Acteal, herida que no cesa

Los hoy muertos y heridos estaban rezan­do de rodillas. Los balacearon por la espal­da. Jesucristo Nuestro Señor, Príncipe de la Paz, el Verbo que vino a poner su mora­da entre nosotros, fue rechazado por las ti­nieblas…

Años más tarde la Suprema Corte de Justicia de la Nación determina la libertad de los indígenas acusados de participar en la masacre de Las Abejas, comunidad de Acteal, en Los Altos de Chiapas, perpetra­da el 22 de diciembre de 1997, donde fue­ron asesinados 45 indígenas entre niños, varones y mujeres embarazadas. La libertad de los detenidos no se debe a que sean inocentes, sino a que su proceso está vicia­do de origen. Yo cada diciembre recuerdo aquí mismo a los mártires de Las Abejas. Hoy, porque una «justicia» burriciega trae a Acteal en los labios, aquí las vivas pala­bras de monseñor Samuel Ruiz, que en su Carta pastoral de la Navidad de 1997 se di­rigía «a todo el pueblo de Dios que pere­grina en nuestra sufrida Diócesis de San Cristóbal de las Casas. A todos nuestros hermanos. Agentes de pastoral»:

«Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contex­to trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecu­ción y exilio y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chenalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido: el nacimiento en nuestra carne del Verbo de Dios, aconteció en el marco doloroso del mayor sufrimiento. La luz verdadera irrumpe en medio de la más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luc­tuosa. No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muer­tos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denuncia­do acuciosamente a las autoridades que lo podían haber frenado, con anterioridad a este indignante desenlace.

Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso aconteci­miento un verdadero crimen contra la humanidad. El hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, arma­dos, contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados. El hecho de que ese grupo victimado sea uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecu­ción de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado. El hecho de que las víctimas fueran un grupo de personas recientemente hostigadas hasta el punto de ser obligadas a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se en­contraban ya en calidad de desplazados.

El hecho de que el ataque se haya ve­rificado en un momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, oran­do por la paz; y seguramente orando por quienes les perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas. ¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que hablan estado cerra­das y ocupadas por grupos armados de civi­les y de policías, en este mismo día, en una ermita de la zona de Los altos hayan si­do masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la vio­lencia. ¡Y para este pueblo tan hondamen­te religioso! Toda la tradición judeo-cristiana, secular, de que los templos son San­tuario para los perseguidos, ha sido aquí pisoteada.

El hecho de que hoy, a muy temprana hora, las autoridades del estado hayan ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios funcionales (podrán hablar de la necesidad de practicar autopsia o evitar una peste), viene a convertirse en un agravio más, y no menor, a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:

– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos! ¡No dejen que se los lleven!

Quien conoce el alma indígena sa­be hasta qué punto es existencialmente indispensable hacer el duelo, llorar a los muertos. ¿Será que hasta ese consuelo les va a ser arrebatado? Sólo por la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera. Esta, y no la de la sociedad de consumo, es la que permite entender a fondo el misterio de la Encamación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor…

Cuánto trabajo nos cuesta, en este momento, decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Ni­ño nace muerto…»

Acteal. Los masacrados viven Y reclaman (Óiganlos.)

Del beato Maciel

Más que el paradero de sus seis o más hi­jos, los bancos del Chile pinochetista y quizá Liechtenstein serian buenos sitios donde comenzar a buscar ya no a Maciel el sexópata, sino al gran estafador y chantajista que po­cos, muy pocos hemos señalado.

Y es ella, Roberta Garza, quien ha se­ñalado las sinvergüenzadas de Marcial Ma­ciel como estafador, chantajista y bienamado de Juan Pablo II, su protector. Y es como para preguntarse: ¿seguirá en Roma el proceso de beatificación de ese que, se­gún revelaciones escandalosas, fue tam­bién cocainómano?

Hace tres décadas que en la Puebla «de los ángeles» se celebró la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y mientras se afirmaba la unidad y la comu­nión de la Iglesia, se excluía a los sacerdotes de la Teología de la Liberación en Iberoamé­rica «porque piensan de modo distinto». En Argentina, entre tanto, y «ante la indiferen­cia del Episcopado de aquel país», amplios sectores de la Iglesia Católica argentina, jun­to con gente de la comunidad, eran víctimas de una represión brutal que incluía el ase­sinato, la desaparición y el encarcelamiento de sacerdotes, religiosos y dirigentes de or­ganizaciones cristianas. Y a propósito, mis valedores, ¿continuará el sañudo proceso de aniquilación de la benemérita Teología de la Liberación, que intenta El Vaticano?

Marginados ya desde Puebla, excluidos por el clero de Roma, ya desde entonces los teólogos de la Liberación eran satanizados, y condenado su apostolado entre el pobrerío según la palabra viva del Evangelio. En México, por ejemplo, de la diócesis de Cuernavaca se echó fuera a don Sergio Méndez Arceo para acomodar a Posadas Ocampo y Luis Reynoso, bienamados de industriales. De la diócesis de San Cristóbal de las Casas se expulsó a don Raúl Vera para sembrar en su lugar a un aborrecedor de indígenas zapatístas, Felipe Arizmendi

La Teología de la Liberación. Mientras más conozco los hechos de papas, obispos y cardenales, y más llego a saber de sacer­dotes paidófilos y pederastas, más admiro el compromiso de los cristianos (aunque cató­licos también, qué contrasentido) en su lu­cha por la liberación de pueblos oprimidos y, en su caso, reprimidos. Esto decía de los practicantes del Evangelio cuando la confe­rencia de Puebla el sacerdote Cabestrero:

– Los teólogos de la Liberación son la reserva más densa de la profecía y de la gracia del espíritu en nuestra Iglesia. Son su futuro mejor. Veo en ellos, con todos los que sufren persecución cruenta, ca­lumnia, tortura, cárcel, exilio o muerte por causa del Evangelio de Jesús, y con los mismos pobres, campesinos e indígenas que sufren pobreza y acoso en la fe, cons­truyendo el verdadero pueblo de Dios en éxodo y en cruz, el «hecho mayor» de la Iglesia latinoamericana en este tiempo, la mayor riqueza que ésta puede ofrecer a la iglesia universal. Y son fuerzas de huma­nidad y cambio social.

Los teólogos de la Liberación: «La con­fesión de la fe en Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, como el Cristo, sigue siendo un hecho eclesial fundamental y funda­mentalmente para una Iglesia que se de­nomine cristiana. Sin esa confesión no tie­ne sentido hablar de una Iglesia «cristiana», ni sería honrado hacerlo. Pero si se hace de Cristo una abstracción se corre el peli­gro, largamente confirmado por la histo­ria, de creer en un Cristo que no es sino extrapolación de determinados intereses, sean legítimos, egoístas u opresores.

Si se hace de Cristo una abstracción se corre el peligro, largamente confirmado por la historia, de creer en un Cristo que no es sino extrapolación de determinados intereses, sean legítimos, egoístas u opre­sores. Ocurre el paradójico peligro de po­derlo manipular, precisamente en el mo­mento de hacer una sublime confesión de Cristo. Por eso en Iberoamérica se ha­ce tanto hincapié en el Jesús histórico, a pesar de las dificultades que eso supon­ga, porque se comprueba la recuperación que hace el sistema opresor de cualquier Cristo que no sea el Jesús histórico. Cual­quier abstracción de Cristo que deje abierta la puerta a la injusticia o a la resignación e inanición ante la injusticia es fundamentalente sospechosa.

¿Los políticos Rivera Carrera, Carlos Aguiar y Onésimo Cepeda de aquí y de to­das partes? A ésos increpa el que habla por boca de Osías:

«Con su maldad alegran al rey, y a los príncipes con sus mentiras. Vuestra piedad es como nube de la mañana, y como el ro­clo de la madrugada, que se desvanece (…) Porque misericordia quiero, y no sacri­ficio, y conocimiento de Dios más que ho­locaustos».

(¡Maciel!)

Del beato Maciel

Más que el paradero de sus seis o más hi­jos, los bancos del Chile pinochetista y quizá Liechtenstein serian buenos sitios donde comenzar a buscar ya no a Maciel el sexópata, sino al gran estafador y chantajista que po­cos, muy pocos hemos señalado.Y es ella, Roberta Garza, quien ha se­ñalado las sinvergüenzadas de Marcial Ma­ciel como estafador, chantajista y bienamado de Juan Pablo II, su protector. Y es como para preguntarse: ¿seguirá en Roma el proceso de beatificación de ese que, se­gún revelaciones escandalosas, fue tam­bién cocainómano?

Hace tres décadas que en la Puebla «de los ángeles» se celebró la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y mientras se afirmaba la unidad y la comu­nión de la Iglesia, se excluía a los sacerdotes de la Teología de la Liberación en Iberoamé­rica «porque piensan de modo distinto». En Argentina, entre tanto, y «ante la indiferen­cia del Episcopado de aquel país», amplios sectores de la Iglesia Católica argentina, jun­to con gente de la comunidad, eran víctimas de una represión brutal que incluía el ase­sinato, la desaparición y el encarcelamiento de sacerdotes, religiosos y dirigentes de or­ganizaciones cristianas. Y a propósito, mis valedores, ¿continuará el sañudo proceso de aniquilación de la benemérita Teología de la Liberación, que intenta El Vaticano?

Marginados ya desde Puebla, excluidos por el clero de Roma, ya desde entonces los teólogos de la Liberación eran satanizados, y condenado su apostolado entre el pobrerío según la palabra viva del Evangelio. En México, por ejemplo, de la diócesis de Cuernavaca se echó fuera a don Sergio Méndez Arceo para acomodar a Posadas Ocampo y Luis Reynoso, bienamados de industriales. De la diócesis de San Cristóbal de las Casas se expulsó a don Raúl Vera para sembrar en su lugar a un aborrecedor de indígenas zapatístas, Felipe Arizmendi.

La Teología de la Liberación. Mientras más conozco los hechos de papas, obispos y cardenales, y más llego a saber de sacer­dotes paidófilos y pederastas, más admiro el compromiso de los cristianos (aunque cató­licos también, qué contrasentido) en su lu­cha por la liberación de pueblos oprimidos y, en su caso, reprimidos. Esto decía de los practicantes del Evangelio cuando la confe­rencia de Puebla el sacerdote Cabestrero:

– Los teólogos de la Liberación son la reserva más densa de la profecía y de la gracia del espíritu en nuestra Iglesia. Son su futuro mejor. Veo en ellos, con todos los que sufren persecución cruenta, ca­lumnia, tortura, cárcel, exilio o muerte por causa del Evangelio de Jesús, y con los mismos pobres, campesinos e indígenas que sufren pobreza y acoso en la fe, cons­truyendo el verdadero pueblo de Dios en éxodo y en cruz, el «hecho mayor» de la Iglesia latinoamericana en este tiempo, la mayor riqueza que ésta puede ofrecer a la iglesia universal. Y son fuerzas de huma­nidad y cambio social.

Los teólogos de la Liberación: «La con­fesión de la fe en Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, como el Cristo, sigue siendo un hecho eclesial fundamental y funda­mentalmente para una Iglesia que se de­nomine cristiana. Sin esa confesión no tie­ne sentido hablar de una Iglesia «cristiana», ni sería honrado hacerlo. Pero si se hace de Cristo una abstracción se corre el peli­gro, largamente confirmado por la histo­ria, de creer en un Cristo que no es sino extrapolación de determinados intereses, sean legítimos, egoístas u opresores.

Si se hace de Cristo una abstracción se corre el peligro, largamente confirmado por la historia, de creer en un Cristo que no es sino extrapolación de determinados intereses, sean legítimos, egoístas u opre­sores. Ocurre el paradójico peligro de po­derlo manipular, precisamente en el mo­mento de hacer una sublime confesión de Cristo. Por eso en Iberoamérica se ha­ce tanto hincapié en el Jesús histórico, a pesar de las dificultades que eso supon­ga, porque se comprueba la recuperación que hace el sistema opresor de cualquier Cristo que no sea el Jesús histórico. Cual­quier abstracción de Cristo que deje abierta la puerta a la injusticia o a la resignación e inanición ante la injusticia es fundamentalente sospechosa.

¿Los políticos Rivera Carrera, Carlos Aguiar y Onésimo Cepeda de aquí y de to­das partes? A ésos increpa el que habla por boca de Osías:

«¡Vénganse contra nosotros!»

La errática lucha de este gobierno con­tra los carteles de la droga, que luchan en­tre ellos y dejan con el reto en la boca al secretario de Gobernación. Los aludidos continúan produciendo su droga, distribu­yéndola, comercializándola y cosechando arrobas de dólares mientras se dan tiempo para desgarrarse entre ellos por zonas de influencia y mercados. El gobierno, entre tanto, furioso y desatinado, a disparar rá­fagas de sardos por este lado y de policías por aquel, y a ciegas y para todos lados desbalagar hatajos de uniformes estatales y municipales, y a ver qué sale más allá de lo usual: sangre, muerte, venganza, rencor. Tertulia de anoche. El maestro:

– Allá el gobierno y su cerrazón para oír consejos. Tengo aquí el acta de la tertu­lia de hace años, donde se le obsequiaba la solución al problema.

Su libreta de pastas negras. «Tertulia de junio del 2007. Junto a la jarra de infu­sión, media docena de periódicos y revis­tas, catálogos de nota roja que chorrean sangraza, cuerpos sin cabeza y cabezas sin cuerpo, con sus mensajes recamados de «zetas». Ah, tiempos mexicanos cuando los mensajes utilizaban el correo y el telégrafo, no restos humanos. Ah, este México nues­tro, sin cabeza en Los Pinos».

– Y la solución que proponía al de la ceja alacranada, hoy aún más vigente que en aquel entonces: «Existió en tiempos re­motos cierto vejete que atesoraba en el ar­cón sus buenas monedas de oro, y en la despensa, por todo alimento, tres pedazos de queso y uno de pan. Pero la mala for­tuna de aquel avaro; cada día queso y pan encontraba mermados por la acción de las ratas, y se la jalaba, la greña, pero qué ha­cer. ¿Una ratonera? ¿Y tener que cebarla con un cacho de queso? ¡Nunca! ¿Un ga­to? ¿Y tener que mantenerlo, y aun cui­darse de él? ¡Menos! Pues sí, pero enton­ces, ¿cómo salvar su despensa raquítica? El ruincejo se puso a pensar, hasta que de repente: ¡Eureka, la solución! Y a ponerla en práctica.

Así, con paciencia y salivita, el ava­ro se las ingenió para apresar una rata, y la metió en una jaula y la dejó sin comer; ya cuando la rata bufaba de hambre la ali­mentó con carne, pero carne de ratas, que había matado a escobazos. Así día con día; dos, tres rajuelas de alimento que le ate­nuaban el hambre. Carne de rata ¿Van us­tedes captando la idea? Fue así como a trozos de rata sobrevivió la cautiva y les tomó el sabor, y les tomó el gusto, y cuan­do más gustosa a retirarle una vez más la canasta básica y la rata a bufar de hambre. El de Los Pinos, contertulios, ¿irá com­prendiendo la estrategia del avaro aquel…?

Y sí, tal fue la etapa tercera con la roe­dora en delirio por falta de carne, el ruincejo tomó la jaula la arrimó al agujero de aquel submundo que hervía de roedores, y que abre la reja y deja en libertad la ra­ta famélica ¿Se imaginan ustedes? La rartófaga inició, delirante, la devastación de las congéneres, hasta que no quedó una ni para nidal. De ahí en adelante la mortandad entre la roedora población devolvió la calma al avaro, cuyo ‘ingenio’ le ahorraba el gasto del gato y la ratonera». ¿Qué les pa­reció la estrategia del vejancón?

Silencio. Reflexión Bach, en el apara­to. Quedo. Una cantata

– Y lo grave en verdad: que narcos mexicanos serán extraditados al veci­no país. A ratas del tamaño del Güero Pal­ma y el Osiel Cárdenas pudiesen haberlas aprovechado, pero no; dóciles que no fue­ran, y serviles ante el vecino imperial, los que han caído a Los Pinos le regalaron tan valiosa yunta de roedores, qué insensa­tez. Pero en fin, que ratas de todos tama­ños han sido encerradas en celdas de alta seguridad, roedores que a fondo conocen los escondrijos, las andaduras, los pasadi­zos del narcotráfico; que con los ojos ven­dados pueden ventear los rastros de toda esa fauna roedora de criminales que traen descabezado al Estado, que es decir a sus instituciones, que es decir al país. Y una vez más mi mensaje para los encargados de la justicia. Señores procuradores:

¿Y si eligieran a alguna de las ratas que tienen enchiqueradas? La enfurecieron al despojarla de su libertad y de sus mal ha­bidas riquezas, y al sepultarla en una jau­la de este tamaño terminaron por enlo­quecerla ¿Si a esa rata señores justicias, le encargasen la Secretaría de Seguridad Pu­blica o la PGR, que sería soltarla frente a las ratas del narcotráfico? ¿Resultaría peor que ustedes? ¿Caerían sobre tal rata las sospechas que sobre el García Luna de Se­guridad Pública, pongamos por caso? La estrategia que les propongo, ¿sería más funesta que la del patético de Los Pinos?

Silencio en la noche Suspiré. (Qué más.)

«Las cosas buenas del narco”

Así que la Iglesia Católica se ve involucra­da una vez más en asuntos vinculados con el narcotráfico. Conque el sacerdote del templo del Perpetuo Socorro, en Apatzingán, Mich. (donde el ejército entró a saco, destrozó el mobiliario, saqueó los cepos y robó valores de los feligreses), conocía de antemano quiénes asistirían al acto reli­gioso, entre ellos La Troca Beraza y com­pinches. Y válgame, que se avivan las sos­pechas de que muchos sacerdotes de la Iglesia Católica son lavadores de dinero por la vía de las limosnas. Siendo así, ¿tu­vo fundamento la afirmación de Ramón Godínez cuando obispo de la diócesis de Aguascalientes?

– Aquí, en el templo, se purifica el di­nero del narcotráfico que recibimos en ca­lidad de limosnas. Al traspasar el dintel del templo las limosnas de los narcos se blanquean.

Bernardo Barranco en su colaboración periodística del pasado jueves:

No hay que olvidar la homilía del sacer­dote Raúl Soto, canónigo de la Basílica de Guadalupe, cuando exhortó en 1995 a que más mexicanos siguieran el ejemplo de Ra­fael Caro Quintero y Amado Carrillo, quie­nes entregaron donaciones millonarias a la Iglesia Católica…

Ahora pronto, en la voz de Carlos Aguiar Retes, presidente de la Conferencia del Epis­copado Mexicano, que ya como arzobispo de Tlalnepantla hizo su arribo oficial en un au­tomóvil de lujo para más tarde y en su ho­milía aconsejar la vida en pobreza:

– Los narcos piden orientación a los obispos. La Iglesia Católica se ha beneficia­do de los acercamientos, pero no voy a de­cir nombres de obispos ni de narcotraficantes.

El cardenal de Guadalajara Juan Sandoval nunca se ha podido sacudir las sos­pechas de enredos con el narcotráfico, pe­ro en el sexenio anterior fue exonera­do gracias a un oportuno milagro de San Cristóbal; no el santo descontinuado sino el rancho de Fox, a donde el purpurado en entredicho fue en romería Al asunto se le propinó fulminante carpetazo. Laus Deo

Pues sí, pero desde Jalapa, Ver., pro­testaba el obispo Sergio Obeso: «Yo rechazo que la Iglesia esté utilizando dinero del nar­cotráfico. Se pueden decir tantas cosas, pe­ro no basta con decirlas, hay que probarlas».

Probarlas. Lo admitía Carlos Quintero, obispo de Hermosillo, Son.:

– Bueno, sí, en Tijuana existen familias que han sostenido parroquias con dinero del narcotráfico. Seamos realistas. Sí, no podemos ocultar el mal, pero tampoco de­bemos omitir las cosas buenas del mal. En Tijuana hemos encontrado familias buenas que han ayudado a sostener el seminario y muchas otros que han aumentado el nú­mero de parroquias. Acepto que recursos provenientes del narcotráfico han llegado
hasta las arcas de la Iglesia».

Un José Raúl Soto, profesor de la Univ. Pontificia de México: Aquí, en la Basílica de Guadalupe los narcotraficantes son muy ge­nerosos. Sin dejar de ser traficantes de drogas, ayudan y dan limosnas que nosotros ya las quisiéramos hacer. Los más generosos hasta hoy han sido Rafael Caro Quintero y Amado Carrillo, particularmente…

Alberto Athié, sacerdote: «La Iglesia Católica Mexicana se mantendrá siempre abierta a los narcotraficantes. Son vistos como los más malos entre los malos, pero no podemos identificarlos como personas en esencia malas.

Feligreses de Malpaso, Ags., acusan al sacerdote Samuel Jara Acuña de que «man­tiene relaciones con narcotraficantes. Ellos le obsequiaron una camioneta y un arma de fuego. Este sacerdote maneja una sola capilla en una población de 3 mil habitan­tes, pero ahora tienen dos cuentas bancarias, una de ellas de un millón 310 mil pesos…»

El cura católico Gerardo Montaño Ru­bio: «Reconozco que recibo donativos de la familia Carrillo Fuentes». (Lo acompañaba el cura Ernesto Álvarez, amigo de la familia Carrillo Fuentes, que lucía costo­so reloj de oro y manejaba lujoso automó­vil. Que fue él quien viajó con el narcotraficante en un recorrido por Tierra Santa y celebró, en Guamuchilito, Sin., la misa de cuerpo presente en el sepelio del apodado Señor de los Cielos».)

Gerónimo Prígione cuando nuncio apostólico del Vaticano en México: «El pa­dre Montano fue el enlace entre los Arellano Félix y yo, pero no volveré a tener con­tacto alguno ni a entrevistarme con narcotraficantes».

El golfista, empresario taurino, bont vivant y obispo Onésimo Cepeda

– Nosotros los clérigos les decimos a los narcotraficantes: Váyanse, hijos, el Señor los perdona y no pequen más.

(Dios…)

Carroña

– El sistema policial mexicano está bien podrido.

Un murmullo de disgusto en la tertulia de anoche. Abierta su libreta de las pastas negras habló el maestro. «Pero no escandalizarse antes de tiempo, contertulios, que la declaración de Joseph Biden, senador norteamericano, fue expresada no ahora ni ayer, sino allá por 1997.

– O sea que esa lacra viene de muy atrás, ¿Pero nada más el sistema policial estaba podrido? La tía Conchis.

– Fue por aquellos años cuando el país estaba sujeto a la «certificación» anual de La Casa Blanca. Ese 1997 el presidente Clinton exigió, para otorgarla, seis condiciones que habrían de cumplirse en un plazo de tres a seis meses. Las exigencias, mucho más moderadas que las de años anteriores:

1) Arrestar a Amado Carrillo Fuentes y los hermanos Arellano Félix. 2) Otorgar inmunidad diplomática a los agentes de la DEA norteamericana que operan en México. 3) Aceptación de que los policías de esa agencia, la DEA, puedan cruzar nuestra frontera portando armas. 4) Que barcos estadounidenses puedan ingresar libremente a aguas mexicanas. 5) Enviar a Estados Unidos a doce narcotraficantes, entre ellos a Rafael Caro Quintero, y 6) Que las fuerzas armadas mexicanas participen en una fuerza multinacional dirigida por Estados Unidos.

– Humillante para este país, dijo don Tintoreto. Pero nuestros gobiernos, según todos los indicios, tienen como segunda
naturaleza la humillación ante el gringo. Y si no, ¿cómo puede explicarse que nos hayamos escapado de la «certificación», pero ahora el gobierno de México tenga que culimpinarse si quiere recibir (¡y en especie!) los muy escasos dólares de la «Iniciativa Mérida»?

El maestro, su libreta de las pastas negras:

– Oigan la crónica del ambiente que se vivía hace doce años en nuestro país:

«Lo que hoy se imputa al gobernador de Sonora Manlio Fabio Beltrones de su relación con el narcotráfico, era desde hace mucho un secreto a voces en la sociedad sonorense. De hecho, no sólo él; también Alcides, hermano de Manlio, ex-administrador de la Aduana de Tijuana, dio lugar a comentarios semejantes. Y lo mismo ocurrió a otro hermano, Orestes, cuando fue delegado del Infonavit en Sinaloa». Ese escándalo, como ven, se silenció oportunamente, y aquí no ha pasado nada.

– Ni fue el primero ni sería el último. ¿Cómo va en Sonora, a propósito, el asunto de la guardería ABC y de una de sus
propietarias, pariente de Margarita Zavala, la esposa de…?

Silencio en la sala. El maestro: «Oigan ahora la nota del matutino de aquellos años: En el sexenio de Miguel de la Madrid el narcotráfico se metió en las estructuras del Estado. Alardeaba el general Juan Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa Nacional: señores, los 25 mil efectivos militares destacados a (sic) combatir el narcotráfico generan gastos diarios por 125 millones de pesos. En ningún país del mundo se desarrolla un esfuerzo de tal magnitud (sólo le faltó declarar, ceja en alto: ¡Estamos salvando a toda la humanidad!) Se han incrementado las campañas antidrogas, así como el número de elementos del ejército en el territorio nacional. Lo importante de los resultados no es lo que se ha destruido, que es desintegrar al 80 por ciento del narcotráfico en nuestro país, sino que se ha evitado la intoxicación de miles de personas, ya que los estupefacientes decomisados alcanzarían para drogar a una población igual a la de América Latina».

Y sí, poco antes de concluir el sexenio, también el general Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa Nacional, iba a ser señalado de narcotraficante, y no podía visitar Estados Unidos, ya que de inmediato sería aprehendido porque su nombre aparecía en algunos juicios sobre narcotráfico al igual que su hijo, al cual inclusive se registró en libros sobre casos sonados de narcos mexicanos…

– Años después, recordó el maestro, se iba a suscitar entre la Casa Blanca y esos narco-priistas que hoy, mucho me temo (por mí, por ustedes, por este desdichado país), vuelven al poder, el problemón del gringo y agente de la DEA Enrique Camarena, destacado en México y asesinado por narcos mexicanos. ¿Recuerdan ustedes el caso? ¿Ya lo han olvidado, como si nada hubiese ocurrido? (El cochinero sigue mañana.)

Me estremecí…

El fomento de la lectura, mis valedores. Del poeta español Miguel Hernández les hablé la semana pasada, y que en fecha no remota y a manera de homenaje será enviado a la luna su libro Perito en lunas. Ahora les recomiendo un género literario no muy abundante en nuestro país pero que, deleitoso de leer, constituye un espejo distorsionado donde nos podemos conocer y reconocer como individuos y en cuanto comunidad. Qué mejor para ejercitarnos en la autocrítica.

Me refiero a la novela del esperpento, esa hija legítima, natural y putativa de la picaresca española, madre admirable a la que en nuestros países al sur del Bravo le nacieron hijos escasos, estreñidos y encanijados, no bien paridos como pudiésemos esperar de un continente que vive el esperpento, en el esperpento y del esperpento, (su segunda naturaleza), y que del esperpento ha hecho un arte pero no una literatura. En México, cuando más, un Periquillo Sarniento moralista y sermoneador, un discursivo Canillitas, un Pito Pérez, un poeta Margarito, y no más. Y lo mismo en los países al sur, lástima.

Dos novelas del esperpento les aconsejo, las dos de autores españoles que vivieron aquí y en Argentina: Ramón del Valle Inclán y Francisco Ayala. Ambas delinean el retrato hablado del México de

ayer y hoy. La primera se titula Urano Banderas, Novela de Tierra Caliente, y delinea el autoritarismo de un Santos Banderas (López de Santa Ana y otros López, Porfirio Díaz y Díaz Hordas, Echeverría) que a encierro, destierro y entierro rige un país cada día más descontento, hasta que un día, de súbito, en un movimiento espontáneo, lo consabido: en Punta de las Serpientes surge un personaje de tono menor, sin temple de caudillo, de escaso relieve físico y endeble carácter, que va a ser (el menos indicado, como en todo movimiento espontáneo), quien incendie una pradera recalentada, un trópico que en Tirano Banderas es farsa, tragedia, humor y espléndido lenguaje. Léanla

Por cuanto a la novela de Francisco Ayala: Muertes de perro, su título, tiene de escenario un paicillo de embuste y esperpento cuyos destinos rige un mediocre Antón Bocanegra que acostumbra tratar los asuntos de gobierno sentado frente a sus ministros; sentado, sí, pero en la taza del lugar excusado, ante unos funcionarios que se mantienen de pie, una forma de culimpinarse ante el dictador. Desdichado país.

Que el presidente rige los destinos de la república, dije allá arriba, pero dije mal, y aquí se me viene a la mente el México de los catastróficos ocho años y meses del gobierno reaccionario y yunquero de Fox y su sucesor. Porque en la novela y en el sexenio foxista quien manejó toda la vida pública del mortecino país no era el presidente, carácter de jericalla, sino su «pareja presidencial», la «primera dama», terminajo copiado a los gringos que por halagarla le endilga una prensa servil.

En la novela ella es Concha Bocanegra. En la vida real fue cierta mujeruca hasta ayer insignificante cuyas dotes de audacia carente de escrúpulos y arribismo (trepadora y logrera) la encaramaron en el palacio de gobierno, donde ya como «primera dama» se dio al derroche y los lujos, y en un país del tercer mundo vistió ropas del primero mientras desnudaba nuestra pobreza al tiempo de perpetrar unos demenciales saqueos que enriquecieron a toda su parentela, y los estropicios de nuestra Concha Bocanegra páguelo un paisanaje pobre y empobrecido por la siniestra mancuerna, la «pareja presidencial». Para descararse en rastacuerismo ostentosos y afán protagónico la Concha Sahagún tejió su telaraña de compinchajes y complicidades, intrigas palaciegas y maniobras politiqueras, acuerdos secretos Mis valedores:

Creí, candido de mí, que con la Concha Sahagún y su pelele se terminaba la novela del esperpento, pero palabras más o menos he leído en los matutinos, como ustedes también: «Marcia Gómez del Campo, una de las propietarias de la guardería ABC de Hermosillo, Son., es pariente cercana de Margarita Zavala, esposa de Calderón. Por cuanto a Creel, Rufo, Espino y Corral, es imposible que desplacen a César Nava como próximo presidente del CEN de Acción Nacional, maniobra con la que el partido será controlado desde Los Pinos. Al yunquista y enemigo del estado laico lo puso ahí, lo promueve, apoya y respalda Margarita Zavala».

Así que ella también, por ahora todavía acá bajita la mano… Me estremecí. (Qué más.)

Al quemadero

Moxtla fue quemado en la plaza pública, bajo el cargo de «hereje», el 30 de noviembre de 1539. Hoy, la figura del príncipe texcocano nos parece altiva y digna de respeto. (E. O’Gorman.)

Moxtla (Dn. Carlos, para el español), probable nieto de Nezahualcóyotl, tuvo el lóbrego honor de encabezar la lista de víctimas nativas del primer inquisidor efectivo de México-Tenochtitlan, un Juan de Zumárraga El edicto:

«Será condenado a ser llevado por las calles públicas desta ciudad y con voz de pregonero que manifestase su delito, al tianguis de San Ipolito y en la parte y lugar que para esto está señalado sea quemado en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y del no haya ni quede memoria…»

Y acaesció, mis valedores, que aquel día aciago, amigos, dolientes y familiares se acercaban a Moxtla, y mirando al cuytado que una mula torda conducía al quemadero, con lágrimas en los sus dos ojos ansina decíanle:

– Sálvate, Moxtla, por vida tuya. Si tu delito es creer en tus dioses tutelares y no en un Dios Uno y Trino, todo arreglado. Házte católico y salva tu vida Di que adoptas por tuyo al mesmo Dios de Norberto Rivera y Onésimo Rivera, y aquí don Zumárraga te perdona la vida. ¿Verdad que se la condonáis?

– Bueno, sí, aunque una multilla por gastos de arrastre…

– De dientes pa’ afuera di que eres católico. Total, ¿no lo son de ese pelo todos en la Nueva España que de serlo de obras no viviría la sociedad tan huérfana de valores morales? Grave sería que te quisieran hacer cristiano, que cristiano sólo te hacen tus obras. ¿Pero católico, Moxtla?

El cual, rebelde magnífico, con la testa negaba Atado como iba de manos y pies a la bestia acicateábala con talones y suave meneo de zancas. Alguno advirtió un amago de sonrisa en el rostro del penitente.

– ¡No seas penitente, no te quemes! ¿A vara y media del quemadero sonríes? ¿Acaso no amas tu vida? Anda abjura de Huitzilopochtli y como ciudadano que eres orita mesmo te desamarran y nos vamos por la llave…

– ¿La del cielo? (Don Zumárraga.) Antes tendrá que abjurar de su herejía y jurar que Dios es grande y la Iglesia su profeta Así tendrá la llave del cielo.

– Cuál llave del cielo, la de la democracia la de nuestro IFE, para que la democracia crezca y crezcamos todos.

– El relapso salvará la cuera y podrá irse a votar si jura por Dios que se lo va a dar a Nava, yunquero e hijo de yunqueros, elegido de Calderón y bienamado del Verbo Encarnado.

– Sálvate, y luego de la recogida la de tu credencial de elector, nos vamos a otras recogidas, como la de la bilis. Buches de cacardí. ¡Salva tu vida!

Habló el rebelde magnífico: «¿Que salve mi vida? ¿Acaso es vida la que está viviendo bajo estos virreyes el jodidaje de mi México-Tenochtitlan? ¿Para el campesino, el asalariado, el desempleado y aspirante a indocumentado es vida vivir en el cogollo del embuste, la demagogia la simulación y el peso de las riquezas ilícitas, fruto mostrenco de las depredaciones de unos virreyes apartidas, amarridas y vendepatrias? ¿Es vida seguir viviendo en mi tierra de Anáhuac tal como me la ha dejado el Sistema de poder…?”

– Para eso debes vivir, para votar y con tu voto reforzar la democracia

– ¿Son o se hacen? ¿Saben lo que es la democracia, en sus tantas vertientes? Pobres de ustedes, «demócratas». ¿Saben para qué se quedan en este mísero mundo? ¡Para abrirle las puertas de Anáhuac al Revolucionario Ins! ¿A ese precio conservar la vida?

– La conservará si de rodillas y ante la cruz jura que el mejor virrey de esta Nueva España ha sido Felipillo del Niño Jesús, católico protector de la Iglesia y espejo fiel de virtudes.

– Óiganlo. ¿Vivir para seguir viendo cómo esa pandilla de beatos del Verbo Encarnado asesinan el estado laico? ¡Arre mula! Conservar mi vida…

– La conservará si el relapso, besando la cruz, jura su creencia de que ni la Santa Iglesia, el PAN, los medios de condicionamiento de masas y los grandes capitales están amafiados para fulminar a los enemigos de México Ebrard y el tal Peje, a quienes la hoguera de leña verde los está aguardando.

– ¿Conque mi vida depende del voto al PRI y a yunqueros, mediocres y reaccionarios de vocación vendepatrias? ¡Arre, mula! Y usté, mula, quítema de enfrente su cruz. ¡Ahí te voy, Huitzilopochtli..!

Carbonizado murió, sin convertirse en católico ni en demócrata ni rendirle al virrey de la Nueva España, mucho menos al Dios de Onésimo Cepeda Dios lo haya perdonado. No a Moxtla a Onésimo. (Puagh.)

Perito en lunas

Miguel Hernández, por supuesto. Leo en el matutino de hace unos días que Celestis, firma estadunidense, tiene previsto enviar a la luna una cápsula con el poemario Perito en lunas, de Miguel Hernández, poeta español muerte en su España y por ella a los 32 años de edad como miliciano que fue de la república a cuya causa y en estricta congruencia con la vorágine de fuego y borrasca que dividía España en dos, dio todo lo que tenía que dar, incluyendo su vida.

España ha muerto – murió de la otra mitad…

De repente y de golpe, mis valedores, al leer la noticia de la luna y la cápsula se vino el poeta de Orihuela «con aquella su cara de patata recién salida de la tierra» y su porte de luchador civil muerto a golpes de sucesivas cárceles franquistas, sacrificado «a la hora del fuego, al año del balazo – y cuando andaba cerca ya de todo», que dijera otro poeta, César Vallejo, de otro miliciano español, Pedro Rojas cuyo cadáver, como el de Miguel Hernández, «estaba lleno de mundo…»

Leí la noticia de Celestis y recordé y dije entre mí retazos varios de la purísima poesía de quien murió «sin cerrar los ojos, en plenitud de creación…»

Silbo vulnerado, Miguel Hernández es el poeta de la arrebatada voz y hombre del destino ejemplar como protagonista en la historia de España. Dicen quienes lo trataron que si en un varón pudiese ejemplificarse la vida con todos lo que tiene de impulso, vigor, asombro y pasión, y exultante alegría ese hombre hubiese sido el poeta de Orihuela. Así tuvo que haber sido; tales sentimientos se trasminaron a toda su poesía.

Me llamo barro aunque Miguel me llame -Barro es mi profesión y mi destino… Porque el poeta vivió, cuentan quienes lo conocieron, siempre risueño y apasionado, con toda su carga de vida a cuestas, hasta que se dio el encontronazo con su destino. Que ceceaba, dicen de él; que en medio de su vitalidad y al punto de la creación poética «andaba siempre yendo de un lado para otros, con ojos tristes de caballo perdido», pero alegre también, y algunos detalles:

«Calzaba alpargatas no sólo por su pobreza, sino porque era su calzado natural desde chiquillo, con una vida enorme que parecía capaz de salvarlo de su destino trágico». Versiones éstas muy de primera mano, por venir de quienes alguna vez anduvieron junto al poeta, en rueda de amigos. Tomás Navarro Tomás, por ejemplo: -Sus ademanes son sobrios y contenidos, y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada».

A Miguel le nació un hijo con Josefina Manresa, su mujer, hijo que se le iba a morir de inanición por causa de los terri—

bles años de la guerra civil. (Niño yuntero, otro de sus libros.) Y uno cae en la cuenta de qué cuando loa a todo pulmón la vida es porque la conoce de piel adentro, y que cuando compone sus elegías (al hijo, al amigo, a España) es porque conoce, reconoce, la muerte; tanto y tan bien como la propia vida. Viento del pueblo…

El autor de Perito en lunas nació en Orihuela allá por fines de 1910, hijo de campesinos pobres. En el agro pasó sus primeros años. Perito en lunas, su libro inicial, y El rayo que no cesa, corresponden al año siguiente; Viento del pueblo se publicó en 1936; lo seguirán Labrador de más aire, Quien te ha visto y no te ve y Cancionero y romancero de ausencias, cantares estos «olorosos de jazmín, sabrosos de mieles, florecidos con la flor del almendro, encendidos besos, desbordantes de maternal alimento, sonorosos de inmensidad…»

Pero iba a ser en Viento del pueblo, obra nacida en la entraña de la guerra civil (trincheras de Valencia), en donde el poeta dejaría testimonio cabal de la contienda española; ardidos poemas que escribió con ánimo de revivir entusiasmos, de encender espíritus macilentos, de mantener en la cresta el coraje de los milicianos, en la medianía de tantas y tantas muertes…

Qué bien procede que nos detengamos a oír, voz que no cesa, la del poeta miliciano cuando clama con inflexiones de imprecación profética:

La vejez en los pueblos – el corazón sin dueño. – El amor sin objeto – la hierba, el polvo, el cuervo – ¿Y la juventud? En el ataúd…

Perito en lunas este Miguel Hernández, rayo que no cesa (A su memoria.)

Déjese, míster…

Los actos fallidos, mis valedores. A punto estuve de enviar un mensaje al director técnico del equipo gringo de fútbol, suplicándole que en el próximo encuentro se dejase ganar por los tricolores de Aguirre, con mis razones para la petición «Sádico, me dijo el maestro. Son los aficionados de aquel país quienes, cuestión de salud mental, necesitan el triunfo. Que tu mensaje, en todo caso, sea para Aguirre». Leer, para que entendiera la causa, la historia de Estados Unidos. La leí.

«Señor director técnico del equipo nacional de fútbol gringo, le decía en mi mensaje: no soy espectador del clásico pasecito a la red. Lo jugué durante años, domingo a domingo, en los llanos de esta ciudad, y qué gloria de domingos. Cuando derrotado salía yo así, mire, gacha la testa y arrastrando los de tacos. Ah, pero los días de triunfo, señor, yo era el rey; si no del mundo, sí de aquel llano, cuando menos. Yo nunca delegué en piernas ajenas, las de los alquilones del monstruoso negocio futbolero que manipulan las televisoras para enajenar a las masas populares, pasivas y dependientes.

«Déjese, le pedía; sólo ganar, despreocúpese o no se alegre antes de tiempo. Que sus futbolistas pierdan a propósi—

to en el siguiente encuentro con los tricolores. Déjese, porque total, la alegría de los gringos por el triunfo de su equipo nacional será muy relativo. Pueblo de triunfadores, cada día reciben satisfacciones en cuanto torneo deportivo se celebra en el mundo. Mal se apean sus atletas del podio de vencedores, y la de barras y estrellas la mantienen izada en la cresta del mundo. Y venga el himno nacional…»

Que concediera el triunfo a los tricolores, iba a pedirle, pero se atravesó mi maestro: «Ellos no pueden perder a propósito. No lo van a perder. Necesitan ganarlo. ¿Qué, no conoces su historia patria?»

Me eché sobre mi biblioteca, y supe que el gringo necesita que triunfen sus futbolistas, que lo exige a lo compulsivo como el drogadicto su droga o el dipsómano su licor. Entonces torcí el rumbo de mi mensaje. Señor Aguirre:

Permita usted que el contrincante se lleve el triunfo. Los gringos, en cuanto pueblo, dice su historia, son profesionales de la derrota Sin identidad porque desde que nacieron como raza mestiza de dos fuentes abjuraron de su ascendencia conquistadora para lamer la herida de su vencida raíz, y así hasta hoy día. Patético cargar sobre lacerados lomos tres siglos de colonia española y casi dos de colonia mexicana que en el XIX les arrebató medio país. ¿Cómo andará su autoestima de individuos y en cuanto comunidad?

Ellos precisan el triunfo de su equipo en el próximo encuentro. Lo necesita su sentimiento de minusvalía Y si no, ¿cómo reciben los gringos un esporádico triunfo futbolístico sobre los tricolores? Ellos, según la redondez de su vientre, no practican el fútbol, pero héroes por delegación y onantstas mentales, hacen suyos los triunfos ajenos para apuntalar su desfalleciente sentido de la propia existencia Por ello los trastorna cualquier triunfo mínimo, y andan cluecos, eufóricos, enajenados, y la exaltación patriotera apenas les cabe en el cuerpo, en el poco espacio del cuerpo aún no empantanado de licor. Ellos, brazos al cielo, con esta mano zarandean la cacardiosa y la de las barras y las estrellas en la otra, que la manipulación de los «medios» ha sublimado un simple juego de fuerza y destreza para vomitarlo sobre las masas como punto de honor y de exaltación patriotera Y a echarse a la calle, y en explanadas y plazas públicas celebrar como propias las hazañas ajenas…

Mi intención era buena dije al maestro, pero ahora comprendo que un pueblo con la autoestima hecha garras por el estigma de eterno perdedor, con el puro placebo que le administra el duopolio de TV se indigesta de triunfo sobre su eterno verdugo, el equipo mexicano.

Y así, ¿no sería sadismo que Aguirre les propinara el topetazo de una nueva derrota como las que a diario les producen gobernantes mediocres, justicias alcahuetas de la inmunda corrupción impune y sotanas paidófilas y pederastas? ¿Derrotar una vez más a unos gringos empobrecidos a los que su «presidente del empleo» les había jurado que en su sexenio «no se van a apretar el cinturón»? ¿Escamotear el triunfo a un pueblo devastado que de refugio sólo tiene la milagrera lotería nacional y al santito, casi tan milagrero como la lotería?

Yo, convencido, digo al señor Aguirre: deje usted que el encuentro lo ganen ellos y peguen el alegrón a su pueblo, que a lo automático se irá a cacardizar a la plaza pública ¿Sí? (En fin)

Barrio bajo

A dónde me llevarán las veleidades de mi cucaracheta. En esta ocasión me fue a tirar por allá, en el corazón del barrio bajo o en el más apartado de sus entresijos. Era de noche; yo venía de regreso después de una visita de la cual no he de entrar en detalles, cuando, de súbito, la carcacha me la hizo de tos, por el mofle se echó tres eructos de gasolina, y hasta ahí llegó el volks. Yo, el desconsuelo en el ánima, eché pie a tierra en procura del taumaturgo que reviviera mi carcacha, pero nada. Y aquella soledad, y el silencio, y la amenaza de lluvia. Caminé al azar, y la taquicardia: ¿dónde será? ¿A la vuelta de la esquina, en el parquecito oscurecido? ¿Atorón, levantón, arma blanca, revólver? Animas santas…

Cuadras después de errar sin aliento y sin rumbo, con las anginas taponándome el gañote (¿no me las rebanaron hace años?), avizoré el cuajaron de luces y la discreta nata de comejenes humanos que deambulaban en círculos al amor de las luces de la feria de barrio. En las orejas me chicoteó el sonsonete del maullido que oculta la urgencia de la entrepierna: «¡Ay quiéreme, porque ya creo merecerte!» (Mira, mira…)

Y sí, después de la lobreguez de unas calles desiertas, qué alivio: la plazuela hervorosa de gente Hacia allá enfilé mis botines (de orejeta, no como los botines de esos hijos de toda su reverenda Marta.) Y allá voy, pajareando en procura de algún portón con facha de taller mecánico. Ahí, recargado en el muro, aquel individuo alto, flaco, rostro afilado y aguileña nariz. Me arriesgué: «¿Habrá por aquí algún taller mecánico, señor?»

Silencio. Ya me alejaba cuando su voz emerge de entre las sombras: «Observe esa curiosa metáfora del quehacer político».

¿Metáfora del qué? ‘Yo no veo más que una feria de barrio».

– Aprenda a mirar. ¿Qué ve ahí?

La rueda de la fortuna. Vieja, desvencijada, como todo el equipo de las viejas ferias de los barrios viejos. «Pero sus canastillas copeteadas de feriantes. Mire a esos que suben, y al subir aplauden, echan porras y enseñan su mazorca de dientes. ¿Reconoce a la robusta del huipil oaxaqueño? Los que vienen bajando, en cambio, caras desencajadas de espanto y desolación: la perrada de los chuchos. Canastillas más arriba, en caída libre, esos beatos que al dar el bajón se vienen meando (agua bendita) de rabia, sorpresa, desilusión.

– Y cómo rechinan los fierros oxidados de la rueda de la fortuna…

– Cuáles fierros, son los dientes del encargado de la feria, aquel chaparrito, peloncito, jetoncito, de lentes. Ora mire el tenderete del tiro al blanco, con esas hileras de patitos de hojalata. Chinche tino de Manlio, Gamboa Patrón y congéneres; No yerran una: diputaciones, gubernaturas, alcaldías…

Y el pregón del cotómpintero, campo y tablas, en la lotería de cartones. Con su montoncito de frijoles, los jugadores. «¡El valiente!» Un frijolito en la carta de Gómez Mont «El soldado!» «¡Me la pela!», gritó el Chapo Guzmán. «¡La muerte siriquiciaca!» «¡Y lotería con la muerte, o sea con Germán Martínez!», gritó César Nava. Rufo, Espino, Creel y Corral se levantaron echando frijoles. (El chaparrito sonreía.)

Allá, sobre un paño blanquiazul a ras de pavimento, la suerte de los aros. De premio, un puerco ventrudo, alcancía preñada de monedas. El chaparrito distribuyó los aros, su circunferencia más estrecha que la del puerco. Creel, Corral, Espino, ávido el rostro, arrojaban el aro, ¿pero podrían ensartarlo en la alcancía? En eso llega César Nava, y el chaparrito le da un aro de hula-hula. Y que a la primera se ensarta al puerco, y ahí se terminó el juego. ¿Los perdidosos? De madre a arriba. Shhh…

– Y qué elocuente el juego de la justicia (yo nada advertía más allá de un vulgar volatín). Mire quienes montan los caballitos de adelante.

Los Fox, los Bríbiesca Sahagún, los Salinas, los Montiel, la Marcia Gómez pariente de Margarita Zavala, en fin. Montando sus caballitos seis filas atrás, García Luna, Medina Mora, el Ortiz de la Suprema Corta(e) y el procurador de Hermosillo, Son. «Caballitos a vuelta y vuelta en el volatín, ¿cuándo calcula que la justicia alcance a los tales bergantes?» (Nomás me quedé pensando). «Ahora que usted, como periodista, ¿no va a entrarle al tírele al Peje? Bola ensalivada de bilis negra. El chaparrito paga bien».

– ¿Yo? ¡Un momento, yo tengo las vergüenzas en su nidal, y me estorban para lanzar el pelotazo! Y yo al Peje tampoco yo le pudiera atinar, porque…

Volví el rostro. ¿Y el desconocido? Ese, andavete Me la persigné. Y yo con mi cucaracheta muerta a media calle (De esto, después.)

Corazón bandolero

Dios lo quiso, y la hizo – tan voluble como un ave. – Si me quiso o no me quiso… ¡quién lo sabe! – Mis memorias quedan solas; tu tristeza ya se aleja. – Y en la dulce mansedumbre de tu queja – que las sombras diluyeron – y en perfumes que evapora la distancia, – mi alma aspira la fragancia – de las cosas que se fueron…

Que esto lo escribí el sábado, les dije ayer, a esa hora de entre dos luces que precede a los primeros barruntos de la tenebra Desde la ventana miraba encenderse la luz mercurial cuando, de súbito, el largo son de un silbato despertó la barriada El carrito de los camotes, sí, que de golpe me acarreó un cacho de mi vida anterior, de mi vida interior, que es decir un retazo de entraña del corazón: mi vida con la amantísima No lloro, pero poco me falta…

Ella sí, mi María, que al reclamo del carrito bajaba corriendo los escalones y volvía vuelta un puro chupeteadero de dedos y golosos lengüeteos. Qué tiempos. (¿Lo oyen? Ahora mismo, en el reloj de San Camilito, las ocho en punto y sereno. Para mí terminaron las tristuras del atardecer; siguen las congojas nocturnas. María…)

Pero ocurrió que esta noche de sábado (tal escribí hace tres noches, mil eternidades después de María), escuché el silbato camotero de los tiempos viejos. Pero, ¿y eso? no era el limpio pregón conocido, sino un silbido rispido, cascadón, agargajado. ¿Y ese deterioro? Es que tú ya no estás conmigo, María, pensé, y tantito peor: que yo ya no estoy contigo. Y fue entonces…

Me cimbró la nostalgia, me atacaron las remembranzas. Abrí la puerta y me eché al encuentro del camotero simpaticón, viejo amigo mío, y llevaba el corazón aquí, miren, en el gañote Y entonces: «¡Éitale, babotas!»

¿Y ese agrio recibimiento? ¿Y esa acida expresión? Lo atribuí a mi propia exaltación; a un corazón con voleo de campana que ahora llevaba en la boca como si el retorno del carrito camotero me trajera un trasunto del amor perdido. «Gusto de verlo, mi amigo. Váyame dando el que traiga más aguadito». Y al decirlo apachurraba con este dedo un enmielado, un achicalao, ese plátano macho. «Quiero dos de estos. Me va a surtir…»

¡Me lo voy a surtir como no deje de tentaliar la mercancía, puerco!

¿Que qué? Reculé tres pasos, observé al que fue gentil camotero de los viejos tiempos, de un carácter tan cálido y enmielado como los achicalaos de su bandeja «¡El bandejo lo será usté, y si no compra no mallugue, saqúese!»

Aguarde, por su mamacita

Y refregándomela pior. Mejor se borra si no quiere que se la parta.

Mientras me despachaba en el buen sentido del término, lo observé: Dior, que me lo cambiaron; un cambio brutal en apenas dos años y meses de no verlo. Cómo fue que el altivo Dr. Jekyll había caído en un vil Mr. Hyde: su gorro, de papel periódico (y de un periódico reaccionario, para acabarla de atrasar); su bata, como de tablajero; su carro, como después de un choque con el tren ligero; el fogón, un pu­ro rescoldo; el agua escurriéndose. Y los camotes, Dior, esos camotes: de aquí para acá crudos, y borrachos de allá para acá, requemados. Ah, y los plátanos: si esos son plátanos machos yo soy Gengis Khan. Unas tiznaderitas así, miren, como mi dedo meñique, y en vez de leche carnation, atolito con el dedo. Le hablé por las buenas, le di una enmielada propina lo amansé, recobré al camotero de los viejos tiempos.

Me la va a perdonar, pero la neta, mi señor. Hasta güegüencha me da andar tostoniando estas chifladeras, pero qué tiznaos hago, si al negocio este se lo cargó la hingada ¿Sabe que en la bolsa ya bajaron mis bonos? Hasta agujereada mi bolsa esta de atrás. Voy derecho a la quiebra, mi señor.

Se nota El carro, desvencijado. La mercancía, un naufragio. Cómo en tan poco tiempo se le haya arruinado su plátano, sus camotes…

Menos de tres años y se fueron a la jodida por culpa del güey que se vino a hacer cargo, que se cargó mi negocio. Mírelo bien ¿No se le afigura que está viendo a México en persona? (No entendí.) Mi carrito, ¿ve qué ruina de carrito? Pues así dejó en menos de tres años todo el país. Ese pelao está salao, está embrujao, está empachao de Peje. Uta ese mala suerte haga de cuenta intestino: tomó mi negocio y le hizo lo que las tripas a los camotes. Mire nomás mi carrito. ¿No le parece que está viendo a México.

Iba a preguntarle a quién aludía con tanto rencor, pero él pegó un rabioso empujón al país (al carrito camotero, quise decir) y allá va mentando madres. Remoliéndolas entre dientes. Cerrando los ojos lo dejé pasar…

¿El del mal fario quién podrá ser? (A saber).

Sancho Panza, gobierno

Un día de aquellos me lo fui a topar por ahí de la media tarde, ya al pardear, en la medianía del páramo castellano. Lo observé de reojo, y qué derrengado, qué mala traza la suya. Su aspecto desmejorado, pensé, culpa es del zafio humor de los payos que lo tuvieron a yerbas y agua en los días del fingido gobierno. Ah, el grueso humor de los necios…

Y es que ciertos duques, por hacer burla de él, fingieron ponerlo en serio como gobernante en la Barataria, donde el escudero de Don Quijote fue objeto de chanzas, burletas, donaires y malas bromas de los lugareños, que estaban en el secreto. Ahora Sancho venía, solo y su alma, por los campos de Montiel…
– ¿Montiel? ¿Estos campos también son de ese sinvergüenza? ¿Hasta acá llegan sus raterías? ¿Pues cuántas residencias, terrenos y euros se ha robado ese ladrón? ¿En qué reclusorio purga sus crímenes semejante corrupto?

Tragué saliva y agaché la cabeza. Cómo decirle que en mi región las cárceles están atascadas de inocentes y raterillos, no de bandidos del calibre de los Salinas, Sahagún, Fox, Hank, Montiel, alcahuetes Peña Nieto y regentes de hornos crematorios familiares de Bours y Margarita Zavala. Cómo decírselo sin que del susto y la pura vergüenza a la Justicia se le cayera la venda de los ojos.

Por los campos de Castilla encontré al escudero. Lo atraje con suavidad, lo senté a la vera de la vereda, le ofrecí un cacho de queso con agua del manantial. «Qué bueno que les largó su gubernatura», pensé al verlo tan derrengado, sobre todo del ánimo.

No renuncié. De mala manera me echaron de la ínsula (mascaba con avidez). «Mal fario el mío, que allá o con mi don Qui­jote, da igual: mojicones, garrotazos, malpasadas, manteadas, algunas de manta y otras de madre. La bendita Barataria…»
Suspiró, y aquellas largas, amorosas miradas en dirección de la ínsula que se columbraba allá, en la purísima lejanía «No le fue benigno el gobierno, por lo que veo», me atreví a opinar.

Y cómo iba a serlo, si todo fue llegar yo a la Barataria y los payos a burlarse de mí, yo ajeno a semejante conjura. Un voleo de campanas fue el recibimiento, y un soplar de chirimías y badajear de tambores la fiesta de bienvenida. En fingido triunfo me condujeron hasta el sillón donde a lo solemne me invistieron de gobernador. Y a impartir la Justicia.
– ¿Usted? – no pude sofrenar la indiscreción, qué pena.

– Yo, sí. Varón completo, las vergüenzas en su lugar y acostumbrado a pastorear hatos de cabras y uno que otro cabrón ¿Algo más se precisa para impartir Justicia? (Un trago de agua.)
La Justicia. Que el asiento del gobierno aún sin tibiar, los payos presentaron a Sancho los casos que ameritaban Jus­ticia: viudas en entredicho, mozas garridas en pleitos de honra, vecinos que se querellan por piezas de oro. He ahí al escudero inmortal, meneando la vara de la Justicia y absolviendo a éste y condenando a aquél mientras desenreda trampo­sas querellas y nutre a los lugareños con el fruto dulcísimo de la Justicia, sustento de espíritus.

En esas llegó la noche, y Sancho se disponía a la merienda reparadora y el lecho no reparador, que iba a dormir solo, cuando en eso, la huida.

– ¿Huida yo? Ricos y curas me echaron de la ínsula. Que por alebrestar a los payos con la Justicia. Que los preferían como deben ser: dóciles y pasivos. Marioneta de curas y ricachones, cierto individuo mediocre azuzó en mi contra a las masas, que en amagos de linchamiento me arrojaron de la ínsula con la pena de la vida si osaba volver. Pero qué quiere, aprendí a amar esa tierra, a su gente (Pupilas húmedas en aquella dirección). Volví a escondidas. Y Virgen de los Siete Puñales, huí. Un dolor impotente. Qué miseria de lugar…

– Paupérrima la Barataria.
– Riquísima bosques, aguas, buenas tierras, petróleo y vetas preñadas de metal. Pero curas y ricos, por seguir manejando el poder, impusieron a su títere en el gobierno, y santo Dios: a mí los payos, de bromas, me tuvieron a frutillas y agua, pero a ellos, de veras, les escasean las frutillas, y el agua se la racionan.

Y que hoy día el de la ínsula se alimenta de yerbas y esperanzas. Antes, las tunas ya limpias de espinas. Hoy, las espinas ya limpias de tunas. Antes, capones en la comida; hoy, capones, los paisas se contentan con renegar, e-xi-gir y forjarle al pelele mega-marchitas. «Grábese esto: los pueblos que en su dieta alimenticia no tienen el tino de incluir huevos acaban sobreviviendo a puras yerbas, y a puras yerbas ya cuáles huevos. ¿Entendido, bigotón?

Nomás me quedé pensando. Me palpé, por las dudas, y… (Válgame)

De un mundo mágico…

«¡Yo soy Oaxaca!, en la presencia de sus siete regiones; en sus trajes de vértigos en colorido que roban al paisaje los tonos de su luz; en el perfil moreno de sus mujeres disímiles de carácter, a veces místicas, humildes, sonadoras y también alegres y agresivas en la belleza; fieles hasta la obse­sión y sacrificadas hasta el coraje…!

En el recuerdo mantengo las imágenes de Oaxaca, mis valedores. Cierro los ojos, me miro de piel adentro y me veo mano con mano de una mujer, sota moza que es flor y espejo de Ciudad Ixtepec. Nallieli su nombre, que en zapoteca significa: «yo te amo». Con mi única planeaba viajar hasta Oaxaca, la capital, y asistir al espectáculo, magia y esplendor, de La Guelaguetza, soberbia expresión de cultura, folklore, raíz, tradición y seña de identidad de ese pueblo que es abanico y mosaico de tantos pueblos. La Guelaguetza, sobrevivencia de un mundo mágico. Mis valedores…

¿Alguno de ustedes habrá asistido a los Lunes del Cerro en el Cerro del Fortín, oeste de la ciudad? ¿Alguno ha admirado esa que es, a ojos, oídos y espíritu, maravilla de color y fulgores, y encantamiento de sones, tonadas, clamor y recitaciones de música y flor, olanes y plumas, y brillos y cintas y enrevesados juegos coreográficos que saben a raíz de un pueblo que es multitud de pueblos, y esencia e idiosincrasia, e identidad. Era el 2006. Mi única y su servidor (de ella) planeábamos asistir a los Lunes del Cerro…

¡Yo soy Oaxaca! Y hablo con la voz de mi fértil suelo, de mis agrestes montañas, de mis fecundos bosques y de mi tierra erosionada; con los cafetos y la copra señoreando el cielo con la brisa de un mar intensamente azul, que retrata entre sus aguas las alturas; también, y con el agrio dulzón de mis pinas derramando sus mieles en las bocas que rezan un rito de emoción. Así, con esos labios, voy a dialogar hacia mí misma…»

Cálida prosa con la que Dn. Francis­co Hernández Domínguez trova a su tierra, prosa a la que me permito agregar: La Guelaguetza: cerrados los ojos contemplo la parvada de danzantes llegados de las siete regiones, cuajaron de penachos y máscaras, danzas y ofrendas, que al vivo rayo del sol ejecutan un mágico ceremonial acompasado a tonadas que a toda garganta y a pecho abierto se claman en tono mayor, o se salmodian a lo hondo, a lo memorioso, a lo melancólico, en un acompasado tono menor. La Guelaguetza…

Porque yo, mi mano en la de mi istmeña de Ciudad Ixtepec, año con año desde hace algunos, presenciaba esa ceremonia que es síntesis y amalgama de lo indígena tradicional y español y mestizo, donde se queman el copal y el incienso a Centéotl, diosa del maíz tierno, y a la Virgen que vino de España y convive en santa paz con la Princesa Donají, con el rey Cosijoeza y el arrogante Zahuindanda, el Flechador del Sol…

Fue en esta semana, pero del 2006. A la fiesta del espíritu y los sentidos pensá­bamos asistir mi Nallieli y su servidor (de ella). Contando las horas se nos iban los días, pero a mí y a tantos nos dejaran vestidos, alborotados y alborozados, yo, reluciente mi chaleco de pelos y mi única con los collares de monedas de oro, su atuendo de tehuana con el «resplandor» con que habría de enmarcar el resplandor de su rostro. Vestidos y alborotados quedamos mi Nallieli, su amador y los oficiantes de La Guelaguetza, representantes altivos de la «raza de bailadores de jarabe», que dijo López Velarde. Lástima.

Lástima grande, porque a la fiesta de los Lunes del Cerro del 2006 se le atravesó la insurrección de la APPO y maestros de la Sección 22 (causas justísimas) contra el gobernador de Oaxaca Ulises Ruiz, que iba a degenerar en decenas de heridos, fuego y destrucción de automóviles y locales comerciales, la prisión de varios maestros y militantes de la APPO y la muerte de un periodista extranjero. ¿Ulises Ruiz, del que exigían su destitución, para que el gobierno terminara sustituyéndolo por otro del mis­mo Sistema? Ese, en la fiesta de La Guela­guetza de este 2009, presidiéndolo todo en primera fila del graderío. Mis valedores:

¿Alguna vez lograrán los maestros pensar, hacer un ejercicio de autocrítica y crear las tácticas apropiadas para la defensa de sus objetivos de lucha? ¿O pura mega-marchita y plantón? «¡E-xi-gi-mos!» Dios…

Este año tampoco podré asistir a los Lunes del Cerro, ni siquiera porque La Guelaguetza se celebra por partida doble: la oficial y la de los maestros y la APPO. No habré de asistir. Es que mi Nallieli de alguna forma ya no es de este mundo. Tampoco yo. (Y duele.)

¿Todo es inútil?

De un caserío que se desparrama en el valle les hablé ayer, y del caserón vetusto que se alza en lo más alto del crestón de roca que domina los horizontes. Me referí a los años en que compartí el terror con los lugareños, y que con la muerte de mi única en los colmillos ávidos huí del horror. Los payos, por fin, se habían decidido. Supe por un pariente lejano (primo carnal, pero dineroso, y los parientes pobres somos siempre parientes lejanos) que los lugareños habían destruido la maldición. Alojado en mi casa cuando visitó la ciudad, me contó la hazaña: entre todos dieron muerte al horror, según cierta fórmula que les dio el sepulturero, a quien se la había revelado alguno luego de llorar sobre las flores de la tumba de su única antes de huir de la población.

– Ningún aprecio habíamos hecho de sus palabras, pero una noche de duelo en el panteón las repitió como un conjuro, una invocación, una clave secreta, La fórmula, entonces, ante los féretros de un niño y dos adolescentes muchachitas, cobró su sentido. Nosotros, tan medrosos como analfabetas y tan ignorantes como renuentes a toda forma de organización, esa noche nos echamos a pensar; fue cuando nos decidimos.

Que al día siguiente, el sol alto y dándose valor unos a otros, ascendieron al crestón, con garrotes y varillas de hierro inutilizaron a guardianes y mozas muertas en vida o vivas en muerte que amenazaban con colmillos de gato montés, y penetraron en el decrépito nidal del dañero.

– ¿Lo creerás? Afuera brillaba el sol, pero adentra todo era oscuridad. Afuera ni una nube empañaba el firmamento, pero en el salón de cortinajes decrépitos y a través de una ojiva se advertía la nublazón. Afuera vientos de polen, perfumes, feracidad. Adentro, aquel olor a cadaverina. Los rostros, fatigados al esfuerzo de la ascensión, unos a otros nos los veíamos lívidos. Pero entre todos logramos aniquilar al demonio de los colmillos ávidos.

Claro, sí, durante años vivieron el horror encuevado en La Mansión y malvivieron velando a las víctimas, pero con el tiempo (¡menos de una década, lo que es la memoria del lugareño!) el engendro derivó en folklore, color local, espantajo de folletón. Sólo algún viejo recuerda las noches de desgarramientos que asolaron la región, y el horror y el espanto, los sartales de ajos, el ensalmo, el crucifijo. Entonces, digo yo…

¿Cómo puede ser que hoy el engendro no pase de conseja relatada por desdentadas bocas, y a esas quién les da crédito? Sí existió ese peligro, dicen los payos, pero ha sido conjurado por la modernidad, y sonriendo requieren otra copa y otra romanza de amor. Alguno ensaya el pasillo de baile, tarareando la tonadilla que les enseñó el juglar trashumante, y al arcón de los cachivaches la leyenda de La Mansión. Pero caprichos de la Moira…

Fue esta misma noche, a un mes de mi retorno al poblado. De repente, al filo del anochecer, la procesión de las antorchas iniciaba la maniobra. Congregados en la plazoleta del pueblo miré a los lugareños enfilar a La Mansión, al linchamien­to. Hasta mi ventana entreabierta yo el crucifijo en la diestra se alzaba el rumor de los pregones con que mutuamente se jaleaban, las antorchas en alto. En el cielo, renegrido, un renegrido nube río presagiaba tormenta. Retumbaron los primeros truenos. El zigzag de un relámpago primerizo. Y el firmamento se derrumbó sobre las techumbres del caserío…

Después… yo conozco la laxitud que sigue a la excitación del linchamiento. Al súbito fulgor de los relámpagos columbré siluetas de payos que volvían de La Mansión (como sobras avergonzadas, a lo subrepticio). Yo, aliviado, me deshice del crucifijo y abrí la ventana de par en par. Allá, abajo, en el bulto que avanzaba escurriéndose contra el muro distinguí a mi pariente. «Me engañaste, le reclamé. El linchamiento del monstruo fue ahora no hace nueve años, como me lo contaste en la ciudad».

– ¿Linchamiento? Cuál linchamiento, que ese fue hace nueve años. Esta vez, por acuerdo popular y porque juzgamos que ya no representa peligro alguno, acabamos de extraerle la estaca al de La Mansión. Revivió. Abrió los ojos. Nos sonrió. Nos prometió cosas. Los colmillos apenas se le insinúan.

Yo, el estremecimiento. Requerí el crucifijo, la sarta de ajos, la libreta de apuntes: «El pueblo acaba de resucitar al vampiro que, por voluntad popular torna a su existencia viciosa viscosa alucinante. ¿Pues qué? ¿Para los lugareños todo es inútil?» Una fecha 5 de julio, 2009, y la rúbrica.

Es noche cerrada, para mí, de insomnio. Rayos y centellas chicotean el poblado. Allá, afuera, un torpe batir de alas. (Cruz.)

Gótica

Noche cerrada Desde una rendija de mi ventana y el crucifijo en la diestra contemplo la tormenta que se derrumba sobre el caserío y azota la montaña rocosa en cuya cresta y a la luz intermitente de los relámpagos se me aparece la silueta de La Mansión. Los lugareños, apagadas las antorchas por la fuerza del aguacero, bajan en estampida Imagino su rostro lívido, todavía en el trance de la enajenación colectiva que produce el linchamiento…

Pero no, que la ceremonia de esta noche embrujada no fue la de la aniquilación, sino la que infundió vida grotesca a un engendro de la tenebra cuyos restos se resecaban en La Mansión. Yo, sartales de ajos en mi ventana observo a los oficiantes del rito nefando mientras se escurren por las callejas y se esfuman detrás de puertas y pasadizos. Ya tendrán tiempo de arrepentirse…

La tormenta en todo su rigor. Yo, en el filo del espanto, me encomiendo al cielo mientras remacho las hojas de mi ventana. A oscuras en la habitación reflexiono sobre el destino de los pueblos débiles. En el de esta aldea por ejemplo, que visité por primera vez en los años en que yo, enterizo de edad y carácter, con mi natural de viajero irredento y cronista de ocasión descendí hasta la almendra del horror; en esta aldea que desde tiempos inmemoria­les padeció la maldición del engendro de la tenebra. Pero, repito, destino de pueblos débiles: perdida la memoria esta noche ha ocurrido lo peor para una población de insensatos.

La pesadilla se había apoderado de todas las noches del pueblo; el engendro vivía una vida aberrante que extraía de la sangre de cuanto despistado que a deshoras de la noche y entre alaridos caía víctima del depredador. Los sobrevivientes, el crucifijo y las sartas de ajos, se atejonaban en el rincón de la casa la invocación religiosa en una boca amarga de bilis desparramada Y es así como la aldea iba raleando de lugareños, que huían sin volver la mirada Yo entre ellos, cuando perdí a mi única que me se había empeñado en acompañarme en la aventura insensata Aquella noche, al volver yo de revisar cier­tos viejos libracos del boticario, mi única me dejó a modo de recuerdo su alarido y un amado despojo vaciado de sangre. Hui.

Pero a la vuelta de los tiempos necesitaba visitar una tumba Viajero imprudente, investigador empedernido, con mi maleta de cuero negro llegué aquella noche de hace un par de semanas y me instalé en la única posada del pueblo que se recuesta al pie del crestón de rocas. Otro de mis propósitos: recoger no la crónica de la destrucción colectiva del malparido, que no sobrevivía en la memoria colectiva, sino escuchar de los viejos aquello que en la desmemoria de los payos había sobrevivido de la pesadilla; la «conseja» de cierto monstruo que años atrás hiciera de La Mansión su cubil. En la amnesia de los payos se había diluido semejante amenaza. Destino de pueblos débiles.

Fue así como había yo vuelto y cómo pasé en el poblado, solo y mi alma la pri­mera de una docena y media de noches. Muy temprano al día siguiente visitaría a mi única en el cementerio. ¿Quién de los dos se sentiría más solo…?

Era ya noche cerrada cuando de pie frente a la ventana de un cuarto a oscuras, de alguna forma encontré valor para descorrer la cortina unos cuantos centímetros. Allá, un renegrido firmamento que se estriñe, se constriñe de nubarrones preñados de tormenta que acechan un caserío que duerme, placidez de la inconsciencia con puertas y ventanas abiertas de par en par. Semejante calor, que empapa las ropas, las carnes, y una paz engañosa y una irresponsable placidez. Miré a lo lejos la silueta del crestón de roca y al borde del precipicio aquella edificación sombría La Mansión y supe de cierto que ya el poblado habitaba en su paz aunque no hacía más de una década que, macizos de corazón, esos mismos lugareños habían aniquilado al demonio de la tenebra. Yo, a contracorriente de la creencia popular, afirmo: qué fácil, para los pueblos, es olvidar, qué difícil les resulta conservar la memoria…

En el caserío desparramado en el valle, el tranquilo latir de los payos. Y pensar que esos que duermen, me dije, acaban de vivir un día más, como tantos, donde se ejerció la rutina y que al inicio de la noche y al amor del ánfora resonó en la plaza el pespuntear de cuerdas en contrapunto de panderetas y coplas donde se mentaron olvido y amor. Como al acecho allá, en espinazo del crestón, un vago fulgor de fuego fatuo cargado de electricidad: La Mansión. Eso, la noche de mi llegada Cuándo iba a imaginar que noches más tarde… (Mañana)

Hitler, Franco, yunqueros, Calderón

¡Viva Cristo rey! ¡A implantar un orden social-cristiano! ¡Vamos a imponer la contra­revolución! ¡Viva la Virgen de Guadalupe…!

Tal el pregón cristero. Una madre, al entregar su hijo al movimiento: «Prefiero llorarlo muerto antes que verlo convencido en un convenenciero y traidor. ¡Ay, señores, yo sí me siento loca de cariño hacia ustedes! ¡No tengo más que mis hijos, y con gusto los lego a la patria!»

Si no es en este sexenio, cuándo. Cuándo, si no en el sexenio del Verbo Encarnado, de los cristeros tardíos y sus continuadores sinarquistas y yunquistas del presente gobierno. «¡El sinarquismo es el instrumento de lucha de las nuevas generaciones! ¡El sinarquismo destruirá la Revolución y restaurará el orden cristiano! Porque hay dos ideas contrapunteadas: ser patriota y ser revolucionario!» Todo esto, mis valedores, en el estado laico que nos legaron Juárez y sus liberales del XIX. En fin.

Al movimiento cristero aludí el pasado viernes. Uno podría suponer que ese episodio negro de la historia quedaba atrás, pero el pasado miércoles me fui a topar aquella noticia de miércoles que pu­blica la más reciente edición del órgano oficial de la Conf. del Episcopado Mexicano: que el fanatismo cristero mantiene en pie, contra la Constitución de 1917, una contienda que en el pasado (1926-29) sembró en el país un almacigo de 70 mil cadáveres.

Pero sí; en mayo del 2000 los cristeros festejaron la maniobra con que los obsequió el Papa: beatificarles hasta 24 de ellos. «Con eso, el pontífice le dice al mundo que este movimiento fue legítimo y sigue vigente, como vivo el proyecto de impulsar a tra­vés de este gobierno panista la censura, la oposición a la educación sexual y laica, así como al aborto y a la igualdad dé la mujer.

¿Repercusión que la forja de beatos a escala industrial tuvo en la vida de movimientos como los cristeros y su lógica prolongación, el sinarquismo? Que mal proclamaba el Papa la beatificación de los 24 belicosos cuando ya en plena plaza de armas de la ciudad de Querétaro, en la cercanía del Teatro de la República (donde en 1917 se promulgó la Constitución, qué simbolismo), los recién resucitados a punta de beatos, militantes todos ellos de la difunta Unión Nacional Sinarquista se dieron a festejar a los tales, y lo festejaron con el ondear de viejas banderas todavía pringadas de sangre añeja, polvo de aquellos cristeros lodos, y el grito fanático y sinarquista:

«¡La reacción es el único sector mexicano que tiene derecho a la vida!»

Como en las épocas negras, rojas de sangre recién derramada Recordé aquel retazo de juventud que viví en la Guadalajara que fue, reaccionaria y devota la de Orozco y Jiménez, cristero y obispo. Guadalajara. Tardes aquellas que fueron las de mi juventud, con sabor a tejuino, rumorosa de esquilas. Mi padre, revista Unión entre manos, se exaltaba al exaltar las vidas hazañosas de los sinarcas, sus andanzas «patriótica» y cierta epopeya que tanto lo emocionaba la «Colonia María Auxiliadora delirante utopía de aquellas familias que, para colonizarla, el sinarquismo había lanzado contra Baja California. Yo, todavía por aquel entonces ayuno de toda teoría política, miraba las fotos de aquellos alucinantes alucinados que en lejas tierras y en nombre de Cristo Rey le andaban queriendo sacar a las peñas agua y al desierto rosas.

«Imponente, ¿no, mi hijo? Dios me conceda la dicha de verte convertido en todo un varón de virtudes y un sinarquista cabal. Algún día cuando crezcas. Para que así, cuando la hora te llegue, mira derechito a sentarte a la diestra de Dios padre». «¿Y desplazar de esa silla al Nazareno, padre?»

Cuando crezcas, me dijo. Yo, mis valedores, como crecer, mal calculo cuánto haya crecido, pero sí lo suficiente para alegrarme de que años más tarde a mi padre, cuando la muerte vino a sonsacármelo, ya lo encontró perfectamente desencantado de los sinarcas.

Muerto y sepultado suponía yo al sinarquismo, que a leguas olía a difunto como ya en vida apestaba Pero de repente, milagro de Felipe de Jesús, los Lázaros se levantan y echan a andar. Gracias al Pa­pa anterior y su mazorca de beatos levanta cabeza ese sinarca que en su momento clamó: «¡Hitler es el gran azote de Dios, un genio militar!. Cuando cumpla su misión, la destrucción de Rusia, se romperá en dos pedazos. Pero Franco es otra cosa La salvación de México está en reafirmar su espíritu católico, su tradición católica, y como ésta la recibimos de España, nuestras ligas con España son las ligas con Franco, que restauró la hispanidad».

Yunque, sinarcas, Felipe de Jesús. (Dios.)

¿Desde la fe…?

El laicismo es la dictadura de nuestro tiempo: pretende erigirse como único director de la escena, olvidando que cada ciudadano tiene derecho a ser tomado en cuenta con todos sus valores y principios. (P. M. A. Flores.)

Si no es en este sexenio, cuando. El primero que en su afán de legitimarse en Los Pinos lesionó el Estado laico al establecer relaciones diplomáticas entre nuestro país y El Vaticano fue Carlos Salinas. Vendrían más tarde Fox y el devoto del Verbo Encarnado, que han permitido a la capa pluvial lastimar el laicismo que habían conseguido establecer los liberales de Gómez Farías y Benito Juárez. Hoy, matador vestido de luces partiendo plaza, pavo real que se pavonea en un corral de gallinas, Norberto Rivera impone condiciones a la vida nacional, y a ver quién frena su activismo político. Leo a P.M.A. Flores en reciente edición de Desde la fe, órgano oficial de la Conferencia del Episcopado Mexicano:

«Uno de los capítulos menos conocidos de nuestra historia reciente es la «persecución religiosa de 1924-29. La ley Calles detonó el verdadero conflicto: el gobierno y su fuerza militar contra el pueblo creyente y sus tradiciones religiosas».

Más le vale al clero, mis valedores: que los mexicanos desconozcan la historia del país y el funesto protagonismo de las sotanas desde antes de las guerras de independencia hasta el día de hoy, que entonces conocerían (muy aparte la religión, para mí intocable) la actuación de la más nefasta plaga que ha asolado este país, un clero autor intelectual de las traiciones y felonías de López de Santa Anna y demás abyectos. Quien estudia la historia y conoce la actuación de los tonsurados considera un prodigio que el medio México que sobrevivió al naufragio que le causaron gringos, sotanas y traidores, se haya consolidado como país. Laus Deo.

Mínimo botoncillo de muestra: «Ante la urgencia de detener al invasor, Gómez Farías solicitó un préstamo al clero, principal capitalista del país, que se lo negó. Desesperado por tan antipatriótica actitud, el presidente dictó un decreto que autorizaba a ocupar los bienes eclesiásticos. El clero, entonces, utilizó el dinero para equipar grupos de voluntarios aristócratas apodados polkos, que desconocieron al gobierno. Santa Anna destituyó a Gómez Farías y regresó al clero sus bienes. Este, en recompensa, le otorgó un préstamo de dos millones de pesos. Más tarde, en Jalapa y en honor del Gral. Scott, el Tedeum y el día de campo, donde los munícipes clericales brindaron a la salud del ejército americano y por la anexión de México a los Estados Unidos, mientras los cadáveres de patriotas mexicanos…»

Que la historia oficial ha cercenado la memoria del movimiento cristero, afirma P. M.A. Flores, y que (con esa sintaxis) «hemos tenido que esperar la pluma de escritores extranjeros como Graham Green y su novela El Poder y la Gloría o historiadores de gran talante -por cierto de otras latitudes, hoy nacionalizado mexicano- (sic) como Jean Meyer y su célebre libro La Cristiada, para conocer que hubo un largo y sangriento capítulo ignorado deliberadamente por el régimen revolucionario».

¡Viva también la Reacción! ¡La reacción es la única parte del sector mexicano que tiene derecho a la vida! ¡Más nos vale un solo Juan Diego que todos los Juárez de la historia…! (Pregón sinarquista.)

De no creerse, mis valedores. Uno pudiese suponer que en el México actual ese episodio renegrido de la historia patria que fue el movimiento cristero quedó muerto y sepultado para bien del país, pero ahora resulta que la «cristera» no ha muerto; que, hidra de siete cabezas, la añeja contienda armada con que el fanatismo cristero enfrentó la Constitución de 1917 para sembrar, como resultado, un almacigo de hasta 70 mil cadáveres, se resiste a morir, y que sus siniestros rescoldos son atizados por los Norberto Rivera que en el siglo XIX atacaron la constitución de 1857. Si no es en el sexenio del Verbo Encarnado cuándo. Así activa el alto clero una hornilla apagada que intenta convertir, una vez más, en hornaza:

Un régimen anticlerical y masón provocó, en el exceso de su intolerancia, el control de las manifestaciones religiosas que derivaron en una resistencia heroica de miles de católicos y una represión cobarde y sanguinaria por parte del gobierno revolucionario… (P.M.A. Flores.)

(Seguiré el lunes.)

Especialista en «estados fallidos»

Estados Unidos reconoció la independencia mexicana enviando por Ministro Plenipotenciario a Mr. Joel R. Poinsett, quien ejerció un pernicioso influjo en la política fomentando la frac-masonería…

Este dicho Poinsett, especialista en «estados fallidos», había venido a nuestro país y tanteado el terreno para sus maquinaciones, y explorado las posibilidades y ventajas para el Norte rapaz, y ofrecido hasta 5 millones de dólares por el estado de Texas. Apenas consumada la independencia de México Poinsett fue enviado en calidad de ministro plenipotenciario del país que hoy nos envía al cubano-norteamericano Carlos Pascual, especialista, él también, en «estados fallidos». Para calcular semejanzas o diferencias del México de 1822 y el de hoy día, aquí algunos párrafos del diario de viaje del susodicho Poinsett.

«¡Cuántas dificultades, peligros y privaciones! Sin nada qué comer, excepto tasajo o carne seca; sin nada que beber, excepto pulque Ventas carentes de lo más necesario y horriblemente sucias; ladrones en cada paso de la montaña, gritos y chiflidos. Estuve escuchando un largo catálogo de miserias y peligros a los que tendré que enfrentarme…»

Ricos y pobres. «Entre nosotros (en EU) el forastero no ve ese sorprendente y asqueroso contraste entre el esplendor de los ricos y la escuálida penuria de los pobres que constantemente hiere sus ojos en México.» De 1822 al 2009, ¿ha cambiado el país? ¿Cuánto…?

Burocracia. «Con una deuda exorbitante, el presupuesto para el sostenimiento del gobierno es muy elevado, y el número de personas empleadas en los diversos ramos de la administración aumenta, de modo excesivo, los gastos de ésta». ¿Ha cambiado…?

¿Justicia en México? «Los abogados: un gremio numeroso y la práctica de la abogacía no es, como en Estados Unidos, un llamamiento a la justicia imparcial, sino al arte de multiplicar actuaciones y de aplazar resoluciones hasta conseguir el apoyo del juez por medio de influencias y sobornos…» (¿Así era? ¿Ya no es?)

Las mujeres «Las casadas son de modales muy agradables. Se dice que son fieles al amante favorecido y que una intriga de esta clase no afecta la reputación de una dama».

La religión: «Sienten placer infantil al marchar en procesiones y para ellas se visten del modo más fantástico, y los sacerdotes han considerado necesario permitirles que mezclen sus danzas y mojigangas con las ceremonias católicas (…) Son los campesinos, sobrios, industriosos, dóciles, ignorantes y supersticiosos. Dejan que sus sacerdotes los manejen para bien o para mal. ¿El agro? Ese está completamente arruinado». ¿Y hoy…?

Los sacerdotes. «Ejercen una influencia ilimitada sobre las clases bajas y altas y se oponen a las libertades civiles. El clero posee fincas muy extensas y ricas, y una proporción bastante elevada de las tierras está hipotecada a su favor. Visité la catedral de Puebla, muy bella, pero en medio de su esplendor entraban indios miserables y semidesnudos, que nos veían boquiabiertos o se arrodillaban ante el altar de algún santo predilecto, ofreciendo un contraste tan especial como doloroso frente a la magnificencia del templo».

Por cuanto a la Cuba de Carlos Pascual: «Cuba es de gran importancia para nuestros estados del sur. Lo que más me atemoriza por ser más perjudicial para nuestros intereses es que esta isla sea ocupada por alguna gran potencia marítima. Esto no sólo nos privaría de esta extensa y lucrativa rama de comercio, sino también, en caso de guerra con esa nación, le brindaría una posición militar desde donde podría aniquilar todo nuestro comercio en estos mares. Cuba no es solamente la llave del Golfo de México, sino también la de nuestra frontera marítima al sur de Savannah y en su suerte están involucrados algunos de nuestros más altos intereses, tanto políticos como comerciales.

Ahora me ocupo de un asunto del que apenas me atrevo a escribir: los ultrajes e insultos inferidos a nuestros compatriotas por las viles turbas de La Habana. Nuestros sufrimientos por este motivo son comunes a todas las naciones de gran comercio. Pero algún remedio exige el salvaje tratamiento que nuestros mercaderes, capitanes de buque y marinos han sufrido a veces en esta ciudad (…) Nuestros agentes comerciales no son reconocidos como tales por las autoridades de La Habana, y no se atreven ni siquiera a protestar contra estos actos deliberados de crueldad…»

Poinsett, Carlos Pascual, México. (Este país.)

De Poinsett a Carlos Pascual

La diplomacia del imperio en nuestro país, mis valedores. Con el pretexto del «estado fallido» al que hay que salvar, sus diplomáticos han cumplimentado la doctrina expansionista, desde el «agente especial» Joel Roberts Poinsett y el nefasto embajador Henry Lane Wilson hasta John Gavin y sucesores. Ayer nomás fue Tony Garza, y ahora nos envían a cierto Carlos Pascual, cubano-norteamericano especialista, precisamente, en «estados fallidos». Cuidado con el rapaz, nos previene José Marti.

Y es que Estados Unidos, desde la época colonial, ambicionó posesionarse del territorio mexicano. Anexión fue en un principio la meta de su política colonial, estrategia que varió siglos después: «No anexión. Absorción es la palabra». Absorción que sería financiera, política, cultural, social. ¿El imperio logró su propósito? Sería cuestión preguntarle a algunos, desde Benito Juárez y Porfirio Díaz hasta un tal De la Madrid, el primer mediocre de las cejas alacranadas. No, y a Salinas, Zedillo, Fox, el actual…

Cuando inició México su movimiento independiente los caudillos enviaron un comisionado para lograr la ayuda de los vecinos del Norte. El presidente Monroe la ofreció a cambio de que México se agregara a Estados Unidos. El ofrecimiento fue re chazado, pero Jackson, el sucesor, lo intentó por medio de Joel R Poinsett, que en su primera medida como «agente especial» propuso al gobierno de México la compra de Texas en cinco millones de dólares.

Este J.R. Poinsett escribió un libro donde quedó asentada su visión del país que encontró en 1822. Aquí, para que comparemos lo que en nuestro país va de ayer a hoy, estos párrafos. Primero, los habitantes.

«Hay cuando menos 20 mil en esta capital, cuya población no excede de 150 mil almas, que carecen de domicilio fijo y de modo visible de ganarse la vida. Después de pasar la noche a veces al abrigo y a veces a la intemperie, salen en la mañana como zánganos para mendigar, robar y en último caso trabajar. Si tienen la suerte de ganarse algo más de lo necesario para su subsistencia, se van a la pulquería. Ahí, hombres y mujeres tirados en el suelo, durmiendo la mona (…) Como rateros y carteristas son sumamente diestros».

El mercado: «Multitud de léperos, a quienes me advirtieron que no tocara, pues sus sarapes hierven de bichos asquerosos».

¿Inseguridad pública, problema exclusivo del México actual? No, que ya en 1822 lo atestiguaba Poinsett:

«Los comerciantes pidieron licencia para exportar el numerario desde meses antes, pero se les dijo que los caminos estaban demasiado inseguros para permitir el transporte de valores a Veracruz; que se habían dado pasos para extirpar a las hordas de bandoleros que infestan esta región del país; que se daría aviso tan pronto pudieran pasar las conductas sin peligro.

Como teníamos pensado ir al teatro, tomamos nuestros sables para poder regresar a casa de noche sin peligro. Esta les parecerá una extraña precaución en un país civilizado, pero aquí es absolutamente necesario. El portero de nuestra casa, al verme salir de noche, recién llegado, sin armas, me censuró por lo que tuvo a bien calificar de temeridad mía; me dijo que eran numerosos tos robos y los ase­sinatos…»

Comercios y comerciantes. «Los ingresos del gobierno derivan de los derechos sobre importaciones y exportaciones, de acuerdo con el arancel formulado a gran prisa y cuajado de errores. Como consecuencia de los altos derechos y del modo arbitrario de cobrarlos, se introducen de contrabando mercancías en gran cantidad…» (¿Ayer nada más?)

Pero las expresiones de Poinsett no se concretaron a México. También a la patria del nuevo embajador que nos manda el imperio, un Carlos Pascual. Antes de seguir con las expresiones vituperosas contra nuestro país toca turno a Cuba. La Habana y el país:

«Es la estación de aguas. Avanzamos a través de las calles más angostas y sucias de la cristiandad. Sólo en algunas ciudades de Asia he visto todas las calles de una población entera tan estrechas, tan mal pavimentadas, tan puercas. (…) Es difícil decir a qué bando se unirá esta población de esclavos en el caso de un ataque a la isla por los gobiernos libres de México o de Colombia. Es probable que estos países intenten provocar una revolución en la isla, o pretendan tomarla, pues mientras que España tenga a Cuba y Puerto Rico, están abiertas a sus flotas y ejércitos las costas de la tierra firme y del Golfo de México» (Sigo mañana.)