Cuento de hadas

Es medianoche. En el claro del bosque y al claro de luna los ojos de esos mamíferos, volátiles y reptiles, se clavan (asombro, cautela) en el molote de carne humana que de lomos sobre la grama lloriquea. Sapiente, el Búho:

– Esa criatura ha nacido para político. Los de uña, pluma y pelaje, reculan.

Se agitan y esponjan. La Zorra:

– ¿Para político, dices? Siendo así, les propongo: como las hadas a la niña del cuento, démosle dones que lo capaciten para ejercer a cabalidad su altísimo destino. Lo mejor de cada uno, ¿aceptan?

Aceptaron. Ahí se adelanta el León:

«Yo le cedo el rugido con que amedrente toda la selva». Al embrujo de la luna, el infante recibe el don. La Serpiente: ‘Pero antes de que pueda rugir tendrá que saber culebrear, arrastrarse y clavar el colmillo en el calcañar del de más arriba».

Del niño fue el don, de testigo La Luna. El Perraco: «Morder calcañares, sí, pero tendrá que comenzar lambiéndolos. Sea suyo el don de mi lengua». Suya fue. La Tortuga:. «¿Y cómo subir hasta donde se ruge, si antes no hace méritos detrás del escritorio de «Rezagos Varios»? Burócrata sea».

La luz de La Luna se oscureció. El Camaleón: «Mi gracia le será indispensable. A la ver…no principios, lealtades, ideologías, convicciones. Vuélvase del color de cada partido político que le convenga».

Hinchó la papada, sacó la lengua, cambió de color, dio el chaquetazo. La criatura recibió el don. La Luna, aquel estremecimiento. El Cordero: «¿Y la disciplina partidista? Haga suya, según le convenga, mi mansedumbre. Beee».

Suya fue. La Cotorra: «¿Y de retórica qué? Sea campeón de oratoria. Mi labia, a su disposición». En la hierba, leve temblor. El Jilguero: «Que sepa alabar al de arriba, y a la hora del voto a los de abajo también». Cloqueó la Gallina: «Que en los de abajo se zurre; que los deje como trepadera de mapache». El niño agitó sus manecillas; pareció sonreír. La Hiena: «Sonreír a tiempo. Siempre sonreírle al de más arriba. Siempre. Suya sea mi sonrisa». La criatura sonrió. El Pavo Real.

– Una vez arriba haga lo que yo (y se esponjó, vano relumbrón de seis años. Al embrujo, La Luna enrojeció). Apenas audible, la Garrapata: «Que una vez encajado en el presupuesto sólo a pedazos lo puedan sacar». Y sí. El Armadillo: «críticos no le han de faltar. Mí concha sea su resguardo». Lo fue. La Luna, allá arriba, como que se estremecía. El Cerdo: «¡Oink, oink! Que le halle placer a la ciénaga. Que el barro sea su elemento, y hoce y goce con su destino de miércoles». (Era miércoles, sí). El Topo: «Sea, en su gobierno, como yo: torpón, burriciego ante la luz. Que Washington lo conduzca de la diestra (ese Topo va a ser de derecha)». La luz lunar, ese temblor. «Sea vendepatrias, entreguista», dijo ahí El Girasol«. «Sea Washington su Sol«.

El Gato: ‘Ya que haya saqueado la alacena y comido la manteca, y hecha la digestión, sepa enterrar pudorosamente sus heces, y luego se limpie la cara a lambidas de saliva con ayuda de periodistas alquilones, y aquí no ha pasado nada». Sea. «Y si le ocurriese intentar la honestidad (El Zorrillo), sea como un apestado». Alzó la pata, y ahí les va el chisguete La criatura, a lo deleitoso, le daba el golpe.

Medianoche. En el claro del bosque y al claro de luna, el remate del mágico rito: los de uña y garra, de pezuña y colmillo, forman la ronda en derredor del infante, y ahí se inició el concierto de aullidos, bufidos, gruñidos, que así cantaban al infante:

-¡Bienvenido a la corrupción lucrativa e impune, y que la sepas aprovechar, porque acuérdate: un político pobre es un pobre político. Vale.

– Pues sí, vale, pero aquí falta un detalle (El Zorro). Nada menos que el nombre. «Cierto (el Coro). ¿Y qué nombre le pondremos, matarile-rilerón?

El Gato: «El nombre es lo de menos. Llámese, sin más, político mexicano». A lo lejos, espantados, los espantos temblaron, y demonios de la noche y ánimas en pena se estremecieron. A lo lejos.

– A todo esto (EL Vampiro), ¿cómo supo usted, señor Búho, que el chamaco va para político?

– Fácil. No tiene madre. Nació huerfanito.

Sin madre. Nomás me quedé pensando quién sea hoy día el chamaco del cuento? Tantísimos nombres se me vienen a la mente. En fin. Mis valedores: ¿para ustedes quién es hoy, militante de qué partido político, el huerfanito de entonces? ¿Es este, ese, aquél? (Piénsenlo.)

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