Sus cálices amargos…

Y en Guatemala, después de años renegridos en que la vota y el espadón cuartelero erizaron el territorio con un reguero de 250 mil muertos, llegó un gobierno civil. Años antes yo había visitado esa Guatemala «dulce y sombría», que dijera el poeta y exiliado entre nosotros Luis Cardoza y Aragón. De mi visita logré un par de amigos, y al saber que Cerezo Arévalo, civil, llegaba al gobierno, desde aquí les envié un mensaje que considero válido hoy día cuando los chapines amanecen estrenando un Alvaro Colom socialdemócrata que arrancó su gestión con un discurso así de «original».

Hoy empezamos el privilegio de los pobres. Es un compromiso adquirido estos últimos nueve años de lucha por el plan de la esperanza.

Nosotros, mis valedores, ¿no hemos oído retórica semejante en los picaros que han logrado, con malas y peores artes, treparse a Los Pinos, para desde ahí aplicarse a empobrecer a las masas en provecho propio y de grupo? Mi mensaje a la pareja de amigos que dejé en mi remota visita a Guatemala.

«Marucha y Virgilio, ¿lo recuerdan? En el recinto oloroso a maderas donde hablábamos de poemas, saboreando ustedes el tinto, tronaron ráfagas de metralleta. En voz baja, doloridos de la guerrilla y el gobierno militar.

«Cuándo tendremos un gobierno civil, como ustedes en México.»

Lo tuvieron. De repente fue «mandatario» un Cerezo civil de frutal apellido. Yo desde aquí les envié el recado: «Felicidades pero no brindar todavía No por aguarles el tinto sino por un impulso dé amistad les pregunto: ¿qué democracias les aventó el Cerezo en su discurso inaugural? ¿Qué de justicias y demás sustantivos altisonantes que los demagogos convierten en cuentas de vidrio y demás abalorios con los que engatusan a los nativos?
¿Los llamó compatriotas, chiquillas y chiquillos, mis amigas y amigos? ¿Cómo…?

(Mi administración, Colom lo jura, sucederá a varios regímenes de derecha que en el último siglo gobernaron en beneficio de los poderes económicos y en perjuicio de la mayoría de la oblación pobre. Si así fuese cuánta ventaja nos llevarían los chapines en materia de justicia social. Pero palabras, exclama Hamlet; puras condenadas palabras. Sigue el mensaje.)

«El de Cerezo sería una pieza oratoria redonda, de mucha sonoridad, con un fuerte sabor decimonónico, porque de los presidentes es, si no otra ninguna, la gracia de la retórica, de los discursos mandados a hacer. El de la toma de posesión sería altisonante, garapiñado de esos vocablos que le dan sabor: derechos humanos, justicia social, hacer más por los que menos tienen y así seguiría la diarrea de promesas y vocablos domingueros (tú, Virgilio, ya habrás descorchado la segunda de tinto. Salud.)

¿Cerezo les prometió que los crímenes del pasado no quedarían impunes? ¿Pactos de solidaridad, pronasoles, enciclomedias, seguro popular?

Aquí, el vómito de aplausos a cargo de una claque política servil y rastrera ¿Que cómo pude adivinarlo? ¿Intuición mía? Qué va Conocimiento del paño, sin más. Yo habito en la entraña de un gobierno civil en un «estado de derecho», donde a las masas siempre me la han embobillado, como supositorios, discursos de esa ralea Que si arriba y adelante, que si la solución somos todos, renovación moral, les voy a dar en toda su mother-nización para el bienestar de la familia, un voto útil para el «cambio», «presidente del empleo» y cuidado con ese otro, que es un peligro para México. Ah, demagogos. Ah, Guatemala. Ah, México…

Marucha, Virgilio: en mi País y más allá de las promesas embusteras, a cada ascenso presidencial corresponde un ascenso en los precios de la canasta básica A los 5 años con uno, a los 5 meses con otro, y con el chaparrito, jetoncito, a los 5 minutos. Marucha, Virgilio: ya conocen a estas horas el rigor de los licenciados; ya probaron la distancia que va de su verba salivosa a la acción; sepan también: Guatemala y su hermano mellizo del norte son vidas paralelas y un destino común de pueblos sometidos porque se niegan a pensar, a ejercitar la autocrítica a organizarse no en muchedumbres, sino en comités ciudadanos autogestivos para así, con la ley en la mano, darnos ese gobierno que mande obedeciendo, y no. Nosotros, ha ¡e-xi-gir! Lóbrego.

Pero ánimo, que amanecerá. Al señalar a los dañeros de Guatemala, como también a los de acá, clama el poeta de ustedes, de todos nosotros:

Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados. «Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte…»

(Vale)

Dulce y sombría, Guatemala .

Este es un recado, mis valedores, que me permito enviar a dos amigos que hace lustros dejé en Guatemala. Hoy, porque amanecen con un nuevo gobierno civil, les recuerdo el contenido de mi mensaje.

Marucha y Virgilio, amigos que dejé en aquellas tierras; cuánto quisiera que este fuese un a modo de mensaje del náufrago que ustedes encuentran extraviado en la playa, y que en leyéndolo recordaran de golpe al fuereño aquel que de visita en su país, hermano mellizo del mío, en la fugacidad de un par de horas fue amigo de ustedes dos, estudiantes de la benemérita Universidad de San Carlos. ¿Se acuerdan?

En el forastero identificaron al fabulador de relatos y algunas novelas de fantasmagorías, como aquel Bramadero, un Malafortuna de muertos resucitados y aeroplanos antediluvianos, y una cierta Trasterra que… Sí, lo real maravilloso, que dijo Carpentier el cubano.

De llegarles el mensaje recordarán el café, el tinto y aquel poema que me ofertaron mientras hablábamos de verso libre y alejandrinos. De repente, ¿se acuerdan?, en la quietud de Guatemala («donde se oye cuando una garza cambia de pie», que dijo Cardoza y Aragón)

retembló aquella descarga de metralletas. La charla, a media voz, se empantanó en asuntos de guerrilla y gobierno de bota y espadón cuartelero. Tú, Virgilio, suspiraste:
– Cuándo será ese día en que nuestro país disfrute de un gobierno civil como el de ustedes, en México. Cuándo será ese cuando…

Azozobrados, me interrogaban acerca del presidente de mi país; un licenciado Jerasimo, por supuesto. Es que eran los tiempos del PRI-Gobierno…

Qué tiempo. Reinaba por aquel entonces su graciosa majestad Echeverría Primero. Después vendría la alucinante danza de la(s) pompa(s) y circunstancias de LEA, Su Alteza Real, y más tarde esa sórdida galería de los mediocres cuanto rapaces vendepatrias, donde destacaba Su Alteza Serenísima, uno chaparrito, peloncito, orejoncito, que con su voz de pito de calabaza se dirigía a sus súbditos:

– ¡Compatriotas! ¡Liberalismo social! ¡Solidaridad! ¡Con el Tratado de Libre Comercio, directamente al Primer Mundo! (Toco madera. ¿Será madera la de la mesa donde redacto estos párrafos?)

Tú, Marucha, el suspiro: «Cuándo tendremos en Guatemala un gobierno civil…» Y un trago al tinto. Al desgano, me acuerdo…

Yo, por no desilusionarlos, sofrené mi primer impulso: contarles eso en que los gobiernos civiles habían convertido los asuntos de mi país. Pero sí, años más tarde, por fin, llegaría para ustedes el turno del mandatario civil. Al tomar posesión de su cargo, el del frutal apellido iba a clamar, índice en alto, las promesas del consabido catálogo: «¡Compatriotas, mi gobierno retornará al camino de la democracia, la justicia social y el respeto irrestricto de los derechos humanos..!»

Excelente, sí, ¿pero dónde había yo escuchado esa promesa siempre incumplida? En fin. Ustedes, amigos guatemaltecos, contaban ya con su licenciado Jerásimo (él es un primo mío carnal, licenciado del Revolucionario Ins.), o lo que es lo mismo: Cerezo Arévalo, presidente civil. Yo, entonces, conocedor del paño y escamado por la acción nefasta de unos gobiernos civiles que en mi país habían resultado tanto o más dañeros que los de la larga tradición cuartelera, me arriesgué al papel de aguafiestas y les envié aquel mensaje reservón:

«Ya estarán contentos, amigos ausentes: ya tienen ustedes aquellos por lo que suspiraban, su gobierno civil. Felicidades. Atrás han quedado, ojalá que para siempre y nunca más, la bota y el espadón. Seguro estoy de que ustedes, a solas en aquel cuarto que huele a maderas, a estas horas brindarán con tinto y alzarán la voz y la copa en honor del gobierno civil como en México…

Felicidades, pues, pero un momento, no alzar la copa todavía, no repetir el brindis. Aguarden, amigos, que algo debo y quiero decirles. Yo, por razones diversas, aún ignoro el sentido del discurso que en su toma de posesión como presidente de Guatemala habrá «perpetrado», sé lo que digo, su Cerezo frutal. Yo, mis amigos, no por aguarles el tinto
sino por un…» (Mañana)

Cuidado, que es México…

Miro la foto del matutino, y al de la foto yo lo conozco, que aquí nada ha cambiado en los años recientes que no sea para empeorar. Si no es mi paisano pudiera serlo. Miro, observo la foto, y mientras más la contemplo más me convenzo de que este cristiano pudo nacer en mi tierra de Zacatecas y aun ser de mi misma carnada Porque sí: el mismo estilo de vestimenta el mismo gorro de palma, los huaraches, la chamarra y al hombro el morral. Como ranchero que acabara de bajar desde La Villita o Milpillas hasta mi Jalpa Mineral. Qué cosas…

Miro la foto y pienso: ése se llama Juan, Pedro, o Reginaldo, y se apellida Muñoz o es de los Llamas o los Tizcareños de La Cañada Lo calculo pacífico, manso de corazón En sus terregales de Tepezala siembra maíz, frijol, calabazas. Los domingos baja al pueblo a la misa de doce, y ya con la bendición encima se desbalaga por el Barrio Alto: sal, azúcar, cigarritos, alcohol del 96. Más tarde el trago para entonar el cuerpo, y arrendar para el rancho, ya al pardear, a aquello de entre dos luces. Y la paz…

Pero no. En ese morral, el de la foto no carga cigarros ni envoltorios de azúcar y sal, sino piedras. Ladrillos. En la diestra no afianza el cigarrito sino una calibre 22 negra, cañón recortado. Con el tambor (la mazorca, que allá decimos) retacada de plomos…

Tejupilco, Estado de México, lustros atrás. Miro la foto. Observo un edificio en desgracia puertas desencajadas, macetones quebrados, vidrios hechos pedazos y por el suelo semejante regazón de piedras, ladrillos, garrotes, cuajarones de sangre oreada Tejupilco. «Dos policías y un civil muertos y más de 60 lesionados fue el saldo del enfrentamiento suscitado entre miembros de seguridad pública del Estado y lugareños descontentos…»

Miro dos, tres, muchas fotos más. Todas ellas certifican la violencia que se produjo en el choque entre granaderos y esas docenas de gorrudos que, dicen las notas de prensa, dejaron inservible el inmueble municipal. Tejupilco. El de la calibre 22 en la diestra va caminando rumbo a la entrada del edificio, y se mira dispuesto a todo, a como dé lugar y a ver a cómo nos toca Pueblerino que se ha mantenido pacífico desde el estallido de 1910, yo intento calcular cuánto habrán tenido que irlo exasperando los malos gobiernos de Echeverría y López Portillo, para que más tarde el mediocre de las cejas alacranadas abriera de par en par las puertas de México al libre comercio, y el orejudo entreguista y pro-yanki asestara al agro los rigores del Tratado de Libre Comercio, y los vende-patrias que vinieron después anden hoy de culiprontos, PEMEX en esta mano y en esta otra la energía eléctrica «Baratitos, patrón…»

Cuántos sexenios de perversión impune, cuántas medidas presidenciales adversas al paisanaje, qué de agravios no habrá tenido que cargar el paisano sobre los lomos para que de repente se haya decidido a afianzar esa 22 de cañón recortado y ande a estas horas con la sana intención de no dejar títere de Bush con cabeza..

Por lo pronto, lástima, ya sembró en el camino a ese de uniforme, polainas, casco y garrote de granadero. El de las fuerzas represivas ahí quedó, boca abajo, en un charco de sangre. Y qué coincidencia el victimado pudiera haber sido, él también (morenillo, lampiño, jetón, quizá un diente de oro) pariente cercano del victimario…

Miro la foto. Entereza sombría, sobrecogedora, la del paisano de Tejupilco, y pienso: ¿durante cuánto tiempo podrán todavía los del Poder mantenerlo a raya? ¿Cuánto tiempo después de la apertura total del TLC, cuánto más, cuánto? ¿Cuántos más de uniforme tendrán que agenciarse? Y caramba solo y por la calle, el morral al hombro, se advierte tan manso el paisano. Pero no, que cuando ya le colmaron la medida, un arma en la diestra y esa estampa alzada le dan todo el aire de un Zapata redivivo. Mis valedores…

Más allá de las protestas callejeras, más allá de la mentada mega-marchita señalada para el 31 de enero, que el gobierno ni oye ni ve, ¿hasta dónde podrá soportar la exasperación del paisano de Tejupilco? Ah, tecnoburócratas pro-yankis: cuidado, mucho cuidado, que Tejupilco es México. (Este país.)

¿Ladrón el ex-presidente?

A fin de cuentas, mis valedores, y a juicio de ustedes: ¿el ex-presidente nos resultó que es un vil sinvergüenza? ¿No lo es? Yo, en el intento de hacer luz en tan oscuro misterio, aquí le envío el presente mensaje:

Señor ex-presidente. ¿O debo llamarlo presidente, con el razonamiento de que a Panchito Madero se le sigue nombrando con dicha denominación? Yo a usted me permito suprimirle el título de presidente. Ya no ostenta ese honroso cargo que, según todos los indicios, usted deshonró. Así pues, señor ex-presidente: ¿es o no es usted culpable de los fraudes que se le achacan? En su gestión como presidente, ¿fue un funcionario intachable, pura honradez y honorabilidad, o se echó sobre los dineros públicos, como afirman algunas autoridades? De buena fuente conozco que no es usted el hombre probo que parecía, y que pesan en su contra acusaciones que mientan cifras millonarias. ¿Qué dice usted al respecto, señor ex-presidente?

Leo sobre su caso y me permito algunas consideraciones empreñadas de candor: y pensar que en un puesto público como el que usted desempeñó se alcanza la trascendencia Y pensar que se puede pasar a la historia como un funcionario honrado, que cumplió su cometido con honorabilidad. Pero no; usted se ha emporcado con sospechas de ladrón. ¿O cómo podemos calificar a uno que aprovecha el puesto público para desviar en su provecho sumas millonarias? Señor ex-presidente: ¿en tan poco apreció la fama pública? ¿Tan urgido anduvo de dineros que cayó en la tentación de pasar a la historia como un sinvergüenza? ¿Tan poco temor al reclusorio?

Sí, claro, bien cierto estoy de que para conjuntar el dicho reclusorio cuenta usted con dinero e influencias; que uno de su peso político y económico no cae fácilmente a la cárcel, que hasta hoy no parece existir indicio de tal posibilidad; todo por unas leyes alcahuetas de los pudientes, de los influyentes, que por esos tales fueron redactadas y los tales aplican con un criterio muy particular, siempre en el propio beneficio. Bien lo decía, palabras más o menos, Anacarsis, filósofo de la Antigüedad: «La ley es una red que recoge peces diminutos y es incapaz de atrapar los peces gordos».

Como usted, señor ex-presidente. Un simple individuo bajo el que recayera la sospecha de fraude millonario, ¿seguiría libre allá en el rincón provinciano donde usted se refugia? ¿No estaría ya aplastado por una medida cautelar, precautoria, de 90 días en el Centro Nacional de Arraigo? Cualesquiera de nosotros, los de acá abajo, se vería reduciendo a semejante condición; pero usted es todo un ex-presidente, y tiene dinero para contratar un soberbio equipo de abogados que le permitan pasarse la ley por el estrecho del nidal y seguir vivito y culenado (que de vivito se pasa estoy bien seguro; de que practique el otro verbo no. En fin.)

De haber saqueado los dineros ajenos, ¿ello valió la pena, a juicio de usted? Con todo y tales millones, ¿podrá mirar a los ojos a los seres de su familia? ¿Podrá justificar la posesión de tales dineros? A la amantísima, a los hijos, a los familiares cercanos, ¿les hablará de principios morales y de valores, que no sean los monetarios? ¿Podrá, en el terreno de la plática familiar, criticar la gestión de ex-presidentes con fama probada de sinvergüenzas como Echeverría y López Portillo, De la Madrid y el Salinas con todo y familia, coyotes todos de la misma loma? ¿Podrá usted echarles en cara que desde una discreta medianía económica hayan llegado al cargo público, para que al cabo de apenas seis años hayan resultado ser potencias económicas?

Cierto, consciente estoy de que las masas soportan eso y más, como no les retiren una tele fecal y el clasico pasecito a la red; que todo lo aguantan como no los obliguen a pensar, a reflexionar, a la acción necesaria para desempeñar su papel histórico y evitar en el futuro a poca-vergüenzas como, al parecer, usted mismo. Pero no, que palabras más o menos, bien lo dijo Voltaire: «Mientras la ignorancia mantenga a las masas en calidad de bueyes, los boyeros seguirán durmiendo tranquilos. Malo cuando esas masas comiencen a pensar, que entonces habrá de turbarse el sueño de los boyeros».

Conque, ¿ve usted? No tiene por qué preocuparse por saqueos de millones más o menos. Ya un juez federal determinó que el delito de robo ha prescrito, dejando a la PGR impedida para aprehenderlo, señor Alberto de la Torre, ex-presidente de la Federación Mexicana de Futbol. Macabro. (¿O macabrón?)

Contra la carestía, y no falla

Gasolinazo, carestía global, neoliberalismo, temas de requemante actualidad y altamente dañinos para las masas sociales. Sus efectos los oí la mañana del domingo pasado en la viva, quejumbrosa voz, de dos de sus víctimas, vecinas ambas del edificio de Cádiz: la tía Conchis y Gloriella Godínez. Aquí, de memoria, reanudo su diálogo.

– Yo digo que tu viejo se mantiene en activo; si no del acto carnal, sí cuando menos en materia de empleo, que lo tiene y lo conserva, por más que sea medio pinchurrientón. ¿Cuántos salarios mínimos, Glorietita..?

Yo, a discreta distancia, oyéndolas. De repente, en La Porciúncula, la parvada de campanadas. La misa mayor. «¿Cuánto de aguayón con bofe crees que vaya a conseguir con dos méndigos salarios mínimos?» Y válgame, que ahí entraron al espinoso terreno de las confidencias: «¿Tú a quién se lo fuistes a dar? La neta, Glorietita«.

– No me sonrojes. Supiera mi Lencho que fue plato de segunda mesa, que mi virginidad se la fui a dar al fulano equivocado…

– Yo me refiero a tu voto. No se lo habrás ido a dar a otro fulano equivocado, que nos esté embombillando nabos y rábanos con un aumento de este grandor. Descárate, total, el daño ya está hecho-La otra suspiró. Agachó la cabeza: «Qué pena. Se me cae de vergüenza. No lo divulgues, porque en el barrio me linchan, y con razón. Ay Conchis, lo mensa cuándo se me va a quitar, siempre dándoselo al tipo equivocado. Pendeja que es una. Cómo dejé que la tele me viera toda la cara con aquello de que el Peje era un peligro para México. Qué pena que se lo fui a dar al del kilo de tortillas a 15 pesos. Si me arrimo al confesionario, ¿alcanzará perdón un pecado así de mortal? ¿Ya estaré excomulgada, Conchis..?»

Suspiró. A mil decibeles, el merolico: «¡Naranjas de jugo y para jugo marchanta!»
Así, camine y camine, las vi llegar a la primera estación del viacrucis. El tenderete de la carne. Se santiguaron. La tía Conchis: «¿Sus pellejos a cómo le amanecieron, déme razón?»

– Unos fruncidos, otros arriscados. ¿Por qué la pregunta?

– Los pellejos de res, lépero.

Y pues que a tanto más cuánto, y que no friegue, quién decretó esos aumentos, y que usté sabe quién, que pa’ qué nos hacemos güeyes. ¿Se va a llevar sus pellejos? A tanto los 100 gramos. «¡Óigame, ni que fueran los pellejos de la Pinal, los de Ratzinger. Mejor me enseña sus menudencias!»

– Enseñando y enseñando al unísono -puestero cábula.

– Yo apenas acabalo pa’ una pizcacha de bofe. ¿Es de res, oiga, o relincha? No luego me vaya a rebuznar en el grueso, ya a la salida

– Ay, señora, perdón, qué pena- Alcé el botín del tenderete de la lencería desplegada sobre la banqueta. Negros, caladitos o color mamey. A10 mil decibeles, el merolico: «¡Juntos trabajamos para que el campo mexicano sea un campo ganador!» Glorietita: «Olvídate de la carne y demás extravagancias exóticas, mujer. Yo y los míos de aquí pal rial, vegetarianos. A mi Lencho y a los bodoques les voy a preparar una ensalada César. Pero válgame, ¿ya vistes los precios de las yerbas..?»

Azoradas, pajareando. «¿A cómo su colita? Colecita, no me la vaya a alburear.» Y que a tanto, moneda nacional. «Es que es col de Bruselas«.

– Cotíceme la pura col. Bruselas me la vende otro día ¿Y sus dientes?

– No cubre precio. De oro, mire. ¿Sabe a cómo se cotizan en la bolsa?

Y que dientes de ajo, y que con dos salarios mínimos ni para rabos de cebolla. Los puesteros, divertidos con los apuros de las marchantas. «¡Mire a cómo amanecieron lechugas, cebollas, ajos!» Y fue ahí. El de los mameyes:

«Oigan, ¿de veras quieren ajos y cebollas?» «Y gratis les salen, el de los chiles. Nomás póngase a gritar: ¡Que viva Mario Marín! ¡Arriba Mariano Azuela, con toda su Corte Suprema!» El pescadero: «¡Con que le avienten una porra al Plan México y al Vamos México!» El de los jitomates: «¡Órale, griten viva Fox con todo y los jijos de su reverenda Marta!» Yo, el reflejo condicionado: «¡Con sólo que griten: viva Calderón!» Lo dije, y aquí aullaron los perros; allá, a Don Goyo se le chispó la mayor fumarola del siglo. (Válgame.)

Nabos y Rábanos

Pocas cosas son tan peligrosas para los manipuladores como la gente que piensa por sí misma. (M.G.)

Y hablando de manipulación, mis valedores: al neoliberalismo me referí ayer, e hice notar el hecho increíble de que hayan sido catorce, quince millones de pobres, tantito más de espíritu que de bienes materiales, los que llevaron a cabo la acción inaudita de votar por más de lo mismo. Son esos mismos que por estos días pendulean entre los lamentos, tan estériles, y las mentadas de Tula (Tula es mi madre), más estériles todavía. Y qué hacer ante unas masas sociales que se niegan a pensar…

Porque tiempo es de reconocerlo: ya nos faltaron al respeto, ya nos tomaron la medida, ya nos vencieron, todo ello por nuestra propia ignorancia, esta que con el sufragio a favor del panista nos llevó a convertirnos en colaboracionistas de nuestro enemigo histórico. Por ignorancia, sí. Por nuestra pura ignorancia, sin más. Ah, esta terrible vulnerabilidad e indefensión ante la embestida manipuladora de todos los medios de condicionamiento de masas…

Y a propósito: yo, por una feliz casualidad, acabo de escuchar la voz genuina del pueblo, que no es la voz de Dios, como quiere el dicharajo. Lo será cuando ese pueblo diga a los «medios»: ¡basta!, y entonces comience a pensar, a reflexionar, a practicar el ejercicio de la autocrítica y a tomar en cuenta, en provecho propio, las lecciones que imparte la Historia, esa estrella polar. En fin. Escuché la voz del pueblo, dije antes, y sí…

Ocurrió el domingo anterior a media mañana, ya tibio el mundo después de tiritar durante una noche de frío, de duro cierzo invernal. Salía yo de mi depto. de Cádiz, en la Mixcoac Insurgentes, a conseguir mis pellejos y menudencias para compartir con el Rosco, mi dulce compañía (un gato). De repente, por esa banqueta las divisé caminar muy juntas, como si mutuamente se dieran valor al salir a las calles de la ciudad capital, tan seguras para la gente bien. Reconocí a las viandantes: la espalda baja de la del chongo correspondía a La Tía Conchis, conserje del edificio; los aguados, a una tal Gloriella Godínez, del edificio de junto. (Aguados los «pants».)

A los rayos de un sol mañanero este mundo, como enfermo en plena convalecencia, dejaba de tiritar y se desperezaba. En dirección del tianguis, a mil decibeles, por las bocinas se cimbran los alaridos del merolico: «¡Naranjas de jugo y para jugo, marchantita..!»

– Adiós las dos, oí que decía, donaires y picardías, el joven juguero. ¿A dónde las dos tan solitas?

Con aire de mortificación, la tía Conchis: «¿A dónde cree usté? Pues a la piedra de los sacrificios, a que esos del tianguis nos arranquen el corazón. ¿Qué, va a venirse? A acompañarnos, pa que nos la cargue, la canasta. A mí, cuando menos, porque ésta se me viene pandeando.

– No la friegue, digo. ¿Pues cuál se le viene pandeando, tía Conchis?

– Pues ésta, o sea Glorietita. Que le da cuscús enfrentar nabos y rábanos que el chaparrito jetoncito de la ceja alacranada nos va embombillando con un aumento de este grandor, mire. Chinche gobierno, hijo putativo del putativo Salinas

Y allá van las dos, con su aire de condenas a muerte que del pabellón fatídico se dirigen a la cabina de la silla eléctrica. De la inyección fatal. En sus manos apachurraban sus arrugados.
– Pa lo que sirven los móndrigos. ¿Ve este de cincuenta varos? Pa puro chile, si no es que pa puro rabo, o sea de cebolla, alguno más pichichi que el mío propio, o sea…

– No le hagas plática aquí al de los jugos, chance y nos resulte oreja de Gobernación. Y a apretarlo, Conchis, o el gasolinazo nos coge a medio camino, y entonces puro rabo que a mi Lencho le doy de comer. A apretar el paso. Ay, Conchis, Conchis, después del gasolinazo cómo alimentar a mis criaturitas. Siete en total, y mi Lencho, que se las pela por la carne…

– Dale gracias a San Asmodeo que tu viejo todavía sigue en activo, pero caramba, el control natal…

– Yo hablo de la carne de comer, no de la de darle gusto al petate.

– Bueno, sí, pero admítelo: tu viejo se mantiene en activo. Si no del acto carnal, sí cuando menos del…

(Mañana.)

¡Y de repente..!

De repente el artero gasolinazo que nos acaba de asestar el de Los Pinos, agravio que en la economía familiar va a producir el efecto de un cáncer fulminante, con toda una «cuesta de enero» en plan de metástasis. El tal gasolinazo, mis valedores, irá carcomiendo el poder adquisitivo de la mitad de los mexicanos, me refiero a los pobres, y no olvidarlo: pobres lo somos todos, si exceptuamos a los ricos. Lóbrego.

Pobres, sí, pero quién iba a creerlo: catorce, quince millones de esos mismos pobres, una vez más, como cada seis años, volvieron a creer en los medios de condicionamiento de masas, y esos pobres (de bienes materiales casi tanto como de espíritu) se lo fuera a dar a uno chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes, que es decir: esos pobres-pobres (por pobres y por ignorantes) votaran por más de lo mismo, que es decir del modelo neoliberal. Claro, sí, lo digo a cada momento: es México. Qué más…

Pero a ver, bien a bien, ¿qué es ese modelo neoliberal por el que acaban de votar sus víctimas? Aquí, los ejes que determinan semejante modelo depredador de comunidades:

l.- Fundamentalismo del beneficio individual. «La mejor manera de servir al interés común es permitir que cada cual defienda sus propios intereses, ya que los intentos de proteger el interés común mediante toma de decisiones colectivas distorsionan el mecanismo de mercado». Tal afirman los ideólogos del neoliberalismo; semejante regla constituye, en concreto, el darwinismo social. Para las masas sociales, nefasto.

2.- Mente transaccional. «Búsqueda sin trabas del interés personal. Para ello es preciso guiarse por una única consideración: Maximizar los beneficios sopesando los riesgos frente a las recompensas». Sin más.

3.- Conciencia amoral. El mundo neoliberal no es moral, no es inmoral, es amoral. «En un entorno sumamente competitivo es probable que las personas hipotecadas por la preocupación por los demás obtengan peores resultados que quienes están libres de todo escrúpulo moral. De esta manera los valores sociales experimentan lo que podría calificarse de proceso de selección natural adversa. Los poco escrupulosos se trepan hasta la cumbre».

4.- Ausencia de institucionalidad y de reglas sólidas. «La gente intenta adaptar las reglas para su propia ventaja». En este sentido la regla consiste en que las reglas se desechen, apliquen, retuerzan o manipulen según el interés de quien pueda imponerlas.

Estos cuatro elementos componen la estructura mental neoliberal. Al influenciar las instituciones políticas de este país se fueron incubando los elementos determinantes para que fuesen absorbidas por el modelo neoliberal, y entonces reproducirlo en sus aspectos torales. Fue así como el sistema político, financiero, económico, cultural y social denominado Neoliberalismo, producto mostrenco del Nuevo Orden Mundial, se enquistó y adueñó del país a partir del gobierno de cierto mediocre de las cejas alacranadas, que cargaba a espaldas y encuevado en la difunta Secretaría de Programación y Presupuesto, al dañero proyanki de apellido Salinas, que a su vez sostenía sobre sus lomos al apátrida, por hijo de tantas patrias, José Córdoba Montoya. ¿Resistiré la tentación de repetir: es México..?

Pero base también del Neoliberalismo está ahí la radioactiva reflexividad, maniobra consistente en infiltrar en las masas sociales una mentira, para que ellas la conviertan en realidad; por ejemplo: con objeto de incrementar las ganancias de los comerciantes, el Sistema difunde el rumor embustero de que se avecina una tremenda escasez de alimentos básicos. Ante tal situación las masas se arrojan sobre los víveres en mercados y tianguis, y al poco tiempo la mentira se torna verdad: hay escasez de alimentos, y con ella el consiguiente aumento de precios. Reflexividad que acaba de aplicar a lo tramposo el de Los Pinos: «¡Se viene un aumento en la gasolina!» Y a elevar los precios de la canasta básica. Ya que la carestía se tornó realidad: «No es cierto, no hay gasolinazo». ¿Con el desmentido presidencial volvieron los precios a su anterior nivel? ¿Qué responden ustedes? Y para refinar la maniobra: el gasolinazo sí se produce en enero, y provoca el doble aumento en los precios y el doble provecho de los capitales, y páguelo todo un paisanaje que votó por más de lo mismo. Es México, sí. (Sigo mañana.)

Juguetes inseguros

Al comprar un juguete se debe pensar en la personalidad del menor y que le va a dar armas positivas para su futuro. E. Flores Álvarez, del IMSS.

Y yo digo a todos ustedes: tal como vino; la Navidad se fue para nunca más, y así el año nuevo y la rosca de Reyes, pretexto que a los niños sirvió para estrenar juguetes, y a los fabricantes nacionales a quejarse ¡una vez más! de la competencia china. Yo, al agrio recuerdo de los productos que hace años, a querer o no porque no tenían competencia externa, teníamos que adquirir con el juguetero nacional, dejé constancia de mi experiencia al respecto:

Los actos fallidos; los romances frustrados. Al que yo aquella vez aspiraba se lo llevó el tren. Uno de juguete. Cierro los ojos y vuelvo a mirar a la sota moza tal como fue en aquella navidad, con su hermoso pelo de ángel, de blancura angelical. No una anciana de cabello cano: pelo de ángel con el que abatía un arbolito pandeado a la cargazón de foquitos, esferas, estrellitas y madrecitas de esas. El trenecito eléctrico era mi último recurso, mi clavo ardiendo, pero el clavo chafeó, lástima. Por cuanto a mi prima: la oveja negra de la familia, oveja que brincó el redil, y el brinco prodújole aquel lozano chamaco que en la navidad pidió al niño Dios un trenecito. Yo, venteando la oportunidad, tomé el sobre destinado a la renta y me fui al juguetero nacional. «Esta noche es nochebuena. Doy este alegrón al hijito, se enternece mi prima, y una vez que nos atasquemos de muslos (del pavo), a la cama el chamaco, y ándenle: nuestros muslos a la cama». Fantasías de solitario incestuoso. Y sí…

A su hora el chamaco le desbarataba el moño al regalo y sacaba la preciosidad de ferrocarrilito de corriente eléctrica El alegrón, y a armarlo. Y aquella emoción, la expectación aquella, la ansiedad por mirar la locomotora pita y pita y caminando, y llamar a la sota moza, mostrarle el juguete (el de corriente eléctrica) y enchufarla (La vía del tren). Pero, ¿enchufar la vía? ¿Y cómo enchufarla, si este tramo tenía con qué y toda la disposición de unirse a la siguiente como Dios manda, pero la siguiente carecía de orificio por dónde? En el otro extremo se le alzaba un gancho de este grosor, pero trozado por la mitad que hagan de cuenta circuncisión fallida Dos, tres tramos se dejaron enchufar, pero al final insinuaban una letra griega, sánscrita o del arameo.

– Tío, ¿si ya de perdida lo intentamos con los vagones..?

Y a jurgunear carros para un apareamiento imposible. Traté con el número uno, con el dos, con todos. Tomé este y lo coloqué así, de ladito, pero de machihembrarse, cómo, por dónde. A ven lo coloqué boca arriba y le abrí las ruedas. Nada ¿Por atrás? Agujero ya oxidado por falta de uso, válgame. Primero se acható el gancho que abrirse el enchufe Tenso, el sobrinillo: «Con paciencia y salivita, tío». Y ahí va el chisguete, y la saliva se me pintó de arcoiris. Agarró un saborcillo a hojalata oxidada, pintura reblandecida y bilis desparramada «¡Alicatas, martillo, échatelos para acá!»

– Así menos. Mejor fueras a reclamar allí donde los jugueteros le vieron la cara de juandieguito y se transaron al niño Dios.

– ¿Reclamar dices? ¿Y reclamar a quién, ante quién? -con las alicatas empecé a jurgunear rieles y vagones de tren, pero nada Comencé a resollar recio, a jadear, a pujar. El sobrino: «¡Ma, ven a verlo, ya está echando humo!»

-¿Humo, m’hijo? ¿Pues qué no es diesel?

– El del humazo es mi tío. Por las orejas, míralo.

– ¡Bigotón, cierra esa boca! ¡Que trompabulario, digo! Y tú, m’hijo, trae lejía y estropajo para restregarle esa lengua a tu tío. -Ahí, sobre la alfombra, el desastre. Se acuclilló la prima Su provocativa postura dejaba adivinar el, la, los, las, unos, unas… Yo, viéndola de ganchete, la sacudida Me acalambré. Sentí que ojos y boca se me torcían, los tomates chispándose. La prima corrió a desenchufar el cable, observó la catástrofe: «¡Virgen santísima, qué desastre de ferrocarril! ¡Pero si no parece sino que pos aquí acaba de pasar Zedillo..!

Ahí terminó la aventura de la prima y el juguetito. Ya de vuelta en mi soledad reflexioné en la frustrante experiencia con los juguetes producidos en mi país. Hoy, víctimas de la competencia china, los jugueteros claman, rabian, chillan y se la jalan (la greña) porque están a punto de caer en la quiebra la ruina, el cierre de empresas. Trágico, sí, ¿pero qué hay de los tiempos en que una industria sobrona y sin competencia nos vendía trenecitos chatarra? Ah, ¿verdad? (Acuérdense.)

¿El aletazo de la muerte..?

Quiero decir: ¿se me estará llegando la hora? Porque de otra manera no me explico esta sensación de lejanía, de tristura, de indefinida melancolía y el traer (a mal traer) cortado el humor y el ánimo contristado. La noche del fin de año fue de calosfríos y tristuras, y unas remembranzas que me tornaron a mis tiempos muchachos. Y aquel repentino suspirar. ¿Efecto del fin de año..?

Pudiera ser, por más que hasta hoy no me había dado por hacer examen de conciencia de lo que ha sido mi vida hasta hoy. Sintomático, el que haya vuelto a creer en milagros, y cómo pudiese ser de otro modo; hoy que a lo imprudente me acerco a la Gran Interrogante digo entre mí: ¿cómo no creer en milagros, si a lo repentino me descubro creyente de todo lo celestial que me troquelaron en el seminario, inmune al inmundo espectáculo que escenifican esos desbozalados cuya conducta pudiera convertirme en ateo? Sí, los politiqueros (siempre a favor del Sistema y en contra del paisanaje): los Rivera Carrera, Arizmendi y Suárez, y el golfista taurófilo, bebedor pri-panista, calderonista logrero y obispo en sus tiempos perdidos, Onésimo el de Ecatepec. Y créanme: tanto daño a las masas no lo hace ni el fundador de los Legionarios de Cristo, el presunto paidófilo padre Maciel, que arruinó a muy pocos frente a lo que esos altos prelados católicos arruina el país. Laus Deo.

Achaques de la quinta juventud; a resultas del año nuevo ahora me dio por lavar, almidonar y planchar mi conciencia, de modo tal que comienzo por extender mi perdón a todos mis amigos, y el agradecimiento a la bondad, la lealtad y la fidelidad generosa de mis enemigos. Por cuanto a los gobernantes de mi país, tarde lo reconozco: cuan equivocado estuve con Ernesto Zedillo. Yo, por supuesto, no voté por él. Mi voto fue en contra, pero pasó más el voto del Innombrable a favor (Salinas). Yo, a la hora de las capitulaciones, y aunque por su culpa no traigo cash, le doy mi perdón. Zedillo me embobilló un Fobaproa que ni bitoque de lavativa. Pero total, con poner flojitos los músculos. La factura (del Fobaproa, no del bitoque) todavía la estoy pagando, pero un consuelo me queda: ya no por mucho tiempo, que ya me voy a morir. Por cuanto a Salinas, que nada tiene de innombrable…

Yo lo perdono, al muy orejón. Nagual de Reagan y la Tatcher juntos, el pelón nos metió (ay, Dios); nos metió, digo, esa bestia rabiosa que es el Neoliberalismo, con lo que nos dio en toda la mother-nización. Ya lejos de todo, y de todo tan cerca, al De la Madrid que nos enjaretó al mother-nizador lo perdono, como perdono al que nos impuso al propio mediocre de las cejas alacranadas. Yo, porque las tengo más tiernas que Sasha Montenegro (las telas del corazón), con mis tiernas perdono a López Portillo, dondequiera que lo tenga a estas horas, ojalá que donde sospecho.

Pero calma, no alebrestarse. Demagogo fue, y populista. Petrolizó la economía
del país, elevó hasta la náusea la deuda externa, propició la inflación y peor, todavía: escribió Mis tiempos, y lo peor de lo peor: las publicó. Pero yo lo perdono. Qué milagros no obrará un examen de conciencia cuando la estremeció el aletazo de la muerte..

Echeverría: dañero mayor; sus políticas populistas empobrecieren presente y futuro del país, y peor todavía: LEA fue el cerebro gris de las guerras sucias, guerras puercas, guerras frías y las guerras de baja intensidad que el autoritarismo instrumentó desde la década de los 50s. Echeverría, exterminador de las verdaderas izquierdas, a las que asesinó con la cooptación de esas sanguijuelas talamanteras que hoy desmantelan el Sol
Azteca
. Los Chuchos de Nueva Izquierda y Cía, profesionales de la cultura de la derrota…

Díaz Hordas: en el filo de una daga se anda paseando la muerte. Tlatelolco, Plaza de las Tres Culturas, Brigada Blanca, helicópteros, luces de bengala, almacigo de cadáveres. Campo militar. Díaz Hordas. MM, Zedillo, Salinas y Cía. Yo los perdono. Con un poco que me apuren, le pido perdón…

Pero no equivocarse. No es el miedo a la muerte Es que media vida la pasé renegando de los pri-gobiernistas, execrándolos como bestias apocalípticas que, sin la más pequeñaja de las cualidades del estadista, se dedicaron a medrar, a depredar, a arruinar al país. Yo era el equivocado; no en mi rencor contra tan funestos gobernantes, sino porque creía, iluso de mí, que después de la jauría de los tricolores no podría encaramarse a Los Pinos alguno peor. ¡Y se treparon Fox, la Marta, su sucesor! (Dios.)

Aromática pestilencia

Nezahualcóyotl querido – tierra de polvo y de sal – tus colonos han sufrido – pero van a despertar – (M. Iglesias y Canto del Hombre del Pueblo.)

Ciudad Nezahualcóyotl esta vez, mis valedores. La conozco desde hace años, que allá impartí aquel taller de lectura Inolvidable, de veras. Si ustedes conocieran la epopeya de aquel cacho de México que salió de la nada, que por obra y gracia y redaños de unos heroicos desesperados vino a nacer en un llano inhóspito donde parecía imposible toda manifestación de vida más allá de las lagartijas. Ciudad Neza para los íntimos, es suma y síntesis de lucha y sudor, sufrimiento y carencias sin límites de unos pioneros que habiendo sido desplazados de todas partes, a querer o no tenía que afincarse en algún lugar, y se fueron a topar con aquella inhóspita llanura desdeñada hasta por los coyotes (los coyotes de los fraccionamientos vendrían después), puro terregal, tepetate, sal y reverberancias de un sol como toro en brama; se santiguaron, fajáronse ellas sus enaguas y ellos sus pantalones, o ora pues, obre Dios, y aquí me planto y de aquí nadie me saca, faltaría más. Y a imaginar una ciudad, y entonces fue el agenciarse la lámina y el cartón, y alzar el remedo de cuartucho, y en tiempo de fríos tiritar y asarse cuando los calores, y bajo las tormentas andar con el agua al cuello y la boca reseca por falta de agua potable. Pero ánimo, paisas, y a la gloria del tabicón ir insinuando la vivienda mientras se lidia con la falta de transporte, víveres y servicios básicos, y esa plaga de ratas de campo y ratas de tierra y ciudad, los fraccionadores, transas de la engañifa y el medro, y a los fregados fregarlos más…

Pero el destino del paisa es la sobrevivencia, y fue así como ahí van surgiendo barruntos del centro escolar, el templo, el mercado. Y ábranla, que entre charco y hoyanco va por ahí el pavimento, y el agua entubada, la luz, el drenaje, el teléfono, la antena de televisión, lástima, como también el «antro» y el narcomenudeo. Y a pura enjundia, temple y redaños, los arrimadizos llegados de todas partes y de todas partes desplazados hicieron el milagro de cosechar, en aquel desierto, roas. Bien haya Ciudad Neza, benemérita…

Calle por calle he vivido – con el lodo entre los pies…

Claro, abundancia, tampoco. Vías públicas de primer mundo, no exagerar. La Av. Pantitlán, sin ir más lejos: si al Montiel entonces gobernador y hoy presunto bandido lo atacó de veras aquella insensata compulsión por encaramarse en Los Pinos, yo con el alma deseé, y me fue concedido, que su marcha tuviese la tersura y suavidad del asfalto de la Av. Pantitlán: de punta a punta un vibrador no para acariciar genitales femeninos; para desmadrar suspensiones de coches, vibrador cacarizo de baches, donde el automovilista, por no morderse la lengua, tenía que apretarlas, y también las quijadas, con la carcacha cimbrándose en espasmos de maraca en manos de sonero cruzado, droga y alcohol. Y la carencia, la escasez, la tardanza del minibús o la violación en su interior. Acabo de visitar Cd. Neza Y pregunté a los de chamarra sobre el diario vivir por el rumbo. Que ellos venían de Chalco.

– ¿Se han preparado para las inundaciones? Ya me imagino su temor de que se repita la catástrofe de las aguas negras, cuando en el 2000 se desbordó el río de la Compañía. Aguas negras. Vivir junto al Gran Canal del Desagüe…

– ¿Catástrofe? No mame…

– Vivir en la asquerosidad, ¿no es catástrofe?

– Pero catástrofe valiosa. ¿De ascos y bascas cómo trae usted el delgado y el grueso? Y nosotros mire: como si nada. Qué dieran los mexicanos por entrenarse entre ratas muertas, popós y un jedor de los mil diablos rojos con todo y su Perra Brava, como nosotros. Tanto le agradecemos a la Morena popó y aguas negras, que estamos organizándole una mega-peregrinación…

Los examiné. ¿Me la estarían viendo, la cara? «Qué carajos le vemos. Mire: ¿cómo andan de asqueados todos ustedes con la inundación de aguas negras que zurran Los Pinos: Fox, su vieja y los hijos de toda su reverenda Marta? ¿Cómo andan ustedes después de la violación colectiva que les embobillaron en las elecciones del 2006? ¿Y de la exonerada que se dieron encima de todos ustedes los Marianos Azuela de la suprema Corta? Nosotros, los vecinos del Gran Canal, en cambio, mire: tan campantes. Qué mejor para inmunizarnos de la hediondez del Sistema que vivir entre la caca, ¿no cree?»

Bueno, ya planteándola así… (¡Agh!)

Carne de cañón…

Esa que se nos torna carne de hospital. Mis valedores: ¿habrá soledad humana más aplastante que la del camastro de hospital de barriada un domingo en la tarde? A propósito: erraba yo por los corredores de aquel sanatorio de mala muerte (tufos de morgue y desinfectante), cuando fui a parar frente al catre donde se encogía, posición fetal, aquel desdichado de pálida cuera y pupila ausente. A riesgo de inoportunidad o de que mi buena intención se malinterpretase, le dije: «¿Puedo serle de alguna utilidad? Traerle algo del estanquillo, llamar por teléfono a su familia…»

Mutismo. Un suspirillo. Ausente del mundo, el enfermo siguió con las pupilas fijas en la pared. Ah, la medida de la humana soledad…

– ¿Acepta que le haga compañía unos minutos? Quizá le alivie hablar de su padecimiento. O tal vez prefiere estar solo…

Silencio. Reculé. Ya abandonaba el cubículo. «Siéntese, pues…»

La silla, reflejo del hospital: una pata, quebrada; torcida otra más, y asiento y respaldo ya en fase terminal (hemorroides, vértebras torcidas). Seguí de pie. «¿Muy dolorosa la intervención quirúrgica? Lo noto alicaído».

– Y cómo tiznaos no, si yo nací para perder, sin estrella y estrellado. Yo cargo encima la mala suerte, la salación, el mal fario -un suspirillo.

Pensé: ¿sida, tal vez? ¿Cáncer? O quizá la amantísima, que lo acaba de abandonar. O la sorprendió con otro. La muerte en vida lo llevaría a atentar contra el remedo de vida que vivió después. Lo vi removerse.

– Porque yo, cuando sano, enfermo; cuando enfermo, grave. Si me agravo, muerto estoy. Así me verá sempiternamente: solo y mi alma. Un apestado, y cuando de mí se acuerdan, mucho peor. Ah, destino…

Afuera, ulular de trenes que a bramidos se dicen adiós. ¿O patrullas que olieron la carne humana? ¿Ambulancias enloquecidas que, parturientas, intentan dar a luz, dar a sombras, su cargazón de dolor y de muerte?

– Calcule el tamaño de mi mal fario: esta cama no la dejo enfriar. Me le voy un tiempo y aún tibia la vuelvo a encontrar cuando yo ya de regreso…

La voz del ánima arrabalera, tufaradas de alcohol, intenta a empellones entrar de la calle: «Pa qué me sirve la vida -cuando se trái amargada…»

– La Navidad aquí me la pasé, vuelto un santocristo por cuestión de la pastorela Como a mí me tocó ser Luzbel: «¡Vencites, Miguel, vencites – mete tu brillante espada – ya todito me jodites – me voy mucho a la tiznada..!» Con una costilla hecha garras, que la espada de Miguel me la dejó flotante…

Y que familia no la conoce, y que con tal de sentir el humano calor y la compañía humana se ofrece para participar en cualquier empresa, en cualquier acto público. «Qué favor me pidan que yo me pueda negar. ¿Sabe que la Semana Santa participé en la pasión de Iztapalapa? Me la dieron de Judas…»

Ah, las tristuras del áspero oficio del diario vivir del quebranto, la tribulación, la amargura. «Judas, qué salación. Un romano de falda tableada y sandalias se me dejó venir por derecho y mire: molacho. Pa’ mí que fue un PFP, que me la hizo de UEDO…»

El mal fario. Que aceptó actuar en la batalla del 5 de mayo. «Pero no me la dieron de Zaragoza. De Juárez, ya de perdida. No. De Saligny, de Lorencez, de uno de esos. Un zacapoaxtla en brama de patriotismo, nacionalismo y tlachicotón, me sorrajó un puntazo de mosquetón que… ¿sabe dónde me la fue a ensartar, la bayoneta? Con decirle que me desacabaló el parecito. Tal es la síntesis de mi vida: Luzbel, Judas, zuavo, y lo peor…

– Ahora entiendo su preocupación.

– Qué va a entenderla. Mire el sobre que me llegó anoche Dele lectura.
Se la di, y aquel escalofrío. Reculé. «Va a rehusar, me imagino».

– Se imagina mal. En qué tiznaos estaría yo pensando. Ya acepté.

– ¡Pero usted no escarmienta! ¿Otro papelito de pastorela de fin de año?

– Otro, y como ve, me dan a elegir. ¿Usted qué papel escogería: el del góber precioso o el de su benemérito protector, ese ministro de pastorela que es el Mariano Azuela que a la señito Lydia Cacho se la fué a hacer de pedófilo, e hizo que Kamel Nacif se exonerara en ella..?

– Con cualquiera de tales bellacos, ¿ha calculado lo que va a perder?

– Sí, el otro, el que me queda vivo del parecito…

Mordió la almohada. Lo oí sollozar. Yo reculé. Me la persigné. (Qué más.)

Si yo nunca muriera…

De pronto salimos del sueño – sólo venimos a soñar – no es cierto, no es cierto – que venimos a vivir sobre la tierra…

Con la desalentada filosofía del rey poeta Nezahualcóyotl y reflexiones en torno a la fugacidad de la vida que a su hora han formulado poetas de la hondura y reflexión de Omar Khayyam y Manrique, aquí entrego a todos ustedes, al igual que cada fin de año por estos días, este mi mensaje de fin de año que se nos torna tradición, y que procura interrumpirles el ritmo desalado de las fiestas de fin de año con la secreta esperanza de que a alguno sea de provecho con la meditación de lo efímero de tales festividades dentro de la fugacidad de una vida que en estampida se nos huye para nunca más. Y qué hacer. Clama, a su Hacedor, un abatido Job: Tus manos me hicieron y me formaron – Como a barro nos diste forma – ¿Y en polvo me has de volver..?

Mis valedores: el cuerpo todavía fatigado después de la celebración navideña, y estragado todavía el gaznate por el regusto a festividad y derroche imprudente, y una vez que a regocijos y litros de alegría embotellada se habrán deseado felicidades y parabienes para el año que está ahí nomás, acechando tras lomita, ¿me permiten, como cada año por estas fechas, que desentone del ánimo colectivo y los invite a frenarnos el tanto de un suspirillo para reflexionar sobre el tiempo que pasa para nunca volver? Por desdicha..

El hombre nacido de mujer – corto de días y hastiado de sinsabores- sale como una flor y es cortado – y huye como la sombra y no permanece…

Y qué hacer. Estamos a la vuelta de un año más, que a la hora de hacer las cuentas resulta que fue uno menos. Contradictoria la aritmética de nuestro humano existir. Andamos, dos o tres de nosotros, doblando ya el Cabo de Buena Esperanza. Será por eso que, al menos de forma inconsciente, alienta dentro de nosotros la sentencia inmortal de Manrique:

Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar – que es el morir…

¿Por qué este ánimo ceniciento, cuando en derredor todo es júbilos, azucarillos y aguardiente? Será, tal vez, porque a algunos se nos quiebra el ánimo, se nos resfría con la certidumbre de que vivimos en el cogollo de lo fugaz, lo finito, lo perecedero; de que existimos en la sustancia misma de nuestra muerte propia y particular, intransferible, a la que vivimos alimentando día a día con el tiempo de nuestro cotidiano existir. Clamor dolorido; Job: Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor y fenecieron sin esperanza…

Acá, en el otro polo del mundo, Nezahualcóyotl: ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? – No para siempre en la tierra – Sólo un poco aquí – Si yo nunca muriera -Si nunca desapareciera…

¿No es verdad que tal sentimiento de lo finito y lo transitorio; que semejante
sensación de errabundaje y romería viene a depositar al cabo del año y a principios del nuevo, en el ánima del ánima, un regustillo a ceniza, a terral, a aliento de despedida apenas postergada? Y qué hacer con esta tristura que se nos aposenta aquí, miren, en lo más blando de una corazonada, por cuestión de este otro año que se nos ha ido para nunca más. Y qué hacer. Mis valedores:

No por estropearles su gusto, sino porque los miro correr a lo desalado rumbo a ninguna parte, hoy invoco para ustedes la voz de algunos poetas filósofos que, de repente, perciben el aletazo del tiempo que pasa para nunca más retornar; voz que es sabiduría quintaesenciada que provoca serenidad y quebranto machihembrados, y un como regustillo a lejanía y desprendimiento del ánimo bien dispuesto en el final de un año más, que a fin de cuentas vino a ser uno menos. Tiempo que pasa, dije antes, y por tacharme de equivocado, de siglos atrás me llega la décima anónima:

Si quiero, por las estrellas – saber, tiempo, dónde estás – miro que con ellas vas – pero no vuelves con ellas – ¿En dónde imprimes tus huellas – que con tu rastro me doy? – Mas ay, qué engañado estoy – que giras, corres y vuelas – Tú eres, tiempo, el que te quedas – y yo soy el que me voy…

O aquel sabor de amargura en el villancico que entonamos apenas la medianoche del pasado lunes: La Nochebuena se viene – La Nochebuena se va – y nosotros nos iremos – y no volveremos más…

Dije antes a ustedes: es más tarde de lo que suponemos, y hoy digo, con el poeta: ‘Tanta vida, y jamás». En fin. A vivir. Qué más. Qué mejor. (Vale.)

Es tarde…

Más tarde de lo que supones. (Mi recordatorio anual.)

«Habrás de morir, y los gusanos de la tumba se disputarán tus despojos».

Muy cierto, no importa tu mucha o tu poca edad. Reflexiona en tu tiempo de vida, en el grado de intensidad con que la vives hoy día y el provecho que día con día obtienes a nivel de espíritu. Para tan loable ejercicio qué tiempo mejor que el presente, cuando un año más, que se nos tornó uno menos, se nos fue de las manos para nunca más. Aquí las reflexiones que te envío año con año por estos días. Porque hoy, a fines del año, es más tarde de lo que piensas…

El calosfrío del tiempo que pasa El aletazo de un tiempo de vida que se nos fue para no volver, y que en los espíritus sensibles provoca esas vagas tristuras en la medianía del comelitón y los brindis. Uno anda por estos días cargado de vagas melancolías, con el ánimo encogido a la meditación del tiempo que nos enfrenta, a querer o no, con la Gran Interrogante. Yo, entonces, me di a leer al filósofo de la brevedad de la vida, el absurdo de los afanes terrenos y la fugacidad del placer. La amargura, sí, el fatalismo y la exhortación a vivir cada día en el cogollo de cada minuto: el poeta Ornar Khayyam.

El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio. Los pueblos, los animales, las flores: sombras. El resultado de tu perpetua meditación: nada…

La poesía del persa Khayyam, agridulce, se nos entrega desnuda de galas, directa, el puro hueso y el fatalismo, que para el filósofo del desencanto y la sensualidad machihembrados no existe más placer que el de los sentidos, ni más vida que la del instante; que, en derredor, la naturaleza sigue su curso, muy por encima de nuestros dramas personales, tan pequeñajos, y la angustia vital ante el tiempo que pasa; que es vano empeño la rebeldía ante el dolor y la muerte; que no nos resta más recurso, acá abajo, que exprimir el zumo de la vida y la sangre de la uva, y existir dentro de la almendra del instante, y no más; que a manera de las mejores voces del Siglo de Oro español, la existencia del hombre acá abajo no es más que sueño, polvo, sombra, olvido. Nada, pues. Soñemos, alma, soñemos, dice Segismundo entre dientes, y el mexicano:

¿Para qué contar las horas? -No volverá lo que se fue,-y si lo que ha de ser ignoras.-¡Para qué contar las horas! – ¡Para qué..!

El Rubaiyat constituye una sucesión de conceptos filosóficos bellamente armados en el molde del poema donde Khayyam alude a esos elementos que desde siempre y hasta el último día son y serán preocupación de lo humano: el tiempo en cuanto demoledor de la vida y los goces de los sentidos que, aunque efímeros, son el único medio de lograr el espejismo de vencer al tiempo, a la muerte, a la eternidad: Si yo nunca muriera – si nunca desapareciera…

El Rubaiyat: poesía pura, que es decir la más alta expresión del espíritu; aportación a la cultura universal de un ser extraordinario, de una inteligencia viva y sutil, de un soterrado sentimiento y una exacerbada sensibilidad; de un poeta que crea su poesía – filosofía del fatalismo, pagana religiosidad- en la entraña de una civilización de refinamiento y decadencia, la de la Persia de mediados del XII; de un poeta apasionado, visceralmente vivo, creador de una obra que es hoy día nueva y deslumbrante, de acentos desesperados.

¿Un sabio versado en astronomía, filosofía, matemáticas, este Khayyam? ¿Sólo «un denegador de toda creencia moral, místico sólo en apariencia, que mezcla la blasfemia con el himno místico»? ¿Para él qué es la vida.?

La vida es sólo un juego monótono en el que estás seguro de ganar dos cosas: el dolor y la muerte…

Esto leyendo me da por pensar en Job; cuánta desesperanza se advierte en tales conceptos, cuántas ansias de permanecer, cuánta zozobra mal sofrenada por la serenidad que da la sabiduría; cuan desalentada búsqueda de la verdad y qué apasionado inquirir sobre el sentido de la vida que se nos escurre para nunca más. Esto, mis valedores, es el Rubaiyat un tratado poético de moral y metafísica y filosofía en donde Khayyam expresa su visión muy particular de la vida y la humanidad; de las exigencias del destino y de las humanas rebeldías, tan magníficas cuanto ociosas, a fin de cuentas…

Un día tu alma caerá de tu cuerpo, y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo cognoscible. Mientras tanto… ¡sé dichoso! No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas. (Y este estremecimiento)

Tú, yo, todos, a vivir. Qué más. Qué mejor. Vivir, que es más tarde de lo que supones. Y el aletazo del tiempo. (En fin)

Carne de cañón…

Esa que se nos torna carne de hospital. Mis valedores: ¿habrá soledad humana más aplastante que la del camastro de hospital de barriada ese martes por la tarde? A propósito: erraba yo por los corredores de aquel sanatorio de mala muerte (tufos de morgue y desinfectante), cuando fui a parar frente al catre donde se encogía, posición fetal, aquel desdichado de pálida cuera y pupila ausente. A riesgo de inoportunidad o de que mi buena intención se malinterpretase: «¿Puedo serle de alguna utilidad? Traerle algo de estanquillo, llamar por teléfono a su familia..»

Mutismo. Un suspirillo. Ausente del mundo, el enfermo siguió con las pupilas fijas en la pared. Ah, la medida de la humana soledad…

– ¿Acepta que le haga compañía unos minutos? Quizá le alivie hablar de su padecimiento. O tal vez prefiere estar solo…

Silencio. Reculé. Ya abandonaba el cubículo. «Siéntese, pues…»

La silla, reflejo del hospital: una pata, quebrada; torcida otra más, y asiento y respaldo ya en fase terminal (hemorroides, vértebras torcidas). Seguí de pie. «¿Muy dolorosa la intervención quirúrgica? Lo noto alicaído».

– Y cómo tiznaos no, si yo nací para perder, sin estrella y estrellado. Yo cargo encima la mala suerte, la salación, el mal fario -un suspirillo.

Pensé: ¿sida, tal vez? ¿Cáncer? O quizá la amantísima, que lo acaba de abandonar. O la sorprendió con otro. La muerte en vida lo llevaría a atentar contra el remedo de vida que vivió después. Lo vi removerse.

– Porque yo, cuando sano, enfermo; cuando enfermo, grave Si me agravo, muerto estoy. Así me verá sempiternamente: solo y mi alma Un apestado. Cuando de mí se acuerdan, mucho peor. Ah, destino…

Afuera, ulular de trenes que a bramidos se dicen adiós. ¿O patrullas que olieron la carne humana? ¿Ambulancias enloquecidas que, parturientas, intentan dar a luz, dar sombras, su cargazón de dolor y de muerte?

– Calcule el tamaño de mi mal fario: esta cama no la dejo enfriar. Me le voy un tiempo y aún la vuelvo a encontrar cuando yo ya de regreso…

La voz del ánima arrabalera, tufaradas de alcohol, intenta a empellones entrar de la calle: «Pa qué me sirve la vida – cuando se trái amargada…»

– La Navidad aquí me la pasé, vuelto un santo cristo por cuestión de la pastorela Como a mí me tocó ser Luzbel: «¡Vencítes, .Miguel, vencites – mete tu brillante espada – ya todito me jodites – me voy mucho a la tiznada.!» Con una costilla hecha garras, que la espada de Miguel me la dejó flotante…

Y que familia no la conoce, y que con tal de sentir el humano calor y la compañía humana se ofrece para participar en cualquier empresa, en cualquier acto público. «Qué favor me pidan que yo me pueda negar. ¿Sabe que la Semana Santa participé en la pasión de Iztapalapa? Me la dieron de Judas…»

Ah, las tristuras del áspero oficio del diario vivir del quebranto, la tribulación, la amargura «Judas, qué salación. Un romano de falda tableada y sandalias se me dejó venir por derecho y mire: molacho. En el tumulto, según me dicen, fue el centurión. Pa’ mí que fue un PFP, que me la hizo de UEDO…»

El mal fario. Que aceptó actuar en la batalla del 5 de mayo. ‘Tero no me la dieron de Zaragoza. De Juárez, ya de perdida No. De Saligny, de Lorencez, de uno de esos. Un zacapoaxtla en brama de patriotismo, nacionalismo y tlachicotón, me sorrajó un puntazo de mosquetón que… ¿sabe dónde me la fue a ensartar, la bayoneta? Con decirle que me desacabaló el parecito. Tal es la síntesis de mi vida: Luzbel, Judas, zuavo, y lo peor…

– Ahora entiendo su preocupación.

– Qué va a entenderla Mire el sobre que me llegó anoche. Dele lectura

Se la di, y aquel escalofrío. Reculé. «Va a rehusar, me imagino».

– Se imagina mal. En qué tiznaos estaría yo pensando. Ya acepté.

– ¡Pero usted no escarmienta! ¿Otro papelito de pastorela de fin de año?

– Otro, y como ve, me dan a elegir. ¿Usted qué papel escogería: el del gober precioso o el de su benemérito protector, ese ministro Mariano Azuela, que a la señito Lydia Cacho se la fue a hacer de pedófilo, e hizo que Kamel Nacif se exonerara en ella.?

– Con cualquiera de tales bellacos, ¿ha calculado lo que va a perder?

– Sí, el otro, el que me queda vivo del parecito…

Mordió la almohada Lo oí sollozar. Yo reculé. Me la persigné. (Dios.)

Papalotito

Caramba, digo: ¿me atreveré a informarles de mi tragedia personal, con semejante tufillo a desvergüenza y cinismo? Fue embarazoso en verdad, y si no, calcúlenle: tener que usar a mi vieja, cuando ya ni ella ni yo estamos para tales excesos. Todo ello me sucedió una noche de miércoles…

Yo ya me había acostumbrado a la joven recién llegada, Cuando me vi precisado a requerir los servicios de la vieja, válgame, que ni los iniciales manoseos la hacían entrar en calor. Seca, reseca, sin gota de lubricación, que al tentalearla percibía sus articulaciones reumáticas, fuera de uso. «Anímate, viejita, tú puedes». Y dale con las dos manos, e inténtalo con los dedos, pero ella, nada, que ya a estas alturas de su vida se me ha vuelto insensible a cualquier incitación, así las yemas de mis dedos toquetearan sus puntos sensibles, ahora tan, pero tan insensibles. Y ni cómo revivir un cadáver. (No que más antes, ella y yo, vibrando al unísono. Qué tiempos…)

Insensible, sí, pero no por culpa suya, sino de este insensato que por la recién llegada la abandonó durante años. Si la pobre hubiese sido usada alguna vez, estimulada de vez en cuando no porque me proporcionase placer, sino tan sólo por que no se marchitase del todo, ahora, tal como cuando era joven (cuando éramos jóvenes), podría dar de sí; no que ahora me estaba dando de no; y qué hacer; derrotado en mis intentos, pensé, con Neruda- «Todo en ti fue fracaso». Y qué hacer, sino recurrir a., (pena me da confesarlo.)
Esa noche la requerí, y por principio de cuentas me la acerqué al pecho, le sobé con mis dos manos, y válgame con mi vieja, qué respuesta frustrante, humillante. Ella reseca, impaciente yo; ella insensible, yo con los entusiasmos que de tan ruda manera se me iban endriando. (Y qué hacer, sino…)

Pero yo soy tenaz, y andaba excitado, y qué más hacer, sino echar mano de la técnica manual. A mis años. Cuando me convencí de que con la vieja todo era inútil, pensé en la práctica de juventud y la puse en práctica Muy animoso comencé, pero no, que al esfuerzo me fui desinflando, lástima..

Total, que ni con la vieja ni a lo manual, que es decir a lo solitario, y ahí el dilema ¿renunciar al intento, cuando las imágenes excitantes me acalambraban la mente? Con brusquedad, lo reconozco, hice a un lado a la estéril y al propio tiempo dejé por la paz el intento manual. Y qué desaliento, qué sentimiento de frustración ante el acto fallido mientras que en la penumbra del íntimo recinto de mis escarceos me quedaba en silencio, respirando gordo, aguardando una mejor ocasión. Pensando, nomás pensando. (Qué pena No debería ser tan explícito, tan extrovertido, pero en fin.)

Recordé: tengo una amiga ducha en estos menesteres, ¿la llamaré por teléfono? Pero ella, a estas horas ya a punto de ir a la cama (a su cama), qué puede hacer. Tengo también un amigo, el único, pero caramba, ¿llegar al extremo de molestar a un varón, sabiendo que en el trance en el que me encuentro nadie, que no sea hacerme la labor por propia mano, la puede llevar a cabo por mí? Me quedé pensando, y las dudas me golpeteaban aquí, en esta sien, y ya desembarazado de mi vieja, me puse a reflexionar…

¿Sería sabotaje del EPR? El sigilo de las autoridades, ¿alta estrategia? ¿Problema del corporativo, al que tampoco le funciona su vieja? ¿Que muy poco les importamos los paisas, para que así nos avienten a buscar los servicios de cualquier vieja? ¿Indolencia de los trabajadores, que ya andan de vacaciones, que andan borrachos? Encerronas con su vieja, que nos obligan a intentarlo con la mano? ¿Qué? Lo que haya sido, pensaba, esa noche me embroqué mi camisón fiusha y ya en la cama, herido por la frustración, pensaba ¿en un país civilizado dejarían a toda una colonia del DF sin energía eléctrica el tanto de ¡cuatro larguísimos días!, como la Magdalena Contreras dejó una zona de Héroes de Padierna inutilizada por falta de luz? Así y a la viva fuerza descubrí mi inutilidad para escribir a mano después de comprobar cuánto se ha deteriorado mi vieja máquina de escribir, que el tanto de dos, tres décadas, me acompañó en el oficio de escritor, y cuánto dependo de la recién llegada computadora, y que sin energía eléctrica qué pudiesen hacer mi amiga y mi amigo, técnicos en electrónica Total que ayer, a media mañana..

Dos de Luz y Fuerza se estacionaron enfrente, y trépate a la escalera, y el tanto de 3 minutos jurgunearon cables, y ándenle, después de 4 días hágase la luz. «Era un papalote, que trasroscó los cables». Y todavía, los muy cínicos: «Ai pal chesco,
¿no?» (¡Chisu..!)

Bíblica

Y aconteció que cuando hubo Isaac envejecido, y sus ojos se ofuscaron quedando sin vista, llamó a su hijo Esaú, su hijo mayor, y díjole: «Hazme un guisado, y comeré, para que te bendiga mi alma antes que muera».

Y Rebeca estaba oyendo, y habló a Jacob su hijo: «Ve ahora al ganado, y tráeme de allí dos buenos cabritos, y haré de ellos viandas para tu padre. Se las llevarás, para que te bendiga antes de su muerte». Y tomó Rebeca los vestidos de Esaú, y vistió a Jacob, e hízole vestir sobre sus manos y sobre la cerviz donde no tenía vello, las pieles de los cabritos. Y comió Isaac, y bendijo a Jacob, y el fraude tramado por su madre, Rebeca, fue consumado.

Esto aconteció porque Isaac, hombre del pueblo, era viejo y burriciego, y porque en lugar de asumir sus obligaciones en la propia casa, toda la autoridad la había delegado en Rebeca, mujer ducha en toda suerte de engañifas y transas. La cual, con el fraude perpetrado, a Esaú despojaba de su primogenitura y herencia material en beneficio de un Jacob inescrupuloso que se agandalló todo lo obtenido de tan mala ley, y que aun se permitía repetir, el muy cínico: «Haiga sido como haiga sido…» Dios

Pero Esaú regresó, y prepara el guiso y lo ofrece a Isaac, el cual se dio cuenta del fraude, y así se dolía: «Pobre de ti, pero lo hecho, hecho está, y nada hay más que lamentar la conducta del par de transas: Rebeca, en la que delegué mi autoridad, y Jacob el impostor, que ostenta una primogenitura postiza Como me ven mansito, pero ya mero que me levanto y les forjo una mega-marchita de un solo hombre, y de la injusticia Dios hable por ti».

-¿Dios? ¡Es mi espada la que hablará por mí! Déjame ir, que tengo el sano propósito de matar al bandido.

Esto lo escuchó Rebeca, y temiendo que Esaú ejecutara su venganza por el engaño de que había sido víctima, tramó un nuevo plan, tan torcido y tan sucio como el anterior e igual de siniestro, que de inmediato comunicó al hijo cómplice. Ambos lo ejecutaron puntualmente, y fue como sigue:

Pululaba en la tribu una mafia de facinerosos de pésima reputación y renegridos antecedentes, pandilla de aventureros amantes del logro y de la engañifa, peritos en la simulación, que medraban de la venta de conciencia al mejor postor. A tales bellacos Rebeca manda llamar, y ya en su presencia les expone el plan, y ellos le exponen el precio, y al término de un vigoroso regateo, la mafia nueva-izquierdosa se dispuso a ejecutar el plan, y entonces…

Esa noche el hogar de Isaac y Rebeca fue estremecido por grandes gritos. «¿Y esa escandalera? ¿Mi hijo Esaú aplica un justo castigo al impostor?» Zalamera, Rebeca: «Cálmese mi amado señor. Son los muy fieles amigos de vuestro Esaú, que han venido a manifestarle su indeclinable lealtad. Duérmase en paz, señor mío».

Y sí, los gritos salían de los malandrines, que habían penetrado a la habitación donde Esaú dormía, y blandiendo sendos garrotes lo aporreaban y a grandes voces gritábanle:

«¡Estamos contigo, bienamado Esaú. Para nosotros tú eres el legitimo. Al impostor nunca habremos de reconocerlo!» Y guiñaban el ojo y sonreían al ilegítimo, y venga, garrotazo tras garrotazo en la testa de Esaú. «¡Todo lo que tú hagas tiene nuestro respaldo! ¡A donde vayas iremos contigo! ¡Al impostor todo nuestro desprecio!» Y sonreían al susodicho. En su lecho yacía un Esaú privado del sentido, y entonces…

Óiganlos. Encabezados por el inspector y tal como lo planeara Rebeca (la autoridad), los bellacos saquean la casa, y el ruido lo escucha Isaac, y a grandes voces clamaba: «Algo ocurre en mi casa Estoy ciego, pero no sordo, y me espanta semejante alboroto. Anda ver de qué se trata, Rebeca«.

– Tranquilícese mi señor, que ahora voy a apaciguar las manifestaciones de afecto y lealtad que los amigos manifiestan al amado Esaú.

Y fue y se puso a trajinar en una parte de la casa, mientras Isaac y la pandilla seguían con la depredación. Y ocurrió que ya cargados con los tesoros de la casa y antes de huir con el impostor, los nuevo-izquierdosos tenían ya los platos servidos, con Rebeca de cocinera, y se sentaron a la mesa mientras escuchaban las últimas instrucciones de la torva autoridad:

-En llenando la tripa se me van de custodios de mi hijo Jacob hasta que llegue con mis parientes. Unas buenas migajas del botín serán para ustedes.

La noche estalló en ladridos de todos los chuchos. En brama.. (Y ya)

Aleluya…

(Rito anual, para todos ustedes el presente retablillo navideño.)

– Por fin has vuelto, José. Toma mis manos…

Engarruñada sobre el montón de paja, María la doncella se cimbra a los espasmos de las entrañas, tiritando al viento decembrino que se cuela por entre las piedras más asentadas. Belén.

– Cuánto tardaste, José

– Perdonarás la tardanza, mujer. ¿Sabes? Los pies se me fatigaron del mercado al tianguis en procura de ese objeto exótico que es el tal arbolillo de Navidad, y de luces y esferas, y musgo, y escarcha. Los ojos se me iban tras de confites y canelones, y cacahuates y colación, y un par de regalitos, el tuyo y el de Jesusillo. Pero María, si hubieses visto los precios. ¿Pues a qué ciudad de rapaces hemos venido a parar? ¿En manos de qué mercachifles vino a parar el misterio santo de la Navidad? Si hubieses visto los precios… -Y en dólares!

– Siéntate aquí. Pon mi cabeza en tu pecho. Dime que guardas con júbilo la llegada del Niño.

– ¿Por quién, si no por ustedes dos, intenté entibiar este pesebre? Por ti, María; por él, para que él no se hiciera una idea demasiado lóbrega de esta que vendrá a ser su tierra hasta el día del Carmelo.

– El frío, José, para las carnes desnudas del que está por llegar.

– Y ni cómo proporcionarle una chispa de calor, porque en la ciudad: ¿arbolitos? Ni de plástico. Carísimos. ¿Pelo de ángel? «Qué bicho es ese», y se mofaron. Y que la
escarcha es importada (escarcha en el trópico. Ah, mentes colonizadas), y foquillos y esferas, costosísimos, y una triste estrellita de sololoy haz de cuenta que les pedía la estrella de Oriente.

– Pon aquí tu mano. ¿Sientes la llegada del Niño? ¡Está por llegar a este mundo, compañero! Creo que voy a gritar un poco. Quedo…

– Animo, aprieta mi mano, resuella hondo. Llámalo por su nombre.

– Jesús, Unigénito…

– Y fue así como tuve que renunciar a los entrañables símbolos de Navidad y resignarme al recurso de los pobretes: el nacimiento.

– ¡Jesús, Jesusillo, ven ya, ven..!

– Pero ni para un pobre nacimiento pudieron alcanzar los dineros. De comercio en comercio todo se me fue en suspirar. María, ¿sabías que este país ya todo es importado? ¿Pues qué fue de Galilea, que así se ha dejado enajenar al Imperio Romano? ¿Qué ralea de desnaturalizados es esta de los galileos, que así han vendido o dejado que les enajenen su tierra? Dios

. – ¡Llega, Jesús, ven con los tuyos. Allá en las alturas, suspensa en ese cacho de firmamento, la estrella del Oriente aguarda por ti, y por ti Tronos y Potestades afinan arpas y cítaras. Ven, y en tu busca llegará la arribazón de cristianos a la gloria de Dios

– No, María, de los que se nombran católicos ya nada esperes. En este mundo, mujer, el espíritu de la Navidad ha sido trocado por el espíritu del vino. Con los vapores vinosos qué puede interesarles un simple recién nacido entre paja y pasturas de un pesebre de Belén.

– ¡Ya llega, José! ¡Ya el Ungido se acerca.!

– Mira a lo lejos el reguero de luces: Belén. Música, luz, alegría. Alegría, sí, pero embotellada Pobre Galilea, Jesús. ¿Valdrá una gota de tu sangre..?

– Está por llegar. Ya llega Siento que toda mi carne se transfigura..

– Ya los cielos afinan celestas y virginales y flautas dulces. Arcángeles y Serafines se aprestan a entonar la gloria del que se desasosiega en tu vientre, María; del León de Judá, que viene a instaurar en las Galileas de este mundo la Palabra Nueva y la Paz, el amor de todos para todos. Hosanna en las alturas.

– Ah, los desgarramientos…

– Animo, María, respira hondo, llámalo por su nombre, ayúdalo a bien nacer como a bien morir habrás de ayudarlo.

Jesús, hijo, pequeñín ¡hijo del Hombre!

– ¡Cristo ha nacido! ¡Aleluya! ¡Emmanuel! ¡Dios con nosotros! Y el milagro nuevo: ¿los oyes? Por los caminos resuenan los guaraches de pastores y rabadanes, y vagabundos y trashumantes. ¡Vienen a la adoración..!

-Por qué tan pronto esas lágrimas, Niño

– Si al menos un poco de infusión para con lago tibio recibir a unos cristianos muertos de frío. Pero tú reposa, que el niño ya está contigo. Ya en las alturas se delinea la escala de Jacob. Ya paren los cielos, y la tierra se cimbra en estremecimientos por más que ebria, Galilea no los perciba ¡Gloria al Chamaco que arrullas entre tus brazos! Anda, María, ábrete la túnica y dale de tu leche, que Jesús el Niño comienza a llorar…

A su memoria…

Los hoy muertos y heridos se encontraban ayer aquí, a orillas de Acteal, rezando. Estaban rezando. Asi, de rodillas, los balacearon por la espalda. Jesucristo Nuestro Señor, Príncipe de la Paz, el Verbo que vino a poner su morada entre nosotros, fue recibido por algunos y rechazado por las tinieblas…

Hoy recuerdo a los mártires de Acteal, mis valedores, tal como los he venido trayendo a la memoria colectiva desde 1997, cuando un 22 de diciembre la comunidad chiapaneca quedó regada de cadáveres. Aquí, porque no se nos muera la memoria histórica, las vivas palabras de monseñor Samuel Ruiz que así lo expresaba en su Carta pastoral de la Navidad de 1997:

«A todo el pueblo de Dios que peregrina en nuestra sufrida Diócesis de San Cristóbal de las Casas. A todos nuestros hermanos. Agentes de pastoral:

Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contexto trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecución y exilio y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chenalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido: el nacimiento en nuestra carne del Verbo de Dios, aconteció en el marco doloroso del mayor sufrimiento. La luz verdadera irrumpe en medio de las más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luctuosa No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muertos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denunciado acuciosamente a las autoridades que lo podían haber frenado, con anterioridad a este indignante desenlace.

Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso acontecimiento un verdadero crimen contra la humanidad. El hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, armados contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados. El hecho de que ese grupo victimario -«Las Abejas»- sea precisamente uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecución de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado. El hecho de que las víctimas fueran un grupo de personas recientemente hostigadas hasta el punto de ser obligadas a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se encontraban ya en calidad de desplazados.

El hecho de que el ataque se haya verificado precisamente en un momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, orando por la paz; y seguramente orando por quienes los perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas. ¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que habían estado cerradas y ocupadas por grupos armados de civiles y de policías, en este mismo día, en una ermita de la zona de Los altos hayan sido masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la violencia.. ¡Y para este pueblo tan hondamente religioso! Toda la tradición judeo-cristiana, secular, de que los templos son Santuarios para los perseguidos, ha sido aquí pisoteada.

El hecho de que hoy, a muy temprana hora, las autoridades del estado hayan ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios funcionales (podrán hablar de la necesidad de practicar autopsia o evitar una peste), viene a convertirse en un agravio más, y no menor, a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:

– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos! ¡No dejen que se los lleven..!

Quien conoce el alma indígena sabe hasta qué punto es existencialmente indispensable hacer el duelo, llorar a los muertos. ¿Será que hasta ese consuelo les va a ser arrebatado? Sólo por la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera Esta, y no la de la sociedad de consumo, es la que permite entender a fondo el misterio de la Encarnación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor…

Cuánto trabajo nos cuesta en este momento, decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Niño nace muerto…»

Chiapas, Chenalhó, Las Abejas. Los masacrados de Acteal viven. Y reclaman.
(Óiganlos.)

Tienen a quien pedirle justicia

Vicente Fox es un ser transparente. No tiene cola que le pisen. Su único delito consistió en abrir la puerta de la democracia en México. Eso es lo que agravió al PRI y al Partido de la Revolución Democrática…

Tal afirmación de un Manuel Mijares, panista exhibe la clase de «justicia» que se imparte en este país. Yo, en mi mente el fallo, la falla aberrante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (vaya titulazo rimbombante) en el caso de la periodista Lidia Cacho y el gobernador de Puebla Mario Marín, protector de paidófilos y pederastas, hablo de la justicia

Ella no es, mis valedores, un estado de cosas; no consiste en programas gubernamentales, no. La justicia es el elemento vital para la vida de una comunidad. Cuando en esa comunidad existe la justicia las masas viven ordenadas y son, por lo mismo, justas y armónicas. La justicia es su sangre, su savia su oxígeno. Cuando los miembros de esa comunidad perciben que existe la justicia son capaces de la epopeya La larga marcha de Mao, el corte de caña en Cuba, la expropiación petrolera en México, con la gente entregando a Cárdenas las joyas de la familia Cuando percibe que no existe la justicia esa comunidad se agosta se erosiona se resquebraja y termina en cínica Esto, porque vive en la inseguridad y en la incertidumbre; porque ha perdido la fe en sus valores establecidos; porque existe el miedo y el rencor, carente de un mañana que le dé confianza seguridad, certidumbre…

Es la Suprema Corte de Justicia la encargada de impartirla con el recurso legal como solo instrumento. Sus juicios son inapelables. Ah, pues resulta muy a propósito como para leer entre líneas contrastar lo que es con lo que debería ser. En su ensayo titulado «La Suprema Corte de Justicia, defensora de la Constitución», lo afirma, contundente, el panista Gabriel Jiménez Remus:

«La realización de la justicia es atribución primaria del Estado. La honesta objetiva y fecunda actuación de este valor es la mejor garantía que puede otorgarse a los derechos fundamentales de la persona humana y de las comunidades naturales. Es, además, condición necesaria de la armonía social y del bien común». Perfecto. Ahora, más allá de teorías, la realidad objetiva

«La Procuraduría General de la República eludió hablar sobre la averiguación previa que integra contra el ex presidente Vicente Fox y el estado que ésta guarda. ‘Es información reservada»’, su argumento. Sigue Jiménez Remus: «Es importante la aplicación justa de la ley por los tribunales; pero un verdadero Estado de derecho exige, además, la elaboración de normas auténticamente jurídicas y un esfuerzo concurrente de la totalidad de los órganos del Estado, presidido por la justicia e inspirado en ella El anhelo de una recta ordenada y generosa administración de justicia y la necesidad de que los encargados de la magistratura llenen las cualidades irreemplazables de elevada actitud de conciencia ilustrado criterio, limpieza de juicio y honradez ejemplar, no por constituir un problema cotidiano, dejan de tener una significación que toca la esencia misma de la función del Estado» perfecto.

«El poder especialmente encargado de hacer justicia debe corresponder a la dignidad trascendental de su misión, con acendrada responsabilidad, firme independencia y enérgica actitud, como guardián celoso y activo agente de la protección del derecho, no sólo contra las transgresiones de los particulares, sino principalmente contra toda desviación o abuso del poder. (…) De la eficacia de un Estado de derecho en la vida de México es particularmente responsable la justicia federal, cuyas funciones de poder se ejercitan principalmente a través del control de la institucionalidad de los actos de los demás poderes, que la Constitución federal ha puesto en sus manos…»

Perfecto, sí, pero la realidad objetiva en voz del panista Rodríguez Prats:

Fox fue un mandatario honesto, y tan es asi que en su administración propició la El linchamiento es una actitud de venganza, de revancha obscena. Ni Fox ni Marta merecen ese trato…»

Por último, la justicia en dos notas del mes. «Por falta de pruebas liberan a un simpatizante de la APPO. Estuvo preso 11 meses, y «Oran por justicia a la guadalupana». (Dios…)