Y lo mataron…

En su tierra mataron a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, que es decir al religioso, al luchador, al mártir. A su memoria escribí un 24 de marzo del 2007, y hoy lo repito porque mejor homenaje no he podido encontrar para el arzobispo y salvador de El Salvador asesinado en tal fecha, pero de 1980, mientras celebraba misa en su iglesia de barrio en San Salvador. Desde un año antes, el religioso estaba presto a entregar la vida por la causa que amaba, y no es que sin motivo presintiera su muerte, que bien conocía a quienes lo acechaban a todas horas, fanáticos de los escuadrones de la ultraderecha ARENA, de R. D’Abuisson. La palabra viva del bienamado de El Salvador:

He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decir que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Si llegasen a matarme perdono y bendigo a quienes lo hagan…

Y lo hizo la bala asesina de un sicario contratado por un D’Abuisson canceroso del ánima, que al poco tiempo fue asesinado también, sólo que por un cáncer fulminante que del ánima se le fue al organismo. Metástasis.

Profeta al modo de Isaías, y como profeta defensor de los desvalidos, el arzobispo fue asesinado al elevar la hostia en la celebración de la misa Su cuerpo cayó fulminado al pie del altar. Uno de sus fieles, su amigo fiel:

«Lo supe a las 3 de la tarde del 24 de marzo de 1980. Acababa de nacer la primavera. La mañana había sido calurosa y clara. Cuando lo supe, llovía. Una lluvia nueva, generosa, blanca, que envolvía los cerros. Oscar compañero había resucitado en la llama de una bala Sólo una bala precisa, amaestrada, prevista La lluvia fue el gran perdón que caía sobre El Salvador. El perdón del caído. El gran Mártir de América había ganado la batalla a sus asesinos».

Ojala se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás...

Eran años aciagos para El Salvador; acababa de estallar una crudelísima guerra civil entre la guerrilla del Farabundo Martí de Liberación Nacional y el ejército gubernamental apoyado, naturalmente, por el gobierno de Estados Unidos. El conflicto se prolongó el tanto de 12 años. El armisticio se iba a firmar en el Castillo de Chapultepec Aquí, unas colonias adelante…

Como Pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse sus amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. Yo resucitaré en las luchas del pueblo…

Y la homilía que le granjeó una bala en el pecho: «Queridos hermanos: terrible lo que ha ocurrido en estos meses de un gobierno que decía querer sacarnos de estos ambientes horrorosos. El Papa recoge el número de víctimas que en estos días ha habido en Italia. Si él estuviera en mi lugar, no señalaría sólo los crueles asesinatos en Italia, sino que se llevaría tiempo recogiendo día a día testimonios de numerosos y numerosos asesinatos…»

Sin las raíces en el pueblo, ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos cuando quiere implantarlo a fuerza de sangre y dolor…Yo quiero hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles:

¡Hermanos: son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice no matar..! ¡Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios! ¡Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla! ¡Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado! ¡La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación! ¡Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con sangre..!

¡En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos: les suplico! ¡Les ruego! ¿Les ordeno en nombre de Dios! ¡Cese la represión..!

Y lo mataron. Monseñor Oscar Arnulfo Romero. (A su memoria..)

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