Madero y Ricardo Flores Magón

El general Díaz, con su mano de hierro ha acabado con nuestro espíritu turbulento e inquieto y ahora que tenemos la calma necesaria y que comprendemos cuan deseable es el reino de la ley, ahora sí estamos aptos para concurrir pacíficamente a las urnas electorales…

Exacto, mis valedores. Semejantes conceptos humo son del copal que en 1808 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomochic, indígenas yaquis, Cananea y Río Blanco, etc.) quemó un espiritista y vitivinicultor a quien tocó en suerte iniciar, para la historia oficial, el movimiento revolucionario de 1810, gloria y honor de los hermanos Flores Magón. Yo, en contracanto de esa versión oficial de la historia, hablé ayer de Ricardo Flores Magón como el iniciador del estallido revolucionario de 1910. Hoy me refiero a Francisco I. Madero como admirador de Porfirio Díaz., a quien forró de elogiosos conceptos en La sucesión presidencial. Hoy, apenas rebasado el 20 de noviembre, va aquí esta pedacera del libro que nos legó el iniciador oficial del movimiento armado de 1910. Juzguen ustedes:

«Pertenezco, por nacimiento, a la clase privilegiada; mi familia es de las más numerosas e influyentes en este estado; y ni yo, ni ninguno de los miembros de mi familia, tenemos el menor motivo de queja contra el general Díaz, ni contra sus ministros, ni contra el actual gobernador del estado, ni siquiera contra las autoridades locales. Los múltiples negocios que todos los de mi familia han tenido en los distintos ministerios, en los tribunales de la República, siempre han sido despachados con equidad y justicia…

La obra del general Díaz ha consistido en borrar los odios profundos que antes dividían a los mexicanos y en asegurar la paz por más de 30 años, que (…) ha llegado a echar profundas raíces en el suelo nacional, al grado de que su florecimiento en nuestro país, parece asegurado».

Y muy a propósito como para leer entre líneas:

«Ahora que el general Díaz no tiene más que temer que el fallo de la Historia, ni más que desear que la gratitud nacional, no será remoto que procure atraerse a esta última y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus últimos días la voluntad nacional y cumpliendo todas las promesas que antes hiciera a la patria (…) Ante la Historia podrá justificarse diciendo: Con mi permanencia en el poder, maté al militarismo, acabé con el espíritu turbulento, hice que en todos los ámbitos de la República se respetase la ley; consolidé la paz, extendí por todo el país una vasta red ferrocarrilera, construí grandiosas obras materiales; favorecí la creación de cuantiosos intereses privados, aumenté la riqueza pública; de mi patria, turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un país pacífico, rico y que goza de un justo crédito en el extranjero.

Es posible que para llevar a cima esta obra, haya yo cometido algunas faltas; todo el mundo está expuesto a errar, pero esas faltas han sido de buena fe y la prueba de ello es que la principal que se me puede imputar: que me haya colocado arriba de la ley, sólo la he cometido mientras lo he juzgado indispensable para llevar a feliz término mi obra, puesto que ahora que creo que ésta está terminada, que el país está apto para ejercer sus derechos, devuelvo a la ley su imperio, su majestad y yo mismo me coloco debajo de ella, a fin de que en lo sucesivo sea la ley, la guardiana de la paz, la que asegure el progreso indefinido de mi patria, pues creo que no podré tener sucesor más digno. Los últimos días de mi vida los consagraré a defenderla, a consolidar su prestigio, poniendo a su servicio todo el mío, y ¡ay de quien quiera atentar contra la ley que yo seré el primero en respetar!

El prestigio del general Díaz llegará entonces a tal grado, que en donde quiera que se encontrara sería considerado como el arbitro de nuestros destinos y la gratitud nacional hacia él no tendría límites (…) Porque el general Díaz no ha sido un déspota vulgar y la Historia nos habla de muy pocos hombres que hayan usado del poder absoluto con tanta moderación».

Moderación, dijo Madero del carnicero de Tomochic y los indígenas yaquis y mayas; del reguero de fuego y muerte de huelguistas de Cananea, Puebla y Río Blanco, que le merecieron el siguiente juicio: «En esas huelgas podemos encontrar cuál es la opinión que el general Díaz tiene de las necesidades de los obreros y hasta dónde llega su amor hacia ellos.» Mis valedores… ¡Basta!

Ricardo Flores Magón, mientras tanto… (Ah, México.)

De héroes y tumbas

Quien ve más lejos en el pasado más lejos podrá ver en el porvenir.

La historia oficial, mis valedores, esa trampa con la que el Sistema de poder nos distorsiona el pasado de nuestra comunidad. Ahora mismo, cuando ese Sistema se dispone a conmemorar el Centenario de la Revolución y el Bicentenario de nuestra Independencia (aberrante derroche de recursos económicos) habrá que recordar que la historia siempre es un proceso, que no fue uno solo sino diversos los movimientos de independencia, y que no comenzaron con Miguel Hidalgo, como tampoco las revoluciones de 1910-17 con Francisco I. Madero. Muy malagradecidos hemos de ser si olvidamos a los precursores cuya hazaña como iniciadores de los movimientos libertarios pagaron con prisión y grilletes, y aun con la propia existencia.

La revolución es el único acto que puede transformar las condiciones sociales intolerables, pero también puede conducir a la creación de estas situaciones sociales intolerables. (A. Camus).

A propósito de los precursores de la revolución: El Valedor, programa que tarde a tarde transmito por internet, he recordado a los heroicos visionarios que en 1808 intentaron la independencia del país, y que en

la empresa tuvieron que enfrentar el poder y la furia de los peninsulares, y pagarlo con la vida Muchos fueron los mártires. Vale la pena consignar aquí algunos nombres.

Francisco de Azcárate, Primo de Verdad, Mariano Michelena y aun, algo lógico, un cura de un bajo clero descontento por los fueros y desmesuras de la jerarquía: Manuel Ruiz de Chávez, párroco. Y qué alto destaca la figura de un fraile, Melchor de Talamantes. El, peruano de nacimiento, a punta de escritos y prédicas encendió la fogata independentista hasta dar directamente en una de las tinajas de San Juan de Ulúa, donde pasó el resto de su existencia hasta perderla entre vómitos y «fiebre prieta». Y meditarlo, mis valedores:

Al peruano que aventó por delante su vida por la independencia de su país de adopción, a la hora del sepulcro tuvieron que desprender del cadáver grilletes y cadenas. Pero el tamaño del agradecimiento oficial: cuando se habla de la independencia de México el discurso conmemorativo comienza el nombre obligado: Miguel Hidalgo. Es la historia. Es México. Mis valedores:

Muy semejante a fray Melchor de Talamantes, los textos de historia reiteran, machacan, que el iniciador de la Revolución del 1910-17 fue un cierto vitivinicultor espiritista de nombre Francisco I. Madero. Pocos, a la hora de los discursos, otorgan el mérito a los verdaderos iniciadores de la eclosión revolucionaria los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón (Jesús, el tercer hermano, va aparte).

Ricardo Flores Magón. Vidas paralelas la suya y de fray Melchor, el visionario de la Revolución fundó un periódico y un partido político y fue el inspirador, el instigador de movimientos de insurrección tan decisivos en la explosión revolucionaria como las huelgas de Cananea y Río Blanco. ¿Su destino final? Una celda en la prisión norteamericana de Leavenworth, Kansas, donde ciego y debilitado terminó su vida de guía, de baqueano, de iluminado al que sus beneficiarios hemos olvidado, o casi.

Asi pues, estoy condenado a cegar y morir en la prisión, mas prefiero esto, que volver la espalda a los trabajadores, y tener las puertas de la prisión abiertas al precio de mi vergüenza No sobreviviré en mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizás inscriban en mi tumba «Aquí yace un Soñador». Y mis enemigos: «Aquí yace un Loco», pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: «Aquí yace un Cobarde y un Traidor a sus ideas…»

Flores Magón murió completamente ciego un par de años más tarde, el 22 de noviembre de 1922, en la prisión de Leavenworth, Kansas, EU. Aquí, para conocer al héroe, para reconocerlo, estos fragmentos de la correspondencia del prisionero, precursor e ideólogo de la Revolución, ya cuando estaba a punto de muerte en su celda penitenciaria:

«Mis males no ceden, y cada vez me siento más debilitado, corporalmente, por supuesto, pues por lo que respecta a mi voluntad, es la misma de siempre. Yo me doy ánimo para ver si mi pobre carne reacciona y puede resistir victoriosamente la temible tuberculosis que está amenazándome, y detener por algún tiempo la pérdida total de mi vista Mi única esperanza de poder recobrar mi salud es la libertad, el cambio de clima y de régimen de vida pero esta esperanza es tan débil…»

Contrapunto obligado con Ricardo Flores Magón, mañana aquí mismo, los ditirambos que el iniciador oficial de la Revolución Mexicana dedicó en su momento a Porfirio Díaz, dictador. (Aguarden.)

Dr. Jeckyll y Mr. Hide

¿Conocen la fábula, mis valedores? Yo, cuando iba a imaginarlo, la escuché de labios de uno de sus protagonistas. Y aquella tristura. Y cuánto lastima tomar como propias las desdichas de los demás. (¿Escuchan en la piquera? «Porque ya creo merecerte – porque ya logré ponerte».) La crónica de los hechos, que ocurrieron en aquel callejón de barrio bajo, ya al pardear.

Cacho de acera cercana a la taberna. No lejos, variopintos reclamos de los buscavidas: jugos, tacos, se visten niños Dios. Masajes y similares. Llame, nosotras vamos.

Yo estoy a las puertas de la piquera de airoso título: «Acá pulquito, botanas de chilacayote». Recargados en el muro de la piquera, él y yo: «Gracias, mi valedor. Salucita». Cacarizo, el muro, tatuajes y costurones: «Maras». No anunciar. Te amo, Cosita. Puto yo (ájale) y, grosero dibujo del crayón, los sexos cual sañudos escorpiones, que dijera el poeta «Gracias, me vino a resucitar».

Con un eructo me lo agradece. El segundo amamantón, de náufrago. Alagartado en la banqueta el teporochón (miseria, soledad, mugre químicamente pura) chupetea el titán de grosella que le acabo de ofertar, y cuyo fuerte sabor ha rebajado con alcohol del 96. Se desatora del gollete, y aquel remedo de sonrisa, mueca desmolada.

– Qué a toda madre es la vida cuando es vida de a de veras, ¿no, mi señor?

Lo observo: cedió el temblor de las manos. Entre pitaña y arrugas los ojillos rebrillan, y tales rasgos faciales macerados de tiempo, soledad, vida arrastrada «¿Me permite?» Otro amamantón, luego el regüeldo, el humito del tabaco, el carraspeo, el escupitajo. «Cuidado, sesgúese o se lo estampo».

Me lo estampó. «No se preocupe», le digo. Y venga un chupete más. «¿Y su familia, señor?», le pregunto.

– ¿Familia? ¿Y eso qué es? No, mire, aquí donde me ve, yo soy solo y mi alma en el mundo. Padre no conocí, y eso que fueron tantos. Madre no tengo ni siquiera para que me la mienten ¿Un hijo mío, para el apellido? Nada. De mí quién se duele, de mí quién pregunta si vivo o muero. Si me muero quién me llora. Vida, madrastra de desdichados…

Su briaga autocompasión. Pues sí, pero algo me reblandece acá adentro. Se contrista el espíritu, se fruncen las telas del corazón. Hago el impulso de apretar esa mano y darle a entender que donde hay hombres no mueren hombres, pero un cierto pudor…

– Aquí donde me ve, a mí también me parió una madre. De no creerse, ¿verdad?

A lo lejos el largo son de una locomotora que rompe en adioses, y ojos que te vieron ir. (Silbato camotero, perdón.) Aquí, en la entraña del arrabal, perracos y hedores, bandazos de viento que desparrama tristuras de amor, y esos dolorimientos. «Para darte tres regalos…» (Pienso en ti, mi única, ausente para nunca más.)

– Pero a mí la que me vino echando a la vida airada fue una decepción.

Suspiré. No me quedó otro remedio. Mi Nallieli. «Entiendo, sí. Una hembra que se le ausentó».

– ¿Una qué? No mame. A mí las hembras pa esto, mire.

El ademán procaz; el desdén misógino.

– Fue por un amigo la decepción. Un amigo nomás, pero el que es todo, y tantito más, un mundo de punta a punta; ese amigo que Dios nos dio aquel día en que amaneció de buenas y sin rastro de cruda. El amigo que viene a ser cómplice, hermano, paño de lágrimas. La otra mitad de uno mismo, para que me entienda; uno mismo con otro cuero, que dijo aquél. Mi amigo, nomás mi amigo. Dios…

Y el goterón, que se trasmina en los pitañosos, y el apalancón a un titán ya en las últimas. Un súbito clamor de parturienta primeriza la ambulancia, que lleva en su vientre a algún desdichado que cayó en su momento de mala fortuna. En los bandazos de viento la voz en brama «Ay, quiéreme…». El del vicio besó el gollete.

Sorbió. A la pitaña había asomado el lagrimón Ahora esos escurrimientos. «¿Sabe? El amigo pasó a mejor vida. Salucita».

– Mi pésame, señor. ¿Cuánto hace que falleció su amigo?

– Ni se me murió ni se ha muerto, el muy cabrón. (Y a soltar broncas palabras mal amansadas.)

Y fue ahí, mis valedores, donde escuché la fábula del Dr. Jeckyll y Mr. Hide, pero en contracanto, al revés de como la cuenta Stevenson. «El hijo de buda pasó a mejor vida pero ni se murió. Ora que para mí, mire: como si estuviera dos metros abajo. (La remembranza, el meneo de testa) El que fue mi amigo, qué tiempos…»

En la bocacalle el rechinido de frenos. Furioso, el claxon dejó ir sus cinco toques, como Dios manda. «Con ése las borracheras eran un puro contentamiento, regocijamiento del primer trago a la cruda. Porque aquí donde me ve, yo con mi amigo conocí tiempos mejores. Yo y él, los dos. Fue entonces cuando nos dimos a la buena vida».

– La vida en familia

–  ¿En familia? No mame. ¿No? (Hasta mañana)

De bustos y nalgas

¿Conque ése era yo? ¿De veras? Ah, tiempos aquellos, los de mi primera juventud, tiempos que fueron los de la abundancia de ideales y la carencia económica; de la escasez de ropa y la prodigalidad de una greña que escurría Glostora. Aquellos tiempos, mis tiempos, que fueron los del primer amor (todos los amores son el primero), la sota moza deambulando por el parque arbolado y uno acá, bebiéndosela con los ojos, el sudor en las manos y la taquicardia en un corazón lacerado de ansias amorosas. Ya lo canta el Kama Sutra (¿o fue Nietzsche?): «Las goza quien las merece, que yo con verlas descanso». Guadalajara.

Pero no todo se me iba en mirar de lejos y suspirar. De vecino tenía San Juan de Dios, por aquel entonces claveteado de antros, piqueras y mancebías, enfermedades venéreas, doctores abortistas y la iglesia de San Juan para el harponazo de penicilina espiritual. Las noches de sábado yo, hormona alborotada, de turbio en turbio las pasaba encuevado en el muy honorable salón para familias La Nalgada (la moneda con la que usted pagaba a la bailadora daba el derecho de pegarle sabrosa palmada ya en la derecha, ya en la zurda, a escoger). Y venga en la sinfonola «Pachito e’ che», y el Benny: «Pero qué bonito y sabroso». Almendra, danzón. Qué tiempos.

Ya va amaneciendo, ya el etílico malestar (no era mi caso, que conmigo el licor topó en tepetate) se enrosca en el vientre y trepa a la cabeza: la hora ha sonado de aliviar la panza con pancita caliente y dejar sitio a la media de ostiones, y a volver a vivir. No lloro, nomás me acuerdo. Llega el domingo; a misa de doce y, liviana la conciencia, vamonos a tirar dos que tres clavados. No en los dineros públicos como los Salinas, Montiel, Bribiesca, Sahagún y cáfila de bandidos hijos putativos de unas leyes alcahuetas (ya, ya, cálmate). No clavados en el erario público, sino en la pública alberca, sede de gloriosos panzazos. Cuando menos acordaba, la noche, y ya de noche y al amparo de la oscuridad cómplice… Mis valedores: ¿los estaré aburriendo? Por sí o por no, aquí aderezo el guisado con una salsa sicalíptica:

Yo arriba, resoplando; ella abajo, jadeante, y la pareja, que no tenía para cuando acabar. Aclaro: yo, desde lo alto de la gayola, miraba debajo de mí la pantalla del cine Regís, donde para la pareja del Gordo y el Flaco todo era correr, brincar, caer, alzarse, volver a caer, y ya tropiezan, ya derriban el jarrón, la lámpara, la fuente de frutas; y ya resbalan en ese plátano, chillan, se soban, hacen muecas, visajes; y que sigan los tumbos y los mojicones. A mí, todavía con la sangre dulzona sin llegar al punto de la diabetes; a mí, que aún conservábame virgen de cultura política, cantatas de Bach y los clásicos lobanillos del áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada a veces, y a veces nomás agónica, las chistosadas del cómico me los reblandecían, me humedecían de risa ojos, belfos y algún esfínter. Qué joven fui una vez…

Fanático fui del cine mexicano, con sólo que la película fuese mala a morir, que entonces me hacía vivir, y siendo, como eran, cintas mexicanas, ¿cuál abstenerme de ver? ¿Cuál, Charito Granados? ¿Cuál, Maritoña Pons? Todas eran mis favoritas: esta comedia, la tragicomedia, el dramón pasional, la tragedia de involuntario humor, todas. Fanático fui del mal cine, sí, pero hasta el blanco y negro llegué, que aquellas malas películas algo tenían rescatable, mientras que las de color -¿hay excepciones?- no me parecen malas películas, no, sino estúpidas, cretinas y a la medida de los pobres de espíritu que asisten al cine para (asco, horror), mascar y rumiar bolsas de palomitas entre comentarios de lo que ven en la pantalla. Yo, hoy adicto al cine de Eisenstein, Bergman y cercanías, ¿soportar las creaciones de semejantes talentos con mis vecinos de asiento remoliendo palomitas y lo que hoy se vendan en las «fuentes de sodas»? Deserté de la sala de cine; me rendí, de plano, y no más. Pero añoro, y cuánto, las cintas de cómicos, comenzando con Laurel y Hardy, genios de una comicidad que degeneró hasta la náusea con los Viruta y Capulina. Mis valedores…

Estómago tuve para el mal cine de comediantes baratos, pero después de la cáfila de pésimos cómicos que gesticulan en la función pública, ¿soportar a pie firme y a puro valor mexicano ese abominable espectáculo (harina, pastelazo, robo de cámara y de dineros públicos) de payasos tan esperpénticos, zafios y ridículos como los mediocres Juanito y estatua, Mouriño, bustos y duelo mujeril, estrepitoso, estrambótico? Yo, a lo morboso, ¿indagar en qué sitio levantarán la estatua de las doloridas nalgas de «Ale» Guzmán? ¿Yo? ¡Nunca! Paso sin ver. He dicho. (¡Puagh!)

Material Tres Equis, cuidado

Que me la perdonen las beatas del Verbo Encarnado. Que me la persignen, porque tantito más, por un pelo (por un macollo de pelos) hubiese yo caído en la carnosa tenta­ción. Y es que la carne es débil, pero de una fuerza tal que resulta casi irresistible, glo­rioso contrasentido. Resistí. La crónica:Noche de miércoles. Por callejas del barrio caminaba para bajar el comelitón que me sirve el modelo neoliberal: bueyes, camellos y un burro de este tamaño, mi­ren. Galletas de animalitos, que me pasé por el gaznate chiquiteándome un negro bien caliente y tan fuerte que toda la no­che me iba a mantener despierto y remo­lineándome en la cama (un café, garban­zo de a libra). A lo despreocupado avancé, cuando en eso: ‘Pst, pst…”

Yo, distraído, percibía el silencio de la noche, su desierta soledad, el farolillo mor­tecino y aquel desgarrado adiós de la loco­motora que desgaja y separa amores, desti­nos, vidas. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir. Pero a ver, un momento: ¿silbato de locomotora? ¿Pues qué, no las malbarató Zedillo a sus patrones gringos? Ah, silbato de carrito camotero. ¿Pues qué, todavía no los malbarata ese que en venta de cochera está rematando todo el equipo de Luz y Fuerza del Centro? Seguí caminan­do, y aquel discreto eructillo…

«Pst, pst». ¡Ave María! ¿Asalto, atorón, levantón, secuestro? El espanto me chicoteó el coxis, zacatón que soy. Lo apreté, el paso. Lo apreté, el gañote Lo apreté; un apretade­ro. La saliva, burro a medio digerir, se amar­gó de bilis. «Pst, pst». Santo Niño de Atocha. Algo más quise apretar, pero ya sólo me res­taban los párpados. Y aquella taquicardia ‘Pst, pst.» Pero un momento: ¿un asaltante, un secuestrador, un sardo torturador iban a hacerme: «pst, pst»? No, que ellos, direc­tamente al madrazo, aunque a fin de cuen­tas el Madrazo fue para él, pregúntenle a la Gonflo. De ganchete miré una cucaracheta que se me había emparejado (rosa, tafiletes fiusha). ¿De la Federal de Seguridad, de Gar­cía Luna? ¿Pero Genaro en un volks color de rosa? No, que ése ya me hubiese ventoseado la primera ráfaga de AK-47, táctica copiada a los Zetas. Santo Niñito… – Pst, pst Sí, tú, papito.

¡Una mujer! Uno a uno comencé a aflojarlos. De reojo una rápida ojeada: prieta ella, ventruda, peluca azafranada con rayos guindas; postizas de este tama­ño (pestañas); rímel que hagan de cuen­ta contingencia ambiental; ojeras de sombreador en las ojeras de edad, desveladas y depravación; uñas lilas en manos y pies; ligas para el ligue; faja para el faje; mini-mini atacada y atacados chonchones color mamey. Simple ojeada «Papi…»

Va a querer su domingo, pensé. Acele­ré el paso. «Ven, trépate, yo no voy a lasti­marte, como él». ¿El? ¿A qué «él» se refiere, qué «él» me ha lastimado nunca, hetero­sexual de mi? Seguí caminando. Ella, ser­piente del paraíso: ‘Yo lo que te prome­to te cumplo, no como él. (¡A mí ningún «él» me ha prometido nada!) «Este cuerpo de élite todo tuyo, míralo. ¿Te vienes?» Ca­miné más aprisa ‘Yo sí soy profesional y no fui impuesta ni soy una improvisada que ande regándola, como él». Tragué sa­liva ‘Ven, que yo sí te voy a cumplir, no como él, que te dejó encuerado y muerto de hambre». Resollé hondo, acopié valor. «Yo no te voy a lastimar como te lastimó el gordo». Dios, aclárale a la señorita que yo soy honesto. En lo que cabe. (Reculo. Aquí no cabe ni un alfiler.) «Yo no te voy a car­gar la choricera de impuestos: el IVA al 16 por ciento, el ISR al 30, y que el celular, y que tu depósito bancario, y que puertas, perros y ventanas, López de Santa Anna de pacotilla. Déjateme venir».

Sin mirarla y por desvanecer el equí­voco: «Necesitamos aclarar paradas». «Esas son mi especialidad». ‘Prímero: no soy su papá; segundo: no la conozco; ter­cero, no apruebo su tuteo. Cuarto…» «Ese sí lo pagas tú». «Cuarto, digo: yo nunca he tenido trato con ningún ‘él'».

– ¿Que no? A ver: ¿eres periodista ven­dido, o nomás comprado, de los que por el módico chayo se ceban en un inicuo lin­chamiento de electricistas?

– ¡Señorita, me confundió, y eso ya ca­lienta!

– “Lo caliente yo te lo bajo. Anda, que no me he persignado».

Flaca es la carne, después de todo. La mía, cuando menos. Me trepé, toqueteé su carne gorda, sus colinas y valles, sus rin­cones umbríos, y fue en aquel rincón don­de ¡tíznale! «No le saques, papito». «¡Me salió usted varón!» «¿Vas a fijarte en meti­culosidades?». Fue a eso a lo que le temí: a las meti-culosidades. Y que pego el brinco y me la pelo, y al sobarme mi rodilla veo que el color de rosita aceleraba, y la seño­ra tentación me mandaba un postrero sa­ludo: brazo extendido y un jalón del ante­brazo. Válgame. Vi que el rosita se perdía a lo lejos. (Feo, ¿no?)

Del esperpento

Ayala ha mostrado cómo el poder usurpado corrompe una sociedad, haciéndose vehículo de encadenados delitos…Y este Francisco Ayala acaba de morir. Su muerte precoz, como todas las muertes, lo encontró creativo, lúcido y en la flor de su edad a los 103 años de vida. Entre dos fechas y dos ciudades, su biografía: Granada, 1906, y Madrid, 2009. Entre esas dos fechas novelas y ensayos, relatos, poemas y crónicas. «Lo vamos a tener para una larga posteridad, resistiendo la erosión del tiempo y la corrosión del olvido, quedando para las generaciones futuras como ejemplo de lo que fue una palabra libre, insobornable, creadora». Francisco Ayala.

Arrojado de su España cuando la guerra civil, el escritor anduvo exiliado por diversos países de acá entre nos: Argentina, Puerto Rico, Estados Unidos, y de ellos aprendió usos y costumbres y soportó dictaduras como la de los milicos en Argentina, y fue entonces…

A la manera del esperpento, Ayala reprodujo la tragicomedia de cierto paisillo imaginario cuyos destinos rige un espadón de nombre Antón Bocanegra, dipsómano que trata los asuntos de gobierno sentado frente a unos ministros que permanecen de pie. Sentado, sí, pero en la taza del lugar excusado, mientras los funcionarios se mantienen erguidos, que es una forma de culimpinarse ante el dictador. Qué país.

Que el espadón rige los destinos de la república, dije allá arriba, pero dije mal: quien manipula toda la vida pública no es el presidente, carácter de jericalla que disimula con mano ruda a la manera de la bota y el espadón cuartelero, sino una cierta Concha Bocanegra, la «primera dama», titulejo copiado a los gringos, que por halagarla le endilga una prensa servil. Así es la tal Bocanegra, mujeruca apenas ayer insignificante, trepadora famélica de poder cuyas dotes de audacia carente de escrúpulos la encaramaron en el poder. (¿Semejanza con alguna Marta de por acá? ¿Mera coincidencia?) Ya como «primera dama», Concha desnuda su pasión por el rastacuerismo y el derroche ostentoso. Sangre caliente y hormonas a flor de entrepierna, la Concha aquella termina por echarse encima un amante, cierto efebo Tadeo bienamado del dictador. La pareja teje su telaraña de compinchajes y complicidades, intrigas palaciegas y maniobras politiqueras. Tadeo va a aderezar con veneno la copa del dictador. Lógico.

Recuerdo, mis valedores, aquel caso de conciencia para la Concha católica, mojigata y disoluta. En la plaza de armas se montó una exposición de artesania popular. Entre las obras expuestas al público se exhibía un niñito Jesús recién nacido. Lo ven las damas pías y horror, qué sacrilegio. En parvada van hasta el palacio de la primera dama a querellarse y acusar al artesano. Blasfemia, desfiguro, herejía

Pues sí, pero con qué palabras explicarle a la beata, cachonda y católica primera dama la infamia que el artesano perpetró con el Jesús niño. Concha en persona tuvo que ir a comprobar el horror. Y sí…

Niñito Jesús de nacimiento navideño, en su desnudez exhibía un erecto alarde viril no concerniente a su edad ni a su carácter de Dios niño. Escándalo, anatema. Concha, indignada, hace venir al de la artesanía popular y le ordena que rebaje todo lo sobrante de la divina entrepierna. La respuesta del artesano:

– Ese es un nudo de la madera Se lo dejo tal cual o se lo saco de raíz, y entonces dejamos al Niño en situación de divina infantita ¿Qué…?

Ahí el dilema, mis valedores. ¿Cómo resolvió la Concha tal caso de conciencia? Lean Muertes de perro, obra maestra del esperpento iberoamericano. Pero ya pensándolo bien: localizar la novela puede resultar difícil, y su costo tal vez no esté al alcance de alguno. No, mejor, mucho mejor, arrímense al esperpento nacional. Lean en los diarios la epopeya de Juanito y su estatua que transporta en un diablito cada día, y en un poste del Paseo de la Reforma la encadena «para que los perros de la Brugada no me la vayan a arrebatar». Pero más regocijante el esperpento de país bananero en la crónica lloriqueante de la melcocha color de rosa claveteada de magnolias:

«La zona de cruces y olvido se transformó en zona de luces y magnolias. El baldío se convirtió en un campo florido, con arbustos provisionales y reflectores portátiles… El Parque de la Luz… «Estarás presente dondequiera que haya una sonrisa». Y la lágrima viva Mouriño…

El esperpento tropical. Dentera me produce, y vergüenza ajena ¿Ajena? En fin. Francisco Ayala (A su memoria)

El industrial, María, Dios (en ese orden)

El nuestro, lo jura el discurso oficial, es un Estado de derecho, donde la ley se cumple y se hace cumplir. Sin excepciones ni privilegios. Sin más. Y fue en este Estado de derecho donde el pasado 28 de octubre, tres años después de haber llegado a Los Pinos, se dolió en público Felipe Calderón:

– Las empresas que más ganan rara vez pagan impuestos. Apenas un 1.7 por ciento. (Y les rogaba que pagaran aunque fuese un poquito más. Estado de derecho.)

Pero ahí la respuesta de Armando Paredes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial: «Cuando haces inversiones importantes, las empresas están invirtiendo. No van a tener necesariamente que re­tribuir impuestos».

Esto en un «Estado de derecho» cuyas señas de identidad son El Yunque y las beatas del Verbo Encarnado. En fin, que allá por 1990 Juan Pablo II visitó nuestro país y se entrevistó con los representantes del gran dinero, y les recomendó misericordia para los pobres. ¿El resultado? Sí, como en el episodio aquel donde Don Quijote amenaza a Juan Haldudo con el lanzón. «¡Deja de golpear a Andresillo, déjalo libre y págale lo que le adeudas, o enfrenta mi cólera!» Y a querer o no, el gañán desata al pastorcillo de la encina donde lo había tomado a varazos. Qué bien. Pues sí, pero apenas don Quijote se alejaba del bosque cuando ya Juan Haldudo volvía a trincar a Andresillo a la encina: «¡Anda, grita pidiendo ayuda al del lanzón! ¡Y para aumentar la paga te voy a aumentar la deuda!». Y duro con la vara en los lomos del pastorcillo, válgame.

Aquí igual, mis valedores. Igual el Quijote gordito de El Vaticano, y la ralea de Haldudos que detentan la riqueza del país sin retribuirle más allá del 1.7 por concepto de impuestos. Es México.

– Lo que me recuerda (le recordó al maestro en la tertulia de ayer) las declaraciones de esos grandes industriales después de la entrevista papal, que se llevó a cabo en Durango, la capital. (Su libreta de las pastas negras). «Aquí la respuesta de Guillermo Villalobos, director del Centro Empresarial:

– Con mensajes como los leídos en Durango y Monterrey, el Papa nos dejó un paquetón. El habla de lo que debería ser, no de lo que es. En fin, habrá para transformar detenidamente cada uno de sus mensajes, para ver qué es lo que sí podemos cumplir, pero conste: sobre transformar el capitalismo liberal, el capitalismo frío y feroz que no ve contexto social, nosotros no somos tan fríos ni tan feroces como las naciones del primer mundo. Gracias a Dios, la visita papal redituó una ocupación hotelera del 100 por ciento».

El industrial Fernández de Castro: «Los empresarios deseamos el bienestar social de todos los que dependen de nosotros. Los empresarios somos un medio del que Dios se vale para la administración de la riqueza temporal».

Chihuahua, Chih. Dirigentes empresariales se manifiestan a favor de revisar la legislación que regula las actividades educativas para la impartición de la enseñanza religiosa en las escuelas, como quiere Su Santidad.

P. Martínez García, de la Cámara Nac. de Comercio: «Nada de salarios elevados. Si bien es cierto que no se puede considerar que la aplicación de un capitalismo extremo permita por sí mismo la regulación de la justicia social, las condiciones de la economía nacional no permitirían el cumplimiento de lo sugerido por el Sumo Pontífice en torno a la retribución al trabajo».

Y otra más: «¿Retribución al trabajo? Bueno, esos principios no pueden ser aplicados en lo individual, sino en un contexto macroeconómico. Si alguien paga el salario mínimo a sus trabajadores, está en una situación de legalidad; si ese pago no es justo, la ley no es justa, pero es la ley. No, en verdad existen muchas trabas de tipo económico para cumplir cabalmente con el mensaje papal. Son las circunstancias…»

El vocero empresarial: «El Papa vino a reafirmar lo que nosotros ya temamos como doctrina social, cristiana, tal como lo expresó Su Santidad en torno al capitalismo, al lucro exacerbado, al amor del dinero y a la mala retribución al trabajo e injusta distribución de la riqueza. De alguna manera nosotros ya lo practicamos, porque nosotros no defendemos el individualismo egoísta que algunos practican. Porque ya saben ustedes: las ovejas negras.

Y otra más: «Bueno, el Papa no dijo que el dinero sea malo, lo que pasa es que, por supuesto, no lo podemos amar al mismo nivel que los empresarios amamos a Dios».

Finalmente, E. García Suárez: «Soy partidario de un capitalismo popular (sic), que como la imagen de María, se intuye y se preanuncia».

Capitalismo popular. (Ah, México.)

De teletones y linchamientos

¿Y ustedes, mis valedores, en lo que va de la semana cuántas horas de su tiempo de vida le entregaron al cinescopio o a la de plasma? Ya están programados, entonces, para linchar electricistas. Y es que el objetivo central de la «industria de la manipulación de conciencias» en las sociedades hoy existentes, es la explotación inmaterial, que consiste en imponer formas de pensar que eliminen la conciencia de ser explotado y las facultades y alternativas políticas de los individuos, para que la mayoría acepte voluntariamente la situación establecida…

De la televisión lo afirma Noam Chomsky: «El 80 por ciento de la población son los espectadores de la acción, el rebaño de los perplejos. A ellos les toca seguir órdenes y alejarse de la gente importante. Ellos son el blanco de los verdaderos medios de condicionamiento de masas: los tabloides, las telenovelas, el fútbol, etc…» (En este etcétera caben, aunque muy ajustadas, las nalgas de la Ale Guzmán.)

Wulf: «La gran mayoría de la población, ese es el auténtico objetivo de los medios, sobre todo de la televisión Por ‘medios’ me refiero a la prensa popular, a la del fútbol, series, etc. Lo único que deben hacer es divertir a las masas, aislarles, separarles unos de otros, inculcarles los valores esenciales de la sociedad: la codicia, el lucro personal, la indiferencia hacia los demás, etc. Saber lo que realmente ocurre en el mundo resulta superfluo, incluso negativo. En un Estado en el que el gobierno no es capaz de controlar por la fuerza a las masas, debe controlar sus pensamientos…»

Chomsky: La distracción de la chusma. Tenemos que quitárnosla de encima. Que preste atención a otra cosa, no a los asuntos públicos No son cosa suya. Que se distraiga con el deporte, la sexualidad, la violencia; con lo que sea, siempre que no sea algo que los ayude a pensar, a participar en el control de sus vidas…

Porque así es de nociva la televisión, así causa devastaciones en unas masas pasivas, inermes, crédulas. Ella se ha convertido en un poder autónomo, al que se han supeditado todos los poderes, incluyendo el político. Esto contradice el principio de que en una democracia todo poder debe ser controlado. «Tengo en mi mente -K. Popper- las consecuencias de la televisión, que están acelerando la corrupción de la humanidad».

Por cuanto a los niños, ¿cuánto tiempo invirtieron ante la tele? Ustedes, el padre y la madre, ¿qué programas les permitieron ver? Ah, entonces esos niños ya están vacunados con los valores que alguna vez les mencionaron ustedes, comenzando por el decoro personal y terminando con el respeto a la vida humana.

«La relación de la TV con los niños, afirma K. Popper, resulta nefasta. Ellos se adaptan si están siempre expuestos a situaciones extremas, pero su adaptación a la violencia es el gran problema. El resultado más lógico de la adaptación: un futu­ro en el que ellos también quieran comprar un revólver. A esa violencia, ¿qué oponemos? ¿A los padres? ¿Cuántos padres hacen eso? ¿Los maestros? Ellos, ante la TV., no tienen alguna oportunidad. Ella es más interesante, más electrizante y capaz de seducir a los pequeños inocentes. La TV. tiene la fórmula irrebatible: acción y más acción. Esa es la filosofía de los productores de televisión. ¿Qué puede oponer un maestro contra eso? Sólo la voz de la razón. No tiene la más mínima posibilidad de contrarrestarla…»

La televisión en nuestro país, ¿el cuarto poder? El primero, digo yo, cuando menos en el sexenio del Verbo Encarnado, según sopeso la influencia perniciosa del duopolio desde el fraude electoral del 2006 hasta la masacre de Luz y Fuerza del Centro, en la cual unas masas populares se han unido, contra su conciencia de clase, al linchamiento de trabajadores del Mexicano de Electricistas. Porque, mis valedores:

En tanto instrumentos, los medios no jugarán otro papel que el que quieran asignarle sus dueños. Podrán ser instrumentos de cultura o de incultura, de dominio o de liberación, elementos para unir a un pueblo o para desorganizarlo; para enaltecerlo o para hundirlo. Es la propiedad sobre el medio la que determina al servicio de quienes éste se coloca, a favor de qué causa, de qué valores, de qué clase social. Sington: Se informa para orientar en determinado sentido y para que esa orientación llegue a expresarse en acciones determinadas. Se informa para dirigir.

¿Tomaron nota, mis valedores? A propósito: ¿ustedes cuánto tiempo le entregaron al cinescopio la tarde de ayer? Ah, entonces ¡viva el teletón, y a masacrar electricistas! México. (Este país.)

Capón

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo como el salvaje y el niño…

Hasta los viles terrenos de la superstición; hasta ese grado me manipula la tía Conchis, conserje del edificio. Hace unos días me hizo llevarla en el volks hasta por allá, por la basílica, donde estafa a los cándidos una tal hermana Máxima, doctora en temas científicos como el mal de amores, la salación y el mal de ojo. Tras de aguardar con otros ingenuos (la anciana tejiendo) en una sala de espera olorosa a sándalo, sobaquina y entrepierna: «Su turno, hermana. Por aquí. Cuidao con la cortina, no me la acabe de rasgar». (Terciopelo viejo. Dividía consultorio y sala de espera.)

Y que el bigotón se baje los chonchines y se me ponga en cuatro, y que no, que el salado es otro, y que una limpia a control remoto. «Sí, hermana, pero necesito la foto».

La tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que, sostenida a la altura del cuello, le alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas. Juan Diego de chal y tubos en la cabeza, la presentó ante la Zumárraga de batón. «¿Esta le servirá?» El mapa de mi país, válgame. La vidente lo extendió sobre una mesita y le prendió cuatro veladoras. «Me sirve procedamos a proceder».

Vi ahí, tendida en actitud de convaleciente, a mi patria: impecable y diamantina inaccesible al deshonor, forjada a golpes de marro en la fragua de una historia que ha sido de heroísmos y traiciones, de sangre y rapacidad, a la que unos dan brillo y otros opacidad. «Pero hermana, ¿la tenías en el gallinero?»

Una patria toda tiznada jaspe de manchas rojizas aquí y allá y dondequiera cacarruñas de mosca y ratón. Tufillo acedo. Me dio una lástima. Me di una lástima…

– Te conjuro, éter etéreo: chúpale sus malas vibras y karma negativo.

Mirando mi país tan emporcado sentí que de cuera adentro algo me ardía me hervía se me anudaba se me quería alebrestar. Y este picor en los ojos, y un impulso de acometer, de romper algo, de no seguir de agachón. Por calmarme y disimular desvié la vista y (empañadas pupilas, empeñadas en no lloriquear) observé el jonuco: signos del zodíaco en los muros, en el techo estrellitas de papel dorado y un macho cabrío olfateándoselo a una Venus de barrio bravo. ¡Y que de repente me llega la revelación! Pensé en ese que ensució mi país. «Espere, hermana. ¿Sus poderes mágicos podrían transferir toda la suciedad del mapa al retrato de un individuo?»

– Podría. El arcano todo lo puede ¿De tu chava la foto, del sancho? Ora que el maleficio te va a salir medio carón. Yo cobro según el tanto de las agujas.

Trajo un alfiletero. «La foto, hermano». Yo, de casualidad (gracias al cielo) traía enrollado en la bolsa de atrás el matutino donde vine sentado en el volks. Aún con la huella de mis dos (sanitas, no como las de la Ale Guzmán), se lo mostré. «¿Le servirá esta?»

Ájale. Al encuerar la foto la hermana Máxima reculó, los astros de papel cayeron al suelo, la cortina se acabó de rasgar y el de 60 watts se estremeció, se fundió, y qué olor a corto circuito y cable quemado. En la penumbra «¿Dónde el primer arponazo, hermano?»

Por media testa «¡Por su torpeza como político improvisado!» Y rájale. «Otra en pleno pescuezo, porque de un Estado laico hizo la sacristía del Verbo Encarnado!» Y ándenle, que entre jeta y jeta la hermana Máxima: «¡Por el aumento al IVA, carbón!»

– Oiga que yo no ordené ese piquete.

– Este fue por mi cuenta – Jadeaba al igual que yo. «¡Por el aumento en la canasta básica!» Jadeando, la tía Conchis tomó vuelo, y la aguja en los costillares: «¡Por el cachirul del 2 de julio, carbón! ¡Viva el presidente legítimo!»

En estampida los de la sala de espera se dejaron venir, y a jadear y linchar. La del suéter magenta «¡Esta va por las criaturas que en la guardería mató tu parienta!» Y el pinchazo en pleno corazón «¡El pinchazo, con la Iniciativa Mérida, sigue entregando México al gringo!» Y directo al ombligo. Grotescos, en la penumbra los rasgos del rostro se iban alterando, deformándose a piquetes, y se tornaban ridículos, y ya parecía que intentaba llorar, pujar, ir al bañito. «¡Ábranla! Traigo la mía bien templada en la mano!»

Ájale. Nos hicimos a un lado. Ah, aguja de arria de coser costales. «¿Conque presidente del empleo? ¿Conque ibas a bajar los impuestos, méndigo?» Y hasta la empuñadura «¡Cancha!» La vejancona «¡Mi hijo está entre los 44 mil electricistas que sin tentártelo, el corazón, acabas de echar a la calle, jijo de tu mal dormir!» Y ándenle, en plena entrepierna, que al pobrecillo lo dejó capón. Y cómo no, si la suerte suprema se la echó con la aguja de tejer. Entonces… (Acabóse la cancha sigo después.)

Y no quiero morir…

Y lo que filósofos y poetas y similares han especulado alrededor de la Gran Interrogan­te. Fue alguno de los tales quien formuló es­ta síntesis admirable de lo que viene siendo la muerte: Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Y no más. O como Epicuro hace siglos: Si somos, la muerte no es. Si la muer­te es, nosotros no somos. En fin. Esta vez la muerte, mis valedores, y más propiamente: mi muerte propia y particular. La mía.

Porque día que pasa, día que la perci­bo más cerca de mí. La siento llegar a lo subrepticio, como se perpetra un asesina­to. Pero no, feo embuste: ni llega de fuera ni su encomienda es asesinarme. Este en­cargo lo habrá de cumplimentar alguno de mis músculos. Este órgano, la glándula aquella, y a fin de cuentas el corazón. Pero un clamor me surge del hondón más pro­fundo del ser, que expreso con el poeta:

«Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas…»

Es por ello que ante la muerte quisie­ra la astucia de Sísifo, que la burló un par de veces. Amo la vida y no quisiera per­derla por culpa de una glándula capricho­sa. Amo el humano existir porque conoz­co de amores y desamor, de tiempo y des­tiempos, encuentros y desencuentros, de la presencia de la única apenas ayer y hoy su ausencia definitiva. Y alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir…

Tengo apilados aquí, sobre mi me­sa de trabajo, estos gordos tratados de tanatología que me dicen cómo he de morir, cómo he de prepararme, cómo puedo sen­tirla apenas, cuestión de ponerme flojito. Pero no, yo no quiero morir todavía por­que en el estreno de mi quinta juventud sé que a la vuelta de la esquina ella va a estar aguardándome, y que enlazados los bra­zos habremos de alejarnos rumbo a nues­tra Utopía particular. Mi única…

«Porque como iba diciendo y lo repito, –¡tanta vida y jamás! ¡Tantos años, – y siem­pre, mucho siempre, siempre, siempre!»

Tanta vida y jamás. No quiero morir­me porque tanto me falta por escribir, por hablar a mis valedores, porque…

¡Mentira! Mentira vil. No es por idea­les tan nobles que quiero seguir vivien­do. Por morboso; por rencoroso y por ven­gativo, por eso no quiero dejar de existir. Es por eso que pido a quien corresponda me permita prolongar mi existencia unos años más. Y hasta eso, no demasiados. Tres, cuatro, tal vez. Con eso habrá queda­do satisfecha mi morbosa curiosidad. Por­que, mis valedores…

Si logro vivir hasta el 2010, 2011, voy a saber…

Para entonces ya estaré enterado de lo que habrá de decir la Historia respecto al que haiga sido como haiga sido durante to­do un sexenio mortal soporté en Los Pinos. Si el personaje de marras conoció un olvi­do piadoso, si contra todo pronóstico logró trascender, y cómo, y por qué, si se trataba de un soberbio candidato para ser arrum­bado en el desván de la Historia y en el de la histeria. Quiero estar vivo para gozar del desprecio de la pública conciencia cuan­do el hombre haya dejado de ser, devuelva la banda presidencial y torne a la nada de donde nunca debió haber salido. Tal vez.

Que yo, rencoroso, viva para enterar­me de cómo lo van a tratar esos mismos vocingleros que hoy, desde radio, TV y prensa escrita, tocan a rebato jurando que alzas de precios, torpezas para enfrentar una crisis y asesinato de sindicatos lo pin­tan de verdadero estadista.

¿Qué irán a decir del ausente los gran­des capitales que lo encaramaron hasta Los Pinos y a los que hoy exhibe de gente co­rrupta y desleal? «¡Todos ustedes, a pagar impuestos!» ¿Del horror en los tiempos del cólera (de la influenza), que por andar sal­vando a la humanidad propinó un hachazo mortal, o casi, a las finanzas públicas?

¿Y los intelectuales orgánicos a los que hoy da de mamar (del presupuesto)? ¿Y la cúpula de ese clero que como nombre de pila lleva el de «politiquero», más conoci­do por su alias de «católico»? ¿Qué irán a decir de él los dirigentes de los organis­mos corporativos de control obrero? ¿Qué los observadores internacionales? ¿Qué, sobre todo, las masas sociales? ¿Burla, des­precio, indignación? ¿Indiferencia total, olvido misericordioso? ¿Qué?

Ya el hombre arrumbado en el desván de los trastes viejos, ¿cómo, a toro pasado (a beato pasado), comentarán el incidente aquel donde «se cayó de la bicicleta» y se desconchinfló el brazo izquierdo, lo único que de izquierdo se le conoce? ¿Haciendo ejercicio, o haciendo lo que hoy no pasa de cauteloso rumor? Desde entonces que­dó tan impedido que para la obra negra y el trabajo sucio tuvo que utilizar su «Nue­va Izquierda», imagínense. (Mañana.)

Memento mori…

(Aquí, para ustedes, mi recordación anual de La Descarnada.)Me gustaría vivir siempre, siempre (…) -Porque como iba diciendo y lo repito: – ¡Tan­ta vida y jamás! – Tantos años, ¡y siempre, muchos siempre, siempre, siempre…!

Porque, a querer o no, mis valedo­res: se impone hablar de la muerte; tener­la presente siempre, y esto por una razón vital: vivos estamos, y por esta sola condi­ción es la muerte nuestra segunda natu­raleza y desembocadura natural. La edad no importa. No importa el estado de sa­lud. Nada importa nada frente a la muer­te que, dice el filósofo, siempre es posi­ble, aunque no probable; esa que nos será siempre espantable, y prematura siem­pre, no importa a qué edad sobrevenga; y lo provechoso: si tenemos presente que nuestro destino es morir, más habremos de apreciar este nuestro tiempo de vi­da. Porque mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es, nosotros ya no so­mos. Y qué tiempo mejor para recordar a la muerte, la propia y particular, que estos días cenicientos de noviembre. Memen­to homo…

Cuando yaces agonizante no mueres sólo de la enfermedad. Mueres de toda tu vida. Aprende a morir y vivirás, porque na­die aprenderá a vivir si no ha aprendido a morir. Si no sabes, no te preocupes: la na­turaleza te dará todas las instrucciones a la hora precisa. Ella tomará por su cuenta el asunto…

A todos ustedes invito a recordar a nuestros difuntos; los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desafora­da carrera rumbo a ninguna parte, y me­ditar en la única certidumbre que tenemos en esta vida: la muerte. Porque en verdad les digo: para morir sólo se necesita es­tar vivo, y sólo está vivo quien sabe que habrá de morir, y créanme: es más tarde de lo que suponemos; de lo que desearía­mos tantos…

Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poe­sía – y de crímenes, y de odio, y rabia y lá­grimas…

No; ni el poeta, ni nosotros, sobre to­do quienes ya andamos doblando el Ca­bo de Buena Esperanza Pues no, Pero habrá que morir. Hay que morirse: – hay que irse muriendo a piedra y lodo. – A soledad, a gritos, a poemas: – hay que morirse. Nada más. A secas…

Miguel Guardia Sabines: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. – A ella le dijeron: tendrá suerte. – Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente. – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte.

Y la figura de la muerte, a decir de Cervantes, en cualquier traje que venga es espantosa, y Octavio Paz «Para el mexica­no moderno la muerte carece de signifi­cación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a la otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indi­ferencia ante la vida», y Sabater el filósofo: «Tan obsesionados viven los hombres por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo -lo matan- tratan­do de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, envidiándoles, calcu­lando el tiempo que les falta para quedar­se del todo sin tiempo…»

La melancólica voz de Nezahualcóyotl: ¿Acaso se vive con la raíz en la tie­rra? – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. – Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra – aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…»

Pues sí, pero algo que desde los tiem­pos sin memoria obsesionan al hombre: ¿qué es la muerte? ¿Cuál es el misterio sin fondo de la muerte? ¿Cuál? Sabiduría quintaesenciada, la literatura oriental:

«Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no bus­cáis en el corazón de la vida? Si en reali­dad queréis conocer el espíritu de la muer­te, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el mar…»

Pero fuera tristuras, arriba corazones, estos que anidan vivos dentro del pecho, que lo jura el Popol Vuh: Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estir­pe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana

Porque muerte y lucero están ahí nomás, tras lomita, vivir; pero vivir a cabalidad, con todos los sentidos vivos todavía; vivir hasta atragantarnos, cada día y en el cogollo de cada minuto. Hoy nada más. Por siempre hoy, por más que el «siem­pre» sea un invento del humano para sus dioses, no para simples humanos. Vivir la vida. Porque habrá que morir. (Memen­to mori.)

Lincharlos, aplastarlos, masacrarlos…

El Sistema de poder frente a los electricistas recién desempleados. Sigue aquí, mis valedores, la trascripción del documento en el que el maestro, con sustento en la Historia, la ciencia política, la experiencia personal y la realidad objetiva, analiza las tácticas que aplica el Sistema para masacrar adversarios políticos y demás elementos que le resultan incómodos, con las formas de lucha que las víctimas habrán de aplicar si pretenden sobrevivir a la embestida de Los Pinos. Del documento aludido (¿los compañeros electricistas leerán estos párrafos, los entenderán, pondrán en práctica sus enseñanzas?):

Las categorías de la lucha.

4o. paso: Aislar al movimiento del resto del pueblo.

a) Crear una barrera psicológica que incomunique al movimiento con el resto de la población, b) Focalizar las fuerzas de resistencia c) Reducir los núcleos activos a pequeños núcleos aislados, pero ubicados por el enemigo de modo tal que cuando se pase a esta fase ejercer la represión física.

Tal fue la estrategia que el gobierno mexicano aplicó contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y en los dos más recientes movimientos universitarios, al igual que en el caso del fraude electoral de 1998 y en el mega fraude del 2006 contra Andrés Manuel López Obrador, que hoy día más de medio México considera el presidente legítimo. Aquí, lógica, la lección: si queremos luchar de manera eficaz contra el enemigo histórico de nuestras causas populares no podemos ser dogmáticos ni arrogantes, sino que habremos de estudiar tanto la Historia como los avances que con sus luchas aportaron las generaciones que nos precedieron.

Las actuales formas de lucha de la izquierda democrática son tan atrasadas que ni siquiera llegan al nivel que ya tenían las fuerzas democráticas de los años cincuenta, mucho menos se pueden comparar con los avances que se lograron en los años sesenta y principios de los setentas. No hay que olvidar que de mediados de los setentas hasta fines de los ochentas del siglo pasado se creó un periodo de oscurantismo político que sepultó la experiencia acumulada por muchas generaciones. Esa situación todavía la cargamos a cuestas y no queremos reconocer que nuestras teorías políticas están enajenadas a la ideología de nuestro enemigo histórico. Parafraseando a José Revueltas: somos un gran coloso, pero sobre nuestro cercenado cuello se ha colocado la cabeza de nuestro enemigo, y por ello nuestro cuerpo se mueve bajo las órdenes que manda nuestro enemigo.

La estrategia proletaria

Hacer que en la lucha el tiempo corra a nuestro favor.

1.- Recuperar la memoria histórica

A.- Crear conciencia de enemigo. Lo primero que tenemos que hacer como una labor sistemática en todo momento es inscribirnos en un proceso donde quede claramente estipulado que existe una lucha permanente entre los intereses de los poderosos y los intereses de los trabajadores. En todo momento los dueños del poder tratarán de enriquecerse cada vez más al precio de empobrecer más al pueblo. Esta contienda feroz por enriquecerse se debe a que los dueños del poder ven a los trabajadores como si fueran sus esclavos, algo ajeno a ellos. La visión esclavizadora genera en el poderoso conciencia de enemigo. De esta forma como sus enemigos nos ven y nos tratan y nos obligan a someternos a sus intereses, ya por las buenas o por las malas.

Si nosotros vemos a los poderosos como si fueran nuestros hermanos ya estamos perdidos, porque eso es, precisamente, lo que ellos quieren que creamos, para que, mansos, no exista el peligro de que los vayamos a combatir. Es fundamental pensar con nuestra propia ideología, y por ello mismo tomar conciencia de enemigo, esto es: saber que los poderosos nos ven y nos tratan como a sus enemigos; nosotros tenemos que aprender a verlos y tratarlos como enemigos. Nunca pensar que se preocupan por nosotros o por nuestras familias. Sólo por enriquecerse más.

A.- Al percatarnos de que hemos adquirido conciencia de enemigo lo siguiente es ubicar el sitio donde se encuentra. El enemigo está en los explotadores, en todo tipo de gobierno que defienda los intereses de los explotadores y en aquellos elementos que difunden las ideas que propician la explotación y la opresión. Hay que entender que nos enfrentamos a un enemigo, ubicarlo y conocer su fuerza y poder para así tomar las providencias necesarias para superarlo.

A.- Recuperar la memoria histórica.

A fines de 1959 los ideólogos más avanzados de los trabajadores descubrieron que había sido un error limitar la huelga ferrocarrilera a eventos consuntivos y propagandísticos. (Sigo el lunes.)

¡E-xi-gi-mos!

Por hoy suspendo, mis valedores, la trascripción de la tesis que me hizo llegar el maestro sobre cómo se deben enfrentar, de acuerdo a la historia y la teoría política, las desmesuras e injusticias del Sistema de poder, en este caso contra el Sindicato Mexicano de Electricistas. Hoy habré de contarles un cuentecillo que ojalá leyeran también alguno de los dirigentes electricistas, de los maestros, de los tantísimos agraviados del Poder, pero sé que esa es una pretensión desmesurada. Si lo leyeran, lo meditaran, descifraran sus significados y actuaran en consecuencia, cuánto podrían defenderse del topetazo que les propinó el de Los Pinos. Pero en fin, el relato:

Era una recién casada, Alicia de nombre, a la que Jordán, su marido, llevó a vivir en un caserón campestre. Y ocurrió que un día se siente indispuesta de un ligero ataque de influenza que dio con ella en la cama, donde permaneció el tanto de algunos días. «Serán dos, tres, no más», aseguró la enferma a Jordán. Joven, robusta, con una salud perfecta, la dolencia tendría que desaparecer en tres días. Pero aquí lo extraño…

Porque así transcurrieron no dos ni tres días, sino varios más. Cada mañana, al amanecer: «Me siento mejor. Mañana dejo la cama y nos vamos a caminar», y sonreía, y sonreía Jordán, pero con aquella angustiosa impresión de que cada día se acentuaban las ojeras, y empalidecía la piel, y el rostro se le tornaba anguloso. La enferma, su frase ritual: «Mañana me levanto y juntos nos vamos a caminar hasta la montaña». Y sonreía.

Pues sí, pero no. Al quinto, al sexto día, cada vez más decaída Jordán la miraba adelgazar, traslúcida la piel y con señales de una extrema debilidad. Aquella mañana amaneció desvanecida. El doctor, examinándola una y otra vez: «Esa debilidad no me la explico. No hay síntomas de enfermedad». Y qué hacer.

En la habitación, silencio y luces encendidas día y noche. En silencio, Jordán la observaba amodorrada en su duermevela (¿Ya irán columbrando la moraleja compañeros sindicalistas?)

– Quizá me levante mañana Toma mi mano. Mírame, ¿tú cómo me ves…?

Jordán le oprimía la diestra, le observaba una piel que en apenas una semana se había erosionado. Debilitada cada vez más, la enferma era apenas removida para el aseo personal, para el cambio de sábanas. No del almohadón de pluma, por ser el más cómodo. Al sexto, séptimo día la enferma tuvo un desvanecimiento. El doctor: «Una anemia aguda, sí, ¿pero la causa? Su organismo no acusa alguna enfermedad».

Pero Alicia iba a la muerte. Silencioso, el caserón simulaba un catafalco anticipado. El cuentista: «Alicia murió. La sirvienta, cuando entró para deshacer la cama, miró extrañada el almohadón: «Señor, aquí hay manchas que parecen de sangre».

En efecto: sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se observaban manchitas de sangre. «Parecen picaduras», y la sirvienta intentó levantar el almohadón, pero ense­guida lo dejó caer, lívida temblorosa. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. Levantó el almohadón, que pesaba demasiado.

Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó la funda y envoltura. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror: sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la trompa, misma que había aplicado sigilosamente a las sienes de Alicia cuando ella dormía. En unos días, en unas cuantas noches, el monstruo había vaciado de sangre a la difunta».

Hasta aquí el relato. ¿La moraleja? Obvia, a mi ver: todos los agraviados del Sistema, desde dirigentes de maestros y sindicalistas hasta ONGs, 400 pueblos y panchovillas y seguidores, duermen todo el tiempo (a oscuras ante la historia, la cultura política y la realidad objetiva) con la cabeza sobre un monstruo que les chupa la fuerza vital y los lleva fatalmente, una y otra vez, a la derrota frente al Poder. Ese monstruo, mis valedores, es nada menos que el dogma, ese estigma que, troquelado en su cerebro, les hace creer que el triunfo está en la mega-marchita, el plantón, la toma de calles y el ¡e-xi-gi-mos! El maestro, por mi conducto, les señala ese monstruo que, anidado en su mente, los lleva una y otra vez al fracaso ante quien ni los ve ni los oye. Pero Casandra en versión masculina, el maestro carga la maldición de la vidente mítica que puede mirar el futuro, pero que nadie cree nadie atiende sus vaticinios, y qué hacer. (Lástima)

Dogmas y mentes castradas

Sigo aquí, mis valedores, con el análisis que sobre el reciente problema de los electricistas me entrega el maestro, con indicaciones extraídas de la Historia sobre cómo se triunfa sobre el enemigo histórico. Pues sí, pero no, que los dirigentes del sindicato no van a leerlo, y de leerlo no lo van a entender, y de entenderlo no van a atenderlo, y mucho menos a ponerlo en práctica. Y es que así de impotente es el dogma, y de arrogante y burriciego. Porque a los compañeros del SME, como al gremio de los maestros, el dogma los mantiene en la creencia de que el triunfo sobre el Sistema se cimenta en la espectacularidad y el protagonismo de una muchedumbre eufórica la del plantón, la mega-marchita y las consignas gritadas a todo pulmón. A los simpatizantes de los electricistas, entre tanto, qué nos queda por hacer, sino resignarnos a contemplar las ruinas del movimiento que habrá fallecido de erosión en el zócalo, rumbo a Los Pinos o frente al Jacalón de San Lázaro. En plena vía pública sí. «¡E-xi-gi-mos!» Es el dogma. Y qué hacer.

Sigo, pues, con la tesis del maestro sobre cómo ha de proceder el sindicato si quiere sobrevivir a la extinción de Luz y Fuerza del Centro, que ha dado al de Los Pinos, dicho por algún periodista servil, «un enorme prestigio popular». De cómo resistir, asimismo, ese feroz linchamiento que contra el sindicato y sus dirigentes el del «prestigio popular» ha orquestado por manos y boca de sus «comentaristas» de radio, TV y prensa escrita. Es México.

El estado mayor de Calderón y sus asesores (análisis del maestro) sopesaron qué fuerzas estarían a su favor y que fuerzas actuarían en defensa del Sindicato Mexicano de Electricistas. Estos fueron sus cálculos:

a) Toda la derecha apoyaría el golpe represivo, comenzando con el PAN, clero, empresarios, mayoría del PRI, medios de comunicación masiva parte sustantiva del PRD (los «chuchos» de Nueva Izquierda) y Partido Verde Ecologista.

b) La defensa del SME recibiría el apoyo de la izquierda democrática, la izquierda revolucionaria, la intelectualidad democrática, parte del estudiantado, algunos pocos sindicatos, pequeñas fracciones del PRI, una parte del PRD, el PT, Convergencia, movimiento lopezobradorista, los abogados democráticos, etc.

Se analizaron, asimismo, las formas y métodos de lucha:

a) El gobierno cuenta con 1.- Tribunales laborales. 2.-Mayoría en el Congreso de la Unión. 3.- El Poder Ejecutivo Federal. 4.- Policía y granaderos. 5.- El ejército. 6. Cuantiosas sumas de dinero. 7. Mayoría absoluta en medios de condicionamiento de masas.

El movimiento, por su parte, cuenta con: 1. Algunos diputados y senadores en el Congreso de la Unión. 2. Escasos recursos económicos. 3. Muy pocos medios de comunicación. 4. Los trabajadores mantendrán las formas obsoletas e ineficientes de lucha que el propio movimiento lopezobradorista practicó para impedir la consumación del fraude electoral de 2006. Por lo tanto harán una huelga parada, mítines, marchas y gritos.

Las categorías de la lucha

Para desarrollar una adecuada estrategia ganadora tenemos que entender que el factor tiempo es una categoría político-militar. El bando que logre que el tiempo transcurra a su favor ganará la contienda. En los años recientes los gobiernos neoliberales han logrado que el tiempo marche a su favor mediante el siguiente esquema estratégico:

Primer paso: Llevar el conflicto al seno mismo de la organización o del movimiento. (Muñoz contra Esparza, digo yo) a) Infiltrar, b) Cooptar líderes a través de la corrupción, c) Generar caos interno.

2 o. paso: dividir, a) Crear bastiones de sabotaje interno (esquirolaje). b) Mantener la polarización interna. 3er paso: Campaña de «medios». Todos. a) Engañar a la opinión publica desinformándola b) Confundir y crear por los menos, la duda (la duda paraliza) en la opinión publica. c) Lograr la satanización del movimiento.

Con la satanización se logra que una mentira, por más aberrante que sea, aparezca como verdad. Esa es la jornada de descalificaciones que por encargo del que costea la maniobra de obra negra y trabajo sucio lleva a cabo la mayor parte del periodismo.

4o. paso: Aislar al movimiento del resto del pueblo.

a) Crear una barrera psicológica que incomunique al movimiento con el resto de la población, b) Focalizar las fuerzas de resistencia. c) Reducir los núcleos activos a pequeños núcleos aislados, pero ubicados por el enemigo de modo tal que cuando se pase a esta fase ejercer sin costo político la represión física.

5°. paso: Desgastar al movimiento.

a) Fatigarlo con la guerra psicológica a base de promover el terror, b). (Mañana)

¡E-xi-gi-mos…!

Pero a ver, un momento: ¿exigirle al gobierno, compañeros electricistas? ¿Exigirle al Sistema de poder, a la súper-estructura? ¿Qué nos enseña la historia acerca de los maestros, obreros, jubilados y campesinos que le han demandado al gobierno en el fragor de unas marchas multitudinarias? ¿Para los descontentos del 2006 arrojó algún provecho la toma del Paseo de la Reforma? ¿Entonces…?

Sigo aquí con la lección de cultura política que para ustedes me ha hecho llegar el maestro, por si en medio del estrépito anduviese por ahí alguno de corazón caliente, como todos ustedes, pero con su cabeza fría para pensar, reflexionar y sacar provecho de los conceptos que aquí les ofrezco. Vale, y sigue la tesis del maestro:

Cuando se logra elevar la mentira al rango de dogma (las marchas como instrumentos eficaz de lucha contra el enemigo histórico) esa mentira cobra vida propia y se apodera de la mente humana, determinando la conducta de los sujetos. A semejante fenómeno se le denomina enajenación que significa pensar en base a una serie de ideas que no nos pertenecen y que el enemigo nos inculca para así dominamos.

Por siglos se pensó que la tierra era cuadrada y los marinos, por lo tanto, no se aventuraban a navegar más allá del horizonte, ya que suponían que iban a despeñarse en el vacío. Otro ejemplo lo tenemos en la creencia de que reyes, zares, emperadores, etc., eran de origen divino, y que el pueblo, por consecuencia, se sometía a sus designios. En fecha reciente el gobierno de la Casa Blanca engañó al pueblo de EEUU con la creencia de que en Iraq existían armas de destrucción masiva que se usarían contra los habitantes del país. Ellos entonces apoyaron de forma exaltada la guerra, la matanza, el genocidio en Iraq. Hoy todos sabemos que el gobierno de EEUU engañó a su pueblo. No existían las tales armas de destrucción masiva ni la amenaza contra EEUU. Todo habla sido una mentira para que las compañías petroleras se apoderaran del energético de Iraq.

Los argumentos del gobierno de Calderón contra los trabajadores de la compañía de Luz y Fuerza del Centro, han sido tramados con material de la misma técnica usada para justificar la guerra de Iraq. ¿Qué hay, entonces, detrás de esta guerra contra el SME? Ese es el preludio de la privatización de la industria energética.

La ruptura de la memoria histórica de los sindicatos.

El movimiento sindical mexicano escenificó grandes batallas durante las primeras seis décadas del siglo XX. Su exponente máximo: la huelga ferrocarrilera de los años 1958-59, en la que los trabajadores lucharon de forma heroica. Diez mil elementos fueron a parar en las cárceles.

Los analistas de izquierda revolucionaria especializados en el movimiento obrero hicieron un análisis a fondo de los aciertos y debilidades de los métodos aplicados por los dirigentes ferrocarrileros. En esas épocas, por fortuna, dentro de la izquierda existía el método de la autocrítica, que bajo ningún pretexto aceptaba la autocomplacencia ante los errores de la izquierda, algunos tan graves como el del movimiento ferrocarrilero de 1958-59, que enmarcó su lucha en el contexto de huelga parada, o sea aquella en la que los huelguistas, mientras dura su movimiento, se aplican a realizar asambleas, marchas y mítines, pero cuya labor se desgasta en las «guardias». La mayoría de los trabajadores permanecen en sus casas o se van de paseo como si estuvieran en plenas vacaciones, y esperan que la prensa o la televisión les informe de los resultados del conflicto. Núcleos reducidos de huelguistas cargan con el peso de todo el movimiento, mientras el resto descansa, a la espera a que se les convoque a realizar actos espectaculares y protagónicos, que producen mucho escándalo, pero tienen poquísima efectividad. Procesando tal experiencia nosotros, a principios de los años 70, mejoramos nuestras tácticas y estrategias hasta lograr triunfos y crear el sindicalismo independiente.

Más tarde el enemigo contraatacó. ¿De qué forma? Corrompiendo líderes sindicales y auspiciando la amnesia de las experiencias ganadoras para sustituirlas por esquemas perdedores que hoy mismo aseguran el triunfo del enemigo histórico de los trabajadores. (Ojo con Alejandro Muñoz, Martin Esparza.)

La estrategia gubernamental de represión

Como cualquier otro gobierno, el de Felipe Calderón, antes de dar un golpe contra su enemigo, analiza la correlación de fuerzas y mide los costos de esa batalla Antes de empezarla la planea y proyecta hasta estar seguro del triunfo. Es hasta entonces cuando procede a ejecutar su ofensiva. (La tal, mañana)

Compañeros electricistas

Es de no creerse, mis valedores. Yo no lo creería, de no mirar esa estrategia errónea y desatinada con que los dirigentes electricistas defienden un gremio sindical y una fuente de trabajo de la que dependen decenas de miles de destinos humanos. Peor no lo haría su más feroz enemigo. Calderón, por ejemplo. De no creerse. Mírenlos ahí, obsérvenlos exhibir su carencia de técnicas, tácticas y estrategias de lucha contra el enemigo histórico. Véanlos marchar y correr, maldecir y gritar, avanzar tres pasos y recular seis, y que todo el vigor se les vaya por la boca, lástima, porque yo, optimista de miércoles, apenas el viernes pasado les envié esta nota:

Enhorabuena. Como que escucharon mi mensaje del domingo anterior. Como que han comenzado a pensar y a recrear las estrategias que nos legó la corriente proletariaestudiantil de 1968. Es así como integran comités de diez, quince compañeros, que se desbalagan casa por casa e informan al paisanaje acerca de su lucha y… (por ahí le seguía, cándido de mi.)

Pero no. Ellos, dogmáticos, enfrentan a su enemigo histórico a gritos y caballazos, plantones, mega-marchitas y demás tácticas rancias que los convierten, por ignorancia y dogmatismo, en colaboracionistas de Calderón para que más pronto acabe con ellos. Lóbrego.

Mis valedores: a los Esparza y demás peritos en marchas, plantones y paros escalonados, en nombre de mi maestro ofrezco el hilo de Ariadna para que salgan del desastrado laberinto donde su tozudez y dogmatismo los mantiene cautivos, y cuyas formas de lucha los conducen a la derrota, como antes a los maestros, los médicos, los ferrocarrileros del 58-59 del siglo pasado. Que los dirigentes del Mexicano de Electricistas lean si saben leer, entiendan si es que saben entender y se avoquen, si el dogma no los tiene acalambrados, a la verdadera acción, que sintetiza la herencia proletario-estudiantil del 68. Va aquí, completa, la tesis del maestro, cuya extensión habrá de ocupar entregas diversas. La historia, en primer lugar; el contexto.

«En el renglón estratégico el gobierno mexicano está inscrito en el proyecto económico ideológico neoliberal. En el pasado (años 70 del siglo anterior) el Estado logró destruir a la mayor parte de la verdadera izquierda mexicana, cuyo espacio fue llenando con una falsa izquierda que, desde dentro y con la obra negra a cargo de los falsos sindicatos, se ha encargado de someter a las masas sociales al proyecto neoliberal.

Esa falsa izquierda, que se apropió el nombre y fue promocionada por el Sistema como la única y verdadera izquierda, ha llevado a cabo una tarea que consiste en desaparecer de la conciencia social esa memoria histórica en la que el pueblo mexicano depositó su experiencia y sus enormes avances táctico-estratégicos acumulados en su proceso de lucha emancipadora (en la lucha de la corriente proletario-estudiantil de 1968, pongamos por caso).

De forma aviesa, consciente y a nombre del Sistema de poder, la falsa izquierda introdujo el «virus» de las formas de lu­cha obsoletas e ineficaces (mucho ojo, Martín Esparza y Cia.) y a través del manipuleo psicológico las elevó a rango de dogma secular. Con ello las volvió incuestionables.

Cuando nos convocan a la lucha con esas formas obsoletas e ineficaces, los dirigentes nos conducen indefectiblemente a la derrota, pero como tales formas de lucha las convirtieron en dogmas incuestionables, no nos atrevemos a pensar si esa actividad sirve o no sirve para alcanzar las metas sociales y superar los retos que enfrentamos en el avance social.

El caso del Sindicato Mexicano de Electricistas esta inscrito en el combate del gobierno neoliberal para privatizar la economía del país y, por lo tanto, privatizar la industria energética. Tal como lo hicieron con bancos, teléfonos, puertos, terrenos, carreteras, siderurgias, etc., los dueños del poder quieren ahora robarse la industria eléctrica.

Por otra parte, la dirección gremial del SME se formó políticamente en una cultura que ha, sido el producto del cercenamiento de los avances de la memoria histórico -política del pueblo y su sustitución por el pensamiento que le hace el juego a su enemigo y la aceptación y transmisión de las formas de lucha que el propio enemigo les introdujo para que nunca tuvieran la capacidad de enfrentar exitosamente las modernas formas de lucha de las que el enemigo se ha apropiado para sí mismo.

Cuando se logra elevar la mentira al rango de dogma esa mentira cobra vida propia y se apodera de la mente humana, determinando la conducta de los suje­tos. A semejante fenómeno se le denomina enajenación, que…» (Mañana)

Compañeros electricistas

Enhorabuena. Como que escucharon mi mensaje del domingo anterior. Como que han comenzado a pensar, al ejercicio de la autocrítica y a recrear las estrategias que nos legó la corriente proletaria-estudiantil de 1968. Es así como integran comités de diez, quince compañeros, que se desbalagan casa por casa e informan al paisanaje acerca de su lucha y les solicitan el valimiento para confrontar a Calderón y a quienes le ordenaron la extinción de Luz y Fuerza del Centro. Enhorabuena, compañeros electricistas.Pues sí, pero como veo que al propio tiempo reproducen la rancia estrategia de la manifestación tumultuaria frente al jacalón de San Lázaro y anexas, aquí les relato el incidente que me sucedió hace años, que encierra su muy buena moraleja Solicito de ustedes la ubiquen, procesen, aprovechen e incorporen a sus tácticas de lucha contra los beatos del Verbo Encamado.

Marzo. Por rumbos del Edo. de México cayó una granizada que perjudicó a los lugareños, y el meteorológico pronosticó varios más. Y ocurrió que transitaba yo por los rumbos de Tacubaya cuando en eso el embotellamiento. Ahí, por la avenida la marcha de protesta «¡Duro – duro! ¡Exiii…! ¡gimos!» Agrias voces de mujeres, niños, adultos. «¡Este puño – síse…!» Un lento desplazamiento por la avenida y yo, con la urgencia de llegar y meterme al bañito. Animas. Pregunté a uno que la llevaba en alto, su pancarta Él, carbonoso:

– ¿Pos qué no lo está viendo? Marcha de protesta de damnificados de la granizada Venimos a presionar y estamos dispuestos a llegar hasta sus últimas consecuencias.

Ah, iracundia magnífica de los paisas. La del suéter magenta:

– ¡Y eche pa’ allá su cucaracheta, ¿no ve que ‘tá estorbando la protesta? ¡El pueblo -unido! ¡Avancen, ésos, no se me cuelguen!

Cómo avanzar, pura Tula que avanzaban (Tula es mi madre). Intenté recular, pero cómo, si los marchantes todas las salidas me habían copado (dije copado, con «o»). Y aquella urgencia En eso, de súbito, contra mi tímpano izquierdo, el altoparlante: «¡Damnificados, pero no vencidos! ¡No venimos a pedir! ¡Exiii! ¡gimos! ¡Protestando y avanzando por ai…!

Ellos, qué lentitud; yo, qué urgencia Tensa la voz, a ese que iba pasando: «Oiga, ¿de dónde vienen ustedes a protestar?»

El aludido, el frenón: «Pos qué no ta viendo? Damnificados de la móndriga granizada».

– Ay, compadre, dijo el de atrás. Qué repegón le fui a dar, que hasta se nos trabaron, o sea las pancartas. Avise si va a frenarse, digo.

– No es que me agraden sus repegones. Es que el güey éste es del radio, y puede difundirnos la bronca ¿no, bigotón? Mire: somos paisas a los que unos granizos que haga de cuenta güevos nos vinieron a hinchar los nuestros y nos perjudicaron las asentaderas, o sea asentamientos irregulares de Naucalpan y Huixquilucan, y eso que nuestras viviendas estaban sólidamente construidas con cartón y lámina acanalada de la mejor calidad. ¿No, tú, Jiotes?

– Sí pues, pero no pudieron resistir las patadas de mula de la mula granizada como si dijéramos.

– ¿Con una marcha calculan conseguir que les atiendan su exigencia?

– Cansóme de que nos la atienden, ¿pos qué no ve tamaños machetes en alto? Y aquí el compita Rutilo ya lleva preparada su jeringa

– Ah, drogadicto.

– ¡Jeringa pa’ desangrarse! ¡Pa’ escribir nuestra justa demanda con hemoglobina de sus propias venas! Y si no hay de otra aquí llevamos el último recurso. (Y se las palpaba se las toqueteaba. Carnosas, que ni las postizas de la Guzmán.)

– ¡Cómo! ¿Las asentaderas? ¿Hasta ese grado piensan llegar?

– ¡Bajarnos los chones delante de la dependencia oficial pa enseñarle nuestras negras intenciones! Porque el mexicano, cuando se decide…

Yo (esta urgencia que crece de pancarta a pancarta Mi reino por una nica): «¿No es frente al palacio de gobierno de Toluca donde deben protestar? Porque aquí, en Tacubaya…”

– ¡Aquí, en Tacubaya, señor! ¡Frente al meteorológico!

–  No entiendo. ¿Contra el meteorológico es su demanda?

– Contra el meteorológico, sí señor. ¿Pues qué? ¿Acaso no se atrevió a pronosticar más granizadas en los próximos días? ¿Se le hará poco la tizna de la anterior? ¡Que el meteorológico cambie su pronóstico o se atenga a las consecuencias! ¡El plantón será permanente toda esta semana! A ver, guisquiluqueños:

¡Duro, duro! ¡El pueblo – unido – jamáse-raven-cido!

Y yo, que ya me… Miré hacia abajo: «Duro, duro, aguántate, no marches». (SME.)

Martes trece…

Fue una noche de miércoles aquella del martes trece. En mi insomnio aguardaba el amanecer para lanzarme con la tía Conchis hasta algún remoto consultorio de una tal Hermana Máxima, experta en huevos (de gallina, para limpias). En mi insomnio repasaba las frases lapidarias con que el Arzobispado de México, en su semanario Desde la fe, reprobaba las prácticas de astrología, que es decir de idolatría:

«Lo contrario de la fe no es la razón. Es la superchería, que hace al hombre temer a la razón». Y esto que va para ustedes, católicos de mi país que consultan a la Bruja Blanca: «El católico que se pone bajo la protección de los espíritus comete un pecado de idolatría perversa…»

En fin. El pecado que yo perpetraría más tarde sería aún más grave: de estupidez. Todo por haberme comprometido con la conserje de Cádiz, y qué hacer. ¿No cumplir? ¿Soy acaso presidente del país para engañar con falsas promesas? ¿Yo, mis valedores, no ser fiel a un compromiso que en mala hora asumí? ¿Faltar a una promesa yo, con la varonía en su nidal?

Mañana de miércoles que fue aquel martes trece Muy de mañana enfilé la trompa rumbo a La Villa (trompa del volks). Mega-marchitas y peregrinaciones más tarde, la tía Conchis y yo nos mosqueábamos en el consultorio de la Hermana Máxima, doctora en ciencias ocultas.

Ahí, en el cuartucho que la hace de sala de espera, tristeaba el almácigo doliente de almas en pena(s) que aguardaban turno para despojarse de la salación y entrar a la disneylandia de la felicidad. Un ensalmo, unas ramas de piral, y a huevo (de gallina): como malas escamas que se desprendieran de una piel que milagrosamente tornaba a la vida, atrás quedarían los problemas tercos, añejos; los achaques de salud, el mal de amores. Yo, al oído de la tía Conchis: «Pero usted, creyente en su Dios…»

– ¿Mi dios? Llámelo por su nombre: López Obrador…

– Usted es más o menos católica. ¿Se religión le permite estos ritos?»

– Por eso mismo de aquí vamos a echárnosla de rodillas, toda la basílica.

En fin. Observé el cuartucho: motivos astrales; que si la estrella de Jerusalén, que la cruz biomagnética, el macho cabrío, la virgen, el escorpión. En lo alto, caracteres en rojo sangre: «Se hacen limpias. Ojo de venado para el mal de ojo. Pata de conejo para la mala pata y la salación Para que no te asalten. Para que no te agarren si asaltas. Para el mal de amores la piedra imán. Vuélvete irresistible con el sexo puesto (sin la o)».

El viaje había sido largo y penoso. En el volks hasta donde la mega-marchita lo permitió; de ahí el metro, el micro, a pie varias cuadras. «Estoy todo sudado», dije al llegar. «Está sudado a la desgracia, bigotón La edá».

Así había sido el viaje: en las cuatro esquinas, el ambulantaje, los payasitos, los rateritos, los limpiaparabrisas. En el metro vendedores, pedigüeños, ruidajo de sonsonetes baratos; en todas partes la necesidad, la pobreza, el desánimo, la exasperación En radios y teles, en diarios a toda página: robos, asaltos, corrupción. De repente: – Le toca a usté, seño. Por acá, si me hace el… cuidao con esa cortina, no se acabe de rasgar. El bigotón que se quede afuera, ¿no?

Entré detrás de la Hermana Máxima Consultorio en penumbra. Olor a sándalo y pies, a yerba macerada y sobacos, parafina, entrepierna. «Hermana, ¿qué aflige tu corazón? ¿Cambiar tu destino? ¿Conocer tu pasado, tu porvenir, tu presente? ¿Trais mal de amores? ¿Deseas sacártela, la lotería, el melate.?»

– Esta condenada salación, hermana. Una limpia, o sea…

– Orita te la retira el huevo de los astros.

– El salado es otro.

– Ah, el bigotón. Túmbese pantalón y chonchines y se me coloca en cuatro.

– No, otro. ¿Me puede hacer una limpia a control remoto?

– Puedo, hermana, sólo que los astros necesitan una foto de tu saladito.

Entonces fue. Vi que la tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que, sostenida a la altura del cuello, le alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas. Juan Diego de chal y peinado permanente, la presentó ante la Zumárraga del batón. «¿Le servirá esta foto…?”

(Válgame) La del diálogo con los astros observó el cartelón. Lo extendió sobre una mesita, le prendió cuatro veladoras.

– Claro que esta foto me sirve Procedamos a proceder…

Mortecinas, las cuatro luces mal alumbraban al salado que con todo y sus poderes esotéricos la charlatana, por lo que he visto después, no supo limpiar: un mapa de México, nuestro país. Ah, pero yo ya iba preparado para el rito mágico que le iba a solicitar a la Hermana Máxima, del que mañana les hablaré. (Aguarden)

Sardos de alto poder

(Que los obreros del país son agredidos por un gobierno pendiente de los ordenamientos de Washington, lo sé muy bien. Que los agredidos son desde siempre renuentes a crear estrategias de lucha contra el atrabiliario, lo sé también, y que los compañeros electricistas anuncian «movilizaciones» con ánimo de rescatar su fuente de trabajo. Por esto es, mis valedores, que la antigua fabulilla de la espada que en su momento dediqué a los «altermundistas» hoy oferto a las recientes víctimas de Los Pinos, por si a Martín Esparza o algún otro cupular sugiriese algo menos estéril para su causa que la consabida «megamarchita». Vale.)

A la advocación del alucinante Alucinado de la Triste figura y los molinos de viento me acojo, vale decir: caballo tordo, duro metal la armadura, lanza en astillero, venablo, lanzón y la espada La espada, naturalmente, esa que, como la Excalibur del adulterino amador de la reina Ginebra, es el arma de combate de todos los héroes de los tiempos idos, adalides que, brazo esforzado, la blanden contra, sus propios molinos de viento. La espada.

Siglos y siglos más tarde, la del Magno de Macedonia, la Tizona del De Vivar y demás legendarios aceros de hazañosos legendarios que cabalgan en olor de leyenda y en los bajíos del mito, la fantasía y la realidad, nefastos algunos de ellos, como el Rodrigo violador de la Cava, que por ello perdió el reino y que, cuando roto y deshecho tras la derrota se acerca a la confesión, los monjes le dan como penitencia convivir en tumba abierta, con bichos y ofidios. «Ya me comen, ya me comen por do más pecado había».

La tizona, supremo símbolo del poderío, la hidalguía, la nobleza, la justicia y el honor, pronta a acorrer viudas, huérfanos y demás desvalidos; la de los poderes mágicos, conquistadora de mundos en la diestra del torvo Cortés, esa con la que el padre de mestizos (a querer o no), impondría esclavitud, mestizaje y religión, o casi, según se practica hoy día. Esa espada que, tinta en sangre de sus víctimas, victima caerla en estertores a los estridentes fogonazos de la bombarda, el mosquete y la culebrina, y asi hasta hoy.

Hasta hoy que, caída en desuso la espada de mi Dn. Quijote (casi tanto como el propio visionario del ideal, el vuelo, la alucinación, el espíritu), ambos renacen de sus cenizas y se rehabilitan en nuestro país y con nuestra gente. El Quijote no tanto, y muy mucho su acero, redivivo en las manos de esos esforzados que se confrontan a estas horas con la ralea de los rapaces proyanquis. ¡Helos, helos por do vienen del Ángel al zócalo, adarga y espada el frente, revividos quijotes de la triste figura! Espléndido.

A ver, a ver: ¿espléndido? ¿Con la exigencia y la mega-marchita como estrategia para lograr la utopía? ¿Con la espada en la diestra, cuando su enemigo histórico maneja el de alto poder? ¿Qué resultados benéficos para los intereses del paisanaje arrojan la «exigencia» y la toma de calles y plazas públicas? Salinas se burló de ellos: «Ni los veo, ni los oigo, y háganle como quieran…»

Ahí, el antídoto contra la marcha como fin, cuando un medio ha de ser, no un fin en sí mismo. A estos modernos quijotes, alucinados con la justicia, pero que intentan conseguir con la espada de la «movilización», ¿qué dicen los resultados, que a fin de cuentas son los que cuentan? Hoy, ayer, hace años, décadas, ¿qué cuentas benéficas les reportan exigencia y toma de espacios públicos? A los modernos quijotes, encandilados con el deleitoso fulgor de la justicia pero que la intentan con métodos obsoletos les falta el atributo principal del revolucionario, o no lo es: la autocrítica, que de tenerla se detendrían a analizar un hecho fehaciente: para sus «movilizaciones» el Sistema sintetizó el antídoto: «¡Ni los veo ni los etc.»!, y ahí derrotó a los marchantes. Digo a los compas del SME:

– Su defensa de la fuente de trabajo es muy justa. ¿Cómo planean lograrla? ¿Con una espada contra el sardo de alto poder?

– Pero con una mejor. Tenemos preparada una espada más grande que la del jueves, de un acero mejor, y de este tamaño. ¡Un millón de marchantes, calcúlale!

¿Espada contra pólvora, compañeros? ¿Así defienden para ustedes y familia la fuente de empleo? Al exigir al proyanqui, ¿con qué poder le exigen más allá del poder de enloquecer el tránsito y hacerse detestar de los automovilistas? ¿Leyes, dicen, justicia, soberanía popular? ¿Podrá lograrla la espada de una muchedumbre de átomos en movimiento espontáneo? Al enemigo no se le exige, se le vence, sin más. ¿Con la espada? (Bah…)

De fábula…

La fábula y sus enseñanzas, mis valedores. La que ahora les cuento, La mosca y la araña, que adapto de algún relato extranjero, puede y debe ser traducida en sus significados por la cultura política y aplicada por grupos sociales en lucha contra el Poder, como ocurre a estas alturas con los obreros que integran el Sindicato Mexicano de Electricistas. Si es que buscan fortalecerse, resistir y recuperar lo que siendo suyo les ha escamoteado el Sistema, habrán de tener en cuenta lo que ocurrió con La mosca y la araña. La fábula:

Érase que se era un individuo, morboso él y atrabiliario, que disfrutaba de la destrucción. Y ocurrió que aquel día descubrió ahí nomás una araña de este tamaño, miren. ¿Y qué tal si la encierro junto con una mosca y disfruto del espectáculo del insecto mientras intenta sobrevivir al ataque del arácnido?

Y ándenle que con paciencia y salivita, como es fama se logran las hazañas reputadas de imposibles, el individuo logró capturar viva la araña y encerrarla en un recipiente de vidrio. Luego se dio a cazar una mosca de buen tamaño para luego confinarla en algún otro recipiente de cristal. Hasta ahí, bien, que todo iba saliendo al gusto del morbosón, que no es para seres sensibles el espectáculo de la destrucción de una vida por otra vida. Y sigo.

Paciente, el hombre aguardó unos días, y a los cautivos los privó de comida para que la lucha adquiriese un grado más de crueldad. Luego observó al par de animales. La araña mostraba las condiciones de su naturaleza y parecía dispuesta a atacar; la mosca, entretanto, se advertía dispuesta a huir, a defenderse, a sobrevivir. Al del relato se le ocurrió depositar a los dos adversarios en un solo frasco de vidrio, y se dispuso a disfrutar del espectáculo en el que mosca y araña lucharan por una sobrevivencia que desde siempre tenía asegurada la araña sobre lo que desde siempre representaba su alimento. Por ahí va el cantar.

El hombre aguardó, y siguió aguardando, y nada Entre los adversarios naturales nada ocurría, qué extraño. La araña, en el fondo del frasco, parecía desinteresada de la que habrá de ser su alimento, una mosca afianzada en lo alto del recipiente. Y qué hacer. El hombre se dispuso a separar de nueva cuenta al insecto y la araña esta vez en recipientes más amplios, y mientras tanto nada de alimento. De ahí en adelante sólo restaba esperar, y el del relato estuvo esperando durante días. A la expectativa…

Pues sí, pero, mis valedores, de no creerse: cada uno en su recipiente, mosca y araña a lo antinatural, iban creciendo de tamaño y la araña parecía más feroz que nunca en tanto que la mosca se advertía más que nunca dispuesta a luchar por su vida El fulano las observaba regodeándose ante el espectáculo de la destrucción del débil por el más fuerte Lo de costumbre Y ahora con ese tamaño descomunal, tanto mejor. No llevaba prisa Decidió esperar, hasta que aquel día-Aquel día, por fin, se cansó de aguardar y decidió rematar su experimento. Una vez más colocó mosca y la araña en un mismo frasco, mucho más grande que el anterior. Y a esperar el desenlace.

¿Desenlace? Nada ocurrió esta vez. Tampoco en esta ocasión, qué aburrimiento. Esto no responde a la lógica, pensó, y una vez más a apartarlos, a esperar, a volver a reunirlos, a enfrentarlos a la lucha y la destrucción. Esta vez el fulano se vio obligado a utilizar un acuario de este tamaño, tanto habían crecido los protagonistas de un drama que no tardaría en alcanzar su final. Y así transcurrió la mañana y vino la tarde, y el principio de la noche, con los ojos del hombre enfocados en la pared del acuario. La araña ya de este tamaño, miren, se había retirado a un rincón; la mosca a otro un poco más alto. Gigantescas, inmóviles…

¿Y eso? ¿Qué ocurría en el par de rivales? Porque no parecían observarse antes del ataque, sino que ambos parecían mirar hacia un rumbo distinto, distante. Intrigado, el individuo se preguntaba qué mirarían, qué esperarían para el ataque y la destrucción de un insecto ya de tamaño monstruoso. Cavilando, aguardando, el fulano se adormeció frente al acuario, y fue entonces….

Entonces fue Lenta, la araña se desplazó en dirección de la mosca, que se movió también y se aproximó a la araña Ambos rivales se colocaron bajo la tapa del acuario, y entre ambos la hicieron saltar, y salieron ambos, y en unos minutos del individuo sólo quedaron unos…

Todo esto, mis valedores, encierra su muy buena moraleja ¿pero cuál? ¿Cuál será, compañeros del Sindicato Mexicano de Electricistas…? (A saber.)