Y en Guatemala, después de años renegridos en que la vota y el espadón cuartelero erizaron el territorio con un reguero de 250 mil muertos, llegó un gobierno civil. Años antes yo había visitado esa Guatemala «dulce y sombría», que dijera el poeta y exiliado entre nosotros Luis Cardoza y Aragón. De mi visita logré un par de amigos, y al saber que Cerezo Arévalo, civil, llegaba al gobierno, desde aquí les envié un mensaje que considero válido hoy día cuando los chapines amanecen estrenando un Alvaro Colom socialdemócrata que arrancó su gestión con un discurso así de «original».
Hoy empezamos el privilegio de los pobres. Es un compromiso adquirido estos últimos nueve años de lucha por el plan de la esperanza.
Nosotros, mis valedores, ¿no hemos oído retórica semejante en los picaros que han logrado, con malas y peores artes, treparse a Los Pinos, para desde ahí aplicarse a empobrecer a las masas en provecho propio y de grupo? Mi mensaje a la pareja de amigos que dejé en mi remota visita a Guatemala.
«Marucha y Virgilio, ¿lo recuerdan? En el recinto oloroso a maderas donde hablábamos de poemas, saboreando ustedes el tinto, tronaron ráfagas de metralleta. En voz baja, doloridos de la guerrilla y el gobierno militar.
«Cuándo tendremos un gobierno civil, como ustedes en México.»
Lo tuvieron. De repente fue «mandatario» un Cerezo civil de frutal apellido. Yo desde aquí les envié el recado: «Felicidades pero no brindar todavía No por aguarles el tinto sino por un impulso dé amistad les pregunto: ¿qué democracias les aventó el Cerezo en su discurso inaugural? ¿Qué de justicias y demás sustantivos altisonantes que los demagogos convierten en cuentas de vidrio y demás abalorios con los que engatusan a los nativos?
¿Los llamó compatriotas, chiquillas y chiquillos, mis amigas y amigos? ¿Cómo…?
(Mi administración, Colom lo jura, sucederá a varios regímenes de derecha que en el último siglo gobernaron en beneficio de los poderes económicos y en perjuicio de la mayoría de la oblación pobre. Si así fuese cuánta ventaja nos llevarían los chapines en materia de justicia social. Pero palabras, exclama Hamlet; puras condenadas palabras. Sigue el mensaje.)
«El de Cerezo sería una pieza oratoria redonda, de mucha sonoridad, con un fuerte sabor decimonónico, porque de los presidentes es, si no otra ninguna, la gracia de la retórica, de los discursos mandados a hacer. El de la toma de posesión sería altisonante, garapiñado de esos vocablos que le dan sabor: derechos humanos, justicia social, hacer más por los que menos tienen y así seguiría la diarrea de promesas y vocablos domingueros (tú, Virgilio, ya habrás descorchado la segunda de tinto. Salud.)
¿Cerezo les prometió que los crímenes del pasado no quedarían impunes? ¿Pactos de solidaridad, pronasoles, enciclomedias, seguro popular?
Aquí, el vómito de aplausos a cargo de una claque política servil y rastrera ¿Que cómo pude adivinarlo? ¿Intuición mía? Qué va Conocimiento del paño, sin más. Yo habito en la entraña de un gobierno civil en un «estado de derecho», donde a las masas siempre me la han embobillado, como supositorios, discursos de esa ralea Que si arriba y adelante, que si la solución somos todos, renovación moral, les voy a dar en toda su mother-nización para el bienestar de la familia, un voto útil para el «cambio», «presidente del empleo» y cuidado con ese otro, que es un peligro para México. Ah, demagogos. Ah, Guatemala. Ah, México…
Marucha, Virgilio: en mi País y más allá de las promesas embusteras, a cada ascenso presidencial corresponde un ascenso en los precios de la canasta básica A los 5 años con uno, a los 5 meses con otro, y con el chaparrito, jetoncito, a los 5 minutos. Marucha, Virgilio: ya conocen a estas horas el rigor de los licenciados; ya probaron la distancia que va de su verba salivosa a la acción; sepan también: Guatemala y su hermano mellizo del norte son vidas paralelas y un destino común de pueblos sometidos porque se niegan a pensar, a ejercitar la autocrítica a organizarse no en muchedumbres, sino en comités ciudadanos autogestivos para así, con la ley en la mano, darnos ese gobierno que mande obedeciendo, y no. Nosotros, ha ¡e-xi-gir! Lóbrego.
Pero ánimo, que amanecerá. Al señalar a los dañeros de Guatemala, como también a los de acá, clama el poeta de ustedes, de todos nosotros:
Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados. «Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte…»
(Vale)