Respeten mi dolor…

Salir con la frente en alto a pesar del dolor. La vida continúa..

Lo leí, me estremecí. Venteé, la tragedia del héroe, su temple, bizarría y estoicismo; su serenidad ante la tragedia ¿Del drama clásico qué personaje, enfrentado a los dioses, al hado, a la Moira, pudo, al caer al hachazo del insobornable destino, levantar la frente y pronunciar la frase? Mis valedores…

Salir con la frente en alto a pesar del dolor, empresa vedada a nosotros, los débiles, corazoncillo de jericalla A todos nosotros, los sensibleros que a flor de pupila cargamos esa furtiva lágrima que en ocasiones no logramos domeñar, y entonces brinca, rebelde, y a la vista de todos nos descompone los rasgos del rostro y nos los riñe de vergüenza. Las lágrimas que nos exprimió la muerte cuando cargó con la madre Tula, o cuando la vida, insensible, se raptó a mi Nallieli. Y al retorcimiento de la dolencia cómo clamar, simplemente: la vida continúa. ¿Es vida la nuestra o sólo su apodo, su alias? Tula, Nallieli, mi juventud. «Y ya a la orilla de todo -medito enloquecido- en lo que he sido- en lo que es ido…» Por ahí va la frase del poeta. Y qué hacer…

Salir con la frente en alto. Miro las fotos de los dolientes, intuyo el drama ¿Qué trecho de tu vida puedes haber caminado tú, que te desmoreces al dolor? ¿Veinte años? Tú, de barbilla incipiente, que con lágrimas sin veda pudor, intimidad, asperjas los cuatro rumbos de la tosa, ¿eres, acaso, más joven que ese, el de junto, que miro levantando a los cielos unos puños crispados, tanto como los rasgos de un su rostro distorsionado, contorsionado, charamusca del dolor que se expresa a aullidos? Ah de los ojos remachados; ah de una boca abierta de par en par; de los puños que encaran los santos cielos y amenazan con derrumbarlos, acabar con ellos, y con todo y con todos, y así dar muerte al dolorimiento. Con la frente en alto. Trágico.

Acaso más me impresionen las expresiones faciales de ese segundo en la foto, el del rostro de ojos remachados y boca abierta de par en par. Observo que semejante dolor se va metamorfoseando; que el ceño se frunce las cejas se tornan colas de escorpión y de la lágrima que se reseca emerge una ardida exasperación, una árida rabia en esas fauces que se erosionan mientras los dientes parecen a punta de morder, triturar. A tarascadas. El anciano de junto: volcán que se apaga, sus grietas aún rezuman lloraderas de humedad, grietas resecas por las cataratas, contrasentido patético. Y qué será más de impresionar: la lágrima viril, el rabioso llorar, la pena ya sosegada, cansada del áspero oficio del diario vivir, o el sacudirse en sollozos del niño que comienza a saborear el amarguísimo sabor de la pena Miren las fotos de los matutinos y duélanse al verlas. Compadézcanse si tal sentimiento les despiertan los rostros descritos, un puro ardimiento y un majestuoso dolor.

¿A mí? No. A mí tales muestras de dolor impotente me generan desprecio, impaciencia exasperación. ¿Yo, insensible? No es insensibilidad. El desprecio, el desdén de estos rasgos lacrimosos se origina en la causa del llorar colectivo, en el graderío del estadio futbolero: ¡un equipo del clásico pasecito a la red ha caído a los infiernos de la segunda división! ¡El Querétaro, sí, a la «Primera A«! Y el rostro de rasgos distorsionados, y los puños que se alzan al cielo, y ese que pudibundo Julio César al recibir las mortales puñaladas, oculta en la casimeta del club los visajes que le arranca el dolor. Y viejos y niños en la viva lágrima, como también los adultos y alguna jovencita deshecha en llanto. Por asuntos del clásico pasecito a la red. Ah, esos héroes por delegación.

¿Yo, honrar esas lágrimas? ¿No son las mismas que en su momento brotaron – siguen fluyendo- por Pedro Infante, Juan Pablo II, La Morenita o contra la despenalización del aborto? ¿Yo respetar esa rabia, esas lágrimas, esa indignación? ¿Tengo yo vocación de Perra Brava? Miro las fotos, medito en ese «Salir con la frente en alto«, del futbolista en derrota, y pienso, desalentado, en las opiniones del analista «El fútbol, como espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación de las proezas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida«. Y esta más: «El deporte por delegación, como es el fútbol, es una característica de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte (golf, polo, tenis, equitación): sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol que los entrena para la dependencia, la pasividad, la minoría de edad mental y la no participación en la vida pública». Y yo digo:

Esas lágrimas (delirio, fervor, agonía), ¿espontáneas? ¿no serán pasiones, emociones y reacciones mañosamente inducidas a lo artificial y artificioso en el débil de espíritu como opiáceos de las masas oprimidas, deprimidas? Alineación, manipulación, enajenación, ¡cinescopio! Ah, masas. (En fin.)

Y usted, ¿ya excomulgado..?

Y la escandalera que entre los grupos de ultraderecha ha venido a provocar la interrupción legal del embarazo, mis valedores. Un verdadero tsunami de descalificaciones, una erisipela de recriminaciones, una sarna de excomuniones sobre la testa de las mujeres que se atrevan a abortar antes de las 12 semanas de gestación, y sobre los lomos de Marcelo Ebrard, de la mayoría de los asambleístas, de las autoridades sanitarias de la ciudad capital, de todos. ¡ Réprobos! ¡Anatema! ¡Excomunión para todos! ¡ Dios lo quiere! Y de ahí, sotanas y capas pluviales al descrédito : porque los excomulgados dijeron no importarles semejante castigo, y porque el Ratzinger de Roma pegó el reculón: no se preocupen los ??abortistas?: Eso de que estaban excomulgados fue sólo una vacilada para espantarlos. Válgame con El Vaticano?

Y aquí lo insólito, según dije a ustedes el viernes pasado: No hubo ni ha habido, entre los dos núcleos en pugna, ninguna duda, ninguna vacilación. El alegato de éstos se afianzó en la certeza de que el aborto despenalizado es un problema de moral, y el de los otros, que de salud pública; los unos, con su estribillo de que están por la vida; los otros, con el de que están por el respeto a los derechos de la mujer. Nomás me quedé pensando. Y sí.

Muy elocuente el fenómeno de quienes toman partido por una u otra posición: nadie muestra duda ninguna. La división es tajante, radical, categórica. Sin matices, sin dudas, sin titubeos. A machamartillo. Blanco o negro, conmigo o contra mí. Bueno y malo, sin más. Y ya.

Pues sí, pero yo, mientras tanto, con esta duda sobre el momento en que la semilla, el embrión puede ser extirpado sin escrúpulo alguno, y en qué momento es ya todo un ser humano, que la maniobra, entonces, constituiría un asesinato. Y esta duda ni Norberto Limón, ni Jorge Rivera Carrera ni los ??abortistas? de la ALDF me pueden disipar, sino sólo la ciencia. Y los científicos ( los embriólogos, más específicamente): ??No puede aclararse con toda certeza el momento de transición, ya que el de la gestación es un proceso paulatino?.

Yo entonces, por explicarme el fenómeno de las mutuas certezas, me voy a la teoría del especialista en esas masas cerriles amuralladas detrás de sus mutuas certezas y obcecaciones. Y cuánta claridad en la explicación del estudioso. Juzguen ustedes:

??El hombre es, en su origen , un animal gregario, Sus actos están determinados por un impulso instintivo de seguir al jefe, y de tener estrecho contacto con los otros animales del hato. En lo que tenemos de borregos no hay mayor amenaza a nuestra existencia que el perder contacto con el rebaño y sentirnos aislados. El bien y el mal, lo cierto y lo falso, están determinados por el rebaño. Pero no sólo somos borregos. Somos humanos también; estamos dotados de una conciencia de nosotros mismos, de una razón que es, por su naturaleza, independiente del rebaño, ya sea que él esté o no de acuerdo con nuestro razonamiento.

La brecha abierta entre nuestra naturaleza gregaria y nuestra naturaleza humana es la base de dos clases de orientaciones: la orientación por proximidad al rebaño y la orientación mediante la razón. La racionalización es un acuerdo entre la naturaleza gregaria y nuestra capacidad humana de pensar. Así, tendemos a hacer creer que nuestras opiniones y decisiones irracionales son razonables??

Y que hasta no ser verdaderamente libre de tal modo que logre razonar, el hombre aceptará la verdad que exige la mayoría de su grupo; su juicio estará determinado por la necesidad de contacto con el rebaño y por el miedo a verse aislado de él. Racionaliza entonces. Produce pensamientos racionalizadotes que tienden a deformar o a ocultar las verdaderas motivaciones. Es la razón el instrumento con el cual se realiza el análisis critico de la racionalización. Se racionalizan las pasiones irracionales y se justifican el criterio y las acciones del rebaño.

Entonces, mis valedores, si yo, sin que la ciencia despeje mi duda esencial, me congratulo porque se haya logrado en esta ciudad la despenalización del aborto, ¿ no estaré racionalizando? ¿ No será la mía simple fidelidad al rebaño al que pertenezco?¿No estaré guiándome por un dogma, por un prejuicio, indestructibles como son, o casi? Mi satisfacción ante los resultados de la Asamblea Legislativa del pasado martes, ¿ no será la de un simple fanático? Y aquel escalofrío. Y rápido, me avoqué al estudio de ese siniestro fenómeno del fanatismo. Y sí, que de las experiencias que más lesionan, que más vulneran al hombre de razón, al ente que piensa, es el fanatismo. Los fanatismos. ( Esos, después).

¡Ira de Dios!

Acusaciones, descalificaciones, aclaraciones y crispaciones, imprecaciones y desmentidos, malentendidos, excomuniones y reculones. Diatribas, polémicas ¡Réprobos, anatema! ¡Condenación! Válgame…

Calambres y charcos de bilis negra ha provocado la despenalización del aborto que se aprobó en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal el pasado martes, 24 del mes anterior. Pese al clima de despellejamiento y degüello el aborto, por ley, quedó despenalizado si se practica antes de las doce semanas de gestación. Sin más. Pues sí, pero el derecho a la mujer a su propio cuerpo en qué forma vino a reforzar la rijosidad protagónica de sotanas y grupos diversos de la derecha recalcitrante, que han tornado la ciudad capital palenque, herradero, olla de grillos católicos. Laus Deo.

Y aquí lo insólito, mis valedores: no hubo ni ha habido, entre los dos núcleos en pugna, ninguna duda, ninguna vacilación. El alegato de éstos se afianzó en la certeza de que el aborto despenalizado es un problema moral, y el de los otros, que de salud pública; los unos, con su estribillo de que están por la vida; los otros, con el de que están por el respeto a los derechos de la mujer. Muy elocuente el fenómeno: de quienes toman partido por una u otra posición nadie muestra duda ninguna. La división es tajante, radical, categórica. Sin matices, sin dudas, sin titubeos. A machamartillo. Blanco o negro, conmigo o contra mí. Bueno y malo, sin más. Y ya.

Pues sí, pero en lo que a mí toca, mis valedores, partidario decidido de los derechos de la mujer y de la consiguiente despenalización del aborto, cargo dentro de mí, no obstante, una duda, que ni el argumento de la moral ni el de salud pública me disipan, y en esto consiste mi incertidumbre:

¿En qué momento del proceso de gestación el que aún es embrión, el producto que más tarde habrá de ser feto, puede ser extirpado del útero materno sin dar en el peligro de asesinar a un ser humano? ¿En qué momento el embrión, el producto, el feto, ya es una persona humana, y entonces sí, intocable a riesgo de asesinato? Semejante duda sólo la ciencia pudiese aclararme, pensé, y bajé a mi biblioteca y me puse a estudiar, más allá especulaciones de filósofos, psicólogos, sociólogos, rabinos y ministros de distintas religiones que allí vuelcan su tesis, la opinión del científico. De los especialistas. De los embriólogos, exactamente.

Pues sí, pero lástima: ante el proceso de la gestación, de los científicos y especialistas que revise obras específicas de consulta, y más tarde de los médicos que consulté personalmente, unos y otros manifiestan sus dudas acerca de la transición del producto en la persona humana, y ello con el alegato muy entendible de que el proceso del embarazo evoluciona de manera gradual, paulatina, e impide por eso mismo determinar con certeza en qué día, semana, hora, el feto se convierte en persona humana

«Caramba, qué necedad», me atajó Octavio, mí médico amigo y amigo médico. «¿Quién, si el proceso de gestación se produce paulatinamente, va a poder señalarte
con exactitud en qué mes, día, hora, el que permanecía en calidad de embrión ya se mudó en persona humana, con todo lo que ello viene a significar? Necio que no fueras».

Seguí en las mismas; en la oscuridad sobre el tema, y al no adquirir de la ciencia certeza alguna, tampoco la tengo yo, que estoy por la despenalización del aborto. Pero, mis valedores, entiendo al científico. La ciencia duda, la ignorancia afirma, y es aquí donde vale, para mí, la interrogante: ¿seré yo uno más de los ignorantes sin resquicio de duda con los que me he topado en los dos bandos en pugna..?

Porque, reitero, ambos contrincante esgrimen razonamientos que consideran sólidos, y los dos mutuamente se descalifican. Ambos, uno con el argumento de la moral y el otro de la salud pública y el respeto a la mujer, sostienen sin un amago de duda sus puntos de vista encontrados. Derecho a la vida, despenalización del aborto. Uno y otro bando esgrime su razón. Ambos están convencidos a rajatabla, y supongo que las masas en pugna, más allá de quienes las aleccionan, proceden de buena fe. ¿Entonces? Nomás me quedé pensando, y válgame…

Válgame, sí, que semejante certeza de los dos bandos en oposición no puede arrojar más que una evidencia: que ambos conocen a fondo los argumentos: el de moral y la vida y el de la vida y la salud pública. Porque de otra manera, sin conocer las dos tesis, y tal vez ninguna de las dos, cómo pudiesen tomar partido de forma tan contundente y optar por algunas de las teorías encontradas. ¿A lo entrañable nomás? ¿A lo subjetivo? ¿Así, tan ayunos de lógica.?

Y yo, con mi duda torno al… (Esto,después.)

Ramillete espiritual

Admirable la discreción de la industria del periodismo, mis valedores: calla púdicamente y por igual tanto las realizaciones de gobierno de Marcelo Ebrard como las omisiones gubernamentales de Calderón. Admirable.

No se emite crítica alguna al de Los Pinos, pero al de La Casa Blanca qué tal. De genocida, con muy justa razón, no lo bajamos; de terrorista de estado, ex-alcohólico misticoide y empobrecedor de pueblos. Las medidas de gobierno mexicano, por contras, son las adecuadas en asuntos de economía familiar, que de otra forma lo criticaríamos, como lo son también las que se refieren a la alta política El de nuestro país, impecable en sus medidas de política exterior, financieras o de comercio internacional. Y que el periodismo de mi país abolle y descarapele cada día, con toda justicia y justeza las medidas presidenciales del gringo. Y si no, ahí están las criticas habladas o escritas contra el verdugo de Iraq y demás pueblos víctimas. Y cómo lo delinean los trazos de los caricaturistas. Bien merecido, a mi juicio.

El estadista mexicano, qué diferencia hasta hoy, no ha dado a los periodistas, si exceptuamos los de La Jornada, ocasión de censura, de critica de cuestionamiento…

Es por eso que yo, apenas despertar cada mañana arrodíllome, pongo los brazos en cruz y la mirada en el cielo (en el techo), y doy gracias a lo alto: «Gracias te sean dadas, Señor. En lo vituperable de Bush y en los aciertos del estadista blanquiazul reconozco que escogiste este país como tu pueblo elegido, como la tierra de promisión». Y mi espíritu se llena de gozo…

Es entonces cuando dejo la cama y comienzo mi día con el examen de las noticias en los periódicos (conmigo la tele, como el licor, topó en tepetate). Más tarde, el ánimo fruncido por las noticias que acabo de leer en los diarios, tomo la canasta del mandado y acudo al tianguis de aquí a la vuelta, y válgame: ahí, como en todas partes, la iracundia de los vecinos contra quienes así le empobrecen su calidad de vida Entonces hago lo que hice ayer.

Ayer fui con el padre Pioquinto, mi confesor espiritual (síndrome de Ebrard: me ha excomulgado seis veces), y de rodillas y sus pies le vacié mis dudas: «No alcanzo a comprenderlo, su reverencia Si los gringos tienen por presidente a todo un delincuente internacional, y nosotros, según lo advierto por el silencio de mis colegas, uno limpio y puro, tan químicamente puro que no alcanza a suscitar la más leve crítica entre los que vivimos del periodismo -malvivimos unos, viven en Jalula los más-. ¡Padre mío, contéstame..!

-?itale, pero no escupas, y además, nada me has preguntado.

– Contéstame, padre Pioquinto. ¿Por qué a los gringos, teniendo un hampón en La Casa Blanca, les va tan bien? ¿Y por qué a nosotros, teniendo en Los Pinos un presidente que, según lo tratan los periodistas, es un rayo de sol, nos va tan de la pura fregada con perdón?

Lo vi dudar, tragar saliva meditar.

¡¡Contésteme, padre! ¿Por qué a los güeros pura bonanza y a los prietos de la pura lo que le dije antes? ¿Por qué, reverendo, por qué..?

Ahí habló mi consejero espiritual: «Ah, pues casi por nada porque los caminos del Señor son inescrutables para un simple mortal, y si lo dudas léete a Job en La Biblia. Porque el Señor Dios de los Ejércitos, en su infinita bondad, con carestía y escasez quiere probar a los mexicanos, para ver si vosotros sufrís con cristiana resignación tales agobios, y cuando muráis premiaros con la vida eterna ¿te imaginas..?»

«Además, como compensación al alza del gas y tortillas, el Todopoderoso, en su infinita sabiduría os colocó en el gobierno a todo un estadista cuyas medidas de gobierno hasta hoy no han merecido crítica alguna por parte de tus colegas del periodismo, ¿o sí? Y cómo, si se trata de un varón de virtudes y temor de Dios, que como buen católico está por la vida y contra el aborto criminal de los perredistas, esos abortos que se van a morir con el cicirisco perforado por una úlcera gástrica mal cuidada ya lo verás. ¿No te parece una suerte que Dios te haya impuesto allá arriba a un ferviente católico, apostólico, romano? No me vayas a salir conque preferías otro Hugo Chávez o a ‘un peligro para México‘. Levántate y anda Anda y no peques más. ¿Sabes que por andar dudando de la justicia divina te puede caer encima una excomunión fulminante? Nomás anda y pregúntale al réprobo Ebrard lo que pesa una excomunión como la que anda cargando sobre sus lomos…»

El padre Pioquinto me la persignó; me dio su bendición. «Sólo que no te me vas a ir vivo del corral. En tu casa de penitencia agarras lápiz y papel, y 300 veces: ¡No al aborto criminal! ¡Sí a la vida! ¡Ebrard, a la-verno..!

¿Papel? Tomé un rollo. Y la mano, ya entumida (¡Reprobó!)

De héroes y villanos

¡Mi defensa es vuestra acusación! ¡Las causas de mis supuestos crímenes, vuestra historia..!

México, primero de mayo de 1886-primero de mayo de 2007. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No olviden todo eso que ya olvidó o nunca ha sabido la mayoría de los asalariados que hoy van a tomar plazas y calles para ¡e-xi-gir!, como ocurre a lo rutinario y puntual año con año: que el gobierno les respete sus conquistas laborales, exigencia que denota una absoluta falta de conciencia de enemigo histórico. Los Mártires de Chicago, mientras tanto:

Vuestras leyes están en oposición a la naturaleza y con ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar…

No olvidar esos hombres cuyo sacrificio conmemora hoy el mundo: August Spies, George Engel. Albert R. Parson, Adolph Fischer y Louis lingg. Tener siempre presente su requisitoria contra los enemigos históricos:

Creen tener derechos sobre todas las personas, sobre sus vidas y su libertad, aun el derecho a asesinar a quienes les son incómodos, cuando son diferentes, cuando no son parte de la amorfa masa o rebaño servil…

¡Tiempo llegará en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy vosotros estranguláis..!

Aquí, por revivir esa memoria histórica que se nos agosta y angosta, los momentos finales de unos héroes y mártires que a la defensa de la jornada laboral de ocho horas y un salario menos injusto aventaron por delante la vida En México, por fortuna, su lucha iba a ser retomada por los hermanos Flores Magón y los también mártires de Cananea y Río Blanco, antecedentes directos de los cadáveres de pasta de Conchos y SICARTSA. Así transcurrieron sus momentos finales:

Aquel primero de mayo amaneció caluroso. Muy temprano salió el sol, dorando los patios de la prisión. En su respectiva celda de condenados a muerte los ocho cautivos aguardan el patíbulo. De repente, un ruido de cerraduras marca el final. August Spies detiene su ambular de león enjaulado. «¿Ya es hora?», pregunta «Vamos afuera», dice uno de los celadores, mostacho hirsuto. Por cuanto a la celda de Parsons, el que comanda el grupo de celadores ordena «Vamos afuera».

«Así pues, llegó la hora de la verdad. Vamos».

Louis Lingg, por su parte, en el momento en que lo conducían fuera de la celda comenzó a decir: «No es por un crimen por lo que nos condenan. Es por…» Y guardó silencio.

Tiempo después, cinco de los ocho anarquistas condenados a la horca por la justicia de Illinois habían sido concentrados en un saloncillo de la prisión federal, no lejos del «portón de entrada» (difícilmente pudiese decirse «portón de salida»). Los cinco condenados a muerte se miraron, ligeramente pálidos, pero tranquilos. «Salud, compañeros», dijo uno de ellos. A la palabra «salud», los otros intentaron una sonrisa «¿Listos?», preguntó el celador de los grandes mostachos. «Listos», contestó Spies.

«No es por un crimen por lo que nos condenan», repitió Lingg. «Nos condenan por nuestros principios. Pero yo desprecio su…» Guardó silencio. Afuera sonaban las 10 de una mañana caliente en Chicago. 1886. Ya ante el patíbulo, Lingg iba a completar su mensaje final: «No es por un crimen por lo que ustedes nos condenan; es por nuestros principios. Desprecio a todos ustedes; desprecio su orden, sus leyes, su fuerza su autoridad. ¡Ahórquenme!»

Antes de morir habló George Engel: «Las leyes de ustedes están en oposición con las leyes de la naturaleza y mediante ellas roban ustedes a las masas el derecho a la vida a la libertad y al bienestar. ¡Estoy listo..!»

«Pueden ustedes sentenciarme –August Spies-. Pero que al menos se sepa que en Illinois, ocho hombres fueron sentenciados a muerte por pensar en un bienestar futuro, por no perder la esperanza en el último triunfo de la libertad y la justicia…»

«Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especia humana –Adolph Fischer-, entonces yo lo digo muy alto: ¡dispongan de mi vida.!»

El mensaje final de Albert R. Parson, al pie de la horca «Sobre el veredicto de ustedes quedará el veredicto del pueblo, para demostrar las injusticias sociales de todos ustedes, que son las que nos llevan al cadalso. Pero quedará el veredicto popular para decir que la lucha social no ha terminado por tan poca cosa como es nuestra muerte…»

«Esos hombres eran moralmente superiores porque cada uno era capaz de sentir gran amor por la humanidad…» (A su memoria)

Virtudes y vicios

La despenalización del aborto, sin ir más lejos. El descrédito en el que han caido sotanas y capas pluviales que con su beligerancia se tornan motivo de escándalo y sorna, burletas y expedientes penales. La inseguridad pública, con su racimo de asaltos, secuestros y asesinatos. Esa violencia inaudita que acalambra el territorio nacional, con su delirante regazón de muertos descabezados y cabezas mutiladas que arroja a estas horas el crimen organizado. La patética confesión del Secretario de la Defensa Nacional, de que «El crimen nos ha rebasado«. La violación y muerte de niñas y ancianas. Los militares en entredicho. Tantos y tan variados asuntos que pensábamos tratar en la tertulia de anoche Tanto de qué hablar, comentar, polemizar y reñir entre todos nosotros, y sale el maestro con semejante comentario…

– ¿Que qué? ¿La soberbia y la qué? – Se escamó el joven juguero.

Que la soberbia y la humildad. ¿Se imaginan ustedes? Pero en fin, que es el maestro, y su palabra pesa como la de nadie más en la tertulia de Cádiz. Y qué hacer. Escuchamos que la soberbia es la jactancia por unos bienes que no se poseen o no en el grado en que los pregonamos, y que presupone un deseo desmedido de aparecer como superior a los otros, con un mérito personal que subaja al mérito ajeno. Que de la soberbia se derivan orgullo, jactancia, vanagloria y desprecio por los demás. ¿Que qué..?

Nosotros, oyéndolo. La tía Conchis, aquel descarado bostezo. Yo, cuando menos, me atuve al Manual de Carreño, y a cada bostezo me cubría la boca con el dorso de la mano. Un traguito al gordolobo para espantar la modorra. El maestro, impertérrito: «Contra el vicio de la soberbia tenemos la humildad, que nos enseña a moderar el apetito exagerado de la propia valía».

La Maconda, neo-panista y adoradora (¡inaudito!) del de Los Pinos, lanzó su anzuelo: «¿Sabe alguno en qué fueron a parar las dizque playas en esta ciudad, antes el DF, y hoy Marcelona? – Ninguno picó. Yo, tímido, me aventuré: «Esa privatización encubierta del ISSSTE…» Nada

– Humildad y soberbia atañen también a los grandes políticos que bien lo dice el consejo del sabio: «Manifiesta tu grandeza a través de la humildad».

Y que tal es la virtud de los líderes y los visionarios, con la que han logrado captar amor, admiración y fidelidad de las masas. «No importa la altura que alcance el pastor de pueblos. Si no cayó en la megalomanía seguro es que se ha granjeado la voluntad de sus seguidores. Porque conocen ustedes el vértigo de altura que ataca a cualquier mediocre, que apenas se trepa en el famoso ladrillito, pierde la dimensión y se siente semidios. Y si no ahí está…

– ¡Marta Sahagún, con todo y su segundo marido!

– ¡Eva Perón con todo y su populista Domingo Siete!

Y que Hitler, Stalin, los dictadores. «Jesucristo, en cambio: «Aprendan de mí,
que soy manso y humilde de corazón».

– ¡¿Y dónde dejan al aborrecible tirano barbón de las siete vidas en Cuba la mártir?!, rabió La Maconda «¿Sabían que también ese sátrapa impuso el aborto en su isla? No, si el Diablo los cría y ellos se juntan…»

– Bueno, sí –don Tintoreto-. Pero con todo respeto, ¿a qué viene esto de hablar de virtudes en la tertulia? ¿De virtudes qué sabemos nosotros? Nos limitáramos a los puros vicios…

– Ah, ¿y sin el debido contexto apreciaríamos en toda su magnificencia el acto soberbio de humildad, qué paradoja, que frente a todo el país acaba de realizar ese personaje de arrolladora personalidad? ¿Cómo, entonces, sopesar la humildad del ídolo de multitudes cuyo carisma lo ha convertido en el predestinado que señala rumbos a toda una nación? ¿No acaba de renunciar a honores y vítores y aclamaciones de una multitud enfebrecida y delirante, que el día de mañana primero de mayo, pensaba entregársele como se le ha entregado hasta hoy? Grandioso el acto de humildad de un líder de semejante dimensión que hasta hoy día mal puede dar un paso fuera de su residencia sin que una muchedumbre enloquecida galope tras él: Hossana en las alturas..

Pero obsérvenlo ahí: Seráfico y franciscano, él vive ajeno a todo impulso de soberbia, y practicante de la humildad, rechaza públicamente el homenaje del pueblo, multitudinario homenaje que la nación preparaba en su honor para el día de mañana Todo su pueblo: pensionistas del ISSSTE, desempleados, trabajadores de salario mínimo cuya dieta básica es la tortilla El, ajeno a toda acción de soberbia personal, acaba de rechazar la tradición de presidir el ritual del primero de mayo con sólo quince palabras:

«En honor a la verdad, más que un festejo de los trabajadores era del presidente».

– ¡Cede toda la gloria a los trabajadores! ¿No es admirable su actitud?

«Así me hace el aquellito». Entre dientes, El Síquiri. (En fin.)

Tartufo y Dios

La sublimación de Tartufo, mis valedores. Su glorificación. Aquí, allá, en dondequiera, el personaje de Moliere se manifiesta en toda su cínica dimensión: vivo, actual, actuante, indestructible. Tartufo vive y alienta en el matancero internacional G. W. Bush, que a la vista de los 32,33 restos mortales que acaba de arrojar la patología irracionalidad en alguna escuela de los EEUU, las entrañas se le enternecen, invoca a Dios y en el duelo pronuncia la oración fúnebre.

Lógico, sí, ¿y los cientos de miles de cadáveres que provoca en Irak, víctima de ese mismo Bush conmovido hasta el tuétano frente a los restos de estudiantes desparramados en el colegio gringo? Tartufo en pleno…

Pero Tartufo alienta también en el hombre de Los Pinos: ¿pues no se apresuró a presentar sus condolencias al genocida, cuando el desparramadero de hasta 28 cadáveres mexicanos que acaba de provocar el accidente vial en Chihuahua no le mereció una palabra de compasión ni el más mínimo gesto de aliento a los deudos de la tragedia? Tartufo, vivo y actuante…

Allá, Bush sostiene una ruda guerra contra el terrorismo (sin aclarar que se trata de un terrorismo contestatario del terrorismo original que él perpetra en tantos países del mundo), pero saca de la prisión al terrorista de la CIA y multi-asesino Luis Posada Carriles, autor del sabotaje al avión de Cubana de Aviación que hace unos años despedazó a 73 seres humanos. Tartufo, sin más.

Por cuanto a los «medios»: tartufos son, colonizados colonizadores, que se desentienden de los iraquíes muertos por la invasión estadounidense, al igual que de los fallecidos en Chihuahua, para clamar a lo hipócrita su estupor y su duelo por las 32 víctimas del estudiante suicida, y reiterar datos, cifras, detalles, aconteceres, circunstancias, secuelas, de la tragedia estudiantil. Manipulación enajenante la de semejantes tartufos

No, y las masas de nuestro país que así, a lo manso y pasivo se dejan manipular por los susodichos «medios» y, dolorimiento inducido, los días se han pasado lamentando el drama del colegio gringo, y lo comentan, reiteran, remuelen, rumian y vuelven a rumiar, y toman como propia la masacre como si la celebrasen el duelo de sus propios familiares, cuando la tragedia de Chihuahua les ha pasado casi inadvertida Esos no son Tartufos; son, cuando más, el rebaño de perplejos que nombra el analista Colonizados son, y enajenados, sumisos y dependientes, que gozan y se duelen a las órdenes que les da el Imperio por medio de su vocera la industria del periodismo.

Tartufismo: esas mismas entrañitas lastimadas ahora claman, católicos inducidos por sus pastores, contra la despenalización del aborto.

«¡Los mexicanos no somos asesinos! El pueblo mexicano cree en el mismo Dios. ¿Cuál sería la decisión de Cristo, si le preguntaran sobre el aborto? Su respuesta serta: ¡No al aborto! ¡Alto a la iniciativa criminal!»

A ver, a ver, un momento: a esos que mientan a Cristo y afirman conocer sus respuestas mejor sería preguntarles: ¿hasta qué grado se contristaron en la Semana Santa frente la pasión y muerte de ese mismo Cristo que conocen tan bien? ¿En el templo, en la meditación, en el arrepentimiento sincero por unas culpas que llevaron al Ungido a la cima del Golgota? ¿Esos están cerca de Cristo? ¿Dónde lo ubican esos que tan a la ligera lo mientan? Lo afirma el teólogo:

«La Justicia y la caridad son los únicos y más seguros signos de la verdadera fe católica (…) dondequiera que estén, ahí está verdaderamente Cristo, y dondequiera que falten, Cristo está ausente».

¿Esto lo saben tales católicos siempre de dicho, que nunca de acciones? ¿Esos católicos del Cristo en los labios dónde anduvieron durante la conmemoración del Calvario? El Tartufo que hoy, en las calles y en las plazas públicas, mienta al Ungido, se largó a la playa, a la tanga y la fritanga al antro y la beberecua a la trepidante aventura del motel. Ah, gesticuladores…

En la conducta de Bush, de Calderón, de los medios de condicionamiento de masas y de esas masas católicas y vacacionistas de Semana Santa que ahora pretenden acreditarse de muy buenos cristianos, yo percibo la presencia de Tartufo que se hace pasar por religioso incorruptible y observante fiel de la ley de Dios, pero que se descara y muestra lo que es en esencia un cínico, al intentar el coito adulterino con la esposa de Orgón, protector de semejante picaro. Su «tartufismo» al intentar convencerla:

El cielo prohibe determinados placeres, pero podemos estar en paz con él (…) Existe la ciencia del saber (…) rectificar las malas acciones con la pureza de nuestra intención. Satisfaga mis deseos, señora, y no sienta ningún temor.

Bush, Calderón, los «medios», los católicos de membrete Gloria al Tartufo que ellos alientan y tornan indestructible. (Dios.)

Perros de guerra

La invasión de tropas norteamericanas a la ciudad y puerto de Veracruz, mis valedores, que se perpetró un 21 de abril de 1914. Yo aguardé, para tratar el tema por que la memoria histórica no se nos pierda, al pronunciamiento del hombre de Los Pinos, y lo que me temía: el discurso oficial fue una graciosa huida a las acciones del gringo invasor y una amenaza (¡una más!) a los narcos del crimen organizado: «¡Es un mal endémico, pero no cederé ni una sola plaza a los narcotraficantes!» Sigo aquí la crónica de una invasión que se inició con demandas de Washington inaceptables para nuestro gobierno:

Carranza «ofreció hacer una amplia investigación en torno a la muerte del subdito inglés, para que si alguien resultaba culpable de arbitrariedad o violencia, tuviese el condigno castigo. Washington insistió en que se llevase a cabo absolutamente todo lo exigido por su gobierno, aunque aceptando que se hiciera un saludo a la bandera mexicana, pero después del que se diese a la americana. Temeroso Huerta de que la oferta no se cumpliese y la bandera mexicana quedase sin saludo, propuso que éste fuese simultáneo. Negáronse los yanquis y entonces se les pidió que por lo menos se comprometiesen por escrito, firmando un protocolo, a hacer el saludo a la bandera mexicana; pero también fue negativa su respuesta, en la cual tampoco se tomó en cuenta otra proposición mexicana de someter el conflicto a un arbitraje, conforme al Tratado de Guadalupe Hidalgo…»

Telegrama de John J. Pershing, comandante de las fuerzas armadas estadounidenses que tomaron parte en la expedición punitiva:

«Sr. Jacinto B. Treviño: Usaré de mi criterio por lo que concierne a cuándo y en que dirección del territorio mexicano deba mover mis tropas para perseguir bandidos o para obtener información tocante a bandidos. Si dentro de esta circunstancia tropas mexicanas atacan a mis columnas, la responsabilidad con sus consecuencias recaerá sobre el gobierno mexicano».

A las 11 horas con 20 minutos de aquel 21 de abril de 1914, soldados de infantería yanqui descendían del Florida, el Utah y el cañonero Praire, y tomaban tierra en el muelle Porfirio Díaz. La fuerza yanqui se marchó hacia la población por la calle Montesinos. Se iniciaba la invasión de territorio mexicano -una más- por tropas de Estados Unidos«.

«Cuando el 24 de abril el comodoro Manuel Azueta llegó a la ciudad de México, con los cadetes que habían defendido el puerto, en la estación se le acercó un anciano que le preguntó: ¿Qué recuerdo me trae de mi hijo? Azueta le señaló la guerrera que llevaba puesta: había quedado manchada de sangre cuando recogió del suelo al cadete moribundo. El anciano besó aquella sangre mientras lloraba silenciosamente. Era el padre de Virgilio Uribe«.

El testimonio de la niña que se quedó huérfana cuando una bala expansiva le asesinó a Andrés Montes, su padre: «Los americanos entraron el mero 21 de abril. Poco antes de las 11 de la mañana estaba yo en el colegio, cuando nos despacharon a casa en vista de que hacíanse conjeturas de que los americanos iban a entrar. Llegué a mi casa; mi mamá estaba muy azorada porque ya sospechaba que habría tiros y cañonazos. Mi papá estaba trabajando en la carpintería que teniamos en la misma casa donde vivíamos. Estaba callado, trabaja y trabaja sin decir palabra

?ramos 6 hijos: la más chiquita tenía 10 meses de nacida. Sin decir palabra, sin decirnos nada, ni a donde iba, mi papá salió de la casa al oír los primeros disparos. No regresó sino hasta las 6 de la tarde y ya venía armado con un rifle y unos tiros. También regresó trayéndonos dos tanates de pan y miniestras para que tuviéramos qué comer mientras él estaba afuera… .

Como si lo estuviera viendo ahora mismo con mis propios ojos, recuerda mi mamá, rodeada de nosotros, le suplicaba: «No te vayas, Andrés, no nos abandones, mira que tenemos niños muy chiquitos. ¿Qué hacemos si te matan? ¡Hazlo por nosotros!’ Mi padre, que siempre fue muy callado, pronunció tranquilamente estas palabras: «Ahora no tengo madre, ni esposa, ni hijos. Solo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui. Aquí te dejo colgado este machete: anoche lo afilé bien para que al primer gringo que se atreva a entrar en esta casa, le moches la cabeza».

Como mi mamá insistiera en que se quedara, él la agarró y le dio un empujón para que le dejara el campo libre. Y así fue como él pudo quitar la tranca de la puerta y salirse a la calle otra vez. Como mi papá no llegó en toda la noche, en la mañana salió a buscarlo mi madre. Era un peligro, pues los tiroteos seguían. Fue entonces cuando supimos: mi papá peleó solo, callado. Lo mataron al anochecer. Una bala expansiva le destrozó el estómago.

Ya no fui a la escuela. Mi mamá nos dijo: ‘ahora tendremos que trabajar todos’. En su discurso, Calderón tronaba contra los narcos. (México.)

Zopilotera y hedor

La memoria histórica, que no se nos pierda En la vida de una nación es de capital importancia como para irla a extraviar al modo como intentan escamoteárnosla los gobernantes del país. Presente en mi mente la crónica de la invasión de tropas norteamericanas a la ciudad y puerto de Veracruz, que se inició el 21 de abril de 1994, no me había referido al tema porque aguardaba conocer lo que en la ceremonia conmemorativa dijera el de Los Pinos. Y sí…

Enérgico, contundente, el hombre no condenó a los invasores ni exaltó a sus víctimas, no. Se trasladó a Veracruz para formular una advertencia (¡una más!) «a quienes se coludan con la delincuencia y traicionen a México, porque estamos firmemente decididos a no ceder ninguna plaza a nuestros enemigos».

Fue así como el de Los Pinos preservó . para los mexicanos la memoria histórica…

Pero nosotros no. Que los muertos entierren a sus muertos. Que Calderón haga la graciosa huida a la verdad histórica Nosotros no. Porque es de provecho poner a prueba nuestra capacidad de vergüenza de indignación y de acción; nosotros a sopesar, a ponderar, los sucesos nefandos del imperialismo invasor y la respuesta soberbia de los defensores nativos.

Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No olvidar que fue un día 21 de abril de 1914 cuando W. Wilson, el G. W. Bush de aquel entonces, ordenó a sus tropas norteamericanas invadir la ciudad de Veracruz. Aureliano Monfort, gendarme, fue el primer patriota mexicano abatido por las balas dum-dum, expansivas, del invasor. Horas después, entre tanto defensor anónimos, caería asesinado Andrés Montes, carpintero de oficio. La historia, es una gigantesca zopilotera y un gran hedor. El telegrama que preludia el principio de la crisis:

Chihuahua, 21 de feb. 1914 Sr. Venustiano Carranza: inglés William S. Benton trató de asesinarme en Cd. Juárez. Pude desarmarlo y lo entregué a un consejo de guerra, que lo condenó a muerte. Respetuosamente, Gral. Francisco Villa».

La reacción de Washington: «Sr. Carranza: mi gobierno exige pronta averiguación. De otra suerte se complicará gravemente la situación y obligará a este gobierno a tomar medidas sumamente serias. Estamos seguros de que Ud. obrará inmediatamente E. H. Bryan, Sec. de Estado».

Pero el fusilado era súbdito inglés, y así lo hizo saber Carranza al de Washington. La prensa de aquel país calienta los ánimos:

«Carranza desafía la Doctrina Monroe. Al negar el permiso a nuestro Depto. de Estado para investigar el asesinato de Benson, Carranza no hace más que dar una bofetada al Presidente Wilson en plena cara y patear la Doctrina Monroe. En 90 años que tiene de vida la Doctrina Monroe ninguna de las más grandes potencias europeas ha hecho jamás lo que hace ahora el Jefe de los mexicanos que están fuera de la ley. Carranza no es un indio ignorante, iletrado, matón como Villa, que durante toda su carrera ha sido un ladrón y un matoide como bestia salvaje. ¡Pero Carranza! Educado en la escuela gubernamental, entrenado en el servicio oficial, experimentado en asuntos americanos, versado en la relaciones internacionales, sabe exactamente lo que quiere decir cuando le dice al Sr. Wilson que en México no son los Estados Unidos sino la Gran Bretaña misma la que debe ocuparse de la suerte de los ingleses, cuando se les asesina.»

La toma de Veracruz fue precedida por el incidente mentirosamente llamado insulto a la bandera americana, ocurrido en Tampico el Jueves Santo del 9 de abril de 1914. Estando sitiado Tampico por los carrancistas y prohibido el libre paso dentro de una zona entraron en ella sin el debido permiso de la autoridad militar mexicana, un oficial y nueve marinos uniformados del Dolphin. Detenidos -conforme a la Ordenanza y a las leyes de la guerra- por el jefe del punto, coronel Hinojosa, fueron conducidos ante el general Morelos Zaragoza, Jefe de las Armas, y allí inmediatamente, sin investigación alguna puestos en libertad con atentas excusas del general mexicano. No hubo, pues, más falta que la de los marinos del Dolphin, que violaron una prohibición de las autoridades mexicanas. A pesar de eso, el Contralmirante Mayo, jefe de la escuadra estadounidense -que, en contravención de las leyes mexicanas, estaba anclado en Tampico desde hacía meses- exigió una reparación por el insulto hecho a la bandera americana, reparación que consistía principalmente en izarla en territorio mexicano y saludarla con veintiún cañonazos…

Llevado el asunto a sus respectivos gobiernos, el mexicano ofreció una amplia investigación sobre la muerte del súbdito inglés, para que si alguien resulta culpable de…» (Mañana)

Onanismo mental

Las pesadillas, mis valedores. Que una de aquéllas, les contaba ayer, atacó a cierto burócrata impuesto a golpes de El Yunque en el bunker de El Cuarto Reich, país imaginario. Que en su pesadilla se veía odiado, despreciado por todos. Que, al invocar a los cielos, el Ángel de lo Sobrenatural se le apareció en sueños, y así le decía: «¡Despierta y trata de aprender a gobernar, que para eso te impusieron Bush, la tele y los oligarcas..!» El medianejo se rebulle en su pesadilla «Esos que te impusieron en el bunker alcahuetean tu ineptitud, pero su cinismo no llega a tanto como para aplaudírtela Y mira que fueron capaces de aplaudir al mismísimo carnicero Díaz Hordas».

¡Díaz Hordas! ¡Claro, sí, por supuesto! Y al conjuro del nombre nefando, el de la pesadilla clama, acalambrado, desde el cogollo de una esperanza inútil: «¡Díaz Hordas bendito, santo patrono de los despreciados, de los desahuciados, de los malqueridos malparidos, ven en mi auxilio..!»

Cimbrado de escalofríos invocó al matancero: «¡Tú que supiste del odio y el desprecio popular, tú que en vida y muerte padeciste y padeces la repulsa unánime! ¡Tú que serás execrado per sécula seculorum! ¡?yeme a mi, que ando en las mismas por haber perpetrado la privatización disfrazada del ISSSTE y por la impunidad que dispenso a Mr. Prozac, su segunda esposa y los hijos de toda su reverenda Marta; y a la Gordillo, a Montiel, a los oligarcas! ¡Y cómo aplicarles la ley, si gracias a ellos estoy en el bunker! ¡Yo, que apenas amanezco, ya estoy jurando a los paisas que aplicaré todo el rigor de la ley a los narcos! ¡Yo, que en mi pequeñez me siento aplastado por las obras de gobierno de Ebrard y el carisma de un verdadero líder como es el aborrecido Peje! ¡Santo Díaz Hordas, señor de los despreciados, óyeme..!»

Silencio, un aullar de bestias montaraces, y ese relámpago. En seco. Ave María. Y entonces, contertulios, ¿lo pasan a creer? Ahí, en el intestino del bunker presidencial, el milagro. En sueños. Porque ocurrió que al conjuro, a la advocación, en la evanescente región de las pesadillas se produjo el portento: azufroso y arropado en capullo de vivas llamas, entre acezantes hocicos de lumbre el matancero ascendió hasta el cubil del que lo ha invocado, convocado. «¿Quién osa mentar mi nombre nefando?» Tufos, tizne, pestilencias, manos chorreantes de sangre inocente. Tlatelolco. Díaz Hordas.

«Yo, si, perito en odios multitudinarios. Yo, que tras de la carnicería viví -si aquello fue vivir- apestado, execrado, canceroso (porque al que obra mal se le pudre el secula seculorum, y si lo dudas tiéntamelo). Este reprobo que soy, que sigo siendo, viene en tu auxilio. Levántate y anda».

«Ah, como Lázaro Cárdenas. ¿Y a dónde voy, ángel de mi guarda?»

«A dónde ha de ser, a agasajarte con los aplausos».

«¿Pero aplausos a mí, que no sean pagados, y en dólares? ¿A mí, aplausos? ¿Sabes que ya no puedo salir del bunker, porque me la rompen..?

«Hombre de muy poca, me refiero a la fe: toma mi mano».

«Achis, achis, se resbala. ¿Te la embijaste con aceite de cártamo..?»

Y sí, el prodigio: en sueños, como Fausto por Mefistófeles, el malquerido fue transportado por el matancero a través del éter hasta alcanzar cierta cresta de la barranca sombría que se repecha entre roquedales, donde hicieron pie «Los lugareños la nombran Barranca del Eco. Es aquí donde yo, después del destazadero de Tlatelolco, venia a consolarme solito. Pon atención».

Y fue entonces: acercándose al filo de la barranca, el carnicero tomó aire y echóse a aplaudir mientras ululaba a todo vuelo de voz, aliento pestífero:

«¡Vivaaa Díazzz Hordaaasss!»

La Barranca del eco, a querer o no, en lúgubres desgarramientos:

«¡la-íaz-ordaaasss, clap, clap..!» Aplausos, ecos de aplausos: «¡la-az ordaaazzz, clap..!» Doloroso estertor del roquedal. El matancero:

«¿Ves qué fácil es consolarse solito? Anda, hazte aplaudir de gratis».

Y ándenle, que animado al ejemplo del Mefistófeles de pacotilla, el de El Cuarto Reich se arrimó a la ceja de la barranca, arriscó una ceja y se soltó aplaudiendo. Su vocecita, pito de calabaza: «¡Viva el combate al crimen organizado! ¡Viva el presidente de El Cuarto Reichhhh..!»

Y su sonoro batir de palmas. «¡Viva yo!» Se detuvo, paró oreja: nada. Tomó su segundo aire, y un nuevo intento:«¡Viva la solapada privatización de PEMEX y de la energía eléctrica..! ¡Viva el imperio de la ley..!»

Atento al eco. Y un nuevo grito. Destemplado, desaforado: «¡Viva Calderón!» Y sí. La peña viva, los peñascales, todo el mundo mineral le retachó en ecos su pregón. Al unísono. Y qué claridad de dicción, qué contundente respuesta al impuesto de El Cuarto Reich: Al «viva Calderón» rápidos, todos los ecos: «¡Viva Marcelo Ebrard! ¡Viva López Obrador! ¡Vi-v-Lop… ador…» Y eso es todo, contertulios. ¿Qué les pareció? (Silencio.)

Yeguas de la noche

El edificio de Cádiz, en la Mixcoac-Insurgentes. En él habitamos diversos vecinos protagonistas de las fabulillas de mi invención (el contrasentido, leerlo entre líneas): mi primo el Jerásimo, borrachales y licenciado del (de lo que queda del) Revolucionario Ins.; la tía Conchis, conserje del edificio, y el joven juguero; don Tintoreto (lavado en seco y a todo vapor, se enanchan o angostan corbatas), y su amantísima Tintorera, siempre de negro hasta los pies vestidos sus 98 kilos de peso; el Cosilión y su esplendorosa Lichona, blusón y mallones blancos tres tallas más chicas de lo que piden, demandan, exigen sus formas; la señora viuda de Vélez (la Maconda), neo-panista y adoradora (¡imagínense!) de Calderón; el maestro y su jovencísima setentona de las zarcas pupilas, la maestra Águeda, jubilada de todo, menos de vivir a corazón abierto; El Síquiri, hijo legítimo, natural y putativo de Chinches Bravas, Ver., y la Jana Chantal, mini-rnini de licra, que por mi conducto pone a disposición de los galanes sus señas telefónicas, las de la noche y las diurnas, cuando se metamorfosea en el Tano, vulcanizador de repelos de las llantas que Texas nos avienta en plena cara.

Aquí los vecinos forman bandos rivales: unos son católicos y otros evangélicos; unos anti-aborto y los más pro-legalización; unos pro-vidas, otros pro santa Muerte; unos pro-Ebrard otros anti-López Obrador;todos, menos La Maconda, anti-calderonistas rabiosos; todos beligerantes, a gritos y manoteos defienden sus simpatías y maldicen sus diferencias. Hoy, por ejemplo:

Este día, nuestro periódico mural, que empapela toda la pared frontera del cuarto que habita la tía Conchis, amaneció tapizada con caricaturas de diversos periódicos, todas vituperosas para el chaparrito, peloncito, etc. Y la hora sonó para la tertulia nocturna y «nomas que me entere quién fue el poca madre que asi ofendió a nuestro primer estadista», se enchiló La Maconda.

– ¿Y qué esperaba usté? ¿Que aplaudiéramos a semejante nulidad? -la tía Conchis. ¿Qué realizaciones de gobierno le tenemos que aplaudir a ese al que aborrecen Manuel Espino y el PAN. Qué haría Calderón sin su partido político.

– Cuál partido (La Tintorera). Ese ni a partido llega.

– ¿Y luego el PRI? Pero a la hora de la hora nadie pela al chaparrín. Me da una lástima. Qué diera porque alguien le aplaudiera, el pobrín…

Fue ahí donde intervino el maestro: «No escucha aplausos porque no quiere. Es tan fácil hacerse aplaudir…» (Achis, achis. Expectación.)

– Hacerse aplaudir es fácil con el método de El Cuarto Reich, del caricaturista Palomo. ¿Cómo describe usted el episodio, señor valedor?

– Va más o menos así: es noche cerrada en el palacio de gobierno de El Cuarto Reich, ese paisito de embeleco, espejismo y encantamiento que se atejona en algún entresijo de la América nuestra, la poca que nos va dejando el Imperio. Madrugada. Bajo la negritud del firmamento la ciudad capital se tiende como arpillera en el pellejo de un valle erosionado. Aquí, al repecho del bosquecillo de los pinos, la zona residencial, ostentoso cubil de políticos sinvergüenzas, qué redundancia, y oligarcas transnacionales. A distancia natural, el barrio de medio pelo, siempre venido a menos, y allá, en las verijas del yermo, donde no se enchinchen, los arrabales del pobrerío (allá, como aquí, pobres lo somos todos, si exceptuamos a los ricos). Ah, el variopinto catálogo de las vernáculas favelas, villas miseria, arrabales, muladares, ciudades perdidas que excreta nuestro mundo libre, cristiano, democrático. (Allá, muy arriba, un firmamento grifo de luceros, lástima que los oculta el smog. Presidiéndolo todo, fría, hermosa y distante -como tú, mujer-, la luna.)

Silencio. El Cuarto Reich duerme el sueño de los justos; de los justos que no padezcan insomnio. En la entraña del bunker presidencial, en uno de sus intestinos (el grueso, ya rumbo a la salida), el mediocre impuesto al vivo cojón rebúllese en sueños, se agita, bañado en sudor, zarandeado a culatazos de pesadillas. Entre fruncimiento de ceño y ceños, los labios del zafio farfullan retazos de sílabas y agargajados estertores que le estremecen los músculos y le perlan el mentón. Pero no, cuáles sílabas; es el rechinar de incisivos, caninos y premolares, algunas de ellos cariados. Haya cosa…

¿La causa de los malos sueños? El del bunker se siente aborrecido por sus enemigos casi tanto como por sus buenos amigos. Pero no, aborrecido no sería trágico: despreciado. Despreciado ¡hasta por sus enemigos! Y es así como odio, desprecio y rencor, todo repercute en sus pesadillas, y esta noche carga encima toda la repulsa, toda la iracundia de un fregadaje que, por impostor, lo abomina Lóbrego. «¡Santo Señor del Yunque! ¡Legionarios de Cristo! ¡Santa Marta Sahagún, écheme aquí una o sea una mano..!»

Y fue entonces. Entonces fue. En plena pesadilla la tronante voz del Ángel de lo Sobrenatural: «¡Despierta y ponte a..» (Mañana)

Y uno que otro viejo güey

El reciente periodo de vacaciones. Al tema nos referimos en la tertulia de anoche. En la charla salieron a relucir playas, tangas y fritangas, recalentamientos de sol y alguno (efímero, circunstancial) de catre y motel. La llegada del maestro interrumpió los alardes del don Juan juguero.

– Para quien permaneció en el DF ahí estaban, todos suyos, museos, zoológicos, los murales de Diego, Orozco, O’Gorman. Si salieron a carretera: en Guadalajara extasiarse frente al rostro del Hidalgo de Orozco, en el Palacio de Gobierno, y ante el «Hombre Pentafisico, o «El hombre en Llamas», en el paraninfo del Hospicio Cabañas. «¿Visitó usted, señor valedor, el Museo Goitia, en la bizarra capital de Zacatecas? ¿Contempló una vez más el admirable patetismo de Tata Jesucristo?» -el maestro.

Intenté ponderar esa maravilla pictórica, pero el entusiasmo se me había congelado: allá, afuera, Pedro Infante juraba a gritos que «Mis compañeros / son mis buenos animales / chíii-vos y mulas / y uno que otro viejo güey».

Un repentino silencio. Luego, Don Tintoreto: «¿Dijo son mis buenos animales? Me pareció escuchar: «son mis buenos familiares».

-De haber dicho «familiares«, a sus cualidades hubiese añadido la de profeta -el maestro, que luego sacó a relucir el cuajarón de oros y adornos barrocos y churriguerescos de las capillas de El Rosario, en Puebla, y Santo Domingo, en Oaxaca. Yo apenas lo escuchaba, por escuchar allá afuera el amorato corazón que, aquí adentro, hacia latir mi corazón. Cursi

Pepe el Toro no muere ni va a morir, me caí -le cayó al Síquiri.

Porque logró la trascendencia, pensé entre mí; esa necesidad espiritual del humano que, junto con el arraigo, la identidad y la vinculación, nos confieren salud mental Acuciante es la necesidad de «no morir del todo», que dijo Gutiérrez Nájera. Después de muerto seguir viviendo en la memoria de quienes se beneficiaron con obras que en su provecho realizamos en la vida El maestro, que me adivina el pensamiento:

– Trascendencia a la que todos aspiramos. Piensen en Bach, en Pasteur, en Miguel Angel, en tantísimos beneméritos. Oigan afuera: la manipulación de los «medios» ha efervorizado a las masas con la figura de Pedro Infante, que más allá de la carencia de obra que aproveche a esas masas que lo idolatran, con, por y para ellas tanto logró trascender que hoy día está más vivo que nunca. ?iganlo. «Cuando lejos te encuentres de mí…»

Pues sí, pero aquí lo trágico: aquél de nosotros que no pueda modificar su entorno para provecho de algunos (esa vía de agradecimiento a Dios o a Madre Natura por el don de la vida), también va a buscar y lograr, a lo negativo, la trascendencia La Mata-viejitas, el Mocha-orejas. De súbito se me vino el ejemplo definitivo. Dije: «Erostrato, maestro».

Erostrato, dijo él. ¿Saben ustedes quién era el tal? No un filósofo ni un general de vida hazañosa no. (Caminó al librero y tomó un diccionario. Leyó en alta voz): «Erostrato, pastor de Efeso que, queriendo hacerse célebre mediante alguna acción memorable, incendió el templo de Diana en Efeso, una de las siete maravillas del mundo». Miren si el pastor logró que lo recordásemos, que su nombre se guarda en todos los diccionarios. Ah, contertulios, en nuestro país cuántos Eróstratos tienen garantizada su supervivencia por la vía negativa comenzando con el cabrero de La Estancia, San Cristóbal y El Tamarindillo, conocido con el alias de Mr. Prozac, ese al que difícilmente olvidaremos tantos, y al que tanto recuerdan y recordarán en los recordatorios familiares con todo y su «primera dama«. ¿Cuál de sus predecesores habrá asegurado trascendencia como ella? De los parientes incómodos, ¿cuál, más allá de Raúl Salinas, tiene asegurada la memoria en sus víctimas como esos hijos de toda su reverenda Marta que son los Bribiesca Sahagún? Piensen también en Montiel y su camarilla en la Gordillo y la suya en ?scar Espinosa y en uno de los tantos Madrazos que nos asestaron…

Silencio. Afuera, el esquilón de Animas en vano intentaba imponerse a Pedro. Una sirena a lo lejos. Los contertulios, uno a uno y dos y dos, se fueron yendo por la puerta Alguno, a la vista de La Lichona, soberbia vista se fue tarareando «Me he de comer esa tuna / desde la ráiz hasta el güeso«. Yo derechito, a la querencia del catre. Pero de pronto aquella zozobra De estar tendido me di el levantón, y frente a la Guadalupana me arrodillé, me la persigné, alcé los brazos al cielo (al techo), y desde el fondo del corazón:

– ¡El que tú sabes, Morenita, Erostrato irredento, sabedor de que como político nunca alcanzará la trascendencia y aplastado por la popularidad de El Peje y el carisma de Ebrard! ¡Que ese no vaya una noche de estas e incendie tu vera efigie en el ayate de Juan Diego! ¡Cuídate de ese Erostrato, Virgencita.!

Y aquel insomnio. (En fin.)

Una historia de amor

Media tarde de domingo en el jardincillo del manicomio, a donde acudí a visitar a la tía Gabriela. El final de la historia que inicié ayer:

– Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amor danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos y me subía a bordo, y esto era pasarme la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y bajar a fantasmales muelles, y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Lástima, todo en mis sueños. Y escucha, porque tú, chiflado también, si me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo?

Y suspiraba, pobrina, y el clavar su vista en el muro. La vi perderse, desasirse de mi. De sí misma. Fuera del mundo. Más adentro de él. En sus entresijos. Me removí en la banca, y ella regresó al rincón sombroso de una casa de salud en una ciudad de locos pacíficos y cautivos, y peligrosísimos cuerdos en libertad. «Hijo, te estoy aburriendo…»

La tía Gabriela tiró su fortuna al mar. En una de sus fugas cayó en la manía: barco que llegaba a puerto, barco al que trepaba la malmaridada de la soledad, y entre los marineros buscaba al ausente, y al desengaño se acercaba a babor, echaba al vuelo las zarcas pupilas, humedecidas de yodo y de sal; de su escarcela extraía las monedas que sus dedos alcanzaron a tomar y, los ojos cerrados y en la boca, en susurro, la invocación del ausente, a lo calmoso las dejaba ir a las ondas del mar…

Curiosa manía Y hasta aquí la verídica historia de amor. Tan verídica como son todas esas historias donde intervienen amor y cordura, locura y soledad. «La herencia me hubiese durando unos años más, y con ella mi chifladura de maromear de barco en barco navegando con bandera de trascuerda, pero qué fortuna resiste tantos sexenios de infamia…»

Ya le afloró la loquera, pensé. No lejos, un esquilón. El rosario. Aquí, la cabeza se nos llenaba de pájaros. En el follaje, condóminos alboroteros, los visitantes nocturnos se preparaban para dormir. Dije, nomás por decir:

– Qué relación pueda haber entre el derroche de su fortuna y la mala fortuna de los sexenios priístas, el de Fox y el de un chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes. Usted arrojó al mar toda su fortuna hasta quedarse como está, mírese. ¿Y ahora culpa al Sistema de poder? No veo la…

– Yo te voy a enseñar. Más antes, cuando este país disfrutaba de un discreto pasar, ¿cuántos barcos llegaban a los puertos de este país? Pocos, y a cargar mercancía. Uno a Manzanillo, dos o tres a Veracruz, algún desbalagado a Acapulco. ¿Cuántas monedas podría yo sembrar en el mar? Ah, pero priístas, Fox y ese del que hasta el nombre desconozco permitieron y permiten la rapacidad del modelo neoliberal, y entonces…¡la invasión de los barcos! Barcos extranjeros copeteados de carne y maíz para puercos (que nosotros consumimos), frutas del trópico, falluca, quincalla, y tú sabes: quincalla otorga. Barcos y más barcos, cargas y más cargas, pacas y más pacas; repelos de llantas, calzones de segundos cachetes, armamento para narcos, material pornográfico, dinero sucio del y para el Vaticano, postizos de mujer, tequila, medicamentos, afrodisíacos y viagras. No, y huevos, a ver si a ti, cuando menos a ti, te amago de vergüenza Tantos navios, tantos marineros, ¡pero nunca el mío…!

Y aquel manso llorar en el más apartado rincón de un manicomio hasta donde la intolerancia familiar fue a empozar a la tía Gabriela, porque: «¡Quien alimenta el mar con dinero sólo puede estar mal de la cabeza..!»

– Hijo Tomás, ¿me llevarás algún día a las orillas del mar..?

La tarde se oscurecía cuando dejé a la tía Gabriela. Mientras trepaba en el volks, me sentí basura, redrojo, pariente de los Salinas, de la Gordillo, de Marta, de Norberto Rivera y Serrano Limón. Basura, porque eso de prometer a una pobre loca llevarla algún día hasta los puertos donde decenas y más decenas de barcos, frenéticos, siguen acarreándole al México soberano e independiente su qué comer. Ahí, sobre el asiento del volks., los diarios de fecha reciente: «México, sin soberanía alimentaria.». «Somos importadores crecientes de alimentos». «Arroz. Importamos el 70 por ciento del consumo nacional». «Desplome del cultivo de maíz». «Pero no preocuparse, dice Eduardo Sojo, titular de Economía. Sale más barato importarlo…»

Mi tía Gabriela. México. (Mi país…)

Perfecto amor…

Fue un domingo en la tarde, me acuerdo. Apático, el sol. Entelerido.

– Acércate, hijo. Mi chifladura es pacífica -y la tía Gabriela sonreía

Yo, por aquello de las dudas, al reunirme con ella en el jardincillo apacible del manicomio me fui a sentar en el otro extremo de la banca El bochorno me impedía hablar. Ni dónde poner los ojos. Y ella:

– Acércate, que tu tía es inofensiva, no temas.

De ganchete la observé; la reclusión le ha conferido una apariencia de beatitud: carnes amojamadas, traslúcida la piel y mansos sus ojos, como moldeados para columbrar distancias y ausencias, sobre todo de pupilas adentro, donde más lejanas son las ausencias y más ausentes las lejanías. Mi tía Gabriela. La oí suspirar…

Y fue así, mis valedores, como aquel cacho de domingo lo pasé con la tía Gabriela por hacerle compañía, por aligerarle la soledad. Ah, las tardes de domingo, del día más lóbrego, letárgico y macilento para quienes habitan en la almendra de la soledad; los suicidas en ciernes, los nostálgicos, los desahuciados, los abandonados, yo…

Una historia de amor, dije antes. Según la plática familiar, desde muy tierna mi tía Gabriela vivió las horas muertas hojeando un viejo álbum de estampas marinas que le cayó por casualidad. Barcos, sí, todo tipo tipo de barcos: balandros, veleros, bajeles, navios de ágiles velas, trasatlánticos que, frente a las pupilas de una tía fantasiosa, cruzan eternamente las ondas del glauco mar, como lo mienta Homero. A la de fantasía atorrenciada los ojos se le iban, encandilados, tras la salina inmensidad, y su espíritu se llenaba de gozo y se sacudía en unas escondidas urgencias de tornarse gaviota que, alas de argentada espuma, marcara la ruta marinera sobre los lomos del mar. «Boga, boga, marinero. Boga, boga, bogavante…» Canturreos.

Mi tía Gabriela creció, alcanzó la edad de merecer, y entonces vino a heredar la fortuna de aquel su padre minero de ascendencia rubia y apellido con reminiscencias de whisky escocés. Fue entonces cuando la susodicha tía desapareció por primera vez. Cierta madrugada anocheció y no amaneció, que se nos fue de viajante en aquel carromato sonámbulo que, como el son, «se lleva a los hombres a las orillas del mar». La enamorada del océano y sus marineros iba al encuentro de su destino: conocer el mar, las gaviotas, los barcos, los marineros. «Boga, boga, bogavante…»

Veracruz. Ahí estaba aquella mañana la tía Gabriela, el vivo asombro en las zarcas pupilas, frente a la rizada inmensidad. En el muelle, cabeceando su modorra, aquel barquito camaronero.

– Un barco de juguete, comparado con los navios de mi niñez, los del libro de estampas. ¿No te estoy aburriendo, hijo?

De ahí en adelante, los puertos: Tuxpan, Coatzacoalcos, Salina Cruz, Manzanillo, algún Champotón, algún ignoto Puerto Peñasco. Y entonces a marinar, en la mejor de sus acepciones. La tía Gabriela, novelera velera de vela y timón…

Un hombre de mar, danés, fue el gran amor de mi tía la de la fantasía encandilada Con aquél de nombre impronunciable anduvo los siete mares y algunos más, y con él dilapidó media fortuna por la fortuna de dilapidarla con él. Pero ya de vuelta al hogar, todavía paciente impaciente de aquel sufriente amor malaventurado, mi tía Gabriela evidenciaba que había quedado irremisiblemente dañada del mar y sus marineros.

Entonces de los peñascales de Zacatecas se volvió a desaparecer, y en mucho tiempo de la tía Gabriela no volvimos a saber ni su rastro. Y es que la malquerida, buscando de puerto en puerto al danés de nombre impronunciable que ella repetía en sueños, pasó de Tuxpan a Veracruz, y de ahí a Coatzacoalcos y Salina Cruz, buscando durante doce, quince años, al perdido amor. Y vaciando en los mares el resto de su fortuna…

– Tú sí me comprendes, ¿verdad? Siento que tú me entiendes porque estás chiflado como yo, pobrecillo niño viejo. ¿O viejo niño, tal vez? ¿Qué edad tienes? ¿No sientes que tú y yo andamos viviendo de más y en un mundo como ajeno? Como que habitamos en vidas hurtadas a sus legítimos dueños, ¿no lo percibes a medias de una tarde de domingo? Ay, ay, que lo dijo el poeta: «tanta vida y jamás». Tú sí me entiendes, ¿verdad que tú si me entiendes..?

Las zarcas pupilas se la rasaron. Una gota exprimida del ánima se deslizó mejilla abajo. En un pecho que fue de cimas y era de simas, el suspirar. Yo, el deseo de salir de aquel sitio, de huir, de recomponer la figura, que se me desencuadernaba Porque digo yo, mis valedores, ¿habrá dolencias más pegadizas que locura y tristuras? Dios, yo con estos mostachos y haciendo pucheros… (Más locuras, mañana)

Casi el paraíso

La corrupción en México, mis valedores. Qué lacra semejante, afirma Giovanni Sartori, es uno de los males endémicos del sistema político mexicano. Acabar con esa corrupción es uno de los más grandes pendientes que tiene el país.

Pero un momento, que yo pregunto al investigador italiano hoy de visita en México: de semejante corrupción, ¿quién es el culpable? ¿El mexicano, sus políticos? No, que el culpable directo, según la mitología apócrifa, es Zeus, el dios de los dioses olímpicos de la antigua Grecia. El apócrifo:

Caco, el ladrón de ladrones. Mírenlo ahí, en los estertores de muerte Contémplenlo todos en su agonía. Véanlo ahí, su corpachón estremecido en estertores y espasmos. Hefesto, su padre, entre lágrimas:

– Hijo mío, resiste, no te me mueras…

En el filo del estertor, Caco, se cimbra de escalofríos y mortales espasmos. La cueva el monte Aventino multiplica en ecos la agonía del ladrón mitológico. Hefesto alza el puño, maldice, impreca al heridor, que se aleja leguas adelante en la mitológica geografía:

«¡Heracles, asesino de mi Caco bienamado, maldito seas..!»

Sí, asesino, pero la culpa fue del propio ladrón, artífice que fue de su fin violento, y todo por sus malas artes y sus mañas de ladrón. Pero voy al principio. Todo comenzó cuando Hércules-Heracles arreaba una partida de reses que él mismo le había hurtado a Geríón, su legítimo dueño. Heracles llevó a cabo el hurto para cumplimentar el décimo trabajo de los que le había impuesto Euristeo, medio hermano del héroe, como condición para devolverle el trono que le pertenecía por derecho. La esperanza del hermano incómodo: que el hazañoso muriera en la empresa.

Y fue así como Heracles tuvo que librar innumerables peligros y abrirse paso matando asaltantes y demás fieras, como también al propio dueño de los ganados, el monstruo Geríón, tres cabezas y tres cuerpos unidos por la cintura. De esos tamaños era el hazañoso al que ahora Caco se atrevía a robarle unas reses que eran «de color encarnado y una belleza maravillosa…»

La noche aquella sesteaba Heracles cuando Caco el ladrón, saliendo de su guarida, le hurtó algunas de aquellas reses y, como forma de confundir al héroe, el perito en asuntos de malas artes tomó los animales por la cola y se los llevó en reversa, de modo tal que las huellas de las pezuñas parecían acercarse, cuando, en realidad, se alejaban. Ingenioso.

Y fue así como Heracles, al despertar, con desatino buscaba sus reses al tiempo que Caco, ladrón de ladrones, desde la cueva donde había ocultado el hurto gozaba el placer de haber consumado un robo más en su carrera de predador. Pero el delito no paga, dijo el que dijo, y fue así como uno de los toretes encerrados en la caverna intentó propasarse con cierta vaquilla chapada a la antigua «¡Quieto ahí, güey!» El retobo de la ofendida lo captó Heracles. «¡Caco, te voy a hacer femenino!»

En fin. Ya el héroe se aleja con su hato completo, mientras que en la caverna del Aventino Caco clamaba por su padre inmortal, este Hefesto que ahora, a su lado, sufre en su alma la agonía que la de su bienamado le causa

– Animo, trata de sobrevivir. ¡Valimiento y socorro, dioses! ¡Padre Zeus, ven en auxilio de mi hijo! ¡Sálvamelo!

El padre de los dioses acudió al llamado, pero tarde ya que la Parca había ya marcado la suerte de Caco, el ladrón de ladrones.

– Resucitarlo, eso me está vedado, pero a modo de consuelo pídeme una gracia cualquiera, y te será concedida

Suprema ironía Hefesto sólo deseaba sobrevivir en su hijo; prolongarse en él, pero esa esperanza yacía sobre el suelo rocoso de aquella cueva del monte Aventino. Y qué hacer. Contemplen a Hefesto, mírenlo gimotear. ‘Pero aún existe una forma de que tu deseo de descendencia pueda cumplirse, sólo que para hacerlo realidad habremos de viajar al otro lado del mundo. Vamos, Hefesto«.

Los tres. En espíritu. Ahí vuelan por el éter los mitológicos; ahí surcan los aires con vuelo veloz. ‘Verás que pronto encontraremos una mortal en cuyo vientre de virgen tu Caco, ladrón de ladrones, bandido de bandidos y ratero de raterazos, engendre post-mortem un descendiente, y así tu progenie logre sobrevivir».

Y ocurrió que a deshoras de la noche cierta meshica, al ir por agua al estanque, hasta el cántaro rompió; le rompieron. «No te asustes, mujer (Zeus, al oído). Alégrate, que en tu vientre albergas la simiente de un ser mitológico. Tú y Caco seréis los padres de toda una ralea de políticos cimarrones de todo signo y color». Y así hasta hoy. Que Sartori se entere. (Es México.)

Histórico reculón

La actual iniciativa de reformas a la ley para la despenalización del aborto que se ha presentado en la ALDF ha dado pie para poner en evidencia, una vez más, el rostro autoritario y fascista del PRD…

Tan ásperos conceptos se publican en la sección editorial del número más reciente del semanario «Desde la Fe», órgano oficial de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que es decir, en última instancia, de Norberto Rivera Carrera, cardenal de la Iglesia Católica del país.

Por el dogma no pasa el tiempo. Hace años, contra el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo, clamaba un Jonás Guerrero, obispo auxiliar de la Cd de México: ¿Qué diríamos de el Mochaorejas si nos dijeran que tiene derecho a secuestrar, a cortar los dedos de sus victimas, a asesinar a nuestros familiares? Ahora se quieren justificar los actos vandálicos de tos asambleístas del PRD, que ellos llaman «derechos»…

En el XCVIII Congreso Eucaristíco Internacional de Guadalajara, Jal. (agosto del 2004), Santiago Creel, Sec. de Gobernación de un Estado laico: El gobierno reconoce sin disimulo el papel trascendental de la Iglesia Católica, ahora en posibilidad de realizar abiertamente sus actividades, de brindar un servicio y de difundir su mensaje: un mensaje eucaristico de luz y vida

El estudioso Lavine, a propósito: La iglesia no es un actor político o económico. La religión y la política, desde los orígenes de lo que conocemos como America Latina, dependieron una de otra y se influyeron una a la otra.

Desde Gobernación, Creel Miranda «La religión católica está tejida en nuestra historia por los padres de la patria, con Hidalgo y Morelos…»

Morelos, Siervo de la Nación: «En dos ataques que nos ha dado el infernal Calleja lo hemos rechazado mediante la intercesión de María Santísima de Guadalupe, nuestra Patrona que nos sacará con facilidad…»

Francisco Bulnes, historiador mexicana «Como los curas y los frailes eran los principales agentes de la revolución, y las masas, compuestas en su totalidad de gentes supersticiosas, eran los medios de acción, se procuró dar una especie de carácter religioso a lo que sólo debía tenerlo político…

El sacerdote Vicente Amil y Feijoo, citado por J. Meyer ‘Ya sea que el príncipe haga buen o mal uso de su poder, ese poder siempre es conferido por Dios. Incluso si su gobierno es tiránico hasta el punto de que deje de ser un príncipe y se convierta en un demonio, incluso entonces… debemos seguirle siendo fieles, no permitiéndonos más recurso que el de apelar a Dios, Rey de Reyes que puede en el momento oportuno ayudarnos en nuestras tribulaciones…»

A la distancia de 177 años corridos, el doctor José Luis Mora, político liberal: «Todo lo que incide en el fervor se capitaliza en poder político para la Iglesia A mayor fervor popular, mayor control sobre los fieles, quienes se caracterizan por un alto nivel emocional, que no siempre va acompañado de una dosis de racionalidad. Cada mexicano debe preguntarse diariamente a sí mismo si el pueblo existe para el clero o si el clero ha sido creado para satisfacer las necesidades del pueblo…»

Más cercano en el tiempo, Dn. Jesús Reyes Heroles, ideólogo y analista de la Constitución, sacaba la cara por el 130 Constitucional, y yo pregunto a todos ustedes: tales conceptos, ¿han perdido vigencia?

En el pasado, en México, a nombre de la religión se quiso entrar en el cambalache político; se politizó en el mal sentido de la religión, y se dio origen a una mezcla lesiva a la libertad de conciencia y lesiva a la dignidad religiosa En nuestros días, en otros países, a nombre del cristianismo se hace mala política, se defienden intereses, que no ideas o sentimientos; se entra en el torra y daca del comercio de las cosas y de tos hombres, al amparo de la religión. Previsoriamente, nuestro texto constitucional impide la posibilidad de estas equivocantes actitudes que desmedran la religión, rebajándola de su sentido Intimo y personal, para convertirla en bandería y pretexto de facciones. Por eso se prohibe a tos sacerdotes de cualquier culto su asociación política Respeto a la religión y respeto a la política que no otra cosa es nuestro Articulo 130 constitucional. Al clero se le trata como corporación humana no divina y sabiendo que, como entidad humana dista mucho de ser inmune y ajena a los defectos y ambiciones propias de la naturaleza humana..

Pues sí, pero en eso llegó el oportunismo pragmático-utilitarista de un Salinas urgido de «legitimación» tras del atraco de 1988, y con él Gerónimo Prigione, y tras él Juan Pablo II, y a afeitar el 130 constitucional, y el reculón histórico: «Las iglesias y las agrupaciones religiosas tendrán personalidad jurídica como asociaciones religiosas una vez que obtengan su correspondiente registro». (Lóbrego.)

La humana servidumbre

Al imponerles horarios laborales de esclavitud, asignarles para el descanso los más indignos espacios, inferirles ofensas y maltratos discriminatorios y someterlas a acoso sexual, se violan sus derechos humanos. Por una labor de entre 12 y 14 horas perciben un salario que va de los 80 a los 500 pesos. Claro, sí, las trabajadoras domésticas.

Y que el Gobierno del Distrito Federal considera que su salario semanal debe ser de mil pesos, por lo que urge la legislación que lo garantice, y que no vaya a ser letra muerta. Porque, mis valedores, el ama de casa es la víctima del eterno macho, pero la trabajadora del hogar es víctima eterna del ama de casa. Ella, sí, la «sirvienta, la «muchacha«, la «criada«, la «gata«, la eterna discriminada, la sierva, la esclava, el objeto sexual. ¿Y ella qué? ¿Va a seguir en la total desprotección de las leyes, o se harán efectivos y a corto plazo los planes del Gobierno del Distrito Federal?

Porque en el país existen más de 1.7 millones de empleadas domésticas, 150 mil de ellas en la ciudad capital. Porque la suya es la tercera ocupación femenina en México. Porque su trabajo, tan devaluado, representa más de 11 por ciento del producto interno bruto del país; sin seguro social, sin vacaciones, sin jubilación. Porque dedica 99 horas de trabajo semanal y porque con méritos para un sueldo de 4 mil al mes, devenga salarios de hambre. Pues sí, pero…

– Cuando yo exijo mis derechos, me responden: ¿cuáles derechos, si tú eres sólo una sirvienta, una «gata«? Una «gata«, ¿derechos? El macho se jacta:

¡Para carne buena y barata, la de la gata..!

Aquí, un hecho fehaciente: la de la empleada doméstica es una esclavitud, y no muy distinta a la de las infelices que en la Grecia antigua servían a las amas de casa de clase media y alta. Para que capten ustedes que 24 siglos apenas han devastado esa condición de esclavitud, aquí les ofrezco un fragmento de un cierto escrito que muestra la condición de la esclava en el Siglo III antes de nuestra era, con una sugerencia que me parece oportuna: capten si existe, en esencia, alguna diferencia entre la escena antigua y alguna hoy día en algún hogar mexicano de clases media:

Corito: -Siéntate, Metro. ¡Tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo: tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Ah, pero cuando mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Bendice a esta señora, bríbona, que si no fuera por ella, ya te habría dado de palos.

Metro.- Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…

Corito.- ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son todas oídos y lengua, y en lo demás, pura pereza..!

(Más allá de la ruda escenilla contra las desdichadas, y sólo a modo de detalle curioso: ¿saben ustedes a qué se debió la visita de Metro a Corito? Fue a pedirle en préstamo cierto adminículo con el que la mujer se auto-gratifica, y a preguntarle quién se lo fabricó, para encargar uno propio.)

Empleada del hogar. El poeta la mira pasar, y sonriente, bonachón y distante, así dibuja el retrato hablado de la que llama «gatita«:

«Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasea en la alameda antigua. Ropa limpia, el baño reciente, peinada y planchada camina por entre los niños y los globos, y charla y hace amistades…»

«Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ella disfruta de su libertad provisional y posee el mundo, orgullosa de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces…»
Y esta reflexión con la que no estoy de acuerdo, mucho menos con aquello de la prostitución:

«Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban nunca».

Y entre paréntesis, la plegaria del propio poeta: «Danos, señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!». Válgame. (Dios.)

Sombras nada más…

El cine nacional, mis valedores. Leo en los matutinos que la industria está en auge y es reconocida aquí y en el exterior. De forma encomiosa se publican nombres para mí desconocidos, como un Gael, un Del Toro y un Diego Luna, con los títulos de sus cintas. Cuánto quisiera disfrutar de las buenas películas, pero mi falta de ánimo me lo impide Yo no tengo el valor de enfrentar el estrépito que, los ojos clavados en la pantalla, producen muelas y premolares remoliendo bolsones de comida chatarra Y luego esos comentarios a toda voz…

Huí de la sala de cine para nunca más…

El cine nacional. Es propósito declarado de cada nuevo sexenio mejorar la calidad cinematográfica Como si todo fuese propósito, gobierno, dinero y leyes; como si se tratara, antes que de arieles y diosas de plata, de talento y algo más. Como pruebas, las cintas del neorrealismo que produjo una Italia en ruinas tras de perder una guerra mundial, obras maestras a las que todo les faltó, menos talento. Roma, ciudad abierta, Milagro en Milán, Ladrones de bicicletas…

La industria, en nuestro país, como que nos esperanzaba: ya se produjo Canoa, ya se logró El apando, como antes El esqueleto de la señora Morales y aquellas inolvidables Esquina bajan y Hay lugar para dos, de Alejandro Galindo, ese viejo formidable que en Ni hablar del peluquín se engulle el relato de Averchenko sin darle el crédito.

Pues sí, pero más allá de las esperanzas que alentaban Tlayucan, Tiburoneros y algunas más, con la invasión de las Sashas y Güeros Castro de ayer y hoy el cine mexicano se abarraganó en tráfico de chicharrón con pelos, con pelos y señales de ficheras, taloneras y demás flor y nata de la mancebía, la vagina, la ginecología, el clítoris y el albur, machihembrados…

La industria del nalgatorio como productora de dinero, en auge; como calidad, en picada en plena degradación. Y a esto quería llegar yo: ¿se percatan ustedes de que el cine cimarrón, el de larga trayectoria centenaria y momentos de sombra -tantos- como de luz -tan pocos-, ha venido empotrando la cámara en emplazamientos distintos? A ver.

Desde Santa hasta Allá en el rancho grande y anexas, el cine tricolor emplazó su cámara en el patio interior de la hacienda, enfocada en la ventana (madreselva, bugamvilias) de la casta Lupita, que a la luz de la luna recibía, mordizqueando el rebozo, los requiebros y las romanzas de su charro cantor:

Mujer, abre tu ventana – para que escuches mi voz…

Y la gayola, que revenía de aplausos. Qué tiempos aquellos…

Tras de la borrachera de cintas campiranas, en donde se cuentan aparte los logros mejores de Femando de Fuentes y El Indio Fernández (Pueblerina y Enamorada, esta con un final que, plagio de Morocco, lo supera con creces), que preludiaba la denominada «época de oro» (que llegó, cabello envaselinado, echando humo por boca y nariz), vino el desgaste de un género que terminó en charritos de banqueta y picapapelitos de piquera soldados al gollete del pomo, que a la menor provocación se soltaban berreando eso híbrido que apodaban bolero ranchero, Dios haya perdonado al Javier que no supo pasar de sombras nada más. Debajo del bigotito sí, el cigarrito…

La cámara varió de emplazamiento y penetró al hogar de la clase alta mexicana (alta es un decir), y se apoderó de la sala del gran salón, entre el piano de cola y la cola de una Andrea Palma que, lógico, ella también tiznaba la pantalla con el humo del cigarrito, sólo que con una larga boquilla encajada a la bocazo estallante de rouge. En el aparato de radio con facha y tamaño de catafalco, la sacarinosa voz: «Amor, por ti bebí mi propio…»

Aquí el conflicto ya no surgía entre las calenturas del hacendado y los celos del caporal, Emma Roldán de tercerona, sino entre el flemático Linares Rivas y un atildado Arturo García que en esas andanzas era ya De Córdoba. Sus diálogos: almidonados; hijos legítimos y naturales de la tinta de los Bracho, Aub, Magdaleno, Revueltas. En gran acercamiento, el De Córdoba en bocanadas arrojaba su voz al rostro de Irasema Dilián, Marga López, esa gloria de apellido Marín y Rosita Quintana. Pegado a los belfos, el cigarrito…

Y llegó el desgaste; la cámara cayó al arrabal y se plantó en el cabaret que años atrás regentearan el gangster de pacotilla Juan Orol, su metralleta y la esposa-vedette en turno, en gran acercamiento la «grupa bisiesta» de Maritoña Pons, gloria de sudorosos aguayones, al ritmo novísimo de la conga en frenesí de timbales y tumbadoras. «Ya empezó la guaracha del salón». Qué tiempo aquellos. Nosotros, los entonces, ya no somos los mismos…

La zafiedad, ya entonces, como la de hoy. Una incultura crujiente de muéganos, pistaches, palomitas de maíz. Huí. (Sigo después.)

Casi el paraíso

Y Jehová dijo a Moisés: Por cuanto no creíste en mi, para sacrificarme en ojos de los hijos de Israel, no los guiarás en la tierra que les he dado.

Así yo, Moisés de pacotilla: mi falta de fe frustró un milagro que nos hubiese beneficiado a tantos. Lamentablemente. La crónica:

De noche, cuando me acuesto, le rezo a la Virgen de la Macarena. Después paso a persignármela, y a dormir el sueño de los justos; de los justos que no padezcan insomnio. Pues sí, pero la noche del pasado viernes aquel remordimiento que me forzó a recibir insomne los rosáceos dedos de la aurora. Ah, mi falta de fe y exceso de sarcasmo…

Esa tarde había acudido a visitarlo. En persona me recibió. Y cuánto silencio en su casa, cuánta quietud. El zurear de alguna paloma, el tenue aroma de resina quemada, y la paz. Y qué comunicativa resulta una soledad contenida por mucho tiempo. El anfitrión y su visitante de amigo a amigo se pusieron a abrir de par en par la espita de las confidencias: tristurias, recuerdos, dolorimientos, alguna repentina alegría. Ahí, en la penumbra del recinto a medias de una tarde cenicienta de Viernes Santo, dos soledades se trenzaron en diálogo de peritos en soledad y abandono. Lo oí suspirar.

– Cuánto le agradezco su visita -díjo-me, y me sonrió. Con sus puras pupilas.
Yo, el gañote oprimido por la emoción, me refugié en el silencio, cuando tantas cosas hubiese querido decirle «Las está expresando con claridad, me dijo. Con su modo de mirar me las dice». Me conocía mejor que yo mismo; me leía el cogollo del cerebelo; del corazóa Nada necesitaré expresar con palabras acerca del milagro que había ido a solicitarle.
– Sea, pues, pero condicionado, de forma tal que el beneficio tenga su contrapeso. La ley de los contrarios, usted me entiende.

¿La condición? Seguir soportando que esta ciudad, mi habitat natural, siga de sede y asiento de las politiquerías más baratas, que tan caras resultan al paisanaje, intolerable contrasentido. Ruda la condición, pero soportable, porque hasta ahora la he podido resistir a pie firme, cuando no discretamente culimpinado, y él lo sabe muy bien.

– Lo sé. Áspera la condición, pero piense en los beneficios.

Espléndidos. Porque habiendo ocurrido, como ocurrió en la Semana Mayor, que únicamente herejes y cismáticos, sólo impíos, ateos y faltos de temor de Dios osaron hollar los días enlutados para explayarse en la playas entre tangas y bikinis, y el licor, el jolgorio y la jácara, ahí el milagro: con sólo impedir que los tales regresaran a la ciudad se habría dado muerte a la hidra del mal. Y un segundo beneficio: que ya sin los miles, cientos de miles de impíos, el DF se descongestionaría en gran medida Qué bien.
Pues sí, pero fue entonces cuando el milagro inminente se vino a frustrar (esa mi falta de fe, esa mi mala costumbre de ironizar): «Válgame, pensé entonces; así que esta ciudad se va a convertir en La ciudad de Dios, La Utopia, casi el paraíso». Sonreí. Muy a lo discreto. Pues sí, pero…

– Pero usted ha dudado del poder de Dios, y eso ciega las fuentes de la misericordia. Me duele, más que por usted, por los buenos católicos.

Sentí el ardor en el rostro. Vergüenza Frustración. Remordimiento. Y fue así, mis valedores, como abortó la tierra prometida Ahí, gacha la testa imaginé lo que hubiese sido el prodigio: que su poder amurallaba la ciudad, y que en ella sólo quedásemos él, yo y los católicos con todo y sus reverendos pastores (esos que, obedientes de la ley de Dios, predican la obediencia y como castos la castidad, y la mansedumbre como mansos de corazón mientras que, como pobres, entre los pobres predican la pobreza). Porque siendo como fue que los católicos permanecieron en la ciudad, anonadados y de rodillas ante el drama inconmensurable de la pasión y muerte del Ajusticiado, ellos, como católicos, son fieles observantes de la ley de Dios manifiesta en los diez mandamientos y sobre todo, en la síntesis del Ungido:

«Ama a tu prójimo como a ti mismo. Con hechos…»

Ellos, católicos, no saben mentir, hurtar, perjudicar al prójimo. Qué bien. ¿Y la condición? al igual que Eva y Adán, para ser felices en el paraíso, hubieran precisado de la infelicidad 0a ley de los contrarios), así nosotros: con el daño que nos causaran los tejemanejes de los políticos apreciaríamos la paz y armonía de una ciudad regida por la ley de Dios. Mejor soportaríamos la intromisión de la Gordilo), a la Marta y su parentela a los yunqueros de Acción Nacional y, sea por Dios, a los Chuchos y niños verdes que medran con los dineros de todos, que deberían dedicarse al beneficio de todos nosotros. Esa era la única condición Pues sí, pero mi falta de fe, mi tendencia a las ironías. Ahí nomás, frente a mis ojos, la avalancha de impíos, que regresan del bikini, la tanga, el licor; en los días enlutados. (Dios.)

Santo tutelar…

Dijo Jesús: dejemos que alguno de ustedes con (fuerza suficiente) entre los seres humanos muestre al humano perfecto y se levante delante de mi…

Y quien se alzó, según su propio evangelio, fue Judas Izcariote

Sigo aquí el intento insensato de reivindicar públicamente, hasta donde ello me sea posible, al traidor de las 30 monedas. Remato la comparación del Izcariote con los licenciados Jerásimos del Tricolor, hoy descompuestos hasta el grado de afianzar sus alianzas con el desacreditadísimo Acción Nacional.

El Izcariote traicionó a Cristo en un momento de debilidad. Su nefanda acción fue tramada con un día, dos, unas semanas de premeditación, luego de que el demonio de la ruindad codiciosa se le enroscó en los entresijos. Los Fox, por contras, en compinchaje con la Gordillo y los Chuchos, Espino y los Azuela de la Suprema Cort(a), los Ugalde del IFE y Flavio Beltrán de TRIFE, planearon fríamente sus aviesas campañas de desafuero y descrédito contra ese que, de haber llegado a presidente del país, probable es que los hubiese exhibido de corruptos tanto o más que los propios licenciados Jerásimos de su aliado logrero y oportunista, el Revolucionario Ins.

Dijo Jesús: tú superarás a todos ellos porque tú sacrificarás ai hombre que me viste.

Tal asegura Judas Izcariote que le juró Jesús, y yo digo, mis valedores: ¿será reivindicado el traidor por antonomasia? Yo no tengo en mis planes vivir tanto tiempo como para atestiguar semejante experiencia, pero tantos de ustedes, hoy jóvenes todavía, ¿llegarán a la aventura de orar ante el altar de San Judas Izcariote? ¿Hasta ese punto pudiese llegar la reivindicación del traidor luego de ser ponderado como el elegido para que el drama del Cristo culminase en el Gólgota? ¿El evangelio del Izcariote será incluido entre los canónicos del Nuevo Testamento? Tendrían que caber varios más, entre ellos, principalísimo lugar, el de mi tocayo Tomás, poesía pura, lirismo, humanismo, filosofía y altura de conceptos. En fin

A esto quería yo llegan de ser elevado a los altares el Izcariote, ¿de quién o quiénes pudiese ser santo patrón, santo de cabecera? ¿De Vicente Prozac, ese desvergonzado que cobró puntualmente sus 30 monedas multiplicadas hasta la náusea luego de ventosear aquella declaración digna del Izcariote: ‘Yo soy el único presidente que ha ganado dos elecciones presidenciales, la del 2000 y la del 2006″? Fue el mismo Judas cuyas 30 monedas supo multiplicar hasta la náusea por medio de excedentes petroleros y atroces desfalcos, mientras propiciaba las sinvergüenzadas de su segunda esposa y de todos los hijos de toda su reverenda Marta, esos Izcariotes de la corrupción que fue lucrativa, y que gracias a Juditas Calderón continúa impune hoy todavía. ¿De Mariano Azuela, que como presidente de la Suprema Cort(a) de Justicia fue a acordar en Los Pinos el desafuero, en primer término, y más tarde el dictamen que impedía al candidato del fregadaje llegar a Los Pinos?

¿De los Ugaldes del IFE y los indecorosos de la ralea de ese Flavio Galván, titular del TRIFE, Tribunal Electoral Judicial de la Federación, que a los paisas nos cobró no 30 monedas, sino 8 millones 400 mil

en un solo año, todo esto tan sólo por los servicios prestados a la «pareja presidencial» para impedir que llegara a Los Pinos el «peligro para México», vale decir para Marta, su segundo marido y los hijos e hijastros del par de corruptos..?

¿De ese Manuel Espino que tan leal le resultó al entonces candidato del partido del que él es presidente, que se refirió al tal como «uno chaparrito, peloncito, de lentes?» ¿De Chucho Ortega y el resto de chuchos bravos, chuchos del mal, que acá bajita la garra tantas simpáticas trampas unipersonales colocaron a López Obrador cuando enfilaba rumbo a Los Pinos? De las treinta veces treinta monedas que obtuvieron por el servicio, ¿alguna de ellas irán a depositar en el cepo de su santo patrono, el Judas Izcariote..?

¿De la versión femenina del propio San Judas, esa Gordillo que engordó con las gordas cuotas del gordísimo sindicato de maestros y que como «líder moral» del magisterio fue uno de los factores determinantes para que instalara sus reales en Los Pinos aquel chaparrito, jetoncito, etc.?

De algunos estoy seguro que han adoptado al Izcariote como el santo de su devoción los cardenales y obispos Norberto Rivera, Sandoval Iñiguez Onésimo Cepeda y algunos más, junto con esos mexicanos, que han logrado crear la estrategia del reniego, la ¡exigencia! y la mega-marchita. En fin

Aquí me arrodillo, alzo al cielo los brazos y clamo, estremecido de fervor: tú, San Judas Izcariote, santo de todos nosotros, mira por unas criaturas que nos negamos a crecer, a madurar, a pensar, a la autocrítica..

Porque en verdad os digo, mis valedores: cada comunidad tiene el Izcariote que se merece Sin más. (Ah, México)