Los dineros del diablo

Calderón promulga la Ley de Fomento para el Libro y la Lectura. Si bien no es la solución al grave problema de la falta de lectores en el país, sí constituye un esfuerzo para apoyar la educación.

Y yo, en tanto, pregunto: ¿dónde están los lectores? El mexicano, ¿cuántos libros lee al año? ¿Uno, uno y medio, dos? ¿Qué tipo de libros? ¿»Superación personal», «desarrollo humano», supercherías de esas? ¿Cuántas horas, mientras tanto, vegeta a dos nalgas frente a un cinescopio que lo fuerza a chapoytear (así) en las heces fecales de los origeles, fabiruchis y cáfila de compinches de esa misma ralea? Mis valedores…

Aquí, con el propósito de motivar a posibles lectores y, al propio tiempo, recordar al desaparecido Juan José Arreola a 90 años de su nacimiento, va esta a modo de parodia de su relato que tituló Un pacto con el Diablo.

Que el protagonista llegó al cine con la película ya comenzada. «Perdone, dijo al de junto, hombre de aspecto siniestro; ¿me podría contar brevemente lo que va de la cinta?»

– Sí, mire: ese que ve en la pantalla ha hecho un pacto con el diablo, que a cambio de su alma le ha ido proporcionando seis años de riqueza.
Que el fulano (le explica en voz baja) ha vendido su alma porque en el hogar tiene una mujercilla mediocre hasta el tuétano, condición que intenta compensar cosificándose, y le ha dado por acumular, atesorar y derrochar oro, joyas, vestidos y ropita interior de marca. Su amador, el alma perdida, pero en brama el corazón, por satisfacer la codicia de la insaciable vendió su alma al diablo con tal de llevarle carretadas de oro y de joyas. «¿Qué le parece?»

El aludido se vio reflejado en el protagonista y se identificó con él. Mediocre también, y eterno perdedor, mirando al de la pantalla se le prendió un exceso de codicia y una carencia de lealtad y valores, principios y escrúpulos. Con toda el alma deseó que se le apareciera el Diablo (uno rico, no un pobre diablo como él) y por dinero venderle el alma (podrida y que no vale el papel donde se firmaría la compraventa). En la pantalla el diablo entrega al insensato costales de oro. En la butaca de junto el vecino, señalando al de la película:

– ¿Lo ve usted? Al zafio y la codiciosa una riqueza mal habida ha terminado por apestarles El Tamarindillo. Ya se cumplirán los 6 años, corrupto de miércoles, y entonces comenzarás a pagar el precio. Esto, si no es que por artes diabólicas logres imponer de sucesor a algún chaparrito, jetoncito, de lentes, que a ti y a tu barragana los proteja con su diabólica impunidad.

El otro, en tanto, seguía envidiando la riqueza de la pareja de sinvergüenzas que apenas ayer vivían con modestia y estrecheces económicas, y que ahora le daban vuelo a la hilacha (pero hilacha de firma, de las más cotizadas); nueva rica, la arribista había perdido toda proporción, y enloquecía con entre derroches y lujos y, alucinada por una vida de dispendios que nunca antes había conocido y para la que culturalmente no estaba preparada, exigía al de espíritu endeble que le acarrease los dineros del diablo, que más tarde ella repartía entre hijos, padres, ex-marido y demás parentela de ventajistas. Diabólico.

– Ya pagarán, par de insensatos -mascullaba el del asiento de junto. El otro le hizo la observación: «Usted les reprocha porque tal vez no sabe lo que es la pobreza».

– Pero sé lo que es la riqueza Y usted, a más de pobre, es un fracasado, un sempiterno perdedor. Y para qué disimular; puesto que ya me ha reconocido está por demás una presentación. Estoy a sus órdenes. ¿Salimos al pasillo?

El letrero luminoso dio un brillo siniestro a las pupilas de Lucifer. «¿Vendería, esta vez con provecho, eso que una y otra vez ha malbaratado?»

– No entiendo, ya nada me queda por vender.

– Piénselo bien. Aquí llevo un documento y esta pequeña aguja.

(La fortuna en mis manos. ¿El alma? Bah.) «¿Dónde firmo?»

– Aquí, donde dice: «En el XI Congreso del PRD los chuchos acordaron hacer alianzas con otras fuerzas progresistas, como el PRI y el PAN». Fuerzas progresistas. Sólo uno que de esa manera ahí mismo me vendió su alma pudiese calificarlos de fuerzas progresistas. Ahora un piquetito en el índice, una gota de sangre, y su firma, don Chucho, para formalizar la transacción.

Firmó. Una vez más, el talamantero traficaba con su alma. Al ir dibujando la rúbrica, cuentan las crónicas, allá afuera aullaron todos los chuchos. (Cruz, cruz.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *