El general Díaz, con su mano de hierro ha acabado con nuestro espíritu turbulento e inquieto y ahora que tenemos la calma necesaria y que comprendemos cuan deseable es el reino de la ley, ahora sí estamos aptos para concurrir pacíficamente a las urnas electorales…
Exacto, mis valedores. Semejantes conceptos humo son del copal que en 1808 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomochic, indígenas yaquis, Cananea y Río Blanco, etc.) quemó un espiritista y vitivinicultor a quien tocó en suerte iniciar, para la historia oficial, el movimiento revolucionario de 1810, gloria y honor de los hermanos Flores Magón. Yo, en contracanto de esa versión oficial de la historia, hablé ayer de Ricardo Flores Magón como el iniciador del estallido revolucionario de 1910. Hoy me refiero a Francisco I. Madero como admirador de Porfirio Díaz., a quien forró de elogiosos conceptos en La sucesión presidencial. Hoy, apenas rebasado el 20 de noviembre, va aquí esta pedacera del libro que nos legó el iniciador oficial del movimiento armado de 1910. Juzguen ustedes:
«Pertenezco, por nacimiento, a la clase privilegiada; mi familia es de las más numerosas e influyentes en este estado; y ni yo, ni ninguno de los miembros de mi familia, tenemos el menor motivo de queja contra el general Díaz, ni contra sus ministros, ni contra el actual gobernador del estado, ni siquiera contra las autoridades locales. Los múltiples negocios que todos los de mi familia han tenido en los distintos ministerios, en los tribunales de la República, siempre han sido despachados con equidad y justicia…
La obra del general Díaz ha consistido en borrar los odios profundos que antes dividían a los mexicanos y en asegurar la paz por más de 30 años, que (…) ha llegado a echar profundas raíces en el suelo nacional, al grado de que su florecimiento en nuestro país, parece asegurado».
Y muy a propósito como para leer entre líneas:
«Ahora que el general Díaz no tiene más que temer que el fallo de la Historia, ni más que desear que la gratitud nacional, no será remoto que procure atraerse a esta última y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus últimos días la voluntad nacional y cumpliendo todas las promesas que antes hiciera a la patria (…) Ante la Historia podrá justificarse diciendo: Con mi permanencia en el poder, maté al militarismo, acabé con el espíritu turbulento, hice que en todos los ámbitos de la República se respetase la ley; consolidé la paz, extendí por todo el país una vasta red ferrocarrilera, construí grandiosas obras materiales; favorecí la creación de cuantiosos intereses privados, aumenté la riqueza pública; de mi patria, turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un país pacífico, rico y que goza de un justo crédito en el extranjero.
Es posible que para llevar a cima esta obra, haya yo cometido algunas faltas; todo el mundo está expuesto a errar, pero esas faltas han sido de buena fe y la prueba de ello es que la principal que se me puede imputar: que me haya colocado arriba de la ley, sólo la he cometido mientras lo he juzgado indispensable para llevar a feliz término mi obra, puesto que ahora que creo que ésta está terminada, que el país está apto para ejercer sus derechos, devuelvo a la ley su imperio, su majestad y yo mismo me coloco debajo de ella, a fin de que en lo sucesivo sea la ley, la guardiana de la paz, la que asegure el progreso indefinido de mi patria, pues creo que no podré tener sucesor más digno. Los últimos días de mi vida los consagraré a defenderla, a consolidar su prestigio, poniendo a su servicio todo el mío, y ¡ay de quien quiera atentar contra la ley que yo seré el primero en respetar!
El prestigio del general Díaz llegará entonces a tal grado, que en donde quiera que se encontrara sería considerado como el arbitro de nuestros destinos y la gratitud nacional hacia él no tendría límites (…) Porque el general Díaz no ha sido un déspota vulgar y la Historia nos habla de muy pocos hombres que hayan usado del poder absoluto con tanta moderación».
Moderación, dijo Madero del carnicero de Tomochic y los indígenas yaquis y mayas; del reguero de fuego y muerte de huelguistas de Cananea, Puebla y Río Blanco, que le merecieron el siguiente juicio: «En esas huelgas podemos encontrar cuál es la opinión que el general Díaz tiene de las necesidades de los obreros y hasta dónde llega su amor hacia ellos.» Mis valedores… ¡Basta!
Ricardo Flores Magón, mientras tanto… (Ah, México.)