Mística, espíritu, honor: el ejército mexicano. Lealtad, pundonor. Inaccesible a la deshonra, soldado de la patria.
“¡Con que muy machitos, hijos de su puta madre! Estos perros no merecen vivir!”
Mis valedores: ¿quiénes habrán mostrado más bestiales instintos: los narcotraficantes con los jóvenes estudiantes o los soldados de la patria con 22 seres humanos, entre ellos la jovencilla herida que no podía ponerse de pie como lo exigían sus verdugos?
¿Qué unos eran delincuentes y estudiantes los otros? Todos ellos eran humanos, y como humanos poseían antológicamente y desde su nacimiento una dignidad humana que vuelve intocable la vida. Crímenes y delitos deben ser castigados con una reclusión de toda su vida, si su delito así lo amerita. Pero la vida humana es sagrada, sin distinción de individuos ni de conductas. Toda argumentación en contrario procede de la ignorancia o de la mala fe, y no más.
Por otra parte, mis valedores: que las labores policíacas están fuera de la mentalidad del soldado es un hecho evidente. El está no para prevenir, tarea policíaca, sino para ejecutar. Pero la impunidad cobija al matancero Calderón y Peña acepta su herencia podrida con el ejército en labores policíacas.
En fin. Atroz, salvaje, bestial, aberrante sadismo, inaudita crueldad, mentes enfermas, indignación internacional, focos rojos. Todo este vocabulario y mucho más cabe en la magnitud de los crímenes perpetrados en Iguala y Tlatlaya, que detonaron con todo su horror en la conciencia pública nacional e internacional. Es México.
Y sí, después del antecedente en que la prensa extranjera denunció los crímenes que cometieron elementos del ejército mexicano contra una veintena de civiles inermes, las autoridades respectivas no tenían margen alguno para ocultar, o minimizar, cuando menos, la masacre de Iguala y las fosas clandestinas en alguno de los cerros cercanos a la ciudad. Todo fue aflorar tales crímenes en la conciencia pública, y el asombro y la indignación se manifestaron con un aluvión epítetos altisonantes, que aun así, no han logrado expresar cabalmente la crispación que en la comunidad provocaron tales hechos de sangre.
Que el perredista René Bejarano informó Jesús Murillo Karam, titular de la PGR, que tenía pruebas contra alcalde de Iguala, José Luis Abarca, como homicida de Arturo Hernández C., líder de la Unión Popular. El procurador no investigó el caso. “No me trajo las pruebas”. Eso se llama omisión, señala el matutino, y yo digo: ¿omisión de quién o de quiénes? ¿De Bejarano o del Procurador? A propósito:
El titular del Ejecutivo es el funcionario mejor informado del país, o su gobierno carecería de un elemento fundamental. El de Los Pinos mantiene un diálogo constante con el titular de la Defensa Nacional. ¿Cómo fue que 3 meses Peña mantuvo oculto el asesinato de 22 individuos ya sometidos e inermes bajo el fuego de algunos miembros del ejército mexicano? ¿Hubiésemos conocido y calibrado la gravedad de eso ocurrido en Tlatlaya, Edo. de México, de no haberlo pregonado la prensa extranjera? El responsable directo es, por comisión u omisión el jefe del Estado, y si tal salvajada ocurre en el país, y si el jefe del Estado se advierte ignorante, omiso o encubridor, ¿no es este un Estado fallido, que solapa maniobras como esa de tener oculto durante meses el crimen perpetrado por fuerzas del ejército mexicano? Del propio ejército, como de mantener informada a la comunidad, ¿quién es el responsable, repito? ¿Quién? (Ah, México.)