Para manipular a la Perra Brava

El futbol, como espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, reglamentada y deprimida a tal punto que necesita, para que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida, cuando menos una participación POR DELEGACIÓN en las «hazañas» en las que se requiere fuerza, habilidad y destreza…

Del clásico pasecito a la red, mis valedores. En el futbol cimarrón acaban de ocurrir acontecimientos que cimbraron a las masas con vocación de Perra Brava y que las traen a estas horas como agua en batea Y cómo pudiera ser de otro modo, si no acaban de asimilar triunfos ajenos, derrotas que padecen como propias y cambios estrepitosos en la dirección del equipo «nacional».

Ahí, avieso y manipulador, el contubernio del Sistema de poder y el duopolio de la televisión se encarga de crear oportunas cortinas de humo para que las masas mal se percaten de la carestía de la canasta básica y la soporten sin protestar. Para los gigantescos corporativos las gigantescas líneas de crédito del Monetario Internacional. Para los que han de pagar tales préstamos el clásico pasecito a la red, sin más. Pero no jugarlo, que tal acción lúdica iba a representar un acto voluntario y desenajenante. No, mirarlo sentados a dos nalgas en el estadio o el televisor. Futbol, sí, y mucho, y a todas horas, con todo y los respectivos análisis de los merolicronistas. Sí, pero sólo verlo jugar.

Alguno pudiera hacerle notar a la Perra Brava la perversidad del Poder: los destinatarios del préstamo grande del FMI juegan ellos mismos: golf tenis, cricket, polo, natación; pero esos que van a pagar el préstamo ven jugar, pasivos y dependientes, el clásico pasecito a la red, que mediante sumas miÍonarias en nuestra moneda nacional (dólares) practican los alquilones del espectáculo. Pero las masas populares se niegan a pensar, a crecer, a madurar, que entonces asumirían en lugar de seguir delegando.

La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca un balón. En el estadio se convierte en espectador pasivo que participa ‘por delegación’ de los triunfos de su equipo predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, que adquiere de ese modo categoría de ídolo. Pero ay de su ídolo, si es vencido en la cancha…

A su hora Elvira García, periodista-«Abandonados, desatendidos por el gobierno, los pobres han caído en manos de la televisión». Y Leo Zuckerman «La TV ha convertido el futbol en una gran telenovela Cada equipo es una telenovela Es una historia interminable sin final feliz o triste. Hay momentos de alegría eufórica y de angustia depresiva La historia de siempre continúa.»

Pero claro, para lograr tan sañuda manipulación de las masas, el duopolio ha integrado todo un equipo de merolicronistas histriones, maestros de la prosopopeya, la vociferación y el aullido estridente cuando cantan el ¡goool! Y los ditirambos para la enajenación: «gol versallesco», «de caravana y alfombra roja», «sublime», «héroes», «la gloria», «la excelsitud»…»

«Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del juego; se habla del estilo de los jugadores del mismo modo que se puede hablar de una obra pictórica. Pero no debemos extrañamos: se trata de crear una pseudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Se simula un serio estudio de algo de lo que no hay nada que aprender, enseñar o comentar más allá de algunas elementales reglas de juego». (¿Lo entenderá, querrá entenderlo la Perra Brava?)

Recuerdo, a propósito, la iracundia de cierto comentarista que ya a los cincuenta o más años de su edad, hizo del comentario futbolístico su razón de vida (Lóbrego.) Al finalizar algún encuentro de futbol se esponjó, vitriólico, arrojando bocanadas de bilis negra sobre la página de Ovaciones:

«Repetimos, para definir lo que fue el juego, en un editorial de cuatro palabras: el América, cobarde; los pumas, impotentes. ¡Que no blasfeme el director técnico contra el arbitraje! ¡Un cobarde como él no tiene derecho a exigir premios del silbato! ¡Que nadie se enoje tampoco de que la gente esté trinando contra el sistema definitorio del campeonato, y las sospechas comerciales se agudicen…¡por culpa de los cobardes y los impotentes..!»

El Gráfico: «Esto ya no sirve», exclamó F.T.H., de 28 años de edad, y se suicidó arrojándose al paso de pesado autobús. Los familiares del hoy occiso, que lo acompañaban en el momento fatal, declaran: «F. no resistió el dos a uno que los Pumas le metieron al América…»

Todo esto, mis valedores, encierra su muy buena moraleja ¿pero cuál? (Sigo un día de estos.)

Nacimiento y panteón

Media tarde, ya al pardear. Yo, que no acostumbro visitar el centro de la ciudad, recorrí ayer, pian pianito, una calle del Centro Histórico, donde me citó aquel amigo que me había recibido en su casa tepiteña hace ya tantos años, cuando llegué a esta ciudad. Ahora, al encuentro y después del abrazo, lógico: «me casé», y me invitó a conocer a la esposa y los hijos. Y allá vamos. A la siguiente cuadra habremos de tomar el metro, supuse mientras disfrutaba del paseo. Y qué paseo, mis valedores, qué deleite estético me transmitía la serenidad del ambiente, la paz del caserío, la armonía de la arquitectura. Pero no sólo yo: «¡Mira ese edificio, y aquel enrejado, y aquellos..!»

De asombro en asombro, el amigo se bebía con las pupilas casas, puertas y fachadas. Yo, con él, admiré los hierros de esa ventana, la madera de este portón, y por allá celosías y por acá las notas de algún piano recóndito. «En esa esquina, increíble, una clínica de maternidad. ¿La ves?»

La vi. Casi en el arranque de la calle que va de sur a norte, la caseta a donde a todas horas llegan chamacos al DF, los inocentes. ¿Algún día perdonarán a unos padres desaprensivos que los trajeron a este mundo, el del Distrito Federal? Nítida ahora, la melodía antañona del piano.

En el portón, fosforescente color, la cartulina: «Clases de piano, guitarra, acordeón». Mi amigo: «De haberlo sabido; con las ganas que tenía de aprender guitarra. Esta semana inscribo a Lily para sus ejercicios de piano. Qué descubrimiento…»

Como descubrimiento fue contemplar el frontispicio de la capilla, barroco tardío, con diversas estatuas de cantera en animado palique con las palomas colipavos y alguna que otra buchona. Mi amigo se persignó al pasar. Codo con codo, cantera con cantera: «Mírala, en esta escuela cursé la primaria, qué tiempos. En seis meses aprobaba materias, me acuerdo».

– Vaya que de niño eras inteligente.

– ¿Sí? Los cursos estaban planeados para tres meses. ¿Nos asomamos?

Nos asomamos. En el patio una alumna cruzó frente a nosotros. Recordé a la niña que fue el primer amor del poeta, «Sus manos, que exhalaban el perfume de un lápiz acabado de tajar». Suspiré. Y total, que la de ayer, a lo largo de unas cuadras, fue tarde de hallazgos. Una galería de arte: Entramos, y lo consabido: el paisaje marino, el bodegón, la naturaleza muerta y la viva estampa de la sota moza tendida, provocativa en su desnudez. El conserje: «Arriba se dan clases de baile y aerobics (me observó). Usted debe haber sido un buenazo para la conga, ¿no? (y nos deslizó una tarjetita) «Baile horizontal en mi barrio». Me quitó la tarjeta. «Para qué la desperdiciamos, ¿no cree?»
Uno, abierto el portón: «Soy anticuario. Ustedes parecen conocedores. En esta biblioteca, la vera historia de Anáhuac. Algunos códices».
Todo un deleite para el espíritu, como para el músculo el gimnasio adjunto. «De haberlo sabido me hubiese ahorrado estas lonjas, mira». Yo pensaba: ¿hasta dónde la estación del metro? ¿O es metrobús, combi pesera?

De repente mi amigo se detuvo ante aquella casuca que había visto pasar sus mejores lustros y que unos artesanos, marro y cincel, remozaban. «Taller de lectura, dominó y ajedrez», en la reja Silencio. Luego, a punto del lagrimón: «La casa donde nací. Aquí escondió mi padre a mi mamacita cuando se la robó, y un robo con ganancia, mírame Trajera a mi viejita, pero se me iba a entristecer». Lo miré, me miré en el aparador de artículos de cristal. Pensé: «Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…»

El final de la calle, que remata en el parquecito donde deambulan, hermanados, palomas y jubilados, y jefes de familia a los que el presidente del empleo aventó al desempleo. «Parques solitarios en que se pasean las desgracias con la cabeza baja y los sueños se sientan a descansar».
Al arrimo de pinoles y eucaliptos, una modesta funeraria para difuntos modestos, los que murieron en olor de pobreza como hemos de morir todos, si exceptuamos a los ricos. «¿Ves? Esta calle es la síntesis de lo humano, y todo lo humano cabe en unas cuadras. En un extremo la clínica de maternidad y en el otro la funeraria Bueno, ya llegamos a casa vas a conocer a mi familia».

– ¿Que qué? ¿No es a Tepito a donde me llevas? ¿En esta calle naciste, aquí vives, y no la reconociste?

– Y cómo, si estaba privatizada si yo dejé de utilizarla hace mucho y llegaba a casa por otro rumbo. De nuestra calle, bella pero intransitable, ignoraba que ya Ebrard nos la limpió de ambulantes. Mi calle, mía otra vez…

Nomás me quedé pensando. Ebrard. ¿O AMLO?(¿Quién?)

Los sordomudos

Con el alharaquiento grupo de minusválidos me fui a topar en el parque público la mañana de ayer. A la llegada de los impedidos plegué el matutino y me puse a mirarlos jugar en los prados con silenciosa sinfonía de visajes, manoteos y aspavientos Con ellos, pastoreándolos, aquella joven de aspecto agraciado. ¿Sordomuda también? Lástima de tanta vitalidad en el goce de la vida de quienes así retozan con su alegría silenciosa, pensé. De repente válgame, el morenillo dentón, la travesura en los ojos, me arrebato el matutino y jugueteaba con él, y extendiéndolo ante sus ojos mirábalo con atención, y al descubrir la galena de fotos de primera plana la mostraba a todos, y entonces aquel revuelo de manos (alas frenéticas) y unos gestos y visajes que me pareció mostraban asombro, burla, indignación. Haya cosa…

Yo, indulgente con quienes mal pudiesen comprender el sentido de noticias y fotos, pensé la inocencia, bien, haya; estos desdichados viven de espaldas al áspero oficio del diario vivir en la táuna que retrata, el matutino, Pues sí, ¿pero por qué esas señas ante esta, foto, y esta otra, y la de más allá? ¿Por qué los meneos de testa y tales gestos rabiosos vituperoso, contra los de la foto? Me decidí. a señas interrogue a la joven sobre la reacción de los impedidos, y a señas me contestó, pero nada le entendía, «Condenada muda, quién sabe que picardías me esta diciendo». Ella, pronta de genio: «Condenada la suya (me regresó el matutino). Creí que el sordo mudo era usted».

– Oiga, ¿por qué se alteran viendo la foto?

Por groseros que son. Expresarse así de sus semejantes, aunque dudo que los de la foto sean semejantes de nadie si no de ellos mismos.

Miré las fotos, Aquí, hablando en su lengua materna (inglés). Calderón anunciaba un préstamo del Monetario Internacional 47 mil millones de la moneda nacional, o sea dólares, y aplaudiendo, entusiastas, Guillermo Ortiz, Carstens, banqueros, bolsistas, especuladores, industriales, comerciantes, políticos y demás picaros. De la burla al rezongo y las señas vituperosas, los sordomudos. Extrañado al silente alboroto intenté poner a prueba el candor «Señorita ¿me podría traducir sus burletas y señas ofensivas?»

– No será usted oreja de Gobernación que vaya a hacerla de SIEDO ¿verdad? – Se trabo con ellos en frenético jaleo de cejas, dedos, manos, brazos.

El lépero Pepín dice que los de la banca y la bolsa, manos abiertas al aplaudir dicen a Calderón ¿por que crees que a la de a (intraducible) te encaramamos? Ora a la de a intraducible, a pagar ¿O no somos cómplices?

Achis, achis, ¿Pues como interpretan la foto, pobrines? Ella tornó a las señas en contracanto con las de los impedidos. «Dice aquí El Camaleón que si está usted burriciego, que no ve las manos de los de la foto».

– Claro que las veo, si no estoy sordo. Veo a Carstens. ¿Y?

Según el Zenón, Carstens, al aplaudir con sus manos abiertas el tanto de 5 pulgadas está insinuando: «De la pachocha tóqueme el tanto así, quedare asegurado per secula seculorun, y no hablo de almorranas» ¿Ve a Guillermo Ortiz? Sus manos se han despegado no más de un centímetro. ¿Ve que esta sudando? «No, si el de la Función Pública, tan mansito con Montiel, Fox y los suyos, con los que Calderón nos trae entre ojos (entre antiparras) es perro».

Esas manos ahuecadas como si apapacharan un conejo pachón…

La vi trabarse a señas con el pecoso. «Dice Josefo que cuál conejo: cochinito de alcancía. ¿Ve al de las manos separadas y mirando con tristeza al de junto? «Mucho billete para el Gordo que va en caballo de Hacienda, pero a mí qué me tocará puro chicle; la parte del león se la va a llevar el Cordero de SEDESOL para ponerle piso de cemento a los votos azules. Banqueros, bolsistas y todo el cartel de especuladores, las manos abiertas al máximo, están indicando que, como siempre, para ellos está destinada la tajada mayor».

Calderón y sus manos abiertas el tanto de 10 pulgadas. ¿Obra social? ¿Obra qué? «Tengan sus 12 pulgadas. La pachocha es para la cuenta secreta «que ya no existe en México» y que voy a manejar a discreción. ¿Un robo? ¿Para qué crees que tengo a los Legionarios de Cristo y a las monjitas del Verbo Encarnado? Para que me la perdonen, ¿No reverendo?

Onésimo, sí, la señal de la cruz; «Ego te absolvo, pero recuerda: de penitencia mi mochada en el paraíso (el paraíso fiscal, en las Islas Caimán».)

Me encrespe: «¡Protestó! ¿De ese montón de millones cuánto para el paisanaje?» Miré a los inválidos: me miraron, ellos. El orejón, observándome, comenzó a hacer señas, y los otros la silenciosa carcajada general. No quise saber la interpretación. Para qué. (Total…)

Echeverría y la justicia

Así pues, el polémico personaje emparentado con las masacres del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971 ha sido exonerado de toda culpa, y se le levanta el arraigo domiciliario. Para ciertos intelectuales (Benitez, Garibay, Heberto Castillo, Fuentes) Echeverría nunca fue responsable de la sangre derramada, o de serlo se reivindicó con su «apertura democrática». Y si no:

Echeverría optó, calificadamente, por el camino de la democratización. Exacto, sí, Carlos Fuentes, el mismo Fuentes que apenas se publicaba el nombre del sucesor de Fox en Los Pinos, muy de mañana fue a llamar a la puerta de su oficina «para invitarlo a participar en un Séptimo Foro Iberoamericano». De ahí, un grupo de intelectuales se jaló al santito nuevo rumbo a la casa de uno de esos y comieron con él. Afuera, los retumbos de Oaxaca resonaban en diferentes zonas del país, UNAM incluida Algunos de los intelectuales orgánicos se pronunciaron por la solución de fuerza contra la APPO, como más tarde iban a aplaudir la toma de Oaxaca por elementos de la Federal Preventiva. Yo, entonces, relacioné Oaxaca con el ingreso de uniformados a las instalaciones de la UNAM, que aplaudieron los mismos que ahora se ahijaban a Calderón.

Fue a principios del 2000 cuando el Consejo General de Huelga, CGH, tenía paralizadas las actividades académicas de la UNAM. El presidente Zedillo ordenó la entrada de uniformados a las instalaciones. Como protesta, el ex-rector Pablo González Casanova renunció a la dirección de un instituto de investigación de la universidad invadida

El editorialista Carlos Ramírez: «Lo peor fue que Fuentes se hizo eco del discurso difundido por Labastida candidato presidencial del PRI, de que el CGH estaba penetrado por Sendero Luminoso, del Perú, aunque luego se supo que había sido una perversidad sembrada por el propio Labastida«.

La interrogante de Fuentes: ¿Es cierto que la ruta del poder político universitario de un senderista empieza por ofrecerse a limpiar excusados, seguir de cocinero y acabar de líder ideológico intransigente?

El mismo Fuentes y los consabidos intelectuales habían aprobado el ingreso de la Policía Federal Preventiva al interior de la UNAM. En trascripción de Ramírez, las opiniones que tales intelectuales expresaron en un desplegado fechado en febrero del año 2000. Fuentes:

«La UNAM no es una universidad elitista, pero tampoco debe ser una universidad de lumpens o de baja clase media ofendida. Hay que liberar a todos los estudiantes que no estén perseguidos de oficio».

Jorge G. Castañeda: «A pesar de los sustos que puedan generar zafarranchos en la UNAM, nuevos brotes de violencia en el sureste mexicano o en Guerrero y Oaxaca, hoy día el favorito para triunfar en las elecciones presidenciales sigue siendo el candidato del PRI, Francisco Labastida».

F. Reyes Heroles: «En el horizonte podrían estar la amnistía o el indulto. El operativo fue muy cuidado y hoy, gracias a ello, no tenemos víctimas que lamentar. La administración de la violencia legítima también puede ser profesional». H. Aguilar Camín: «La respuesta de los huelguistas condujo a la violencia que se temía y a la entrada de la fuerza pública que quería evitarse. Pero Zedillo no es ni podría ser un presidente autoritario como Díaz Ordaz«, Ikram Antaki, sin hipocresías: «¡Es tarde, pero presidente habemus!» Y Lorenzo Meyer (¿excusa porque firmó?) ‘Yo me sentí apoyando a Goliat«.

Carlos Monsiváis: «Me importó el plebiscito por compartir el fastidio ante una huelga tan prolongada y por esto también participé en un manifiesto de intelectuales, guiado por una certeza es mejor dialogar en la universidad abierta y evitar así la represión (sic.) Sin modificar los derechos del CGH, que respetamos (resic.) Bueno, la idea era, por decir lo menos, descabellada no avalaba ofensiva alguna del régimen del presidente Zedillo. Si se quiere, y elijo muy destacadamente mi caso, fue un aval para certificar la estupidez de mi reacción política en ese momento».

Elena Poniatowska «Bueno, yo no sabía Sí firmé el desplegado, pero fue porque de momento creí que era lo mejor, estaba todo tan empantanado…»

Carlos Ramírez: «El razonamiento de esos intelectuales se acomodaba en la festividad modernizadora de los intelectuales cooptados por el Pronasol salinista, desde Aguilar Camín hasta Monsiváis». Categórico.

«Bécame – bécame mucho – como si fuera esta beca la última vez.» (Agh.)

México, paranoia y psicosis…

La intolerancia, mis valedores, síntoma claro de una sociedad con problemas de salud mental. Pienso en el trabajador recién muerto a balazos por el automovilista al que las obras del gobierno capitalino le impidieron el paso allá por los rumbos del monumento a La Raza ¿Cuántos en el país circulamos por la ciudad cargando nuestra psicosis, que a lo mejor ignoramos? A principios del sexenio anterior éramos uno de cada seis. Hoy día, en el México de las cabezas sin cuerpo y los cuerpos descabezados, ¿cuántos andaremos en el filo de la susodicha psicosis?

– La intolerancia de los capitalinos a situaciones tan cotidianas como el manejar, afirma la psiquiatra Elsa Robinskis. se ha agudizado en los últimos años en el DF debido a la falta de disciplina, respeto y responsabilidad social

El caso del asesino, hoy prófugo, del ingeniero de obras del GDF, me recordó uno muy semejante que aconteció hace siete años. ¿Recuerdan ustedes el crimen del mecánico aquel que arrojó su vehículo contra los niños de un kinder, ocasionando la muerte de dos criaturas y heridas en una veintena más? Aberrante. Como advertencia para que un hecho de tan delirante violencia no se repitiera jamás (se repitió siete años más tarde), psiquiatras, psicólogos y educadores coincidieron en la solución: tolerancia Tal es el remedio y la clave: tolerancia

Sólo que aquí cabe la aclaración: por más que en ninguna de sus formas es aceptable, existen dos clases de violencia- violencia-causa y violencia-efecto. Una es la causante y otra la contestataria El ejemplo:

El asesino de las criaturas permanece a estas horas, con todo merecimiento, en la cárcel. La suya fue una violencia inaudita, sí, pero antes fue violentado durante tres larguísimos años por las autoridades de la escuela de niños Gabriela Mistral que en provecho propio y para sus prácticas cívicas en plena calle, frente al plantel, al mecánico le escamotearon su derecho ciudadano al libre tránsito que le garantiza el 11 constitucional.

Tolerancia sí, ¿pero de qué tamaño como para sobrellevar el sentimiento de frustración y resentimiento que en tantos de nosotros provoca la corrupción de unas autoridades que en el artículo 14 de su flamante Reglamento de Tránsito Metropolitano lo estipulan: «En las vías públicas está prohibido (…)V: Colocar señalamientos o cualquier otro objeto para reserva de espacios de estacionamiento en la vía pública sin la autorización correspondiente». Y que el infractor se hará acreedor a la sanción respectiva ¿Y? Las calles privatizadas por franeleros impositivos, o de plano enrejadas por vecinos sobrones, nos violan el derecho ciudadano que garantiza el antedicho artículo constitucional. ¿Y.?

Ante semejantes atrabiliarios, ¿tolerancia? ¿Cuánta se necesita para resistir a un ambulantaje encimoso, gritón, prepotente y ruidoso que se ha apoderado de estaciones del metro, calles y barrios enteros? ¿Y los mecánicos de la vía pública y unos vecinos escandalosos que violentan la doméstica paz y el Bando de Policía y Buen Gobierno, hoy con un nombre nuevo, pero con la ineficacia de siempre?

Tolerancia, aconsejan. ¿Y qué dicen de los vecinos que a la pura ley de los suyos disponen de la vía pública para sus bailes nocturnos, y a alaridos de La Boa y el ponchis ponchis a 20 mil decibeles nos desbarrancan en el insomnio y la exasperación, y pásense por el estrecho de los compañones todos nuestros derechos garantizados en el bando de marras? (De repente, a media noche, ¡tíznale!, los bombazos que en la fiesta del santito proclaman urbi et orbi la católica religiosidad del mexicano. Dios…)

¿Tolerancia frente a la voz oficial del mediocre, o sea el claxon? ¿Tolerancia (¡espantable!) frente a las mega-marchitas donde pocos o muchos vociferantes bloquearon arteras, venas y vasos capilares de una ciudad de por sí enferma de alta presión? Mis valedores…

Ese que hace siete años asesinó a unas criaturas está siendo asesinado día con día en su celda de la prisión, por más que la violencia-causa nunca fue castigada Hoy, el émulo del mecánico anda prófugo mientras lo afirma el psiquiatra J.V Rocabert: «La población del DF está sufriendo un proceso de paranoidización progresiva como mecanismo defensivo ante la reducción paulatina del espacio vital y el incremento de la violencia y la criminalidad».

Tolerancia ¿Y del espacio que con 24 millones de anuncios malforjados, machacones y embusteros, nos han invadido a lo impune y desvergonzado la partidocracia y sus ifes y trifes en radio y televisión? ¿Todo Eso qué? ¿Tolerancia?(bah.)

Perra Brava, el presidente

¿Es ese el título que usted escoge, señor Oscar Arias, como presidente de Costa Rica? Empericado en un palco del Goloso de Santa Úrsula, en el gañote el grito bravero y la camiseta futbolera embrocada en el torso, ¿esa es la imagen que un estadista quiere proyectar entre sus gobernados, estampa populista, populachera, de cabecilla de la Perra Brava? ¿Así ganar unas simpatías populares que no se logra granjear con obra social que beneficie a sus gobernados? ¿Tener de simpatizantes a enajenados del fútbol? Siniestro.

Yo, señor presidente, soy un simple mortal, pero la dignidad y el decoro me forzaron a abandonar a tiempo, entre otras diversas prácticas que me deshilachaban la autoestima y me impedían vivir a plenitud (el tabaco, el licor, la «bohemia»), el papelito de aficionado pasivo del fútbol. ¿Yo, alegrarme de triunfos ajenos y dolerme de derrotas que no fueron mías? No, que crecí y abandoné esa lóbrega región del inmaduro que tiene que delegar. Entonces jugué fútbol llanero y sigo en la práctica de evitar la polilla, el moho, el orín. Ni rastro de panza ni las zancas débiles. Hijo soy de mis obras, camino sin muletas prestadas y me atengo al letrero del camión materialista (pero no dialéctico): «Voy más a mi». ¿Pero usted, señor presidente de Costa Rica..?

Permítame rematar la confesión de aquel mi vicio onanista que padecí en alguna de mis primeras juventudes. Fui un aficionado pasivo del fútbol, fanático del chiverío de aquel entonces. Ya le hablé de varios jugadores. Me falta nombrar a Nuño, entrega a la camiseta, dinamismo puro y puro pundonor. Como si estuviese viendo a este otro: el Marimbas Vidrio, jugador de entorchados. Tomaba el esférico, se picaba por el…a ver, a ver, un momento; el Marimbas Vidrio no, que ese era de los otros, o sea de los mediocampistas del Atlas. Es que hace ya tantos abriles, diciembres tantos…

En el medio campo aquel inolvidable cuyo nombre no alcanzo a recordar. ¿Cómo carambas se llamaba aquel inolvidable chutador de media distancia? Pero qué jugadorazo el inolvidable cuyo nombre olvidé; qué estilo para avanzan pique, freno, descolgadas escalofriantes y el sonoro rugir al ángulo superior y ¡Goool… del chiverío!

Pero tú cómo te me ibas a olvidar, símbolo garrochón de mi juventud primeriza Salúdote puesto de pie, chiva grande, al que así anunciaban todos los altoparlantes de todos los estadios donde se juega fútbol:

– ¡En la portería de las ChivasJaime… Tubo… Gómez..!

Y palcos, sombra preferente y sombra general se cimbraban y se venían, aunque nomás de siquitibunes. ¡Ah, Tubo de mil batallas, espejo y flor del chiverío desde que fuiste chivita y hasta llegar a chivón! Tú que en la portería y por el honor del Rebaño Sagrado siempre salías a partírtela (me refiero nomás a la madre, no seas mal pensado). Tú, honra y prez del rojiblanco de Los Colomos, allá por Zapopan. ¡Esas mis Chivas!, ululaba el fanático mientras las camisetas sagradas hacíanse del dos en el equipo del Dos de TV

Dije: Los Colomos, y de golpe se me viene el paisaje del que fue establo del chiverío y querencia de mis años nuevos, los que se murieron en olor de virgen zapopana y de primera ilusión: «Con la ilusión de que volvieras – mi corazón abrió la puerta – y sus latidos confundí – con el latir – del corazón…» Y en este punto, créanmelo, me los estoy sintiendo mojados. Los ojos…

Pues sí, pero aquel día fue de la iluminación. A pura fuerza de compañones apagué la tele para nunca más, y con ella desterré de mi vida los tres enemigos del alma: el licor (seis, siete borracheras en mi vida), el cigarrito y el clásico pasecito a la red. Y a vivir la vida, porque así como el licor conmigo topó en tepetate, el humo del cigarro se me había subido a la cabeza, y en cuanto a mi vocación de Perra Brava: yo, que en dos de mis primeras juventudes (hoy voy por la sexta) fui un fanático del jueguito manipulador, aquel día, por recuperar mucho de lo perdido -tiempo vital, autoestima, libertad personal, etc.- abandoné la servidumbre del aficionado pasivo, me fui al llano y jugué, y sudé, y quemé grasa, y eliminé toxinas, entre ellas las más dañinas: desidia, pasividad, manipulación, dependencia Y la paz.

Me curé, señor presidente, y así hasta hoy, cuando la mística es otra y otra la meta que las masas sociales de aquí y de allá dejen de delegar en su enemigo histórico y asuman su responsabilidad de ciudadanos que ya organizados (no en muchedumbres, no con armas de fuego) se den ese gobierno al que obedecer como sus mandantes. Algún día cuando los paisas dejen de delegar, cuando abandonen su papel de jugadores pasivos. (En fin.)

Señor presidente de Costa Rica

Ayer, con todo respeto, lo exhortaba aquí mismo a abandonar, como yo lo hice hace años, el vicio onanista del fútbol como aficionado pasivo. Que al menos no lo exhibiera en público para mal ejemplo de sus gobernados, que seguirían delegando en otros, sin nunca asumir su responsabilidad histórica de ciudadanos. Le hablé de que la cursilería de los merolicronistas exaltó de «verdugo de Costa Rica» al jugador Héctor Hernández, que militaba en «mi equipo»: el Guadalajara. Ahora permítame que le cuente lo que alguna vez dije aquí, en este espacio, a mis valedores:

El Guadalajara de aquellos tiempos; el chiverío de los esforzados que imponían condiciones en cancha propia como en la ajena El Guadalajara Pero no malinterpretarme, señor presidente Óscar Arias: no intento pasarme de Vergara al estilo del dueño de ese chiverío que tiene o tenía su nido allá por Los Colomitos lejanos. Sólo quiero ponderarle las glorias del Guadalajara, y aquí me pongo de pie. El chiverío de los tiempos aquellos, qué tiempos que se nos fueron para nunca más. El campeonísimo que llegó a ser mandón a todo lo largo y ancho del fútbol tricolor. Qué tiempos…

Evoco aquí al chiverío que se acostumbró a ser el padre de tantos equipos, comenzando por el aborrecible América, y los ardidos han de dispensar. Ah, aquel Guadalajara de mis amores primeros, los de mi primera juventud (¿me permiten? Esta furtiva lágrima. Este terco lagrimón…)

Va aquí una entrañable, visceral remembranza del campeonísimo de aquellos que fueron los buenos tiempos de México, cuando a nuestro México todavía no nos lo hipotecaban del todo al agio internacional desde Echeverría y López Portillo hasta los «Nopalitos» del PAN, siglas siniestras; cuando el Guadalajara valia, y el peso valía y el mexicano valía a ojos de todos -y lo más importante: a los ojos propios. Qué tiempos aquellos, los de aquel rebaño sagrado de las fragorosas contiendas contra los margaritones del Atlas, contra la recua de muías del extinto Muslos del Oro, contra el aborrecible América de Televicentro. Presentes tengo en la mente a los once símbolos del Chiva de mis amores, los de mi juventud; héroes de los tamaños de un Héctor Hernández, canela pura, goleador de veras. Pregunten, si no, a los ticos, señor Óscar Arias, que le temían como al Sida o al modelo neoliberal. Ah, driblador de kilates; aquella su suavidad para manejar el esférico, burlar al contrario y lanzar el trallazo que iba a explotar en el mero corazón del marcador. ¡Héctor Hernández, y aquí me pongo de pie..!

Recuerdo a mi Chava Reyes, el cabeza de melón: fino a la hora de esconder el esférico, pasarlo, desmarcarse, recibir como mandan los cánones, fusilar y.¡el chiverío se trepa en el marcador, que era treparse en el América! Bien haya el Guadalajara (Pos sí, pues’n…)

Bujía del equipo: creativo, batallador. Ahora te recuerdo, Chololo Díaz. Largos calzones guangoches y esa tu marunga que hoy apodan chanfle, y que para las manos del guardameta rival fue brasa y pólvora, y. ¡venció al portero rival! Isidoro Díaz, te saludo en tanto que a ti te miro en mi mente, Chuco Ponce mentado, constructor de juego, el de los pases en profundidad que se encargaba de convertir en anotaciones El Mellone Gutiérrez…

Pero hablando de El Mellone: cómo no estremecerse al escuchar tu nombre, pasta de inmortal, que burilaste aquel gol que te iba a hacer el ídolo de todo San Juan de Dios y anexas: gol anotado de nalga y la zurda para más mérito. Mellone Gutiérrez, y los siento húmedos. Mis ojos…

Fino porte, señorío, verticalidad; chiva por antonomasia, el capitán Jaso postulaba en cada disparo al arco su filosofía futbolera: fuerte, raso y colocado. ¡El capi Jaso toma el esférico, se pica por el centro, dribla a un contrario, dribla a dos, dispara y… (Válgame, que a la emoción mandé a tiro de esquina cafetera florero y el pastorcito de yeso, qué regazón. Lástima, que era el favorito de Aída (tú, la de todos los días.) Y se reanuda el encuentro.

Tigre Sepúlveda (¿cuántas veces me he de poner de pie?), el Tigre aquel que desde su reducto de la defensa central ganaba contiendas con la sola estampa de una casaca bien puesta, camiseta a rayas y, por si no bastara, unos mostachos aguamieleros y un mirar así, miren, de fiera en brama Y a temblar, esos margaritones del Atlas. A temblar, cremas del América, que allá viene el Tigre, y ya venteó sangre…

Aquí te nombro, zambo genial, pinta de aborigen, pesadilla de rivales. Te honro a la distancia de tantos ayeres y avatares tantos, tú que fuiste, tú que eres honra y prez de Atemajac. (El marcador final, señor Arias, mañana)

A dos nalgas…

Señor Oscar Arias, presidente de la república hermana de Costa Rica:

Joven fui yo también, y atolondrado; un inmaduro que, salvo ese estado de gracia que es el amar a una Berta que por aquel entonces era mi única, ninguna acción realizaba al imperativo de la trascendencia Y es que por aquel entonces aún no conocía el valor de mi tiempo de vida, y lo malgastaba a lo miserable; un poquillo de tabaco, otro poco de licor, y que la desvelada, y la criarla insulsa con otros de mi carnada tan vacíos de vida interior como yo mismo. Y no más. Mucho tiempo después cortaría de cuajo con la botella (mínima afición), con el cigarrito (vicio perruno) y con la existencia del mediocre No más.

Pero lo más reprobable, señor presidente de Costa Rica:

Yo tenía un vicio secreto de esos que el cínico vuelve público, y lo exhibe y hasta alardea de él. Vergüenza me da confesarlo, pero las circunstancias me obligan a revelarle la clase de adicción que empobrecía mi existencia y solicitarle que no me juzgue con demasiado rigor. Yo, señor presidente, era un aficionado del futbol. Aficionado, sí, pero lástima no a jugarlo en algún equipo llanero, práctica placentera que nos
libera endorfinas tanto como elimina toxinas, no. Yo era uno de esos aficionados pasivos y dependientes que delegan en alquilones del futbol, y sus triunfos hacía míos, y sus derrotas las lloraba como propias. Todo un mediocre, señor presidente…

En mi vicio, por suerte, no llegué a ser un fanático de la catadura de esa Perra Brava que cimbra a gritos la «bombonera» de Toluca (usted ha de dispensar la originalidad del mote importado de origen, «bombonera») mientras se intoxica con cerveza y otras drogas hasta terminar echando fuera chamarra y camisa y ándele, a enseñar a lo impúdico unas lonjas y unos vientres fofos por sedentarios ¡a los 35,40 años de su edad! Mi fanatismo no llegaba a tal grado de ridiculez, pero no voy a descargarme de culpa fui aficionado pasivo y enajenado al clásico pasecito a la red, qué vergüenza

Vaya Logré confesarle mi antiguo vicio; ya me siento mejor. Pero tengo un paliativo que saca la cara por mí: yo era joven, sin mística, ideales y un definido proyecto de vida Por otra parte yo no cargaba en mis lomos la responsabilidad de toda una nación, -ante quien exhibirme de mal ejemplo. ¿Pero usted, señor Oscar Arias? ¿Usted, todo un presidente de Costa Rica, malgastando su tiempo de vida y de gobernante para mostrarse como uno más de la Perra Brava en una clara invitación a la enajenación colectiva? ¿Usted, delegando e invitando a delegar en las ancas de once alquilones del futbol, y alegrándose de sus triunfos, enorgulleciéndose de sus logros y doliéndose de sus derrotas? ¿Usted también, uno más de la Perra Brava, diciendo «ganamos», «nos derrotaron», «logramos anotar el gol», mientras permanece aplastado a dos nalgas en algún palco del estadio futbolero? ¿Delegando usted?

¿Qué ejemplo es ese para sus gobernados, señor presidente? (Asumir siempre, delegar nunca, dígale a sus compatriotas, es la única vía para el cambio, que será obra de todos, aun en contra del gobierno.) O qué, ¿no es un estadista? ¿No tiene una muy alta responsabilidad ante sus gobernados? ¿Allá en Costa Rica no existen problemas de su incumbencia que deba solucionar..?

Por otra parte, ¿cómo llegó usted a la presidencia, si se puede saber? ¿Es un presidente legítimo o un impostor? Buen síntoma si se atreve a asistir a los estadios sin que lo aturdan la rechifla y los gritos vituperosos de los asistentes. Loable si en los estadios no es necesario desplegar miles de sardos que lo resguarden de la iracundia popular. Ya que un presidente legítimo no necesita de semejante blindaje, ¿lo necesita usted? ¿De necesitarlo no le daría pena y bochorno el no poder dar un paso fuera del recinto presidencial si no es arropado en la protección de un escandaloso aparato de seguridad? A mí me daría vergüenza gobernar con el odio, la burla y el desprecio de los gobernados, y no me atrevería a caer en la frivolidad de mostrarme como aficionado al futbol y a la temeridad de presentarme ante quienes así me detestan. Pero claro, yo no soy presidente de ningún país. Quizá es por eso que no lo soy. En fin.

Usted, todo un señor presidente, asistió al estadio, y tal vez hizo suya la derrota ajena ¿Si se quitase el vicio onanista de gozar y sufrir con hazañas ajenas? ¿Si al menos no exhibiese su vicio en público? Señor presidente:

Del que fue el equipo «de mis amores», en el que militaba el «verdugo de Costa Rica» (cursilería de los merolicronistas), le hablaré mañana (Vale.)

La droga y el pobre de espíritu

Así es, mis valedores: calificar de dificultosa la situación que vivimos en el país sería caer en una obviedad, que con conocimiento de causa lo podrán afirmar el obrero, el artesano, el ama de casa, en fin; cualquiera de los pobres, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos. Quién mejor que las clases populares para atestiguar que el catarrito que nos pronosticó el de Hacienda él mismo nos lo iba a cambiar, a la vuelta de unos meses, por un tsunami monumental. En manos de semejantes hablantines, ineptos e irresponsables avanza a trancos, entre tumbos y reculones, el aparato gubernamental. Es México.

Y por si la crisis en la economía familiar no fuera bastante, ahora la nueva plaga, que a querer o no financian las empobrecidas masas populares, esa despiadada brama de enajenación colectiva del IFE, Instituto Federal Electoral, que en la aberrante dimensión de 23 millones y medio de anuncios publicitarios se ha desbozalado en todos los medios de condicionamiento de masas para exaltar inexistentes virtudes de una democracia que es tan sólo democracia electoral; electorera, en el caso presente. Y digo una vez más:

La verdadera democracia, por más que liberal, se integra con tres entidades básicas: la vertiente formal, la representativa (participativa, debería ser), y la social como el componente más importante, que alude a todos los beneficios sociales que el Sistema de poder ha negado a las masas sociales. «Democracia»; así apoda ese Sistema la maniobra periódica de depositar el voto por este o aquel candidato que nos haya convencido (a mí no) con sus promesas de campaña, pero sin que ese voto garantice que tales promesas nos serán cumplidas. ¿Entonces..?

Entonces democracia al modo del IFE: ¿alguno con tres gramos de cultura política, que no sea la falsa y enajenante que mamamos (yo no) de la TV, podrá conservar la ecuanimidad ante la propaganda del IFE que afirma, y sigue tan campante: «Tenemos un poder grande, para convertir el silencio en exigencia»? El silencio en exigencia, y esto machacado a todas horas de todos los días, ¿existe receta mejor para mantener a las masas sociales en el puro reniego, la megamarchita, la pasividad y la dependencia? A propósito…

¿De qué partidos proceden los candidatos a puestos de elección popular? Esos vienen ¡imagínense!, del PAN, yunquera mentalidad de monjas del Verbo Encarnado; del Revolucionario Ins., de nefasta memoria para quienes conservamos la memoria histórica, y de los colaboracionistas talamanteros de Nueva Izquierda que propone el Partido de la Revolución Democrática. Esos perredistas, priístas y educandos del Verbo Encarnado son quienes se preparan para cantarnos todo lo sabios que son, todo lo laboriosos, honrados, austeros y bien preparados que están para enchufarse en el presupuesto que financiamos nosotros. Lástima de los millones derrochados en un parto de los montes que van a abortar tales ratones vividores. Cuánto mejor invertir los dineros de la campaña en escuelas públicas. Y sin embargo habrá que votar; es nuestro derecho ciudadano y nuestra obligación. En fin.

Por eso mismo, mis valedores, porque sólo así se resisten y superan las épocas dificultosas; porque sólo de esta manera nos podremos enfrentar la crisis, porque sólo así lograremos nadar a contracorriente y sobrevivir, es imperativo de primera necesidad que hoy tengamos y mantengamos la cabeza fría y una conveniente dosis de temple, resistencia, entereza, determinación y capacidad de respuesta a los retos cotidianos que nos va imponiendo la contingencia crítica Preciso es que nos mantengamos alerta, con nuestros sentidos vigilantes para aplicar el antídoto a cada nueva circunstancia adversa

Pues sí, ¿pero resistir y enfrentar es característica de las masas? ¿No hay espíritus débiles? ¿Y cuál es la actitud, cuál la reacción del débil? Exacto, sí, el síndrome del avestruz, la fuga de una realidad que lo rebasa, fuga que lleva a cabo por la vía de las dos drogas más nefastas para el ente humano. La primera es el licor, que a su virulencia añade la alcahuetería de leyes y comunidad que ven como lo más natural la ebriedad y el tráfico de botellas.

¿La otra droga devastadora de débiles? La superstición, esa industria de charlatanes y vividores (brujas blancas y brujos barbados) que desde radio, TV y prensa escrita, con todo y sus «psíquicos», estafan a los pobres de espíritu con el trocito de esperanza inútil. Esas ganas de creer en los demás cuando no creemos en nosotros mismos. Lóbrego.

Seguiré con el tema (Aguarden.)

Espantapájaros

(Porque el temor, si no da vida, mata)

Existió, mis valedores, un hombrecillo que vivía, solo y su alma, en la medianía de una plantación que invadió un par de años antes y que trataba de cultivar, aunque conocía su propia torpeza y que todo lo que sus manos tocaban se fruncía y malograba Las pocas vainas y espigas que se lograsen terminarían de botín de animales dañeros que él, temple de jericalla, no se atrevería a enfrentar. Tal situación lo mantenía en la almendra de la angustia y la soledad. Algo bebía para mitigar la tensión. Algo.

Al amanecer cada día el granjero de pega, por los suelos la propia autoestima, dejaba el jergón y salía a examinar el cielo, no fuese ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorbiera la humedad del terreno y resecara la plantación. Después se daba a deambular por almacigos, arbustos y árboles frutales, y examinaba el estado en que amanecieron la fruta, el racimo, la vaina la espiga, la flor. Y aquello era allegar tierra a la mata y abono a la tierra y agua al abono y cauces al agua para que regase la tierra Así días, meses, dos años. Pues sí, pero lástima, porque de todos los males del sembradío la culpa era del hombrecillo; de su torpeza y mediocridad. Lástima

En fin, que para espantar cuervos y gavilancillos predadores de la mazorca dio en clavetear el sembradío con espantajos a cual más de esperpénticos; ventrudos algunos y flacos los más, este disfrazado economista, de político el otro, y uno de sardo y otro de policía que metiesen espanto en las negras alas que tachonaban un cielo estallante de luz. Luego tomaba la honda y a apedrear el cielo. Solo él…(Porque la soledad, si no templa, aniquila)

El solitario oteaba los horizontes del lado norte, donde cerros y peñascales se plagan de nuberíos ovachones. Que no llueva más; que el exceso de lluvia no venga a pudrir las raíces; que el granizo no desgarre los retoños…

Y fue funesto aquel día, y el invasor de la granja la angustia entre las costillas, lo comprobó: bajo sus cuidados la plantación se arruinaba irremisiblemente. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo, se encanijaban los racimos y las vainas enroscábanse y se desfloraban, y escupían la semilla Y así el tubérculo, y así la espiga, y así la flor. El solitario, tan incompetente como impotente para manejar el desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que de tuviesen la catástrofe Pero nomás la regaba, lástima Y fue entonces…

Al solitario le dio por hablar solo y solo contestarse. Soliloquiando palpaba cada frutilla olisqueábala le buscaba la plaga que la hubiese atacado. Soliloquiando: «¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría con el viento? ¿Qué animalejo predador pudo atacar los racimos mientras yo dormía? ¿Por qué a mi vista todo lo verde se torna gris? ¿Por qué se marchita todo lo que toca mi mano? ¿Por qué? Y esta angustia, esta soledad y la autoestima por los suelos porque en cada planta, en cada espiga, en cada vaina percibo el desprecio y el aborrecimiento por mi torpeza como granjero impostor».

(Malo cuando el solitario cae en el embeleso del soliloquio. Muy malo.)

Y ocurrió que soledad y vergüenza por la torpeza y el origen espurio terminaron por hacer mella en el infeliz. Cierto día, ronco de hablar su monólogo, detúvose a la mitad de la finca en silencio contemplo aquel desastre de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas y flor. Mudo observó el desastre, y de repente sonrió con una enajenada sonrisa, y entonces…

Sereno por vez primera (el grado más alto de la angustia arroja una angustiada serenidad), el espurio recorrió los sitios donde había alzado los espantajos. Uno a uno los recogió, uno por uno los trasladó hasta la medianía de la finca, y sonriendo a los rostros de paja les decía «Ni despreciado ni solitario porque los tengo a ustedes». Pero no, que de súbito, tornadizo de humor e inestable en sus emociones, dio en uno de sus frecuentes accesos de furia cimbró a sacudidas a los espantajos, y vocecilla de caricato:

– ¡Por amistad los habilité de espantajos, pero ustedes a cuervo ninguno, ni tordo, ni a una mísera urraca han podido espantar! Una vez más, señores espantapájaros, ¡a discutir nuevas estrategias de combate contra los dañeros!

Y los sacudía les arrancaba trapos y paja, los iba dejando en los puros varejones. Él, en tanto, espectáculo bochornoso, se iba metamorfoseando en…

Es que el hombre, cuando… (En fin.)

Y lo mataron…

En su tierra mataron a Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Mataron al religioso, al luchador, al héroe, al mártir. Este homenaje anual, mis valedores, cobra hoy especial relevancia porque en la tierra del héroe y de Shafick Handal, guerrillero del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, llega a la presidencia Mauricio Funes, hombre de ideales cercanos a los del héroe y de la guerrilla, y llega luego de derrotar en las urnas al candidato de ARENA, partido ultraderechista del Roberto D’Abuisson asesino intelectual de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Es la historia

Óscar Arnulfo Romero fue asesinado un día como hoy, pero de 1980, mientras celebraba misa en su iglesia de barrio en San Salvador. Desde un año antes, el religioso estaba presto a entregar la vida por la causa que amaba, y no es que sin motivo presintiera su muerte, que bien conocía a quienes lo acechaban a todas horas, fanáticos de los escuadrones de la ultraderecha ARENA, de R. D’Abuisson. La palabra viva del bienamado de El Salvador.

He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decir que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Si llegasen a matarme perdono y bendigo a quienes lo hagan…

Y lo hizo la bala asesina de un sicario contratado por un D’Abuisson canceroso del ánima, que al poco tiempo fue asesinado también, sólo que por un cáncer fulminante que del ánima se le fue al organismo. Metástasis.

Profeta al modo de Isaías, y como profeta defensor de los desvalidos, el arzobispo fue asesinado al elevar la hostia en la celebración de la misa Su cuerpo cayó fulminado al pie del altar. Uno de sus fieles, su amigo fiel:

«Lo supe a las 3 de la tarde del 24 de marzo de 1980. Acababa de nacer la primavera. La mañana había sido calurosa y clara Cuando lo supe, llovía Una lluvia nueva generosa blanca que envolvía los cerros. Óscar compañero había resucitado en la llama de una bala Sólo una bala precisa amaestrada prevista La lluvia fue el gran perdón que caía sobre El Salvador. El perdón del caído. El gran Mártir de América había ganado la batalla a sus asesinos».

Ojalá se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás…

Eran años aciagos para El Salvador, sacudido por una crudelísima guerra civil entre la guerrilla del FMLN y el ejército del gobierno, apoyado, y cuándo no, por EU. El conflicto se prolongó el tanto de 12 años; el armisticio se iba a firmar en el Castillo de Chapultepec. Aquí, unas colonias adelante…

Como Pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse sus amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. Yo resucitaré en las luchas del pueblo…

Y la homilía que le granjeó una bala en el pecho:

Queridos hermanos: sin las raíces en el pueblo, ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos cuando quiere implantarlo a fuerza de sangre y dolor… Yo quiero hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles:

¡Hermanos: son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice no matar..!

¡Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios! ¡Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla! ¡Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado! ¡La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación! ¡Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con sangre..!

¡En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos: les suplico! ¡Les ruego! ¡Les ordeno en nombre de Dios! ¡Cese la represión..!

Y lo mataron. Monseñor Oscar Arnulfo Romero. (A su memoria..)

Acupuntura mortal

Son 23.4 millones de agujas forjadas por el IFE que los medios de condicionamiento de masas, sobre todo la televisión, encajan a estas horas en el adicto, mañosamente entreveradas a series gringas y telenovelas, el clásico pasecito a la red y espumarajos sanguinolentos de cuerpos descabezados y cabezas desprendidas del tronco. Tal bodrio es aderezado por la televisión con los nalgatorios de estrellitas de gran canal mal cubierto con calzones minús-culos. Hipnotizados, los adictos viven, actúan y modelan su criterio con las ideas que sorben del «líder de opinión». Adictos y dependientes como Miguel y Maria, en el relato del autor argentino, que va más o menos así:

Ella es (¿o era?) una pareja de jubilados que en su modesta vivienda sobrevive (¿sobrevivía?) como cualquier pareja de mediocres irredentos: comiendo, regando macetas, embebidos frente al televisor, y recibiendo de frente y sin protección alguna el material que a semejantes mediocres entrega el duopolio de televisión: la nota roja y las series gringas, las telenovelas y el clásico pasecito a la red. Y ocurrió aquella noche de marzo…

Frente al cinescopio, Miguel observó de reojo a María: «Qué vieja está. Qué joven fue una vez. Cuántos años hará desde aquel entonces.» Cada vez más anciana, pensó. Cada vez más cerca de la muerte. Como yo, como todos, que para el humano tal es la única certeza: la muerte. Miguel seguía viendo en el aparato manipulador las historias de siempre, que van de una violencia inaudita a la extrema felicidad. Sin matices.

«Nunca un tema de pobreza, nunca una historia sobre las miserables pensiones que recibimos los viejos burócratas. Siempre problemas del corazón; nunca del estómago».Desde la otra parte de la casa la voz de María:

– ¿Ya cenas, Miguel? ¿Vienes al comedor?

– Aquí mismo. Pero rápido, que ya viene el noticiero.

Y el noticiero llegó. María había traído la cena, y ambos comían los restos de la comida del mediodía, cuando el cinescopio se cimbro, morboso y aspaventero, al olor de la sangre, de la estridencia, del horror. El hablantín del micrófono: «En la esquina de Avenida 10 y Calle 13, un ómnibus se trepó a la banqueta repleta de gente, atropellando al matrimonio de Miguel González y María Martínez de González. La señora falleció en el acto, y el señor González cuando era trasladado a un nosocomio. El conductor logró darse a la fuga. Por cuanto a la situación financiera..

Aquí, en la sala silencio. Un larguísimo silencio. Un quejidillo de María El resto de las noticias ya no importaba

Miguel, ¿oíste? ¿Somos nosotros los muertos?

– Por Dios, María, se trata de una equivocación; de una coincidencia Las víctimas se llaman González y Martínez como los miles que viven en esta ciudad. Olvídalo, sigue cenando.

Silencio. María pareció tranquilizarse, pero su actitud ya no fue la misma «Pero Miguel, si estuvimos en esa misma esquina a la hora en que fuimos a cobrar nuestra pensión. Tengo miedo, Miguel, mucho miedo…»

– ¿Pero miedo de qué? A ver, ¿tienes algún hueso roto, te duele algo, te reventó un autobús, estás metida en un ataúd..?

– Hablaron de que estamos muertos, Miguel. Lo dijo la televisión, y la televisión nunca se equivoca Tomaría los datos de la policía, y la policía tampoco se equivoca Le voy a rezar a la Virgen

Silencio. Llegaba la media noche. Comenzó a llover.

Miguel, no quiero que estés muerto, tengo mucho miedo…

Afuera los ruidos se asordinaban. La pareja de ancianos había quedado absorta frente al cinescopio. La noche, electrizada, tenia un sabor a desdicha a eso insondable de la vida y de la muerte.

– ¿Esto no será la muerte, Miguel? Tengo miedo de estar muerta y no saberlo. ¿La muerte puede ser así..?

Impresionado por la oscuridad de la noche, de la vida y de la muerte, Miguel no contestó, pero supo que estaban fatalmente solos. Nadie, ante la noticia de su muerte, se había ocupado de ellos; nadie, en la aplastante mediocridad de esa vida de jubilados. Y fue entonces cuando Miguel encontró la solución que cuadra a todos los pobres de espíritu viciosos del cinescopio:

– No te preocupes más, mujer. Ya mañana, en el noticiero, Loret de Doriga dirá si estamos muertos o no…

Esos adictos del televisor; esos mediocres de espíritu muerto. Esos. (En fin.)

La ley de la selva

Que en los neblinosos terrenos de la leyenda, dije a ustedes ayer, existió un bosquecilio poblado por toda suerte de animalejos a los que el león gobernaba como rey absoluto. Y ocurrió que en el reino se abatió una crisis feroz, que traía a los de pluma, uña y garra en el hambre, la indigencia, la necesidad. El soberano recurrió a los brujos del reino, los cuales, después de consultar el arcano, dijéronle que la crisis se debía a la cólera de los dioses, provocada por delitos que cometieron los habitantes del bosque Convocada la población a confesar públicamente sus culpas, y que el delincuente mayor recibiese la muerte, el propio rey declaró delitos y crímenes, que fueron disculpadas por el juez, un zorro de apellido Azuela. Enseguida:

– Que ruja el tigre, ordenó el juez.

El tigre rugió: – Yo me dedico a especular con la economía del bosque. Desde las instituciones bancarias extorsiono a los clientes morosos y me echo sobre sus pertenencias hasta dejarlos en la indigencia. Yo, dueño de las fuentes de producción, disminuyendo los sueldos y aumentando los precios de las subsistencias, empobrezco más cada día a los trabajadores y sus familias. Y aun me llaman benefactor porque abro fuentes de trabajo; los muy ignorantes. Fiera la más depredadora del bosque, mi delito mayor es haber aplicado todo mi poder económico para imponer en el bosque de los pinos a un leoncillo mediocre, blandengue, al que le vengo cobrando facturas. Carísimas, y páguenlo todo los residentes del bosque. Yo, gringo de segunda…

Ahí lo interrumpe Azuela, el muy zorro:

– Con extrema severidad te juzgas, hijo preclaro de Forbes, y eso habla bien de tu sentido crítico, tu honradez y tu patriotismo, tu ética Quien como tú derrocha sus energías forjando en el bosque prosperidad y grandeza precisa de más vitaminas económicas y más proteínas financieras que cualquiera de los obreros. A desechar escrúpulos, y que hable la pantera negra.

Untuosa, silenciosa, luego de santiguarse y besar el crucifijo que le penduleaba sobre un vientre abultado, el latinajo por delante: «Mea culpa».

El buho, a media voz: «mea culpa, suda culpa, ventosea culpa y defeca culpa, y a quien lo dude lo remito a la historia del bosque y a la realidad objetiva». Oyéndolo, una blanca paloma del Verbo Encarnado se la persignó. La negra fiera- «Por la magnitud de la crisis que azota a los pobres del bosque sabemos que el estallido de las víctimas es un peligro latente, inminente Aquí es donde yo, humildemente, intervengo; como parte que soy del poder, desempeño a toda mi capacidad la evangélica labor de mantener los animalitos de mi rebaño mansos, pasivos y dependientes. Resignación y obediencia, obediencia y resignación La obediencia la hice virtud y a la resignación señalé un premio eterno. Y la paz. Ese es mi pecado».

– Pecata minuta su paternidad. Laus Deo,Ad mayorem Dei gloria. Dadme vuestra bendición, y que hable el chacal».

Habló. Tintas en sangre sus fauces, sonrientes ante la impunidad que el león, el tigre, la negra pantera y el zorro le dispensaban, ahí alzan su voz el Montiel de la honorable familia, Fox, la hiena de sus amores y los puerco-espines hijos de toda su reverenda hiena Azuela los exculpó y dio turno al jaguar, la serpiente, el cocodrilo. Ya caía la noche cuando, de súbito, ¿y eso? El asno aquel rebuznó, burro viejo, trasijado de avitaminosis:

– Soy un delincuente, Su Majestad, lo confieso. Sucedió que iba yo por el bosque un día de estos, pujando bajo la carga y mareado de una hambre a la altura del salario mínimo que vos me habéis designado, cuando en eso me topo con las verdes espigas de un sembradío. Famélico como andaba Su Majestad, perdí el control de mis actos, olvide todo sentido de la honradez, de la moralidad, y…acúsome, juez: pegué feroz mordisco a las tiernas espigas…

Silencio, estupor. Azuela: «¿Que qué? ¿Qué estoy oyendo? ¿Oí bien? ¡Ese, Su Majestad, es el réprobo! ¡Ahí tenéis al criminal! ¡Contemplad esa cara de cínico! ¡Pena de muerte al pollino, que ha provocado la cólera de los dioses y sumido nuestro bosque en la crisis! ¡Y lo reconoce, el muy cínico!

El burro agachó las orejas. «Lo reconozco, una malsana ambición me llevó a pedir un 17.2 de aumento a mi sueldo de electricista La tarascada a las verdes espigas fue de sólo un 4.9 por ciento, pero el daño a tu economía, oh rey, ya está hecho….»

¡Al depredador pena de muerte! Por avitaminosis. ¡Cúmplase!

Es la ley de la selva, es el bosque, es México. (Mi país.)

Yo, pecador..

Existió, mis valedores, en luegos ayeres y tierras lejas, un bosquecillo poblado por toda suerte de animales de pluma, uña y garra, a los que el león gobernaba como rey absoluto. Lógico, ¿no?
Y sucedió que tiempos calamitosos asolaron el reino, y que los animales conocieron el hambre, la miseria, la necesidad. Asustado por una crisis que lo traía todavía más bandejo que de costumbre, el rey convocó a todos sus asesores, pero lástima: ellos no estaban ahí por su capacidad sino por amistad con el soberano, y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir: que los asesores exhibieron su inutilidad y mostraron que el problema los rebasaba Allá afuera, mientras tanto, los animales del bosque languidecían de necesidad.

Y fue entonces. Ya cuando los tales nomás no pudieron, como mediocre que era, el reyecito acudió al pensamiento mágico; convocó a brujos y adivinos del reino, los cuales interpretaron las señales del tiempo, ejecutaron sus ritos mágicos, entraron a la «internet» (dicho en pocho) y comunicaron su diagnóstico al soberano:

– La crisis actual se debe a la cólera de los dioses, encabritados por la infinita corrupción que corroe vuestro reino, y que origina una aberrante nota roja de cabezas sin torso y torsos descabezados. Que toda la culpa es de vuestra ineptitud. Han hablado los dioses.

Majestuosos, hieráticos, en silencio se retiraron…

Ah, cabresto; ante la cólera de las divinidades qué hacer. Ahí habla el elefante, barrigón consejero mayor: «Manda, oh rey, que acudan ante tu presencia los habitantes del bosque, y todos y cada uno confiesen en público sus delitos. El mayor delincuente, a juicio del supremo juez, sea sacrificado en la plaza pública, y así se aplaque la ira de los dioses».

Y así fue. Vocesita blandengue, el reyecito convoca a sus subditos:

– ¡Reunión urgente en la explanada del bosque de pinos…!

Ya rugisteis. En la susodicha explanada con el zorro Azuela en (muy baja) calidad de juez, se inició la confesión pública de los vicios privados, o casi. El propio rey fue el primero en acusar sus delitos y crímenes:

– Amigas, amigos, acusóme de que soy un impostor, y de que siéndolo no he tenido el valor para renunciar al trono y largarme a algún bosque donde no me conozcan y nada me echen en cara Me acuso que si llegué hasta aquí donde estoy fue gracias a las malas artes que contra mi adversario político aplicó aquí el tigre, que estoy sospechando se aprovechó de mi falta de carácter para agarrarme de pantalla y medrar a lo desaforado con sus negocios ilícitos, la especulación financiera, el lavado de dinero y algunos otros enjuagues, todos dignos de la ira de los dioses. Me acuso de reaccionario, clerical, hijo espiritual de las beatas del Verbo Encarnado y de que no me importó llegar a este bosque de pinos a la buena de Dios, sin experiencia ninguna en el arte de gobernar. Yo, inexperto, he sido el causante de la crisis política, económica y financiera que cimbra el reino.

– Calma, mi rey -en un susurro, el juez, sentado a su diestra, rostro desbastado a golpes de azuela-. No vaya a lastimarse tu soberana conciencia

Ya encarrerado, el rey: ‘Yo, entreguista, que privilegié los intereses de La Casa Blanca y las transnacionales, he abandonado los de las criaturas del reino. Todo lo que me falta talento me sobra rnediocridad, razón de mis estrategias equivocadas, que han llevado al bosque a la ruina Ya en el trono seguí la línea política de anteriores fieras: oprimir al de por sí oprimido, y al jodido joderlo más. Mi gobierno, por mimar a los tigres de aquí y del norte tanto como a los buitres del agio internacional, desmantela por estos días todo lo que apeste a sindicato (¿no, zorrillo Lozano Alarcón?). Soberano del empleo, un soberano empleo no he sido capaz de crear, y al contrario: a multitud de trabajadores he arrojado a rumiar su rencor y planear el desquite mientras en el comercio informal sobreviven con todo y familia Yo, el rey, he sido el culpable de un desmadre nacional que…

Ahí, enérgico, se alza el zorro Azuela, a la diestra del león:

– Calma, mi rey, sosiégate. Esos que así exageras no constituyen delito alguno, pregúntale a Maquiavelo). Tan valiente relación de acciones reales constituye la esencia de nuestro sistema político, social y económico. ¿O qué? ¿Querías dejar tu reino en las garras de algún demagogo populista, hijo putativo del putativo león de melena negra Hugo Chávez? Tranquilizad vuestra soberana conciencia, y que ruja el tigre (Sus rugidos, mañana)

Yo tengo miedo

Es un temor de algo, de cualquier cosa, de todo – Se amanece con miedo – El miedo anda bajo la piel, recorre el cuerpo como una culebra…

Lejos andaba mi ánimo de tan sombrío Sabines cuando, de súbito:

– Estoy enfermo, señor. Muy enfermo.

¿Enfermo? ¿Qué significa estar enfermo? Yo, rumbo a casa después de tan exultante jornada sentimental (verte, mirarte, admirarte, mujer), percibía la vida fluyendo dentro de mí y en todo aquel mundo que me salía al pasa parques y jardines, viandantes que vienen y van, torres y campanarios. La vida en hervor. Yo, el ánimo dispuesto a abrazar y abrasar el universo, me extrañé: ¿enfermo? ¿Quién puede estar enfermo en esta tarde dominguera?

– Muy enfermo, señor.

Hombre de mediana edad, aspecto enfermizo y ropa descuidada Acuclillado en la acera, los lomos en la pared, la cabeza humillada en unos brazos cruzados sobre las rodillas, el desconocido era la viva, mortecina estampa del ente solitario al que el domingo en la tarde, día y hora de los suicidas, se le recrudecen los achaques de la humana soledad. Me incliné sobre el hombre de rostro anguloso: «¿Enfermo? ¿De qué, si se puede saber?»

– De miedo -me contestó.

Todo en él era la imagen del miedo, un miedo, tartajeó (y aquel aliento a cadaverina), que lo asfixia en el barrio, donde en cada vecino cree adivinar un asaltante; miedo que respira en el aire, en el metro, en la calle, en el cuarto de azotea donde se encerraba todo su mundo.

– Un miedo que en la oscuridad de la noche me acalambra con cada ruido nocturno. Vivo con el miedo, convivo con él; van y vienen conmigo mi sombra y el miedo. La zozobra comienza al amanecer, se prolonga durante las horas de labor y en la noche se mete conmigo a la cama y me acalambra con mil pesadillas. Y cómo no tener miedo, si en el teléfono estoy acosado por la voz de los criminales, a los que les adivino el ritmo de su respiración. El miedo me impide vivir, qué hago.

La humana compasión. Le tendí la mano para que se levantase y me lo llevé directamente a mi depto., donde le ofrecería una infusión de cuasia, tila, cuachalalá y gordolobo. Después, a ver qué clase de auxilio. Pues sí, pero en llegando a la puerta del 17 me di cuenta de que había olvidado la llave en la mesa del comedor. ‘Yo sé cómo remediar la situación Usted aquí aguante mientras yo subo a la azotea».
Y sí, ya en la azotea abrí la puerta de servicio, trepé a la ventila y me deslicé hasta el baño de mi depto. Ya me dirigía al comedor cuando válgame, que escucho voces en la azotea y vuelvo la vista y distingo los zapatos del desconocido junto a otro aún más desconocido, del que sólo alcanzaba a mirar los botines y un trozo de las perneras del pantalón. Y aquello que hablaban, y las medias palabras con que en susurro se hacían entender:

– Soy el macizo de la morrita que trabaja en este edificio, o sea

Y que periódicamente venía a ver qué le había conseguido esta vez: «que la pulsera, que el anillito, que alguna fregaderita de oro. Pero tú, hermano, esta vez la ca-aste. Mira con qué prángana te fuistes a enganchar».

– Como me acaban de soltar de la peni todavía ando destanteadón. Vi al gil éste, lo medí y calculé que ya entrando a su casa le podría sacar algún…

Y que picastes chueco, y que de ese bato nada va a sacar, que no sea una purgación estomacal porque ese sólo te apronta un té que sabe a madres, y que «ese es un prángana, la jeteastes». El dialogo fue asfixiado por los gritos de parturienta que a lo largo de Insurgentes iban arrojando las sirenas de motos, ambulancias y patrullas policíacas de Calderón. Mis valedores…

Estoy sentado en cuclillas, los lomos en la pared y el mentón en los brazos cruzados sobre las rodillas. He descolgado el teléfono, arrancado los cables del timbre y cerrado la puerta con doble llave. Estoy enfermo de miedo; miedo a todo y a todos; a los peligros virtuales o reales que me habrán de atacar en la calle, en el metro, en el microbús. Tengo la boca amarga de bilis. Mi país, ah, mi país, cómo me lo han dejado los Calderón y Cía Esos, que a punta de fármacos deben soportar el miedo que les provocan desprecios, exasperación y odios populares, ¿si me convidaran de su Prozac? En fin.

Hermano asesinado, padre muerto, -mujer sellada, casa vacía, mujer tuya violada, ciudad de escombros – peste del alma -boca maldita, amarga…

De repente el toquido en la puerta de entrada (Dios.)

Después, el delirio

Lo ingenuo que era yo por aquel entonces. Miren que escandalizarme de las corruptelas que permeaban el aparato gubernamental en los sexenios de Fox, de Zedillo, del «compatriota» años antes, y de todos los demás años más antes. Yo escandalizarme con lo que ocurrió por aquel entonces, siendo que es hoy, con la actual corrupción, cuando adquiere su peso exacto y real dimensión. En fin. De aquel incidente me curé, pero caramba, qué virus me habré tragado entre los que infestan e infectan el aire de la ciudad, hijos naturales de la contaminación ambiental e hijos putativos del amasiato de ozono con gasolina, del plomo y las chimeneas, del monóxido de carbono con las heces fecales que acarrean los vientos junto con vientos humanos. La crónica:

Barrio de Mixcoac, mi barrio. Tranquilo el ánimo y el vespertino acunado en el nidal del sobaco caminaba yo rumbo a mi depto. de Cádiz. Los pulmones se me hinchaban con el aire de la ciudad, esta mi amadísima que venía contemplando al andar, y percibiendo su pulso, su señorío, su calma, su paz, su quietud. Apenas allá, en Insurgentes, un discreto embotellamiento de siete cuadras, y acá un borbollón renegrido en los chacuacos de la fábrica transnacional de asbestos cancerígenos y plásticos no biodegradables, y en la esquina de mi barrio los restos resquebrajados de tres narcos que cayeron en el ajuste de cuentas del día, y el ulular de patrullas y ambulancias como en trance de parto dificultoso. En el límpido firmamento ese que se nos vuelve ángel guardián: el helicóptero policíaco, pajareando los pasos de todos los paisas, sospechosos de culpabilidad mientras no demuestren ser inocentes. La calma de mi ciudad. Me detuve a observar el contingente de tanquetas que se dirigían al cuartel. De súbito el de casco y forifai:

«¡Ese del chalequito de pelos, qué hingaus fisgonea pa acá, circúlele!»

Con los de chivo me apuntaba. Yo, valiente que no fuera, el terror, el pánico, las ganas de desaguar por todos los orificios. Por amansar el calambre en el bajo vientre hice como que no escuchaba al moto de la moto y traté de disimular el miedo chiflando, pero yo, como chiflar, nada chiflo, que nomás la riego, la saliva. Buscando el auxilio del Señor de los Cielos (no el que murió, sino el que todavía vive, espero) alcé los ojos, y el del helicóptero artillado, militar: «¡Ese pseudo-neo-comunis-toide, qué nos ve! ¡Indentifíquese!»

«Indentifíquese», santo Dios. Por disimular desplegué el vespertino en la sección del clásico pasecito a la red, la del horóscopo y el obituario, la de los corazones solitarios -mi preferida-, la de las puterías de las estrellas de gran canal que aparecen en el gran canal de las estrellas, clon del gran canal del desagüe. Y qué de fotos, qué de tetas, qué de pubis, qué de cóccix, qué de nalgas, qué de válgame. Yo de ganchete observaba la calle, sin imaginar que media cuadra más adelante me iba a asaltar el delirio. Porque ocurrió que iba yo examinando el periódico, que es decir la nota roja, que es decir las fotos de las cabezas sin torso y los torsos descabezados, con la foto de uno chaparrito, y la de un Fox al que le apesta El Tamarindillo) y una señora justicia a la que le apestan el tamarindillo y todo lo demás. Yo, ante la sangre que chorreaba la nota roja, mal contenía el vómito. De ganchete, por aquello de las moscas, observaba Afis y Zetas que pasaban por la calle, y fueron las moscas, precisamente, las que se me vinieron en enjambre y me hundieron en el delirio. Y yo, que no creo en fenómenos paranormales…

Las moscas. ¿De dónde salieron, de dónde se me echaron encima? ¿Del muladar de la calle? ¿De las bolsas de basura apiladas en las esquinas? ¿Del agua estancada en el charco aquel, que al paso del tiempo se tornó verdosa y malparió ajolotes oscuros y verdes moscones que vuelan en derredor con su zumbido lóbrego? Ah, pestilentes miasmas que genera ese charco cuyas larvas habitan, cohabitan en latas vacías de cerveza, en ese tenis roto, ese pomo, ese corcho flotando entre lama, esa almohadilla jaspeada de algo cafioscuro, esa popocina, esos… Y lo que es la inocencia infantil; lo que es el milagro de una imaginación todavía muchacha, todavía no muy echada a perder por la programación del Gran Canal y TV Azteca: semiencuerado por la deuda externa y el Fobaproa zedillista, el chavito echaba a navegar en las aguas corrompidas su barquito de papel, ágil velero que viento en popa a toda vela surca los lomos del glauco mar. Boga, boga, marinero; boga, boga, bogavante La imaginación todavía flamante, recién estrenada. De repente, los motos acelerando sus motos, y las patrullas, las ambulancias, los altoparlantes: «¡Abran cancha, rápido!» Disimulando el temor abrí el„. (El que abrí, mañana.)

El brujo impostor

De ese les hablé ayer en una versión hasta ahora no conocida porque es apócrifa En ella el protagonista resulta ser un hombrecillo insignificante, al que la ambición de poder masca los hígados casi tanto como la envidia por el magnetismo personal y el arrastre popular del brujo de la comarca «Cómo hacerme del poder». ¿Cómo? Pues calumniando al brujo («un peligro para México«), y espiando sus hechizos, hasta aquel mal día en que logró robarle un conjuro mágico. «¡Ya tengo el poder! ¡El poder es mío, haiga sido como haiga sido.» El brujo de pacotilla se mudó a una nueva casa y se enfrentó a la tarea de limpiarla que anteriores huéspedes la dejaron en calidad de chiquero.

Pues sí, ¿pero cómo? ¿El, dueño del poder, limpiarla cuándo sólo sabía regarla? ¿Para qué, entonces, el mágico hechizo? El brujo balín estrenó su conjuro mágico. Se encaró a la escoba, y, como todo lo que tocaba, la dejó vestida de harapos, desempleada y lista ya para salir a buscar trabajo. Con el mágico hechizo: «Toma la cubeta y lava la casa». Y él, a observar el trabajo ajeno, y suspiraba de satisfacción, y le daba gracias a San Felipe de Jesús

Se las daba sí. hasta el momento en que friégale, qué diablos está ocurriendo con la escoba embrujada Porque cubetada va y cubetada viene, y la delirante sucesión de cubetadas empieza a inundar la casa Mirando el desastre el aprendiz de brujo empalideció, corrió detrás de la escoba la jaloneó, y por detenerla la escoba intentaba el conjuro, pero su vocesita sólo tartajeaba medias palabras, que la escasez de neuronas había diluido el conjuro, y qué hacer. «¡Ayúdame, Felipillo de Jesús, con todo y las beatas del Verbo Encarnado! Pero beatas madre, porque la escoba..

Obsérvenlo ahí, jaloneándose con la escoba como intenta a la fuerza arrancarle el cubo, cómo en los jaloneos anda nomás regándola que todo el agua se desperdicia. Corriendo, agitándose, tragando tarascadas de aire, el brujo chambón ya enarca una ceja ya enarca la otra ya tartamudea retazos de palabras tragándose la postrera vocal. Sh, óiganlo a puro habla y habla sin que su mal hilado discurso de lugares comunes («codo con codo», «sin bajar la guardia», «tirándose la bolita») logre eficacia alguna Y qué hacer…

Óiganlo tartajear palabras a medias, manoteando y trabándose con la escoba al intento de parar la maniobra, pero el muy aprendiz ha olvidado o nunca aprendió completo el conjuro, y así cómo detener la inundación de la casa En su desesperación acude a lo único que conoce, destruir: toma un hacha toma un sardo, toma rifle y tanqueta y tíznale, hachazos al aire y a lo bandejo, hasta que logra partírsela a la pobre escoba pero si la situación era crítica ahora está peor, porque cada mitad de escoba toma su cubo, y a seguir inundando la casa – ¡Ese O ese, mi general Galván. !

Y rápido: pelotones y regimientos, escuadrones y divisiones, que eso era lo único que el mediocre sabía generan divisiones (y si no, observen las masas sociales del país), y contra las escobas descontroladas, al por mayor los hachazos, y al por general. Que hablen las ráfagas de la metralleta y no respondo chipote con sangre, y el brujo inunda de sangre toda la casa porque de cada escoba, de cada astilla de escoba de cada mafia banda o cartel, surgen más delincuentes y criminales, que se adueñaban de la casa ensangrentada con todo y civiles, sotanas, políticos, policías y periodistas del tanto más cuanto. El aprendiz se jala la greña, lanza sus penas al viento y sus vientos apenas, pero nada De nada sirvieron las amenazas, y ahora promete, suplica implora Beatas del Verbo Encarnado, San Felipe de Jesús. Casto padre Maciel, ánimas. La casa sucia enlodada empobrecida ensangrentada Los vientos del norte acarreaban bandadas de cuervos y zopilotes…

Y que horas después, según el relato apócrifo, regresó el brujo con el vecindario detrás, y entonces: horror, qué desastre de casa Brujo legítimo como era, con un conjuro detuvo los escuadrones de escobas con sus escuadrones de cubetas y restauró una casa ya en ruinas, y fue entonces:

¿Y eso que está tirado en el piso, inconsciente y vomitado (aunque nomás del estómago)? ¡El impostor! A su lado un frasco vacío. El falso brujo, que al verse rebasado por la situación intentó fugarse a tragos de licor, pero que ni en eso acertaba que tomó por cacardí lo que era un bebedizo mágico. «Ahora lo regreso a su condición humana», dijo el brujo legítimo, pero los vecinos, a gritos: «¡Atrévete y te capamos. A él nomás lo quemamos vivo!»

Y que entonces el brujo legítimo… Pero ya me fastidié. (Fin.)

El aprendiz de brujo

Los estudiosos lo conocen por el relato original, que se remonta a Luciano (dos mil años antes de nuestra era), y que el griego tal vez haya tomado de los más antiguos relatos populares. Por cuanto a los individuos medianamente enterados, ellos saben de la leyenda por la balada de Goethe y el scherzo de Paul Dukas. Las masas identifican El aprendiz de brujo por la versión de la cinta Fantasía, de Walt Disney. Lógico.

En fin. La versión más difundida refiere la historia de cierto anciano hechicero que se ausenta unas horas y encomienda el aseo de la casa a un ayudante, joven tan audaz como inexperto, que espiando a lo subrepticio los conjuros del anciano había logrado hurtarle la fórmula para dar vida a los objetos inanimados. Ocurre entonces, según la más conocida versión, que en ausencia del brujo el aprendiz decide aprovechar las artes mágicas para que los objetos limpien la casa (él es un hovón). Es así como toma una escoba pronuncia un conjuro mágico, y entonces..

Lo que entonces ocurrió con el aprendiz de brujo lo relato a todos ustedes en una versión que se aparta de cultos, estudiosos y masas populares, porque se trata de una versión apócrifa que va más o menos así:

Un brujo existía en la comarca conocedor de todos los secretos del oficio, por más que uno se le escapaba y era que no lejos de ahí merodeaba un hombrecillo común, vulgarzón de aspecto, ente humano sin pizca de carisma simpatía personal, duende y ángel (más allá del de su guarda). Nada de nada tenía el infeliz más allá de una corrosiva envidia por el arrastre popular y el magnetismo personal del brujo, a más de una desaforada ambición por dominar el mundo de las personas y los objetos circundantes. Y qué hacer…

Y es que a aquel mínimo habitante de la villa (un villano desde acá arriba hasta acá abajo), todo lo que madre Natura le negó de talento e ideales un Mefistófeles de pacotilla se lo emprestó de malas entrañas, malas artes y malas mañas, que el villano aplicó para ir espiando al brujo a la hora en que realizaba sus hechizos. Pero ocurría que secreto alguno lograba robarle al susodicho brujo, y eso lo traía por la calle de la neurosis. Y es que siendo como era el fisgón todo un costalito de mañas, era también un perfecto cretino, que sólo en el cretinismo llegaba a la perfección. Por ahí va la cosa

Y fueron precisamente esas mañas las que a su hora aplicó para difamar al brujo, jurando frente a unos lugareños dóciles a la manipulación que el tal era «un peligro para México«, y se los juraba por San Felipe de Jesús. Así hasta que con paciencia y salivita aquel día de repente ¡helas, eureka!, logró hacerse del conjuro preciso para tener en sus manos el poder de dar vida a todo lo inanimado y al propio tiempo, Midas al trascuerno, empobrecer todo lo que tocaba Macabrón, ¿no les parece?

Y fue así, mis valedores, como el hombrecillo despojó del poder a todo un hechicero de profesión. Ño, si les digo…

Y a ejercer el poder. ¿La tarea más urgente? Limpiar la casa, todo un cochinero porque huéspedes anteriores la convirtieron en muladar, y poner todo en orden y alzar el tiradero. «Para mí eso es PAN comido», pensó el brujo apócrifo, porque calculó que con el conjuro en la mente ya tenía en las manos todo el poder. ‘TAN comido, casi tanto como la talamantera Nueva Izquierda de Chucho Ortega, a la que traigo comiendo PAN en mi mano. La zurda».

Pues sí, pero no. El aprendiz de hechicero ya tenía en la mente el conjuro, pero era hovón y comodino como para enfrentar por sí mismo la tarea de limpieza Fue entonces cuando tíznale, de repente se le encendió la mollera con aquella idea que rápido, a la acción. Y ándenle, que se encamina a aquel rincón y se enfrenta a la escoba le recita las palabras mágicas y entonces: ¡milagro!, al conjuro la escoba cobró una vida morbosa, antinatural, y al propio tiempo, como todo lo vivo y aun lo inanimado que recibía el influjo del «apenitas», quedó vestida de harapos. (Sólo le faltó lanzarse a buscar empleo, como alguno de ustedes, lástima)

– Agarra una cubeta y ponte a limpiar la casa». Comodino, el muy ventajista ¿O ustedes no lo piensan así?
Miren ahí la escoba cubeta en mano, la harapienta ha corrido hasta la fuente y regresado a todo correr mientras que el brujo chambón, observándola sonríe, y su onanismo mental: «Qué duda cabe, soy un hinguetas». Y daba gracias a San Felipe de Jesús. (Más del hinguetas, mañana)

Me vine solo…

Que acompañé a la nueva vecina de Cádiz al banco de aquí a la vuelta, dije a ustedes ayer. Cinco cubículos tiene la sucursal de alguna matriz de Texas, Madrid o Zimbaue. Tan sólo cinco para atención al público usuario, pero de los cinco sólo uno se encontraba en funciones. Nosotros, en la cola de la cola, a esperar contra toda esperanza, porque observé que ante empleado los ansiosos usuarios se vaciaban de preguntas, reflexiones y comentarios, y a lo minucioso analizaban con el flaquito de traje azul los misterios de la cuenta personal, sus implicaciones y consecuencias de mover su cuenta o dejarla estática cambiarla o ponerla en posición más ventajosa o menos perjudicial. Luego de oír mi relación en el pasillo apretado de fisgones, el maestro:

– Curioso, ¿no les parece? En este país el católico ignora todo lo referente a dogmas y simbología religiosa Al creyente le basta con conocer el camino de la basílica, y hasta ahí llega su cultura religiosa ¿Su cultura política? Lo que le dictan los manipuladores de radio, TV y prensa escrita Lo económico lo aprende en las compras del tianguis. Ah, pero su compulsiva curiosidad acerca de sus ahorros en la cuenta bancaria..
Lo viví un par de horas. Nosotros, a la espera de que alguno de los cubículos se desocupara Animas santas (voy que vuelo para beato). Y así pasó una hora, y pasaron dos, y yo ya aflojaba esta pierna, ya descansaba la otra ya de reojo miraba a la vecinita, rostro y escote húmedos de sudor. Caramba decía entre mí, ¿ninguno de los funcionarios del banco tendrá la suficiente sensibilidad humana como para percatarse de tan mortificante situación? ¿Una institución bancaria que en la presente crisis ha logrado de miles de millones de utilidades no tendrá para sus clientes, cuando menos para las mujeres, un pobre banquillo, así sea el de los acusados? Humillante Mis zancas, acalambradas. Una alterada la circulación de la sangre, sufría una marabunta de hormigas trepándole rumbo a las alilayas. La otra zanca no, esa se me había dormido, y soñaba con el sillón De repente, mis valedores…

De repente observé a ese ya de mucha edad que, por fin, después de tres horas y cuarto lograba instalarse frente al joven empleado de vestimenta impecable, y aquel chorrito de voz humildosa «Señor, yo quisiera..»

Observé a mi vecina su resistencia comenzaba a flaquear. «Vamonos», le propuse. Ya mañana Dios dirá. (Que la aureola de beato sea a mi medida) Y sí, la vecina y yo nos vinimos, pero sin los dos mil pesos; con las manos vacías. Ahora, en el pasillo, el maestro: «Veo que trae consigo el contrato que firmó cuando abrió su cuenta en el banco. ¿Quiere leer el principio, señora?»

Escuchamos, con esa sintaxis y esos lugares comunes: «Estimado(a) cliente: ¡Le damos la mas cordial bienvenida! (No me aguanté: ¿A semejante servicio de sádicos llaman cordial bienvenida?) «Nuestro principal interés es brindarle el mejor de los servicios con una atención personalizada. Nos sentimos honrados con su preferencia, nuestro compromiso es satisfacer sus necesidades a través de una gran variedad de productos y servicios, con la finalidad de hacerle más sencillas sus actividades financieras. Ponemos a su disposición la mejor tecnología de nuestros sistemas (Yo, rabia y susto contenidos: «¡Pusieran media docena de sillas y el personal suficiente para los cinco cubículos!») «Ponemos a su disposición la mejor tecnologia de nuestros sistemas que nos permite estar a la vanguardia y tener clientes satisfechos. ¡Todo el personal de la sucursal lo atenderá con gusto!»

– ¿Captan el significado político? Los ahorradores son los dueños del capital, pero el banco los trata como si fuera a hacerles un favor. En radio, TV y prensa escrita, qué propaganda melosa qué de promesas para que ustedes abran su cuenta con ellos. ¿Ya se engancharon, ya su dinero está en las arcas del banco? ¿Van ustedes a gestionar algún trámite? Ellos, entonces, a quitarse el antifaz y mostrarse como lo que son, depredadores de candidos. Leo lo que dice un Luis Pazos, que desde una tal CONDUSEF «defiende» a los ahorradores bancarios: «No, oigan, los bancos no son hermanas de la caridad. Que sean mexicanos o extranjeros eso es irrelevante Aquí hay bancos mexicanos que dan peor servicio que los extranjeros». Ahí la conclusión del maestro, que terminó por evaporar el escándalo en el pasillo del edificio:

– Ustedes, ¿el 5 de julio van a entregar su capital político al PRI? ¿Al partido de Calderón? ¿Al de la talamantera Nueva Izquierda?

El vecino se llevó abrazada a su sota moza, y sonreían. Yo me vine solo. A mi depto. Pensando, nomás pensando. (Qué más.)

El reculón

Estrepitosa fue la presentación de los nuevos vecinos, que apenas instalados en el depto. 5 de Cádiz, a 5 milímetros estuvieron de provocar un incidente que a tres personas nos hubiese llevado a aparecer en la primera página de Alarma Alerta o La Prensa ya de perdida: a mí, a la sota moza y a un marido ofendido; en su honor, por supuesto, que es en donde se ofende a algunos maridos. Ahí, en pleno pasillo de Cádiz, la mujer, desmadejada; yo, en el pánico; el hombrón, arrojándome encima señoras madres, y lo peor: aquel aliento a hígado en pudrición. La crónica:

Mediodía de ayer. Muy del brazo llegábamos ella y yo al edificio de Cádiz cuando de repente ahí, a porta gayola, un marido furibundo me arrebató de un jalón a su respetable señora: «¡Por fin te apareces, adúltera! Y todavía tienes el cinismo de venir a exhibirte con todo y sancho. (Unos ojos rojizos, aunque nada más de lo blanco, me electrizaron de mollera a talón). ¡Y luego venirme a engañar con semejante esperpento!

El esperpento: «Le juro que yo…» La acusada- «Calma, Servando. Tengo mis razones para hacer lo que hice con este señor. El se acomidió.

Válgame Eva y Adán de pacotilla, a las puertas del paraíso humillábamos la cabeza ante un Yahavé de espada flamígera. Quise hablar; decir, como Adán: «Ella fue la que me indujo a cogerla (tragué camote) del brazo». Pero zacatón que no fuera, como los sordomudos nomás dibujé en el aire dos o tres ademanes, mi lengua, estacionada en la boca «¡Estoy esperando, pérfida.!»

Allá, con su ir y venir de transeúntes, la calle Cádiz. La camioneta a 6 mil decibeles, para agravar la situación: «¡De jugo y para jugo, marchanta! ¡Cincuenta naranjas por tantos pesos!» El marido ofendido tuvo que gritar a toda garganta «¡Adúltera!», y a toda garganta defenderse la baldonada «¡Calma tu ira déjame que te explique!»

– ¿Y el dinero? ¿Qué fue del dinero? ¿Se lo agandalló aquí tu seductor? Tú pagaste el motel y éste se quedó con los jaboncitos Jardines de California

Pero cuál motel, cuáles jardines, cuál seductor, cuál dinero. Ella a punto de lágrimas: «Déjame que te explique». Yo, espantado: «Permítame, señor. Ella y yo de pie; fue muy cansado». Y tartajeaba y el escándalo resonando en el pasillo de Cádiz, Los vecinos, observándonos de reojo Yo, ella intentábamos explicar, pero: «¡Usted, seductor, ahora me entrega ese dinero! ¡Y tú agarra tus garras y lárgate con éste!» Rispido, y qué hacer. Santo Niñito, decía entre mí…

Y el Niñito me escuchó. Ahí aparece el maestro, se detiene a escuchar al Otelo de la Mixcoac, y entonces: «¿Me permite? Es natural que usted, como nuevo inquilino, no conozca a sus vecinos. ¿Qué ocurrió, mi valedor?»

Ahí comprobé la autoridad que en todos nosotros proyecta el maestro, que a sus palabras el iracundo dio el reculón. «Bueno, es que al parecer el bigotón este se trincó a mi señora Mírelos, todos desmadejados».
El maestro, a mí: «¿El motivo de la dificultad con los nuevos vecinos?»

Yo a trancos relaté lo ocurrido, y mis valedores: como entre ustedes, que yo sepa, con marido alguno tengo cuentas pendientes, de corrido voy a contarles lo que al vecino relaté a trancos y sofocones. Todo ocurrió en el transcurso de la mañana de ayer, de anteayer, y no en alguno de los moteles de corta estancia sino en el banco de aquí a la vuelta Del metro llegaba yo a mi depto. de Cádiz, cuando la nueva vecinita me vio, dudó, y después: «¿Sabe usted de algún banco cercano?»

Yo de manera verbal traté de proporcionarle la ubicación del susodicho. Luego intenté dibujarle un croquis, y terminé por ofrecer llevarla yo mismo. Total, apenas tres cuadras. «Sirve de que no me vengo sola», dijo. Ah, caray. Que porque iba a retirar dos mil, y que eso en México tiene pena de la vida

Me encomendé a Dios (¿por qué será que en este sexenio me he vuelto tan mocho, tan beato, tan mojigato y yunquero, que no parece sino que a mí también, como a los hijos de Felipe de Jesús, me educaron las beatas del Verbo Encarnado?) y allá vamos, yo al cuadril de la vecinita (y qué formas de la susodicha qué andares, qué moditos de ser, qué…) Y cuan ignorantes de que nos enfilábamos directamente al averno.

Legamos, entramos, nos identificamos, un cacheo minucioso de la vecina, de mi entrepierna y el fichaje. Ya con la ficha en la mano, a hacer cola esperando turno. Era media mañana, me acuerdo. (Mañana)