Autor: alea
Interruptus
Los romances frustrados, mis valedores. Al que yo aquella vez aspiraba se lo llevó el tren. Uno de juguete. Cierro los ojos y vuelvo a mirar a la sota moza tal como fue en aquella navidad, con su hermoso pelo de ángel, de blancura angelical. No una anciana de cabello cano: pelo de ángel con el que abatía un arbolillo pandeado a la cargazón de foquitos, esferas, estrellitas y madrecitas de esas. El trenecito eléctrico era mi último recurso.
‘¿Mi prima? En mi familia la oveja negra, que brincó el redil; el brinco le produjo aquel lozano chamaco que un trenecito pidió de navidad. Yo, venteando la oportunidad, tomé el sobre destinado a la renta y me fui al juguetero nacional. “Esta noche es nochebuena. Doy este alegrón al hijito, se enternece mi prima, y una vez que nos atasquemos de muslos (del pavo), a la cama el chamaco, y ándenle: nuestros muslos al catre”. Fantasías de solitario
incestuoso. Y sí…
A su hora el chamaco le desbarató el moño al regalo y sacó la preciosidad de ferrocarrilito de corriente eléctrica. El alegrón, y a armarlo. Y aquella emoción, la expectación aquella, la ansiedad por mirar la locomotora pita y pita y caminando, y llamar a la sota moza, mostrarle el juguete (el de corriente eléctrica) y enchufarla (la vía del tren). Pero, ¿enchufar la vía? ¿Y cómo enchufarla, si este tramo tenía con qué y toda la disposición de unirse a la siguiente, pero la siguiente carecía de orificio por dónde? En el otro extremo se le alzaba un gancho de este grosor, pero trozado por la mitad que hagan de cuenta circuncisión fallida. Dos, tres tramos se dejaron enchufar, pero el resto, castidad absoluta.
– Tío, ¿y los vagones?
Y a jurgunear carros para un apareamiento imposible. Traté con este, con ese, con aquel. Nada. Tomé este y lo coloqué de ladito, pero enchufarse cómo, por dónde. Lo coloqué boca arriba y le abrí las ruedas. Nada. ¿Por atrás? Un agujero oxidado por falta de uso. Primero se acható el gancho que abrirse el enchufe. Tenso, el sobrinillo: “Con salivita, tío”. Llevé el furgón a mi boca y la saliva agarró un sabor a hojalata oxidada, pintura reblandecida y bilis desparramada. “¡Alicatas, martillo, échatelos para acá!”
– Así menos. Mejor fueras a reclamar a los jugueteros.
– ¿Reclamar a quién, ante quién? –con las alicatas empecé a jurgunear rieles y vagones de tren, pero nada. Comencé a resollar recio, a jadear, a pujar. El sobrino: “¡Ma, ven a verlo, ya está echando humo!”
– ¿Humo, m’hijo? ¿El diesel?
– El del humazo es mi tío. Por las orejas, míralo.
– ¡Bigotón, cierra esa boca! Con lejía y estropajo te la voy a restregar.
Ahí, sobre la alfombra, el desastre. Se acuclilló la prima. Sus formas a seis pulgadas de mis ojos. Yo, bizqueando al mirarlas, la súbita sacudida. Me acalambré. Sentí que ojos y boca se me torcían, los tomates chispándose. “¡Que te electrocutas!” Y la sota moza corrió a desenchufar el cable; luego observó el juguete:
“¡Virgen santísima, qué desastre de ferrocarril! ¡Pero si no parece sino que por aquí acaba de pasar Zedillo..!
Allí terminó la aventura de la prima, el trenecito y el frustrado enchufe. Ya de vuelta en mi soledad reflexioné en la frustrante experiencia con los juguetes “echos eN mexjico”. Hoy, arrasados por el tsunami chino, los jugueteros rabian, chillan y claman que andan al filo de la quiebra, la ruina, el suicidio. Trágico, sí, ¿pero qué hay de los tiempos en que una industria sobrona y sin competencia nos enchufaba trenecitos sin enchufes? Puro enchufar, acuérdense. (En fin.)
El zapatero criticón
No resistí más. Encaré al criticón:
– ¿Así que a seguir flagelándonos? ¿A seguir renegando contra los beatos del Verbo Encarnado de ayer, de hoy y del futuro?
– Su madre les mentaría, si tuvieran.
– ¿Ignora que todo lo bueno y todo lo malo que ocurre en este país es responsabilidad directa de todos nosotros, los dueños de la casa común? Si la labor de quienes contratamos a muy alto precio para el servicio de la casa no es lo eficiente que esperábamos de ellos, a despedirlos y contratar a unos eficientes. Con que las masas sociales nos organicemos en forma debida…
– ¿Así de fácil? A usté ya le llegaron al precio, y lo único que me extraña es que así y todo mande componer esta tiznadera de chancas.
A de los reniegos me referí ayer, zapatero que prometió revivir mis botines, soberbia estampa que de tanto pisarlos terminaron por degenerar en ruinas deformes. Mientras el remendón los examinaba y montaba en la banqueta su taller ambulante tuve que escuchar aquel vómito de reniegos e insultos de madre arriba contra Los Pinos y anexas. Lo usual. Yo, impaciente, dejé en sus manos la suerte de mis botines y subí a mi depto.
Fue al final de la tarde cuando encaré mi par de botines; apenas salidos de terapia intensiva en el quirófano zapatero, el desastre: no cirugía sino autopsia. Lívidos los contemplé, desangrados, que habían perdido el color. Y las suelas: de la mejor calidad se me había prometido y la pagué al contado, pero aquella carnaza tiraba a cartón mal pegado con plastas de engrudo. No, y al tratar de probármelos: de cálido albergue que fueron para mis pies, que algo tenían de atributo femenino, mis botines se habían convertido en covacha inhóspita, desapacible, erizada de salientes, recovecos, hondonadas, una a modo de estalactita a la altura del gordo y una estalagmita contrapunteándose con el talón, válgame.
Y tan honesto que parecía el remendón, y tanta confianza que me inspiró en el momento en que mirándome a los ojos me juró por su madre santa que habría de utilizar lo mejor de su arte y cueros para revivir mis botines. Pero botines vemos, remendones no sabemos. Renegué:
– ¿Qué horas hace que conmigo se desquitó vaciando toda su carga de bilis negra contra los beatos del Verbo Encarnado y las honorables familias Salinas, Montiel, Fox y Bribiesca Sahagún? ¿No recitó de corrido y se las mentó a la Gordillo, Romero Deschamps y compinches?
– Punta de pútridos, hijos de su pura madre.
– Usted, como millones de paisas, vive exasperado frente a las hechuras de esos sinverguenzas, ¿pero y usted? Mire el servicio que me cobró a muy buen precio. Son millones los paisas del “ahí se va” y “el que tiene más saliva traga más pinole”. El obrero, el abogado, el burócrata y el industrial. No, y ese médico Sanjurjo que me dejó el epigastro (¿?) como usted mis botines. Ellos, usted, desde su margen para la corrupción, ¿no tienen como segunda naturaleza la engañifa y el escamoteo? ¿Y esta sociedad quiere estadistas en el gobierno? ¿Los sinverguenzas Montiel, Fox, la Gordillo y Salinas de dónde salieron, si no de esta sociedad corrompida? Cada pueblo tiene los corruptos que se merece, acuérdese. ¿Usted no se reconoce entre ellos?
Que mi tiznada no sé que, y fue ahí donde peló la cuchilla. Yo, el valiente, di el cerrón a la puerta, de dos en dos trepé la escalera y me encerré en mi cuarto. Desde la ventana, a gritos:
– ¡Tiene usted la mecha más corta y menos capacidad de crítica que el tal Calderón!
– ¡Tizne a su m..!
(¿Quién?)
Contra el de Los Pinos
Esta vez el naufragio, mis valedores. El desastre que tengo y sostengo en mis dos manos. En ellas contemplo la ruina en que han venido a parar aquellos que hasta ayer fueron botines de soberbia estampa, café oscuro su color y tacón de baqueta, aguzados de la punta y con sus orejetas detrás. Magníficos cuando nuevos, es ley de la vida que lo vivo envejezca y se frunza, ley a la que botines de ninguna clase y color puedan sustraerse, de modo tal que los míos fuéronse maltratando, se me enchuecaron, y tan sutil se tornó la suela que entre mis pies y la madre tierra –o el padre asfalto, según- no quedaba más que la tela del calcetín, y qué hacer.
Arrumbé mis bienamados en el asilo de viejos (un arcón de pino, refugio de la polilla) y saqué a relucir los del domingo, con lo caro que me costaron, y los anduve pisando, y al pisar pisaba con tiento, como tratando de pesar lo que una mariposilla sobre un pétalo de rosa (mira, mira). Pero en eso, en una de esas, desde la calle, el pregón vocinglero:
“¡Zapatos qué componer..!”
Corrí al arcón, saqué mis botines y bajando a la calle los puse en manos del remendón, que los miró, palpó, sospesó, examinó de un lado y del otro, por abajo y por atrás, cuidado con la albureada, y su veredicto: “Tacones, suelas corridas, y peor que nuevos. Ni los va a reconocer”. Una hora me pidió para llevar a cabo la reconstrucción de los tales, y ahí mismo, en la acera de Cádiz montó su taller ambulante, y que saca pinzas y martillo y agarra de las orejas mis dos botines, y que al iniciar la reparación de daños comienza a hablarme del beato del Verbo Encarnado, y a desfogar sus rencores contra él, y a soltar bilis negra, y a forrar de altisonancias a sus allegados, válgame.
– Pero un consuelo me queda: que a ése le queda muy poco tiempo en Los Pinos. Yo seguiré siendo un honrado zapatero, ¿y él..?
Válgame. Después de estar aguantando sus reniegos contra el susodicho, su gabinete y los diputados, subí a mi depto. y en el sillón de la estancia seguí la lectura del clásico, todo arropado en el universo sonoro de mi señor Bach. Y la paz…
Y así, en paz, pasó la hora convenida, pero nada, que el remendón no daba trazas de avisarme por el interfono que bajara a recoger mis botines, y así dejé que pasaran dos horas más, y otros tres cuartos de hora, hasta que al morir la tarde, ya al pardear, la catástrofe: tengo en mis manos los botines de marras, y válgame, qué naufragio de botines, qué metamorfosis han venido a sufrir, que ante esta la de Kafka es juego de niños. Lástima de botines…
Su color, por principio de cuentas: de café oscuro como los confié al remendón, se habían tornado negruzcos, con rosetones lívidos aquí y allá, que hagan de cuenta que de repente pescaron alguna enfermedad contagiosa. Por cuanto al material: se me había prometido, y eso pagué al contado, suela de la mejor calidad, pero aquella carnaza tiraba a cartón mal pegado con plastas de engrudo. Pero su forma, Dios: de cálido albergue que fueron para mis pies, que algo tenían de atributo femenino, mis botines se convirtieron en una covacha inhóspita, desapacible, erizada de salientes, recovecos, hondonadas, una a modo de estalactita a la altura del gordo y una estalagmita contrapunteándose con el talón. Yo, los botines en las manos, me puse a pensar, medité para mis adentros, y llegué a la mortificante conclusión que mañana mismo habré de comunicar a todos ustedes. (Vale.)
De virus y gérmenes
Noche de ayer. Calentura. Tomé el teléfono y llamé a la mujer. “A ver si me enfría” Ella, a la distancia: “Me pongo ropa adecuada y estoy con usted, pero despreocúpese: muchos glóbulos lo defienden”.
Glóbulos blancos que ya andarían arrasando con bacterias y gérmenes que me provocaron la fiebre. Qué bien.
¿Qué bien? Qué mal: la doctora que se tardaba, y en mi cerebro una fiebre que alzó hasta niveles de escándalo el mercurio de mi termómetro “rectal”. Y ahí el pensamiento obsesivo, y el delirar, tembloriquear, caer en la duermevela y los descoyuntados delirios. De súbito ahí, vaporosa entre brumas y como en cámara lenta, La Descarnada, que se me arrimaba y alargaba el brazo para arrastrarme hasta el inframundo. Le imploré:
– Piedad. Apiádate de este infeliz que…
Era la doctora. “Vaya que los gérmenes lo atacaron con virulencia”.
– Sálveme, si no es que usted sea otro de mis delirios.
– Calma, hombrecito valiente, que ya los glóbulos blancos están combatiendo esos gérmenes perniciosos.
– Eso es lo grave, doctora: estoy delirando, o los glóbulos blancos me fueron a resultar maestros del SNTE. En mi pesadilla pude verlos combatir la ralea de gérmenes, rapaces y carroñeros, depredadores de mi organismo.
Y es que había observado que en mis venas el germen invasor se tragaba mi sangre, mi carne, mis huesos y mi petróleo, petroquímica, banca, energía eléctrica, mientras que unos virus nativos, entreguistas proyankis, les ejecutaban el trabajo sucio. Yo, en mis delirios, clamaba: “¡Auxilio, glóbulos blancos!” Y sí, de repente, en formación de ataque y a banderas desplegadas, ahí la gallarda contraofensiva contra su enemigo histórico.
-Pues sí, doctora, ¿pero cuál cree que era su táctica? “¡A la mega-marchita contra los gérmenes! ¡A e-xi-gir-les que abandonen este organismo! ¡Sí se puede!”
Miles y miles de glóbulos en mi defensa: “¡E-xi-gi-mos a los invasores que abandonen el elemento en que viven y del que viven! ¡El glóbulo / unido /jamás será vencido! – ¡Calderón, ojete / el pueblo no es juguete!” (¿No lo es, con semejante táctica de combate, candorosos glóbulos?)
¿Los virus proyankis, en tanto? Esos, doberman del paisanaje y chuchos falderos del vecino imperial, se dejaban venir contra mis mega-marchitas defensas, y con su garrote les rajueleaban la testa y les partían su madre. “Y créame, doctora: tanta rabia me provocaron las mega-marchitas de los mega-marchantes que así defendías causas justísimas e-xi-gien-do a gritos y mega-marchas, que les dejé ir una ráfaga de gases. Lacrimógenos”.
– Muy mal hecho, hombrecillo valiente.
– ¡Pero es que esos glóbulos, mediocres impotentes para crear tácticas efectivas contra virus y gérmenes, mi vida la defienden a punta de marchas, plantones y bajadas de chones.
– Bájese los suyos y aflójelas.
– ¿Usted también? ¿Qué quiere que afloje, doctora?
– Quieto. Un piquetito, y como nuevo. Penicilina.
– ¿Y si a la tal se le ocurre defenderme con foros, mítines y paros escalonados?
– Usted delira. Abra su boca.
La abrí, cerré los ojos, sentí agarrosón el termómetro, bizqueé para verlo, traté de gritar, pero sólo alcancé el tartajeo: “Ej el gectal, doctoga”. Bajo mi lengua, el que había utilizado un rato antes, válgame. Y aquí, en mis delirios, el mensaje a los glóbulos profesionales de la mega-marchita: ¿y si lograsen pensar y asumir la autocrítica para plantearse la interrogante: es eficaz la toma de la vía pública? ¿Hasta qué grado lo es, reforzada con la e-xi-gen-cia contra el Poder? (Lástima.)
“Y mean agua bendita…”
El aumento al salario mínimo, mis valedores. El 4.1 por ciento, dos pesos con 32 centavos para la zona A, la privilegiada. Clama desde 1886 Louis Lingg, uno de los Mártires de Chicago:
Vuestras leyes están en oposición a la naturleza, y con ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar…
El Papa y los empresarios, a propósito. En vísperas de la visita final de Juan Pablo II a nuestro país, el obispo Onésimo Cepeda a los reporteros:
– Lo acabo de ver en El Vaticano, y la verdad, pues lo ví muy malito, pero sacará fuerzas de flaqueza y vendrá a nuestro país a canonizar a Juan Diego. Creo que hay Papa para rato. Por lo menos para lo que nosotros necesitamos, que es un mes y medio…
Y una vez confirmada la visita del Papa, la Arquidiócesis de México:
– Para los gastos que ocasione la visita papal nos hemos apoyado en las escuelas y agrupaciones de los Legionarios de Cristo. Ya hemos invitado al padre Maciel. El Papa no nos cobrará por la celebración de la misa, ni los cardenales que lo acompañan. La misa de canonización de Juan Diego costará a la Iglesia lo que salga el recibo de la luz. Los camiones y todo eso corre a cargo de las empresas. Ellas patrocinan todo eso.
Lucas, evangelista: ¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios!
Y hablando de los tales: “Se convocó a los empresarios a participar con donativos en la realización del viaje pontificio”. Guillermo Ortiz, vocero del comité organizador de la citada visita papal:
– No sé por qué algunos miembros de la iniciativa privada no consideran costeable invertir en la gira del Pontífice. Hago un llamado a que los empresarios participen en este acontecimiento que es de la Iglesia mexicana, pero que tiene su repercusión para la vida de México y para la imagen de México ante todo el mundo.
Mayo de 1990. Ante el Papa se plantaron de hinojos los empresarios mexicanos. El mensaje de un A. Fernández de Castro:
– Su Santidad: los empresarios deseamos el bienestar social de todos los que dependen de nosotros. Creo que los empresarios somos un medio del que Dios se vale para la administración de la riqueza temporal…
Habló después un Eduardo García Suárez, presidente saliente de la Conf. de Cámaras de Comercio, CONCANACO:
– Yo soy partidario, Su Santidad, de un capitalismo popular que, como la imagen de María, se intuye y se preanuncia…
G. V. Madero, empresario: “El Papa nos deja un paquetón. Claro, Su Santidad habla de lo que debería ser, no de lo que es en la realidad. Gracias a Dios, la visita papal redituó una ocupación hotelera del 100 por ciento…”
Patricio Martínez, dirigente de comerciantes:
– Su Santidad el Papa vino a reafirmar lo que nosotros ya sabíamos como doctrina social, tal como lo expresó el propio Juan Pablo II en torno al capitalismo, al lucro exacerbado, al amor del dinero y a la mala retribución al trabajo e injusta distribución de la riqueza. De alguna manera, nosotros ya la practicábamos, porque nosotros no defendemos el individualismo egoísta que algunos practican porque siempre hay abejas negras (sic). No, Su Santidad no dijo que el dinero sea malo, lo que pasa es que, por supuesto, no lo podemos amar al mismo nivel que todos los empresarios amamos a Dios…
Un amor que para este año se acrecentó el tanto de dos pesos con 32 centavos. Tales son los feligreses del Padrecito Maciel, empresarios que “mean agua bendita”. (Dios.)
Taller de Lectura – 02 Enero 2011
Programa Domingo 6 – 02 Enero 2011
Vivir…
Un día tu alma caerá de tu cuerpo, y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo cognoscible. No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas. Mientras tanto… ¡sé dichoso!
El Rubaiyat, por supuesto, de Omar Khayyam, poeta “de la brevedad de la vida, el absurdo del mundo y la fugacidad del placer, consuelo único del hombre”. La del persa es poesía concebida en la entraña de una civilización de refinamiento y decadencia, la de la Persia de mediados del XII, nueva y deslumbrante, de acentos desesperados.
El Rubaiyat constituye una sucesión de conceptos filosóficos bellamente armados en el molde del poema, y alude a esos elementos que desde siempre son y serán preocupación de lo humano: el tiempo en cuanto demoledor de la vida y los goces de los sentidos que, aunque efímeros, son el único medio de lograr el espejismo de vencer al tiempo, a la muerte, a la eternidad”. Agridulce, directa y desnuda de galas se nos entrega, que para el fatalista poeta del desencanto y la sensualidad machihembrados no existe más placer que el de los sentidos, ni más vida que la del instante; que la naturaleza sigue su curso muy por encima de nuestros dramas personales, tan pequeñajos, y de la angustia vital ante el tiempo que pasa. Que es vano empeño la rebeldía ante el dolor y la muerte y no nos resta más recurso que exprimir el zumo de la vida y la sangre de la uva, y existir dentro de la almendra del instante, y no más; que a manera de las mejores voces del Siglo de Oro español, la existencia del hombre no es más que sueño, polvo, sombra, olvido. Nada, pues.
“Cuando hayamos muerto no habrá ya rosas ni cipreses, ni labios rojos ni vino perfumado; no habrá penas ni alegrías, ni auroras ni crepúsculos. El universo se aniquilará, puesto que su realidad depende tan sólo de tu pensamiento. Mira y escucha. Una rosa tiembla por la brisa y el ruiseñor le canta un himno apasionado; una nube se detiene. Olvidemos que la brisa deshojará la nube que nos brinda su sombra…”
Soñemos, alma, soñemos, dice Segismundo, y Torres Bodet: ¿Para qué contar las horas? – No volverá lo que se fue, – y si lo que ha de ser ignoras, – ¡Para qué contar las horas! – ¡Para qué..!
Atienda alguno de ustedes, uno, aunque sea, la escena antigua y actual que ahora les ofrezco, frutilla madura de la literatura oriental. Ya después todos ustedes a seguir con su trajín:
“Señor, no sirvas todavía el vino, que acabo de reflexionar. He aquí que ha llegado el momento en que los comensales están menos alegres, en que la risa duda; el instante en que las danzarinas vacilan, en que las peonías se deshojan. He aquí el único instante en que el corazón habla con sinceridad.
Señor: tú posees palacios, guerreros, vino perfumado. Yo no tengo más que mi laúd, que canta amargas canciones a la hora en que las peonías dejan caer sus pétalos. En esta vida, señor, sólo tenemos una certidumbre: la muerte. Estas bocas que nos besan estarán un día llenas de tierra. Este laúd que vibra bajo mis dedos servirá para refugio de las gallinas. El tigre saltó a los valles donde en otros tiempos erraba el pez Mrang. El coral tapiza los torrentes donde florecían antaño las violetas. Escucha allá lejos, en la montaña blanca de luna; escucha a los monos que lloran en cuclillas, sobre tumbas abandonadas…
Ahora, señor, ya puedes llenar nuestras copas”.
Mis valedores: a vivir. Qué más. Qué mejor. Vivir, que es más tarde de lo que suponemos. Y el aletazo del tiempo, y este estremecimiento. (Vivir.)
El retablillo anual
De pronto salimos del sueño – sólo venimos a soñar – no es cierto, no es cierto – que venimos a vivir sobre la tierra…
Con la desalentada filosofía de Nezahualcóyotl y reflexiones en torno a la fugacidad de la vida que a su hora han formulado poetas de la hondura y reflexión de Omar Khayyam y Manrique, aquí entrego a todos ustedes, como cada fin de año por estos días, este mi mensaje de fin de año que se nos torna tradición, y que procura interrumpirles el ritmo desalado de las fiestas de fin de año con la secreta esperanza de que a alguno sea de provecho con la meditación de lo efímero de tales festividades dentro de la fugacidad de una vida que en estampida se nos huye para nunca más. Y qué hacer. Clama, a su Hacedor, un abatido Job: Tus manos me hicieron y me formaron – Como a barro nos diste forma – ¿Y en polvo me has de volver..?
Mis valedores: el cuerpo aún fatigado después de la celebración navideña y el gaznate estragado todavía por el regusto a festividad y derroche aberrante, y una vez que a regocijos y litros de alegría embotellada se habrán deseado felicidades y parabienes para el año que está ahí nomás, acechando, ¿me permiten, como cada año por estas fechas, que desentone del ánimo colectivo y los invite a frenarnos el tanto de un suspirillo para reflexionar sobre el tiempo que pasa para nunca más? Por desdicha…
El hombre nacido de mujer _ corto de días y hastiado de sinsabores – sale como una flor y es cortado – y huye como la sombra y no permanece…
Y qué hacer. Estamos a la vuelta de un año más, que a la hora de hacer las cuentas resulta que fue uno menos. Contradictoria la aritmética de nuestro humano existir. Andamos, dos o tres de nosotros, doblando ya el Cabo de Buena Esperanza. Será por eso que al menos a lo inconsciente alienta dentro de nosotros la sentencia inmortal de Manrique: Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar – que es el morir…
¿Por qué este ánimo ceniciento, cuando en derredor todo es júbilos, azucarillos y aguardiente? Será porque a algunos se nos quiebra el ánimo, se nos resfría con la certidumbre de que vivimos en el cogollo de lo fugaz, lo perecedero; de que existimos en la sustancia misma de nuestra muerte propia y particular, intransferible, a la que vivimos alimentando día a día con el tiempo de nuestro diario existir. Clamor dolorido, Job: Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor y fenecieron sin esperanza…
¿No es verdad que tal sentimiento de lo finito y lo transitorio, que semejante sensación de errabundaje y romería viene a depositar al cabo del año y a principios del nuevo, en el ánima del ánima, un regustillo a ceniza, a terral, a aliento de despedida apenas postergada? Y qué hacer con esta tristura que se nos aposenta aquí, miren, en lo más blando de una corazonada, por cuestión de este otro año que se nos ha ido para nunca más, y qué más. Mis valedores:
No por estropearles su gusto, sino porque los miro correr a lo desatinado rumbo a ninguna parte, hoy invoco para ustedes la voz de algunos poetas filósofos que de repente perciben el aletazo del tiempo que pasa para nunca más retornar; voz que es sabiduría quintaesenciada que provoca serenidad y quebranto machihembrados, y un como regustillo a lejanía y desprendimiento del ánimo bien dispuesto en el final de un año más, que a fin de cuentas vino a ser uno menos. (Tales voces, mañana.)
El opio de las masas
El ser humano, mis valedores, esa criatura única e irrepetible que puebla el haz de la tierra y cuyo destino, en cuanto comunidad, es la sobrevivencia. Ente de cumbres y abismos, de cimas y simas, sus hechos proyectan luz y tinieblas en humanísimo claroscuro: alguno conquista las crestas del saber, del heroísmo, de la santidad, en tanto que una infinita mayoría se arracima en contingentes de masas que sobreviven en la cotidiana rutina del áspero oficio del diario vivir a ras de los suelos. Los seres anónimos, los desconocidos de siempre…
El mexicano, pongamos por caso. Si intenta la perfección casi siempre carece de la educación adecuada. Es la ignorancia el achaque que lo mantiene en situación vulnerable y lo fuerza a caer ante el ataque de esos sus enemigos que le impiden el vuelo natural hacia la entelequia, que decía el clásico. Y claro, sí, por supuesto: entre los factores que le mutilan las alas están los medios de condicionamiento de masas. Porque el pobre de espíritu, inquilino de la violencia, la pobreza y la inseguridad, busca evadirse de una realidad que lo supera, lo lacera y agobia, y en ese intento de hurtarle el cuerpo a lo que no puede evitar se refugia y cae de lleno en el alcohol u otras drogas casi tan nefastas como la botella: coca, mariguana, metanfetaminas o el televisor, esa puerta falsa, puerta excusada, que el mexicano tiene abierta de par en par sin percatarse de que la TV constituye un negocio del gran capital y de que sus intereses no sólo difieren de los del televidente, sino que se le contraponen y medran de él; que el medro de la TV radica en el desmedro de las masas sociales en provecho de Poder. Macabro…
Pero esas masas sociales necesitan y reclaman una rajuela de esperanza que les avive su desfalleciente sentido de la existencia, y esa esperanza la encuentran en el credo religioso. La católica es la religión mayoritaria, y en ella se refugian esas masas en busca de la esperanza de una vida mejor, que se le promete, sí, pero en la otra vida, y ello si logra pasar el juicio inapelable de su Dios. Es ahí donde la jerarquía católica, a contracorriente de las leyes de ese Dios y del Estado, manipula su tremendo ascendiente en los feligreses, las ovejas del rebaño “del Señor”, para aplicar en ellos una moral restrictiva, represiva, que les lleva a caer en el engaño de tomar como preceptos religiosos ciertos tabús como el preservativo, la educación sexual, la píldora del día siguiente, la interrupción del embarazo antes de las 12 semanas y tantos otros derechos humanos que la sotana disfraza de pecados. De anatemas. De fulminante excomunión. Y como a los 85 millones que participan del ritual católico, que no de su esencia, desde pequeños se les ha infundido la obediencia como “virtud”, pues… a obedecer al “padrecito”, qué más.
De esto ya hace algún tiempo. Al igual que hoy día, PEMEX fue motivo de escándalo, aunque no por algún siniestro que dejase reguero de cuerpos humanos calcinados, sino porque manipulaciones encubiertas de los entreguistas intentaron enajenar el energético al capital extranjero, y ahí la reacción ciudadana: movilizaciones de protesta que encabezó su lider natural. El clero político, entonces, siempre aliado del Poder:
– ¡La lucha por PEMEX no es de falsos profetas e iluminados! AMLO qué sabe del tema. Calderón, en cambio, tiene argumentos y son sustentables. ¡Que los católicos no salgan a manifestarse en las calles!
Los Pinos, las sotanas. (México.)
Ayer fue Guadalajara
Se ha incumplido el derecho del pueblo de Jalisco a conocer la verdad histórica y jurídica de las explosiones del 22 de abril. La Comisión Estatal de Derechos Humanos recomendó al Gobernador Francisco Ramírez impulsar un juicio civil en contra de quien resulte responsable de la tragedia…
PEMEX, siniestros, tragedias, dolor, impunidad, olvido, y no más. Esta vez fue San Martín Texmelucan. Guadalajara, apenas ayer, un 22 de abril de 1992. Por que no se nos borre la memoria histórica: en la Guadalajara olorosa a tierra mojada (de sangre, por aquel entonces acabada de derramar), frente a las cámaras de TV y con un fondo de ruinas, desolación y cadáveres prudentemente disimulados, el chaparrín de las grandes orejas levantaba un índice minusculito para clamar, engolada vocecilla:
– ¡Compatriotas! ¡He dado instrucciones precisas al Procurador Morales Lechuga para que en un plazo no mayor de 72 horas me rinda un informe sobre los responsables del.! Etc.
El responsable directo y único resultó ser PEMEX, pero rápido de reflejos, Francisco Rojas, su director:
– Fue la fábrica de aceites La Central, donde se presentó una fuga de hexano que se filtró al drenaje municipal. Ello provocó seis explosiones.
Y una capacidad de fingimiento e hipocresía frente a las ruinas, la desolación, los baldados y los cadáveres del Sector Reforma: “Personal especializado de PEMEX se encuentra colaborando con las autoridades estatales y municipales en el centro de emergencia. No hay peligro, por suerte, de que nuestros ductos sean afectados…”
Por diluir la responsabilidad de Pemex clamaba el priísta Rafael Rodríguez Barrera:
– En mi partido no hacemos juicios a priori sobre los hechos de Guadalajara. Los partidos de oposición no deben manipular políticamente el problema. Por el contrario, en lugar de buscar culpables, que ayuden al país a evitar desastres de ese tipo…
La mortandad se produjo después de que vecinos del Sector Reforma estuvieron reportando una y otra vez el hedor a gasolina que emanaba del alcantarillado. Las autoridades correspondientes nunca valoraron semejante denuncia como para destacar el personal adecuado que inspeccionara aquella irregularidad. Y sobrevino la tragedia de las seis explosiones, y casi enseguida quedaría al descubierto la responsabilidad de la paraestatal. Pero entonces…
El entonces presidente Salinas dio a la tragedia del Sector Reforma una solución a la mexicana, la misma que antes se aplicó en Tlatelolco, Rivera de San Cosme, San Juan Ixhuatepec y más tarde en Acteal, Aguas Blancas, El Charco, El Bosque, en fin: el disimulo, la complicidad, la impunidad, el cinismo. La solución, muy a la mexicana:
En mayo, Francisco Rojas convocó en su oficina a 45 diputados, que al final de la entrevista se negaron a revelar lo que ahí acordaron, pero tiempo después iban a emitir su acuerdo final:
“La Cámara de Diputados no abrirá juicio político alguno a los funcionarios denunciados ante ella como responsables del siniestro”.
Los priístas relevados de toda responsabilidad fueron: Guillermo Cosío Vidaurri, gobernador del Estado; Francisco Rojas, titular de PEMEX; el ex secretario de la SEDUE, Patricio Chirinos, y el titular de la Sec. de Desarrollo Social, uno de nombre Luis Donaldo Colosio. ¿Y?“Ya, señores, exige Alberto Orozco, ex-gobernador de Jalisco. Hablar del 22 de abril es insano. Yo aborrezco ocuparme de ese asunto”.
¿Esta vez el veredicto oficial de la tragedia de San Martín Texmelucan cuál irá a ser?
(Mañana el final.)
¿Quién es el verdugo?
Edipo, mis valedores. Parricida e incestuoso, aborrecido por los dioses y padre de una raza maldita, de oídas es conocido porque Freud nos lo enjaretó en plan de complejo psicológico. Aquí, con ánimo de que alguno de ustedes se eche a buscar el Edipo Rey (Sófocles), va un esbozo de la tragedia que signó el destino del héroe tebano. Hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas, la Pitia advirtió que de engendrar un hijo mataría a su padre y metería a su propia madre en la cama. Y nació Edipo. Layo, espantado:
“Llévense al monte al recién nacido y ahí sacrifíquenlo.
Movidos a piedad los ejecutores lo abandonaron. Colgado de los pies a la rama de un árbol lo encontró el pastor Forbas, sirviente de los reyes de Corinto, a quienes entregó para que ellos lo criaran como hijo propio que ya de joven, ante ciertos rumores acerca de su origen ambiguo, Edipo consulta a la Pitia, que le profetiza:
– Matarás a tu padre y a tu madre la tomarás por mujer.
Espantable. Por conjurar la tragedia Edipo huye del palacio, se hace al camino y de repente se topa con La Esfinge, monstruo con cuerpo de perra, garras de león y alas de águila, que acostumbra plantear acertijos a los caminantes, a los que destruye si no dan con la respuesta acertada. A Edipo: “¿Cuál es el animal que en la mañana camina en cuatro patas, a medio día en dos y al atardecer en tres, y cuando más patas tiene es más débil?” Edipo:
– Ese animal es el hombre, que en la mañana de su vida anda en cuatro patas, en su mediodía en dos y en el atardecer con bastón.
Despechada, La Esfinge se despeña donde antes desbarrancó a sus víctimas, y fue así como Tebas se vio libre del monstruo que asolaba el país. Creón, el rey, cumplió su promesa: “Tuyo es el reino y la mano de la viuda reciente”.
Viuda porque días antes, en cierto incidente con los ocupantes de aluna carroza, Edipo había asesinado a Layo, su propio padre, desconocido para él. Y ahora se cumple la maldición: como nuevo rey de Tebas el parricida comparte el lecho con Yocasta, su madre. El círculo del destino se ha remachado, y ahí la furia de los dioses. Por el delito nefando de parricidio e incesto Zeus arroja sobre Tebas aquella epidemia que convierte el país en un almácigo de cadáveres al tiempo que crías y criaturas se deshacen en el vientre materno. Edipo, su edicto real:
– ¡El causante de semejante castigo debe pagar con su vida!
Y el trágico final: ya resuelto el misterio, Yocasta se quita la vida y Edipo se arranca los ojos. Pero Tebas conoce la paz. Por un tiempo Mis valedores:
Ya no allá, en Tebas, sino acá, en México: ¿qué desgraciado Edipo puede ser el causante de la mortandad? A punta de plomo más de 30 mil, y otros tantos por hambre, por indigencia total. ¿Quién fue su verdugo? De las crisis económicas y el deterioro en el nivel de vida de las masas sociales; del descrédito del país ante el resto del mundo, ¿quién es el Edipo de nuestro país, que así le causa semejante epidemia? ¿Algún adivino Tiresias andará por ahí que nos aclare el misterio? ¿Ubican ustedes al responsable de que al país le hayan caído encima la mala fortuna, el mal fario, la salación?
Pero no flagelarnos. El único responsable es el cuerpo social, dueño absoluto de la casa común. Los causantes de la plaga somos 110 millones de responsables, por acción o por omisión, de todos lo bueno que solía ocurrirnos y de todo lo malo que desde hace cuatro años cimbra los cimientos de esta casa común. Sin más. Es Tebas. (Es México, nuestro país.)
Taller de Lectura – 26 Diciembre 2010
Programa Domingo 6 – 26 Diciembre 2010
Martirologio
Fue un día como hoy, pero de hace 13 años, cuando Acteal, amaneció engrifado de cadáveres. Hoy también, como entonces, con ustedes recuerdo a los mártires de la comunidad ahijada a Chenalhó, Chis. A la vista del almácigo de víctimas ahí la palabra viva del profeta Samuel Ruiz en su Carta pastoral de Navidad:
“Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contexto trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecución y exilio, y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chelalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido, el nacimiento de nuestra carne del Verbo de Dios, irrumpe en medio de la más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luctuosa. No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muertos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denunciado acuciosamente a las autoridades que lo podían haber frenado con anterioridad a este indignante desenlace.
Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso acontecimiento un verdadero crimen contra la humanidad: el hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, armados, contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados; que ese grupo victimado (“Las Abejas”) sea uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecución de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado hasta el punto de ser obligados a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se encontraban ya en calidad de desplazados; el hecho de que el ataque se haya verificado en el momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, orando por la paz; y seguramente orando por quienes les perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas.
¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que habían estado cerradas y ocupadas por grupos armados de civiles y de policías, en una ermita de Los Altos hayan sido masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la violencia. ¡Y para este pueblo tan hondamente religioso! Toda la tradición judeo-cristiana de que los templos son Santuarios para los perseguidos, aquí ha sido pisoteada. A muy temprana hora de hoy las autoridades del estado han ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios. Ello es un agravio más a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:
– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos! ¡No dejen que se los lleven!
Quien conoce el alma indígena sabe hasta qué punto es existencialmente indispensable hacer el duelo, llorar a los muertos. ¿Será que hasta ese consuelo les van a quitar? Sólo la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera. Esta, y no la de la sociedad de consumo, es la que permite entender el misterio de la Encarnación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor…
Cuánto trabajo nos cuesta, en este momento, decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Niño nace muerto”.
El resto es silencio, mis valedores. (Dios.)
Crimen imperfecto
El presente es un relato escrito por Gonzalo Fortea, que aquí sintetizo con dedicatoria para los tres jueces que en el pasado abril, en un juicio oral y por cuestión de una “duda razonable”, exoneraron de su crimen a un Sergio Barraza Bocanegra, asesino confeso de Rubí Marisol Frayre, cuyo cadáver descuartizó. Luego de confesar su crimen y pedir perdón a la señora Marisela Escobedo, madre de la víctima, los jueces de marras absolvieron al asesino descuartizador. ¿Motivo? No contaban con más evidencia que la confesión del asesino. La síntesis del relato de Gonzalo Fortea:
– Sí, señor fiscal. Soy un asesino.
Mi defensor se levantó, indignado: “¡No se reconoce culpable!”
– Pero maté a la víctima.
El juez: “Demuéstrelo. ¿Tiene testigos?” Yo: “No se buscan testigos para cometer un crimen”. El juez: “Quizá a usted le hubiera convenido tener uno. ¿Dónde está el arma homicida?” Yo: “La perdí. Puede que la haya arrojado a una alcantarilla”. El juez: “Toda la zona se registró en su día y el arma no apareció. Tendrá usted que demostrar su crimen”.
El fiscal estaba nervioso. Le hice un gesto como diciéndole: no se preocupe, lo conseguiremos. Se animó: “¿Los motivos del crimen?” Yo: “Robarla, naturalmente. Me encontraba en una situación muy difícil. Hacía dos meses que había perdido mi empleo. Necesitaba dinero para poder comer. Creí que el piso estaba vacío, pero de pronto apareció la señora. La maté para que no se pusiese a gritar”. Mi defensor: “¿Gritar? Paralítica, no podía emitir sonido alguno”. Yo: “No lo sabía. Tuve miedo, perdí la cabeza y la maté”.
– No nos convence, dijo el juez. “¡Ustedes no estaban ahí, y yo sí!”. “Demuéstrelo”, dijo el juez, y el abogado defensor: “Usted afirma que penetró en la casa con intención de robar. ¿Qué fue lo que robó?” Yo: “Nada, no encontré nada”. “Sin embargo, la anciana señora guardaba una importante colección de joyas en uno de los cajones de la cómoda, que no estaba cerrado con llave”.
– Nada encontré.
– ¿Usted nos toma por imbéciles? La cómoda no fue registrada. No había huellas dactilares.
– Utilicé guantes.
– No se observaba el menor desorden.
Mi abogado defensor: “Señor juez, señores del jurado: el asesinato conlleva pena de muerte. ¿Vamos a consentir que el acusado se ría de nuestras sagradas instituciones, de la Justicia, y que utilice el dinero y el prestigio del Estado para consumar lo que sería su suicidio? ¿Hemos de volvernos idiotas para creer en su desmañada sarta de absurdos? Observen su rostro cansado. “Es que estoy aburrido. (Me levanté.) ¡Ya está bien!”
El juez dio un golpe sobre la mesa: “El acusado se abstendrá de alzar la voz”. Dije: “¡Soy culpable!” “¡Cállese! ¡No invente que es culpable!”
“¡Protesto!”, gritó el fiscal. “¡Denegada la protesta”, sentenció el juez. “Puede retirarse el jurado a deliberar”
– No es necesario, señor juez. Todos estamos de acuerdo.
– Levántese el acusado.
Cuando salí a la calle un hombre se me acercó sonriendo. Era mi abogado defensor, con la diestra tendida. “Enhorabuena”.
El fiscal, en cambio, caminaba con la cabeza hundida mientras se dirigía al automóvil.
– Maté a la vieja, ¿sabe?, le dije.
– Claro, sí, ¿y eso qué importa ahora?
Subió al automóvil. Yo metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y me fui a vagabundear hasta la hora de apertura de esos lugares en donde dan sopa gratis a mendigos y desocupados. Estaba a punto de llover.
Este es nuestro país, mis valedores. Estos son sus jueces, sus asesinos, su Justicia. Todo esto es México. (Dios…)
Es la historia
¿Conmemorar el Bicentenario de la Independencia sin mentar el protagonismo del alto clero católico? La Iglesiareclama que se valore el papel que desempeñó en la liberación del país. Paradójicamente, se pudiera decir: la acción que desembocó en la independencia de México un 27de septiembre de 1821 fue resultado de la Conjura de La Profesa, con un obispo Monteagudo de promotor y un Iturbide como brazo ejecutor. Pero la historia tiene sus vueltas, revueltas y recovecos, como los que llevaron a Hidalgo al fusilamiento un 30 de julio de 1811. ¿Válida o no la excomunión que recibió de manos de cierto Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán? El Tribunal de la Inquisición formuló contra Hidalgo 53 cargos, para terminar azotándolo con la excomunión fulminante. En octubre de 1810 habló por la Iglesia Católica un arzobispo Lizama:
– Hijos míos, no os dejéis engañar: el cura Hidalgo, procesado por hereje; no busca vuestra fortuna sino la suya; como ya os tenemos dicho en la exhortación del 24 de septiembre: Ahora os lisonja con el atractivo halagüeño de que os dará la tierra: no la dará y os quitará la fe; os impondrá tributos y servicios personales, porque de otro modo no puede subsistir en la elevación a que aspira y derramará vuestra sangre y la de vuestros hijos.
Las masas, crédulas, y cómo pudiese ser de otro modo, si en la Nueva España de entonces existían 29 centros culturales y once mil ciento dieciocho templos católicos. Lógico.
Lógico también que quien levantó un pueblo en armas lo pagara con su vida. Aquí, revelador, un trozo del documento de excomunión fechado el 24 de septiembre de 1810, que firma Abad y Queipo:
“La Nueva España (…) se ve hoy amenazada con la discordia y anarquía, y con todas las desgracias que la siguen. El cura de Dolores don Miguel Hidalgo (…) levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la anarquía, y seduciendo una porción de labradores inocentes les hizo tomar las armas; y cayendo con ellos sobre el pueblo de Dolores el 16 del corriente al amanecer, sorprendió y arrestó los vecinos europeos, saqueó y robó sus bienes. Como la religión condena la rebelión, el asesinato, la opresión de los inocentes; y la madre de Dios no puede proteger los crímenes; es evidente que el cura, pintando en su estandarte de sedición la imagen de nuestra Señora, cometió dos sacrilegios gravísimos, insultando a la religión y a nuestra Señora.
El cura Hidalgo insulta a nuestro soberano, despreciando y atacando el gobierno que le representa, oprimiendo sus vasallos inocentes, perturbando el orden público y violando el juramento de fidelidad al soberano y al gobierno, resultando perjuro igualmente que los referidos capitanes. Yo, vuestro obispo, debo salir al encuentro a este enemigo, en defensa del rebaño que me es confiado.
Así pues, usando la autoridad que ejerzo como obispo declaro que el referido Miguel Hidalgo, cura de Dolores y sus secuaces son perturbadores del orden público, sacrílegos, perjuros y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon. Los declaro excomulgados vitandos prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda. Item. Declaro que el dicho cura Hidalgo y sus secuaces son unos calumniadores de los europeos, que no tienen ni pueden tener otros intereses que los de vosotros, los naturales, auxiliar la madre patria”.
Así, con los beatos del Verbo Encarnado, capas pluviales y solideos a celebrar el Bicentenario. (Dios.)
No lo perdono, señor
Yo le perdonaría todo el mal que nos causó a tantos con el fraude que fue a encaramarlo a Los Pinos. Le podría perdonar que para embrocarse la tricolor se valiera de toda clase de tretas, “dados marcados” y una abominable “elección de Estado”. Se lo perdonaría, señor.
Y también que para treparse, primero, y mantenerse después, sin provocar una insurrección en las masas, invierta una enorme tajada de nuestros impuestos manipulando a pobres de espíritu aturdidos con una propaganda aplastante. Que lo hayan trepado los enemigos históricos del país: la Casa Blancay los mayores capitales de este país, pasando por los cristeros tardíos de El Yunque, los púlpítos de los Rivera Carrera y el duopolio de la televisión. Le perdonaría que con su nefasta política de arropar y ser arropado por sotanas, casullas y capas pluviales, siga emporcando un estado laico mientras (la banda tricolor entre pecho y espaldas) convierte el país en basílica del Verbo Encarnado.
Todo esto le perdonaría; que mi país sea manejado por usted, un individuo ayuno de todo carisma, de toda personalidad, mediocre hasta el tuétano de los huesos. Esa su voz que ventosean todos los medios de condicionamiento de masas, ese su aspecto de burócrata poquitero, esa su cortedad de expresión, su cortedad de miras (¿usa bifocales?), su cortedad de físico, donde todo lo que se eche encima le queda grande. (Aún traigo en la menta su disfraz de mílite, con un chaquetín cuartelero todo guangoche, y que se haya dejado encasquetar una gorra color verde olivo con cinco estrellas, atuendo que a usted le sentó como a la de la fábula un par de aretes, tan impropio ya no de un estadista, ni siquiera de un buen gerente de la sucursal México de la matriz en Washington.)
Yo le perdonaría que después de un proceso electoral turbio, pantanoso y mostrenco, su medida de gobierno inicial fuese correr a Washington, y con la oferta de continuar imponiendo a las masas populares el azote neoliberal se haya puesto a las órdenes de su jefe nato por aquel entonces, el Bush genocida de la Casa Blanca.
Perdonaría que haya incumplido todas sus promesas de campaña y que en lo que va de su gobierno el país se haya endeudado y retrocedido en los rubros de política económica y financiera; que con sus políticas erróneas lo haya desacreditado casi tanto como con esa estúpida guerra que por afanes de una legitimación imposible decretó contra el narcotráfico, guerra que tiene perdida y a usted lo acabó de perder, que acabó por desacreditarlo, y de paso al país, y orillado a ser motejado de estado fallido, y perder el control de grandes áreas del territorio patrio.
Le perdonaría, señor, que haya dejado de ser jefe de gobierno para tornarse jefe de partido. Su manejo torpe de la crisis, el desempleo, el empobrecimiento de las masas populares, una canasta básica inaccesible…
Todo se lo perdonaría si de sus manos no chorreasen lloraderos de sangre inocente, esa misma que usted, a lo zafio, denominó “daño colateral”, y para colmo de lo insensible, fijándole una cifra: “apenas” (Dios) el 10 por ciento de la mortandad. Por la carnicería de mujeres y ancianos, de jóvenes y adolescentes, de niños. De criaturas. Por esos cadáveres, señor, yo no lo perdono. Nunca lo perdonaré. Y ya usted está por irse al desván de la historia, si sigue vivo, mientras que yo, si vivo, seguiré en situación de acusarlo por el derrame de sangre inocente que clama justicia a los cielos. Atroz.
Es cuanto. Vale, y firmo para constancia. (Total…)