Ayer les dije mi nombre y hoy lo repito: Carlos me llaman mis enemigos, que los amigos de hijo de mala mamá no me bajan. Sigo la crónica del dramón que me remeció aquel primero de enero de 1994, cuando se me encabritó la zona sureste de mi organismo: el grueso, el delgado el apéndice, y ciego, y tuerto y compinches. «Nosotros te decimos: ¡basta!» Perro del mal, el duodeno: «¡El 6 de julio de 1988, ¿te acuerdas? ¿Habrás podido olvidar cómo fue que te encaramaste en Los Pinos, desde donde saqueas y medras hasta la náusea, depredador? ¿Ya no te acuerdas, dañero de miércoles?»
Yo, engarruñado por los espasmos: «Diálogo, compatriotas…»
– ¡Diálogo madres! ¡Nosotros te decimos basta!¡Fuego contra ese felón!
Y el estrépito de intestinos, y el dolorón. Ante el espejo mi imagen, tan varita de nardo, tornábase desgarbada, caricatura esperpéntica del autobombo, el engreimiento, la autopromoción. Pando y engarruñándome, culimpinándome, fuíme hasta el botiquín. «Ahora me los aplaco». Y que les mando una pronasolera ración de aspirinas. Pero las aspirinas nomás Valentín Madroño. Los «transgresores» arreciaron su agresión. Y qué hacer, sino pujar y dejarles ir doble ración de un pro-camposo bicarbonato. Pero el bicarbonato más los biencarbonó, y aquellas convulsiones, y el tronar de los gases, y yo defendiéndome con lo que tan buenas resultas me dio durante los cinco años de beatitud, los de mi bienaventuranza: chiqueadores de ruda, lo más ruda posible, y los parches porosos, y mejoralitos, embijadas de mentolato y atolito con este, miren. Lo usual. ‘Taz, paz», les decía, y ellos: «¡Pas, pas!» Yo: «Pacificación, reconciliación, diálogo. Unos acuerditos en San Andrés Larráinzar, ¿sí?» Pero mis músculos, adoloridos y levantiscos:
– ¿Paz, pacificación, reconciliación? Óiganlo. ¿Para eso nos levantamos, para charlar de pacificación con tus mediadores oficiosos? Olvídalo, neoliberal. ¡Nosotros vamos por todo, y estamos organizando a los órganos de todo el cuerpo! ¡Pronto comprobarás nuestra fuerza común, «compatriota»!
Yo, con un todo de voz una octava más agudo y trompicándome con las palabras: «Compatriotas, todo es posible en la paz. Si ustedes gustan y así lo prefieren, me los amnistío».
– ¡Amnistía a tu madre! ¡Nosotros vamos por’todo! ¡Ya! ¡Basta!
Ora sí que me creció por andármela jalando, la oreja Sudor y retortijones, caí de hinojos ante el retablo de mi devoción: «Santo señor San Clinton, torre de la alianza, salud de los enfermos, puerta del cielo». Pero mi ángel tutelar, como si nada Yo ya era un redrojo político. «La invasión del sureste, le susurré entre susurros intestinales, nos puede afectar, conste».
Ahí, el píloro, ¿o el compañón?: «No minimices el conflicto, «compatriota». Nació en el sureste, pero es todo el organismo».
Lo comprendí entonces: el píloro había sido yo, y el compañón, y el pobre duodeno, y el ciego. Tarde lo comprendía Sudé frío y me dejé llevar por el pánico. En medio del espanto, de la absoluta soledad, rumbo al sureste aventé cien mil unidades -de penicilina- con armamento pesado y listas para todo servicio, más sobrantes para reposición. ¡Y fuego graneado, fuego a discreción! ¡No respondo chipote con sangre, sea chico o sea yajalón!
Y rájale, a arrasar con todo: músculos, glándulas, nervios, tejidos recién nacidos, ancianos, todo lo que se mueva Todo lo que respire, y en lo que no, ya no gastar medicina y como dicen del Lic. Nerón, que tañía la cítara desde el balcón central del palacio: «¡Esta nodriza llega hasta todos ustedes bajo el Patrocinio de Gobernación, Patrocinio González! ¡Ah, el masacrar de intestinos, el aplastar de duodenos, el mascar los hígados! ¡Ah, el torturar páncreas y asesinar ciegos! Enloquecido. Unidades y más unidades de penicilina Cañonazos de penicilina Tanquetas de penicilina Bombardeos de penicilina ¡Sangre y fuego! (De penicilina)
Me sujetaron (no las leyes, aclaro). Yo, que me metí en camisa de once varas, por poco acabo metido en camisa de fuerza Y al hospital, a sirena abierta, y la bárbara curación. A querer o no. Es la Historia. Hoy, aparte de los millones, lo perdí todo: a Cecilia, a Raúl, a Eduardo. Pero tullido no soy; ya no tengo Cecilia, pero tengo Ana Pau. ¿De la grilla política? En un país de gobierno mediocre (sin piloto, sin guía, sin timonel) y atascado en un pavoroso vacío de poder, ¿quién creen ustedes que ha tomado el control para enderezar el barco o acabarlo de hundir? Yo, compatriotas, a 15 años de aquello sigo más vivo que nunca
¿ Y Marcos? ¿Ese qué? (Ah, paisas…)