Velan armas…

El halconazo del 10 de junio, mis valedores. De la masacre de 1971 existe, claro, un culpable, y el culpable vive todavía, y vive ahí nomás, encuevado al arrimo de San Jerónimo y de la selectiva aplicación de las leyes en este país. Por revivir en algunos de ustedes, si ello es posible, la memoria histórica, aquí les doy, como lo vengo haciendo desde hace tres años por estas fechas, pormenores del halconazo que iba a enrojecer de sangre derramada la ciudad capital. ¿Lo recordará Echeverría?

Tensos y preparados, la adrenalina en ebullición, El fish y compinches velaban armas. Su carrera de violencias, que años antes arrancó en el Depto. del DF para desalojar el ambulantaje del Centro Histórico, culminaba con la misión de mañana, 10 de junio de 1971: atacar estudiantes en la vía pública Si al costo de heridos, qué importa De muertos y desaparecidos, mejor. Urgía un escarmiento. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar…

Los halcones. Miro en el libro sus fotos, media plana cada rufián. Dieciocho a veintitantos años de edad. Tiernos, sí, pero ya endurecidos, muestran su catadura insolente de retadoras pupilas que miran de frente como para la ficha signalética Años más tarde, en su crónica Jueves de Corpus sangriento, alguno de ellos conta­ría que lo llamó El fish, su jefe:

«Habla a los halcones. Vamos a trabajar de nuevo». «¿Con el gobierno?»

«¡Nooo! -me dijo casi gritando-. ¡No seas bárbaro! Vamos a servir de brigadas de choque al servicio de los hombres más ricos de México. Están aterrorizados con el avance del comunismo en la Universidad, en el Poli, en las Normales y en todos los sectores de la población. Ellos nos van a pagar. Ni García Mora, ni Trouyet, ni Ballinas ni Guajardo Suárez tienen alma apostólica. No perdonan. Fueron injuriados en público y con la caída de Elizondo, lesionados en sus intereses. Están sedientos de venganza…»

Los estudiantes iban a injuriar al Presidente y a cometer atropellos y a hacer todo lo posible para provocar la represión del ejército y de la policía, desacreditados por lo de Tlatelolco. Ellos no reaccionarían, pero nosotros sí, y los haríamos pedazos».

«Un día antes celebramos una reunión todos los jefes de grupo a fin de ultimar detalles. Habíamos alquilado un cuarto enfrente de la Normal, para tener derecho a la azotea y atisbar los movimientos del enemigo. Habíamos alquilado cuartos vacíos de la colonia y realizado inspecciones estratégicas; habíamos obrado con exactitud según órdenes recibidas».

Y más adelante: «Tres años antes se había perpetrado la matanza de Tlatelolco. Ahora se preparaba la movilización de estudiantes en apoyo a la Univ. de Nuevo León y en repudio al gobernador Elizondo. Exigencias a Echeverría, las consabidas: ¡Democratización de la enseñanza! – ¡No a una reforma educativa antidemocrática! – ¡Democracia sindical! – ¡Libertad a todos los presos políticos del país! – ¡Cese de Elizondo!»

Previamente, la Alianza Popular Estudiantil había distribuido folletos en donde se especificaba, y esto da idea del clima ominoso y la gravedad que ya presentían los «marchantes»: «Cómo ir a la manifestación. Vaya con la gente que conoce. Si se incorpora a la mitad, busque un grupo conocido. No lleve libreta de direcciones. Avisar a alguien para que notifique en caso de desaparición. Organízate internamente con las gente que conoces. No dejarse provocar. Abajo la Ley Orgánica de la UANL y UNAM. No sospechaban que algunos estaban viviendo la víspera de su muerte violenta, y que otros de la manifestación iban a salir desgarrados, y desangrados, y algunos a desaparecer sin dejar rastro alguno, y hasta hoy. Es México.

Más preparativos: «Varios coches descargaron palos y varillas. Diez estudiantes fabricaron bombas Molotov, un automóvil compacto llevó esa noche, de la Normal, una caja con pistolas, tres subametralladoras, cartuchos. De la Casa del Estudiante de Sinaloa llegaron varios cajones que nadie sabe lo que contienen, y que pesaban mucho…»

Exacto: según libros consultados, que desde diversos ángulos analizan los hechos de sangre del halconazo del 10 de junio de 1971, unos y otros por igual, estudiantes y halcones, participaron del doble carácter de víctimas y verdugos, y unos y otros balearon y fueron baleados por igual. Ambos bandos, afirman, por más que a mí me parece difícil de creer. Mis valedores: que la memoria histórica no se nos muera o de otra forma tendremos que…

(Así la víspera El halconazo, mañana.)

¿Libertad de expresión…?

El Día de la Libertad de Expresión y de Prensa, mis valedores. ¿Aún no se habrá suprimido semejante exhibición de servilismo, sometimiento y cortesanía que algunos profesionales del periodismo le rinden al priísta o palista que «haiga sido como haiga sido» logró encaramarse en Los Pinos? Semejante ceremonia, que ya apesta a formal y cadaverina, fue instituida un día 7 de junio de 1951 por iniciativa de un falso coronel y siniestro hampón de la picaresca de la política y el periodismo, un cierto José García Valseca que al arrimo del presidente en turno construyó el emporio periodístico de los «Soles» y el trafique anual de medallas y pergaminos con qué «premiar» a los periodistas tan voraces del «chayo» cuanto dóciles a Los Pinos. Abyección pura, lo único puro que tienen los tales. Qué tiempos aquellos. Leo, y me producen dentera los melcochosos conceptos de un periodista Manuel Lebrija, que así quemaba copal ante Miguel Alemán, el presidente en turno:

– Al cumplir fielmente con los mandamientos de la ley, usted, señor presidente, ¡ha sabido convertirse en un centinela que mantiene viva la tea luminosa de la libre expresión del pensamiento que arde sobre todos los caminos de la república!

Nauseabundo, a reserva de opinio­nes en contra. Años después, en la edad de oro del «chayo», un Jorge Calvimontes, colega del anterior:

– El periodista es el cerebro, brazo y acción de la sociedad. Es el espejo de nuestro caos y de nuestra imposible ubicación sobre la certidumbre…

Nada más. Nada menos. Tiempo después, un ejercicio de autocrítica a cargo de Roberto Zamarripa, periodista que fue del matutino Reforma:

– Los medios de comunicación están atravesados por la corrupción. Es un problema general que va de los «chayos» entregados a los reporteros, hasta las componendas entre los empresarios de la prensa y el poder político…

Por cuanto a los tiempos actuales, mis valedores, la industria de «medios» se nos tornó una espléndida cortinera al servicio del «presidente del empleo», al que unidos a otros capitales de aquí y el exterior logró encaramar en Los Pinos. Pero al tal, una vez allá arriba y ante el compromiso de gobernar toda una nación cuando no tenía detrás la experiencia de haber gobernado, cuando menos, alguna remota alcaldía, lógico: el mundo de la administración pública se le vino encima, y ya en el gobierno causó una crisis que los cortineros se apresuraron a velar pregonando, vocingleros, a todos los rumbos:

– Esa crisis viene del exterior; de Estados Unidos, concretamente.

Una crisis que el Carstens de Hacienda, tan eficiente en su responsabilidad calificó de «catarrito», y el de Los Pinos: «A mí las crisis económicas me excitan y me emocionan».

A quienes no emocionaron fue a las clases sociales, porque acá abajo la crisis económica se agravó, y el «presidente del empleo» contempló, en su impoten­cia como estadista, la pérdida estrepitosa de cientos de miles de empleos, y no supo cómo frenar un problema requemante de veras para las clases populares, y entonces convóquese a todos los «medios», y trámese la cortina de humo de la influenza humana, y como la crisis se recrudecía y los desempleados tenían que ahijarse al comercio informal cuando no al narcotráfico, las flamantes cortinas tejidas a base de sangre, violencia y cuerpos descabezados, que es decir la edad de oro de la nota roja:

– ¡En el combate al crimen organizado no bajaremos la guardia! ¡Se aplicará la ley, caiga quien caiga!

Acá abajo, mientras tanto, la economía familiar arrastraba la cobija, donde cobija quedaba para arrastrar, y se abatía el nivel de vida, y encarecían los productos de la canasta básica, y una crisis mal manejada devaluaba la moneda, la cortaba a la mitad junto con el poder adquisitivo del salario, y qué hacer. ¿Qué hacer? Como en los viejos tiempos, la economía nacional se pegó a la ubre del agio internacional, y auméntese el volumen de la deuda externa, y esos «medios», no bajar la guardia, que se requiere otra cortina de humo.

– ¡Una fuga de reos en Zacatecas! ¡Una redada en Michoacán! ¡Otra en Ciudad Juárez! ¡Una más en Veracruz, y vamos por más!

¿Y la crisis económica, espeluznante? ¿Por qué esa falta de equilibrio entre la nota roja, con la que a falta de otro alimento proporcionan al mexicano desayuno, comida y cena? ¿Por qué esa maniobra de desubicación, que cuando los «medios» llegan a tocar el tema de la pobreza remiten su origen a La Casa Blanca o a la General Motors? Por una muy obvia razón, que habré de exponer el lunes. (Aguárdenla.)

¿Por qué es difícil dejar el tabaco?

Así mismo mandamos que ningún pulpero, ni otra persona pueda vender, dar ni llevar a la dicha ciudad de Panamá tabaco, por ser considerado el tabaco como hierba prohibida y dañosa en la dicha ciudad y su tierra (…) Y permitiremos que cada boticario pueda tener en su botica dos libras y no más… -Recopilación de las leyes de las Indias, 1680-El rechazo al tabaco ya desde entonces, y hasta hoy. El domingo anterior, mis valedores, se celebró el Día Mundial sin Tabaco, motivo por el cual me avoqué a los documentos que aluden al cigarrillo, y lo primero de que me fui a enterar: que sus 4 mil agentes nocivos matan a la mitad de los consumidores, y la mitad restante el cáncer pulmonar. Y es como para preguntarse: ¿por qué, entonces, fuman los adictos?, y el estudioso:

El error de las campañas contra el tabaco es que raras veces se aborda la raíz del problema: ¿por qué fuma la gente? ¿Algo que ver con la afición a las drogas? No, por supuesta La nicotina produce el hábito, pero no es, en modo alguno, el factor más importante. Muchos fumadores no se tragan el humo y sólo absorben una cantidad mínima de la droga. La causa de su afición a los cigarrillos debe buscarse en otra parte.

¿Dónde debe buscarse la raíz del problema? ¿Por qué un hábito tan arraigado, que advertir a los fumadores sobre los riesgos del tabaco es insuficiente? ¡Porque el cigarro sustituye al pezón materno! El especialista:

«La solución está, indudablemente, en la intimidad oral inherente al acto de sostener al objeto entre los labios, y esto nos da también la explicación fundamental de la conducta de quienes se tragan el humo. Mientras no se investigue adecuadamente este aspecto del acto de fumar, tendremos pocas esperanzas de eliminarlo de nuestras sociedades, llenas de tensiones y afanosas de tranquilidad.

Muy claro el fenómeno de sustitución, por un objeto inanimado, de una intimidad verdadera con un ser humano, que nos lleva al principio de toda la historia: el momento en que la madre inconsecuente introduce un chupón en la boca del hijo lloroso, y la goma sustituye al pezón. Así, los niños están menos predispuestos a chuparse el dedo (alternativa evidente a falta de un pezón que les dé la necesaria tranquilidad). Los chupones producen un asombroso efecto calmante en los niños inquietos. Se ha descubierto que a los treinta segundos de tener el chupón en la boca, el llanto se reducía a una quinta parte de su intensidad primitiva, y los movimientos de manos y de pies, a la mitad.

Todo esto significa que el hecho de tener algo entre los labios constituye una experiencia tranquilizadora para el humano, ya que representa un contacto sedante con la protección primaria, la madre. Es una poderosa forma de intimidad simbólica, y cuando observamos a un viejo chupando con fruición su pipa, ello pone en evidencia que esa es una práctica que nos acompaña durante toda la vida, porque el humano se ve obligado a adoptar chupones disimulados de diferentes clases. El cigarrillo es, al menos en este aspecto, un objeto ideal, porque es propio, en exclusiva, de los adultos. El hecho de que esté prohibido a los niños significa no sólo que no es infantil, sino que ni siquiera lo parece y, por consiguiente, que es absolutamente ajeno al contexto de la succión del bebé, donde está su verdadero origen.

La pipa, el cigarro puro, el cigarrillo: el objeto produce un tacto suave a los labios y es calentado por el humo, lo cual lleva a semejarse aún más que el chupón al pezón de la madre. Además, la sensación de chupar algo y de tragarlo aumenta semejante ilusión, porque se plantea una nueva ecuación simbólica: el humo cálido inhalado es igual a la leche caliente de la madre…

Es extraño que aún no se invente el artilugio blando y resbaladizo al mismo tiempo (una boquilla de goma, pongamos por caso). Pero tal vez este no se disimularía lo suficiente, se parecería demasiado a la teta materna, y entonces cómo pudiese el adulto conservar su respetabilidad. Y algo más: que la desproporcionada cantidad de tabaco que hoy se consume en el mundo demuestra que existe una inmensa demanda de actos tranquilizadores «de intimidad simbólica», y que si se quiere, de veras, eliminar los efectos secundarios de este tipo de comportamiento, se requiere conseguir la adecuada reducción de las tensiones de la población, algo punto menos que imposible, o se tendrán que inventar otras alternativas. Como de momento hay poquísimas esperanzas de lograr esa primera opción, se tendrá que acudir a la segunda. A querer o no. Y qué hacer. (Lástima.)

Cascajo y mundo nuevo

Los documentos apócrifos, mis valedores. Uno de ellos, falsamente atribuidos al soldado cronista Bernal Díaz o a alguno de sus paisanos, es éste que alude al episodio de la «noche triste», que fue la del triunfo efímero de los guerreros ocelotes y guerreros águilas y que aquí finaliza con los gritos destemplados de don Hernando el conquistador ante el espectáculo de las aguas broncas que engullían mulas, caballos y tandadas de aborígenes pesados por el áureo metal. «¡Nadad tlaxcaltecas, nadad hasta la otra orilla! Y vos, Señor Santiago, acorrednos».

Don Hernando Cortés encaraba a los naturales que nos seguían zurrando con sus primitivos misiles (y forzábannos a zurrarnos del puro temor): «¡Ay, jijos! ¡Pero qué jijos!» Corcoveando su penco en la orilla de la acequia, el capitán de Castilla desgañitábase:

– ¡Nadad, con una tiznada! ¡Tlaxcaltecas, no os ahoguéis en un vaso de pulque, que orita, con esa carga, valéis vuestro peso en oro!”

Fue entonces: mirando el desastre don Hernando se rajó, de plano; rajueleó, y reculando (en el buen sentido del término castellano) fue y se sentó al pie del árbol de la noche triste, y ahí se puso a tristear. Nos, en derredor del, hicimos corte de caja de vivos, muertos, agónicos y desparecidos, viniendo a dar en que esa noche habíanse ido a gozar las delicias de la gloria eterna un tercio de castellanos, amén de cabalgaduras, mulas y tlaxcaltecas con su cargazón de metal; mala consejera es la codicia y rompe el saco, según reza el cantar. Daos a la codicia y habréis de terminar nadando así, de muertíto…

Total, que en el lance malaventurado los tercios de sus Católicas Majestades habían perdido casi tantos oros como los que han perdido y siguen perdiendo los naturales con el Fobaproa y la deuda externa, las devaluaciones del peso y el rescate carretero, las demenciales riquezas de sus tlatoanis y toda la corrupción lucrativa e impune de su Sistema de poder. Mirando talegas y quimiles desaparecer en las barrosas aguas de la acequia, se lamentaban y la mentaban los esforzados de España: «Lo del agua al agua…»

Y ándenle, que de repente ahí, en medio de la noche, óyese un suspiro profundo, y el capitán de los tercios españoles: «Con este tercio no me levanto». Pero, ¿y eso? ¿Seria posible? ¿No nos engañaban las niñas de nuestros ojos? Allí vimos que el gran capitán se nos soltaba llorando a mares, arroyos, charcos y lodazales, desmorecido y embijándose de mocos y lágrimas la barba bermeja. Uno de los tlaxcaltecas le aprontó una toallita de papel.

– Ay, hijo, qué pena, díjole don Hernando. Cuánto más os hubiese valido el haberos quedado en vuestros jacales…

– Qué va, mi señor -contestóle el otro, prieto él, dientes de oro, los ojillos jalados y lampiño de su cara (a lo mejor de allá también; caras vemos, peluseras no sabemos). No se arrepienta de habernos acarreado hasta acá, que nosotros no nos arrepintemos, ¿verdá, tú, Cacomixtlin?

– Así es, don Cortés. Mejor arriesgar la  cuera en estos jelengues que no seguir en plan de juandiegos allá en Tlaxcala.

– Pero os he traído a esta vida arrastrada donde arriesgáis la pelleja.

– Mire hacia el valle, mi señor. ¿Qué observa en Anáhuac?

– Para observar valles está mi ánimo, cuitado de mí.

– Mírela, y mire si valen o no los peligros en que nos metimos, si con ellos logramos destruir este mundo para encima del cascajo alzar uno nuevo.

– No me parece lo que decís, porque miro cúes y templos de grandísimo primor en una ciudad de encantamiento, que no parece sino salida de los libros de caballerías de Amadíz o de Lanzarote

– ¿Y más allá de los templos y cúes primorosos que ve su merced? Millones de chozas, covachas, ciudades perdidas, arrabales y muladares donde sobreviven en la miseria los macehuales que edificaron templos y cúes. Entre el templo aquel y la choza, mi señor, ¿qué tamaño le advierte a la justicia? ¿Columbra por ahí a la tal? ¿Nosotros preservar un mundo donde los ricos Slim son unas cuantos y los macehuales millones, hundidos en la pobreza cuando no en la plena indigencia? ¿De qué barro fueron amasados, que no sólo humillan la testa, sino que aun viven orgullosos de que uno de los más ricos del mundo viva junto a la pobreza de unas mayorías a las que él ayudó a empobrecer? ¿Mundo nuevo o preservar este que tendió a la justicia en la piedra de los sacrificios, la violó minuciosamente y luego le arrancó el corazón? ¿Qué opina, señor?

Don Hernando se puso de pie. «¡Griten México!», clama Tlacaélel. (Pero nosotros…)

¿Noche triste…?

Y como la desdicha es mala en tales tiempos, ocurre un mal sobra otro; como llovía resbalaron los caballos (…) De manera que en aquel paso y abertura de agua presto se hinchó de caballos muertos y de indios e indias y naborías, y fardaje y petacas; y temiendo no nos acabasen de matar, tiramos por nuestra calzada adelante y halamos muchos escuadrones que estaban aguardándonos con lanzas grandes, y nos decían palabras vituperosas, y entre ellas decían: «¡Oh cuilones, y aun vivos quedáis!»

-Bernal Díaz: Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España

Les acabo de hablar, mis valedores, de mi raíz indígena, que hasta la Conquista se asentaba en el sur de Zacatecas y se nombraba la tribu de los cazcanes. Ahora hablo o dejo hablar a uno de los arrimadizos españoles, protagonista que fue del trance aquel que los cronistas iban a nombrar «la noche triste». De esta manera lo cuenta, por más que sospecho que no pasa de ser una historia apócrifa:

La negra noche tendió su manto. Como llovía sobre Tacuba y anexas, don Hernando dispuso que cargásemos el oro de Moctezuma en caballos, mulas y tlaxcaltecas. Ellos y nosotros, todos con talegas, escarcelas y morrales hasta la madre de tejos amarillos, ya nos disponíamos a pasar el puente sobre la acequia, cuando en eso, malaventura de desventurados, resuena ahí el vocerío de los indios y unos ansí como tambores de conjunto tropical, pero menos descuadrados, que los naturales desea tierra vienen a nombrar teponaxtles. Echando mano a sus flechas los susodichos naturales clamaban en su hablar meshica:

– ¡Que se nos escapan! ¡Guerreros águilas, guerreros tigres, a matar madre-patrios ora que cruzan la acequia! ¡Por Hutzilpochtli! ¡Sí se puede!

Y en razón de que los naturales eran un hormiguero, y nosotros apenas un puñito de castellanos muy mucho tardos de movimientos por la cargazón de tejos, centenarios y piezas prehispánicas que ya teníamos apalabradas con traficantes gringos, vinimos a sentir cómo, de súbito, sobre nuestra mísera humanidad se abatió un vendaval de venablos que mucho nos ardían en la cuera, aunque no tanto como las palabras vituperosas de los indígenas, que entre muy sonoras mentadas pegaban gran vocerío, clamando al arrojamos lanzas, venablos y piedras de este tamaño, miren:

– ¡No fuyades, cuilones, garbanceros engendros del mal!

Y en menos que se dice botellita de Jerez (de la Frontera), ahí tenéis que ya la acequia se hinchaba de caballos ahogados, mulas despanzurradas y tlaxcaltecas en agonía, así como fardaje y petacas, tanto de las que se abrochan como de las que únicamente se alcanzan a pellizcar. Macabrona era de fijo la situación para los conquistadores de Anáhuac.

«¡Valedme, acorredme, acudid en mi auxilio, santo señor Santiago…!”

Y aconteció que nuestras armas de fuego, por aquello del chaparrón, nomás valentín madroño, que más que arcabuces, lombardas y culebrinas, parecía que disparábamos con la carabina de Ambrosio con que Medina Mora, «abogado de la nación», le dispara (¡pero a matar!) a los hijos de toda su reverenda Marta, al segundo marido de la antigua dependiente guanajua de una botica veterinaria, y a la Gordillo, los Salinas, Montiel. Hank y demás coyotes de la misma loma. ¡Vamos, México…!

Otrosí; la borregada de castellanos corríamos en despavorecimiento calzada adelante, formando entre pencos, muías y tlaxcaltecas unos embotellamientos que reíos de los que los beneméritos mentores sueles armar por los rumbos del periférico, el circuito interior y puntos circunvecinos. Y qué hacer, virgen de la Macarena, qué caracsos hacer…

– ¡Ay, ay, ay, mi querido capitán! -clamábamos a don Hernando-. ¡Protegednos la retaguardia…!

– ¡Cómo, cuitado de mí, si mal protejo la que el Señor Dios me dio en yo naciendo! Que cada cuál se rasque la suya, y el santo señor Santiago la de todos nosotros.

Entretanto, y encuadrilada al de la tizona, la muy tizona de la nombrada Malinche no cesaba de pegar aquellos alaridos que ponían espeluzna en los náufragos de la acequia: «¡Ay mis hijos!» Y eso que apenas habíanle desbaratado el virgo. La sota moza extendía los sus dos brazos hacia los que seguían cayendo: «¡Ay, mis hijitos, qué va a ser de todos ustedes!»

(Esto sigue mañana.)

Peste negra

Terrible, mis valedores. Nos llegó la influenza. A los vecinos de Cádiz les pegó el contagio; y cómo pudiera ser de otro modo, si el virus infesta el ambiente. Cuál más, cuál menos, en el edificio todos, si exceptuamos al maestro, a su compañera y a mí, vacunado contra semejante clase de virus, todos los vecinos han sido infectados de manera gradual, paulatina, que en un principio apenas se les notaban rastros de la infección, pero según transcurría el tiempo y la atmósfera se iba cargando de electricidad negativa… Trágico.

Anoche mismo y hasta la madrugada, a la exaltación del contagio y la compulsión por hablar todos al mismo tiempo y sin que ninguno escuchara a ninguno, la tertulia se fue en discutir, objetar, defender y contradecir; y qué concurrencia inusual, que junto a los asistentes habituales, una docena o un poco más, en la estancia de mi departamento observé los rostros, para mí desconocidos, de una concurrencia bronca o casi. El síndrome de la influenza.

Ahora, sangre en ebullición, la estancia de mi departamento se plagó de sillas, sillones, tripiés, una silla playera, bancas y bancos, cojines sobre la alfombra, en fin. Oyéndolos disparatar según grado y avance del padecimiento, el maestro y su jovencísima sesentona de las zarcas pupilas, también maestra jubilada (los dos, como lo que son, maestros mexicanos, tienen su hogar allá arriba, en el cuarto de servicio que les renta el Cosilión); ambos, repito, sonreían, indulgentes, y sonriendo se miraban entre ellos. Yo, mientras tanto, sin punto de reposo, jálate a la cocina a preparar ollas de peltre este tamaño, miren: tila, cuasia, pasiflora y borraja, con su generosa ración de valeriana y cuachalalate y un pellizquito al gordolobo para que agarre sabor. Y ándenle, vecinos, nomás no se las vayan a quemar. «Con estos ingredientes los del contagio van a calmarse», decía entre mí; pero calmarse madres, con perdón, que el gordolobo parecía acelerar su desbozalada averiguata Y qué hacer. (Para infusión, la que preparaba mi única Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir. No lloro, nomás me empujo mi gordolobo…)

Por cuanto a mí: apelando a toda mi voluntad y al ejemplo del maestro y su Agueda, por protegerme de virus, bacterias, microbios y demás dañeros, mantengo la boca cerrada; no con cubre-bocas, sólo con ubicarme a prudente distancia; y a modo de aclaración: la influenza es una, y muy peligrosa porque ataca las neuronas, pero sus modalidades son diversas, tres de ellas las más virulentas porque producen exaltación y en ocasiones impulsos violentos que aquí, en el edificio, amenazan con hacer añicos el orden y la paz de los buenos vecinos. (Yo, hirviendo y cebando al almácigo de contagiado tila y pasiflora No hay peor cuasia que la que no se hace, por ahí va el dicharajo. Mi departamento saturado de tufos, humores y alientos fibrosos, febriles…)

¿No los estaré aburriendo? Si me extiendo en los achaques de la tertulia es porque tal vez algunos lo ignoren, pero estoy seguro de que varios de ustedes, sin percatarse tal vez, traen encima el contagio, por más que en algunos se manifieste de manera benigna y a otros traiga a estas horas como pollos descabezados. Por si quisieran identificar su dolencia por los síntomas de mis vecinos, aquí me propongo mostrar su comportamiento y las diversas clases de virus, desde los menos dañitos hasta los más venenosos.

¿Que no exagere, me interpela alguno de ustedes? ¿Que de acuerdo con Ebrard ya de esta salvamos la cuera porque pasó el ramalazo de la influenza humana y toda la vida de la ciudad vuelve a su cotidiana rutina? ¿Que el país ya libró la emergencia según afirma el salvador de la humanidad? A ver, no, un momento, que aquí hay un malentendido. Yo en ningún momento me he referido a esa influenza que bautizaron con letras y números. No aludo a esa clase de dolencia lejana y desconocida para quien logró hurtarle el cuerpo, sino a esa influenza furiosa que ha contagiado a unas masas inadvertidas, todavía hoy, después de una experiencia de años, trienios y sexenios. Yo hablo del virus de una apabullante propaganda donde el embuste, la manipulación y lo pedestre se abarraganan para aplastar a unos radioescuchas y televidentes crédulos con una diarrea de promesas de un México nuevo, al que juran habrán de liberar de sus ingentes problemas, todos sintetizados en un vocablo asqueroso: corrupción, esa que mantiene al país en permanente crisis de justicia para empezar. Por que algunos de ustedes se miren en ese espejo, les presento aquí el grupo de contertulios y sus (¡imagínense!) preferencias políticas. (Eso,en el próximo.)

El genoma de la corrupción

Conócete a ti mismo, aconseja el oráculo de Delfos, exhortación que Sócrates tuvo como divisa de su propio vivir. Conócete a ti misma En un sentido distinto los mexicanos acabamos de avanzar en el propio conocimiento. Sobre ello lo acaba de declarar el Instituto Nacional de Medicina Genómica que llevó a cabo la investigación respectiva:El genoma de los mexicanos demuestra que compartimos el 99.9 por ciento del genoma del resto del mundo. El margen de diferencia es mínimo, pero nos confiere cierto grado de individualidad.

Yo, ante semejante descubrimiento, hablé ayer del mestizaje de mi raíz aborigen y que llevo en mis venas la sangre de los últimos combatientes indígenas que el Conquistador logró raer de la tierra americana, aquellos cazcanes que se enfrentaron a las huestes de Pedro de Alvarado en el cerro de El Mixtón, cerca de Nochistlán, Zac. Este era su pregón de combate: -«¡Hasta tu muerte o la mía!»

No más. Tal era el límite. Con Petacal y Tenamaztle al frente, en el cresterío del cerro de El Mixtón y con la involuntaria colaboración de un sevillano cobardón de nombre Baltazar de Montoya (escribano tenia que ser), lograrían la muerte de Pedro de Alvarado. El conquistador de Guatemala, ni más ni menos. Aquí anudo la crónica que comencé ayer:

Alvarado caminaba a pie; delante de él y arreando una cabalgadura derrengada de fatiga que apenas lograba trepar el cerro, ascendía Baltazar de Montoya. Repentinamente tropezó el animal y rodó por el abismo, y en su caída arrastró al Adelantado. El choque fue tan violento y tan espantosa la caída que cuando llegaron en su auxilio estaba moribundo, arrojando sangre por la boca Va apenas podía hablar. Llegóse a él D. Luis de Castilla preguntándole qué le dolía:

– El alma -contestó el Adelantado.

Y que lamentándose Oñate de la desgracia, el agónico respondía:

– Ya está hecho, ¿qué remedio hay? Curar el alma es lo que conviene. Quien no cree a buena madre, crea a mala madrastra.

Yo tuve la culpa en no tomar consejo de quien conocía la gente, y tierra de mi desventura fue traer un soldado tan cobarde y vil como Montoya, con quien me he visto en muchos peligros por salvarle hasta que con su caballo y poco ánimo me ha muerto.

«Sobre un pavés fue llevado el moribundo al cercano pueblo de Atenguillo, muriendo Alvarado en Guadalajara”.

¿La razón de que nombre aquí mis dos sangres (con sus tantísimos afluentes), tanto la valerosa de mi raíz cazcana como la cobardona de mi escribana raíz Montoya? Porque se ha consumado la hazaña científica de identificar mi genoma de mexicano y porque a la distancia de varios siglos de ocurrida la epopeya del cazcán han vuelto a sucumbir los representantes de mi raíz indígena. El agravio se perpetró hace unos anos. La referencia:

Ginebra, Suiza: «Junto con Chipre y Turquía, México fue identificado públicamente en la ONU como el primero de los tres países donde ocurren las situaciones más serias de violaciones a los derechos humanos de los pueblos indígenas y minorías nacionales. De los tres países es México el máximo violador de esos derechos humanos de los indígenas». La certificación:

«Luego de haber sido detenido y torturado por elementos del Ejército Mexicano, el indígena Francisco Torres, de 22 años de edad, cumplió 26 días en calidad de desaparecido. Pese a la búsqueda de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, no ha sido posible dar con el paradero del indígena, quien junto con el también indígena Enrique Torres Segovia fue detenido por militares en el municipio zacatecano de Villanueva. Del primero se ignora su paradero. Torres Segovia convalece por estallamiento de vísceras producto de golpes y torturas por parte de soldados del Ejército Nacional».

A mí, descendiente de sangre española y cazcana, mitad y mitad, hoy que estreno flamante identidad genómica se me ocurre preguntar (pero a quién): desde el siglo XVI, con el trato que el indígena recibió de Alvarado, Cortés y sus perros de presa, ¿cuánto hemos avanzado en cuestión de humanismo, de mutuo valimiento, de respeto gubernamental a ese indígena que sobrevivió a la conquista, pero no al ejército mexicano? Y lo que faltaba:

Ese mismo ejército ha tomado el control del penal de Cieneguillas, después de que en el co-gobierno de Claudia Corichi y su madre Garcia se ha identificado el genoma de la más desbozalada corrupción. «Ay, hermoso Zacatecas, mira cómo te han dejado» clama el corrido que entonces se refería «al viejo Huerta y a tanto rico allegado». Como ahora las Corichi-Garcia. (En fin.)

Hasta tu muerte o la mía

Los mexicanos y su genoma, mis valedores. Lo afirma, categórico, el Instituto Nacional de Medicina Genómica.El 85 por ciento de los habitantes del país somos mestizos, una mezcla de rasgos caucásicos y amerindios. Compartimos 99.9 por ciento de rasgos genéticos con el resto de la población del mundo. Sin más.

Y que en este país no hay margen para amagos de discriminación. Perfecto. Ya identificado nuestro genoma, no más prácticas discriminatorias contra indígenas y demás grupos marginales, ¿no es cierto? Qué bien.

Este asunto del genoma, demoledor del concepto de «razas» (que habrá de quedarse para el toro cebú), me remite a las raíces del mestizaje, mis valedores; de todas ellas debemos ser muy conscientes para conocernos (reconocernos) en cuanto individuos y en cuanto comunidad. De tales raíces, la que corresponde al conquistador, con sus tantas afluentes, es patrimonio de todos nosotros, pero no así la raíz indígena, que es varia y diversa; algunos de ustedes descienden de la raíz meshica, mal llamada azteca, y algunos más de la sangre tarasca, mazahua, zapoteca, en fin. A propósito: yo, y no es que venga a alardear ante ustedes, desciendo de una raíz autóctona de excepción: la cazcana. Blancucho deslavado como soy, de cazcán legítimo vengo por el lado indígena; de los matadores del matador, el Adelantado.

¿Que quién fue el cazcán? Nada menos que el último rebelde de la Conquista, al último que tuvo que enfrentar el Conquistador, y no cualquiera de ellos, sino Pedro de Alvarado, el conquistador de Guatemala. Y serian los cazcanes, con la involuntaria cooperación de un sevillano cobarde, quienes iban a causar la muerte violenta de Alvarado, el Tonatiú, que le decian los indígenas. Bien hayan los varones de temple, como aquel Petacal, cacique de mi Xalpa Mineral, que antes de entrar en combate con sus huestes de la cazcanía postulaba su pregón peleonero:

«¡Hasta tu muerte o la mía!»

No más. No menos. Tal era el límite.

Pues sí, pero tales rebeldes magníficos pagarían muy cara su valentía, según lo consignan documentos de época; «Muchos fueron ahorcados, lapidados y descuartizados, otros puestos en hilera y destrozados por la artillería, y algunos aperrados (entregados a perros hambrientos que los hacían morir en medio de espantosos sufrimientos). Los negros e indios auxiliares que iban en el ejército se encargaron de acabar con algunos, aplicándoles los más salvajes refinamientos de crueldad». Cuánta falta hizo a mis cazcanes una de esas estériles visitas de los altos comisionados de la Naciones Unidas para velar por sus derechos humanos…

En fin. Yo, mestizo de tantas sangres, llevo en mis venas esa de Petacal, valerosa hasta el límite, y esta de Montoya el sevillano pusilánime, que influiría en mis pocos arrestos a la hora de la verdad, zacatón como soy. Pero permítanme que les cuente retazos de una crónica tan elocuente como esta de la insurrección de Nueva Galicia:

La historia de los cazcanes tiene un punto de referencia, cierto crestón de roca viva denominada El Mixtón, ubicado allá por los rumbos de Nochistlán, Zacatecas. En la punta de tal cerro fueron todos a afornnarse, previa la convocatoria que a los naturales del rumbo formularon los caciques Petacal y Tenamaztle, llamándose mensajeros de Tecoroli (el diablo). Con toda la indiada se fortificaron en El Mixtón, y de allí bajaban a realizar incursiones por rumbos de Michoacán, de la primitiva Guadalajara, y por dondequiera que hubiese tufo de españoles: los de Proaño, de Bartolomé de Mendoza, de Hernán de Flores. «¡Hasta tu muerte o la mía!»

Dice la crónica que Pedro de Alvarado, él siempre audaz y animoso, diestro en combatir naturales, decidió salir de inmediato contra los insurrectos. Y que acometió, y veinte españoles murieron en aquel encuentro, y que tornó al ataque, y otros diez sucumbieron.

Luego da cuenta la crónica de que llegó de esta suerte Alvarado hasta una empinada cuesta, y que «él caminaba a pie y delante de él subía Baltazar de Montoya, natural de Sevilla y escribano del Adelantado. Montoya arreaba su caballo fatigado, que delante de él con gran dificultad trepaba por la senda». Repentinamente tropezó el animal, perdiendo pisada, y rodó por el abismo, arrastrando en su caída a Pedro de Alvarado. El choque fue tan violento y tan espantosa la caída que cuando llegaron en su auxilio, el Adelantado agonizaba. (Sigo Mañana)

De fábula

El pato feo, mis valedores. La fábula es de Andersen, pero la ignorancia y la subcultura que mamamos del Norte nos hace creer que es de Disney. Nosotros, en México, hemos conocido no uno, sino tres patos feos, el primero de los cuales nadaba en el estanque, hoy desecado, de Programación y Presupuesto. Tan feo era el tal, y tan repugnante su aspecto, que los animales del bosque preferían mantenerse a distancia de tan horroroso animal. No fuera a picar, a morder, a hacerla de tos o lanzar estornudos cargados de A/HINI. El pato horroroso, sobre todo por sus acciones…

Y qué chunga y burletas para fotógrafos y caricaturistas de la prensa escrita; qué manera de poner en ridículo su aspecto ratonil, sus ojillos de apipizca, un cráneo pelón, unas orejas de papalote y el aspecto general no de pato feo sino de horroroso chupacabras, lo que eso haya sido. Si su vocezuca de pito de calabaza se les escapó fue porque, es obvio, no pudieron incluirla en los trazos del monigote esperpéntico. Tal era el mediocre encuevado en su charco enlamado de Programación y etc. El, silencioso, rencoroso, al acecho…

Pues sí, pero válgame, que de repente el dedo presidencial lo designó nuevo dios sexenal, y helas!, ahí el prodigio: de forma automática la metamorfosis del gusanillo en crisálida, en mariposa que vuela de flor en flor. Una mariposa negra, mensajera de la muerte, pero pocos lo querían advertir…

La transfiguración. El pato feo de la fábula, el orejón objeto de burla, ludibrio y maltratos de los animalillos del bosque (dos que tres liebres, cinco o seis conejos, tres docenas de zorrillos y cientos, miles de cacomixtles), de repente ¡ah, oh, uh!, se encandilaron con el repentino resplandor: el transfigurado pato horroroso, hoy cisne de blanco plumaje, partía plaza, majestuoso, por medio estanque, en el bosque de los pinos. Y ahí fue el clamor de hurras y porras, matracas y chirimías, alabíos y cornetas, pitos y flautas. Habemus dios sexenal. Qué forma de equivocamos: el pato feo era un cisne blanquísimo…

Helo ahí. El cisne cuajábase de bellezas no advertidas un día antes: su alzada de líder, su mirada de baqueano, su mística de mesías, su vocación de estadista. Ah de su verba potente y su fina estampa de procer, de héroe epónimo, de padre patricio que viene a salvar el país. Y la portentosa transformación de las cámaras de TV: qué rostro para el bronce, qué fisonomía para el mármol. ¿Las caricaturas? De galán y de prócer. ¿Las fotos? Un rostro para la eternidad. Ah, la metamorfosis del pato feo en el cisne de blanco plumaje… (¡Y échate al agua, Raúl! ¿Fría? Sólo al principio…)

Pues sí, pero años después el nuevo milagro: no un pato feo convertido en cisne sino un cisne legítimo partía plaza por medio estanque, y entre dianas, fanfarrias y marchas nupciales, ascendía hasta la cresta mayor de los pinos, y en los animalejos del bosque el vendabal de ovaciones al nuevo rey, mesías, baqueano al que los dioses del Olimpo (yunqueros, legionarios de Cristo, cristeros tardíos) habían enviado
para salvar el bosque y sus animalillos. Las ovejuelas de la Vela Perpetua aquella admiración, semejante adoración. Sublime. El cisne blanco se dejaba querer (sobre todo de una patita que le alzaba la patita, y a veces las dos. Pero esa ya es otra historia.)

Pues sí, pero se echaron encima los días, las semanas, los meses, y la horrible metamorfosis: en el larguirucho animal se iba operando un cambio horroroso: en su blanco plumaje, el cisne real comenzó a denunciar pintas grises, negras, renegridas. Al poco tiempo era su negro plumaje el que mostraba dos o tres puntos grises. Después, oh tragedia, su aspecto de cisne se tornó en pato, y todo era abrir el pico y ventosear disparates que a los monos tihuís causaba hilaridad y a la mayoría de los habitantes del bosque rabia y vergüenza Pero ayuno de decoro como todo mediocre, el pato feo abría el pico y era el escándalo y la burleta del bosque y arboledas vecinas. Animas que se mude de charco; cuándo dejará el estanque y se irá a ventosear sus ganzadas al lodazal de San Cristóbal. (Y cuánto le apestaba El Tamarindillo)

En fin. Hoy de otro huevo y a la de a huevo un pato impuesto nada en el charco (nada de nada). Ese no fue un pato que derivó en cisne, ni un cisne que degeneró en pato, y aquí la pregunta, mis valedores: ¿alguna metamorfosis advierten en semejante híbrido? ¿Un cisne blanco con facha de pato? ¿Un pato horroroso que anhela pasar por cisne? ¿Pato fue, siguió siendo pato o derivó en ganso? ¿Ustedes qué opinan? Porque lo que es yo, fui y le pregunté a Andersen, pero él se me quedó viendo, parpadeó y se echó a llorar. ¿Para ustedes
pato, ganso, qué? (¿Cuac?)

Piojo resucitado

Y lo que faltaba, mis valedores. Un domicilio electrónico que ofrecí a quien quisiera comunicarse conmigo amanece atascado de basura: que si anuncios variopintos, que si textos ofensivos contra rivales políticos, que si avisos de que en alguna lotería de Sri Lanka gané millones, en fin. Cada noche vacío la basura, y cada mañana mi correo amanece atascado de nueva basura. Voces anónimas, entre tanto, me importunan por teléfono: una encuesta, una reclamación, un número equivocado. Y lo que me faltaba:Ahora manos anónimas me deslizan por debajo de la puerta escritos también anónimos. Este que van a leer, si es que quieren y pueden leerlo, me lo acabo de encontrar debajo de la puerta, y lo transcribo tal cual. Quién sea el amargado que todo este asunto lo ve negativo, a saber. Dice el anónimo:

Lo estoy mirando en la foto, señor. Linda escenografía la de su mesa de trabajo: logotipos, floreros, la insignia patria, usted en la cabecera y en derredor sus colaboradores, qué bien; pero el detalle curioso: mientras usted, con esa su vocecita, les embombilla un discurso, ellos como quien oye discursear y no se moja. Este, viendo hacia el norte, y este otro hacia algún punto del infinito, y uno se cuenta los dedos de una mano, y ese otro parece que se escarba los dientes, pero no, que ello seria falta de educación; lo que se escarba son las fosas nasales. Usted, mientras tanto, en lo que le sale, aunque con dificultad: hablar y hablar. A falta de acciones, hablar. Empalagarse de micrófono. Total, que hablar nada le cuesta…

Miro su foto, la observo hasta bizquiar, hasta que me chillan mis niñas. Caracho, qué rostro de mediocre total. Me topara con usted en la calle y ese rostro no lo podría recordar. Y es que entre otros factores para ignorarlo está el más importante: usted, antes de llegar a donde ha llegado, no era más que don nadie. Ni yo ni el noventa y nueve por ciento de las masas sociales, estoy por decir, conocíamos ese rostro que para nadie significaba nada antes de ahora; y cómo, si corresponde a un individuo del que no sabíamos su existencia, del que nunca antes habíamos oído hablar, por que aún no lo azotaba ese caprichoso bandazo de buena fortuna que lo iba a convertir en un personaje que halló alojamiento en las primeras planas. Pero caprichos de la Moira de repente usted nos resulta el clásico piojo resucitado, como decimos en mi solar. (¿Insulto? ¿Represalias contra un ser anónimo? Bah.)

Ahora que viéndolo bien, el detalle del rostro vulgar, mofletudo, de ojos adormilados, no tiene la menor importancia, que dijo Nietzsche ¿o sería Arturo de Córdoba? Porque, señor, lo que saca la cara por el individuo no es su cara sino sus acciones, y en usted no es su rostro, no es su porte, no es esa estampa común; lo que le reprocho, señor, porque me afecta tanto como al resto del paisanaje, es ese vacío de poder que se advierte por culpa de su inexperiencia en esa responsabilidad a la que todavía no me explico cómo pudo llegar un individuo de su calibre. Le reprocho, asimismo, su falta absoluta de autoridad y don de mando, y recuérdelo: quienes lo antecedieron en la investidura supieron imponerse, y hasta cierto punto cumplieron la ley e hicieron cumplirla a todos. ¿Pero usted, señor? ¿Pero usted? Válgame con ese carácter de malvavisco…

Triste, patético, regir un palenque, un herradero, esa clásica olla de grillos donde todos jalan para su lado y hacen todos lo que sus reverendas criadillas les dictan. ¿Usted, mientras tanto? Usted habla y habla, qué más, pero nadie cree en sus palabras. Nadie cree en usted. Lo escuchan, si es que alguien lo escucha, con indiferencia los más complacientes. ¿Y por qué iban a creerle señor? Más de dos años allá arriba, ¿y qué hechos positivos para las masas sociales se le pueden acreditar? ¿Qué acciones positivas para nosotros ha realizado desde que lo impusieron allá arriba señor? ¿Qué…?

Ya le tomaron la medida, ya conocen sus alcances, ya comprobaron que la esperanza recóndita de que usted renunciara al cargo se esfuma, porque ocurre que el hecho de renunciar es cosa de muy cobardes o de varones en verdad enterizos. ¿De cuáles está amasada la pasta de usted? De algo sí estoy seguro: cuando usted deje el puesto al que llegó sin mérito alguno y a la pura ley del hovo por más que uno de muchos más hovos y méritos lo pretendía y estuvo a punto de alcanzarlo (Góngora, su apellido), México va a estar aún más empobrecido que el día de hoy. ¿No le da vergüenza señor Leonardo Valdés? De veras, ¿no se avergüenza cuando IFEs y Tribunales me lo ningunean y a cada rato lo fuerzan a recular?

Mis valedores: sudé. Esos anónimos. (Uf.)

Dulce y sombría…

Viví en la Guatemala de los milicos, dije a ustedes ayer, y que mis amigos Marucha y Virgilio se lamentaron conmigo: «Cuándo tendremos un gobierno civil, como en México».

Lo tuvieron. Vinicio Cerezo Arévalo de nombre. Yo, ya de nuevo en mi país, les envié, a modo de felicitación y con reticencias, el mensaje que ahora reitero con la llegada de un Álvaro Colom arropado en un escándalo de proporciones aún no previstas.

Un gobierno civil se consolidó en Guatemala. Felicidades, pues, pero a ver, un momento, no repetir el brindis. Aguarden, que algo quiero decirles. Este servidor, por razones diversas, aún ignora el discurso que en su toma de posesión lanzaría contra ustedes el Cerezo de apellido frutal. Yo, mis amigos, no por aguarles el tinto sino por un dictado de pura amistad, les pregunto:

¿Cuántas promesas, qué de justicias y democracias, qué de vocablos vacíos de sustancia les lanzó en su discurso inaugural? Ya me imagino: el de Cerezo Arévalo (y el de los subsiguientes, ya podrán comprobarlo) fue un discurso redondo, de mucha sonoridad; porque de los gobernantes ci­viles es, si no otra ninguna, la gracia de los discursos retóricos. El de la toma de posesión, como grandilocuente, llegaría aderezado con los vocablos que dan sabor al caldo democrático: justicia social, progreso, derechos humanos, paz social, bienestar para la familia y haré más por los que menos tienen…

Ya me imagino, Marucha y Virgilio: el Cerezo frutal juraría que habrán de volver la credibilidad y una honestidad cristalina Prometería que a sus hijos y los hijos de sus hijos voy a legarles una mejor Guatemala (si no conoceré la retórica de los recién llegados al poder). Y así habrá seguido la diarrea de promesas y vocablos domingueros. Tú, amigo Virgilio, ya habrías descorchado la segunda de tinto…

¿Pidió perdón a los pobres? ¿Prometió una versión guatemalteca de los programas asistenciales, comenzando con algún Pronasol? ¿Para todos justicia? ¿Castigo para los militares que a lo largo de décadas empaparon de sangre el territorio nacional? ¿Al llegar a este punto se soltó la jauría, el vómito de aplausos ventoseados por una clase política rastrera y servil? Conozco el paño, que los gobiernos de aquí y allá son uña y carne, y sangre derramada cuando hay que exhibir el principio de autoridad. Es Guatemala. Es México.

¿Que cómo adiviné tema, forma y estilo del discurso presidencial? Yo vivo (sobrevivo) en México, que es decir en un «estado de derecho» (¿?) como el de ustedes. ¿No le enjaretan ese mote los gobernantes de allá? «Estado de derecho». Un estado donde a las masas les han prometido todo eso y tantito más. Todos. (Pude haber agregado: que si arriba y adelante, que si la solución somos todos, y que renovación moral, mother-nización, para el bienestar de la familia, voto útil para el cambio, «el presidente del empleo» y «haiga sido como haiga sido». Macabrón.) ¿Y al final del discurso qué? ¿Y al final del gobierno qué? ¿Qué fue de tantas promesas, comenzando con aquella de la honestidad personal en el manejo de los dineros públicos? (Hoy les preguntaría si hay alguna diferencia entre aquél que los gobernó hace algunos años, el asesino Alfonso Portillo hoy prófugo no por la muerte de dos estudiantes mexicanos, sino por acusaciones de ladrón, y alguno de por acá, un delincuente con hermanos delincuentes. Tú, Marucha, me contestarías: sí, la diferencia es que el chapín anda prófugo, ¿y el de ustedes? Touché.)

Marucha, Virgilio: ya conocen a estas horas el rigor del gobierno civil; ya probaron la distancia que va de la verba salivosa -salinosa- de los tales, a la acción provechosa para el paisanaje; sepan ahora que en esto también Guatemala y su hermano del norte constituyen vidas paralelas y un destino común: el de un paisanaje aguantador, estoico, de cabeza gacha y brazos caídos (y ahora pronto, por la acción de Portillo cuando estudió, comió, vivió y bebió en México, ustedes y nosotros ya hermanos de sangre, les diría hoy.)

Pero ánimo, mis amigos, que amanecerá. Al señalar a tales dañeros clama el poeta de Guatemala:

Ay, patria, arrancarlos de raíz – y colgarlos de un árbol de roclo agudo – violento de cóleras del pueblo.

Marucha y Virgilio: según diversos mitólogos, la hidra de Lerna tenía entre 5 y 10 mil cabezas. ¿Cuántas tienen nuestros gobiernos, civiles o militares? ¿Cuántas? México, Guatemala. (En fin)

¿Inocente, culpable?

Cómo juzgar, sin los elementos de juicio, a don Álvaro Colom, presidente de Guatemala. Cómo involucrar en un hecho de sangre a la señora Sandra Torres de Colom, la «primera dama». Lo que sí puede demostrarse es la distancia que existe entre las promesas del candidato y las acciones del gobernante. Esto allá como aquí mismo, donde a estas horas las masas sociales son bataneadas por la verborrea de los aspirantes a puestos de elección popular. Siniestro.

Aludí ayer, a propósito, a Alfonso Portillo, que cuando candidato a la presidencia de Guatemala clamaba frente a los hermanos chapines:

¡Soy un hombre del pueblo y a mi pueblo me debo como gobernante!

El asesino anda prófugo, y no por haber derramado sangre sino como presunto ladrón. Seis días antes de su toma de posesión ocurrió que en Zumpango de Neri. Guerrero, familiares de los dos estudiantes asesinados un 22 de agosto de 1982 por este Alfonso Portillo cuando arrimado a la Autónoma de Guerrero, condenaron la acción de Zedillo al entrevistarse con el matón y demandaron justicia por la muerte de los dos estudiantes mexicanos, «a los que Portillo asesinó con premeditación, alevosía y ventaja». 

Esto, hace veintisiete años. Hoy, ¿un nuevo asesino en el palacio de gobierno del país hermano? Me niego a admitirlo. Ojalá que se imponga la verdad y que este escándalo carezca de sustento, que de otra manera dañaría en grado sumo al país, A la Guatemala dulce y sombría. 

Cada día eres otra; en recuerdo, en realidad, en esperanza. Sencillo amor como en tu mano la sal y el pan. Guatemala.

Qué tiempos. La bota y el espadón cuartelero gobernaban el país por los días aquellos en que fui a conocerlo. Años más tarde llegaron los tiempos del presidente civil; yo entonces, ya de regreso en mi tierra, mandé a dos amigos chapines este mensaje público (¿vale para hoy?):

Marucha, Virgilio: cuánto quisiera que estos renglones llegasen a ustedes, allá en la vivienda que habitan en su ciudad capital; que este fuese un a modo de mensaje del náufrago que ustedes encuentran rodando en la playa, y que en leyéndolo recuerden de golpe al fuereño aquel, de visita en su tierra, que en la fugacidad de un par de horas fue amigo de ustedes dos, estudiantes entonces de la Universidad de San Carlos. En el forastero identificaron al fabulador de cuentos y algunas novelas de fantasmagorías, como aquella Malafortuna de aeropuertos antediluvianos y muertos resucitados. Lo real maravilloso, ¿se acuerdan?

De llegarles el mensaje recordarán el café, el tinto y aquel poema que me ofertaron mientras hablábamos de verso libre y alejandrinos. De repente aquella descarga de metralleta. Recordé al poeta asesinado por los milicos:

Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados – Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte… 

La charla, entonces, a media voz, se empantanó en asuntos de guerrillas y gobierno de bota y espadón. Escalofriante. Tú. Virgilio, suspiraste:

– Cuándo llegará el día en que Guatemala disfrute de un gobierno civil como el
de ustedes, en México…

Me interrogaron acerca del presidente de mi país. Qué tiempos. Reinaba entonces Echeverría, que sería sucedido por la danza alucinante de la(s) pompa(s) y circunstancias de López Portillo, y más tarde por esa sórdida galería de los tan mediocres cuanto rapaces que llegaron después.

– Cuándo tendrá Guatemala un gobíerno civil, como ustedes…

Un trago al tinto; al desgano, me acuerdo. Pero años más tarde, por fin, llegaría para ustedes el presidente civil. Al tomar posesión de su cargo, el del frutal apellido Cerezo iba a clamar, índice parado, las promesas del catálogo;

– ¡Mi gobierno retornará al camino de la democracia, la justicia social y el respeto irrestricto de los derechos humanos!

Perfecto. Ya contaban ustedes con un Cerezo civil de apellido frutal. Yo, entonces, conocedor del paño, me arriesgué al papel de aguafiestas y les envié aquel mensaje reservón: ya tienen ustedes su gobierno civil, felicidades. Atrás han quedado la bota y el espadón. Seguro estoy de que a solas, en aquel cuarto que huele a maderas, a estas horas brindarán con tinto y alzarán la voz y la copa en honor del civil. Como en México. Ya tienen en el gobierno su Cerezo Arévalo. Felicidades, pues, pero un momento, no repetir todavía el brindis; aguarden, amigos, que algo quiero aclararles.

(Esto, mañana.)

Digo tu nombre Guatemala…

Y retorno a la vida. Hoy me refiero, mis valedores, a la Guatemala dulce y sombría de Cardoza y Aragón, la de héroes civiles de la estatura de Alaíde Foppa uno o dos de sus hijos, y Otto René Castillo, poeta también sacrificado por la bota y el espadón. Esta vez hablo de esa sombría Guatemala que viene de padecer tigres sanguinarios como los milicos Jorge Ubico, Castillo Armas, Romeo Lucas García, Alfredo Ríos Mont. Guatemala.

Aquí la nombre y mi mente se agita, hervorosa de bosques, lagos, rostros, aquel mujerío; trovas como esa que, ardido por la nostalgia, desde su exilio mexicano le entona Cardoza y Aragón: «Cuando aspiro tu refajo de bosques, cuando me hundo en tu huipil de pájaros, me anega tu aliento de maíz y volcán, tu espina aguda de picaflor…»

La Guatemala de los milicos, sombría: en enero de 1980, para implantar un proyecto de desarrollo de industrias transnacionales, el gobierno desalojó de sus tierras a los campesinos. Ellos, en son de protesta, tomaron la sede de la Embajada de España, y fue entonces: los comandos les lanzaron bombas incendiarias. En la hornaza se calcinan 38 paisanos, entre ellos el padre de Rigoberta Menchú. Uno que sobrevivió a la masacre fue secuestrado por los comandos en el propio hospital donde le curaban las quemaduras. Ahí mismo lo asesinaron. Guatemala, En 108 mil kilómetros cuadrados de territorio y con unos 10 millones de habitantes, la sangrienta cosecha de los tigres militares:

Cuatrocientas cuarenta aldeas borradas del mapa, 300 mil exilios, 50 mil viudas, 250 mil huérfanas y miles de muertos y desaparecidos. «A los compas, amarrados, nos aventaron al barranco, contra las piedras. Sólo yo me salvé porque fui a dar a una poza de agua», me dijo uno de ellos ante los micrófonos de Radio UNAM. La Guatemala sombría

Ay, patria – a los coroneles que orinan tus muros tenemos que arrancarlos de raíz -y colgarlos de un árbol de rocío agudo – violento de cóleras del pueblo.

Guatemala: «Cada día eres otra; en recuerdo, en realidad, en esperanza. Sencillo amor como en tu mano la sal y el pan».

Su revolución de 1944 dio la presidencia del país al doctor Juan José Arévalo y seis años más tarde a Jacobo Arbens. Muchos fueron los beneficios que entonces logró el paisanaje, desde leyes favorables a los obreros y una reforma agraria que entregó a los campesinos sus tierras, hasta la construcción de la carretera al Atlántico que liberó al país de la dependencia de unos ferrocarriles propiedad de la United Fruit Co. Y claro, el derrumbe: desencadenadas las iras de la compañía frutera norteamericana, ahí intervinieron la CIA, el Departamento de Estado y aun el Pentágono. Caiga el presidente Jacobo Arbens y trépese el teniente prestanombres Castillo Armas (1954). Semejante historia, mis valedores, ¿dónde la hemos oído antes? ¿Dónde no la hemos oído?

Pues sí, pero para los chapines llegó la esperanza con un proceso electoral y el ascenso al poder de uno que tomaría Guatemala al gobierno civil. Un día antes de las elecciones, la noticia: «Los guatemaltecos tienen confianza en el cambio, que les dará empleos, combatirá la criminalidad y abaratará el costo de la vida. Desde la oficina central de la ONU Kofi Annan pide votar por un gobierno que respete los derechos humanos».

Sería entonces cuando los hermanos chapines caerían en el espejismo de la «democracia» con civiles como Cerezo Arévalo y en estos momentos Alvaro Colom, con todo y su «primera dama», de apellido Torres. Guatemala dulce: «Se oye cuando una garza cambia de pie…”

Pero mal (ario para los pueblos que sólo se atienden a la fuerza del voto, frase con la que las manipulan en el discurso, cuando la realidad objetiva les muestra y demuestra que el puro voto no tuvo fuerza ninguna. Allá, en Guatemala, antes de este Colom de la «primera dama» los hermanos chapines estrenaron el gobierno de un asesino de nombre Alfonso Portillo que llegó con la promesa de «crear un nuevo país, basado en la paz, el respeto a los derechos humanos y mejores oportunidades para todos». Y este Portillo resultó ladrón y anda o andaba prófugo en nuestro país. De ese calibre es la «democracia» que nos cantan al sur del Bravo. Clamaba Alfonso Portillo, presidente de Guatemala:

– ¡Voy a restar poder a los militares! ¡Soy un hombre del pueblo y a mi pueblo me debo como gobernante…!

Días antes de su toma de posesión ocurrió lo que les contaré mañana (Aguarden)

¿Recuerdan ustedes?

Tertulia de anoche, que arrancó con estrepitosa ración de vísceras. Los escándalos públicos fueron analizados no con la razón sino con los hígados. Sin lógica, sin coherencia, sin valoración. Y aquí se encendió la polémica, y allá la averiguata, y unos a otros se arrebatan la palabra, y todos hablan y muy pocos escuchamos. Y que si Salinas un ladrón, y que dónde se quedan Enrique, Adrianita Raúl, y que el reculón De la Madrid, clon de Farineli el castrado, y que Ahumada pasó a ahumar al Peje, y que aquí el ganón fue Ebrard, que ya hasta se destapó para el 2012, y que cómo pasas a creerle a Ahuma­da, y que quién dijo que no teníamos presidentes narcos o narcos presidentes, y que para malandrines los izquierdines de Chucho Ortega, colaboracionista de Gobernación, y que cuando menos los tricolores no desgraciaron el estado laico al dar tanta cancha a los monjes del Verbo Encarnado, y que ante sinvergüenzas como los del Revolucionario Ins. ya hasta al obispo Onésimo Cepeda lo estoy viendo honesto, y que… ¡Uf!

Observé al maestro. Callado, ojillos rebrillantes, parecía disfrutar del espectáculo. De pronto, en medio de la estridencia: «Hey, contertulios, a propósito, ¿recuerda alguno de ustedes la Conasupo? ¿Quién fue su violador y quiénes sus asesinos? El bandidazo que saqueó la paraestatal, ¿lo ubican? ¿Cuál es su nombre? ¿Quiénes dieron el carpetazo al fraude Conasupo?

Silencio. Titubeos. Amamantones a la infusión.

El maestro abrió su libreta de pastas negras. «Escuchen. Febrero de 1997. Al imponer la regla de oro de la democracia, en que las decisiones las toman las mayorías, pero sin consultarlas (?), los diputados priístas le cortaron la vida y sepultaron la Comisión Conasupo. Bastaron seis horas de intenso debate y argumentaciones políticas para que los priístas acabaran con diez meses de alegatos en torno al saqueo de la paraestatal y filiales. Con 288 votos a favor, 6 en contra y 119 abstenciones, los del Tricolor cancelaron una comisión que, afirmaron, pretendía ser usada por la oposición para el deterioro del poder público La Constitución no se vota, se cumple, dijeron los panistas, y los perredistas: No votar, porque la Constitución se viola. Y cuando los priístas votaron la desaparición de dicha Comisión Conasupo, los opositores coreaban: «¡Culeros! ¡Culeros traidores! ¡Tapaderas, cómplices! ¡Culeros…!”

– ¡De qué murieron los ardidos, contestó Roque Villanueva, líder de la Gran Comisión, y les hizo la roque-señal. Ignacio Ovalle, ex-director de Conasupo y acusado de copartícipe de la corrupción de la paraestatal, con una sonrisa nerviosa y apagada voz emitió su voto: «A favor…» El índice de muchos lo apuntó: «¡Culpable, culpable como tantos más!»

El perredista Víctor Quintana se declaró en ayuno permanente contra lo que calificó de absurda y dictatorial medida de la mayoría priísta. «¡Sí, que ayune, que ayune!, se burlaban algunos priístas. Sólo Alejandro Rojas votó en contra, expresando sus razones: «La decisión de mis compañeros no es legal ni es constitucional». La respuesta de los priístas: «¡Traidor, eres un traidor…!”

Él había demandado a sus compañeros de bancada no ser tapaderas de la corrupción. Roque Villanueva, desde su curul, se burlaba: «El sí es tapadera, pero de Camacho». Terció José Castelazo «La oposición pretende el deterioro del poder público con el mantenimiento de la Comisión Conasupo. Busca una estrategia preelectoral de desprestigio del PRI. ¡No podemos ser rehenes de una estrategia política…!»

El perredista Víctor Quintana optó por el ayuno hasta juntar miles de firmas para que la investigación sobre el saqueo y la corrupción del Caso Conasupo no se cierre por culpa de los priístas. Comentó, burlesco, Roque Villanueva; «Que siga en huelga de hambre. Yo tengo el menú para su ayuno: tortillas con aflatoxinas, frijol chino y leche radioactiva para que se los baje». Contertulios, ¿qué les parece la crónica del carpetazo? Aflatoxinas y radioactividad en las importaciones de leche en polvo y maíz, fraude millonario que perpetró (ubiquen el nombre del felón.) Y el final de la crónica:

«Así, tras de seis horas de intenso debate, a los culpables del saqueo de la Conasupo no los tocó la ley. La decisión de los priístas de dar carpetazo al cochinero de Conasupo, comentó el diputado indepen­diente Adolfo Aguilar Zinzer, fue una de­cisión del presidente Zedillo. Así se rema­chó el fraude de Conasupo. Contertulios: ¿el nombre del raterazo, impune hasta hoy, como su mismo hermano Carlos?

Nadie en la tertulia pronunció nombre alguno. Para qué. Total. (Es México.)

Conócete a ti mismo

Tal fue la exhortación que tomó Sócrates del oráculo de Delfos y adoptó como objetivo central de su vida, para lo cual tramó una teoría filosófica con la que nos legó las bases del conocimiento humano. «Conócete a ti mismo» mirándote, al propio tiempo, en el espejo del arte y en el laberinto de símbolos y rituales que te ofrece la mitología, en este caso la greco-romana.

Héroes y dioses arrancados a los mitos han trascendido hasta la cultura popular: el ave Fénix, que renace de sus cenizas, Venus, diosa del amor, el travieso Cupido de las flechas aviesas y un gigantón Hércules-Heracles destructor de monstruos de tierra, aire y mar. Uno más del dominio popular es el rey Midas, del que cualquiera va a señalar: «una especie de Slim cualquiera, que convierte en oro todo lo que toca». Qué envidia, dirá el que no advierte el símbolo. Midas, un rey desgraciado.

De tal existe una historia real como soberano que fue de Frigia siglos antes de nuestra era y, mucho más interesante, el mito del codicioso que, de castigo, al  trocar en oro todo lo que toca se ve en peligro de muerte. El mito:

Un día de aquellos, paseando por su jardín, Midas se topó con un cierto sátiro  que dormía su borrachera, y habiéndolo reconocido como Sileno, del cortejo de Dionisio, lo alojó en su palacio y lo colmó de agasajos hasta que el dios del vino y la vid acudió a recogerlo. Por agradecer el favor, Dionisio ofreció un don a Midas, y el codicioso pidió convertir en oro todo lo que tocase. Pues sí, pero llegó la hora de comer, y comida y vino se le convierten en oro, y ahí el pavor. Pero en fin, que Dionisio accedió a retirarle la maldición del oro, y hasta ahí, bien.

Pero en su trato con dioses no escarmienta el humano. Marcias el sátiro, instrumento en mano (la siringa, y no me lo tomen a albur) había cometido la osadía de retar a Apolo para dilucidar cuál de los dos era mejor músico. El vencedor dispondría de la vida del derrotado. Y sí…

Marcias se lleva a los labios la siringa, y su melodía encanta a los espíritus del monte que fungen de jueces. Apolo tañe su lira y fieras y aves del campo se detienen a escuchar. El veredicto de los espíritus: Apolo fue el triunfador. ¿El castigo a la hibris, la desmesura de la criatura que osó retar a un dios? Desollado vivo. (Buscar los símbolos.)

Ahí, con Marcias en carne viva, terminándose el incidente, pero Midas, ahí presente, no estuvo de acuerdo con la decisión. «El triunfo fue de Marcias«. ¿Ah con que sí? Apolo a castigar al imprudente.

Y fue así como a Midas le crecieron orejas de burro, qué mortificación. Para ocultar su secreto el atribulado monarca usó turbante, y se dice que inventó el gorro frigio con que siglos más tarde se iba a representar la diosa de la libertad. Pero qué secreto puede durar todo el tiempo…

Fue un barbero; por casualidad descubrió el secreto de  Midas con orejas de burro, secreto que, no atreviéndose a revelar, le pesaba hasta el ahogo, y fue entonces: el discreto indiscreto caminó hasta un campo solitario, abrió un agujero y embrocando la boca: «¡El rey Midas tiene orejas de burro!»

Que alivio. Ahora a tapar el hoyo y regresar a la ciudad, pero cuándo lo hubiese imaginado: al hoyo nacióle un macizo de juncos y el aire, al pasar a través de ellos, divulgó el secreto: «¡El rey Midas tiene orejas de burro!» Y hasta aquí el mito.

Pues sí, pero a mí el viento en los juncos me contó el final: el barbero, un chismoso carácter de malvavisco, fue forzado por Midas a pegar estridente reculón, y entonces: «Pero compatriotas, ¿cómo pueden creer lo que dije del rey? ¿No advierten acaso, que padezco demencia senil?» Así de lúcido confesaba su falta de lucidez. Un castrado, un indigno, un redrojo moral. A escupirlo, y a seguir adelante.

Pero el viento en los juncos susurra que al peso de la noche y en la negrura de la tenebra el ancestro de Galileo tomaba la bacía, la nica, la escupidera, y embrocando su boca al cacharro:

– ¡Por supuesto que el reyecito tiene orejas de burro, ojillos de apipizca y cara de chupacabra! Ese chaparro pelón, hijo de toda su repelona, es el bandido que se cogió la mitad d e la cuenta secreta, si no es que tantito más, y recompartió con sus hermanitos patibularios, carne de presidio los tres. El bandidaje de Midas permanece impune, pero no me admiro de él como del aguante de todas sus víctimas, los agachones habitantes de Frigia, estado de derecho. ¡Ellos propician las sinvergüenzadas!

Ya habiéndose masturbado y después del orgasmo oral, a la camita; a dormir el sueño de los justos. De los justos que no padezcan insomnio. Y ya. (Puag.)

El rincón de los niños

«Fue mi libro de texto un amor escolar», rememora el poeta de la niña aquella que tenía en las manos «el aroma de un lápiz acabado de tajar». En su remembranza se advierte un dejo de tristura por el tiempo que se fue para nunca más. Ella, ¿dónde estará? ¿Vive o muere a estas horas? Y aquel regusto a nostalgia Dije «el aroma», pero yo, por contras, la fetidez…

Sí, porque fue mi libro de texto la hediondez de un calabozo. Su reja de este grosor, corazón de mezquite, lo único que tenía corazón en aquella cárcel municipal, pregonaba en letras de molde: «Horror al crimen». Me acuerdo.

Pero un momento, no pensar mal. La cárcel se alzaba en un rincón del palacio municipal de mi pueblo, y es sólo un punto de referencia Saliendo de ahí (por dinero o por influencias), a mano izquierda se extendía un corredor atestado de mesa-bancos, donde docenas de cabeza-duras intentábamos entender quién, cómo y por qué determinó que dos y dos fueran cuatro. Ahí, entre geografía y matemáticas, presencié el arribo de asesinos y víctimas, éstas envueltas en un petate y aquéllos liados con sogas de mezquilpa y al calabozo. «Horror al crimen». Conocí entonces el rostro del matón y, amarga la boca las bocas abiertas a lo bestial en una carne ya rígida Yo, el niño que araña la adolescencia con toda la sensibilidad a flor de espanto. Trágico.

¿Que a qué viene todo eso, dirá el impaciente? Porque ayer, de repente, la nota del matutino me trajo de golpe mis primeros años de escuela «Admite Ebrard malas condiciones en mil 200 sanitarios de escuelas», y ‘1a epidemia será una bendición si nos ponen agua en las escuelas». ¿La relación con mis años niños? Allá voy.

En el palacio municipal existía un excusado descomunal, de aquellos de caja para servicio del personal de la presidencia y los muchachos de escuela Fue ahí donde ocurrió el episodio que se encuevó en mi mente y que no hay orden de desahucio que lo pueda desalojar.

Ocurrió que el enorme depósito llegó a su capacidad máxima y comenzaba ya a derramarse. El presidente municipal acudió a varios artesanos, pero la maniobra les pareció riesgosa ninguno aceptó prestar el servicio, y al paso del tiempo el problema se iba agrandando. Ya intolerable, el hedor…

Pero ándenle, que de repente cayó en la cárcel aquel fuereño joven todavía pero ya muy dado a la transa al engaño y el fraude, al que aquí y allá acusaban de ladrón. Y al calabozo. Meses y meses de encierro. Cobardón por naturaleza el camandulero clamaba su inocencia y a gritos pedía que lo sacaran o podría enloquecer. Y era la presidencia la que enloquecía con sus gritos, y tanto gritó y perturbó la paz pública que cierto día fue presentado ante el presidente, quien a esas horas ya no andaba tan crudo y aún no estaba del todo borracho. Y lo que éste le propuso a cambio de su libertad…

Robar, transar, matar, conseguirle alguna dama rejega «El servicio que me proponga señor». Todo, con tal de ganarse su libertad.
Ni matar, ni transar, ni servir de alcahuete. Vaciar el excusado municipal. Solo, sin ayudantes. Y el presidente conoció la paz, y la conocieron quienes tenía a su servicio. Allá en el excusado, solo y su alma el fuereño se afanaba amasando su libertad. A mano limpia (limpia es un decir.)

Era una mañana de mayo, ya con los primeros retumbos de las primeras tormentas reventando por el oriente Mi abuelo y mis tíos contemplaban el cielo, calculaban la reventazón de unas señoras prietas, gordas y preñadas, me refiero a las nubes paridoras de tormentas, y a preparar los aperos de labranza Me acuerdo que a media mañana ya el sol alto, unos cuícos salieron del fondo del edificio hasta el patio cargando en una carretilla aquel esperpento todo de hez hasta los pies forrado, desparramando un aire espeso de hedor. A medio patio le arrojaron cubetadas de agua antes de prepararlo para el funeral. No, si manipular excusados no es tan sencillo…

Pero milagros de una férrea voluntad de sobrevivir a retretes rebosantes de lodo biológico: el joven sobrevivió, recobró su libertad y se largó a su tierra, dejando tras sí sólo el hedor a boñiga en la presidencia Agh.

Y así pasaron los meses, y ya parecía que se iba extinguiendo el hedor, cuando de repente rájale, que se renueva con toda su virulencia Refinada Recrudecida El rufián, desde su tierra se engalló, retador:

– ¿Pues qué, pensaban que iba a quedarme callado? ¿Yo, con la mierda hasta el cuello como la presidencia municipal y anexas, no tengo el derecho de réplica.?

(Pues…)

«De pendejo no me baja,..»

Tertulia de anoche, que desperdiciamos hablando de libros. Pero un momento, no juzgar mal, que no ponderamos los clásicos griegos, El rey Lear ni Crimen y castigo o Don Quijote de la Mancha, sino (imagínense) ese madrazo titulado El despojo, de Roberto Pintado, y eso apodado Derecho de réplica, del espécimen funambulesco Carlos Ahumada. Calculen ustedes si no fue un desperdicio desmenuzar los escritos no de Sor Juana, la monja jerónima, sino el escrito Soy de una que no es jerónima, y creo que monja tantito menos, una de la que la Jana Chantal asentó la ficha signalética:- Nada menos que la compañera Niurka, mi colega de oficio.

Observé a la Jana Chantal (el Tano de día, vulcanizador de los repelos de llantas que Texas nos avienta por media cara): alta, delgada, bolerito tachonado de cha-quira, mini-mini de licra y medias negras, cuadriculadas. La Jana Chantal es enemiga mortal de mi prima Tencha chica, que ficha en El Burro de oro bajo nombre artístico de La Princesa Tamal, con la que disputa la clientela. Disputa la Jana Chantal y disputa mi prima. Las dos. Ella siguió:

– Pero no sólo Niurka. Ana Colchero también, y Claudia Lizaldi, Aline, Jordi Rosado, Regil, tantos que se revelan de escritores. Ya oigo a los criticones que nunca fallan y casi siempre salen sobrando, pero yo también, como Niurka y Ahumada, estoy redactando mis memorias de aventurera. Todo el catálogo de políticos de este y anteriores sexenio que han requerido mis servicios salen por orden de estatura, el prólogo voy a pedírselo yo sé a quién.

Y me miraba. Tragué saliva, tragué un buche de infusión. La voz del maestro me libró del sofoco: «Pero no sólo Niurka. La vanidad de parir capítulos ha sido la gripe AH1N1 de los políticos. López Portillo es autor de Quetzalcóatl, Mis tiempos y algunos más. Salinas tiene, entre otros, México, un paso difícil a la modernidad. Por cuanto a El maratón presidencial, ¿identifican a su autor?»

Nos miramos. A modo de indicio el maestro leyó: «Lo escogí como mi sucesor porque no había opción mejor. Me decidí por él cuando supe que violó la ley para salvar a su maestro, que estaba a punto de ser detenido bajo sospechas de corrupción».

Suplicante, mi primo el Jerásrno, licenciado del Revolucionario Ins.: «Que mi partido está a punto de recuperar Los Pinos. Discreción…»

– Cálmese. La corrupción no es privativa del PRI. El párrafo completo: «Escogí a Vladmir Putin como mi sucesor. (…) El violó la ley para salvar a su maestro, A. Sobechak, acusado de corrupción». El autor de la obra es Boris Yeltsin de Rusia, que la publicó «para recomponer mi imagen». Elocuentes estos párrafos: «Tengo una casa de campo, un automóvil, un departamento en Moscú, un refrigerador en la casa de campo y otro en el departamento, varios televisores; muebles de sala, sillones, libreros, etc.; algo de ropa también y unas pocas joyas que son de mi mujer y mis hijas; raquetas de tenis, una báscula, rifles de cacería, libros, un aparato para escuchar música y una grabadora pequeña».

«Mis hijas han derramado muchas lágrimas, perdieron nervios y salud, por las mentiras de la prensa. ¿Cómo explicarles que los ataques infundados son la cruz que debe cargar toda persona famosa, que hay que aguantarse y no hacerles caso?» «El alcohol es un excelente recurso para quitarse el estrés. Cuando arrebaté la batuta al director de una banda militar, el dia de la retirada del último contingente soviético de Alemania, el ambiente cargado y lo histórico del momento me provocaron una insoportable sensación de pesadez. Me liberé de ella después de unas copas, alcanzando un estado de levedad en el que me sentí capaz incluso de dirigir aquella orquesta». ¿Qué les parece el ruso? Infinitamente pobretón junto a su colega Salinas, ¿en lo extrovertido qué tiene que envidiar a Niurka o Ahumada?

Pues sí, pero el che desnuda a Sainas, el enano del tapanco que fue en su momento el orejón más odiado de los mexicanos; pero no tenemos memoria, y ahora mismo el supremo depredador del erario público sigue moviendo los hilos de la grilla nacional. Sus títeres van desde allá arriba, miren, hasta acá abajo, y a quién le importa, dijo don Tintoreto, y el maestro:

– Escritor de más alto rango fue López Portillo que en su momento de gloria y Quetzalcóatl, y que al dejar el poder se tornó personaje de aborrecimientos. Al final, redrojillo humano, bajó hasta la abyección de declarar a los medios: «Sasha me pega, me maltrata, de pendejo no me baja….»

(Más de la tertulia, mañana.)

Para no morir del todo

La trascendencia, mis valedores, esa nuestra humanísima aspiración a perpetuarnos en la memoria de quienes nos sobrevivan, afán inconfeso de mantenernos el tanto de un suspirillo en el recuerdo de aquellos que se beneficiaron de nuestras acciones si es que en vida conocimos el humanismo, que nos llevó a legarles una obra que a este o aquel pudo beneficiar. Hace un par de años manifesté aquí mismo a ustedes que yo, por que alguno recuerde que fui algo más y mejor que el palo blanco (ni echa vaina ni florea, nomás ocupando el campo), toda mi vida he procurado satisfacer esa de las necesidades básicas del humano que valora su salud mental: la trascendencia. No morir del todo.

Plantar un árbol, engendrar un hijo y escribir un libro. Tal es, de alguna manera, la receta para sobrevivir a los despojos mortales, al puñito de cenizas en que yo me he de convertir. Seguir viviendo en la memoria de alguno al que haya dado a valer. ¿Cuáles de esas tres condiciones han cumplido ustedes? Yo de mí puedo decir y digo: no uno, sino muchos árboles he plantado en tierras baldías. Sombra y frutos ahí quedan para que hablen por mí Por cuanto a engendrar un hijo: varios también, que también ahí se me quedan. ¿Me recordarán? Un consuelo me queda: que en mí ya no podrán tomar desquite Tocante al libro…

Una decena he escrito; que saquen la cara por mí, y ustedes han de dispensar por los siete u ocho que se han publicado; la culpa no ha sido mía del todo, que la comparten El Fondo de Cultura Económica y Joaquín Mortiz, Novaro, Grijalbo y Empresas Editoriales. Es culpa, además, de tantos miles de ustedes, que pian pianito, pero agotaron ediciones. Mis libros…

Al escritor es justo reconocerle, si no otro mérito, que en el áspero trayecto que se ve forzado a recorrer para la publicación de su obra padece como penitencia cuaresmal la obligada visita a las siete casas (editoriales), y su pendulear de este a este otro escritorio, en uno de cuyos cajones va a quedar sepultada nuestra carpeta, de donde será exhumada meses o años después ya en calidad de momia, y colocada ante los lentes implacables de los escrutadores. Su sentencia, inapelable, determinará la publicación o el cambio de cementerio: del cajón del escritorio al cesto de la basura, y RIP. Cuántos de mi oficio han tenido menos suerte que yo, beneficiado por editores en los que ha sido menos el rigor y más el espejo y la flor de la generosidad…

¿Que para qué les hablo de asuntos personales? Porque deseo prevenirlos (mi buena intención) de esa tormenta de estiércol que puede emporcarlos. Noble el libro como es, y satisfactorio el ver nuestro nombre en letras de molde, nauseabundo resulta observar la arribazón de estiércol zurrado por individuos ajenos al quehacer literario, sean hombres públicos o mujeres públicas, y así de la grilla polí­tica como del bataclán, de la estridencia de nota roja o la pornografía vil. Hoy esas y esos a cada rato malparen libracos apresurados, improvisados, de coyuntura y efímera vida, tan ayunos de calidad como sobrados de exhibicionismo barato, el de nalgatorio y lugar excusado.

Cuidado, precaución. Andan por ahí ciertos especímenes, hermanos de leche, de bodrio y de heces, del alimento espiritual que da a tragar a las masas el duopolio de la TV, desde La oreja hasta La Nalga, la entrepierna y el cóccix, y lo patético: de repente tuvimos La revolución de la esperanza, pero no la esperanza de la revolución (no la que se forja con pólvora, sangre, y lágrimas, sino una en que algún día, ya capacitados para pensar, nos demos un gobierno que mande obedeciendo. Entre tanto…)

La revolución de la esperanza es un libro que escribió (¡imagínense!) el especialista en «José Luis Borgues». ¿Se lo habrá inspirado esa Marta Sahagún que, aludiendo a Rabindranath Tagore, le llamó «La gran Rabina Tagore»? Por cuanto a ustedes, mis valedores, ¿compraron La Jefa o los engendros de Annel, o prefieren, anhelantes -acezantes- ese que anuncia o ya ventoseó una Niurka de clítoris delirante? Allá ustedes. Pero cuidado…

Porque ahora, de súbito, trasero que habla en voz alta y nueva tufarada de unos intestinos constipados de pudrición, truena de pronto esa nueva descarga diarreica que entre veras y embustes destapa la letrina burbujeante de heces que es en esencia la política de nuestro país. ¿Alguno de ustedes compró o va a comprar Derecho de réplica, de un Carlos Ahumada? (¡Agh!)

Pre-infarto

Pero ya todo volvió a la normalidad. Los hechos.

Todo ocurrió después del crepúsculo en el parque público de aquí a la vuelta, a esa hora parda de entre dos luces en que los espíritus de la noche, en brama, se echan sobre una postrera claridad que apenas libra el acoso brincando el cresterío del poniente, y hasta otro día Yo, pistojeando bajo el farolillo de amarillenta luz, leía en el vespertino:

«Asesinados 37 periodistas en México en 1995-2008. Diario se detiene a una persona que lleva un arma de fuego».

Me estremecí. Miré en torno: soledad, silencio apenas raspado por el vientecillo que enrosca la cola en el follaje de los eucaliptos. Oscuridad en un parque, a la medida para atorones y levantones de criminales disfrazados de policías, policías disfrazados de civil o sardos disfrazados de sardos. Ahí, agazapada entre los setos, aquella parejita, él y él. Nuevo estremecimiento. Cómo enfrentar la violencia desbozalada La oscuridad me oscurecía el poco valor que me otorgó Madre Natura, que a la hora de enfrentar criminales vale Natura. Me la persigné. Discretamente. Musitando el Magnificat me acerqué al siguiente farolillo de legañosa luz, y entonces…

Detrás del arbusto las voces cascadas. En el fierro de la banca aquel par de viejos, ella y él (nada de que «adultos en plenitud», «tercera edad» y demás eufemismos ridículos), que al amor de la penumbra ejercitaban el oficio de los viejos: recordar. «¿Te acuerdas, Chonita?» «Como si orita fuera.»

Yo soy enemigo de pastorear recuerdos, ejercicio senil, pero tanta ternura exhalaba la escena, y era tan vivo el aroma del seto que los arropaba, y tan mansa la hora, y el parque tan pleno de paz, que dejé atrás la parejita sospechosa, él y él, e hice de lado la nota roja, que es decir todo el periódico, y pian pianito me afortiné detrás del pirul. Y a escuchar a la pareja de ancianos:

No, y el México de aquel entonces, el que fue nuestro México. Esta ciudad que fue nuestra, cuando a deshoras de la noche podías recorrerla a pie sin el peligro de que te asaltaran ladrones o virus, y al caminar envolverte en la magia nocturnal de callejas, plazuelas y callejones. ¿Te acuerdas?

Cómo no voy a acordarme, si fue en uno de aquellos callejones donde aquella noche me acorralaste y tuve que dártelo, el sí, y del sí al altar. Qué tiempos…

«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos», pensé. Suspiré En el bandazo de viento un ebrio autocompasivo se lamentaba «porque esta vida que llevo – si no hiera porque bebo – no la habría de merecer…

El policía, ¿te acuerdas? Amigo del barrio, vecino de todos, compadre. ¿Te lo imaginas de torturador, como los de ahora? ¿De secuestrador?

El México que pensaba no en dólares, a lo descastada ¡En pesos fuertes! No en entreguismo a Washington mientras, paradoja cruel, erigía unas banderas monumentales. Toda la tela comprada en Texas. De no creerse

– No, y los edificios públicos. Llegabas, entrabas y te entrevistabas con el licenciado sin necesidad de identificaciones, revi­siones humillantes y dejar en prenda tu fe de bautismo. Lo que los licenciados han hecho de este país.

Y el suspiro por aquel nuestro México que nos arrebataron para nunca más…

Pero lo que más me puede, Ramiro: los sacerdotes de más antes, beatos en vida El amor, el espíritu, la elevación, la mística ¿Y hoy? Unos cardenales que desde sus Mercedes Benz y BMW predican la pobreza Un empresario taurino, golfista y buen vividor, sospechoso de robo por 130 millones de dólares, nuestra moneda nacional, que se atreve a revestirse de obispo y consagrar el vino y el pan Réprobos Onésimos.

Como el reverendo Maciel. Padrecito, sí, pero de familia, que se tomó muy a pecho el «dejad que los niños se acerquen a mí». ¿Con cuál de esos ponernos en paz con Dios cuando se nos llegue la hora que no tarda, Chonita?

Y que destrucción de las áreas verdes y erario público, y que el deterioro de la calidad de vida del pobrerío, y la riqueza de sinvergüenzas del calibre de los Salinas, Montiel, Fox, Bribiesca, Sahagún. Y que para nosotros la ausencia de futuro, y que… (A lo lejos, parturienta en los primeros dolores, la ambulancia ¿Un infectado por la AH1N1? ¿Por la AK-47?)

Y los asaltantes, Ramiro, que nos mantienen en el filo del pánico.

¡Muy cierto! (No me pude aguantar, y saliendo de atrás del pirul:) «¡Este es un asalto!» ¿No es esa frase el santo y seña del México actual?

Esto ya no lo escuchó el anciano. Derribado él, ella, los brazos en alto, me entregaba su bolsa «¡Pero él se me muere, Dios…!”

La parejita, él y él, resultaron ser médicos. (Uf.)

La peste

Y de repente, mis valedores, que nos echa encima la influenza. Con los conquistadores nos llegó de España y se afincó en esta tierra virgen, o casi, para consolidarse en los tres siglos de la Colonia y mantenerse viva y actuante con personajes del calibre de Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna. Victoriano Huerta y Porfirio Díaz. En hibernación durante los 70 años del PRI-gobierno, renace con Salinas de Gortari y hoy, de repente, como erisipela, brota con otras plagas: Fox, El Yunque, los Legionarios de Cristo y los cristeros tardíos, para diseminar toda su virulencia con Calderón y las beatas monjas del Verbo Encarnado. Y así hasta hoy…

Hasta hoy, cuando el contagio se extiende a las regiones de la política, la educación, la economía, las finanzas, la pornografía, la pederastía, la paidofilia y la homosexualidad, espacios estos últimos donde su virulencia alcanza expresiones nunca antes imaginadas, como esa que acaba de eructar el obispo Leopoldo González, secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano, CEM.

– ¿Curas pederastas y pornógrafos? Entre más humanos nos vean más nos van a apreciar…

Hoy, a lo escandaloso y al parejo de los ultraderechistas que «haiga sido como haiga sido» se encaramaron y se han enquistado en Los Pinos, cubren los reverendos el vacío de poder que se advierte en un gobierno de malvavisco y se aplican a masacrar el estado laico, luego de que a la ley de la viva fuerza ayudaron a imponer a Calderón. Lo expresaron tras la masacre del 2006:

«La CEM se congratula por la labor realizada por los medios en el proceso electoral. El seguimiento que hicieron del escrutinio de los votos nos habló de la transparencia reinante en la elección. Los medios estuvieron a la altura de lo que el pueblo ha querido. Por cuanto a los delitos electorales que cometieron los curas, el Episcopado se lava las manos».

Se las lavó y se las sigue lavando. Hoy mismo Guillermo Ortiz, obispo de Cuautitlán, hace un llamado a los sacerdotes para que «con la iluminación de la Iglesia Católica y bajo la luz de su doctrina ayuden en este proceso rumbo a la democracia», y Ricardo Watty Urquidi, obispo de Nayarit, llama a todos los votantes a elegir candidatos católicos, que son quienes tienen los criterios más acordes con el Evangelio. (El IFE, en tanto, protesta una y otra vez por la ingerencia de las sotanas. Gobernación guarda religioso silencio.) Y mientras la CEM prepara un documento «profundo y bien hecho» para evitar el abstencionismo, Florencio Olvrera, obispo de Cuernavaca, ya emitió un Decálogo de Pecados Electorales.

Guadalajara. Juan Sandoval Íñiguez  lo afirma en el órgano de Difusión y Formación Católica «Como ejemplo de nobleza para otros partidos, el PAN devolvió a la Iglesia millones de pesos que serán para los pobres. Tal gesto de esplendidez de tan honrado partido debe el pueblo, agradecido, recompensarlo».

Millones para los pobres. A propósito: «Es necesario modificar el Código de De­recho Canónico, opinan especialistas, para castigar a los obispos, arzobispos y cardenales que utilizan escoltas, viajan en BMW y Mercedes Benz y ostenta riquezas desmesuradas, porque violan el código que rige a la Iglesia Católica. Clérigos como Norberto Rivera, Carlos Aguiar y Onésimo Cepeda Riqueza y ostentación como las de Guillermo Schulemburg, abad emérito de la basílica de Guadalupe, que posee oro, obras de arte, coches de colección, una residencia con pisos de mármol importado de Italia y una gran profusión de tapetes persas. Obispos y cardenales, escribe S. Castaneira tienen cavas con vinos seleccionados, como el Petrus 1998, del que una botella de litro y medio llega a costar hasta 171 mil pesos.

¿El problema con los narcotraficantes? «Hasta los narcos respetan a la Iglesia, afirma Emilio Berlié, obispo de Yucatán. Y Leopoldo Mendivil en el matutino: «De eso Berlié sabe mucho, aunque pocos recuerden las ligas económicas que tuvo con el Cartel de Tijuana, que según las noticias de su gestión como obispo en aquella ciudad entre julio de 1983 a abril (sic) de 1995, entre otros magníficos y costosos regalos que los envenenadores de la juventud le hicieron, fue (resic) construir el que entonces se conoció como el más hermoso, confortable y lujoso seminario de todo el país. ¿Cuántos perdones en el nombre de Dios habrán costado al obispo Berlié tamañas consideraciones de los Arellano Félix?

El clérigo Manuel Corral: «Las amenazas del narco no nos preocupan. La Iglesia siempre tiene que ser profética y, por tanto, denunciar las injusticias y anunciar el Evangelio. Si esto lleva al martirio, no callaremos, aunque esto no significa que haya muertos a lo pendejo». (Dios…)