Del evangelio apócrifo

Barbacoa -buen pulquito – cito plebe -plebiscito.

Jerusalén, la semana pasada. Días de fiesta. La ciudad, ascua viva en ascuas. Las noches se tornan días trepidantes de bullanga y de jácara, con una judería enfiestada e insomne que celebra, previa licencia de Poncio Pilato, su ancestral vocación libertaria. En el templo y a voces, los judíos evocan e invocan las sombras augustas, sombras tutelares de Abraham y Jacob, Isaías y Moisés, el que quitó las cadenas a los esclavos del Faraón. Discreto, tras del balcón central del palacio, el romano observa, nomás observa..

Porque días antes en la festividad se había producido algún incidente de poca monta, que los ancianos y príncipes de los sacerdotes se empecinaron en magnificar, y fue que algún loco que erraba por los campos de Judea predicando heréticas doctrinas ardorosamente emparentadas con Yahavé había caído preso, y los sacerdotes del templo se empeñaban en sacrificarlo como vía de escarmiento de heréticos y blasfemos. En este momento, con el festejo en su máximo punto de ebullición, Poncio Pilato se retira del balcón y se dispone a poner en práctica el plan que se trae entre manos, y entonces…

De cronista, Mateo: «Y Jesús estuvo delante del presidente; y el presidente le preguntó dicienda ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. Y siendo acusado por los príncipes de los sacerdotes, y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dice: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?» El otro no respondió palabra..

Y aconteció que estando el romano en el tribunal, su mujer envió a él, diciendo: «No tengas que ver con aquel justo; porque hoy he padecido muchas cosas en sueños por causa de él». El romano sonrió. Pensó en la maniobra que había urdido con escribas y fariseos. Porque traía plan ranchero. Sonrió…

Y en el día de la fiesta acostumbraba la autoridad entregar al populacho a algún preso, el que la masa escogiera Y tenía entonces uno famoso que se llamaba Barrabás. Y juntos él y el agitador de multitudes, desde el balcón central del palacio, Pilato se infló el pecho: «¡Pueblo judío, ¿cuál queréis que os suelte?!» (Porque el romano conocía a las masas, y traía gallo tapado.)

El remate del incidente, y a quién eligieron democráticamente para la cruz y a cuál para la libertad, ya ustedes bien lo conocen, y cómo «viendo Pilato que nada adelantaba, antes se hacía más alboroto, tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: inocente soy de la sangre de este justo: caiga su sangre sobre vosotros». Hasta aquí, bien. Pero ni tanto…

Porque, mis valedores, no fue entonces cuando se las lavó, sus dos manos, sino que tal maniobra la efectuaría después, que había estado planeándola con todo cuidado desde meses atrás. La versión del evangelio apócrifo de Santo Tomás (uno con pésima fama de pseudo-neo-comunistoide, que me lo hubiesen crucificado también a él, pero patas arriba); según el dicho evangelio, contra la turba congregada al pie del palacio Pilato lanzó la primera pregunta acerca de Barrabás el bergante y el Justo Jesús. Oportunamente manipulada y enfebrecida hasta el paroxismo, la democrática muchedumbre:

– ¡Queremos a Barrabás. Al otro crucifícale!

Poncio sonrió. Su plan daba resultado. Conocía a las masas. Mandó contar los votos. ¡Quince millones! «¡Veo, pueblo judío, cuán diestro te muestras en prácticas democráticas, y que a la hora de elegir sabiamente eliges. Mis parabienes, pueblo judío..!»

El cual, arremolinado al pie del balcón, alza el puño e increpa lanzando vivas y mueras, ebrio de democracia y deseoso de seguir practicándola La democracia, ese fuerte licor. Y mis valedores, fue entonces. Entonces fue. Ante la respuesta de unas masas sedientas de urnas y papeletas, que de forma tan categórica respondían al Imperio, el romano se hizo de agua y jabón.

– Las urnas hablaron. El voto lo decidió. Yo me las lavo. Conste

Y es que Pilato el gringo (el romano, más bien) conocía a las masas, y había tramado minuciosamente su plan, y su plan, el de Washington, le había arrojado un resultado espléndido. Y así, mientras se las secaba, las dos, ordenó al Congreso, sucursal de la Roma imperial:

– Al alborotero me lo crucifican, ¿no ven que es un peligro para México? Al otro, ese al que todo, por todo y en todo, le queda grande, a ese me le amarran encima la banda tricolor. Ya desde Roma se le dieron órdenes e instrucciones para que vaya preparando la factura de PEMEX y la energía eléctrica Y ya

(¡Yea.!)

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