse bajo la panza del Neón para pepenar la amarilla, que hasta allá fue a dar. Ridículo.

– Pobrín. Tú y yo aquí tristeando, cuando ese pobre payaso…

Se le quedó viendo. “A ese yo lo conozco. Claro, es el Boquerones. Vamos a saludarlo”.

Joven de cuerpo, pintarrajeado el semblante, en la testa greñuda una peluca ya medio calva. Mi amigo se le acercó: “¿No es usted tragafuegos?”

– El mejor del rumbo. ¿Por qué la pregunta?

– Como veo que cambió de giro y anda en la payasada.

– Es que el hambre es cabrona, y a puras pelotas hay que aplacarla.

– ¿Podría hacernos el acto del lanzallamas?

– Los lanzallamas los ando haciendo sobre pedido. ¿Por qué no se cotizan los dos y me llegan al precio?

Cerrado el trato entró en la caseta del encargado del parque, abrió en la puerta un par de candados y con el cuidado con que se maneja la nitroglicerina sacó aquella latita.   «Sésguense, que ái les voy”.

Y allá troza el aire la primera columna de fuego, con la lata alcoholera entre los brazos. Y allá va la segunda llamarada, y la tercera, y ya.  “Servidos”.

¿Ya? ¿Fue todo? Pagamos. Y allá va el tragafuego a seguir haciendo el ridículo con sus pelotas (de goma). La tristeza, en vez de írsenos, se enconó.

– Bueno, ¿Y por qué el Boquerones cambiaría de profesión?

– Por el costo de la gasolina. ¿Te fijaste en las llamas?

– El chispoteo, dirás. Antes unas columnas de fuego que encendían la vía pública, que sollamaban a los viandantes y chamuscaban cejas y pestañas del chafirete. Qué horrísono el zumbar de aquellas llamas de apocalipsis, de infierno de Dante. ¿Lo de hace rato? No un órgano, un organillo de viejo impotente, un soplidillo de monja, un moco de guajolote. Tales llamas fueron como el sol de invierno y las amantes frígidas: calientan, pero no satisfacen.

– Pero el Boquerones qué culpa tiene.  Harto hace. ¿no ves que para cubrir costos la gasolina la campechanea con agua al 85 por ciento? Por eso fue que de fuego salía nomás el chisguete y un rociadón de agua y baba y gargajos que hasta acá me alcanzaron a salpicar. El rugido del fuego ¿no lo notaste? Con la garganta, estilo ventrílocuo: ¡fuzz, fuzzz!

Y que el pobre ya nomás se echó tres. Culpa del beato del Verbo Encarnado.  No que antes columnas de fuego para iluminar el mundo. “¿Por qué en mi México todo se va degradando? Estado, políticos, sociedad. Como en los chorros de lumbre del Boquerones todo en nosotros ya es más la saliva que las llamas. Gasolinazos.

Callamos. Nos fuimos yendo por la penumbra de un ensayo de noche aún sin amacizar. Más melancólicos que antes. Es México. (Mi país.)

Tu mano siniestra

Tu siniestra mano. Esa mañana, al despertar, Gregorio Samsa se miró convertido en un escarabajo apoyado sobre su espalda, ahora un duro caparazón. Al levantar la cabeza pudo ver su vientre oscuro. Incontables patitas, flacas y débiles, se movían desmañadamente. “¿Qué me está ocurriendo?”, exclamó. No era un sueño…

No, no era un sueño, sino tu espejo. Tú, el menospreciado, mírate en él. Gregorio, afirma Kafka en La metamorfosis, también nació y creció al igual que yo y que tú mismo para despertar bicharajo que en todos los de su mundo causara repulsión. Como tú mismo, escarabajo, con sus diferencias: su metamorfosis fue súbita, no prevista ni provocada. Tú, en cambio, tu existencia entera la haz vivido, desgraciado de ti, transformándole paulatinamente en lo que Samsa aquel amanecer: un bicharajo.

¿Que cómo te fuiste ejercitando? Los que te conocen desde tu juventud lo certifican, como también quienes tuvieron la tarea de educarte en el aula. De mal natural,  tal parece que El Verbo Encarnado te formó de un barro menos limpio que al común de los humanos. Un barro estercolero. Fobias, taras, complejos, represiones, instintos torcidos; a todo agrégale el combustible del licor, y se explica tu personalidad como retrato de Samsa.

Hoy, al término ya de la infausta jornada, te percibes depreciado, despreciado, humillado por todos. Lo eres, sí. Ahora, finalmente, ejerce la autocrítica y plantéate la interrogante:  ¿eres un bicharajo porque todos te desprecian o te desprecian todos porque de mal bicho no pasas? Frankenstein, otro engendro de la imaginación, era limpio, puro, de buen natural hasta que el desprecio de todos, el rechazo y la consiguiente soledad le volvieron piedra el corazón y crueles sus instintos.  Tú no. Tú desde tu nacimiento haz sido Frankenstein.

¿Bicho porque todos te desprecian, o al revés? De mi experiencia personal te doy un ejemplo: tuve una María (ella me tuvo) a la que amé como a mí mismo y tantito más. Era yo grande, y el centro del universo, cuando me llamaba “amor”, así fuese tan sólo con su mirada, forma la más elocuente de expresarlo. Pero de pronto mi única se oscurecía, y con toda su boca y con todas sus letras me motejaba de indigno de su amor. Yo, entonces,  sarna, tiña y pitaña en los ojos, me echaba en un rincón, y con las patas rascábame la picazón de las pulgas en la pelambre del costillar. ¿Me vas entendiendo?

Sobre seis líneas de la Biblia referentes a Job expreso ahora mismo mis dudas y formulo la interrogante:  Yahavé permitió a Satán despojar al varón de virtudes de todo bien material y matarle a los hijos. “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”, las palabras del Justo. Pero en una de esas: “Job fue herido por una maligna sarna desde la planta de su pie hasta la mollera de su cabeza, y tomaba una teja para rascarse con ella, y estaba sentado en medio de ceniza. Díjole entonces su mujer: ¿Aún retienes tú tu simplicidad? Maldice a Dios, y muérete”.

Y aquí mi pregunta: ¿Job ya estaba sarnoso cuando lo abandonó la mujer? ¿No sería cuando su única lo abandona que Job se tornó sarnoso? Elocuente la versión de Sabines:

“Abandonado estoy, sarna de Job, paciencia mía».

Y tú, ¿cuál sea la causa de que te ahogue este crispado desprecio general, preguntas? ¿Lo corto de tu mecha, tu rampante mediocridad? ¿Tu alcoholismo, tal vez? ¡Eso y todo el podrido racimo de tus malas acciones, las que haiga sido como haiga sido tiznaron todo lo que tuvo la mala suerte de caer al alcance de tu siniestra mano! La zurda. (Sigo después.)