Señora Martha…

¿Lo ve usted? Fue flor de un día, o más propiamente: flor de un sexenio, el de su marido. No más. El polvo retornó al polvo y lo del agua, al agua. Así pasan las glorias en este mundo, y no vaya usted a olvidar que lo que salió de la nada a la nada ha vuelto. Como usted misma, señora Martha, a quien muy bien le cuadra la cancioncilla antañona:

«Hagamos de cuenta que fuimos basura -vino el remolino y nos alevantó». Como a usted…
Porque eso fue: basurilla, según la exhibieron sus propias acciones cuando, por ascender, se ahijó al cuadril de su marido, quien me la encumbró durante los seis años en que él mismo se encaramó al poder sin más merecimientos que ser vendedor de aguas embotelladas y similares. Ese mediocre que tiene usted por marido me la vino a «alevantar» en el remolino de una política basurienta, de una turbulencia politiquera. El hombre de negocios la encumbró de manera efímera y artificial, y ya cuando usted se miró en las alturas, incapaz de un gramo y de un grano de autocrítica, perdió la proporción y, pequeña-ja como es, se sintió con los tamaños para suceder al marido en el sillón de gobierno. Crear una dinastía, ni más ni menos…

¿Pues en qué andaba pensando cuando dejó entrar en su mente tan desmesurada ambición? ¿Una nueva Eva Perón, engrandecida a la sombra del marido gobernante y dispuesta a hacer historia en el país? Pobre de usted, gusanillo que nunca logró metamorfosearse en crisálida…

Porque así de efímeros son los sueños desbozalados y así de quebradizas las ambiciones no cimentadas en el mérito personal. Flor de un día, en un tiempo soñó usted con encaramarse en el sillón del gobierno, y ya con sus dos reales en él, ándele: al derroche y los lujos desaforados, al saqueo de las arcas públicas y a satisfacer la delirante ambición de todo mediocre, logrero y arribista que, por no ser, quiere tener. Para sí y toda la parentela de ocasionados y ventajistas. Señora Martha…

¿Pues qué sueños de opio me la llevaron a imaginar tal desmesura? Nada era usted, y ala nada ha vuelto. Conócete a ti mismo, exhortaba el oráculo de Delfos, y Sócrates recogió la exhortación y la tornó su divisa Conócete a ti mismo. Y usted nunca tuvo conciencia de su pequeñez, y cuando el remolino cesó, venga el porrazo. El hechizo se había esfumado. La carroza había vuelto a ser lo que siempre fue, calabaza. El onanismo mental de gloria, poder, lujos y derroches y sueños de las mil y una noches: todo se tornó un montoncillo de ceniza, la de los sueños de opio que incinera la realidad. Y a volver a la oscuridad, a esa mediocridad que es su santo y seña, su irremediable destino. Y a desandar lo andado, a recular, como tarde o temprano recula esa fauna de los trepadores, los arribistas, los oportunistas, los oficiantes del rastacuerismo. Y perdonando la curiosidad…

¿Ahora a qué se dedica usted? ¿Qué oscuras actividades la mantienen ocupada allá en su refugio provinciano? Después de que vivió en el cogollo del poder y aspiró los humos de ese avieso copal que a su hora le quemaron los serviles que nunca faltan y siempre salen sobrando, ¿qué fue de sus lambiscones? ¿Cuántos de esos cortesanos siguen alimentándole su vanidad y devaneos de frustrada estadista? Por mantener vivos los amarres concertados en sus tiempos de influencia y poder, ¿mantiene usted una copiosa comunicación telefónica? ¿Por internet? ¿Tiene un íntimo circulillo de amistades? ¿En algún club, lonja, cofradía o asociación religiosa consuela su frustración? ¿Mira por su familia? ¿Le ha dado por cultivar su jardín, criar pájaros, tejer chambritas para los nietos? Pero cuidado, no le dé por escribir, que últimamente personas de muy baja estofa, fabiruchis de la coprofilia televisiva, han dado por abaratar mi oficio de escritor con mamotretos que al atizar el morbo de unas pobres masas adictas a Orejas y Ventaneandos han terminado por corromperles su gusto estético…

Miro satisfecho que vuelve usted a su mundo minúsculo, cortado a la medida de su propia mediocridad, el mundo que usted merece y del que nunca debió haber salido. Que ahí permanezca; que nunca más ninguna ventolera la regrese al rejuego de la política, que es decir a maniobras, acuerdos, concertaciones, amarres e intereses oscuros de politiquería barata, que a los paisas nos sale tan cara. En fin.

Es cuanto, señora Martha Elena García, frustrada aspirante a suceder a un cierto Antonio Echevarría Domínguez, marido de usted, en la gubernatura de Nayarit del sexenio pasado. (Vale.)

Conócete a ti mismo

Tal aconsejan Sócrates y el oráculo de Delfos, y a propósito: ¿se conoce el mexicano? El conoce a los políticos, y la vida se pasa renegando y derramando bilis negra contra esos que maceran el país con leñazos de corrupción lucrativa e impune. Pues sí, ¿pero él, cómo imagina ser y cómo lo definen sus hechos? Según encuesta reciente, el mexicano se tiene por muy sociable, muy fácil de tratar, le cae bien a todo el mundo y se considera a sí mismo una persona bromista relajienta, planeadora, amigable, simpática, traviesa y amable. Los encuestados se calificaron de ordenados, responsables, acomedidos, atentos, trabajadores, limpios, estrictos, obedientes, activos y buenos. En el área afectiva: románticos, sentimentales y cariñosos, como también respetuosos, leales, sinceros y compartidos en factores ético-morales.

Edificante, sí, pero la investigación psicológica universitaria: «la brecha entre lo que el mexicano cree que es y lo que es resulta muy ancha El mexicano es flojo, macho, conformista, alegre, irresponsable, tradicionalista, fiestero, dejado, solidario, pasivo, impuntual, mediocre y borracho. El mexicano es un individuo incapaz de cumplir con sus responsabilidades, que no hace bien las cosas, que no toma decisiones propias y que vive de ilusiones, que no confía en sí mismo, no controla sus emociones y es borracho, mujeriego y jugador. Pero el mexicano real también resulta ser afectivo, amigable, cariñoso, que disfruta de la vida, es inteligente y productivo, con una vida fundamentada en la fe y en sus tradiciones…»

Por cuanto a su religiosidad, los obispos Genaro Alamilla y Felipe Arizmendi: «El mexicano es un analfabeta religioso. Es muy doloroso reconocerlo, pero la Iglesia Católica debe reconocer que se ha olvidado de orientar a los feligreses sobre el verdadero sentido del cristianismo. En vez de impartir adecuadamente la doctrina, sólo ha privilegiado el culto. La Iglesia no ha ejercido la capacidad de enseñar adecuadamente la doctrina católica porque ha preferido dedicarse sólo al culto, provocando con ello que México sea una nación de analfabetismo religioso. De nada sirve que haya muchas misas, rosarios, imágenes de santos y procesiones, si el pueblo no conoce el significado de la cristiandad, y no respeta los 10 mandamientos…»

«Los mexicanos viven estos días con una gran ausencia de Dios. Se preocupan por las vacaciones, las fiestas, la diversión, pero no van a la iglesia, no se confiesan ni comulgan, no participan en las celebraciones ni leen la Biblia, no corrigen sus malas costumbres, y al terminar estas conmemoraciones su vida sigue igual o peor. Por no invocar el nombre del Señor y por desobedecer sus mandatos, muchos se hunden en el precipicio.. Muchos, ya marchita su esperanza nada esperan de su vida, su familia, los partidos, la autoridad y hasta de Dios. Por ello se desenfrenan en vicios, impurezas, orgías, tratando de ahogar de alguna forma su vacío interior. Muchos aspectos de nuestra realidad nos causan repugnancia y nos avergüenzan como mexicanos. Parecen un trapo asqueroso que no quisiéramos ver ni tocar. Hay hechos que nos causan repugnancia, maldades que se suceden como en torbellino impetuoso y arrollador, pecados que se desencadenan en forma irrefrenable…»

Religión y tolerancia- Desplegado de prensa- «El homosexualismo es una grave y absurda oposición a los designios divinos en la realidad sexual, por lo cual es intrínsecamente perverso. Frente a las pretensiones del homosexualismo, la Fundación Vida y Valores postula que la igualdad ante la ley siempre deberá estar presidida por el principio de justicia, que demanda tratar lo igual como igual y lo diferente como diferente. Este principio de justicia se violentaría si se otorga a los homosexuales activos un tratamiento jurídico semejante o equivalente al que corresponde al hombre y la mujer. El homosexualismo constituye una perversión moral. Nadie tiene legitimidad alguna para pretender la protección jurídica a comportamientos inmorales e irracionales. El homosexualismo no es fuente de derecho».

Mérida, Yuc, VI-01. Por negligencia médica confesa fallecieron víctimas de Sida El ombudsman de aquella entidad: «¿Defender a los sidosos? ¿Para qué, si de todos modos se van a morir? Al contrario: pido que a los infectados se les confine, y en caso de que rebasen la línea de seguridad… ¡se les tire a matar!» (Dios.)

Requiescat in pace…

-Salud de los enfermos, ruega por nos… Ahí, a la cabecera del agonizante, el maestro. Yo, por su sabiduría, honestidad y claridad mental, admiro al mentor, pero hoy descubrí en él lo que ya sospechaba: su calidad humana, su don como valedor de los desvalidos. Y como él y con él, su jovencísima setentona de las zarcas pupilas, la maestra Águeda Ellos -y yo, de metiche-, que intentaban hacer menos ruda la agonía del enfermo aquel, tío abuelo de la inquilina del 13. Mis valedores: esto que ahora les cuento sucedió ayer, domingo, a media mañana Urgido, el maestro advertía a la runfla de parientes apeñuscados en derredor del doliente.

– Es un caso de suma gravedad. Peritonitis, como los legos la conocemos. Inflamación del peritoneo. Cirrosis hepática, posiblemente. La vesícula, tal vez. Derrame de bilis. Dolorosísimo. ¿Observan el sufrimiento del paciente?

– Hay que internarlo cuanto antes, dijo la maestra Águeda Vean lo abotagado que tiene su rostro, y ese estómago inflado. Perciban el mal olor que despide. Su sistema intestinal ya está filtrando al estómago líquidos con toxinas, proteínas y demás sustancias altamente tóxicas. Una punción, pero de inmediato. Internarlo cuanto antes, señora

La cual, con el resto de la parentela, observaba al tío abuelo, que se retorcía en la cama; los parientes, una esgrima de miradas entre ellos, cuchicheaban como dudando todavía Inaudito, que a simple vista se advertía en el enfermo la gravedad. «Conozco a una especialista, dije. Una doctora Si ustedes me autorizan para llamarla.»

Ellos, que atascaban el recinto, parecían no entender la gravedad de la situación. Pajareaban, cuchicheaban, movían la cabeza, fruncían la nariz ante las emanaciones pestíferas, consecuencia de un hígado que habría dejado de funcionar. Y los cuchicheos, y los bisbíseos, y el menear de cabezas, el cubrirse la nariz y los comentarios a media voz. Dije: «¿Quieren que llame una ambulancia..?» Como si ignoraran la gravedad del paciente. Dijo alguno:

– A tan extrema medida no creo que debamos llegar. No hay que precipitarse, ¿verdad? Yo digo que aquí mismo podemos solventar la situación. ¿O usted qué dice, tía?

– ¿Se acuerdan de aquella vecinita de aquí a la vuelta, que ya la daban por muerta? Baños de asiento con agua de trementina y cucharadas de miel con tila y extracto de éter y pasiflora Santo remedio.

El enfermo, su piel amarillenta, su agitada respiracióa Y aquel desatino, y semejantes espasmos, y esa runfla de parientes tan insensibles. ¿Acaso no se hacían cargo de la situación? Habló alguno: «Desalojarle sus intestinos con un purgante. Yo me recuerdo de un caso parecido. ¿Se recuerdan del Chilillo Marín? Sal inglesa con ricino, y todo el mal va pa fuera Una maravilla».

– No, y cómo estaba ya la renca Rafaila desahuciada ¿Se recuerdan? Ya el padre de Dulces Nombres le había dado los santos oleos. Yerba de varaduz en agua de tequezquite, y miren: nueva otra vez. Parió cuatitos…

El enfermo, resuello empedrado. Pestilentes líquidos. Sugerí: «La doctora vendría de inmediato». El sobrino del enfermo nos miró: «Un momento. ¿Nos permiten? Hay que valorar la situación y tomar una decisión entre todos. Por consenso. ¿Nos permiten…?»

Los parientes de la yerba de varaduz y otras yerbas se trasladaron al comedor. Y fue así como se inició el ir y venir de la parentela que, convocada ex profeso, llegaba al edificio, llenaba la habitación, la vaciaba y la volvía a llenar; mientras, el tiempo alargaba la agonía del paciente. Los maestros y yo qué hacer, si no velar al de rostro abotagado, piel amarillenta y semejante hinchazón del vientre Y aguardar lo trágico. Dije, no pude evitarlo:

– Se agrava por momentos. Que no vaya a morírsenos. Y ellos, que no llegan a una decisión por consenso…

Por fin. La parentela regresó a la habitación den enfermo: «Ya votamos democráticamente. La decisión, consensuada Ya sabemos el nombre de quien nos lo va a aliviar, aquí lo apunté, miren.

Leí: Leonardo Valdés. Dije: «¿Es médico, sabe de medicina?»

– Quién sabe qué madres sea, pero él sabe redactar un acta de defunción.

Y miraba al enfermo, el cual, entre estertores: «Ife, ife, ife…»

Al menos así le entendí: Ife, Ife. (Y RIP.)

Santería popular

Aquí, para ustedes, mi retablillo anual en torno a ese Santo de la santería popular que parió, creó y crió la imaginería de las masas, y que permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de esas vetustas películas que exhuma el cinescopio. Vivo está, redivivo a contracorriente del tiempo que todo lo borra. El Santo, sí, El Enmascarado de Plata. A propósito…

Fue un día como el martes pasado, pero de hace 24 años, cuando el paisanaje amanecía huérfano porque, de repente, se le fue el Santo al cielo. El Santo de su devoción, uno al que pocos identificaban como un tal Rodolfo Guzmán Huerta, pero que todos conocíamos como El Enmascarado de Plata. Qué tiempos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos, que no es lo mismo El Santo que 24 años después. Yo, al recuerdo del símbolo popular, le entono mi endecha anual, mi elegía, y así clamo, a su memoria, en un aniversario más de que se nos fue El Santo al cielo:

Santo, Santo, Santo, señor de los cuadriláteros. Santo Enmascarado de Plata, de rogamos, óyenos. Sanchopancesco quijote de máscara y capa cirquera: ahí donde ahora tomas resuello tras de caer vencido en la rigurosa lucha a una sola caída y sin límite de tiempo, escucha a tus devotos, los que acá quedamos. Esto te lo digo porque eres lo que eres, Santo tutelar de la fanaticada de todas las arenas del barrio, donde se creyó -se cree- en ti y en ti se confía como nunca en ninguno de esos luchadores rudos, villanos del golpe bajo, la trampa y el costalazo, que han dejado memoria ingrata en esa arena que se nombra «México». Esto te lo digo, Santo, por lo que en mi gente eres de ánima y estilo, de amalgama e identidad, contraseña y memoria colectiva; porque percibo que mueres al modo del purulentillo del panteón náhuatl, requemado en la hornaza para revivir sol, símbolo y Santo de la santería popular. Porque a tu advocación se arriman ésos a los que dejaste solos y mortecinos, huérfanos de algo porque se han quedado sin Santo y seña-Desde aquel cuadrilátero al que hayas ido a parar mira por nos; por la desfalleciente esperanza de esa fanaticada que acá se queda luchando un día sí y el otro también en este encuentro desigual a cotidianas caídas que tiene sentenciado a perder con los rudos del costalazo por las malas artes de arbitros vendidos, cuando no comprados. Mira por ellos que, siempre perdidosos, de tus triunfos sacaban los suyos (héroes por delegación; ah, terca inmadurez), y el desquite contra los rudos, esos del negocio de la política y esos de la política del negocio que me tienen al paisa con la espalda en la lona.

Santo señor de la menesterosa esperanza en esta arena que nombramos «México«: tu capa y tu máscara fueron (en olor de leyenda lo son todavía) la materialización lentejuelera del heroísmo y la honestidad, y el valimiento de paisas y el triunfo del bien sobre el mal; fueron y serán el símbolo populachero de la Justicia, acá donde Justicia no existe para el respetable más que en el pregón de los demagogos. Nos la nombran, sí; nos la cantan, nos la predican, nos la mientan. Ya sería mucho que también nos la impartiesen…

Santo: tú que en gallardas contiendas desenmascaraste a tantos, ¿y a ésos cuando, Santo señor? ¿Cuándo? Te rogamos, óyenos a los que en lugar de asumir, preferimos seguir delegando. En mesías, en «impuestos», en demagogos, en El Santo, Enmascarado de Plata. Mis valedores:

El Santo se nos murió hace lustros, y dejo yo aquí, para todos ustedes, esta memoria anual de ese surrealismo de tenis y calzón corto que se cría en el subdesarrollo, donde hay tantas esperanzas exhaustas qué enderezar. Dejo aquí mi réquiem para ese Santo que de lucha en lucha se nos fue tornando sustancia y ánima del ánima popular, su argamasa y su estilo, su seña de identidad. El Santo se nos murió, y ahora quién irá a sacar la cara (la máscara) por la esperanza de los damnificados de siempre, de los desencantados, los sin rostro y sin máscara, los ignorados entre los anónimos. Quién va a sostener, en los vuelos de una capa granguiñolesca que revolotea entre las cuerdas del cuadrilátero de barriada, esa desfalleciente esperanza y ese orgullo maltrecho de un paisanaje que, renuente a asumir; prefiere seguir delegando en villanos, espurios la mayoría. Lóbrego destiño de una fanaticada que por delegar en el «Sistema», su enemigo histórico, tiene siempre su lucha perdida contra Los Pinos, sociedad anónima de capital variable. Y qué hacer, si el aficionado se niega a pensar, al ejercicio de autocrítica, a la verdadera organización. En fin.

Santo, Santo, Santo de la santería popular. (A su memoria.)

Piedad, señor ex-presidente

De no creerse, señor. ¿Sabe usted que como gobernante que fue ya lo estoy echando de menos? Muy cierto, lo reconozco: cuando titular del Ejecutivo creó usted una muy mala fama de inepto, frívolo, cabeza hueca y garañón bueno para nada que no fuera escandalizar a las buenas conciencias con su indiscreta manía de besuquear, levantar faldas y cachondearse con la favorita en turno. Pues sí, pero como gobernante lo echo de menos. Qué cosas…

De acuerdo: mientras permaneció en el cargo lo abominé, como tantos más. Y cómo no aborrecerlo, si por su estilo personal de gobierno, desenfadado y superficial, el país padeció una crisis tras otra, que iban desde los recovecos de la economía, tan delicados, hasta los pantanosos terrenos de la política exterior, donde lastimó a pueblos y gobernantes. Yo, entonces, tronándomelas de nervios (las manos) aguardaba a que usted, por hurtarle el cuerpo a jueces, ley e investigaciones, se apresurase a encuevarse en algún refugio estratégico que lo pusiera a salvo, y que al gobierno llegase el sucesor, y con él la nueva esperanza de cambio para tantos desesperanzados candidos. Y que el tiempo se olvidase de usted, y la paz. Perfecto.

¿Y el resultado, señor ex-presidente? Yo con el alma quisiera que volviese al poder. No tengo otro remedio que echarlo de menos…

Y cómo no echarlo. Usted no cumplió sus promesas de candidato, al contrario: dejó un país erizado de crisis, problemas y dificultades. Peor, imposible, pensaba yo entonces, ¿y cuál fue el resultado? Pues eso, que el sucesor nos ha resultado una catástrofe más destructiva que usted mismo. Mediocre irredento, inestable emocional y de torvos instintos bajo la costra de su aire de santurrón; con un pasado gris, cuando no oscuro, ése exhibe el perfil psicológico de un perfecto inhábil como gobernante, lo único perfecto en él, que carece de merecimientos para ocupar el cargo heredado a la mala, cuando no a la peor, y que por méritos propios nunca hubiese alcanzado. Señor…

Usted bien lo sabe: su sucesor fue impuesto por los del poder a la viva fuerza mediante un fraude estridente, porque vieron en él, carácter de malvavisco, el medro seguro a costillas de los gobernados. Ahora se la pasan cobrándole las facturas. Con réditos. ¿Y usted, mientras tanto..?

Recuerdo el día en que el otro llegó al gobierno, y cómo nos fue a resultar, que apenas estrenado en el sillón donde lo impusieron y que le queda holgado, comencé a echar de menos la presencia de usted. Atónito ante las medidas aberrantes del sucesor, miraba hacia algún rumbo impreciso de la geografía (¿el norte, el noroeste?), calculando que por allá andaría usted, en cabildeos con sus colegas para mantener en pie los intereses que creó en su gobierno. Yo, entonces, me la persignaba susurrando aquella oración:
– Que vuelva. Que vuelva tan sólo una vez, pero que vuelva..
Usted qué iba, qué va a volver…

Y qué hacer. Yo, agobiado, seguía y sigo presenciando las barbaridades del sucesor, un reaccionario que entre tufos misticoides y de moralina (hasta esa erisipela le vino a brotar), a lo desvergonzado mostraba ser un moralista de dicho y un corrupto en sus acciones; un persignado de los que mean agua bendita y ventosean flatos en olor de santidad. Laus Deo Señor ex-presidente:

Yo, en un principio, me preguntaba: ¿estará enterado de que con ese allá arriba la pública res (no me refiero al tal) está mil veces peor que antes? Y de saberlo, ¿nada puede o quiere hacer para frenar al que llegó con su peste a fraude maquinado, a imposición, en calidad (muy mala calidad) de espurio? Algo en bien del país tiene que hacer el antecesor, así sea una asesoría a tiempo. ¿Por qué no lo hace?, pensaba ¿Tan poco le interesa el país..?

Ahora lo entiendo. Cómo pudiese advertir las torpezas de ese que le sucedió en el gobierno, si sigue usted arropado en las enaguas de la mujer, a la que alienta en sus ambiciones y se la encarama en los lomos para fomentarle sus instintos y vocación arribista, de trepadora voraz. ¿Que ella anda en plena brama política? Pues a excitarla, a estimularla, a satisfacerla y ponérsele de escalera para ayudarla a trepar. ¿Que, hiperkinética, zarandea las aguas políticas para asir del poder todo lo que abarquen sus dos manos? Ahí usted, al pie de faldillas y enaguas; que para gobernar un país resulta que son, a mi ver, más valiosas que usted y el sucesor juntos…

Adelante, pues. Deje que el sucesor siga arruinando el país, señor William Clinton, ex-presidente. (Vale.)

Las paredes hablan

Graffiti: para unos, sólo rayones, un acto vandálico que debe ser penado; para otros, una forma de protesta contra el sistema, contra la repre sión del gobierno, y una nueva propuesta artística. (L. Velázquez, Milenio, 4 feb., 08.)

Hablan las paredes. Todo consiste en saberlas escuchar. Con elocuencia suelen expresarse, y qué de enseñanzas nos llegan a troquelar. Ello ocurrió, por ejemplo, en el año crucial de 1968, cuando la rebeldía estudiantil hizo explosión y tomó calles y muros, y en grafitos a cual más de ingeniosos profundos, aleccionadores, proclamó consignas como esta, ya clásica:

¡Prohibido prohibir!

Sus retumbos se perciben hoy todavía. Menos difundidos, pero igualmente aleccionadores: Seamos realistas, pidamos lo imposible! (Yo lo corrijo: no pidamos, hagamos lo imposible.) La respuesta del Poder fue instantánea, y se manifestó con grados diversos de crueldad en Praga, en París, en Washington, en Tlatelolco. Va aquí una colección de grafitos (manos anónimas, o casi) recogidos en los muros de París cuando el movimiento estudiantil de mayo del 68 y que a su hora recopiló Héctor B.A. Las frases, júzguenlas: ¿no son síntesis valiosa de teoría política vigente todavía hoy?

La barricada cierra la calle, pero abre el camino – El levantamiento de los adoquines de las calles constituye la aurora – ¡Te amo! Oh, dímelo con adoquines – El que destruye el amor – Abraza a tu amor sin dejar de abrazar tu fusil – La belleza será convulsiva o no será belleza – Yo digo: ¡no a la revolución con corbata! – La revuelta y solamente la revuelta es creadora de la luz, y esta luz no puede tomar sino tres caminos: la poesía, la libertad y el amor – La poesía está en las calles. Calle de las escuelas – No se encarnicen con los edificios, nuestro objetivo son las instituciones – Si lo que ves no es extraño, la visión es falsa – Exagerar: esa es el arma – La voluntad general contra la voluntad del general…

Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre – Pensar juntos, no. Empujar juntos, sí – No puede volver a dormir tranquilo aquél que una vez abrió los ojos – La emancipación del hombre será total o no será – Queremos las estructuras al servicio del hombre, y no al hombre al servicio de las estructuras – Queremos tener el placer de vivir y nunca más el mal de seguir vivos – ¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación..!

Desabróchese el cerebro tan a menudo como la bragueta – Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar – En los exámenes universitarios, respondamos con preguntas – ¿Violar algo? Viola tu alma mater – Acumula rabia – Las paredes tienen orejas. Vuestras orejas tienen paredes – La acción no debe ser una reacción, sino una creación – La novedad es revolucionaria. La verdad también – Tomemos en serio la revolución, pero nosotros no nos tomemos en serio – Todo el poder a los consejos obreros (un rabioso). Todo el poder a los consejos rabiosos (un obrero):

Mientras más hago el amor, más ganas me dan de hacer la revolución. Entre más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor – La vida está más allá – Cuando la asamblea nacional se convierte en un teatro burgués, todos los teatros burgueses deben convertirse en asambleas nacionales – Graciosos señores de la política: ocultáis detrás de vuestras miradas vidriosas un mundo en vías de destrucción. ¡Gritad, gritad; nunca se sabrá lo suficiente que habéis sido castrados! Dios: sospecho que eres un intelectual de «izquierda» – No es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal.

Yo jodo a la sociedad; la sociedad me devuelve la joda con creces – La sociedad es una flor carnívora – Nuestra esperanza no puede venir sino de los sin esperanza – Si nos mantenemos firmes los que tienen miedo estarán con nosotros -No me liberen. Para esos me basto yo solo – Todo el mundo quiere respirar, nadie puede; unos dicen: respiraremos más tarde. La mayor parte no mueren porque ya están muertos y no lo saben – ¡La imaginación al poder!

Entre la tolerancia del gobierno francés ante la voz de los muros universitarios y la vesania de un Díaz Hordas que empapó de sangre estudiantil muros y plazas de Tlatelolco, ¿alguna diferencia? Todo esto, mis valedores, encierra su muy buena moraleja, ¿pero cual? (Piensen.)

Cuestión de aflojarlo…

Los 13 cuentos que conforman La ley de Herodes, del escritor Jorge Ibargüengoitia, publicados en 1967, hoy aparecen traducidos al italiano.

Lo que me recuerda (le recordó al maestro en la tertulia de anoche) el relato que da título al volumen. ¿Conocen ustedes La ley de Herodes?

– Y cómo no la vamos a conocer –el Síquiri-, si esa es la única ley que se cumple en este país, o sea: la ley de ese que nombran ustedes Nuevo Orden Mundial, con sede en Washington: «El neoliberalismo es La ley de Herodes, y aquí te tzhingas o te hodes». A la de a blanquillo, ¿no?

– En el fondo es la misma, pero yo no me refiero a esa ley, sino al relato de Ibargüengoitia. No creo que sea su relato mejor, pero ilustra la relación de La Casa Blanca con el de Los Pinos. ¿Tiene usted ese libro, señor Valedor?

Lo tuve. Ya con él en sus manos, el maestro explicó el argumento y citó algunos pasajes. «La ley de Herodes: la enajenación de PEMEX y similares que nos impone el Imperio, y todo lo que el de Los Pinos le tiene que soportar, a veces por la propia conveniencia Aquí el arranque del cuento, donde el protagonista narra sus inicios marxistas y su relación episódica con el Imperio del Norte«.

«Sarita me ilustró. Antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo entender que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del proletariado; me hizo leer a Marx y Engels, ¿y todo para qué..?»

Muy marxistas él y Sarita, pero como buenos pragmático-utilitaristas, ambos solicitaron la beca de Fundación Katz para ir a estudiar en los EU. Y a someterse a los exámenes correspondientes, que pasaron sin dificultad, hasta llegar al examen médico. Ambos, al siguiente día, tendrían que presentarse con sus muestras «del uno y del dos». Mortificante.
«¡Ah, qué humillación! ¡Recuerdo aquella noche en mi casa, buscando entre los frascos vacíos dos adecuados para guardar aquello! ¡Y luego, la noche en vela esperando el momento oportuno! ¡Y cuando llegó, qué violencia! Cuando estuvo guardada la primer muestra volví a la cama y dormí hasta las siete, hora en que me levanté para recoger la segunda Guardé los frascos en bolsas de papel para evitar que alguna mirada adivinara su contenido».

Y que en el lugar de la cita tuvo que esperar a Sarita, pues ella había tenido cierta dificultad en obtener una de las muestras. Que ella, como él, llegó con el rostro desencajado y su envoltorio contra el pecho. Que se miraron sin hablar, conscientes de que su dignidad humana como nunca antes había sido pisoteada Y lo peor: que delante de la pareja la recepcionista tomó los envoltorios, los sacó del plástico y exhibiendo su contenido les pegó una etiqueta Y que un tal doctor Philbrick, de la Fundación Katz, hace pasar al consultorio al joven solicitante de la beca, y que lo somete a humillante interrogatorio sobre dolencias y contagios que hubiese padecido: neumonía, paratifoidea, gonorrea, en fin Y al cubículo: «Desvístase».

«Yo obedecí, aunque ya mi corazón me avisaba que algo terrible iba a suceder». El doctor Philbrick procedió a revisarle el cráneo, y a meterle un foco por las orejas, y un reflector frente a los ojos, y le oyó el corazón. «Luego tomó las partes más nobles de mi cuerpo y a jalones las extendió como si fueran un pergamino, para mirarlas como si quisiera leer el plano del tesoro…»

Siguió, implacable, la revisión, que el marxista solicitante de aquella beca soportaba con dificultad. Sudaba; en eso: «El doctor Philbrick fue a un armario y tomando algodón de un rollo empezó a envolverse con él dos dedos. ¡Hínquese sobre la mesa!» Sí, en cuatro puntos. A gatas, pues.

Tomó un objeto de hule, introdujo en él los dos dedos envueltos en algodón: «Comprendí que había llegado el momento de tomar una decisión: o perder la beca, o perder aquello. Trepé a la mesa, me hinqué, apoyé los codos sobre la mesa, me tapé las orejas, cerré los ojos y apreté las mandíbulas. El doctor comprobó que yo no tenía úlceras en el recto». «Vístase».

– Salió tambaleándose, y en el pasillo encontró a Sarita, pálida Salieron a la calle, y mirábanse de reojo. Contertulios: La ley de Herodes tuvo un remate fatal: entre amigos y conocidos de la pareja trascendió el secreto de que el marxista se había culimpinado ante el imperialismo yanqui. ¿Y nosotros? ¿Y nuestro gobernante frente a la Iniciativa Mérida y la privatización de PEMEX?

– Nosotros a aprontarlo y ponernos flojitos. Como siempre, ¿no?

Callamos. Mi país, (ah, mi país…)

Un vendepatrias proyanki

Los privatizadores de las paraestatales, que representaban los ahorros de la nación, cumplen ahora la encomienda de rematar el proceso de enajenación de PEMEX y la energía eléctrica, como en los tres sexenios de los tecnoburócratas y el de Vicente Fox se entregó más de un millar de empresas públicas al capital trasnacional. Se ufanaba en su momento Ernesto Zedillo.

En forma exitosa y de acuerdo con los tiempos previstos marcha la privatización que promovemos en gas natural, terminales portuarias, telecomunicaciones, petroquímica secundaria y ferrocarriles,..

Ferrocarriles. Del tema habló el maestro en la tertulia del jueves pasado, y a los contertulios nos dio a conocer la primera privatización de los ferrocarriles que registra la historia, «perpetrada» por un gobernante proyanki:

– No, ese vendepatrias no fue Zedillo.

No fueron Salinas ni Fox. Ese proyanki fue nada menos que don Porfirio Díaz. Pues sí, pero en aquel entonces aún había periodistas valientes, y la acción entreguista del dictador fue denunciada en el artículo periodístico titulado: ¡Pobre México».

De su libreta el maestro sacó una vetusta hoja de diario, ya amarillenta. Leyó: «Mientras que el vulgo ignorante y los periodistas vendidos batían palmas cuando se acordaron concesiones ferrocarrileras a nuestros vecinos…

– ¡Oiga esa nota es de hoy mismo! –El Síquiri.

– No de hoy, sino de 1885, y sigo. «Mientras, los hombres pensadores temblaban por el porvenir de esta patria infortunada, victima de las ambiciones y de la improvisación». En una palabra, México ha dado millones y millones a las empresas ferrocarrileras, para que lo arruinen. ¡Pobre país!

«Los hombres pensantes veían en esas concesiones un peligro inminente para México, y no se equivocaron. En recompensa de las espléndidas (sic) subvenciones concedidas a los yankees, éstos están arruinando al país por medio del contrabando, y debido a ciertas tarifas de conveniencia, concertadas de una manera embozada para proteger la industria extranjera (sic) con graves perjuicios de los intereses nacionales.

Por una mera casualidad, el Ministro de Fomento desconfió de los manejos yankees, y sólo apoyó las tarifas de una manera provisional y por corto plazo: cumplióse éste, prorrogóse en seguida, ha vuelto a cumplirse; y sin embargo no se ha podido conseguir que la Empresa del Ferrocarril Central modifique sus laterales tarifas. Rehusa reformarlas, y para ello se vale de rémoras y pretextos inadmisibles. Por lo visto, nuestros agradecidos y caritativos empresarios, los americanos, obran ya en este país como si estuvieran en su casa. La conquista pacífica comienza ya a producir sus sabrosos frutos.

¿Qué sucederá mañana? D. Porfirio, que tuvo a bien romper con las inveteradas preocupaciones del inteligente y previsor Benito Juárez, puso a los yankees un puente de plata para que desde Nueva York pudiesen venir a esta capital, sin incomodidades, sin riesgos y a costa nuestra A D. Porfirio toca sacar al país del espantoso atolladero en que está metido. ¡Ojalá y no sea ya demasiado tarde! (Periodista valiente, sí, pero candido, digo yo.)

«A grandes males, grandes remedios. Si al fin hemos de romper con los que se tomaron media República hace 38 años, y que ahora tratan de apoderarse del resto por medios ingeniosos, vale más que suceda hoy. Mañana la obra será más difícil porque se habrán creado y robustecido grandes intereses americanos en esta República ¿Qué opina acerca de esto el general Díaz?» Hasta aquí la lectura

– Y bien, contertulios, ¿qué opinan ustedes? ¿Que dice usted, señor Valedor, que con tanta atención está leyendo por encima de mi hombro?

Me abochorné. «Es que curioseaba los anuncios de ese viejo periódico».

El maestro me acabo de abochornar: «Aquí no hay más anuncio que este, escúchenlo: «Específico de Henry, célebre remedio inglés. Es el único específico seguro e infalible para la curación rápida y radical de la impotencia, derrames seminales y toda clase de desarreglos producidos por excesos. Jamás ha fallado. Experiméntese. Depósito único en la República, Droguería Universal de E.Van den Wyngaert. Puente del Espíritu Santo núm. 1″.

Silencio. «¿Y?» Me preguntó el maestro. A lo apresurado contesté, y a lo irreflexivo: «No, pero para dar con la droguería esa…»

Me sentí ridículo. Suspiré. (Qué más.)

Esos vendepatrias…

Allá, el imperio en el norte. Acá, sus gerentes y encargados de negocios, alojados temporalmente en las casas de gobierno de la América Mestiza, como la designaba el genio americano, José Marti. Entretanto aquí, allá, en todas partes, esas masas sociales que, luego de desquitar los cuatro, cinco salarios mínimos, acuden a su cita puntual con el televisor, a enajenarse con la visión y la versión del Poder, que transmiten sus voceros. Y entonces, por pura ignorancia, a jugar el papel de colaboracionistas del enemigo histórico. Es México. Los vecinos de Cádiz, en la tertulia de anoche, escuchamos la voz del maestro:

– La memoria histórica, contertulios. Afirmó el presidente del país, cita del editorialista Fernández-Vega en La Jornada de ayer, anteayer, que la privatización de esas paraestatales que representaban los ahorros de la Nación, permitirá encauzar el desarrollo integral del país, el crecimiento autosuficiente y la reducción de la vulnerabilidad externa». ¿Qué crédito otorgan ustedes al de Los Pinos..?

Exigió que terminara la fumarola de altisonancias, «porque quien tal afirmó no ha sido el actual, sino el entonces presidente De la Madrid. Salinas, a su vez, afirmó de las privatizaciones que su gobierno finiquitaba: «Significan el nuevo desarrollo mexicano. Tales reformas estructurales permiten democratizar el capital». ¿Qué les parece..?

Un silencio rencoroso. Allá, afuera, el ulular de las sirenas de ambulancia. ¿La última sangre derramada este día? ¿La penúltima.?

– Pero llegó Zedillo, y su política privatizadora permitió «garantizar crecimiento sostenido que genere los empleos bien remunerados que con toda razón demandan los mexicanos». Y llegó el segundo marido de Marta la de los hijos Bribiesca (el nuestro es un estado de derecho), y el de las botas y el Prozac aseguró a los mexicanos que las expropiaciones decretadas en su sexenio «se llevaron a cabo por causa de interés público».

Por cuanto a los cuestionados Contratos de Servicios Múltiples (CSM), así, palabra a palabra, lo explicó Fox: «No son otra cosa que: tú haces el agujero, sacas el gas natural y me lo entregas, a PEMEX; no hay absolutamente ninguna pérdida de control o de soberanía, porque en todo caso se trata de la maquila. Así de sencillo». Contertulios…

De atenernos a la memoria histórica, ¿podríamos creer en las palabras de Calderón cuando asegura, como pretexto de la inminente privatización del energético (evitarla está en manos de los mexicanos), que «ello hará de PEMEX una empresa más mexicana y más de los mexicanos» ¿Ustedes qué opinan..?»

Silencio. Reflexión. La tía Conchis: «A mí me jiede muy mal…»

– La calor, ¿no? -aventuró el juguera. Vi que el maestro sacaba su libreta de pastas negras:

«Pero no sólo PEMEX. Los ferrocarriles, enajenados por Zedillo a una empresa ferroviaria gringa de la que ahora es alto empleado: ¿Sabían ustedes que siempre estuvieron en peligro, y con ellos la soberanía del país, ambos en manos de entreguistas y vendepatrias? ¿Saben ustedes cuál era la situación de los ferrocarriles hace 123 años..?»

– ¡Cómo! ¿En tiempos de don Porfirio? A poco entreguista él también. ¿Pues no que él no era ningún pelele, qué él si tenía las alilayas en su nidal..?

Don Porfirio, sí. Él también. «Pobre México«, tituló el periodista su nota del matutino ¡de 1885! Oigan la parte fundamental:

Escuchamos al maestro, que leí en su libreta de pastas negras: ‘Mientras que el vulgo ignorante y los periodistas vendidos…»

– ¡Oiga, no nos engañe! ¡Esa nota de hoy!

El maestro ignoró la interrupción del juguera, «…los periodistas vendidos batían palmas cuando se acordaron concesiones ferrocarrileras a nuestros vecinos, los hombres pensadores temblaban por el provenir de esta patria infortunada, víctima de las ambiciones y de la improvisación…»

Mis valedores: nada hay de nuevo debajo del sol, jura El Eclesiastés, Para certificarlo, sigo el lunes con la transcripción del documento que denuncia la enajenación de los ferrocarriles por parte del pro-yanki Porfirio Díaz, esto en 1885. La segunda enajenación, a manos de Ernesto Zedillo, sería la puntilla (Aguarden.)

Patria o muerte

Si en América se esculpiera dignamente la estatua de Marti habría que hacerlo con la representación de una de nuestras montañas. Martí es un personaje de libertad, es uno de los grandes hablistas de la lengua castellana, poeta y literato, hombre de pluma y de pensamiento…

Esto, y mucho más. José Martí es el héroe de América por antonomasia, y el poeta y apóstol. Martí (nacido el 28 de enero de 1853) es el Libertador de Cuba, sin más. Sus palabras:

Yo estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo-; para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…

Al siguiente día y con su propia sangre iba a cimentar su palabra. ¿Cómo pudo comprender, pregunta el estudioso, que se abrían nuevos peligros para América Latina y que se hacía necesario declarar la hora de su segunda independencia? ¿Qué elementos de la nueva etapa histórica en que entraba por aquellos tiempos el mundo capitalista -el imperialismo- alcanzó a conocer Martí? El mismo parece responder a la interrogante, y responderla con esas palabras que se han tornado lugar común por tanto y tanto que las repetimos: «Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas. Y mi honda es la de David«.

José Martí, el visionario, lástima grande que los vendepatrias no escucharon -no escuchan- sus advertencias. «Cuidado con el vecino imperial», ese depredador de mundos y pueblos que en los viejos tiempo así se expresaba del territorio que se extiende al sur del Bravo:

Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma geográficamente y por otros conceptos un todo con los Estados Unidos. ¡Hermosa provincia tropical, para adquirirla para nosotros! De ahí, el pabellón de las estrellas seguirá hasta el Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que reconocemos para nuestras justas ambiciones.

Y entonces la voz del profeta, la guía del baqueano, las advertencias del adelantado que miraba más allá de su tiempo:

«¡Cuidado! Estados Unidos tiene sobre nuestros países miras muy distintas a las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Cuidado con el trato con Estados Unidos. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos (potentes, prepotentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en nuestra América Mestiza) hacen a las naciones americanas de menor poder…»

Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea. Su palabra anda; su espíritu, vela. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloría de América.De su doctrina:

«El convite de EU podrá festejarlo el estadista ignorante y deslumhrado; podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles (el TLC, por ejemplo, digo yo). Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, o si hay riesgo de que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado«.

Martí fue muerto en combate, y a su muerte Rubén Darío clamó ante los americanos, que es decir todos nosotros, porque esto ocurría antes de que los gringos se adjudicaran el término de «americanos», y las mentes colonizadas de nuestros pueblos «ellos, los americanos«:

Sí, americanos, hay que decir quién fue aquel grande que ha caído.

Y aquel grande fue la cumbre señera del espíritu humano, uno de los primeros anti-imperialistas de la América Mestiza y el inspirador de la nueva liberación de Cuba. De su segunda patria, la nuestra, dijo Martí:

Más ha hecho México en subir hasta donde está, que los Estados Unidos en mantenerse decayendo, de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae, sino que apenas comienza…!

José Martí el Libertador, y con Martí los héroes hazañosos, de Maceo a Fidel, Cien fuegos y el Che. Patria o muerte. (Venceremos.)

Por andar de «Culeco»

El acto fallido lo sufrí en agosto del 2004. Aquel día desperté con la excitación a ritmo de taquicardia, brinqué del jergón, corrí al baño y abriendo el grifo de la ducha, vamonos, un baño como para casamiento, y por mi cuera hablará el estropajo: jabón por aquí, zacate por allá, piedra pómex por acuyá, tallones por todas partes. Una buena refregada al pellejo, y la refregada mugre renuente a abandonar las zonas que al más puro estilo Frente Popular o Antorcha Campesina había venido a invadir. Granaderos en plena labor de convencimiento a toletazos, jabón y estropajo iban despejando la zona invadida Ahí la limpieza de mis dos orejas: cerilla, cera y pabüo, y por fin: la pelleja quedó rechinando de limpia Qué bien

Y tumbarme las barbas, cortar la pelusera de nariz y orejas, y ojeras embijar de crema humectante, y cumplir la maniobra que pocos políticos: cortarme las uñas. ¿Perfume, loción, dice alguno? ¿Talco, desodorante? Eso no, porque hiede, con «de». Y yo huelo a limpio o a sucio, según, pero huelo a mí, sólo a mí, que es olor natural, mío. ¿Yo, arrojar tufaradas de química comprada en pomos en el almacén transnacional? ¡Nunca!
Ya en mi habitación, vestimenta de gran gala para la gran ocasión. Luego de muchos ensayos me decidí por los pequeñines bicolores: morado y rosa -rosa mexicano- con discretos corazones y cocolitos magenta encendido. Mucho los cuido, pero la ocasión lo amerita, pensé. ¿La ropa de arriba? Lo mejor, con mi suéter estilo cuello de tortuga modelando un cuello de tortuga estilo suéter. Los pantalones de pana y el chalequito de pelos. Mis botines: la noche anterior los había enjarrado de betún; me quedaron más relumbrosos que los botines sexenales del Salinas y honorable familia (Estado de derecho.)

El desayuno: una dieta ligera, que abdomen congestionado y emociones fuertes no siempre congenian. Mientras daba remate a mi segundo plato de birria, repasar la birria de noticias que invaden, que infestan las primeras planas, sucesos que se me ofrecen maltrechos, inválidos, minusválidos en su pobre sintaxis que para el redactor «pasa desapercibida», pero no inadvertida para mí. Bueno, sí, pero hoy, me decía, tolerancia, que el ánimo debe entonarse para recibir la gran dicha Lástima

¿En qué ocupé el tiempo hasta la hora señalada? Leí sin concentrarme en la lectura; pensé, y al pensar divagaba; eché a volar con todas sus alas mi fantasía, regodeándome con la ventura que me aguardaba De tanto en tanto subía y me daba un pasón (Con el cotonete en los oídos, que siguieran expeditos los conductos que van a dar al yunque, al martillo, a toda la herrería) Y a aguardar, solazándome con la dicha que viene..

¡Y la hora sonó! Sonó el minuto crucial, con mi corazón titubeante; ¿detenerse, acelerar? Ah, Dios, que con su pecho de roca rompió el listón de la meta final y con él is esperanzas, una moneda ¿Y mi Guevara? ¿Y mi oro? ¿Pues qué: esos que día con día y desde la tele alimentan mi espíritu no me habían dicho, y jurado y cantado, que yo iba a traerme mi oro? ¿No me estuvieron manipulado para recibir de pompa (con pompa) y circunstancias mi medalla de oro, la que yo me había ganado, y de pie y con todos mis músculos en posición de firmes (casi todos) entonar con Grecia, el Olimpo, sus dioses y el universo mi solemne himno nacional, hoy más solemne que nunca, porque entonaba odas a mi medalla de oro? ¿Odas? No odas. ¿O qué, el fracaso de Atenas significa que yo, mexicano de mí, voy a seguir de segundón? ¿Que cargo el signo, la señal del fracaso, del adolescente perpetuo que por negarse a asumir como idealista delega como mediocre y en mediocres siempre, siempre gananciosos con mi mediocridad? ¿Cuándo me decidiré a dejar mi estado mental de niño irredento, de oruga dependiente y pasiva que delega en el Sistema de poder al que a lo compulsivo adopta de padre cuando es su padrastro? ¿Cuándo aprenderé a confiar en mí mismo y asumir y convertirme, de oruga, en crisálida? Por lo pronto, cándido de mí, me quedé bien vestido y bien alborotado, con lágrimas refrescando mi clueco corazón que no pudo entonar, con Zeus, Apolo, Venus Afrodita y su cojo y cornudo Hefestos, los aires de mi himno patrio, el que me compuso un catalán. Luego de suspirar, a resignarme, qué más. Eso, en agosto del 2004. Hoy:

«La Guevara renuncia por su nula oportunidad de ganar una medalla en los juegos olímpicos de China«. Válgame, ¿y ahora? (Pa su…)

¿Me estás oyendo, inútil..?

Don Taurino está tieso, ¿qué tendrá don Taurino? ¿Qué fue lo que lo engarrotó como estatua de sal? La crónica: medianoche era por filo, los gallos querían cantar. Entre calofríos de viento chivero y nocharniegas lloviznas, la medianoche insinuaba barruntos de amanecer y alfiletero de solapados nudillos. El esquilón primerizo, a lo lejos, y aquel remoto ulular de sirenas de ambulancias que hagan de cuenta madres enloquecidas por esos sus hijos a los que Bush y el de Israel, matanceros de oficio y de beneficio, hubiesen convertido en mártires de su tierra hollada, emporcada por la bota militar invasora. Ahí, en la penumbra, enterrado en el vivo corazón de la colonia brava, el conjunto habitacional. El condominio. (Pues sí, pero insisto: ¿por qué don Taurino y su estado cataléptico, o casi..?)

Aquí, en el conjunto habitacional, unas insomnes y dormidas las más, vidas anónimas se encuevan en sus celdas de castigo, según es el tamaño de las celdas del penal, las conventuales y las de la vivienda de interés social donde cientos de humanos descansan en paz, en un ensayo general del descanso eterno. ¿Pero todos descansan? No, que en la vivienda 167 don Rufinito da sus boqueadas postreras.

Que ya no amanece, calculan, o que no llega al anochecer. «Mide mi corazón la noche, y estoy harto de devaneos hasta el alba», Job. (Sí, pero insisto: ¿por qué razón don Taurino..?)

La medianoche envejece Se le ve encanecer, y delinearse los perfiles de las azoteas, las coronas de espinas de las azoteas, (antenas de TV), las fosforescentes pupilas de los gatos en las azoteas, brama espeluznante, y de repente el grito que cimbra los cielos de Anáhuac: «¡Ay, mis hijos..!»

¿La Llorona? ¿Marta Sahagún? El palomar se cimbró. En sus huevecillos, los que dormían despertaron, y una vez más: «¡Ay, ay, mis hijos!»

– Ya llegaron los dolores, (el del 113). «A llamar a la partera». (Ah, no era la Llorona, sino la hija soltera. Bicha, la salerosa.) «Esta vez vienen cuantos. Cero y van seis. Pero mi hija, tú no entiendes». Pero no sólo Bicha

En el huevito del 169, una pareja oficia el antiquísimo, novísimo rito de la procreación, rito acezante de taquicardias, quejumbres y dulcedumbres del «animal de dos espaldas», que dijo Shakespeare. Sexo, erotismo, amor, amantísima. Por ahí va. Yo, discreto que soy, pegaba la oreja al muro (esas chismosas paredes de cartón-piedra), cuando entre los chasquidos de besos alcancé a distinguir, en la puerta de entrada, el chasquido de la cerradura y el bulto aquel que, agachándose, se colaba en el corredor y. se escurría al interior del edificio. Peligro, focos rojos. «¡Alerta, vecinos, que se les mete un asaltante!», quise gritar, pero entonces… A ése yo lo conozco; sí, don Taurino en persona y sin zapatos, con pasos de gato escaldado se cuela rumbo a su habitación para no despertar a la doña, que ha dado en la flor de aguardar al trasnochador en la penumbra de la
sala comedor, 3×2 metros su diámetro, la mitad engullida por la educadora de masas, la TV. Don Taurino avanza en cámara lenta, temeroso de la iracundia de la señito. Ya llegó a la puerta, a lo cauteloso la abrió y válgame, lo que oyó, entrevio, intuyó. ¡Hágase la luz!
La luz se hizo, y ahí, en el sacrosanto tálamo nupcial el amado inmóvil -y mudo, y tieso- enfrenta a los adúlteros. La doña, que ni en esas perdió su pudor de mujer casada, ante los ojos desorbitados de su marido se cubre los pechos. ¿El mancillador de tálamos pobres, pero decentes? Ese, tan fresco, de las de acá, los brazos cruzados tras de la nuca. -Y aun sonríe! Ya el resuello acompasado, pero aún bañada en sudor, la perfecta casada:

– Ya sé lo que estás pensando. Sí, es el sancho, pues quién más. ¿Pero qué, acaso querías que te fuera fiel después de que me hiciste tuya a base de una artera violación y un fraude asqueroso, para que ya de marido nada de nada? ¿Tú satisfacerme con tu pura lengua? Impotente de miércoles, me tienes insatisfecha y envidiando a Mariagna, la de Ebrard. Pero todo te lo hubiera aguantado, menos que ahora andes de culipronto con los gringos, ofertándoles lo que me queda de herencia. ¿Sabes a qué vino aquí el sancho? A alivianarme, sí, porque él es lengua, pero acciones también. Y prepárate, que ya le conoces el temple, y ahora viene decidido a debatir contigo sobre tu proyecto de venta de PEMEX. ¿No es así, mi querido dientoncito..?

– Ji tú lo dijes -Y sonreía. Ah, ¿costeño el consentido de la doña? Y ándenle, que un rabioso don Taurino corre al armario. «¡Por aquí debe haberle sobrado a Fox algún desafuero!» (PEMEX.)

¿Quebrado PEMEX..?

«No, por supuesto», responde Francisco Rojas, ex director de la paraestatal: «El asunto de la falta de recursos es simplemente un argumento falaz, que no se sostiene por ningún lado. Hay recursos suficientes para poder invertir en PEMEX, y una vez que se invierta habrá más ingresos».

Ya desde 1999, en París, lo declaraba José Angel Gurria, por aquel entonces secretario de Hacienda: «El gobierno de mi país deberá hacer a un lado la venta de (…) las petroquímicas y enfocar su objetivo en la reforma constitucional para permitir la inversión privada en el sector eléctrico».

Las petroquímicas. Anteayer, el ex senador Manuel Bartlett «Estoy en contra de modificar las leyes secundarias en materia energética. Lo que se pretende es legalizar prácticas incorrectas. Las transnacionales ya están aquí, y lo que se busca con la reforma energética es legalizar lo que es un hecho».

México, 1996. Fidel Velázquez, líder de la CTM, reiteró su rotunda oposición a la privatización de la petroquímica «Violenta el estado de derecho», dijo. Al siguiente día, en Miami, declaraba el Pres. Ernesto Zedillo. «Los procesos de privatización que promueve mi gobierno en áreas como ferrocarriles, telecomunicaciones, gas natural, terminales aeroportuarias y petroquímica secundaria marchan de acuerdo con los tiempos previstos y en forma exitosa».

Esta información fue ratificada en Washington por Guillermo Ortiz Martínez, Sec de Hacienda, y el reculón de Fidel: «En la privatización de la petroquímica secundaria no hay marcha atrás. El objetivo que el presidente Zedillo obtenga mas recursos y cumpla los compromisos que tiene con los campesinos, los obreras y la gente desheredada de siempre…»

Y el líder petrolero Carlos Romero Deschamps: «El petróleo, sus productos, sus plantas, sus derivados, su industria, todo está a salvo gracias a la lección de democracia, patriotismo y sensibilidad del presidente Ernesto Zedillo. Puedo decir a los petroleros que los complejos se han salvado y seguirán en manos de sus legítimos dueños: los mexicanos».

En su cama de la enfermería del Reclusorio Preventivo Oriente, Joaquín Hernández, La Quina «La política privatizadora que comenzó con Miguel de la Madrid y siguió con Salinas no fue para beneficiar al país, sino a un determinado grupo. Yo vi las ganas de esos hombres de minimizar a PEMEX, vender muchas ramas, quitarnos los contratos no para licitarlos, sino para tener más ganancias. La política modernizadora no fue para beneficiar al país ni a los mexicanos, sino para mejorar a una familia y socios de ésta. Ellos no estaban de acuerdo con que las empresas fueran de la nación, y para hacerlas aparecer malas las quebraron reduciendo los presupuestos de las dependencias».

Lo escribía en 1978 Jorge G. Castañeda: «Si para 1985, como parece ser el caso, México cubriera casi la mitad de las importaciones petroleras de los EU, ¿quién dependería de quién? Con una industria petrolera nacionalizada e integrada, con una posición negociadora fuerte, y con un mercado potencial que ansia ser descubierto -el Tercer Mundo en vías de industrialización-¿qué acaso México no podrá disponer de su petróleo como mejor le parezca, vendiendo al vecino del norte porque es su mercado natural si las condiciones son aceptables y a otros si no lo son? No hay, ni puede haber, más dependencia en la compra y venta de un producto estratégico como el petróleo que la que hay entre un comprador y un vendedor y viceversa, cuando ambos tienen interés real en la transición. No es rendirle ningún servicio a la soberanía nacional en peligro el defenderla con la teoría de la dependencia…»

Washington. Del memorándum de Zbigniew Brzezinski, consejero de EU para Asuntos de Seguridad Nacional: «Debemos incluir las conversaciones sobre gas y petróleo dentro de una amplia agenda de cuestiones bilaterales, incluyendo la de los inmigrantes indocumentados. La clave para hacer avanzar las conversaciones bilaterales son los energéticos. Los mexicanos han dejado la puerta abierta. Nos toca a nosotros decidir si ya es tiempo de entrar o no».

San Diego, Calif., febrero del 2001. «G.W. Bush podría ofrecer a México fondos para convertir a PEMEX en la mejor empresa petrolera del mundo. Si G. Bush padre proporcionó una ayuda similar a Carlos Salinas, el apoyo ahora tendría más razón, porque Bush hijo y Vicente Fox quieren integrar un acuerdo energético norteamericano. Lo declara Bush:

– Necesitamos más energía. Asi de simple.

(Dios…)

Olía a Titicaca

La pestilencia, mis valedores. Ayer les contaba que al irme a recoger (en la soledad de mi cama, lástima) me sorprendió aquel hedor en el cuarto. Haya cosa. ¿La pestilencia global de la vida pública del país recalando en mi casa? Y por qué no, si ella también es México. Y a la acción.

Mi nariz se puso a rastrear el origen de la hediondez, y había yo examinado el 80 por ciento de la habitación: cama, zapatos, chonchines, el sacro cendal del Cristo de mi cabecera, cuando ahí se aparece mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. y por eso perito en pestilencias, que a gatas se puso a olisquear la alfombra y las rinconeras. Y sí, podencos magníficos, a olfatear, los pelos de alfombra trenzados a los de las fosas nasales. De repente, el consanguíneo:

– ¡Eureka, como dijo Empédocles! ¡Aquí está el jedor, dale el golpe!

En el mapamundi, sí. Pasado de moda. Como todos los construidos antes de los 80., la reliquia familiar aún exhibe en rojo los territorios que ahora son color aguachirle, y todavía blancos algunos que acaban de enrojecer. Yugoslavia, todavía sin balcanizar. Checoeslovaquia, todavía enterizo y sin dividir. México, todavía con una frontera con el vecino imperial. Tenue, tímida, indecisa, pero frontera al fin y al cabo, que los vendepatrias proyankis aún no se había encaramado a Los Pinos. Se las arrimé a Europa, mis narices:

Hamlet tenía razón. Algo está podrido en Dinamarca…

– Méndiga peste, pa Sumatra. Huélete el estrecho (de Los Dardanelos).

Y no sólo el estrecho: el ancho también, todo el territorio de Irak, de Kuwait, de Palestina y Afganistán. A sangre inocente, sangre recién derramada por esa cáfila de Bushes gringos e israelíes, perros de guerra que en su carnicería invocan la democracia y el holocausto hitleriano. Sentí que se me aflojaba Yo no soy de esos pobres de espíritu que creen en fenómenos paranormales, qué voy a creer, ni de esos charlatanes ventajistas que se los hacen creer. Pues no, pero ahí, en el mapamundi: ¿y ese olor a corrupción cuando mis narices rastrearon Jordania, Israel, Norteamérica, con su industria de guerra? ¿Y esos multicolores remiendos en la vestimenta del Cono Sur? Un feo tufo a ciudades perdidas, a favelas y muladares, a miseria remojada con alcohol, una virgen en su marco dorado y un balón futbolero; manipulación pestilente que contra unas masas irredentas ventosean todos los canales del desagüe, comenzando con el canal dos. El Jerásimo:

– Cuácale, le di las tres a México, qué chinche jedor.

Me dolió tan ruda expresión, pero al olisquear la entrañable país, ájale, a puro Tamarindillo) de Fox, de Marta, a carteles de la droga trenzados en violencia demencial de cadáveres sin cabeza y cabezas sin cuerpo. Dios

Y así el resto de los amados parches del territorio: la descomposición global que se refinaba en un DDF, que aún despedía un hedor a la corrupción lucrativa e impune de los Óscar Espinosa y congéneres. Me vino la arcada.

¡No puedo creerlo! ¡Un fenómeno paranormal! ¡Este mapamundi es el vivo retrato del original, sólo que en tamaño infantil y sin retoque Esto hace trizas mi fe en el conocimiento científico y en la realidad objetiva. ¡Nadie va a creérmelo cuando lo cuente! Y no tener un testigo en quién apoyarme…

– Ma, ¿y luego yo? ¿Estoy pintado, o qué fregaos..?

– Tú no eres más que un priísta ¿Alguno le creería a un priísta?

– ¡Tíznale, acá está el jedor! ¡En el cráter del Titicaca!

¿Cráter? Ningún cráter, sino un agujero en la lámina Encendí la de mano y la enfoqué hacia el interior de la esfera Válgame, en plena cara el chicotazo de las pantconeras al escapar en frieguiza Y fue así, mis valedores, como quedó al descubierto el carcaje, la carne podrida y la explicación racional del fenómeno. ¿Cómo entró aquella rata, cómo fue a entregar su alma al creador dentro del viejo mapamundi que le sirvió de ataúd? Misterio. Pero a mí, que me río de los tales fenómenos paranormales, me volvió la fe en su condición de patrañas. Para mí, la Suave Patria es inaccesible al deshonor. A pesar de los Tamarindillos de toda esa califa de corruptos que se aprovechan de unas masas apáticas, desidiosas, que se niegan a pensar. Y qué pena, no pude reprimir el impulso. Volví el rostro hacia San Cristóbal, alcé el brazo, tracé una como bendición de microbusero. ¡Vamos, México! (Fox.)

Un dulce olor a podrido…

Las seis gavetas del «cuarto frío» del SEMEFO de Ecatepec fueron abiertas para que se ventilen, dado que son insoportables los olores de los cuerpos en avanzado estado de putrefacción.

Ahora mismo me acuerdo. La noticia de hace algunos ayeres me revolvió mis huevos, que me acababa de merendar al tiempo que revisaba el matutino. Asqueado subí a mi habitación buscando la querencia de las tablas, las de mi camastro, cuando en eso, de repente, ¿y esa pestilencia? ¿El SEMEFO en mi cuarto? Y qué ambiente corrompido, qué insoportable hedor. El aire del cuarto olía, y no a ámbar. Haya cosa Y rápido, a ventear el origen de la pudrición….

Lo eché a retozar, el olfato. Las abrí de par en par, las ventanas de la nariz, y empecé a jalar chiflones de aire pestilente, y pajareaba hacia todos los rumbos, tratando de ubicar el nauseabundo hedor. Pero la ubicación, andavete. El estómago, aquel amago de vómito. ¿Pero la pestilencia? Me fui sobre las pantuflas; rechinando de limpias. Caí sobre los botines: impolutos, qué diferencia con los botines de los Salinas y Cía., esos que con su peste de impunidad corrompen el ambiente de todo el país, en tanto unas masas que viven, beben, piensan y respiran el clásico pasecito a la red, a la pestilencia le dan el golpe, como al cigarrito. Es México. Pero la hediondez de mi cuarto…

Abrí el cesto y probé con la ropita de abajo que me acababa de quitar. Los calcetines, nada; los de color fiusha, cocoles morados y corazoncitos color de rosa, rosa mexicano, nada; la de algodón (la camiseta), nada, y así el de cuello de tortuga, y así el de mezclilla, y así el de pelos (el chaleco). Pues sí, pero la peste en un ser. Seguí olfateando aquí, allá, acullá Pero nada…

Al vaciar el buró se me vino de golpe toda mi vida sentimental. Rizos de mujer, cartas de amor, cintas que perdieron su color, flores marchitas. Y el olvidado nomeolvides, la muerta siempreviva y la foto diluida, por su envejecido color más daguerrotipo que foto, de aquella mi inolvidable que ya olvidé. Ah, los amados fantasmas de aquellos amores que de mí se fueron para nunca más, fantasma yo mismo para cada una de las que en su momento fueron mi único amor, mi primer amor. Porque en verdad os digo, mis valedores: todas en su momento, fueron el único amor, y el primero. Aquí, el suspirillo. (¿No los estoy aburriendo? Sigo, pues, con mi pestilencia)

Seguí rastreando la fuente de la hediondez, y (no me lo tomes a mal, Nazareno) fui y pegué las narices al santo cendal del Cristo de mi cabecera. Le di un pasón. Pero no; él yacía en la de ocote, en su aroma de incienso y suavísimo olor de divinidad. Pero aquel hedor me provocaba náusea, con los hovos a la altura de la epiglotis, donde esa madre venga quedando. Uf..

Qué me quedaba por hacer, sino perpetrar (¡yo también!) la maniobra de todo intelectual cuando se dispone a vender, alquilar o empeñar la conciencia por una beca, un premio, alguna canonjía o el chayóte nuestro (suyo) de cada día: me culimpiné y púseme así, miren (indecoroso vil), o sea en cuatro, y olisqueando como podenco de cazador recorrí la alfombra, las fosas nasales taponadas de pelusa y basurillas, hasta que mi nariz chocó con mis choclos. Y a olerlos y volverlos a oler, hasta que aquella voz:

– Levántate, no pidas más perdón. Con eso me basta

Miré hacia arriba, y la náusea Los choclo no eran mis choclos, sino los de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., que llegaba de la piquera, la de Violeta con Insurgentes. «Los lengüetazos me los das otro día».

Qué pena Me erguí, colorado, tantito por el esfuerzo y tantito por la mortificación. «Ando tras una pestilencia». «¿Ah, tú también tirándole a que el Calderas te tire un huesecillo con Germán o San Camilito el gachupas..?»

Lo puse en antecedentes y sí: me dijo Pitágoras que dos narices huelen más que una- que cuatro agujeros husmean más que dos. Ahí andábamos el par, ya a pie firme, ya pecho a tierra (a alfombra), ya culímpinados y con las narices escoriadas de tanto olisquear. Pero la peste seguía, y del origen ni sus luces.

El reloj de pared. Cachivache descompuesto, que alguna vez el Jerásimo abandonó en mi habitación. Le abrí el ventanuco, pensando: viejo y su cuerda debilitada, el pajarraco podría haber hallado la muerte por inanición. Y me puse a olisquear el pájaro y sus dos contrapesos (qué feo se oyó), cuando el vozarrón cacardioso:

– ¡No te metas con mi cucu..! (Lo demás, mañana)

¿Modificar el TLC?

Y fue así, mis valedores: con la imposición del segundo panista que se aloja en Los Pinos se consumó el continuismo de una política neoliberal que la carnada de tecnoburócratas proyankis impuso en nuestro país a partir de 1993. Medio siglo de un neoliberalismo que ha beneficiado a los grandes productores y exportadores mientras arruina las industrias que no pueden competir en ese que nombran «Libre mercado», y que es un capitalismo salvaje desde el momento en que tiene como uno de sus ejes la ausencia de reglas. El darwinismo en el comercio, sí; la ley de la selva, la del más fuerte Y pensar que catorce, dieciséis millones de mexicanos de salario mínimo votaron por el continuismo del modelo neoliberal. Qué pródigos no podrán lograr los «medios» a base de una sañuda campaña de manipulación. Nos vencen por nuestra propia ignorancia

Pero claro, este principio depredador, afirman estudiosos del tema, ha existido desde el comienzo de la sociedad de clases, tanto a escala nacional como en el nivel internacional, y sigue predominando hoy en la nueva forma de dominación neocolonial que llamamos globalización.

Para mantener la explotación del Tercer Mundo y la escandalosa monopolización de la riqueza social producida por la humanidad, los principales beneficiarios del sistema neocolonial -el Grupo de los Siete- tienen que controlar y moldear la identidad nacional de los pueblos sometidos. Para este fin sirven sus aparatos ideológicos, desde las televisoras transnacionales hasta la actual contrarreforma educativa neoliberal». A propósito:
Ya en época reciente, en la segunda década del siglo anterior, lo afirmaba un Woodrow Wilson, por aquel entonces presidente de los EEUU:

El productor necesita tener el mundo como mercado. Por lo tanto, es necesario que la fuerza del estado derribe las puertas de aquellas naciones que se cierran, para asegurar que no se desaproveche ningún rincón del mundo…

Esto significa que un estado cualquiera que, como vía de protección de su producto nacional, cerrara sus fronteras al capital y mercancías norteamericanas, estaría haciendo, por ello, una política inamistosa hacia Estados Unidos y, por lo tanto, se exponía al peligro de ser sancionado por la nación «agraviada». De ahí en adelante todo iba a ser abatir fronteras y derribar soberanías nacionales para imponer un modelo de «mercado abierto» que remataría en el modelo neoliberal decretado por un Nuevo Orden Mundial que se renueva según las circunstancias. Y así hasta hoy…

Por cuanto a modelo actual de neoliberalismo, al igual que la propia globalización que lo hace posible, fue implementado por el sistema capitalista en 1944 en Bretón Woods, con la presencia de cuarenta y cuatro jefes de estado y de gobierno. Ahí, el Poder del capital-imperialismo, triunfador absoluto de la segunda guerra mundial, implantó para el resto del mundo el denominado Nuevo Orden Mundial, con la globalización, el agio internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y ahora también el Interamericano de Desarrollo) y el neoliberalismo como sus consecuencias inmediatas. Y según el analista, la mano invisible del mercado libre conduce hacia la injusticia y favorece el oligopolio de riqueza y capitales, dificultando así la igualdad de oportunidades. Su afirmación al respecto:

Las potencias industriales ricas han impuesto una mezcla de liberalismo y protección diseñada en función de los intereses de las fuerzas nacionales dominantes, las grandes empresas transnacionales que deben regir la economía mundial. Las consecuencias serían reducir a los gobiernos del Tercer Mundo a una función policial para controlar a sus clases trabajadoras y a la población superflua, mientras las transnacionales obtienen libre acceso a sus recursos, monopolizan la nueva tecnología y la inversión y la producción mundiales. El resultado puede calificarse de «democracia» o «libre comercio» por razones doctrinales, pero es, más propiamente, un sistema de «mercado corporativo».

El neoliberal es pragmático-utilitarista. Individualista a ultranza, abandona la preocupación por el fomento del bienestar general. El bienestar del grupo es la suma del bienestar individual de cada uno de los miembros del grupo. Esto deja de lado la cuestión de la forma en la que está distribuido el bienestar entre los individuos, si de manera igualitaria o desigual.

Del neoliberalismo en México hablaré en fecha próxima (Aguarden.)

Yeguas de la noche

Noche de ayer. Calentura. Tomé el teléfono y llamé a la mujer. «A ver si me enfría» Y ella: «Me quito el camisón, me pongo ropa adecuada y voy, pero despreocúpese: tiene usted muchos blancos en su defensa».

Unos glóbulos blancos que ya andarían arrasando con bacterias y gérmenes que provocan la fiebre. Qué bien.

¿Qué bien? Qué mal: la doctora que se tardaba, y en mi cerebro una fiebre que alzó hasta niveles de escándalo el mercurio del termómetro «rectal». En mi calentura me puse a filosofar: «Con razón la doctora no ha tenido hijos. Traerlo tan guango, y así se tarda para quitárselo, el camisón». Y mis valedores: ahí el delirar, tembloriquear, rechinar de dientes, caer en la duermevela, el sopor y los descoyuntados delirios. De repente ahí, vaporosa entre brumas y como en cámara lenta, La Impredecible, que se me arrimaba y alargaba el brazo para arrastrarme hasta el inframundo, el Mictlán, el lugar de los descarnados. Lóbrego.

– Ah, traicionera, dije a la muerte; me agarraste sin confesión. ¿No habría modo? Unos años más, para alcanzar a arrepentirme de todo el catálogo de mis pecados y confesárselos así sea al golfista Onésimo Cepeda. Piedad…

Era la doctora. «Vaya que los gérmenes lo cogieron con virulencia».

– Nomás eso les faltó. ¿No es usted otro de mis delirios? Déjeme pellizcársela para ver si no estoy soñando. ¡Los virus, doctora, sálveme..!

– Calma, no sea cobardón. ¿No entendió que ya los glóbulos blancos están combatiendo esos gérmenes perniciosos?

– Eso es lo grave, doctora. Los glóbulos blancos de nada me sirven. Son una vil pesadilla. ¡Me fueron a resultar mexicanos..!

-¿Mexiqué? Usted delira.

– En mi pesadilla pude ver la ralea de gérmenes, doctora: crueles, rapaces depredadores de mi organismo. Gérmenes imperialistas. Mientras unos virus nativos, entreguistas proyankis, les ejecutaban la obra negra, ellos se avocaban a tragarse mi sangre, mi carne, mis huesos, (casi equivoco el vocablo) y mi petróleo, petroquímica, banca, energía eléctrica. ¿El pago a los vendepatrias? Mi grueso, doctora, que esos proyankis se nutren del intestino. Yo, en mis delirios, clamaba: ¡Auxilio, glóbulos blancos! Y sí, de repente, en formación de ataque y a banderas desplegadas, ahí la gallarda contraofensiva de aquellos blancos contra su enemigo histórico. Pues sí, pero la estrategia, doctora: «¡A la mega-marchita, compañeros! ¡A e-xi-gir a esos virus neoliberales que abandonen este organismo! ¡Sí se puede!» Cientos de miles de glóbulos, mis defensores: «¡E-xi-gi-mos a los gérmenes que abandonen el elemento en que viven y del que viven, y se mueran de hambre! ¡El glóbulo / unido /jamás será vencido! – ¡Calderas, ojete / el pueblo no es juguete!» (¿No lo es, con semejante estrategia, candorosos glóbulos?)

¿Los virus proyankis, mientras tanto? Ellos, convertidos en doberman al servicio del germen mayor, Bush, se venían contra mis mega-marchitos glóbulos, y con su garrote les rajuelaban la testa y les partían toda su Tula (Tula es mi madre.) Y válgame, tanta rabia me dieron los mega-marchitos mega-marchantes que asumían las justísimas causas de un paisanaje pasivo y apático para defenderlas e-xi-gien-do a gritos y mega-marchas, que descansé dejándoles ir, en mi pesadilla, una ráfaga de gases. Lacrimógenos.

– Muy mal hecho, mi valedor.

– ¡Pero es que semejantes glóbulos, impotentes para pensar y crear estrategias, mi vida defienden con marchas, sangrados y bajadas de chones.

– Bájese los suyos y aflójelas.

– ¿Usted también? ¿Ahora qué quiere que afloje, doctorcita?

– Quieto. Un piquetito, y como nuevo. Penicilina.

– ¡Pero doctora! ¿Si a la penicilina se le ocurre defenderme con asambleas, foros,plantones, mítines, y una violenta bajada de calzones?

– Usted delira. Abra su boca.

La abrí, cerré los ojos, sentí agarrosón el termómetro, bizqueé para verlo, traté de gritar, pero sólo alcancé el tartajeo muy al estilo Peje: «Ej el gectal, doctoga». Bajo mi lengua, y recién usado, el «rectal». La fiebre me dictó el pensamiento negro: «Qué se me hace que a este mañoso «rectal» le forjo una mega-marchita». Mis valedores: las marchas son necesarias, pero insuficientes. (Vale.)

Descanse en paz…

Don Catarino, gallero zacatecano y varón de virtudes, por fin consiguió su muerte Muerte asistida. Autor intelectual del deceso fue aquel apodo que lo siguió y persiguió, sombra negra, durante toda su vida. El paisano había nacido con su espina dorsal hecha un nudo ciego, de modo tal que la zafia crueldad pueblerina de «joronche» no lo bajaba, y de «jorobetas» y «espinazo de alcayata», qué mortificación. «El apodo me sabe a cal viva en los ojos», se lamentaba conmigo, y qué hacer. Tiempo después me mudé a Guadalajara, y aquí lo inaudito: aquel santo día me lo fui a topar en mero San Juan de Dios, la almendra viva de Guadalajara, ¡detrás de ollas pozoleras y peroles de birria!

– Llevará sus garnachas, oiga

¡Esa voz! Volví la vista y… ¿El «Jorobas», quiero decir don Catarino? ¿El gallero, vestido de enaguas y rebozo de bolita? Al reconocernos, entre sofocos, la explicación: que huyendo del mote vituperoso se revolvió en la masa anónima de Guadalajara, «pero una joroba que resalta en el pueblo resalta igual en la ciudad» Cierta noche, a lo suicida, tomó la resolución: «Que me motejen de joto, de tulatráis y de floripondio, que en este México de viles machos – homosexuales en potencia; en impotencia-, es más vituperoso ofender de joto que de jorobado. «Vivo tranquilo, sin el jorobado quemándome las orejas. Varón soy, pero para los demás soy Caty el jotón. Qué jotón esto, que Buga aquello, y que menéate las garnachas, y que ái te va mi chambarete pa tu menudo, y mi chorizo pa tu pancita Y la paz. Pero últimamente esta vergüenza de vivir en la mentira, de no ser lo que se aparenta, qué mortificación…»

Me inspiró una piedad aquel don Catarino de todos mis respetos…

Pero vidas errantes, encuentros y desencuentros, destinos que se mueven al capricho de la Moira; yo, buscando a la vida un sentido por qué vivirla a cabalidad, me vine a este hormiguero que tantos humanos hemos terminado por deshumanizar, qué paradoja, y aspiré esta ciudad por todos los poros y los entresijos, y a resoplidos la hice mía por donde hay que hacerla. Y aquí lo macabro: cierto día de hace semanas caminaba yo por Bucareli cuando me tropecé con un fulano de trajecito gris, y con gafete y escarapelas del PAN. «Válgame, el jorob..! ¡Don Catarino! ¿Usted por aquí..?»

Vi que su rostro se encendía. «Qué pena». Agachó la cabeza. «Pena por qué, le dije. Ya dejó su vestido de holanes y el rebozo de bolita».

Tragó saliva. «Dejé la joteada, pero ahora peor. ¿Ve estas insignias? Creí que disfrazado de villano ruin mi defecto físico se iba a disimular, pero nada, con todo y que ahora las crudas morales son insoportables»: Insignias del PAN.

Y sí: los que iban pasando observaban gafete y escarapela, y las muecas de asco: «¡Un jorobado panista, qué porquería!» «Sáquese, jorobado yunquero». «¡Chinche joronche hijo putativo de Marta y Fox

La pelleja del joronche (de don Catarino, perdón), palidez de cadáver. Traslúcida. Y ahí fui a sospechar su desviación psíquica, su inclinación sado-masoquista: «Ayer, en la sede del PRD intentaron caparme. Es que le grité porras a los Chuchos de Nueva Izquierda. Mire, allá vienen los maestros».

Ah, el jorob… gallero: al llegar el contingente frente a Gobernación («¡Estepú-ñosí-sevé!»), vi que mi paisano se acercaba a los manifestantes, tragaba una bocanada de smog, y a todo pulmón: «¡Que viva Esther Gordillo! ¡Arriba la Ley del ISSSTE, de Calderón!» Y retador, se enfrentaba al hormiguero, que se le iban encima. «¡Tizna a tu madre, jorobado de miércoles!»

(¿Miércoles ya? Rápida se va la semana) Y sí, las mentadas de los mentores fueron de madre arriba Yo, el ánimo apachurrado, en el tumulto me alejé sin despedirme del desdichado, y no fue hasta ayer cuando vine a saber que allá por los rumbos de la Morelos, creo que en Tepis Company o la Plaza del Estudiante, el jorob… paisano encontró su paz perpetua Paz asistida Fue un linchamiento como Dios manda, como mandan los cánones. Según los díceres, los tepiteños nomás aguantaron tres.

«¡Viva Ulises Ruiz y muera la APPO! ¡Arriba Mario Marin y el Mariano Azuela que a Lydia Cacho se la hizo de pedófilo! ¡Montiel para presidente! ¡Mucho por Fox y los hijos de toda su reverenda Marta.!

La calle se erizaba de piedras y garrotes tepiteños cuando, de súbito:

– ¡El Peje es un peligro para México! ¡Viva Calderón, el legítimo!

Dios lo tenga a su diestra y no permita que los cábulas beatos le vayan a gritar jorobado». (Amen.)

Lumbre en ayunas

Don Cataríno, mis valedores, un desdichado al que el mal fario condenó de por vida a arrastrar un apodo que le ha arruinado sus días. Ah, la ponzoña de los motes. ¿Recuerda alguno de ustedes el remoquete injurioso con el que los de su carnada los infamaban cuando estudiantes de las primeras letras? Y más tarde, ya en la juventud, quizá todavía cuando adultos, ¿cómo les apodaban, cómo les siguen apodando hoy día? El troquelado del carácter y modo de ser se inicia en la niñez, dicen los enterados, y qué mala influencia resulta en algunos ese recordatorio machacón, cruel si los hay, del apodo que moteja, tal vez, el defecto físico. «¡Chato!», «¡Pelón!», «¡Burriciego!» Lo que arden tales apodos. Lo que lastiman. Por cuanto a don Cataríno

Paisano y vecino en los terrenos de mi querencia, jalpense de tamaños y hombre de varonía y nombradla fue este don Cataríno Maldonado. Fino de temple, don Cataríno vivió desde adolescente enredado en achaques de navaja, espolones y espuelas. Gallero, sí, al que conocieron todas las ferias del rumbo. Hombre de temple y de ley, cierto día le pregunté qué es eso que un hombre precisa para ser hombre. Pulsando un pinto de buen tamaño, que jugaría de tapado con un jolino de Aguascalientes, don Cataríno me respondió:

– El hombre es hombre, fíjate bien, ya cuando jiede a tabaco, a aguardiente y-al nido de amores de una mujer: Acuérdate.

– ¡Diablo de jorobado, no malaconsejes aquí a mi sobrino! -lo increpó el tío Raudel-. ¿No lo ves tiernito todavía? Don Juan lo va a enviar al seminario, y tú tratándole de jedores y jediondeses. Diablo de jorobado…

El jorobado Cataríno, sí. Tal era el defecto físico del gallero: la joroba; y el apodo consiguiente: que si jorobado para acá, que si joronche para allá, y que diablo de «espinazo de alcayata», ¿pues no fue a ganar con ese relingo de gallo..?

Herido en la viva llaga por el mote infamante, el gallero pujaba de mortificación. Y como el jorobado (perdón, mi señor Cataríno), como él decía:

El apodo me sabe a lumbre en ayunas. Y qué tzingaos hacer… Pero la vida, mis valedores, es cosa de un puro rodar y dar machincuepas. Los caminos ya van, ya reculan, ya se traban y destraban y se vuelven a trenzar. Fue así como ocurrió que un día de aquellos, de repente, anochecí en mis terrones zacatecanos, pero fui a amanecer en Guadalajara, (pues). Y es que el palpito me daba: midiéndome con la enorme ciudad saldría de mediocre o retinaría mi paya mediocridad. Guadalajara (pues).

En esas andaba yo, «por San Juan de Dios mi barrio«, que dice el cantar, cuando ándale, de repente, en mis tímpanos, el chicotazo:

– Llevará sus garnachas, oiga.

Ahí, ahí mero, en aquel barrio claveteado de mancebías y hoteles de paso, bailongos de nalgada y demás «centros nocturnos para familiar», ahí, entre güilas, padrotes y variopintos changarros de buscavidas del comercio de sopes, pozoles, arrayán y tejuino; ahí, ladereando fritangas y entornadas puertas donde la daifas, desde lo oscuro, cordialmente me invitaban a compartir achaques venéreos y otra cosita; ahí, de repente, el reclamo del lilongo aquel:

– Pa ti, blancuchito, las tortas hogadas van de gollete. Prébamelas…

¿Probárselas? ¡Esa voz! Y que vuelvo la cara, y que de manos a asombro me topo con aquel taralailo, (todos mis respetos al homosexual; a la loca, al amanerado, no tanto), un floripondio todo de china hasta los pies vestido: rebozo de bolita, blusón, botas hasta las por poco les dejo ir el albur.

– ¡Pero si es nada menos que mi paisano el gallero!

– Pero… pero si tú vienes siendo… ¡Válgame la de Zapopan!

Lo miré agachar la testa, ruborizarse, mascar las barbas (las del rebozo).

– ¡Usted, un macho calado!

– Macho sí, y a mucha honra, Calado nunca, así me mires en estas trazas.

Entre dientes, entre sofocos y entre la olla pozolera y el perol de los chicharrones me explicó la metamorfosis. Según esto, por huir del apodo de «jorobado», que lo traía a mal vivir, don Cataríno el gallero dejó su tierra y se vino a perder donde nadie lo conociera. «Pero acá vine a saber que una joroba que resalta en Jalpa resalta también en Guadalajara (pues.) Aquí, de matancero en el rastro, todo vino a resultar lo mismo: a ver tú, jorobado, mata esta res. Destázate ese novillo. Ábretelo en canal. Ah, salación la mía…»

Y fue entonces. Cierta noche, a lo suicida, tomó la resolución. (Sigo el lunes.)

Virgos que remendar

La Celestina, mis valedores, de la que a su hora afirmó Cervantes: «Libro, a mi entender, divino, si no encubriera más lo humano». La Celestina. ¿Conocen la historia de la alcahueta inmortal? ¿Alguno ha leído la Tragicomedia de Fernando de Rojas, fundamental de la picaresca española y, con El Quijote y todo Quevedo, obra cumbre del acervo literario español? La Celestina, esa maestra suprema del alcahuetaje, zurcidora de virgos, bruja y ensalmadora, y esperpento genial. La nota del diario me la trajo a la mente:

«Aumenta la demanda ante los ginecólogos para la reconstrucción del himen por parte de jóvenes casaderas que quieren engañar al novio. La himenoplastia consiste en coser con hilos finísimos, o con hebras del cabello de la paciente unir las secciones desgarradas del himen. Esta operación se realiza horas antes de la boda, para que en el lecho, el flamante marido piense que se ha casado con una mujer virgen».

Y aquí el riesgo: «Por lo regular, la novia se delata en la noche de bodas porque se comporta sexualmente mejor que una mujer sin experiencia…»

Terminé de leer y… ¡La Celestina, componedora de virgos! Fui al estante, tomé mi ejemplar, leí a la bigardona, que así, a la distancia de más de 500 años, sigue alabándose: «Pocas vírgenes has visto tú en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. ¿O pues qué? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Conócesme otra hacienda más que este oficio? ¿De qué como y bebo? ¿De qué visto y calzo?»

Y que son ya varios miles de virgos los que ha remendado. La Celestina, inmoral e inescrupulosa, que a una Areusa avergonzada porque la visitaban dos, aconseja:

«Aprende de tu prima, que tanto ha aprovechado mis consejos: uno en la cama y el otro en la puerta y otro que suspira por ella en su casa, y con todos cumple y a todos muestra buena cara (…) Y todos piensan que no hay otro y le dan lo que ha menester. ¿Y tú piensas que con dos que tengas, que las tablas de la cama lo han de descubrir? ¿De una sola gotera te mantienes? Más pueden dos y más cuatro, y más dan…»

Bruja cínica, tercerona inmoral, pensé, que así arruina a tantos por alcahuetear a Calixto, y que Melibea se le rinda sexualmente. Y quería seguir leyendo, pero ya era la medianoche, y aquel sopor, el letargo, la duermevela. Sórdida balagarda, decía entre mí, por suerte La Celestina es sólo ficción de la España del XVI. Aquí, hoy, entre nosotros qué tendría que hacer una alcahueta de sus tamaños.

– ¿Aquí qué tendría que hacer, bigotón? -Cascada su voz, pero entera en sus dejos toledanos-. ¿Acaso no sabes que en tu país viven y medran y engordan cientos de hermanas mías, y primas carnales, todas discípulas mías, todas aventajadas?

– ¿Ah, sí? (Salte ya de mi sueño, vieja embustera, embelecadora y perita en patrañas, causa y producto de malos amores, de esos de trasputín y traspatio.) ¿Ah, sí? ¿Y quiénes son esas hermanas tuyas, y esas primas carnales, si se puede saber? Pero te advierto que yo crédulo no soy, y que a mí no me vas a enredar en tus embelecos.

La bigardona puso en mis manos un álbum de familia y algunos libracos. Yo, al examinarlos: «¡Oiga, que son la Carta Magna, el Código Penal y el Civil! ¡Que las fotos son de jueces y magistrados. ¡Esta foto a todo color es la de Mariano Azuela

– Alcahuetes como yo, y con sus buenos padrotes a quienes proteger desde sus burdeles, que (renegrido humor) apodan «instituciones de justicia«.

– ¡Oiga, que ofende a mi país, a mi gente! ¡Miente usted, embustera!

– ¿Miento? ¿Con padrotes de ese calibre? ¿Miento, Fox? ¿Miento, hijos de toda su reverenda Marta? ¿Miento, Arturo Montiel y honorable familia? ¿Miento, Ulises Ruiz, Romero Deschamps, Lino Korrodi, Norberto Rivera, Onésimo? ¿Miento, Suprema Corta de Justicia, que por no hacerla de pedófilo acaba de exonerar a Mario Marín? ¿Las instancias justicieras de tu país no son unas alcahuetas, primas y hermanas y colegas mías? ¿Por qué no vas y preguntas al TRIFE y al Ugalde cómo fue que se encaramó hasta Los Pinos uno chaparrito, jetoncito, de…? (¡Desperté!)