¿Y luego los Caballeros de Colón?

¿No iba a estar en su espada la guarda de la catedral? ¿O qué, los tales sólo sirven de chambelanes en saraos, comilonas y demás agasajos con que a cada rato se apapacha al cardenal con Guadalajara, Sandoval Íñiguez? De los tales «caballeros» poco sé, que nunca me interesó su existencia, si es que aún existían, hasta que en reciente foto me los topé, espada al cinto y capa de vuelta y media, mientras escoltaban a Su Eminencia ese pavo real, que partía plaza por media sala de fiestas. Por el origen gringo de la «orden», a los «caballeros» los imaginaba altos, rubios y espigados, pero no: vientre descomunal, bajitos, papujados ojillos, y un mostacho de aguamieleros a modo de tejabán sobre unas jetas doble ancho. Yo, que desde tiempos añejos guardo su «juramento», lo publico con las reservas del caso. Falso o auténtico en su desmesura digna del Ku-Klux-Klan, me concreto a copiarlo tal cual:

«Yo (aquí el nombre), en presencia del Todopoderoso Dios, de la Bienaventurada Virgen María, del Bienaventurado San Juan Bautista, de los Santos Apóstoles: San Pedro y San Pablo); de todos los santos, sagradas Huestes del cielo; de ti, Santísimo Padre, el Superior de la Sociedad de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola en el Pontificado de Pablo III y continuada hasta el presente por el vientre de la Virgen María la matriz de Dios y al cayado de Jesucristo, DECLARO Y JURO que Su Santidad, el Papa, es Vicegerente de Cristo y que es única y verdadera cabeza de la Iglesia Católica Universal en toda la Tierra y en virtud de las llaves dadas a Su Santidad por la cuales ata y desata y por las que tiene poder para deponer reyes, herejes, príncipes, estados, comunidades, gobierno y destituirlos sin perjuicio alguno. Por lo tanto, con todas mis fuerzas defenderé esta doctrina y los derechos y costumbres de Su Santidad contra todos los usurpadores heréticos y autoridades protestantes, especialmente de la Iglesia Luterana de Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega y ahora de la pretendida autoridad de la Iglesia de Inglaterra y de los Estados Unidos.

Declaro que no tendré opinión ni voluntad propia, ni reserva mental alguna que, como un cadáver, obedeceré incondicionalmente cada una de las órdenes que reciba de mis superiores de la Milicia del Papa y de Jesucristo. Que iré a cualquier parte del Mundo a donde se me envíe, a las regiones frígidas del Norte, a los espesos montes de la India, a los centros de civilización de Europa, a las silvestres cabañas de los salvajes de América, sin murmuración ni queja y seré sumiso a todo comunicado.. Prometo y declaro que haré cuando la oportunidad se me presente, la guerra sin cuartel, secreta o abiertamente, contra todos los herejes, protestantes y . masones, y tal como se me ordene hacer extirparlos de la faz de la tierra, y que no tendré en cuenta ni edad, ni sexo ni condición, y COLGARÉ, QUEMARÉ Y SEPULTARÉ VIVOS A ESTOS INFAMES HEREJES, ABRIRÉ LOS ESTÓMAGOS Y LOS VIENTRES DE LAS MUJERES Y CON LA CABEZA DE SUS INFANTES DARÉ CONTRA LAS PAREDES a fin de aniquilar a esas execrables razas y cuando eso no lo pueda hacer abiertamente, secretamente emplearé la copa del veneno, la extrangulación (sic), el acero, el puñal o la bola de plomo, sin tener en consideración el honor, el rango, la dignidad o autoridad de las personas, cualquiera que sea su condición en la vida pública o privada, tal como sea ordenado en cualquier tiempo por los agentes del Papa, o el Superior de la Hermandad del Santo Padre de la Sociedad de Jesús. Para todo lo cual consagro mi vida, mi alma y todos mis poderes corporales y con la daga que recibo ahora suscribiré mi nombre con mi sangre en testimonio de ello, y si manifiesto falsedad o debilidad en mi determinación, pueden mis hermanos y mis soldados compañeros de la Milicia del Papa cortar mis manos y mis pies y mi cuello de oreja a oreja Protesto abrir mi vientre y quemar azufre en él, y aplicarme todos los castigos que se puedan sobre la tierra y que mi alma sea torturada por los demonios del infierno por siempre. Que daré mi voto siempre por uno de los Caballeros de Colón, con preferencia a un protestante y especialmente a un masón, y que haré que todo mi partido haga lo mismo. Que si dos católicos están luchando, me convenceré quien defiende más a la Santa Madre Iglesia y daré mi voto por él.

No trataré ni emplearé a un protestante, si está en mis facultades emplear o tratar a un católico. Colocaré a una señorita católica en familias protestantes para que semanariamente me rinda informes de los movimientos familiares de los herejes. Me proveeré de armas y municiones a fin de estar listo para cuando se me dé la orden o me sea ordenado defender a la Iglesia, ya como individuo o en la Milicia del Papa. Todo lo cual YO JURO, por la bendita Trinidad y el bendito Sacramento, que estoy para recibir y ejecutar y cumplir este juramento. En testimonio del cual tomo este bendito Sacramento de la Eucaristía y lo afirmo más aún con mi nombre con la punta de esta daga mojada en mi propia sangre y sellada en presencia de este Sagrado Juramento. Amén». (¡Cruz, cruz!)

Cínicos, sinvergüenzas

Esta vez la corrupción lucrativa e impune que carcome y apesta todo el país, desde las masas sociales hasta los integrantes de la «súper-estructura». Del gobierno, a propósito, lo acusa el obispo Mario de Gasperin:

El pueblo no tiene el gobierno que merece. Las autoridades no han cumplido con sus promesas de campaña ni demuestran integridad. La desconfianza en las instituciones, la impunidad y la falta de justicia han demostrado el fracaso del sistema. El pueblo merece cosas, tiempos, gobernantes, funcionarios, programas y sacerdotes mejores…

El Fox de la riqueza ilícita, a propósito, lo juraba en 2003: «Actuemos hoy, no dejemos que actos como la corrupción sean parte de nuestra vida. En nosotros está el cambiar a México: unamos fuerzas para seguir avanzando a fin de que seamos mañana el país que todos anhelamos, libre de corrupción».

En 2003. Carlos Romero Deschamps, uno de los autores del Pemexgate: «Ni estoy escondido y tampoco voy a huir. Estoy dando la cara, tengo la conciencia tranquila». Madrid, 2003. «Alto nivel de corrupción en todo el gobierno de México. Más de 40 mil millones en perdidas al año». Para Transparencia Internacional, calificación negativa de 3.6. Reprobado.

Enero, 1996. El presidente Zedillo convocará a la sociedad mexicana para que contribuya a identificar, caracterizar, prevenir y denunciar la corrupción en todas sus formas. «Los mexicanos queremos una administración honesta, transparente y eficaz, sin abusos ni impunidades, porque el servidor público que se corrompe deshonra el encargo que detenta, convierte al funcionario en incapaz de reasumir el maltrecho decoro y lo hace susceptible, por ende, de todas las abdicaciones». Y en agosto de 1996: «En materia de impunidad y corrupción no dejaremos pasar una sola De parte de mi gobierno hay voluntad y decisión política para limpiar y sanear las prácticas que conducen a estos fenómenos…»

Tuxtla Gutiérrez, Chis., 29 de marzo, 1994. Según acusación de la PROFECO, «se siguen detectando fraudes y quejas en contra de los hermanos Verónica y Rodolfo Zedillo Ponce de León, propietarios de la Construcción Inteconsa, S.A., existe una gran cantidad de denuncias de personas que resultaron defraudadas por los constructores. Los hermanos del candidato presidencial optaron por cerrar la negociación». ¿Y.?

Villahermosa, nov. 1995.- «Los archivos del PRI con los que se acusó a Roberto Madrazo de excederse en su campaña electoral en más de 235 millones de nuevos pesos provinieron de la casa de una funcionaría que en los comicios estuvo en la Secretaría de Finanzas del tricolor». ¿Algún castigo..?

Durango, 1992. «Ni un decreto del ex gobernador José Ramírez Gamero, que ordenara a sus funcionarios salientes entregarse a la rapiña, hubiese dado resultados tan desastrosos para las arcas estatales. Declara Maximiliano Silerio Esparza: el problema no es que hayan dejado las arcas sin dinero, sino que hasta las arcas se llevaron. Dejaron vacías las oficinas. No tenemos ni donde sentarnos. No se llevaron las alfombras porque no tuvieron tiempo de arrancarlas. Silerio estudia la conveniencia de echar tierra al asunto y considerarlo un pecado de familia de los que se lavan en casa». ¿Y.?

Washington. En 1998 James Wolfensohn, entonces presidente del Banco Mundial: «Será el pueblo de México (ya ni la burla, digo yo) el que debe decidir si hubo corrupción en el rescate del sistema bancario, cuyo costo para los contribuyentes de ese país rebasa los 65 mil millones de dólares…»

Enero de 1999: «Raúl Salinas y otros burócratas que manejaron CONASUPO y sus filiales en la última década, causaron un daño patrimonial a la nación por 9 mil 162.3 millones de pesos. El proceso de desincorporación fue totalmente erróneo y negativo porque se prestó a la corrupción de un grupo selecto de empresarios y servidores públicos. El trabajo de la PGR fue nulo, pues de las 122 averiguaciones previas, que involucraban a 144 funcionarios, sólo se logró la condena de 11 personas, funcionarios menores».

«El ex-titular de la Contrataría Arsenio Farell tiene demandas penales por irregularidades en el proceso de licitación en la termoeléctrica Plutarco Ellas Cales, que fue autorizada en 1996 por la Comis. Intersecretarial Gasto Financiero. Actos de corrupción, licitaciones amañadas, contratos alterados y obras asignadas sin concurso en los sexenios de Salinas y Zedillo Ante la PGR, Farell admitió haber hallado irregularidades en la CFE. No encontró elementos para proceder penalmente». Julio del 200L El reportero, a Rosendo Villarreal Davila, contralor interno de la Sec. de la Contraloría y Desarrollo Administrativo: «¿Se va a investigar a fondo a Arsenio Farell? La respuesta: «No venimos a buscar problemas de personas. No tenemos consigna de fregar a alguien en particular. Y fin. Es la corrupción. (Es México.)

Debieron haber sido los Flores Magón

Pero tan señalados ideólogos, luchadores y mártires no iban a ser los protagonistas del salto de calidad del país. El autor fue un cierto viti-vinicultor, espiritista y admirador de Porfirio Díaz que así de impredecibles son las masas sociales. Mis valedores: a 97 años de la regazón de pólvora y muerte que incendió el territorio patrio, va aquí un esbozo de retrato hablado de quien terminaría encendiendo la hornaza de 1910. El provocador: Maderito, y no los del propio derecho, los Flores Magón. Es la historia.

Porque uno es el mártir y apóstol que consignan el bronce y los mármoles de la historia oficial y muy otro el de la imagen real y la real historia del gobernante con el que algunos desmesurados del servilismo llegaron a comparar al entonces presidente Fox, por aquello de que ambos, a su hora, arrojaron a Porfirio Díaz del gobierno. Y es que el Neo-PAN se proponía imitar la maniobra de un PRI-Gobierno que durante sus 72 años de permanencia en Los Pinos falseó, retorció y adulteró a su conveniencia la imagen de héroes y mártires de la lucha libertaria, para luego apropiárselos y erigirse en su heredero exclusivo. Van aquí tres bocetos del retrato hablado de Francisco I. Madero, con el que los neo-panistas comparaban a Vicente Fox (hoy, como el perro que se tragó el jabón, todos callados):

Io.- De La Sucesión Presidencial, que publicó Madero a finales de 1908:

«Por el Sr. General Díaz siento una gran simpatía (…) Yo, que profeso culto por todos nuestros grandes hombres, quiero que en el altar de la patria y en el corazón de cada mexicano, ocupe un lugar preferente nuestro eximio gobernante (…) Para que corone su obra, ayudémosle todos los mexicanos, y al hacerlo grande, haremos igualmente grande a nuestra querida patria».

Del Plan de San Luis, emitido el 5 de octubre de 1910:

«Los pueblos en su esfuerzo constante porque triunfen los ideales de la libertad y justicia, se ven precisados, en determinados momentos históricos, a realizar los mayores sacrificios. Nuestra querida patria ha llegado a uno de esos momentos. Tanto el Poder Legislativo como el Judicial, están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los estados, la libertad de los ayuntamientos y los derechos del ciudadano, sólo existen escritos en nuestra Carta Magna.

Conciudadanos: no vaciléis, pues, un momento; tomad las armas, arrojad del poder a los usurpadores, recobrad vuestros derechos de hombres libres y recordad que nuestros antepasados nos legaron una herencia de gloria, que no podemos mancillar, sed como ellos fueron: invencibles en la guerra, magnánimos en la victoria. Sufragio Efectivo. No reelección».

Francisco I. Madero.

3o.- En torno al gobierno del espiritista viti-vinicultor coinciden los historiadores más objetivos:

El cambio de poderes se efectuó en los primeros días de noviembre de 1911. Dentro del contexto de sus principios liberales propios del siglo XIX, el gobierno de Madero se caracterizó por las amplias libertades políticas y de expresión únicas en la historia del país. En el Congreso Federal, los diputados debatían y votaban libremente las diversas iniciativas; los periodistas, por su parte, podían escribir prácticamente lo que querían, libres de todo tipo de coacción, y los grupos políticos podían actuar libremente; no obstante, esta gama de libertades obstaculizaron la buena marcha de la administración, e impidieron los proyectos del gobierno. La libertad de prensa, por ejemplo, fue utilizada por sus enemigos políticos para atacarlo y ridiculizarlo, y así desprestigiar ante la sociedad la imagen presidencial.

La ofensiva contra la administración maderista estaba representada por los sectores sociales que habían sido favorecidos por el antiguo régimen porfirista, tales como los hacendados, banqueros, comerciantes, militares y periodistas. Inclusive dentro del propio grupo revolucionario que apoyó a Madero también hubo rebeliones, como la de los zapatistas, los cuales se distanciaron del gobierno por la negativa de Madero de cumplir con los postulados agrarios del Plan de San Luis.

Y es que en cuestión agraria y apenas subió al gobierno, Madero se apresuró a desconocer las promesas hechas, y declaró en varias ocasiones que su objetivo era el de crear la pequeña propiedad, que coexistiría al lado de las grandes haciendas. Por otro lado, aseguró que el fraccionamiento de tierras debería de realizarse por los medios legales, buscando mecanismos que impidieran lesionar los intereses de los propietarios».
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Para leer entre líneas…

México, 20 de noviembre de 1910-20 de noviembre del 2007. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. Es la memoria histórica. Es México. (Este país).

La voz de su amo…

Fidel Castro se acaba de referir a la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile: Fue demoledora la critica de Chavez a la Europa que pretendió dar lecciones de rectoría (…) El discurso del presidente de El Salvador provoca nauseas…

Antonio Saca se llama el salvadoreño, y esto me recuerda el rudo incidente que en una pasada «cumbre» de esas se suscitó entre el comandante Fidel y el presidente salvadoreño, que era un tal Pancho Flores. A propósito de tales panchos, mis valedores, ¿me permiten hablar de perros? Lo afirman diputados locales: «Cualquier raza de perro puede ser potencialmente peligrosa dadas las circunstancias. Tenemos que centrar nuestra atención en crear un nivel de conciencia y responsabilidad en el propietario...

El perro, mis valedores. Espejo fiel del humano es el perro, o al revés. Porque cuántas semejanzas, qué de similitudes se advierten entre el perro y el hombre, o al revés. Y si no, piénsenlo: 1.- Existen los perros de las regiones nevadas, que nacieron con un perro destino: para allá y para acá jalar el trineo, con el chicote en los lomos y tan bien trabajados como mal comidos, y yo digo: ¿a quién se parecen los tales, sino al obrero del mundo cristiano y occidental? El asalariado, como perro de trineo:

Pobrezas y privaciones, el chicotazo en los lomos y a trabajar desde la mañana hasta la muerte del día y hasta el día de la muerte. Y cómo encontrar la salida, si el perro no tiene el don de pensar, y el obrero no quiere ese don de pensar…

2- El San Bernardo. Grande, grave, pacífico, gentil. El va por el mundo de la desolación con su barril del tonificante al cuello y tornando a la vida a ese desdichado que se congelaba en las nieves. El, valedor de desvalidos, es como el buen sacerdote, el luchador social, el artista, que entrega su arte, sin más, o el doctorcito que cura nomás por curar, no como el que cura nomás por cobrar.

3- Por contras: esas fieras entrenadas por los genocidas para morder, desgarrar, triturar, arrancar a la viva fuerza tarascadas de carne viva. Perros represores al servicio del represor, son el santo y seña del campo de concentración, la cárcel clandestina, la sala de tortura. Dóberman, rottweiler, pitbull y paramüitares de MIRA, Máscara Roja, Paz y Justicia, Chinchulines…

4.- Los perros cautivos, desdichados perros a los que unos amos desaprensivos mantienen sepultados en jaulas y azotehuelas de este tamaño. Nacidos para la libertad, se encanijan y agostan, y miden la jaula en un y venir obsesivo, desesperado. A lo lastimero ladran a la luna. Qué más…

5.- Ah, perros impúdicos de casa rica, de viuda rica, de solterona, de menopáusica. Mantenidos en el lujo, la molicie, el salón de estética canina y la intimidad de sedas y encajes en el secreto de la recámara, son padrotillos y complacientes vividores de los desahogos de dueñas crepusculares. Ustedes, mis valedores, ¿han asistido al beso de unos labios femeninos en unos morros helados que lengüetean de placer? Asqueante. 6.- Los perros de casa pobre, los pobres. Tan mala vida es la suya que comen lo que sus dueños y viven como ellos. Parte son de la familia, y tanta familiaridad comparten que el chucho llega a cobrar rasgos de humano, y su dueño, del animal Y no fallezca uno de ellos: el sobreviviente, aquel duelo… 7.- Los perros callejeros: sin dueño ni hogar, ni nombre, anónimos perros de cuerpo sarnoso y cuera que es mapa vivo de úlceras y mataduras. De calle a calle y de este a aquel callejón, tales chuchos acezan su ternura a la vil intemperie, su amor desdeñado por los que a lo desalado se alejan rumbo a ningún rumbo, en los ojos la pitaña y en la boca el corazón. Y ese impulso de llorar, y ese acabar gruñendo. Yo, por ejemplo…

8.- Un perraco abomino, que me ladra al pasar. Corriente, mediocre, insignificante. Echado en la banqueta, grifo de moscas, cuando paso saca la lengua e intenta lamerme el zancajo. Ah, pero no se vea protegido detrás del portón, porque entonces, un tigre: se me echa encima embistiendo, encuerado el hocico y las garras por delante, arañando los barrotes, perro vil Poco hombre te muestras (poco perro) cuando así enseñas una ferocidad protegida entre rejas. Qué justamente simbolizado en ti, perro capón, vi en 2002 al entonces presidente de El Salvador, un tal Pancho Flores, cuando en la Décima Cumbre Iberoamericana se engalló, grito, y arropado por docenas de mandatarios retó a Fidel, nada menos que a Castro. Si hasta parecía que el chaparrín ovachón se lo comería a tarascadas. Ah, chuchos validos de la ocasión…

Ese fue el Pancho Flores, perraco que Bush eligió para que tras las enaguas de la OEA, a la voz del amo le gruñera a Fidel y le pelase unas fauces minusculitas (de capón), ladrándole (de lejecitos) que «¡Guau guau, Castro es un vil dictador, y un tirano, grr, grr, y opresor de su pueblo, y violador de derechos humanos, guá, guáuuu…!.» Ahí, impasible, Fidel. Y de repente, mis valedores… ¡que se nos echa encima Juan Carlos! (¡Coño, joder!)

Tiempo de perros

Que en aciaga noche del pasado lunes, dije a ustedes ayer, el volks. me dejó tirado en la viva entraña de algún rumbo remoto, para mí incógnito, por el norte de la ciudad. Ya que por revivir el motor maté la batería, en plena tormenta nocharniega corrí hasta la parada del autobús que me sacara de ahí, a ver en qué lugar me íbera a tirar. Ya refugiado bajo el techo de lámina, ahí la voz anónima del arrabal:

– No, y agárrense, que al Calderas le quedan todavía cinco años…

Ave María, cruz, cruz. Miré al techo, me la persigné, dejé ir la vista a lo lejos: negrura pura y aquel foquillo con aspecto de lucero, y un poco más alto aquel lucero con su pinta de foquillo de 30 watts. Como esperanza que languidece desde principios de sexenio…

– ¿Principios? ¿Ya comenzó? A qué horas, digo. ¿O a ir a sacarse la foto en Tabasco le llaman gobernar? Que no tizne, digo…

El de la chazarilla, que me adivinó el pensamiento. A lo lejos, fanales. ¿El autobús? Un renegrido Gran Marquís, que hecho la Tula se acercó a nosotros, pasó sobre el charco, nos bañó el muy hijo de la Gran Marquís. «A mí el carbón me dejó todo enlodado como hijo de la Sahagún . el de la cotorina Pero de súbito, mis valedores: cuándo iba a fallar la esperanza Clara voz, la escuchamos: ‘Ya vienen tiempos mejores…»

¿Que qué? Sí, ahí la voz del bendito optimista, ese que nunca falta y que casi siempre sale sobrando. «Vienen tiempos mejores». El de Los Pinos no lo hubiese afirmado con más intenciones de convencer.

Silencio. En el cielo, un retumbo. Agresivo, retador, el del suéter lila:

– O sea, ¿verdá? ¿Tiempos mejores, con Marta y Fox allá arriba? Óiganlo, se los vendo.
Dos, tres pedradas en la lámina del techo. Una, dos, en plena cara. Me arrugué. ‘Y ora hasta granizo, pa acabarla de tiznar», el de la guaripa que alebrestó al del arete y la cola de caballo:

– A ver, quezque tiempos mejores. ¿Con esos yunqueros neoliberales, con esos partidos, con una Nueva Izquierda de miércoles? Ya…

– Se vienen tiempos mejores -impertérrita, la voz, alma optimista

– ¿Tiempos mejores? Óiganlo. ¿Con el modelo neoliberal, con este desempleo, subempleo, inseguridad pública, pobreza creciente? ¿De todas las promesas con que el de El Yunque arrancó el voto a los aturdidos, ¿cuántas hemos visto cumplidas hasta hoy, digo?
– Mejores tiempos. Lo sé de muy buena fuente.

Lo distinguí: joven él (joven dejaras de ser, y optimista por joven. Dios te oiga Y traté de subir el brazo para persignármela) La chaparrita jetona-

– ¡Ora usté, viejo lépero, pelado, poeta caníbal, pariente del Fabiruchis y su quelitón! ¡Conrado, dile que vaya a tentárselas a la más venérea de su cantón, chinche ninfómano!
Qué pena «Los buenos tiempos no tardan. Hay que estar preparados».

El del tabloide enrollado en la trasera del pantalón: «¿Es usté achichincle de Carstens? ¿Ramírez Acuña le pasa mochada, o que jijos?»

– No, pero lo aseguró el mero trinchón, y él sabe lo que está diciendo.

– Ah, ¿volvió Calderón con esa mamila de que en su sexenio se van a conseguir buenos logros pa todos nosotros, los del fregadaje?

– Dije: el de mero arriba

– ¡Bush! ¡Apoco!

– El mero tiznón, o sea el de allá arriba, miren (señalo a lo alto). No, nada de que Dios padre, no, sino el técnico en esas ondas.

– O sea ¿las financieras, las económicas? Porque pudiera usté referirse, ¿verdá? a Sojo el de Economía. ¿Las bancarias, mi buen?

– ¡Las climatológicas, o sea las estratosféricas, Las del clima, pues. Yo me refiero a un cuate mío que trabaja en el meteorológico. Allá arriba, miren. En Tacubaya, El fue el que me dijo que se nos vienen tiempos mejores.
– Ya, qué mamilas. Ese qué va a saber de la marcha del país.

– Tiempos mejores. Que en un chico rato el clima se va a estabilizar, no que estos frillazos que calan hasta los huevos, estas repentinas tormentas. Tiempos mejores.

Silencio. A lo lejos, una ambulancia Y ahí, de repente, la voz anónima del anónimo arrabal: «Bueno, sí, pero, o sea, yo pregunto, verdá- ¿ese del meteorológico no será del gabinetazo de Calderón? Porque entonces ya estuvo que nos jodimos, y qué tiempos de perros se nos va a venir. Pero total, que yo como dice el Kama Sutra: diciembre me gustó pa’ que te vayas mucho al…go…

Volvió el silencio. La negra noche tendió su manto… (Y fin.)

Tristuras del arrabal

Esta vez la esperanza del cambio, mis valedores, esa esperanza irracional tan arraigada en un paisanaje inmaduro. A propósito: fue al oscurecer del pasado lunes; del taller de lectura, en el norte de la ciudad, regresaba hasta el sur, cuando de súbito, bajo la llovizna nocharniega, el volks. cremita se echó tres falsas, o sea explosiones, y luego un a modo de eructillo por la parte del mofle, y ahí murió el motor. Válgame Yo, por activar al difunto agoté la batería; por revivirlo, la asesiné. Tiempo después, derrotado, abandoné la cucaracheta y, pajareando aquí y allá, di con el techo de la parada del autobús, de la micro, vayan ustedes a saber de qué línea y a qué rumbo incógnito pudiesen llevar. La llovizna se convertía en un chaparrón que de chaparro crecía hasta alcanzar la estatura de tormenta. Y allá, por un rumbo que no pudiese ubicar, el relámpago, el trueno, el rayo que sobresalta aque remoto arrabal. Solté la carrera hasta la techumbre que parecía guarecerse, guarnecerse, como debajo de un macilento paraguas, bajo la luz del farolillo de la esquina, légaña y bostezo. Al acercarme, la voz de la barriada: – ¿Pero aguaceros en pleno noviembre? Qué falta de seriedad de la madre». «¿A quién le echa madres, oiga, o a qué madre se refiere?» «A la Madre Natura, qué falta de formalidad». «¿Falta de formalidad, o advertencia por la forma criminal en que la maltratamos? Achaques del calentamiento global». El cielo, trizado. «Trueno del temporal – oigo en tus quejas…»

Y sí: bajo aquella techumbre con capacidad para unos diez aspirantes a pasajeros cómodamente parados, se atrinchilaban alrededor de noventa humanos y uno que otro panista, todos pistojeando hacia el rumbo donde entre fumarolas de smog habría de aparecer el vehículo. Mientras tanto, esperar…

Me arrimé a la techumbre Los que ahí aguardaban me observaron así, miren, de ganchete, a lo desconfiadón ante el arrimadizo. Yo a discretos codazos me forjé un hueco bajo el de lámina, y así me dispuse a esperar el mini, el pesero, la micro o lo que se me apareciera por enfrente ¿A dónde me llevaría? Sepa Dios. Lo importante era salir de aquel atolladero. Entonces, ahí la voz del arrabal, su dejo cantadito. Dos panzones y una flaca más allá de mi flanco izquierdo: «Chinche microbús, cómo se tarda…»

El de la bufanda bicolor: «No, si ya sea ora con Ebrard como antes con el Peje, esto del transporte colectivo es una tizna, ¿no?».

– Oiga, no despotrique ¿Tizna por qué?

– Pos por el hollín que sueltan por atrás.

– Ah, las micros.

– Las micros, las mafias de micros que las controlan o las mafias perredistas que las controlan a todas, y todas se viven soltando hollín por el hoyín. Y los que tiznan todos…
La de los mallones: «¡Tiempo de perros!» Un perraco, cuerpecillo caliente, se me untó a las zancas. En mi ánima se lo agradecí. La voz del arrabal, voz anónima: «No, si yo lo que digo: pal fregadaje todo pinta de pior, en más pior. ¿Quién nos asegura que esta lluvia no es ácida?»

El de la reata (de mecapalero): «Ora a aguantarse. ¿No andábamos de culecos con aquello de que a patadas sacar al PRI de Los Pinos? ¿No votamos por el cambio? ¡Tengan su cambio! Pero chintetes, ánimas con esa micro…

Del mercado cercano, ya cerrado a estas horas, me llegó un tufo a pudrición, coles rancias, panismo, popó de ratas -ratas comerciantes. Sahagunes ratas. El del pantalón acampanado: «No, y la carestía. Leche huevos…»

– Chale, ya deje en paz los huevos.

– Los dejé en paz, que de otro modo ya anduviera yo también de pasamontañas, con el del color de la tierra, con Marcos.

Alguno suspiró: ‘Vamos mal. De más pior a más pésimo…»

(Animas del minibús). Un bandazo de viento. Alguno, culimpinándose para columbrar la inexistente micro, se dolió:

– Y yo aquí ensopado; con la única sopa que he probado en todo el día. Creo que me voy a echar uno, ái conpermisito; ¡Ahhh…chís!

Yo, a lo disimulado, me sequé el goterón de la salpicadura en el cachete izquierdo. Junto a mi oreja, rancio aliento: «Pos no que muy consentidos de Dios, que hasta nos mandó a su santa madre ¿Pues qué? ¿No estamos bien parados con el mero mero de allá arriba?»

– Con el mero mero de acá abajo deberíamos estar bien parados. «¿Con el Calderas?»

«Qué le pasa, ese no cuenta. Con Bush. No, y agárrense».

– Yo así estoy bien -el getón de la chazarilla.

– Agárrense, digo porque al rato…

(No al rato. Mañana.)

Madre y maestra, la historia

La «pareja presidencial», mis valedores, o lo que es lo mismo: una desaforada carrera de rapiña y depredaciones al arrimo del poder. El «mandatario», tan zafio cuanto inescrupuloso, a base de una incontinencia verbal y una proclividad al embuste, afeitó su gobierno como el del progreso y la prosperidad para los gobernados, mientras sañudamente los empobrecía con su impericia y rapacidad. Ella, una arribista y logrera insaciable, trastornada por el poder, hizo del recinto presidencial una cueva de bandidos y financió con los dineros de todos, que deberían destinarse al beneficio de todos, lujos, derroches y dispendios de nueva rica El de la avariciosa fue el reino del oropel y los fuegos fatuos, una corte de los milagros donde medró con todo y su prole con la voracidad de la trepadora. Trágico.

Pero quién lo creyera: para el par de insensatos sonó la hora de la ley, y para las masas la de la justicia. Tintes de irrealidad, son llevados ante el tribunal. La acusación del fiscal: «Haz conducido al pueblo a la pobreza».

El acusado: ¡Frente a este golpe de estado no responderé!

El fiscal:- ¿Qué razones te impiden responder?

La acusada reflexiona: «Me pregunto lo que mis colegas intelectuales de este
país van a decir cuando escuchen esto».

El acusado denuncia a otros países de injerencia en los asuntos internos «para desestabilizar al país y luchar contra la soberanía y su independencia».

El fiscal:- ¿Por qué has humillado al pueblo? Los campesinos que hacen el pan venían a las ciudades a comprar pan. ¿Por qué has hambreado al pueblo? Tú una cosa en el papel; tú decías una cosa, pero la realidad es otra. El plan de destrucción de las aldeas, ¿has pensado en eso..?

El acusado:- Nunca como hoy había habido una riqueza tan grande. He construido hospitales, escuelas, ningún país en el mundo tiene esas cosas.

El fiscal: Mientes. Nada de eso existe en el país que mal gobernaste

El acusado: «Es un provocador».

El fiscal, a la reo; «Quizá tú seas más cooperativa y nos hables de tus lujos y derroches, del enriquecimiento de tu prole. He visto la estancia donde vivían. Hay una báscula de oro en la que pensaban carne importada del extranjero. Háblanos de tus cuentas en bancos suizos».

La aludida- No firmaré nada He luchado por el pueblo, nuestro pueblo.

El reo, al fiscal: «¡Yo no soy inculpado! ¡Yo soy el presidente y comandante supremo del ejército! ¡Tú debes respetar la legalidad».

Los dos acusados tienen miradas aterradas…

La voz acusadora «Haz humillado al pueblo. Falta de alimentos, de medicamentos, de electricidad. Haz reducido al pueblo a la pobreza mientras tú y tu mujer tenían salas de baño lujosas, daban fiestas brillantes, y el pueblo no tenía más que su pobreza sus necesidades, que tú, en lugar de remediar, agravaste. Has saqueado al pueblo y lo niegas. Señores representantes de la justicia señor presidente, respetable tribunal: vamos a juzgar a «la pareja presidencial». Ambos han cometido actos incompatibles con los derechos del hombre y actuando contra el pueblo. Durante años, el pueblo tuvo que soportarlos a ustedes por miedo a ser detenido en cualquier momento. Hay personas instruidas, verdaderos sabios, que han abandonado el país para huir de ti. ¿Quién ordenó disparar contra inocentes?

El acusado mira la hora en su reloj. El fiscal: «Es difícil tomar una decisión cuando los acusados se niegan a reconocer el genocidio en años de crímenes. Pido para los acusados la pena de muerte».

Se da lectura al acta de acusación: genocidio, atentado contra la economía nacional, dirección desviacionista atentado contra el poder del Estado. El fiscal dice al escribano que registre. Una voz anuncia que el tribunal va a retirarse para deliberar. El tribunal, siempre invisible, se levanta Ruido de sillas. Después de un momento regresa a la sala Sigue una interrupción y luego se oye de nuevo la voz del fiscal: «En virtud de los artículos (los enumera) del Código Penal, el tribunal militar excepcional condena por unanimidad a los acusados al embargo de todos sus bienes y a la pena capital. Sentencia dictada hoy, 25 de diciembre».
El acusado: Yo no reconozco…

El fiscal: La sentencia es inapelable

Cambia la imagen. Una vereda de cemento, con su paredón al fondo. Se ven dos cuerpos caídos. La cámara se acerca hasta encuadrar el busto y la cabeza del hombre Hay sangre e impactos de bala en el muro. También se ve claramente un balazo en la cabeza de ambos. El tiro de gracia Y ya

Tal fue el final de la «pareja presidencial», Nicolae y Elena Ceausescu. Budapest, Rumania 1989. México, hoy (Los Fox.)

Martes trece…

Según reciente reporte del Monetario Internacional, entre 2004 y 2006 la pobreza en Brasil disminuyó un 8 por ciento y la de Argentina hasta en un 18 por ciento. En México, la pobreza se alcanzó a reducir en un 3 por ciento…

Pero más allá de la «mafia Fox», otros muchos desastres han azotado el país, como son los producidos por tormentas, huracanes y ciclones que laceran a estas horas a los hermanos tabasqueños, chiapanecos, de Veracruz, en fin. Pero no habré de abundar sobre desastres naturales. Hoy, martes 13, voy a referirme a la superstición, ese sórdido negocio de los charlatanes que con argucias de magia y astrología esquilman a los más pobres de entre los pobres, que son los pobres de espíritu. Macabrón…

Fue una noche de miércoles la que pasé anteayer, domingo. En mi insomnio aguardaba el amanecer para lanzarme con la tía Conchis hasta algún remoto consultorio de una tal Hermana Máxima, experta en huevos (de gallina, para limpias). En mi insomnio repasaba las frases lapidarias con que el Arzobispado de México, en su semanario Desde la fe, reprobaba las prácticas de astrología, que es decir de idolatría «Lo contrario de la fe no es la razón. Es la superchería». «La superstición hace que el hombre tema a la razón«. Y esto que va para ustedes, católicos de mi país: «El católico que se pone bajo la protección de los espíritus comete un pecado de idolatría perversa…»

En fin. El pecado que yo cometería en unas horas iba a ser aún más grave: de estupidez. Todo por haberme comprometido con la conserje de Cádiz, y qué hacer. ¿No cumplir? ¿Soy, acaso, presidente del país, para engañar con falsas promesas? ¿Yo, mis valedores, no ser fiel a un compromiso que en mala hora asumí? ¿Yo, con la varonía en su nidal..?

Mañana de miércoles (fue lunes). Muy de mañana enfilé la trompa rumbo a La Villa (trompa del volks). Mega-marchas y peregrinaciones más tarde, la tía Conchis y yo nos mosqueábamos en el consultorio de la Hermana Máxima, doctora en ciencias ocultas. Ahí, en el cuartucho que la hace de sala de espera, tristeaba el almácigo doliente de almas en pena(s) que aguardaban turno para despojarse de la salación y entrar a la disneylandia de la felicidad. Un ensalmo, unas ramas de pirul, un huevo (de gallina), y como malas escamas que se desprendieran de una piel que milagrosamente tornaba a la vida, atrás quedarían los problemas tercos, añejos; los achaques de salud, el mal de amores. Yo, al oído de la tía «Pero usted, lopezobradorista de corazón y redaños, es más o menos católica ¿Su religión le permite estos ritos?»

– Por eso mismo de aquí vamos a echárnosla de rodillas, toda la basílica.

Qué replicar a la sinrazón. Observé el cuartucho: motivos astrales; que si la estrella de Jerusalén, que la cruz biomagnética, el macho cabrío, la virgen, el escorpión. En lo alto, caracteres en rojo sangre: «Se hacen limpias. Ojo de venado para el mal de ojo. Pata de conejo para la mala pata y la salación. Para que no te asalten. Para que no te agarren si asaltas. Para el mal de amores la piedra imán. Vuélvete irresistible con el sexo puesto (sin la o)».

¿El viaje? En volks. hasta donde la mega-marcha lo permitió. De ahí, el metro, el
microbús. En las cuatro esquinas, el ambulantaje, los payasitos, los rateritos, los limpiaparabrisas. En el metro vendedores, pedigüeños, raterillos, ruidajo de sonsonetes baratos. En todas partes la necesidad, la pobreza, el desánimo, el desencanto, la exasperación. En radios y teles, en diarios a toda página: robos, asaltos, corrupción. «Le toca a usté, seño. Por acá, si me hace el.. cuidao con esa cortina, no se acabe de rasgar. ¿El bigotón también..?»

La Hermana Máxima. El consultorio en penumbra. Olor a sándalo y pies, a yerba macerada y sobacos, parafina, entrepierna «Hermana, ¿qué aflige tu corazón? ¿Cambiar tu destino? ¿Conocer tu pasado, tu porvenir? ¿Trais mal de amores? ¿Deseas sacártela, la lotería, el mélate, el ráscale..?»

– Esta condenada salación, hermana Una limpia, o sea..

– Orita te la retiran los astros. Te me vas a poner en suerte. Tu ropita…

-El salado es otro.

– Ah, el bigotón. Túmbese los pantalones y se me coloca en cuatro.

– No, otro. ¿Me puede hacer una limpia a control remoto?

– Puedo, hermana, sólo que los astros necesitan una foto de tu saladito.

Y fue entonces. La tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que la alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas y, Juan Diego de chal y peinado permanente, lo presentó ante la del batón. «¿Le servirá esta foto..?»

Me asombré. La de las ciencias ocultas y el diálogo con los astros observó el cartelón. Lo extendió sobre una mesita, le prendió cuatro veladoras.

– Claro que esta foto me sirve. Procedamos a proceder con la limpia..

Mortecinas, las 4 luces mal alumbraban al que entre todos, hemos salado y que la charlatana, por lo visto, no supo limpiar: un mapa de México. (Mi país.)

Consolador

La nota de Reforma fechada el pasado viernes:

Villahermosa. Sosteniendo la mamila de su hijo de cuatro meses. Lucía Alcántara explicó que ellos (el presidente y su esposa) nada más vierten a tomarse la foto…

Tabasco, sí, una tierra de desastre, unas casucas con el agua al cuello, metáfora viva del mexicano. Tabasco:. rostro crispado de una geografía en pleno naufragio, con ríos salidos de madre y una muy poca de quienes en México tienen la obligación de prevenir, primero, y después remediar los efectos de los desastres naturales. Tabasco.

Ahí, donde hasta ayer se apacentaba el caserío, hoy se aplana un aguadal en donde nadan panza arriba, de muertito, las pertenencias del paisa. En la medianía del naufragio, ese arboluco que a pujidos logró mantenerse en pie. Entre sus ramas una familia de damnificados: el agüelo, dos chamacos de escuela, la sota moza ya en edad de merecer (de merecer algo menos inhumano), y asentada en la horqueta mayor, esa madre con el mamoncillo enredado en la tela de la blusa y pegado a las telas del corazón.

Carlitos sigue malito, Pedro. La diarrea, que no se le ha podido cortar.

– Y cómo no, si en la leche mama bilis, espanto, necesidad, lágrimas…

– Pero si ya cuál leche, que fue ese mismo espanto el que me la cortó. Ahora pura mamila, pobrín Caritos. Mírale el susto en la cara.

Pedro, gacha la testa, puja nomás, y observa el naufragio de lo que fue su casa, su siembra, su mundo, hoy vuelto barrizal, malos olores, bramar de arroyos encabritados. «Míralo: no para de llorar, de vomitar…»

El hombre mira al cielo, que se le acaba de desfondar sobre la cabeza, pero de donde suele bajar el consuelo de los desahuciados. Pero no, que para el damnificado el cielo es patria de auras, cuervos, zopilotes. «Apá, dice el añejón. Ya me anda de hambre, de sed. Tengo frío».

Y qué hacer, qué esperar, de quién esperarlo. Ahí, largas miradas de desesperanza, la madre del chamaco pegado al pecho. El hombre engarrota las quijadas, remacha los párpados, puja. Dios

Dios escuchó. De repente, bajando del cielo, ese ángel de la guarda con traqueteo de pistones: el helicóptero, que con ventarrón de hélices ha tomado tierra y ahora vomita esa randada de fulanos cargados de bultos. Al frente, uno chaparrito, pelóncito, jetoncito, de lentes, que avanza por esa lengua de tierra y, lengua de oro, con el arroyo entre ambos se dirige al inquilino del arboluco:

– Buenas las tengas, amigo. Desde la capital vengo a visitarte y te traigo un chorro de agradables sorpresas. ¿Qué, te quedaste sin hogar?

– Nomás eso me faltó, hogarme.

– Ánimo, amigo, que por ahí vienen ya los soldados.

– Híngale, que hasta con mi hija la Florencia voy a perder. Pero ándele, don presidente, que ésos ya empiecen a descargar. ¿Son alimentos?

Ah, la esperanza. Los recién llegados comienzan la descarga.

– ¿Algo de comida, don presidente? ¿Medicina para el cursientito..?

Los recién llegados, fotógrafos, reporteros y técnicos de TV, desenfundan el equipo de cámaras y micrófonos. El de lentes: «Vengo a sacarme una foto con todos ustedes».

– Ah, ¿y cree que una foto con unos desdichados lo va a ‘legitimar»?

– (Me legitimó Bush.) ¿Sabes a quienes te traigo? A Carmen Salinas, Adal Ramones, el Perro Bermúdez y la Primera Dama, que trajo algo para ti».

La de marras se acerca al arroyo, mira al arboluco y engola su voz: «En la vida a veces nos toca vivir cosas difíciles, ¡pero hay que aprovechar esos momentos para sacar lo mejor que tenemos..!»

(Del Reforma: «Yo, dice Lucia, no asistiré a la visita de la Primera Dama al albergue. Yo lo que quiero es recuperar a toda mi familia y mi casa...)

– ¡Te traje también al embajador Tony Garza!

– ¿Y el gringo a qué tiznaos vino? ¿Siquiera nos trajo víveres?

– Calma, no te avoraces, que no te ofusque el materialismo. ¿Dónde dejas tu patriotismo, tu dignidad, tu orgullo de mexicano?

– En mi orgullo llevo sentado día y medio. ¿O qué cree que viene siendo esta rama, que me ha abierto un surco entre el cóccix y los pentecostales? Viniera a sentarse en el palo, y luego hablara de patrio orgullo…

– Viejo, pregúntale pa’ cuántos tacos nos pueda alcanzar el patrio orgullo.

Y mis valedores, fue entonces: «¡Carlitos, sus retortijones!» Y que Lucia alza en vilo al chamaco, y ándenle, toda la diarrea, miren: en plena cara del consolador. Qué pena. Pero en fin. Carlitos. Tal es el nombre del mexicano que mejor calificó el celo presidencial por tratar de legitimarse aprovechando la desgracia de los hermanos damnificados. Chiapas, Tabasco. (México.)

Le huele mal El Tamarindillo…

Porque todos los gobernantes, según lo juraron en su toma de posesión, deben cumplir y hacer cumplir la ley. Cual más, cual menos, todos ellos dedican su gestión administrativa a exaltar la ley, y al final todos salen del gobierno con un tufo a latrocinio, peculado, depredación de los dineros públicos. Todos. El más reciente de los tales, Fox. Y qué manera de exaltar una Carta Magna que se pasó por El Tamarindillo. Mis valedores.

Muy a propósito como para leer entre líneas, algunos dichos y hechos de Fox y congéneres. A mediados de un sexenio tan infausto para nosotros como provechoso para él y los de su ralea, el entonces habitante de Los Pinos soltó un discurso donde expuso los siguientes conceptos:

La ausencia de valores como el cumplimiento del deber, la responsabilidad y la búsqueda del bien común, han impedido dotar plenamente a nuestra vida pública de un comportamiento ético; no puede menospreciarse a la ética democrática en aras de la ambición del poder…

Esto, en labios del fortunoso de La Estancia, San Cristóbal, El Tamarindillo y anexas. ¡Vamos, México! Tales conceptos me llevaron a desempolvar uno más de sus discursos como el que pronunció en agosto del 2001 en Tapachula, Chis., en donde dijo a los mexicanos: ¡Espeluznantes costos de la corrupción! ¡Nosotros no permitimos ni permitiremos alejamiento alguno de la ruta marcada por nuestra Constitución! Su mas escrupuloso respeto es hoy un criterio fundamental para la acción de gobierno…

Y sus hechos: Mayo del 2003. Apresura el IFE dictamen. Punto final a Amigos de Fox. El consejero electoral Jaime Cárdenas interpuso una demanda de amparo contra la PGR, que negó información sobre supuestas declaraciones ministeriales de Lino Korrodi y Carlota Robinson. «Se conoce el destino de los recursos, pero no su origen. El IFE cerrará el caso a la brevedad posible y sin exhaustividad».

Ni Fox ni Marta serían llamados a declarar. Y la nota de miércoles (anteayer): El priísta Víctor Valencia, presidente de la comisión que investiga el origen de la fortuna reciente de Fox, mintió a los medios y diputados de la comisión sobre su reciente entrevista con Lino Korrodi, ex Amigo de Fox».

Fox y sus dichos: «¡Estamos construyendo un verdadero país de leyes! ¡No nos detendremos ante nada ni ante nadie para hacer cumplir la ley! ¡De existir conductas que atenten contra los derechos de la ciudadanía vamos a castigar, con la ley en mano, a quienes resulten responsables! ¡Estamos decididos a erradicar para siempre el abuso de poder, y por ello no vamos a encubrir a nadie! ¡Porque en el México de hoy nadie, absolutamente nadie, está por encima de la ley! ¡Cárcel hasta por robarse un peso!»

Y sus hechos: «En duda, el destino de 97 millones de «Vamos México». Que por concepto de donativos, «en el 2001 recibió 71 millones 990 mil pesos». Y que para el desarrollo de programas para distribuir «limosnas» entre los más necesitados (modalidad característica del país donde el Sistema de poder empobrece con saña al paisanaje para luego repartirle caridades producto de telones y demás abyecciones y deyecciones), «Vamos México» sólo distribuyó 4 millones 557 mil pesos, y que esto viene ocurriendo desde el 2001, cuando se tramó la plataforma política para la segunda esposa de Fox.

La Ley, juraba el de marras. Y qué cárcel hasta por robarse un peso. ¿Y? Sergio Sarmiento: «En La Jefa está el pasaje en que Marta le da 7 mil dólares en efectivo a Rodrigo Fox, el hijo (sic) del presidente, para gastar en un viaje, o el que señala que a ese mismo Rodrigo, a quien Marta quería ganarse para que aceptara el matrimonio con Fox, le regaló un reloj Rolex de 10 mil dólares. Inquietante también es la sugerencia de que Manuel y Jorge Bribiesca, los hijos de Marta, se han enriquecido de manera misteriosa en los años en que su madre ha ejercido el discreto encanto del poder». ¿Y? ¿Cárcel hasta por robarse un peso? ¿Si el peso se lo roba quien..?

País de leyes el nuestro, afirmaba Fox. Chicoloapan, Mex., 4 de febrero del 2004. «Los menores María Guadalupe Arreóla Mella y Julio César Beltrán fueron recluidos en las galeras de la Policía Municipal, acusados de haberse robado un bolillo, alimento que nunca apareció y a pesar de que no existe la parte acusadora. Semi-ahorcados al aprehenderlos, Jorge Sanabria Domínguez, director de la policía municipal, aclaró que aunque no existe la parte acusadora, son jovencitos que necesitan una lección y un escarmiento para evitar que caigan en manos de la delincuencia». Jorge Madrazo, cuando titular de la PGR «En México la justicia es sólo para ricos». Y un Humberto Palacios, magistrado de la Suprema Corte: «¡Ese señor no supo lo que dijo o no lo supo expresar! No se fija lo que dice. Lo que pasa es que tos ricos si pueden pagarse un buen abogado. Esa es la única diferencia». ¿Como Fox? (¡Vamos, México!)

Qué joven fui una vez…

Miro mi foto, la examino y pienso: ¿conque este fui yo alguna vez? ¿De veras? Ah, tiempos aquellos, los de mi primera juventud, tan lejanos, que fueron los de la abundancia de ideales y la carencia económica; de la escasez de ropa y la prodigalidad de una greña que escurría Glostora, qué tiempos aquellos que fueron los del primer amor -todos los amores son el primer amor-, los de la sota moza de prosapia Orendáin que deambulaba por el parque arbolado mientras que uno acá, con los puros ojos Debiéndosela desde lejos, el sudor en las manos y la taquicardia en un corazón lacerado de ansias amorosas. Ya lo canta el Kama Sutra (¿o fue Nietzche?): «Las goza quien las merece, que yo, con verlas, descanso». Guadalajara.

Pero no todo se me iban en mirar de lejos y suspirar. A la mano tenía San Juan de Dios, mi barrio, por aquel entonces claveteado de antros, piqueras y mancebías, doctores espanta-cigueñas peritos en enfermedades venéreas y el templo para los harponazos de penicilina espiritual. Mi barrio.

Noches de sábado. Yo, hormona alborotada, de turbio en turbio las pasaba encuevando en el muy honorable salón para familias La Nalgada (la moneda con la que el cliente liquidaba el servicio de la bailadora daban el derecho a pegarle rotunda palmada ya en la derecha, ya en la zurda, a escoger). Y venga en la sinfonola «Pachito e’che», y el Benny. ‘Tero qué bonito y sabroso». Almendra, danzón Y tú, la ilustrísima desconocida que con las hebillas de tu portaligas te abrochaste toda mi virginidad…

Ya va amaneciendo, ya la cruda realidad se enrosca en el vientre y trepa a la cabeza: la hora ha sonado de aliviar la panza con pancita caliente, picosa, y dejar sitio a la media de ostiones. Y a volver a vivir. No lloro, nomás me acuerdo de que llegaba el domingo, yo a misa de doce y, liviana la conciencia, vamonos a tirar dos que tres clavados. No en los dineros públicos a lo Fox o Salinas y Cía, sino en la pública alberca, sede de mis gloriosos panzazos. Cuando menos acordaba, la noche, y ya de noche y al amparo de la oscuridad cómplice… (Mis valedores: ¿no los estaré aburriendo? Por sí o por no, aquí aderezo el guiso con una salsa levemente sicalíptica. Ahí les voy)

Yo arriba, ella abajo, y la pareja, que no tenía para cuando acabar. Aclaro: yo, desde lo alto de la gayola, miraba debajo de mí la pantalla del cine Park o del Regís, pista y campo de combate donde la pareja de cómicos (¡el Gordo y el Flaco!) todo era correr, brincar, caer, alzarse, volver a caer, y ya tropieza, ya derriba el jarrón, la lámpara, la fuente de frutas; y ya resbala en el plátano, chilla, se soba, hace muecas, visaje: y sigan los tumbos, los topes, los mojicones. A mí, con la sangre dulzona sin llegar al punto de la diabetes; a mí, que aún conservábame virgen de tantos achaques (conciencia política, cantatas de Bach, organización celular autogestionaria y demás lobanillos del áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada a veces, y a veces nomás agónica), las chistosadas del cómico me los reblandecían, me humedecían de risa ojos, belfos y algún esfínter, al unísono. Qué joven fui una vez, que niño de teta cuando se podía (Perdón, y sigo.)

Fanático fui del cine mexicano, con sólo que la película llenase un requisito: que fuese mala a morir, que ello me hacía vivir, y siendo, como eran, cintas mexicanas, ¿cuál abstenerme de ver? ¿Cuál, Charito Granados? ¿Cuál, Maritoña Pons? Todas eran mis favoritas: esta comedia, la trágica de tan mala, y esta tragedia de involuntario humor, y la tragicomedia, el dramón pasional, todas. Fanático fui de las malas películas, sí, pero al igual que los viejos adoradores del cine mudo que no lograron resistir el salto de calidad al parlante, así yo: hasta el mal cine en blanco y negro llegué, que aquellas malas películas algo, en mi pésimo gusto como cinéfilo, tenían rescatable, mientras las cintas mexicanas de color, con sus excepciones, no me parecen malas, no, sino cretinas, estúpidas, a la medida de los pobres de espíritu que asisten al cine para (asco, horror), mascar, tragar, eructar y rumiar bolsas de palomitas entre comentarios de lo que ocurre en la pantalla Yo, adicto al cine de Eisenstein, Bergman y cercanías, ¿soportar El acorazado Potemkin, Que viva México, Gritos y susurros y Paisaje en la niebla con mis vecinos de asiento mascando palomitas? Deserte de la sala de cine Me rendí, de plano, y no más. Pero cuánto añoro aquellas parejas de una comicidad (¡Laurel y Hardy!), que degeneró hasta la náusea con los vurus de Virus y Capulina Estómago tuve para el mal cine de pésimos comediantes, pero después de Virutas y Clavillazos, de un Tin Tan ya ventrudo, un Cantinflas atascado de moralina y toda la cáfila de farsantes que (placer de pobres de espíritu) a pastelazos emporcan el cine, ¿soportar esos detestable sketches (salivazos, nalgadas, nalgazos) de parejas de cómicos tan babosos, tan zafios y cínicos como Fox y Beltrones, Espino y «Germán«, Zavaleta y Noroña, El Peje y Ortega? ¡Nunca! Paso sin ver. He dicho. (¡Puagh!)

Pueblerina

Desperté en mi tierra Sobresaltado. En la boca un amargo sabor. Allá afuera, aquel escándalo…

Muchos ayeres hacía que no visitaba mi pueblo, aquel Jalpa Mineral que desde acá y a la distancia del tiempo y la geografía, entremiraba en mis sueños y mis nostalgias, y ansiaba hundirme en el goce del retorno después de media vida de ausencia, y recorrerla en cada flor, cada cerro, cada peñasco, e irlos nombrando por su nombre antañón, con los que hablaba con ellos en mi niñez. Y sí: huyendo de la estridencia verbal del ejercicio politiquero acabo de reconocer mi tierra, hontanar y manojo de mis floridas raíces, pero no estoy seguro de que mi tierra a mí me haya reconocido. La recorrí buscando alojamiento ya en este hotel, ya en esa casa de huéspedes, y todas atascadas de indocumentados que regresan a las fiestas de diciembre. «Y esos pagan en dólares». Cuando les mendigaba un mal catre donde pasar la noche: «Aquí no es mesón, siga adelante». Y que no vaya a ser algún tunante.

Por fin. En el mesón de doña Pía Rojas hallé un camastro desocupado y allí, al filo de la media noche se derrumbó mi cansancio, en el que cierto mal sueño se derrumbó. Y aquel malestar. De repente, todavía oscura la mañana, dolor de cabeza, mal sabor de boca, mal olor, pestilencia Me alcé del camastro, salí al corredor y desde el piso alto contemplé el corral. Y que me cachetea la tufarada de su vida animal y la carne podrida Haya cosa..

Nada de esto me imaginaba cuando un día antes me hice al camino, esa carretera sinuosa que el vehículo recorría trastumbando roquedales. De repente, ya casi al llegar, mi sobrino Lalo, que manejaba la camioneta:

– Oiga, apa, ¿y si por las dudas mejor le rodeamos por La Villita?

Que ahí al viajero lo reciben a tiros, y señalaba la finca a la que nos acercábamos, estallantes al sol sus chillantes colores. «La casa de tus parientes, los mentados Jiricuas«, Vasto adefesio, pura ostentación y un gesto pésimo su arquitectura. ¿Esta, la finca de mis tíos José Encarnación y Tencha grande? Sí, los papas de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., y de mi prima Tencha chica, que ficha en El burro de oro bajo nombre artístico de La Princesa Tamal. ¿Este, que era terregal de tierra abrojuda, puro huiscolote y víboras de cascabel? ¿Terrateniente mi tío, vil achichincle del presidente en turno, al que zanqueaba por media calle cargándole el cartón de cervezas, con mi tía Tencha conchabándole muchachonas? «Hoy son los meros mandones políticos. ¿No acaban de imponer en la presidencia a su mozo de estribo, uno chaparrito, jetoncito, peloncito, del PAN..?»

Y todo porque mi tío controla la droga de la región, y porque la finca es el mejor burdel del rumbo, regenteado por mi tía Tencha. «Allí, entre copa y copa, servidas por las mejores putonas de la región, narcos, sardos y policías arreglan el tráfico de la droga». Sentí el calambre en el bajo vientre. «Cero política, dije A la grilla politiquera de la capital vengo huyéndole». De ahí en adelante nada de política, garantizó Raudel. Y allá vamos.

Ya parpadeaba la tarde En un giro de la carretera me di el encontronazo con el Jalpa Mineral de mi niñez. Miré su paisaje roqueño, aspiré sus aromas de miel en penca y caña de azúcar recién tatemada, percibí el humano rumor de sus lugareños y a lo anticipado saboreé en mi lengua el picor de sus guisos. «Diérame remontar el río», dice el poeta zacatecano; ser niño otra vez y andar el camino que va del templo a la escuela Remontar el tiempo. Mis valedores:

Ahí estaba en el amanecer del domingo, contemplando el escándalo del corral. Los arrieros habían bajado de las rancherías con su recua de burros y muías cargados, que reclamaban su ración de pastura mientras la jauría de perros bravos enseñaba los dientes, y qué orgasmos de ladridos, de mordiscos y de cascos y pezuñas que alzan oleadas de polvo y tornan cacariza la costa de tierra Insoportable, el hedor. Raudel, llegado en ese momento: «Métete para adentro, retírate del jedor. ¿Ves la borrega despanzurrada?»

Cuestión de aguas corrompidas. «Gracias a perros y cuervos, al rato ni rastro de la carroña Vamos a la fonda a almorzar. ¿Qué te parece?»

Asqueado a la tufarada seguí observando la carne podrida y a la perrada disputándose estas tripas o aquel calcañar. En el filo de los muros cuervos, auras y zopilotes vestidos de negra sotana y capa pluvial se atrevían, saltitos cortos, a la rebatinga de la carne podrida Y esa feria de patadas entre mula y mula y esa escoleta de rebuznos en contrapunto con ladridos, relinchos y el craac, crrrac, de los zopilotes. Metáfora viva de la política Yo, aquella náusea

– A almorzar, primo. ¿Te apetece la carne en mole negro?

¿Carne, mole negro? El vómito. Hui de mi tierra Sin almorzar. Y qué hacer, sino volver a este corral citadino donde mulas y perros y zopilotes, ladridos, patadas, mordiscos, se disputan el hueso y la carne podrida Mi país. (Ah, mi país…)

Valedor del fregadaje

Y por esa razón, mis valedores, aquí exalto la presencia del Metro, benefactor de los pobres, que en México lo somos todos, si exceptuamos a los ricos. Ayer nomás, ya con un pie en el estribo, de pronto ahí, en el matutino: «Urge un examen antidoping a los celadores del metro». ¿Que qué? Cruz, cruz. Me trepé en el vagón, y el estremecimiento en la columna vertebral: «Columna vertebral de transporte en la Ciudad de México, el sistema de Transporte Colectivo Metro está en crisis ante la falta de mantenimiento de sus vías, trenes e instalaciones». Y que de continuar así, el próximo año podría sufrir un grave colapso. Ájale, ¿y entonces los que viajamos en él? Nosotros qué? Nomás me quedé pensando y…

¿Recuerdan ustedes cómo era el metro todavía hace unos ayeres? Nuevo, flamante, rechinando de limpio y acabado de engrasar, que como entre nubes se deslizaba en sus rieles. ¿Se acuerdan? Ayer observé el vagón que me tocó en suerte, y aquella tristura. El tiempo, constructor y destructor. Suspiré.

Y es que en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, de días y días y trabajo todos los días, el flamante vagón ha envejecido, y qué melancólico: apenas arrastrado por el convoy, al tener que avanzar le escuché aquel largo quejido que de las entrañas le brotaba, y de redaños aquel pujar. Al jalón de arrastre todos sus nervios y costillares se pusieron a chirriar, chillaron al modo del animalillo al que aplastan al pasar. Lo oí jadear mientras avanzaba, y arrojar chisguetes de viento que desparramaban humanísimos tufos de entrepierna, sudor y sufrimiento recóndito (yo, aquella tristura). Bajé los ojos; el piso, desbastado hasta el material de la base Examiné el resto del vagón: en el espacio donde van los indicadores de ruta, todo despapelado, descarapelado, leproso. Y qué fue de aquella agradable voz femenina que, en el sonido iba anunciando la hora exacta y el nombre de la estación a la que nos aproximábamos. El vagón, como todo joven (sangre roja, caliente), cantaba al andar, canto jocundo de enamorado. Hoy, viejo asmático, impotente…

«Por favor, permita el libre cierre de puertas». ¡Cuando el convoy iba ya en frieguiza! Y al llegar a su máxima velocidad, la femenina voz: «En breve reanudaremos el servicio. Por su comprensión, gracias». Ya el infeliz, alzhaimer y demás achaques de la edad, decía una cosa por otra, puros dislates. Yo, ¿por qué me encogí en el asiento? ¿Por qué aquella pena, la vergüenza aquella, la nostalgia? La vejez, el aletazo de la Descarnada

Un soterrado quejido al arribar a la estación. Un largo lamento cuando lo forzaban a continuar. Como que en su queja reclamaba la piedad del depósito donde descansar antes del inevitable deshuesadero. Y allá vamos, a querer o no, él rechinando y no precisamente de limpio, que debajo de los asientos observé el pomo de plástico, la caja embarrada de cremas y salsas, el pegote de la goma de mascar, todo oliendo a desgaste, desajuste, aflojamiento, vetustez. (Mi ánimo, que se añublaba). En su pelleja los viejos grafitos: «Warriors», «Puto yo». Fechas, mensajes, entrañables nombres que el punzón garrapateó en los cristales: «Lisa«, «Marta«, «Paulenka mi nena«, «Aída, tú, la de todos los días». El aletazo de tiempo que se nos fue para nunca más, dejándonos a su paso tan sólo un desplumadero de recuerdos. No lloro, nomás me acuerdo. ¿Me permiten? Una toallita de papel…

Y allá vamos, el reumático y el suspirante, el gotoso de los engranes artríticos y el pasajero que meditaba, reflexionaba, se oscurecía y en silencio moqueaba Allá vamos, en la tripa de la madre Gea, madre tierra, metros debajo de donde la vida fluye de cara al sol. Avanzamos a jadeos y pujidos y entre cimbrar de articulaciones mal ajustadas. Y de repente la súbita sacudida El convoy, en la oscuridad del túnel, se engarrotó entre dos estaciones. ¡Se apagaron las luces! ¡Jesucris….’ De inmediato, la iluminación, qué alivio, por más que sólo al 60 por ciento, y pistojeado. Sentí que en la cabina de mandos el operador soltaba la rienda y clavaba el acicate en los corvejones del anciano anquilosado, que reventó en rechinantes lamentos y estridencia de ventosidades. En el equipo de sonido: «Por favor, permita el libre cierre de puertas». Válgame. Y ya se avistan las luces de la terminal, y ya el operador aplica los frenos, y al rejón, el viejo asmático suelta el lamento que implora piedad. Yo, mi ánimo gemelo del ánima del vagón, andaba ya al borde de los pucheros y la lagrimilla Y fue entonces cuando alcancé a ver de ganchete: «Potrero«. ¿Que qué? Friégale, ¿cómo de que «Potrero«, si yo iba aquí nomás, a «Viveros«? Quise brincarme las trancas, corrí a la puerta, y en un convoy a su máxima velocidad grité, y los ojos de todos encima de mí:

– ¡Bajan, chofer! ¡Esquinaaa.!

Mis valedores: el Metro, valedor benemérito del fregadaje, sí, pero ahí nomás, al acecho… ¿el colapso? (¡Cuidado!)

Gatos de Washington

Oiga, don Mario Méndez Acosta miro en el diario la foto de Fox, de la Marta, la de los hijos de toda su reverenda Marta. Leo en el diario del sexenio anterior a una Cecilia Romero, panista «El papel de Martita es importante porque hay que romper el paradigma de las primeras damas que sólo eran acompañantes del Presidente o que se dedicaban a promover obras de beneficencia». En el diario de hoy: «Deja Margarita el bajo perfil. Agotó agenda con tres eventos en un solo día Se veía espléndida en el presidium, y se siguió con su sonrisa espléndida». Miro la foto de un chaparrito al que la gorra de comandante le queda tan grande como la camisola militar. En el diario: «El PRI dejó para mejor ocasión ubicarse como un partido de izquierda«. Y la escandalera de Chuchos talamanteros y agentes del Poder, y este mareo, este amago de vómito y la parodia del dicharajo: «Cuanto mas observo a los tales, más estimo a mi gato…»

El Rosco, sí, y con él La Bicha personajes que aceptan compartir este hogar. Ella, mansa bolita que rueda a los vientos de la caricia con sus modales de novia solterona que no ha perdido los coqueteos de la novia novicia. La aman Aída, el Ariel, la Mayahuel de las zarcas pupilas. Pues sí, pero ahí nomás, a dos metros, se engrifa El Rosco. Vejez y decrepitud, de repente se reviene y se sacude en accesos de tos y convulsiones y estridencias de estornudos. Se arquea entonces, toma resuello, y al sueño otra vez. Gato corriente, brusquedad de modales y la pelambre hirsuta, El Rosco es desapacible de ver, de tocar. Lo miro, y porque acabemos por entendernos le busco la cara y trato de granjearme su voluntad sobornándolo con el cacho de embutido. Pero él, nada Inaccesible, ni pide ni acepta Inexpugnable, ni implora no se doblega El es la dignidad pura, la solitaria libertad. Integro.

Y qué traqueteado a lastimaduras, qué áspera geografía su pelleja, fruncimiento y rasgaduras; y cómo no, si para sus nocturnas batallas más son los colmillos que le faltan que los caninos que le sobreviven. Pero él, indomable, irreductible, amo de la azotea Gatazos de callejón me lo acorralan, lastiman, revuelcan, pero El Rosco y su colmillo, ni un paso de reculón. Él, vacilante el colmillo, pero los redaños macizos, a enfrentar a los atrabiliarios. Al puro instinto, a la dignidad. Fogonazos sus pupilas y el colmillo desenfundado, El Rosco enseña esas encías huérfanas, y a espeluznantes maullidos mantiene a raya al sobrón, y al puro valor lo doblega, que valor es lo que al otro le falta- y a echarlo de la azotea, y a chisguetes ardorosos delimitar el territorio. Que El Rosco así es: el temple, el carácter, la dignidad sobre el desvalimiento. En la defensa de lo justo no claudicar. No importa dónde, cuándo, cómo, con cuál, con cuántos. Y ya rasgada la cuera, no culimpinarse ni gimotear, que B Rosco no es dado a lambidas (asi). Ya después bajará a la estancia y se echará a dormir, como si nada Luego va a alzar la testa y quedarse mirando algo a lo lejos, indefinido. (Ah, si pudieses pensar, o yo captar lo que piensas, qué paradigma serías de filósofo). Los aspirantes a guerreros vinieran a aprender de este samurai. Los intelectuales pedigüeños de la beca, el embute y la dádiva, invertebrados, vinieran a palpar el espinazo de El Rosco, indomable. Yo, al verlo enroscado en su duermevela

– Si supieras sonreír, ¿sonreirías? ¿Cuándo, a qué horas, por qué? Cuando estás a solas contigo tal vez para ti sonríes, que el de la sonrisa, como el del llanto es, para el decoroso, placer solitario. Y piso de puntillas para no turbarle su sueño. ¿Sus sueños? ¿El Rosco sabrá soñar? ¿Qué altivos sueños serán los suyos, tanto como su integridad, su autenticidad? El Rosco…

Llega la noche Escucho sus maullidos en la azotea, y con ellos me duermo y sueño con Lanzarotes, reinas Ginebra y Galaor con todo y el Santo Grial, y en sueños recorro azoteas de embeleco y, Sancho Panza que alucina con las hazañas de mi Dn. Rosco de la Mancha tras de su rastro camino entre merlines,endriagos y alucinantes molinos de viento. Con El Rosco cabalgo en Clavileño y me echo a hender los aires y remontarme hasta el éter, nidal de fulgores y errantes estrellas; más allá de la mediocridad, de la rampante vulgaridad, de lo ruin, de lo pequeñajo. Detrás de esos muros de embrujados castillos, magia y encantamiento, me aguarda mi Dulcinea la amantísima En las azoteas de mi sueño -mis sueños- yo, tras de mi Sr. Dn. Rosco de la Triste Figura, enhiesto el espíritu y el ideal flechando la inasible excelsitud, en sueños enfrento molinos de viento y gatos de la engañifa, la simulación, la ventaja, la gesticulación, la más cara máscara El Rosco…

Ahora lo estoy mirando: decrépito, lastimado, indefenso. Se me viene el impulso de compadecerlo. ¿Que qué? Alza la testa, me mira así, desde su altiva eminencia Yo agacho la cabeza.

El Rosco, la dignidad enteriza, inaccesible al deshonor. Bien haya ¿Y los gatos de allá arriba los gatos al servicio del Plan Washington? ¿Semejantes capones? (¡Puaf..!)

He de morir…

(Lo dicho, mis valedores: para todos ustedes, esta mi recordación anual de la Descarnada, redactado ayer.)

Organillo callejero que en el barrio – y en tu vieja melodía – vas llorando una tristeza – Tu tristeza por tan vieja- se asemeja con la mía…

La voz del cilindro, sí, por supuesto, que es decir la voz lamentosa del barrio bajo, la del corazón arrabalero cuando la hora de las tristuras. Esa, la del organillo callejero, fue la voz que hace rato oí errar por mi calleja, desparramando nostalgias en las notas de un vals (Olímpica) desmolado, destartalado, que en tono menor convocaba memorias añejas y remembranzas. Yo, el ánima contristada por los fieles difuntos, aquel suspirar. Mi padre Juan, Dolores, Remedios, y ahora pronto aquella que cubrió de platónico amor imposible mi niñez y primera juventud. Memento homo…

Será que noviembre ha invadido esta casa, con su aroma de cempazúchil; será que me hace guiños la Inexorable; el caso es que desde que abrí los ojos esta mañana percibí que el ánimo me amanecía anochecido, y asordinada mi mañanera alegría ¿O será que es noviembre? El caso es que la mañana pasé encerrado en el cuarto de los trebejos, y contemplaba aquellas fotografías que, de tan añejas, se visten de daguerrotipos, y me puse entonces a practicar el ejercicio onanista de la remembranza, la evocación, la tristura Y aquel suspirar…

Examiné las agendas en desuso con su fecha de hace qué años, cuántos, y sus señas telefónicas de 6,7 dígitos, y tantos nombres allí asentados que hoy son sombras nada más, y fantasmones familiares de amores que se esfumaron para nunca más, y de súbito: entre las hojas de la agenda que se deshojaba, la deshojada flor, casi polvo descolorido: un nomeolvides. ¿Quién sería la de la flor? Ah, la de nomeolvides que los amores marchitos han terminado por marchitar; la de mujeres que en el río de la vida, yo con su flor de nomeolvides en un libro de poemas, he olvidado a estas horas, como tantas mi nombre habrán olvidado. Quedo, suspirando apenas (a penas), Bach…

Sólo vinimos a dormir, – sólo vinimos a soñar; – no es cierto, no es cierto – que vinimos a vivir en la tierra…

Así, ceniciento el ánimo, a media tarde me di a levantar, con Aída (tú, la de todos los días), el altar de mis fieles difuntos: la mesa del comedor, un taburete encima, la oscura cubierta de lienzo y el reguero de crisantemos y cempazúchiles, grecas de papel morado, pan de muerto, cigarros, mezcal, el incienso y la calabaza en tacha Pastoreando la ofrenda, la vera efigie de nuestros ausentes: mi padre Juan, y con mi padre la parcelilla de cartulinas desde donde los descarnados me miran con ese modo turbador, recordándome (¡como si lo pudiese olvidar!) que polvo soy, y que tenemos una cita para reanudar esa plática que interrumpieron para morirse; que, entretanto, viva mi cacho de vida a todo vivir; que estoy vivo todavía, y a pesar de las carretadas de tiempo con que he edificado mi biografía personal, soy joven por el solo hecho de que no me he muerto. «Esto, ténlo presente, porque es más tarde de lo que te imaginas». Noviembre

Con mis muertos redivivos, viviendo entre ceras y cruces su vida efímera, terminé la ofrenda y las manos se me vinieron olorosas a noviembre, a oficio de tiniebla, a huesa y camposanto. Las almas de los fieles difuntos. Y la tristura La pinción, como allá decimos. Animas…

Por librarme de la presión (prisión, opresión) que me enrarecía el aliento, me escapé a la calle y la anduve unas cuadras y por si algo faltase a mi espíritu macilento, aquel pausado doblar de esquilas en La Porciúncula, en tanto a la distancia se venía, largo gemir de La Llorona, el carrito camotero. La oscurana, que ennegrece el caserío mientras la tarde, por no morir del todo, hace el último esfuerzo y cae en el estertor. Y achaques de día de muertos: a las primeras sombras, las primeras luciérnagas: unas cajas de cartón, como de muerto, su ánima de parafina, y el pregón infantil: «¿Me da mi calaverita?»
Y ahí: ante la reja del caserón, el repicar de la campanilla, y a la luz del farol la joven ya avejentada ¿oficinista, del servicio doméstico? Un nuevo repique, una ventruda que acude a reclamo y: «Seño, ¿me da mi calaverita?»

¿Que qué? ¿A su edad, y enganchada en la tradición de los niños? Y entonces, mis valedores, que veo venir a la ventruda de blanco uniforme trayendo en brazos a la criatura Guardería A la vista de la mamá tiende los brazos y suelta el llanto. «Su calaverita María. Anda con diarrea, cúrela».

La mujer tomó su criatura, la cobijó, se la acunó en el pecho y se fue alejando por esa calle Con su calaverita..

Y en la dulce mansedumbre de tu queja – que las sombras diluyeron – y en perfumes evapora la distancia – mi alma aspira la fragancia – de las cosas que se fueron… (Réquiem…)

He de morir…

(Aquí, para ustedes, mi recordación anual de la Descarnada.)

Me gustaría vivir siempre, siempre (…) -Porque como iba diciendo y lo repito: ¡Tanta vida y jamás! -Tantos años, ¡y siempre, muchos siempre, siempre, siempre!

Porque, a querer o no, mis valedores: se impone hablar de la muerte; tenerla presente siempre, y esto por una razón vital: vivos estamos, y por esta sola condición es la muerte nuestra segunda naturaleza y desembocadura natural. La edad no importa. No importa el estado de salud. Nada importa nada frente a la muerte que, dice el filósofo, siempre es posible, aunque no probable; esa que nos será siempre espantable, y prematura siempre, no importa a qué edad sobrevenga; y lo provechoso: si tenemos presente que nuestro destino es morir, más habremos de apreciar este nuestro tiempo de vida. Porque mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es, nosotros ya no somos. Y qué tiempo mejor para recordar a la muerte, la propia y particular, que estos días cenicientos de noviembre Memento homo…

Cuando yaces agonizante no mueres sólo de la enfermedad. Mueres de toda tu vida. Aprende a morir y vivirás, porque nadie aprenderá a vivir si no ha aprendido a morir. Si no sabes, no te preocupes: la naturaleza te dará todas las instrucciones a la hora precisa. Ella tomará por su cuenta el asunto…

Hoy, día de los «muertos chiquitos», yo invito a ustedes a recordar a nuestros difuntos (don Juan mi padre, mi madre Tula, mi hermana, Remedios, Rogelia la inolvidable); los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desaforada carrera rumbo a ninguna parte, y meditar en la única certidumbre que tenemos en esta vida: la muerte. Porque en verdad les digo, mis valedores: para morir sólo se necesita estar vivo, y sólo está vivo quien habrá de morir, y créanme: es más tarde de lo que suponemos; de lo que desearíamos tantos.

Y no quiero morir. No quisiera morir -amo la vida porque está colmada de poesía- y de crímenes, y de odio, y rabia y lágrimas…

No; ni el poeta, ni nosotros, sobre todo quienes ya andamos doblando el Cabo de Buena Esperanza. Pues no, pero habrá que morir. Hay que morirse: -hay que irse muriendo a piedra y lodo. -A soledad, a gritos, a poemas: -hay que morirse. Nada más. A secas…

Miguel Guardia, Sabines: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. -A ella le dijeron: tendrá suerte. -Alguien me habló todos los días de mi vida -al oído, despacio, lentamente. -Me dijo: ¡vive, vive, vive! -Era la muerte…

Y la figura de la muerte, a decir de Cervantes, en cualquier traje que venga es espantosa, y Octavio Paz: ‘Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a la otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida».

Aunque temerario y desaprensivo no sólo el mexicano; lo afirma Sabater el filósofo «Tan obsesionados viven los hombres por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo -lo matan-tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, enviándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo…»

La mortecina voz de un melancólico y resignado Nezahualcóyotl:

«¿Acaso se vive con la raíz en la tierra? -No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. -Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra -aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. -No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…»

Pues sí, pero algo que desde los tiempos sin memoria obsesionan al hombre: ¿qué es la muerte? ¿Cuál es el misterio sin fondo de la muerte? ¿Cuál? Sabiduría quintaesenciada, la literatura oriental:

«Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no buscáis en el corazón de la vida? Si en realidad queréis conocer el espíritu de la muerte, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el rio y el mar…»

Pero arriba corazones, estos que anidan vivos dentro del pecho, que ya lo afirma el Popol Vuh: «Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana». Y entonces, mis valedores…

Porque muerte y lucero están ahí nomás, tras lomita, vivir; pero vivir a cabalidad, con todos los sentidos vivos todavía; vivir hasta atragantarnos, cada día y en el cogollo de cada minuto. Hoy nada más. Por siempre hoy, por más que el «siempre» sea un invento del humano para sus dioses, no para simples humanos. Vivir la vida. Porque habrá que morir. (Memento mori.)

La náusea…

Y digo ahora, mis valedores: lo candido que era yo cuando apenas me iniciaba en el aprendizaje de la teoría política La de ocasiones que, sin atreverme a contradecirlo en voz alta, puse en esa clase de tela que es la de la duda las teorías de mi maestro en cuanto a la corrupción del Sistema de Poder. De la Superestructura, como la designa él, y que engloba las cúpulas castrense, clerical, de los partidos políticos y de esos organismos corporativos de control obrero que apodan «sindicatos», al igual que la industria del periodismo y los grandes capitales de aquí y el exterior, con los intelectuales orgánicos en calidad de parientes pobres, arrimados al Poder y mamando del FONCA y de CONACULTA, la Divina Providencia de tales menesterosos. Yo oía a mi maestro hablar de corrupción y entre mí lo juzgaba de exagerado. Lo que es la ignorancia Si seré cándido…

Lo ingenuo que era, lo tierno que estaba en aquel entonces. Porque recuerdo que hace algunos ayeres, en muchas de sus lecciones de teoría política rni maestro afirmaba que el sistema de gobierno de nuestro país funciona a base de un lubricante que hace trabajar de manera suave y sin peligrosas turbulencias el motor del sistema Ese lubricante, me dijo, se llama corrupción; una corrupción lucrativa e impune, «y esto lo puedes comprobar en la historia y la realidad objetiva». (Me reí por dentro.)

Corrupción. «Ese es el aceite con que el gobierno lubrica la maquinaria de la administración pública para que funcione de forma suave, sin sobresaltos ni rispideces que la vayan a desbielar». Yo lo escuchaba en silencio, pero dudando de lo que entonces supuse una exageración. Dudé, incluso cuando ilustró su tesis con diversos ejemplos. «Imagina, me dijo, y esto sólo es una suposición, que por tu aptitud y conocimientos el de Los Pinos te nombra director general de PEMEX o de la Lotería Nacional. Tú ya despachas en la oficina principal de la paraestatal cuando recibes una indicación de tu superior jerárquico: debes desviar cierta cantidad de dinero para una campaña política, pongamos por caso. «No, señor, no puedo llevar a cabo esa maniobra», le contestas. «Eso sería ilegal». ¿Que qué? «¿Ilegal, dice? ¿Y entonces qué hace usted en el puesto..?»

Tienes que renunciar. Por cuanto al hombre que te sustituya..

Tu sucesor será aquél que esté dispuesto a acatar la orden y realizar la maniobra de corrupción ordenada por el superior. A cambio de su docilidad, en el ejercicio de sus funciones tendrá licencia para robar hasta cierto límite, el del escándalo público, que hay que evitar. En el gobierno robar es una ley no escrita Roba pero con una condición: que si se tiene que llegar a tomar esa medida extrema el propio gobierno va a exhibirte de ladrón, y tú ya habrás de quedarte callado y apechugar, sin el recurso de defenderte acusando a tus colegas o superiores jerárquicos, de los que te constan sus latrocinios. Ni aun en la cárcel vas a poder revelar secretos «de estado…»

Y que para el caso ya existirá un expediente donde se documentan puntual, minuciosamente, las depredaciones de tu sustituto, que se activará cuando el gobierno lo considere oportuno. ‘Todos los funcionarios públicos tienen su expediente archivado. La pirámide del Poder mantiene su cohesión y su buen funcionamiento por medio de la corrupción pública»

Pues sí, pero no. Yo, candoroso de mí, no procesé cabalmente el dato, que quedó sepultado entre el borbollón de enseñanzas que en cada sesión recibía del maestro. Pero al paso del tiempo, mis valedores, y ahora mismo, mirando hacia atrás…

Ahí los López Portillo y congéneres, ahí el mediocre de las cejas alacranadas, ahí la corrupción descomunal de Salinas y compinches, y un Zedillo asesino de Ferrocarriles Nacionales de México. Y hoy, hoy, hoy, de repente, mis valedores…

¡La tufarada el estercolero, el nauseabundo excusado con el Tamarindillo de Fox atascado de miércoles, al igual que el de los hijos de toda su reverenda Marta, esa que en seis años justos -injustos- enriqueció hasta la náusea a toda su parentela con los dineros de todos nosotros, que debían beneficiarnos a todos! Es México. El de los Fox. (Cristo.)

¿Torta, empanada o chorizo…?

La Bicha y El Rosco, gatita y gato que forman parte de la familia, mis valedores. Mansa La Bicha, solterona virgen, su suave mansedumbre contrasta con los arrestos de El Rosco: viejo él y decrépito, pero altivo y enhiesto como guerrero que no conoce la rendición. Cada mañana, tras de una noche en las azoteas, con la pelleja cuadriculada a arañazos retorna a casa, pero entero él, inaccesible a la decrepitud, corazón y entrepierna enterizos. Me ordena entonces que le sirva el desayuno, y más tarde a ronronear sus ensueños de dulcineas de barcino color y pupilas fosforescentes. Y la paz…

Pues sí, pero yo también, gato viejo pero entero (o casi), tengo esa mi Dulcinea a la que sueño despierto, miro en mis sueños y echo de menos al yacer juntos en el compartido amor, y ahí el problemón: cada mañana, oscura todavía, el aventurero volvía de su errabundaje, y a maullidos me arrancaba de mi mágico universo de ensoñación y ordenábame le abriese la puerta, y en derechura hasta la cocina, y a colocarse al cuello la servilleta, y vengan de ahí esas croquetas; yo, en tanto, a la desmañanada, tragos de bilis. El Arieluco.

-¿Y si en la azotehuela le mandas abrir una puertecita para que El Rosco entre directamente a la cocina, pa?

Santo remedio. Llegaba el madrugador, empujaba su puerta, y a la cocina. Yo, a vivir mis sueños, que de repente tornáronse pesadillas, porque horror: la cocina comenzó a amanecer devastada, violada, patas arriba. Tanto estimamos al Rosco que en un principio soportamos saqueos, guerra sucia, guerra de baja intensidad y un caos de tierra arrasada: carnes, leches, embutidos, horror. Un acto de suprema depredación agotó la paciencia: familiar todas las empanadas que Aída, la de todos los días, acababa de hornear…

-¡De jamón, queso, tocino, mis empanadas! A la basura las sobras.

Tibias todavía, palpitantes fueron sacrificadas, y el acabóse: con las empanadas se despanzurró la paciencia familiar. De aquí en adelante. Tolerancia Cero. Reunión de emergencia en el Camp David del antecomedor. Gesto agrio del paranoico Bush (mi Tomás primogénito); de falderillo, Blair (el compa jardinero), y al lado, sicópata belicista, la Condolezza Rice de Seguridad, o sea la de las empanadas. Y que hay que exterminar ese eje del mal, clamaba el Bush casero, «porque en esta casa hay que preservar del Bin Laden doméstico la paz, la democracia, la libertad y las empanadas». Y arrojarlo de un hogar que ha deshonrado, o ya de perdida caparlo, gesticulaba. Blair. Yo, un Ban kimoon casi tan inservible como todos los de la ONU, trataba de salvar los valores (los hovos) del Rosco Hussein

-¿Y si le diésemos 4 semanas para que desarme sus malos instintos?

Nada. Arrasar con las alilayas del Rosco, por Al-Qaeda y talibán

Bendito sea Alá, Dios de apelativo. Cierta mañana descubrimos a los agentes del mal No El Rosco, qué alivio, sino una célula de terroristas, puro gato de callejón, que se aprovechaba de ola puerta para mandarse hasta la cocina y arrasarla que ni el PRI-Gobierno en sus buenos tiempos, para los paisas pésimos. Exonerado de culpas, mi Rosco quedó más puro y beatífico que cuando hizo su primera
comunión. A clausurar la puerta, y el problema terminó. ¿Terminó? Acababa de comenzar, porque amargas se tornan mis noches y miserable el descanso nocturno; y es que desde el oscurecer y hasta el alba la pandilla de bergantes se congrega en techumbres y azotehuela, y a la evocación de un chorizo de generoso tamaño y una empanada jugosita y tibia todavía, a plañidos, rugidos e imprecaciones intentan tentármelo, el corazón, o provocarme miedo. Ah, esas riñas entre ellos mismos (dientes, uñas, garras,) al delinear estrategias de lucha Esos llantos de niños sufrientes, esos aullidos que mezclan súplica y rabia, y tales bufidos que amenazan, que maldicen:

– ¡No seamos intransigentes! ¡Dialoguemos con él! Hay que reconocerlo como el presidente legítimo de esta casa. O qué, ¿no somos demócratas..?

– ¡La manga! Lo que dicen ustedes es empanada. ¡Quieren chorizo, punta de dialoguistas, gradualistas de miércoles! Qué vocación de colaboracionistas la suya. ¡Talamanteros dejaran de ser!»

– ¡Momento! Yo insisto: a ese chiche bigotonzón hay que reconocerlo. Si ese pato tiene plumas de pato, tiene cola de pato, nada como pato, camina como pato y hace cuá-cuá como pato, ¿voy a ir a ver si hace croac-croac.?

– ¡No mame, compañera, deje de leer Selecciones! Ustedes, los chuchos, no hacen cua-cua, no hacen croac-croac, sino puro gua-gua Pero bueno, ¿conque, queremos chorizo, queremos empanada? Entonces a seguirnos jodiendo a ese bigotón, hasta que afloje la empanada como el derecho de piso que le cobramos. Órale pues: a la una, a las dos y a las…

Yo, insomne, espumante de rabia y los ojos al techo clavados, juro a chuchos y Cía: «A ustedes, agentes del Poder, puro chorizo, porque empanada ya no hay». Y
punto. (Faltaría más.)

¿Lo conocen ustedes? El Jiricua

Noche cerrada. De repente válgame, que se va la luz. Todo mi mundo en tinieblas. Lámparas, libros, computadora, todo a la oscuridad. ¿Y ahora qué hacer? Volando por instrumentos (tentaleando los muros) llegué hasta mi cama, donde chocaron uno de sus filos y una de mis espinillas. Al dolor vi estrellitas; pero estrellitas de verdad, no de esas pacotonas del Gran Canal (de TV). Logré ubicar mi sillón y aquí estoy, sobándomela, lamentándome y lamentándosela a los del servicio de luz. Yo, que me disponía a redactar una fabulilla de alta filosofía (La esencia del ser y estar del mexicano), estoy aquí, hundido en el sillón, la viva imagen del acto fallido, y esto cuando mal me reponía del sofocón que me ocurrió al mediodía. Y qué hacer…

¿Lo que al mediodía me ocurrió? A compartir garnachas y chicharrones había invitado a los vecinos de la tertulia, pero sucedió que al convivio llegué a los postres. Y qué hacer, si el volks. cremita me dejó tirado allá por la terra incógnita de Cd. Neza cuando regresaba de inspeccionar un salón para reanudar mi taller de lectura. El condenado mecánico, que habiéndome cobrado una bobina legítima, al volks. me le embombilló una de segundo cachete. Pringado de grasa llegué a Cádiz y me metí a la ducha, pero de súbito: ¡la sorpresa, el sofocón! Al mirarme, La Lichona apretó en su mano el tasajo y la tía Conchis se engarrotó con el chorizo en la boca «¡Impúdico, sucio, libidinoso de miércoles!» (Era domingo.) Y es que de repente, ante los comensales aparecí encueradito y culimpinado, buscando mis chonchines (lilas, con adornos de corazones magenta). El cortinero que divide baño y comedor, por los suelos. Yo ahí, mostrándolos a los invitados, Dios. Y a encogerme, engarruñarme, cubrir con la mano lo que a la mano tenía lo que a la mano tenemos todos. Eso, a mediodía Ahora, en tinieblas, el suspirillo: y pensar que el artesano por su madre que está en el cielo me juró que el cortinero quedaba firme en el muro, y «si le cobro caro es porque soy un profesional». Sí, de la falta de responsabilidad. Ah, paisas, cuándo se nos quitará lo paisas…

Mientras vuelve la luz pienso en los buscavidas de mi país, los del «ai se va, pa lo que pagan, total»; y luego «exigimos» en Los Pinos todo un estadista y no lo que merecemos: apenas «uno chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes». A la añoranza traje a aquellos esforzados artesanos de mi Jalpa Mineral cuando yo chamaco de párvulos: herreros del cuchillo cachicuerno, guaracheros, gente de jarciería y el esforzado zapatero remendón que a remiendos y medias suelas alimentó mi niñez, y entonces, la evocación del esforzado aquel…

Ah, tú, El Jiricua, espejo y flor de artesanos que aman su oficio, que lo honran hasta el sacrificio de la propia vida En la añoranza te miro, te admiro, presente con tu prieta pelleja claveteada de rosetones color de rosa Al alba carretonero de la basura, y el resto del día aguador, capa-puercos, gritón cuando requerido por los vecinos o la autoridad La bocina de victrola en los belfos:

«¡Aaa..tención! ¡Don Sidronio Tiscareno perdió una vaquilla prieta cuatezona con un lucero en la frente! ¡Se pagarán las albricias al que..»

Pues sí, pero todo su celo profesional afloraba en la actividad donde fue a dejar la vida- vaciador de fosas sépticas. ¿Que ésta llena ya hasta los bordes, amenaza con derramarse? Venga El Jiricua, y problema resuelto. Él, pala y bote alcoholero, a bordar una obra de arte de suprema exquisitez, y el servicio excusado nuevo otra vez, flamante, rechinando de limpio. Orgulloso, en la obra El Jiricua le estampara su firma de no ser analfabeto. Él, hombre digno frente a mecánicos, cortineros y autoridades de mi país, bien haya..

De esa pasta de privilegios fue forjado El Jiricua, la de los varones de pro, los de los redaños en su nidal Que muy profunda, resbaladiza y a punto de derrumbarse estaba la fosa aquella le advirtieron los precavidos, y que el riesgo era excesivo para paga tan exigua Pero él, varón de ética y moral personal, no hacía distingos entre lo dificultoso y lo fácil, y no discriminaba fuera la fosa séptica de la escuela, la de los billares o la del mesón. Él, celoso de su trabajo, no se arrugaba cuando para vaciar inmundicias era requerido. Muerto lo sacaron, ahogado en aquel hondón de inmundicias. Hasta donde él se encuentre, le envío mi reconocimiento sin límites. Aquí y ahora evoco la vera estampa del benemérito, y le expreso el presar de tenerlo tan lejos, que de otra forma la mano puesta en el corazón, habría de decirle: Mi señor El Jiricua..

No conozco el sistema de inodoros en que los Fox-Sahagún depositen El Tamarindillo y anexas, ni sé en qué sanitarios planten sus dos reales los hijos de toda su reverenda Marta, pero de algo sí estoy seguro: por su fétido olor, que contamina todo el país y trasciende fronteras, esos servicios se encuentran atascados de porquerías. Cubriéndome la nariz lo evoco e invoco, mi señor El Jiricua: ah benemérito, allá donde usted ande a estas horas, cuánto se requieren sus servicios en México.

(Mi país.)

Kafkiano…

A la kafkiana cita de Kafka que ventoseó Fox cuando presidente del país me referí ayer, y que el de San Cristóbal cayó en el lugar común como tantos que, sin haber leído al de Praga, repiten a lo indecoroso: «Si Kafka hubiera escrito en México, su obra sería costumbrista». Fue en la ciudad de Durango donde Fox se atrevió a abrir su boca para ventosear el vituperio:

– Es kafkiano que siendo un país con un extraordinario potencial en materia energética, estemos atorados por unos cuantos diputados necios…

Ironizó la legisladora priísta Marcela Guerra:

– Me pregunto si alguna vez Vicente Fox ha leido a Kafka. Iría más allá, me pregunto si sabe el nombre propio de Kafka...

Hablando del escritor y su sub-mundo de angustia, pesadilla y deshumanización, pienso en El Proceso, metáfora alucinante de la justicia. De la falta de justicia Yo, a la vista de un Calderón que tan pronto y decidido se exhibió a una gastritis mal atendida, hubiese podido apostar que iba a manifestarse frente a la presunta riqueza ilícita de Fox, de su segunda esposa y de todos esos hijos de toda su reverenda Marta. Pero no. Un prudente silencio, y una falta de justicia descomunal. Y a mí se me vino a la mente aquella escena de El Proceso que se refiere a la justicia, esa que no conoció en vida la señora Ernestina y que Fox conoce todavía menos que a Kafka.

La justicia Elocuente, a propósito, la alegoría que se consigna en la escena del desplome que sufre el protagonista de El proceso, un tal José K., empleado bancario, en la triunfadora maquinaria de la «justicia»? Sí, leyes, jueces, tribunales, expedientes y una atmósfera enrarecida donde nunca el acusado llega a enterarse del delito por el que sufre un proceso que lo va a conducir hasta donde ustedes habrán de enterarse en el capítulo final. La escena, que Fox, estoy cierto, no conocía cuando aseguró aquello de que es kafkiano que unos diputados necios, etc., va más o menos así:

Hubo una cierta ocasión en que José K., buscando algún juez con quién indagar acerca de su expediente, acudió al tribunal de justicia y penetra en sombríos corredores hasta desembocar en una oficina que atienden una joven secretaria y un burócrata menor 0os magistrados, invisibles). Joven y pleno de salud y vigor, conforme se interna en el ruinoso edificio va sintiéndose presa de náusea, debilidad, vahídos, desvanecimientos. La joven, al observarlo:

– Se debe haber mareado. Casi todos experimentan los mismos síntomas cuando vienen aquí la primera vez. Hay que llevarlo a la enfermería

José K. evitaba internarse aún más en el edificio, porque según se alejaba de la puerta de entrada iba en aumento su malestar. «Estoy en condiciones de irme yo solo», pero comprobó, desalentado, que le era imposible mantenerse en pie. Se alegró cuando decidieron trasladarlo a la calle. «Bastará con que me dejen en la puerta Estoy seguro de reponerme enseguida». «Vamos -dijo el hombre-. Levántese. Supere su debilidad».
José K. sentía náuseas, mareos, como estar en un barco golpeado con violencia por las olas en medio de la tempestad. Le pareció oír el rugido de olas que se precipitan sobre él. Como si el corredor se balanceara, como si los que en sus asientos aguardaban justicia oscilasen al compás del balanceo. Le era imposible comprender la calma que manifestaban los dos funcionarios menores que le conducían casi en vilo. Se percató de que le hablaban, pero le era imposible entenderles. Sólo podía oír el ruido que llenaba todo el espacio y que retumbaba como una sirena (…) De pronto notó un golpe de aire fresco. «Está en la salida ¿no quiere marcharse?»

José K. sintió que volvían todas sus fuerzas, y descendió con rapidez los escalones. Sus acompañantes le observaban desde arriba

– Gracias, muchas gracias -Casi no pudieron responderle. José K. se dio cuenta de que ellos, acostumbrados a la atmósfera viciada de las oficinas, no soportaban el aire fresco que se colaba por la puerta. Es probable que la muchacha se hubiese desmayado si José K. no se apresurase a cerrar la puerta Bajó brincando los escalones, sintiéndose fuerte otra vez, vigoroso…

Hasta aquí Kafka, y a esto quería yo llegar: nosotros, fuertes y enteros, ¿resistiríamos el contacto con la justicia esa desconocida del paisanaje? ¿No sufriríamos mareos y vahídos si nos viésemos forzados a reconocer los laberintos de la «justicia» a la mexicana, ese mundo viscoso, vicioso y viciado del Fobaproa-IPAB, la entrega de bancos, aerolíneas, etc., al capital extranjero, la ‘Iniciativa Mérida» de los vendepatrias y su silencio ante la riqueza de la que por intocable es la «sagrada familia»? Los magistrados, si de pronto se viesen forzados a aplicar la justicia, ¿conservarían su salud física.?

Abyecto, sí, pero nosotros, mientras tanto… (Kafkiano.)