Serviciales

El Perro, mis valedores. Así  se nombra el relato de un L. Turrent cuyo texto sinteticé para ustedes hace años y luego arrumbé en el desván de las carpetas en desuso. Pero válgame, que el tema del perro al que alude el autor cobra hoy tan requemante actualidad que justifica reiterar en el simbolismo de “El Perro”, dedicado esta vez al Legislativo y anexas, serviciales de Washington. Júzguenlo ustedes.

Soplaban los vientos de la Revolución. El militar del cuento era rudo, áspero, insensible. Su servicial, por contras, era un ser insignificante despreciado, infeliz. Era “El Perro”, como le apodaban, mote elocuente. ¿Van ustedes tomando nota? Pensar en legisladores y anexas.

Y ocurrió que al depreciado aquel le achacaron un crimen del que era inocente, y muy a la usanza “revolucionaria” me lo iban a fusilar en un muro del cementerio. “¡Preparen armas! ¡Apunten!”

¿Fusilar al pusilánime? ¿Cómo, si no podían mantenerlo de pie? Un desmayo de ánimo, un desmayo de piernas, y aquel terror que acalambra y acogota al débil de espíritu y temple desfalleciente. Un cobardón. El oficial de mando:

– ¡Párese, hijo de la tiznada! ¡Muera como los hombres!

Pero una vez más el terror, el desmayo,  y ahora  el azar: el coronel que relata el suceso se enteró del incidente, acudió con los de turno y salvó la vida al pusilánime. No lo hubiera hecho; de ahí en adelante, la sumisión absoluta del recién resucitado por el oficial que, desprecio y lástima, le salvara la vida. El apocado se arrimó a la casa de su salvador y se dio a servirlo en todo y con todo, hasta granjearse el apodo de “El Perro”. Abyección pura.

“Ahí lo tenía siempre, sus ojos humildes puestos en mí. Me daban ganas de echarlo, tal como se hace con un perro de verdad, para que no siguiera cuidándome el sueño, pero él me seguía como mi sombra. Repugnante su servilismo”.

Y de pronto, a deshoras de la noche:

– ¡Que vienen los carrancistas! ¡Que no podremos resistir!

Y a la huída. Por salvar la cuera (lo único con que pudieron huir), los villistas huyeron del caserío tratando de ganar la sierra perseguidos por los primeros balazos. “No tuve tiempo de ensillar mi caballo. Iba a pie trepando cuestas y bordeando desfiladeros”. La luz del amanecer suponía nuevos peligros. Y a correr, los plomos silbándoles por los lomos.

“De repente, el galope aquel. Nos parapetamos”.

Y ahí, ante el asombro de todos,  va apareciendo “El Perro”, que traía el caballo del coronel. “Las balas silbaban entre los árboles, pero iba entonces sobre mi caballo. Detrás de mí, en ancas, mi sombra, aquel “perro” que había cruzado las líneas enemigas y recibido los disparos de los carrancistas. Como montaba muy mal, se sujetaba en mis hombros con manos temblorosas. Muerto de miedo, como en el cementerio, cuando lo iban a fusilar. Corría mi caballo. Huíamos del peligro. Nada atendía sino esa fuga”.

Por fin. Ya estaban en la zona dominada por los villistas. El coronel detuvo su cabalgadura. “Sólo entonces miré aquellas manos lívidas sobre mis hombros. Horriblemente crispadas”.

Y que al intentar volverse hacia el servicial, éste resbaló y dio contra el suelo. Una bala destinada al coronel había sido absorbida por los lomos de “El Perro”. El militar lo llevó a sepultar al camposanto. “Pero la última visión que conservo de él: junto a un depósito de basura vi un perro muerto, de vientre inflado y patas encogidas, con unos ojos turbios tercamente fijos en la basura”.

Al Legislativo y anexas, ¿qué memoria histórica les aguarda? (Agh.)

Y todavía aplauden

La Bicha y el Rosco, mis valedores, esa pareja de gatos domésticos que han aceptado vivir en esta su casa (la de ellos),  al amor y cuidados de mi gente, que se les ha aquerenciado (a los dos). Mansos de corazón, medio día se lo pasan durmiendo entre ronroneos, y el otro medio remoliendo croquetas, y todavía se dan tiempo para condescender, si a modo traen el humor, con arrumacos como esos con los que los incomodan el guerejo Ariel y mi Mayahuel de las zarcas pupilas, ella tan hermosa que en ratos creo que lo hace a propósito. Luego de permitir a lo displicente que les soben los lomos, la Bicha y el Rosco tornan al sueño (apenas se insinúen las sombras nocturnas, el par de bolas de pelos van a escabullirse por la azotehuela hasta las  azoteas vecinas y habrá de aplicarse a “forjar una patria espeluznante”, que dijo López Velarde.

Pues sí, pero aquí lo asombroso, lo que me llenó de estupor y me llevó a formular un hervidero de reflexiones, interrogantes e hipótesis que a su hora formularé ante todos ustedes: ocurrió que  ayer, anteayer,  solicitamos los servicios del veterinario, que acudió ya prevenido para aplicar a la pareja de gatos su ración de vacunas.  La Bicha y el Rosco, en tanto, ronroneaban su siesta acá arriba, sobre mi mesa de trabajo, engarruñados entre libros, carpetas y discos compactos. Música de concierto. ¿Terminarán por deleitarse con Bach? (Favor de ir tomando nota, porque el incidente encierra su muy buena  moraleja que a todos concierne. Sigo.)

Y fue entonces.  Ocurrió que en llegando el veterinario, la puerta abierta por aquello del sigilo total,  y mientras el susodicho aguardaba allá abajo, subió Mayahuel y con la naturalidad de costumbre y acariciándola tomó a la Bicha, y al Rosco el Ariel, pero ándenle, de no creerse: el par de animalejos revuélvese entre los brazos que los acunaban, y bufan, se encrespan, se engrifan, se crispan y se acalambran, tirando arañazos y tarascadas. ¿Pues cómo se enteraron de..?  Y en mala hora acudí en auxilio de la de las zarcas pupilas: recibí generosa ración de arañazos, tatuajes de hemoglobina que me cuadricularon la pelleja, pa su. Abajo, aguardando en silencio, el veterinario…

Y qué hacer. Aída (tú, la de todos los días) compartió con nosotros la ración de arañazos y ayudó a bajar el dúo de  rebeldes sin causa hasta donde el veterinario los tomó entre arañazos y  rápido, me jeringó al par:  próstata, rabia,   moquillo, parásitos, papanicolau. Y la paz. Yo, de regreso frente al trabajo, me puse a reflexionar en el incidente de los mininos. Mientras me daba el pasón ¡de yodo! sobre la desatinada caligrafía de los arañazos, que hagan de cuenta electrocardiogramas de esquizofrénico en brama, me puse a reflexionar en relación al misterio del que fui testigo, verdugo y víctima. En mi mente formulaba aquella sucesión de preguntas, y no me explicaba la razón del extraño incidente. Con trabajos volví a la lectura del matutino, que había suspendido para meterme a amansador. Leí, acalambrado al estilo del Rosco:

Consuma el Senado la reforma energética. Tras la votación, la mayoría de los senadores se puso de pie para aplaudir, con el notorio entusiasmo de los priístas y panistas.

Y que el titular del Ejecutivo “tuiteó” el mensaje:

Expreso mi mayor reconocimiento a las cámaras de senadores y diputados. Felicidades a México.

¿La relación de lo que ocurrió con el Rosco y la Bicha y el  saqueo de nuestra casa común para beneficiar petroleras de EU? Esa, mañana. (Vale.)

¿Felicidades a México?

Ilustrativo el suceso ocurrido  con la Bicha y el Rosco,   que comencé a relatar ayer aquí mismo. Júzguenlo ustedes.

Esa mañana los consentidos de la familia ronroneaban su siesta de la media mañana aquí, sobre mi mesa de trabajo, mientras que yo por el matutino me iba enterando de que se remata el saqueo: El Senado de la Repúlica consumó la reforma energética al desahogar el último paquete de leyes secundarias, con el engaño monumental de un cierto Videgaray, según la historia demuestra que tales tufaradas de demagogia son sólo viles embustes:  Ha sido aprobada la Reforma Energética. Mi mayor reconocimiento a las cámaras de senadores y de diputados. Felicidades a México. Y que Hoy se da un gran paso para el futuro de los mexicanos, según el Ejecutivo.

(Lo dicho, mis valedores: ya nos perdieron el respeto. Ya nos tomaron la medida. Nos vencen por nuestra pura ignorancia y por nuestra pura ignorancia nos tornan colaboracionistas del enemigo histórico.)

El desparramadero de bilis negra me amargaba la boca cuando ocurrió el felino incidente. Allá, varios pisos abajo, sin ruido y sin tocar el timbre llegó el veterinario que aplicaría su vacuna a la Bicha y al Rosco. El  mundo en silencio y mientras Mayahuel tomaba como siempre a la Bicha y la acariciaba,  y al Rosco el Ariel, y le sobaba el lomo,  de súbito aquellas fieras se  engrifan, se revuelven y encrespan, y ahí el bufar y el rechinar de dientes. Ya terminada la encomienda del veterinario y el par de mininos escondido en alguna covacha de alguna azotea, mis brazos trizados a arañazos tomaron el matutino y válgame, el arañazo de cierta Bicha  priísta:

¡El PRI retornó a Los Pinos porque los panistas olvidaron sus promesas para acordarse de sus arcas personales!

¡Así lo acusó el PRI de los Salinas, Montiel, esa Gordillo cautiva y ese Romero Deschamps que goza de su inicua libertad! Ahora los arañazos los sufrí en pleno espíritu.  ¿Conque  volvemos a las andadas? ¿Conque las masas nada de escarmentar? ¿Conque logramos encaramar en Los Pinos a ese Tricolor que creó, institucionalizó y durante 72 larguísimos años usufructuó una demencial corrupción lucrativa e impune, a ese que apenas vuelto al poder ya hurta al país su energético para ponerlo en manos de los gigantescos consorcios petroleros del vecino imperial? Mis valedores:

¿Cómo fue que el par de mininos presintió el peligro? ¿Qué intuición les encendió focos rojos en el cerebro? ¿Qué sexto sentido, qué sexto instinto los llevó a  ventear el peligro, ignorantes como estaban de un veterinario que llegó sin apenas darse a notar? ¿Cómo la Bicha y el Rosco lograron presentir los harponazos de las vacunas, cómo ventearon la agresión a su físico? ¿Qué pulsión primitiva de los primitivos tiempos los alertó? ¿Habrá madre más sabia que Madre Natura, que así  dotó a dos mininos del instinto de sobrevivencia capaz de captar el peligro? ¿Por qué esa misma  Madre no nos dotó a los humanos de una centésima parte de la capacidad de ventear el peligro con que equipó al Rosco? ¿Por qué sí a los gatos  y que los humanos soporten, indiferentes, esa plaga histórica del país, el Tricolor de Peña en Los Pinos? ¿Qué nos sobra a los humanos? ¿A los mexicanos que nos hace falta? ¿Qué nos conmueve y nos mueve al asombro y a la indignación? ¿Ya extraviamos de raíz la memoria histórica? ¿Ya perdimos la capacidad de acción? Ese saqueo de PRI, PAN y chuchos  a nuestra casa común, ¿quedará impune? ¿Todos nosotros ajenos e impávidos?  (Ah.)

¿Y así hablar del holocausto?

Lo dije ayer y hoy lo digo, mis valedores: después de los horrores perpetrados por los israelíes en la franja de  Gaza,  ¿hablar de un  “pueblo elegido”? Tras el reguero de cadáveres de niños guerreros asesinados con el arma en la mano (una resortera para enfrentar con pedruzcos los tanques del “pueblo elegido”), ¿creer a Moshe Katsaw, que en el 2001, cuando presidente de Israel, lo afirmaba:

Existe una enorme distancia entre nosotros, los judíos, y nuestros enemigos. No sólo en habilidad, sino en moralidad, cultura, santidad de vida y conciencia. Ellos son nuestros vecinos, pero aunque parece una distancia de unos pocos metros, aquí existe gente que no pertenece a nuestro mundo, sino  a una galaxia diferente?

“En la prensa (N. Chomsky, analista político) se pinta a Israel como el símbolo de la decencia humana, con valores morales excepcionales. “De vez en cuando se equivocan, pero vean lo nobles que son”. A ningún otro país que comete tales atrocidades se le trata así. Israel tiene una especie de carta blanca como ningún otro país en el mundo. Si los rusos hubieran tratado a los judíos como Israel a los palestinos quizá les habríamos atacado con bombas atómicas. A Israel se le permite atacar Líbano y matar. En uno de sus ataques mató a unas 20 mil personas. Bombardeó con saña la capital frente a la TV. Invadió el sur de Líbano. A favor de la invasión, EU vetó todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que trataban de poner fin a la agresión. Israel sigue aferrado a los territorios ocupados. Se ha anexionado una gran parte. Los EU les apoyan”.

Los validos de Washington siguen desgarrando a las víctimas del “pueblo elegido”.

Golda Meier, en 1969: “Los palestinos nunca han existido, y si existen, lástima, no hay nadie a quién regresárselos”.

De Las guerras secretas de la CIA:  “El 7 de junio de 1981 se recibió aviso de que Israel, con aviones de combate suministrados por los EU, acababa de bombardear y destruir el reactor nuclear de Iraq (…) Israel disponía de acceso casi ilimitado a las fotografías por satélite obtenidas por los EU, y las había utilizado para preparar su ataque. Casey, director de la CIA, había recibido la visita de Ariel Sharon, ex ministro de Defensa de Israel, un truculento ex general del bando de los halcones. Israel facilitaba apoyo paramilitar encubierto a la milicia cristiana más importante del Líbano, el derechista partido falangista dirigido por Gemayel, belicista implacable”.
El jefe Heilbrun del Comité para la Reelección Gral. de Sholmo Lahat, en octubre de 1983: “¡Tenemos que matar a todos los palestinos, a menos que ellos mismos se resignen a vivir aquí como lo que deben ser: esclavos!

En sendos discursos (1982 y 1988), Menahem Beguin: “Los palestinos son bestias caminando sobre dos piernas (…) Podrían ser aplastados como animalejos (…) sus cabezas aplastadas contra las paredes”.

Frente a la masacre de Junín, en Cisjordania, lo expresó Terje Roed-Larsen, enviado especial de la ONU:

El campo de refugiados fue escenario de horrores que superan el entendimiento humano. Vi gente en total conmoción, cuyas casas habían sido destruidas. Vi familias tratando de desenterrar gente bajo montañas de piedras, pedazo a pedazo. Desde hace muchos no se había visto una destrucción masiva de esta dimensión. Es un infierno. Moralmente es repugnante…

Israel, Líbano, Gaza, El Pentágono. ¿Quién es la víctima? ¿Quién es el verdugo. (Alá. Dios.)

Hijos de Leputa

Por cuanto a Los viajes de Gulliver, la novela de Jonathan Swift, ahora recuerdo el episodio aquel donde los anfitriones llevaron a Gulliver a visitar la academia de Laputa, cuyos sabios lo enteraron de sus descubrimientos científicos, “¿Escuchó el informe que rindió el Benefactor ante los habitantes de Laputa? Nuestros logros sirvieron de base para el documento”.

¡Y lo que encontró el visitante en materia de logros científicos! Helo ahí, frente a los sabios que ensayan experimentos diversos, algunos de los cuales describí en días pasados. Ahora el equipo de arquitectos mostraba a Gulliver los avances logrados en las técnicas de construcción de casas y edificios “que escucharía usted sobre ‘vivienda popular’ en el informe del Padre Patricio, que en seguida pondrá en operación dentro de su ambicioso programa de vivienda popular. Nuestra técnica revolucionaria consiste en comenzar la edificación por los techos e ir descendiendo hasta los cimientos. Con ello sólo tomamos el ejemplo de  la abeja y la araña”.

Conoció Gulliver al artista becado por el Benefactor (vía Conaculta, presupuesto multimillonario con cargo a los de Laputa). Ciego de nacimiento, el becario estaba a cargo del arte pictórico, y trabajaba con aprendices ciegos también, artistas plásticos a quienes enseñaba a mezclar pinturas de todos colores y pintar lienzos con los que dotaban a Laputa de una muy apreciada obra pictórica.

El rubro de Cultura que informó el Benefactor: “Nuestro artista enseña a los aprendices a mezclar colores por el tacto y el  olor. Es un genio pictórico que goza de un bien ganado prestigio entre los hijos de Laputa (gobernada por el Benefactor, cuya la estatua se alza en la plaza mayor de Lagado”. “¿Dónde lo he visto?,  pensó Gulliver. Porque a ese liliputiense yo lo conozco”.)

– ¿Escuchó usted en el informe del Padre Patricio la portentosa reforma que logró su gobierno en el rango de la Educación Pública?

Al aula siguiente, y entonces, de súbito: “¡Un tremendo hedor me detuvo! ¡Excrementos! Mi guía me aconsejó que no ofendiese al sabio mostrando mi repugnancia. Mucho cuidado con taparme la nariz. La  cara  del sabio tenía un pálido color amarillo; sus manos y ropas estaban embadurnadas de inmundicia. Al verme dióme un estrecho abrazo. Contuve la respiración. ¿Su tarea? Intentar convertir los excrementos humanos en alimento para Laputa. El sabio lograría su propósito “separando las varias partes del excremento, eliminando el olor que les da la bilis, disolviendo lo no aprovechable y quitando la mucosidad”.

Con este logro científico ya no habrá más hambre en Laputa. ¿Escuchó usted el informe de nuestro Benefactor?

Pero ahí la dificultad: ¿quién proveerá al científico de la monstruosa acumulación de excrementos que se habrá de necesitar?  Que el de la estatua y su corte. “¿Pero ellos solos se bastarán para aportar toda la materia prima?”

– No, por supuesto. Esos desechos que apestan la atmósfera de Laputa no saldrán sólo de los políticos. Todos los habitantes, quién más, quién menos, aportaremos nuestra ración de inmundicias a la pestilencia general de Laputa. Todos.

¿Y soportan la pestilencia? “Ya acostumbrados, los de Laputa no percibimos nuestros hedores”. Y que una buena porción de materia prima es proporcionada por el propio Benefactor y los de su corte. “¿Ha  escuchado usted las reformas laboral, energética y otras más que ha ideado el monarca y aprobado sus cortesanos?”

¡Unas reformas que olían a desechos de Maderos quemados y chuchos novoizquierderos! (¡Puagh!)

Cuídamelo, Virgencita

Y como bomba que estalla en la sala:

– ¡Ustedes dejaron que un zurdo manoseara el país!

En la tertulia, silencio. Se detuvieron los comentarios acerca del cuentecillo de la anciana aquella que  imploraba a los dioses preservasen la  salud del monarca cuando el tal, disfrazado de paisano común, al oir la plegaria: “¿Tanto lo amas?”,  pregunta.

–  ¿Amarlo? Yo lo aborrezco y desprecio como el resto del reino.

¿Entonces? Es que cada uno de los soberanos nos resultó peor que el anterior, “y siendo el actual un perverso, ¿qué podemos esperar del sucesor?”

Esa charla inocentona se vino a empachar cuando alguno dejó ir la pregunta: ¿para ustedes cuál ha sido el peor presidente de México? Y que para mí ha sido el de Taltelolco, y que para mí fue ese Echeverría que desde Gobernación, primero, y desde Los Pinos, más tarde, provocó la guerra sucia.

–  Un momento. El peor fue el garañón de la(s) pompa(s) y circunstancias que devastó la economía del país.

Y que dónde dejan a la “pareja presidencial” y el desperdicio de los excedentes petroleros. En eso, ¡vino! el apellido Calderón:

– Convénzase: la peor de todas las plagas que se han encuevado en Los Pinos ha sido ese que ¡vino! de Michoacán. ¿Ya se olvidaron del fraude electoral del 2006 y cuando sus guaruras a la viva fuerza lo metieron a la sede del Congreso y a la viva fuerza, años más tarde, lo fueron a arrojar al  desván de la historia con todo y partido político?

Pensé en la sangre, el dolor y el duelo que provocó el carnicero del Verbo Encarnado cuando en eso ¡vino! a opinar  mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.,cuya ebriedad persistente se debe sólo a dos causas: que su partido fue vomitado de Los Pinos y que la mayoría de unas  masas apáticas lo regresó al poder.

– Lo que pasa es que México fue manejado por un pinche zurdo.

¿Que qué? El maestro: “¿Un  zurdo dice usted? Zurdo o diestro, ¿influye ese detalle en el destino del país?

– A wevo, maestro. Lo dice la historia.

¿Calderón, el peor gobernante del país? El también intentó despojar de sus reservas petroleras a la Nación, pero no contaba con que el Legislativo no se lo iba a permitir. ¿Pero la zurda de Calderón influyó como factor para su mal gobierno?

– Claro, sí, todos los zurdos están salados.

Y aquel amamantón a su cacardienta. El maestro:

– ¿Y ahora, licenciado? ¿Qué le ocurre a este país ahora que lo maneja uno de mano diestra?

Silencio. “¿No fue esa diestra la que invitó a los colaboracionistas del PAN y chuchos de Nueva Izquierda a firmar esa maniobra tóxica a la que endilgaron el alias de Pacto por México? ¿Qué mano estampó la firma en los documentos de la reforma laboral, el primero de los recientes hachazos de Washington? ¿No fue la diestra la que garabateó con la firma el documento respectivo? ¿Y las sucesivas reformas educativa, energética y la del agradecimiento a Televisa por el papel que jugó en el pasado proceso electoral? ¿No se firmó con la diestra aquel documento? Esa mano diestra (para todo tipo de maniobras perjudiciales contra el país)  ¿no repartió ventajas y privilegios a favor de los intereses de Azcárraga? ¿Con cual mano, si no con la diestra, agradeció (¡a manos llenas, qué surrealismo!) a los dóciles chuchos, corderos y similares que con todo y Peña se sometieron a los intereses de Washington? ¿Entonces? ¿Cuestión de zurda o derecha la ruina de este país?”

Silencio en la sala. Vi que los contertulios se iban escurriendo por esa puerta. Yo, desde anoche, por sí o por no, me he vuelto de un rezandero…

(Uf,)

Por la salud de Peña, oremos

Si sea de Gracián o de algún otro ingenioso aquí recreo de memoria  la fabulilla, que va más o menos así:

El soberano aquel vivía muy interesado en conocer la impresión que los habitantes del reino guardaban de su monarca, y para ello acudió a la estratagema de disfrazarse en las noches y como un ciudadano común deambular por las callejas de los barrios más pobres de la ciudad (pobres como allá y aquí lo son todos, si exceptuamos a los ricos) e interrogaba a los vecinos acerca del rey. Buena estratagema, supongo.

Y ocurrió que en una de aquellas se vino a topar con una anciana vestida a lo pobre que, brazos en alto, a los cielos imploraba por la salud de su soberano, que le removió las telas del corazón.

– ¿Tanto lo amas, anciana?

– ¿Amar a ese malnacido? ¿Amar al dictador que ha tiranizado a los pobres y privilegiado a los ricachones? ¿A ese que hasta un grado inaudito ha deteriorado el nivel de vida del pobrerío? ¡Yo a ese lo aborrezco y desprecio tanto como lo odian las mayorías de este reino!

El soberano se azozobró. ¿Y entonces? ¿Por qué la anciana le desea una buena salud y una vida prolongada?

– Muy sencillo. Porque éste que con malas mañas se apropió de cetro y corona nos resultó peor que su antecesor, que a su vez fue mucho peor que el predecesor, y así hasta donde mi memoria  alcanza.. De fallecer el actual, ¿te imaginas la calaña del que nos caiga encima? Viandante, sigue tu camino, que yo he de reanudar mis plegarias.

En el cuentecillo pensaba la tarde de ayer. Yo también, como la anciana del reino, a lo largo de mi longeva juventud (joven soy y seré cada día) lo he podido comprobar desde que mi memoria lo alcanza: cada gobernante que PAN y PRI han malparido en Los Pinos ha sido para el país un poquito  más nefasto que el predecesor. Fue en el sexenio pasado, a propósito,  donde creí que este nuestro  México tocaba fondo con el carnicero que lo empapó de sangre, dolor, “daño colateral” y lágrimas. El de la mano zurda, Calderón.

Ese beato del Verbo Encarnado fue, según lo afirman mis cálculos,  la mala sombra de México, su mala suerte, su salación. Negocio que emprendía el tal, negocio que arrojaba al voladero o lo empapaba en sangre. Ese era el zurdo Calderón. (¡Vino, vino!, clamaban sus paniaguados del clero político, los grandes capitales, la partidocracia, los intelectuales orgánicos y los medios de acondicionamiento social. ¡Vino, Calderón!) Yo, entonces, resignado a lo inevitable por mi apatía, desidia e indiferencia en cuanto dueño de esta casa común cuyas escrituras me extiende el 39 Constitucional, la culpa de todos los males que azolaban el país la achacaba a la mala sombra del que en brazos de los poderosos de aquí y allá ¡vino! a Los Pinos, y mi plegaria:

Anatema al que nació ayuno total de carisma, prudencia y decoro, ese  cuya acusación de Castillo Peraza (maestro suyo al que el malagradecido iba a repudiar) colocó en el dominio público los vasos desechables y botellas vacías que a su paso dejaba Calderón en la sede de Acción Nacional cuando su dirigente.

Yo detestaba al que ¡vino! y lo expresé en este espacio (siempre venía a colación).  Y cómo no detestarlo, si en la mente se me infectó su imagen disfrazada de militar al que toda vestimenta le quedaba holgada, y si con aquella su vocezuca que en las orejas se me volvió cerilla  le escuché el haiga sido como haiga sido, cínica frase mucho menos tóxica que su aclaración de que la muerte de niños, viejos,  mujeres y algunos que iban pasando eran sólo daño colateral.  (Sigo mañana.)

¡Todos a pagar!

De cierta fabulilla hablé con ustedes ayer, y les relataba que en luengos ayeres y remotas tierras existió un país de magia y encantamiento habitado por una comunidad de antropoides que desde cierta cabaña situada en un bosque de pinos manejaba el amansador. Por ahí va la cosa.

Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día, traicionando sus promesas de cuando llegó a la cabaña de pinos, el tal buscaba el arreglo al problema de la descapitalización.  Las ventas de cochera que desde 1982 habían venido organizando los antecesores, ya casi nada dejaron en plan de botín para él y aliados de aquí, de allá y de acullá. ¿Casi nada son luz y petróleo? ¡Y rápido!

– ¡A venderle al gringo el petróleo como garantía de que es patrimonio de todos ustedes!

Pero para venderlo había que comenzar pagando los recibos atrasados,  y quiénes otros,  sino los pobladores del bosque. Para los gastos primeros decidió que alimentarlos con la dieta acostumbrada era un desperdicio, y había que ir engordando el cochinito; los cochinitos de la mafia. Y sí, de ahí en adelante restringió la ración de alimentos, y lógico: a la changada le cayó de la changada, y en orangutanes,  gorilas y chimpancés estalló la inconformidad.  Se prendieron los focos rojos, y ahí su táctica, que los maldicientes afirman es plagio vil de un tal homo sapiens):

– ¡E-xi-gi-mos! ¡Este-puño-síse-ve!

(Muy a propósito: tal era la táctica que tan “buen resultado” les redituó contra el predecesor, uno chaparrito, peloncito, getoncito, de lentes. -¿Lo recuerda alguno? ¿Habrá podido olvidarlo?- Los descontentos de entonces, como los de hoy,  al monumento a la Madre.   “En la madre. Qué se me hace que les dejo ir el ejército». Pero ejército cuál, si a cartucho cortado y hedores de pólvora, sangre, llanto y dolor, lo traía meneado en su guerra particular, y qué hacer. Alzada la ceja  izquierda, lo único que se le alzaba, observó cómo los iracundos comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle, levantar los puños y organizar plantones y mega-marchitas. ¡E-xi-gi-mos!»

Ajale. «Ya mero les suelto a los granaderos», a los preventivos, a la ministerial, a la federal, a la judicial, a todas, existentes y canceladas”, aunque su  color  favorito era el verde olivo.  «¡Al plantón!» Y qué hacer. Crispado su ánimo, de repente la priísta salvación para el hombrecillo:

– ¡Vengo a garantizarles la propiedad de su casa con todo y petróleo! ¡Tengo ya el comprador!

– ¡Vino, vino!, clamó el de los pinos. «¡A tiempo vino mi sucesor!»)

Y vino. Hoy, frente al altero de recibos por pagar, puños en alto: «E-xi-gi-mos!» Mantas, pancartas, consignas vituperosas: “¡Nos quitas el petróleo y nos dejas sin luz! ¡Proyanqui!”

Ahí, abriendo los brazos, amoroso  “¿Cuál es su problema?”

– ¿Que cuál?  Se frena la mega-marchita. “¿Nuestro problema?” El de la cotorina azul: «Contra tus promesas de campaña, al gringo le ofertas luz, petróleo y las escrituras de la casa. Le entregaste el país, ¡y a nosotros una ración de hambre!”

Y que cuál es esa ración. «¡Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde!”

El priísta, buen conocedor de changadas: “¿Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde? Tienen razón, pero escúchenme: ¡Desde mañana van a tener no tres, sino cuatro plátanos por la mañana y tres en la tarde! ¡A ustedes sólo corresponde pagar los recibos de luz y petróleo!

¡Bravo! Reventó el júbilo. ¡Ya no tres, sino cuatro en la mañana, con tres en la tarde!» ¡Todos a ayudarle a pagar!”

Yo me quedé pensando. Qué más. Es México. (Vaya país.)

De la changada

Los antropoides esta vez, mis valedores, nuestra raíz en la teoría del evolucionismo, por más que el irónico lo estipula:

– El antropoide es demasiado noble como para que nos vanagloriemos de descender de él.

En fin. Va aquí la fabulilla de origen oriental que rehago a manera de espejo donde podamos mirarnos en los tiempos que corren. Vale.

Fue en luengos ayeres y tierras remotas, magia y encantamiento, donde existió cierta comunidad en donde coexistían de manera pacífica, o casi, comunidades diversas de monos, gorilas y orangutanes, changos de todo pelo, alzada e instintos, desde los monos tihuís hasta los gorilones de buen tamaño. Y la paz, o casi…

“¡Yo les prometo el cambio!” Con tal pregón sucesivos amansadores ganaban la voluntad de los tales, que en triunfo los conducían hasta la cabaña rodeada de pinos para que tomaran por su cuenta la administración de los habitantes del bosque y de todo aquello de provecho que producían las manos de la changada población. Pues sí, pero…

Pero de súbito se anubarran los cielos y en el ambiente se perciben tiempos de inminente catástrofe porque la changada población ya no podía más, y cómo, si había ido comprobando que aquél que a costillas de todos vivía en la cabaña de los pinos no pasaba de ser un embustero. El anterior, por ejemplo, vino (¡vino, más vino!) hasta la changada población con la promesa del cambio, pero cuál: ¿los millones de empleos? ¿Cuáles empleos?  ¿Seguridad pública? ¿Era seguridad el miedo que vino (¡más vino!) a generar, y el pánico ante el reguero de miles de cadáveres?

Nada cumplió el patrañero anterior, cuyo arribo a la cabaña de los pinos estaba viciada de origen porque a la ley del más fuerte había sido  impuesto por unos feroces orangutanes que lo atornillaron a la cabaña de manera subrepticia por la puerta de atrás,  y ni cómo sacar de su escondrijo a ese al que toda la changada terminó por aborrecer y mandarlo a la changada o más lejos; hasta el desván donde la historia suele arrinconar los trebejos.

Por otra parte, ni el impostor entendía el lenguaje de la población de antropoides ni ellos en del impostor, fenómeno que produjo en el bosque aquel clima de crispación, turbulencia y hervor que comenzó  a originar conatos de violencia contra el que despreciaban por advenedizo, espurio, impostor. Espeluznante.

Y los delitos del susodicho comenzaron a provocar vientos de chamusquina. Y es que  una de las obligaciones del de los pinos consistía en la distribución de los alimentos que se administraba a la comunidad, y que el muy menguado  cumplía a discreción, dedicando una mísera pizca para los habitantes del bosque, y el caudal generoso de los dineros a la compra de tanquetas, metralletas y palanquetas. Nunca antes la población había padecido bajo el peso de tanta escasez, tanta hambre, tal inanición. (De allá, de las montañas, las aguas comienzan a bajar turbias…)

Pues sí, pero de repente el que aspiraba a suceder al chaparrito, peloncito, getoncito, de lentes, se puso a reflexionar: “¿Y ahora con qué engaños les saco el voto,  si los domadores agotaron el catálogo de promesas siempre incumplidas?”

Pero éste (priísta)  cargaba cartas marcadas, y a gritos y sombrerazos: “¡Si ustedes me dan  su voto yo les garantizo la soberanía de su bosque! ¡Casi regalados tendrán su comida,  su petróleo  y su luz!”

– ¡Síii! La terca esperanza volvió a florecer. Bono de despensa en mano, vociferantes:

– ¡Eeee…voto!

(Sigo mañana.)

¡Cuilones!

¿Qué hacen los valerosos? ¿Ya no están dispuestos a morir? – Estoy abatido, estoy avergonzado –  de vuestras armas de mujer – ¡Conquistadores de tiempos antiguos, – volved a vivir!

Con tales imprecaciones se dolía Axayácatl, allá por 1480, de unos guerreros que habían perdido el vigor en campaña y que fueron humillados por un ejército de purépechas cuyo número, creía el tlatoani,  no llegaba a la mitad de los guerreros tigres y los guerreros águilas,  pero que resultó ser del doble, y con mejores armas. Tras de la derrota, según cronistas indígenas, “los viejos ataron y trenzaron los cabellos con cueros colorados, señal de tener tristeza por su capitán, y como buenos soldados hacían aquel sentimiento ayudando con lágrimas a mujeres, hijos y parientes”.

Y porque en la derrota no sólo murieron muchos, capitanes y guerreros, sino que muchos se fueron huyendo, Axayácatl se duele de los vencidos, y en un dolorido poema les dice:

“Estoy abatido, soy despreciado, – estoy avergonzado, yo, vuestro abuelo Axayácatl. –No descanséis, esforzados y bisoños, – no sea que si huís, seáis consumidos, – con esto caiga el cetro de vuestro abuelo Axayácatl”

“Los verdaderos mexicas, mis nietos – permanecen en fila, se mantienen firmes, – hacen resonar los tambores – la flor de los escudos permanece en vuestras manos – ¡Que no os hagan prisioneros! ¡Daos prisa!”

Hoy tal exhortación lanzaría contra el  rostro del rebaño manipulado por un Sistema de poder que así le dicta lo que hay que pensar, creer y opinar, hasta el grado de que ese rebaño permite que hoy día, a lo impune, no sólo le reviertan la acción patriótica del 18 de marzo de hace 76 años, sino que van a cargarle –a cargarnos- los costos del rescate de PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad. Es México.

Porque el imperio de los guerreros águilas y tigres se desmoronó. La crónica de los vencidos afirma que la caída fue presagiada por ocho prodigios funestos que anunciaron la caída de México-Tenochtitlan a manos del invasor extranjero. Los agueros o abusiones se manifestaron en forma de columnas de fuego, cometas, hervor del agua de la laguna y aparición de engendros deformes que así como llegar, desaparecieron.

Ominosa y lóbrega se anunciaba la caída del Anáhuac y sus dioses tutelares en manos de la tizona y la cruz, genocidio demencial que hizo clamar a los vencidos, en presagios dramáticos:

Esa funesta señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros. “¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder. Hijos, mis hijitos, ¿a dónde os podré llevar y esconder?”

Hoy día, el país amenazado con las “reformas” de Peña e incondicionales,  ignorantes nosotros  de una cultura política que vendría a explicarnos esa politiquería de muy mala ley que de alguna manera pudiésemos neutralizar, el peligro existe de que al final unamos nuestro clamor al de los meshicas vencidos:

En los caminos yacen dardos rotos – y en las paredes están salpicados los sesos – rojas están las aguas. Y era nuestra herencia una red de agujeros.

¿Pero hoy, como aquel entonces, para nosotros va a ser demasiado tarde? ¿Qué piensan ustedes, los que saben pensar?

“Todavía es poderosa nuestra lanzadera, – con nuestros dardos – dimos gloria a nuestras gentes. Ciertamente ahora hay cansancio, – ahora hay vejez. – Por esto me aflijo –  por vuestros escudos de mujer. – ¡Conquistadores de tiempos antiguos, – volved a vivir!”

(Animo.)

Siameses

Las aberraciones que suele producir madre Natura, esos entes que nacen con mala estrella y un destino espinoso: albinos, corcovados, débiles mentales, los nativos de Siam que nacieron herrados por la fatalidad. A los siameses Eng y Chang los mató la desesperación. Requerido de urgencia aquella tarde helada y desapacible de 1874, el Dr. Hollingsworth llegó hasta el lecho donde agonizaba Chang. Ya no sería necesario el instrumental quirúrgico; en aquel doble camastro finalizaba el errabundaje de los dos desdichados de Siam, donde 63 años antes nacieron unidos por un cartílago de 15 centímetros a la altura del esternón, ese que les iba a abrir las únicas puertas que se abren a tales caprichos de madre Natura: las del circo. De atracción circense, Chang y Eng habían recorrido regueros de poblaciones en el mapa del orbe y provocado la morbosa expectación de públicos poco exigentes en Europa y EU. Casados los dos y haciendo una perfecta vida marital con sus respectivas esposas, ambos acumularon 21 hijos entre los dos matrimonios. Hoy todo había terminado.

Y qué de especulaciones se alzaron en aquella sociedad puritana sobre las formas posibles e imposibles de intimidad con sus respectivas esposas. Por sobre su limitación física habían alcanzado  renombre, amor, descendencia; todo, o casi, porque lo que más anhelaron nunca lo iban a lograr: la separación física, que significaba la muerte. Hasta que aquel día, de súbito, Chang empezó a toser. Bronquitis. Eng se afectó en forma terrible: “cuando uno muera moriremos los dos”.

Y llegó el jueves fatal. “Me siento mal”,  dijo Eng a uno de sus hijos. “¿Cómo está tu tío Chang?” “Ha muerto”. “Entonces yo estoy a punto de morir”. Una hora más tarde, ambos habían fallecido. Juntos.

– Desde que llegaron aquí los siameses me consultaban, rostros desencajados y urgida voz: “Sepárenos y disponga de nuestros bienes”. “No sobrevivirían”. Ellos, entonces, aquel suspirar. Y es que en el límite de su resistencia por aquella mutua y forzada compañía, los siameses se aborrecían mutuamente. La atadura carnal había terminado por convertirlos en ruines, viciosos y corrompidos. El odio mutuo los envilecía.

– Ya estamos a punto de enloquecer; dormir juntos, juntos defecar y  cohabitar con nuestras esposas, juntos abominar nuestro aliento bilioso, nuestros humores, esta forzada compañía. Y el terror de cualquiera de ellos a la más leve enfermedad del otro. “Tiene que haber un médico que nos logre separar sin matarnos!”

No existió médico tal, y su exhibición en las carpas cirqueras les dio unas cuantas monedas, no las estrepitosas ganancias que al otro par de siameses, desverguenza y cinismo impunes,  reporta su liga carnosa:

1989. PRI y PAN votaron juntos la legislación electoral salinista para eliminar las coaliciones y candidatos comunes de los partidos. En 1991 juntos votaron la quema de los paquetes electorales de 1988 para eliminar la evidencia del fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas. En 1992 juntos votaron un resolutivo para apoyar la elevación de cuotas en la UNAM y reformaron el 27 Constitucional para privatizar el ejido. 1993. Juntos votaron  la reforma al Código Penal para permitir la libertad bajo fianza a los servidores públicos corruptos. 1998. Redujeron el presupuesto del DF y las universidades públicas, y aprobaron el Fobaproa. ¿Hoy cargarán sobre la economía familiar de las masas los pasivos de PEMEX y la CFE, dos millones de millones?

¿Separarse Eng y Chang? ¿Separarse PRI  y PAN? ¿Esos dos? (Bah.)

Cuba y sotanas

Desde la Fe, el órgano del Episcopado Mexicano, lo proclamaba hace años:

Castro y Guevara se aliaron con los soviéticos y, cancelando la democracia, impusieron el totalitarismo en la isla. Castro es un cobarde que prefería ocultarse, a combatir. Desde Miami,  Huber Matus sigue en pie de lucha contra el dictador.  Esta larga noche de Cuba lleva ya varias décadas; muchos de sus protagonistas están muertos; los que aún viven, ¿podrán ver algún día un nuevo amanecer para Cuba?

Pues sí, pero más allá de Norbertos Rivera vivos y Matus muertos,  la Cuba de Maceo y Martí celebra  un año más de vida revolucionaria, y paradojas de la historia: apenas triunfante la revolución, iba a ser un gringo, W.R. Mills, quien recogiera en su Escucha, yanqui, el sentir del cubano triunfante:

Escucha: La Revolución Cubanaes un gran momento de veracidad militar. Esta verdad consiste en que las guerrillas, dirigidas por hombres decididos, con campesinos a su lado y una montaña cerca, pueden derrotar a batallones de contra-revolucionarios equipados con toda clase de armas. Compruébalo con mercenarios. Veracidad económica. Lo único que hace falta es un pueblo decidido a trabajar, a más de algún equipo y organización. Y decencia. En Cuba todo esto se está dando. La clave de nuestra economía es la Reforma Agraria, y quizá la nuestra es la primera reforma agraria en el mundo que comenzó con un aumento en la producción.

La Revolución Cubana significa construir.  Hay veracidad educativa. Los 6 más grandes cuarteles militares del antiguo régimen de Batista y la estación de policía más notoriamente funesta de La Habana se han convertido en escuelas. Estamos construyendo escuelas rurales en todos los rincones de Cuba.

La Revolución cubana es un momento de veracidad política. Las principales verdades que ha puesto en claro: Bajo una tiranía, la única política que da resultado es una política de guerrillas. En condiciones de pobreza, la única política que da resultado es la política de la construcción económica. En condiciones de ignorancia, la única política que da resultado es la política de la construcción educativa. Mediante el esfuerzo económico y educativo los cubanos hemos acabado con la vieja política de Cuba; esa no existe más. Claro, no puede haber paz -comprensión verdadera- entre Norte y Sudamérica mientras las compañías yanquis sean dueñas de las riquezas de nuestros países. Porque, con esa propiedad, se va el control verdadero de la política de nuestros países. La propiedad de nuestras riquezas significa el control de ustedes los yanquis. Por eso de ustedes sólo esperamos más daño y más problemas.

Yanqui: Debes entender que la postura internacional de EU ha fracasado en Cuba. Que si quieres actuar en relación con Cuba y con todas las Cubas que van a surgir tienes que actuar primero en tu propio país, con los grandes monopolios que operan en Latinoamérica.

Yanqui: Lo que Cuba quiere de ti se expresa en una sola palabra: nada”. (Y ya.)

Un Metro reumático

Trenes viejos y varados por falta de refacciones, vías con fallas por hundimientos, grietas en túneles son fallas con que deben lidiar técnicos y conductores del Metro”.

Esto acusaba la nota antañona. Yo, leyéndola en el matutino, ¿por qué me encogí en el asiento de ese vagón? ¿Por qué la pena y la nostalgia aquella? La vejez, el aletazo de La Descarnada. Terco viajero del Metro, aquí finalizo el catálogo de achaques y fallas que en cada viaje  le advierto al transporte. Porque, mis valedores:

¿En dónde quedó aquel Metro cantador y exultante que oscura la mañana nos arrullaba o nos terminaba de despertar con la rapsodia, la romanza o la que anduviese de moda por aquellos tiempos? El vagón, como todo joven (sangre roja y caliente), cantaba al andar, canto jocundo de enamorado; ¿pero hoy? Viejo asmático, impotente: “Por favor, permita el libre cierre de puertas”. ¡Cuando el convoy iba ya en frieguiza! Y al llegar a su máxima velocidad, la voz femenina: “En breve reanudaremos el servicio. Por su comprensión, gracias”. Ya el infeliz, alzhaimer y demás achaques de la edad, decía una cosa por otra. Lóbrego.

Un soterrado quejido al arribar a la estación. Un largo lamento cuando, anciano reumático y gotoso, lo fuerzan a continuar. Parecería que su queja, brotada de lo más hondo de sus fierros viejos, reclamara la piedad del depósito donde descansar antes del piadoso deshuesadero. Piedad…

Y allá vamos, a querer o no, él rechinando y no precisamente de limpio, que debajo de los asientos observé  el pomo de plástico, la caja embarrada de cremas y salsas, el pegote de la goma de mascar, todo oliendo a desgaste, desajuste, aflojamiento, vetustez. (Mi ánimo, que se añublaba). En su pelleja los viejos grafitos: “Warriors””, “¡Ehhh…puto!”. Fechas, mensajes, nombres entrañables que el punzón garrapateó en los cristales: “Lisa”,Aída”,Issa, mi nena” El aletazo del tiempo que se nos fue para nunca más, dejándonos a su paso tan sólo un desplumadero de recuerdos. Y el suspirillo…

Pero allá vamos, el reumático y el suspirante, el gotoso de los engranes artríticos y el pasajero que meditaba, reflexionaba, se oscurecía y en silencio moqueaba. Allá vamos en la entraña de la Madre Tierra, metros debajo de donde la vida fluye de cara al sol. Avanzábamos a jadeos y pujidos y entre el cimbrar de articulaciones mal ajustadas. Y de repente la súbita sacudida El convoy, en la oscuridad del túnel, se engarrotó entre dos estaciones. ¡Y se apagan las luces! ¡Jesucris..!

La iluminación, qué alivio, por más que sólo al 60 por ciento, y pistojeando. Sentí que en la cabina de mandos el operador soltaba la rienda y clavaba el acicate en los corvejones del anciano gotoso que reventó en rechinantes lamentos y estridencia de ventosidad con tufo a sistema de ventilación cuatropeado. “Por favor, permita el libre cierre de puertas”, cuando ya vamos a medio camino entre Hidalgo y Guerrero.

Y ya se avistan las luces de la terminal, y ya el operador aplica los frenos, y al rejón el  asmático suelta el lamento que implora piedad. Yo, mi ánimo gemelo del ánima del vagón, andaba ya al borde de los pucheros y la lagrimilla, y  fue entonces; entonces fue cuando vi de ganchete: “Potrero”. ¿Que qué? Friégale, ¿cómo de que “Potrero”, si yo iba aquí nomás, a “Viveros”? Quise brincarme las trancas, corrí a la puerta, y en un convoy a su máxima velocidad grité, y los ojos de todos encima de mí:

– ¡Bajan, chofer! ¡Esquinaaa..!

Cuidar el Metro, valedor del fregadaje; hoy, sobre todo, cuando el Mensera…  (Uf.)

Mensera de Mansera

Por qué el fementido no aplicó el criterio de la contaminación, sino el del año del vehículo. Sus medidas enrevesadas han tornado hemipléjico el uso de mi vehículo, que un sábado disfruta del paso libre y al siguiente  a usar el transporte público para llegar a mi clase de Teoría Política. Mientras tanto el Metro,  mi transporte favorito durante décadas…

La Línea 12 se desmoronó casi tanto como el capital político de Marcelo Ebrard, su promotor, aunque para tantos más dañina resultó la disposición de un Mensera  que quitó la capacidad de transporte no a los vehículos más contaminantes, sino a los de tantos más cuantos años de antigüedad.  Y a recalar en el Metro. Pues sí, pero…

Sufren deterioro sus líneas. Muestran fallas corredores A y B, los más recientes y en peor estado. Trenes viejos y varados por falta de refacciones, vías con fallas por hundimientos, grietas en túneles y una fractura en un puente de la Línea B son fallas con que deben lidiar técnicos y conductores del Metro.

Así que corredores A y B y línea 12 del Metro. A ver:  ¿falsa alarma o realidad? después de leer la noticia traté de conservar la ecuanimidad, en el entendido de que  noticias así de alarmistas ya se publicaban en los matutinos, como aquella fechada en el 2007, cuando a la espera del convoy leí en plena primera plana:

Urge un examen antidoping a los celadores del Metro.

Válgame, toco madera. El sábado anterior me trepé en el vagón, y el estremecimiento en la columna vertebral: “Columna vertebral de transporte en la ciudad, el sistema de Transporte Colectivo Metro está en crisis ante la falta de mantenimiento de sus vías, trenes e instalaciones”. Y que de seguir así, el próximo año (2008) podría sufrir un grave colapso. Ájale, ¿y entonces los que acostumbramos viajar en él cada día? ¿Y los cinco millones de capitalinos que cada día tenemos que recurrir al Metro para ir de aquí para allá y de allá para todas partes?   ¿Nosotros qué? Nomás me quedé pensando y…

Yo aquí, azozobrado, por muchas buenas razones exalto la presencia del Metro, ese benemérito valedor de todos los pobres, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos.  ¿Recuerdan ustedes, mis valedores que acostumbran viajar en él, cómo era el tal todavía hace algunos ayeres? Nuevo, flamante, rechinando de limpio y acabado de engrasar, que como entre nubes se deslizaba en sus rieles. ¿Se acuerdan? Ayer observé el vagón que me tocó en suerte, y aquella tristura. El tiempo, constructor y destructor de lo vivo y lo inerte. Suspiré.

Y es que en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, de días y días y de trabajo todos los días, el flamante vagón que me tocó en suerte cuánto ha envejecido. Apenas arrastrado por el convoy, al tener que avanzar le escuché aquel largo quejido que le brotaba de las entrañas, y de sus redaños aquel pujar. Al jalón de arrastre todos sus nervios y costillares se pusieron a chirriar y chillaron al modo del animalillo al que aplastan al pasar. Lo oí jadear mientras avanzaba, y arrojar chisguetes de viento que desparramaban humanísimos tufos de entrepierna, sudor y sufrimiento recóndito (yo, aquella tristura). Bajé los ojos; el piso, desbastado hasta el material de la base. Melancólico.

Examiné el resto del vagón: en el espacio donde van los indicadores de ruta, todo eso despapelado, descarapelado, leproso, atroz. ¿Y qué  fue de aquella agradable voz femenina que en el sonido iba anunciando la hora exacta y el nombre de la estación a la que nos aproximábamos?

(Esto sigue mañana.)

Volver a los diecisiete

Me miro en la foto de aquel entonces. La interrogación en los ojos, intento a lo lejos columbrar un porvenir que advertía anubarrado. Onanismo mental, creía que un golpe de suerte me sacaría del hoyanco donde un pie se me hundía en la pobreza y el otro en la pura indigencia. Mi fe se afianzaba en el dicho del payo: “Cuando la de malas llega, la de buenas no dilata”.

La de buenas se tardó hasta el día de la iluminación: más de provecho me reporta el ser que el tener. Ahora soy. ¿Qué? Aún no descifro el misterio.

A los diecisiete creía en Dios. El es ahora el que se esfuerza por creer en mí. Y ya va siendo demasiado tarde. En fin.

Creía por aquel entonces que en norte quedaba al norte y el centro en el centro, y  en este mundo teníamos cuatro as estaciones: de aguas, de secas, de fríos y calores, sin más, sin variar. Mis valedores:

Viví el domingo anterior con el pico bajo el ala, con la cola entre las patas y arrastrando la cobija. El tendido de diarios sobre mi mesa me puse a añorar, gacha la testa y el suspirillo en el pecho, la crédula edad de los diecisiete. Cuánto, a los giros del tiempo, he perdido en cuestión de candor. Quién pudiese retroceder en los años y recuperar aquella mi credibilidad juvenil. Frente a los titulares me puse a reflexionar en mi orfandad de por aquel entonces, no de madre y padre sino de historia patria y de teoría política. Al ignorante lo encandilaban los mediocres figurines de Los Pinos,  a quienes miraba estatura de figurones a la altura de la Historia, subrayado y mayúscula inicial. Hoy,  esta vergüenza…

Domingo en la tarde, sabor a ceniza. Cuánto me gustaría, con mi candor de entonces, creer el catálogo de los cínicos:

“Nueva ley de la Industria Eléctrica garantiza acceso económico. La Sener creará fondo que financiará electrificación en zonas rurales y urbanas marginadas”.  Eufemismo vil: retirado el subsidio, la pagaremos más cara. Pero el alegrón que a los diecisiete…

“Eficiencia energética y economía verde podrían generar miles de empleos”. Y yo, agradecido, caería de rodillas ante mi Santo Niñito de Atocha…

Sí, Exxo, Shell y otras gringas (compañías petroleras) dejaránse venir a la rapiña de tierras expropiadas, pero “temporalmente”. Mi credibilidad se hubiese mantenido incólume. ¿“Temporalmente”?. Mi gobierno tiene la fuerza y el patriotismo para hacer efectivo el “temporalmente” a favor de las víctimas. Aquel mi candor…

“Exige el PRD (¡creería -de no creerse- en el PRD!) se garantice el combate a la corrupción”. Creería que a los chuchos Ortega, Acosta y demás Naranjos les repugna la corrupción.

Volver a los diecisiete. Creería que mi México es soberano e independiente, que Peña actúa, lejos de Washington, en provecho no del gran capital sino del gran pobrerío que, aturdido, a punta de una propaganda aviesa votó por él. Volver a los diecisiete, y tomar el neoliberalismo, con su Consejo de Washington y ahora la reforma energética,  como una patriótica continuación de la expropiación de Cárdenas, y no lo que ahora sé ya de viejo: que con la venta de las que fueron patrimonio de todos nosotros, los vendepatrias han terminado felizmente para tan pocos y de manera tan desastrosa para las mayorías, una venta de cochera que inició el mediocre De la Madrid, y así hasta hoy, con Peña. Neoliberalismo.

Volver a los diecisiete, y la admiración que me hubiesen provocado los chuchos. “A tiros les vamos a revertir la reforma energética!”¡Ortega y sus Naranjos, héroes patrios! ¡Más si osare un extraño enemigo!

(Bah.)

Talamanteros

Marcelo Ebrard hizo patente su distanciamiento del PRD lanzando fuertes críticas a ese partido por «coaligarse» con el Gobierno del Pres. Peña  y subirse al barco del Pacto por México. (A. Baranda. Reforma, 20-VII-14.)

El corto plazo político, mis valedores, incompleto por la carencia del conocimiento histórico que nos allegue la cabal comprensión de los episodios que se suceden a diario en el caldero de la burocracia política. Tal es la trampa en que el Sistema nos ha hecho caer y que se ilustra a cabalidad en la alegoría que me planteó alguna vez el maestro: el Poder exhibe a las masas el rollo 6 de la película, y nosotros creemos saber las peripecias que en ella se narran, pero sólo conocemos lo que cabe en tal rollo. Ignorantes del principio, tomamos al galán por villano, y viceversa. Si este personaje persigue al otro con un garrote en la mano, lógico que es el villano, sin más.

“Pero no, que si conocieras los 5 primeros rollos podrías enterarte de que el que huye  le hurtó la cartera al perseguidor, y que el agraviado llevó al ladrón ante el juez y puso su queja sin que se le hiciera justicia. Toma entonces la tranca e intenta recuperar su cartera. Ahí la historia y la realidad objetiva, pero las masas conocen sólo el rollo  que a diario le exhiben  y desconoce la raíz de los hechos”.  Mis valedores:

No creo en la pura política cortoplacista, como tampoco en el Sistema de poder ni en su partidocracia. Ustedes creen en ésos y yo creo en ustedes, y en paz. Pero hoy me centro en el corto plazo, y concretamente en uno de los tres nuevos partidos del espectro político: el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA. A los otros dos sólo me toca mantenerlos con el dinero de mis impuestos. La presencia de MORENA  me da la ocasión para hablar de lo que resta de la mafia dominante del PRD, esos chuchos mercachifles que avanzan a lo serpentino de un alquiler a un colaboracionismo con el Poder en turno, y a acabar de pulverizar eso que comenzó como una esperanza para tantos que, asqueados, a tiempo cambiaron de militancia política.

De la esencia ideológica del PRD queda muy poco, si algo pueda quedar, pero no está destruido. Desde su nacimiento siempre ha tenido adversarios, pero siempre, también, ha estado protegido. En sus comienzos cargaba la hostilidad del Sistema, pero el arropo de los militantes. Ahora es al revés. Valioso lo consideraban las masas. Hoy resulta valioso para un Sistema del que forma parte esencial. El PRD de los chuchos sobrevive aplicando las tácticas de su padre putativo, el Talamantes traficante del alquiler y el chantaje en las malas artes de la politiquería nacional.

En fin. El Amarillo no hubiese resistido la sangría de militantes que sufre desde el 2008 porque una aviesa maniobra del Tribunal Electoral del Poder Judicial del  DF despojó a don Alejandro Encinas de la presidencia legítima del PRD para ponerla, haiga sido como haiga sido, en manos del chucho Ortega, lo que inició el desgranar de la mazorca amarilla, por más que ésos continúan perpetrando sus jugosos trafiques. Hoy chuchos y padiernas mutuamente se echan en cara su querencia en Gobernación. Es que  antes, desde su sede, la cúpula amarilla realizaba escala técnica en Gobernación, y hoy día desde Gobernación hacen escala técnica en la sede del partido, y todos esos contentos. Obvio es que al toma y daca de tales chuchos con Peña y anexas el Amarillo se vacíe de militantes desencantados que abandonen ese pantanoso terreno y se integren a  la nueva instancia política.

(A ver.)

Éxodo y llanto

El Gobierno mexicano, en ese operativo que ha quedado como uno de los episodios más emocionantes de la diplomacia internacional, fletó una serie de barcos que se llevaron, entre 1939 y 1942, a 25.000 españoles a México. El primero de aquellos barcos, el Sinaia, llegó a Veracruz hace, precisamente, 75 años (Diario El País, 21-VII-14.).

Fue en abril, mis valedores, pero de 1936, cuando un tal generalísimo, “caudillo de España por la gracia de Dios”, inició su dictadura. Ahí se iba a desgranar la mazorca de exiliados por todos los rumbos de la rosa. Lázaro Cárdenas, para fortuna de tantos, recogió la arribazón que tanto bien iban a generar al país en diversas ramas del arte, la ciencia, la industria, el cine, la filosofía, en fin.

Buena parte de ese gran proyecto de la República, que la Guerra Civil expulsó de España hace 75 años, fue heredado por México: no se perdió, cambió de país, en lugar de desvanecerse. Esto es, precisamente, lo que hay que celebrar. (Jordi Soler.)

Estoy mirando en las fotos los niños de ayer que hoy ya son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Miro al fondo la imagen del navío  Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo  la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, que dijo el poeta. Ellos iban a insuflar una bocanada de oxígeno a la cultura nacional. Hoy, muertos la mayoría, dejaron entre nosotros y acá se nos queda su voz poética, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible –que aún existía el tal generalísimo de todas las Españas-, vislumbraban la querencia del éxodo y el llanto. Y la requemante nostalgia, desahogada en poemas; océanos, tierra y derrotas de por medio,. Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Rafael Alberti:

¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis?

Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin: “Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje”.

Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España  hasta los entresijos del tuétano: “¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques –el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana”.

Pedro Garfias, poeta mayor, un mísero destino y una vida arrastrada: “Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas – y tus altos castillos apoyando – en tu bastón, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta”.

Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Juan Domenchina, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa, tantos. Hoy cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de León Felipe, que murió sin volver a lo que vivió añorando:

A tus entrañas vuelvo, Madre- (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre.

El éxodo y el llanto, poesía que es memoria y nostalgia de la raíz. (España.)

¡Vamos, México!

Que yo rehusaría escuchar sus cantos de sirena, aquí mismo lo declaré ayer. Que de tenerla a la mano le diría esto que ayer comencé y hoy finalizo. Margarita Zavala:

Ya desde ahora sus cortesanos comienzan a tantear el terreno para afianzar a usted en Los Pinos el 2018, y aun le conceden espacio en algún matutino de esta capital. Desde hace años, en el sexenio de la sangre, el duelo y las lágrimas,  el matancero encuevado en Los Pinos se refirió a usted, la señora su esposa, y de repente creí regresar a los tiempos esperpénticos del zafio de San Cristóbal:

Margarita Zavala tiene todos los atributos para ser candidata a un puesto de elección. No ahora, pero sí la veo como candidata.

¿Que qué? Bueno, sí, pero claro, que antes de armar su candidatura presidencial, primero sea senadora. Así de fácil. No le fue a la zaga Gustavo Madero, cortesano dirigente de Acción Nacional, que en la capital de Coahuila, lo aseguró (y no le temblaba la voz):

Margarita puede aspirar o ejercer el cargo que mejor le convenga, pues en mediciones internas resulta de las panistas con mayor reconocimiento y aceptación.

Haya cosa, qué coincidencia, qué curiosidad. Ocurre ahora, según el panista servil,  que otra “primera dama” nos resultó una  mujer de excepción y una experta política, y que “la gente la quiere, es muy capaz y talentosa”. Doña Margarita:  si  acaso también formo parte de “la gente”, aquí y ahora lo afirmo y proclamo con toda mi voz:  yo no la quiero como figura política de mi país ni creo que tenga las cualidades que le atribuye el panista, hasta el grado de que “tiene muchos atributos para desempeñarse cuándo y como lo decida”.  ¿Como el de lidiar con ebrios? Señora Zavala:

¿También usted? ¿Nada le dice la historia, que no tiene escrúpulos en jugar el papel de  una segunda versión de la Marta aquella que convirtió el camino a Los Pinos en un circo, un  carnaval, un tropical esperpento? ¿También usted? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también, por nunca haber sido, busca, como compensación, tener? Recuerda usted a la Marta enloquecida por un retazo de poder, ¿no es cierto? Yo, cuando menos, aún no olvido el sarpullido de mediocridad, los instintos rupestres que afloraron en la de Zamora.  A ella, la que  quiso y no pudo; a la trepadora que intentó encaramarse en un altísimo cargo dentro de la política, y que en tan resbaladizo pantano donde intentaba prolongar la “pareja presidencial”, exhibió su ignorancia, su zafiedad, su mediocridad de arribista y logrera.  Pues sí, pero  lógico: tuvo que regresar a su origen, y ya arrojada de las candilejas (ella y su compulsión protagónica) volvió a su estatura natural y pegó el reculón hasta la madriguera de donde más le valiera no haber salido.

¿Pero quién vino pagando los derroches de la Sahagún y sus lujos de nueva rica, su delirante protagonismo y alucinante compulsión por figurar que la forzó a atragantarse de cuantos foros y candilejas le aprontaban los validos que a balidos han hecho carrera culimpinándose al arrimo del Poder? ¿Quiénes vinimos pagando el avorazado “redondeo” de la Sahagún? ¿Y ahora usted, señora, un segunda edición de Marta? ¡Vamos, México! (Aunque eso habrá que reconocerle: hoy ha sabido callar y ocultar la cabeza.)

No usted. Déjeme creer que con Marta los mexicanos tocamos fondo. Que  el mundo nunca más se ha de mofar ante aquel sainete carnavalesco con ribetes de bataclán. Que usted no, señora Zavala. ¿O..? No lo dudo, es tan mareante el olor del poder. (En fin.)

Sirenita de la mar

Ella, la cautivadora, como a Odiseo la sirena del mito, ya ha comenzado a cantarme. A lo lejos. He distinguido el horizonte desde donde me tendía sus redes. Yo, como el héroe, con cera me taponé los oídos. Ella de carnada me aprontó una imagen no hermosa, pero sí falsamente hermoseada, relujada con primor. Cerrando los ojos la dejé pasar; a ella que a la distancia me sonreía, me camelaba, guiñábame un ojo. A ella, maga Circe que se me ha quedado en la foto. Y no más. Mis valedores:

Miro su vera efigie en la foto de marras, la observo hasta bizquear. Contemplo la imagen de una sirena más bien madura, rostro no bello pero hermoso en lo enérgico de sus rasgos, en la apostura de su continente, en su presencia y en lo que el rostro evidencia del carácter de la mujer: firmeza, audacia, decisión, la pura mesura, la ponderación. Pues sí, pero no, que es mujer casada y, por lo que sé, de firme moral personal y arraigadas creencias religiosas. Como sea, tal parece que anda en agencias de ganarse mi gracia, lo que no ha de lograr. Nunca de los nuncas. Jamás. Vale.

Sus artes seductoras me dejan entrever su currículo, bellamente adornado de cualidades morales como mujer, madre, y  compañera de varón. Y de varón adicto al a la botella,  para acabarla de alabar.  Que ha logrado integrar una muy unida familia; que ambiciosa no es y que, por contras, de muy modesta se precia, y de muy leal en sus convicciones. La mujer firme de la parábola, según todos los indicios. Pero no. Propaganda, y no más

Ella mi voluntad nunca va a conquistar. “Eso que a mí me dice, señora, pienso entre mí, se lo dice a tantos”, y en lugar de que me le brinde me le blindo y me parapeto frente a las artes de mujer seductora que se exhibe ante  las niñas, ellas tan cándidas, de mis ojos. Al influjo de sus cantos de sirena y hechizos de maga yo, Odiseo de pacotilla, hago que me aten al palo mayor y, la cera en los oídos, evito el peligro de caer rendido al hechizo de su reclamo melodioso. Yo, de tenerla enfrente, diría a la señora del largo cabello, pupilas de firme mirar y ásperos rasgos de rostro:

– Señora mía (de su marido, más bien): bellas cualidades humanas de su persona pregonan sus cortesanos, ¿pero qué tal si aceptándola yo por soberana pega usted soberano cambiazo? ¿Qué si ya al sentirse segura y firme y respirando otros aires (gracias a mí y a tantos más que cayeran al hechizo de sus cantos), aflorase en usted ese pequeño Mr. Hyde que todos llevamos dentro y que, mal que bien, mantenemos encadenado? Porque usted bien conoce que los de allá arriba son aires enrarecidos, que marean y trastornan y absorben el sexo con todo y seso. Señora:

De acuerdo. Supongamos que no diese usted ese cambio atroz que me tornase aún más desvalido de lo que ahora estoy. Que fuese, como afirman sus panegiristas,  matrona de temple, carácter, determinación  y el decoro suficiente como para no caer en los excesos de cualquier arribista y logrera, valida de la ocasión. Pero perdone mi suspicacia, que a golpes de desilusión  terminé perdiendo confianza y candor. Porque, señora, yo le pregunto:

¿Ejerce usted la suficiente autocrítica  como para aprender de la historia y atenida a sus enseñanzas evitar alzarse más allá de su propia estatura?  ¿Quién me asegura que usted, ya caída en la tentación del poder y el boato, no va a perder cordura y decoro y convertirse en una segunda edición de la…

(Sigo mañana.)

El tianguis de las aureolas

“Los Legionarios de Cristo inician una fuerte campaña para impulsar la beatificación de Mamá Maurita, la madre de Marcial Maciel. Tiene una pagina web donde se publica su oración, se invita a presentar nuevos milagros y se anexa una cuenta bancaria para depositar “a la causa”.

Yo, ante esa nota que apareció hace algunos ayeres me formulé la pregunta aún sin contestación: ¿cuál de esos dos beneméritos de la Iglesia Católica será el primero en trepar a los altares de la cristiandad,  la santa madre Maurita o su hijo el padre de hijos naturales y putativos, paidófilo bisexual, drogadicto y fundador de los Legionarios de Cristo? Difícil  de entrever, porque tanto la santa madre  Maurita como el semental que la convirtió en abuela  fueron a su hora  bienamados de aquel Juan Pablo II bienamado de los mexicanos. ¿Cuándo habrá de pepenar su aureola el hijo de toda su santa  Maura? ¿Y la santa madre de su santo garañón?  Porque Juan Pablo II ya se embrocó  la suya con dispensa de trámites y milagrerías, todo esto cuando San Felipe de Jesús, martirizado por Cristo Jesús hasta exprimirle su sangre a lanzazos allá por tierras niponas, consiguió la aureola  265 años después de su santo martirio. Así está el tráfago de las aureolas en El Vaticano, laus Deo.

¿Difícil que un garañón de sotana como el muerto Maciel consiga la beatitud? No lo es si Francisco, que en plan de obsequio dio la aureola al polaco, decreta la santidad de la familia Maciel. Karol Wojtyla, el “amigo” de México, hizo chuza de hasta 34 asesinos y torturadores cristeros a los que enjaretó la etiqueta de mártires; y qué tufaradas de azufre exhala tan sospechosa arribazón de fanáticos al “club de la aureola”. Y es que por estos días la santidad se abarata, se cosecha al por mayor y se nos torna pandemia. Por santos no vamos a parar, que ahora se ensamblan a escala industrial. Es la barca de Pedro…

Y si no, mis valedores: ¿no consiguió patente de santo un personaje como José María De (este De se lo enjaretó a capricho) Escrivá, fundador de ese Opus Dei, cuyos opositores denuncian, entre otros «pecados» del beato, «la acumulación de riqueza», y aquello de que  “el Opus Dei es peor que una secta, son mercaderes del evangelio, que destrozan vidas humanas?»

Pero ha sido santificado. Con  Escribá ya lo es también Juan Pablo II, y ya suelta un tufillo a santo el verraco Maciel, al igual que su santa Maurita. ¿O qué, iban a ser desperdicio los ríos de dinero que a manera de sobornos los legionarios han evacuado en las arcas de El Vaticano por aquello de que ya alucinan con el insaciable padrecito Maciel trepado en su niño (trepado en su nicho, quise escribir; travesuras del inconsciente); en su nicho de ermitas, capillas, templos, basílicas y catedrales? Y a eso quería yo llegar.

La burocracia de El Vaticano:  el español y santo Escrivá murió de viejo en su cama, y en lustros fue canonizado. De viejo murió el polaco, y por la vía rápida se le colocó la de santo. En la flor de su edad, el mexicano Felipe de Jesús fue martirizado junto con sus compañeros de evangelización en tierras niponas:

Cada uno fue sujetado a una cruz con argollas y cuerdas; dos de aquéllas se colocaron en las muñecas, otras tantas en los pies y una en el cuello. Felipe de Jesús fue el primer crucificado: alanceado en tres partes, dos por los costados y una por el pecho, murió murmurando el nombre de Jesús.

Escrivá y Juan Pablo fueron santificados en lustros. El protomártir mexicano  265 años después de su muerte. (Dios.)