El retablillo anual

De pronto salimos del sueño – sólo venimos a soñar – no es cierto, no es cierto – que venimos a vivir sobre la tierra…

Con la desalentada filosofía de Nezahualcóyotl y reflexiones en torno a la fugacidad de la vida que a su hora han formulado poetas de la hondura y reflexión de Omar Khayyam y Manrique, aquí entrego a todos ustedes, como cada fin de año por estos días, este mi mensaje de fin de año que se nos torna tradición, y que procura interrumpirles el ritmo desalado de las fiestas de fin de año con la secreta esperanza de que a alguno sea de provecho con la meditación de lo efímero de tales festividades dentro de la fugacidad de una vida que en estampida se nos huye para nunca más. Y qué hacer. Clama, a su Hacedor, un abatido Job: Tus manos me hicieron y me formaron – Como a barro nos diste forma  – ¿Y en polvo me has de volver..?

Mis valedores: el cuerpo aún fatigado después de la celebración navideña y el gaznate estragado todavía por el regusto a festividad y derroche aberrante, y una vez que a regocijos y litros de alegría embotellada se habrán  deseado felicidades y parabienes para el año que está ahí nomás, acechando, ¿me permiten, como cada año por estas fechas, que desentone del ánimo colectivo y los invite a frenarnos el tanto de un suspirillo para reflexionar sobre el tiempo que pasa para nunca más? Por desdicha…

El hombre nacido de mujer _ corto de días y hastiado de sinsabores – sale como una flor y es cortado – y huye como la sombra y no permanece…

Y qué hacer. Estamos a la vuelta de un año más, que a la hora de hacer las cuentas resulta que fue uno menos. Contradictoria la aritmética de nuestro humano existir. Andamos, dos o tres de nosotros, doblando ya el Cabo de Buena Esperanza. Será por eso que al menos a lo inconsciente alienta dentro de nosotros la sentencia inmortal de Manrique: Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar – que es el morir…

¿Por qué este ánimo ceniciento, cuando en derredor todo es júbilos, azucarillos y aguardiente? Será porque a algunos se nos quiebra el ánimo, se nos resfría con la certidumbre de que vivimos en el cogollo de lo fugaz, lo perecedero; de que existimos en la sustancia misma de nuestra muerte propia y particular, intransferible, a la que vivimos alimentando día a día con el tiempo de nuestro diario existir. Clamor dolorido, Job: Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor y fenecieron sin esperanza…

¿No es verdad que tal sentimiento de lo finito y lo transitorio, que semejante sensación de errabundaje y romería viene a depositar al cabo del año y a principios del nuevo, en el ánima del ánima, un regustillo a ceniza, a terral, a aliento de despedida apenas postergada? Y qué hacer con esta tristura que se nos aposenta aquí, miren, en lo más blando de una corazonada, por cuestión de este otro año que se nos ha ido para nunca más, y qué más. Mis valedores:

No por estropearles su gusto, sino porque los miro correr a lo desatinado rumbo a ninguna parte, hoy invoco para ustedes la voz de algunos poetas filósofos que de repente perciben el aletazo del tiempo que pasa para nunca más retornar; voz que es sabiduría quintaesenciada que provoca serenidad y quebranto machihembrados, y un como regustillo a lejanía y desprendimiento del ánimo bien dispuesto en el final de un año más, que a fin de cuentas vino a ser uno menos. (Tales voces, mañana.)