Taciturno e inmenso…

Más ha hecho México en subir donde está, que los Estados Unidos en mantenerse decayendo, de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae, sino que empieza..!

Conceptos, los del genio americano José Martí, que me parecen muy a la medida de la reflexión y el análisis, sobre todo en un tiempo mexicano como el presente, cuando las vísperas del Grito de Independencia en el Zócalo se presentan anubarradas y con tufo a conflicto entre las vallas calderonianas y los partidarios de López Obrador. Palabras inspiradoras las de Martí, ahora que más allá de crispaciones políticas nos disponemos a la chamusquina, en el altar de la mexicanidad, de arrobas de aplausos y vítores, con toneladas de incienso, copal y una patriotería que, envuelta en el lienzo trigarante, hace explosión en lenguas de fuego y juegos fatuos, todo sea por nuestra «independencia nacional». Mis valedores…

Más allá del ruiderío y la alharaca tales conceptos martianos, estimulantes en verdad, entonan mi casera celebración, íntima y ponderada, de la epopeya de tantos que antecedieron a Miguel Hidalgo y los suyos, que le mostraron el camino, la estrategia y las tácticas a aplicar. Lástima grande que tan entrañable trabazón de afectos entre Cuba y México haya sido temporalmente empañada por el mal aliento de algún Castañeda converso, que como secretario de Relaciones Exteriores de nuestro país tanto llegó a ofender al pueblo cubano y sus autoridades, y que en su regazón de inquina salpicó a aquel Fox del «comes y te vas». Lo recuerdan ustedes? ¿Habrán podido olvidarlo? En fin.

Fiestas de la mexicanidad. Para que ustedes calibren lo que México representa para el pueblo que a la divisa de «Patria o muerte, venceremos«, hizo una verdadera revolución, va aquí el texto de cierto correo que hace años me llegó desde Cuba, firmado por una ciudadana de Cuba, tan buena amadora de nuestro país como bien enterada de su galería de héroes y villanos, claroscuro perfecto.

«Todos mis dorados otoños daría por haber participado en aquella misa del padre Hidalgo el 16 de Septiembre de 1810. Nunca se tuvo más fe en Dios que en aquel día. Aquel sacerdote brillante y culto, no fue una excepción de la regla: El talento, la virtud y el compromiso se dieron la mano para saber querer más que ningún otro hombre a México y a la Revolución. Estas dos palabras no debieron jamás separarse (México y Revolución) Sí, porque es imposible que la independencia de un pueblo se gane sin dosis elevada de revolución.

El siglo de las luces cayó en mis tierras americanas como música para la libertad. Hidalgo ya era bastante viejo para la lucha, pero ¿quién dice que para amar y construir se es demasiado viejo jamás? Con Allende y Abasolo y un grupo de jóvenes valientes decidió que la Patria Mexicana tiene demasiado empeño para no ser libre. Que ya en Francia se habían librado del Rey y de su cabeza y México era de los mexicanos y no de España, que fue incapaz de liberarse de su propio rey. Así nació aquella mañanita de septiembre el camino de la revolución en el México irredento.

Si existe un país autóctono que logró mantener sus tradiciones, donde los hombres guardan todavía aquellos recuerdos en la piel de cuando eran felices, ese es México. Taciturno e inmenso como sus volcanes, México está a punto de estallar. Empezó desde el inicio a dar batalla en la misma conquista. Al llegar Cortés se encontró una cuidad luz que no tenía nada que envidiarle a las bellas ciudades europeas ni el valor de sus hombres a los soldados españoles.

El grito de Dolores le confirió la mayoría de edad a ese pueblo nuevo que no necesitó ayuda de nadie para liberarse de una monarquía entupida y sórdida, sólo procuró del valor de sus hombres y del amor de sus mujeres. La historia de México es imprescindible para entender al mundo. Coexisten sin detrimento las antiquísimas costumbres y el modernismo más audaz. El que haya visitado esa cuidad misteriosa una sola vez la sigue necesitando para siempre. México. (Sigo el lunes.)

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