La malparida…

Que «nuestro nuevo cine» comienza a ser apreciado a escala internacional, dicen los enterados. Que en esa feria de vanidades, frivolidades y alfombra roja que apodan Hollywood ciertas películas mexicanas o extranjeras realizadas por directores mexicanos pepenan este o aquel premiecillo, algunos de ellos de consolación. Yo cuánto quisiera certificar que el cine de factura nacional se coloca a la altura del arte, pero cómo comprobarlo, si hace lustros que abandoné las salas de cine Y sí…

Falta de tolerancia No soporto la mediocridad. Me sacan de juicio unas salas de cine con las bocinas a mil decibeles, mil anuncios comerciales previos a la película y que la tal me resulte una patética muestra de ese cine comercial que produce Hollywood; y lo que me resulta aún más intolerable: esos aficionados al cine que, en parejas o en familia, se aplastan a dos nalgas a remoler maíz tostado y eructar el gas del refresco de cola por la cola y otros orificios. Yo, amador del arte, cómo poder conmoverme hasta el tuétano con El color del paraíso mientras oigo rumiar o remuelo palomitas de maíz…

Esto lo platicaba con el maestro la mañana de ayer. «No se ha perdido de gran cosa, créamelo». Y que, por lo pronto, después de fallecidos tantos actores que dieron vida a las viejas películas mexicanas,esas de la mal denominada «época de oro», hoy resulta problemático sacar de la ANDA un elenco redondo para una película que intente arañar el arte. Actores principales y secundarios, hoy, ya casi imposible…

Para integrar un elenco dónde acudir a actrices y actores y adecuados. El «casting», que nombran los gringos de segunda Los cómicos, por ejemplo. Las cómicas. Dónde están las continuadoras de aquellas soberbias cómicas…

Nostálgico, citó por su nombre a las que engendró la carpa y que más tarde se lucieron en escenarios de teatro, radio y cine, desde pioneras como Amelia Wilhelm hasta Martha Ofelia Galindo y María Luisa Alcalá, pasando por las clásicas Delia Magaña, Virma González, Las Kúkaras, la Viveros, Amparo Arozamena y esa Salinas que, chapoteando en la fosa séptica de cualquier Aventurera que malamente apodan «obra de teatro», resulta tanto o más repugnantona que otra Salinas, la Adrianita, aunque mucho menos que la segunda esposa de su segundo marido y madre de esos hijos de toda su reverenda Marta ¡Vamos, México..!

Susana Cabrera, ¿la recuerda? Espléndida Ella que en su tiempo muy a tiempo lo aclaró: «¿Mi profesión? Payasa» ¿Quién ha venido a reemplazar una cómica de su categoría? Susana Cabrera, insustituible para el papel principal de una película cuyo guión debería haber escrito usted mismo.

Yo, guionista de algunas películas cuyo título no he de revelar a ninguno de ustedes (por algo será), pensé en la clase de cinta en la que el maestro estaría pensando para una soberbia actriz cómica como la Cabrera Noble su profesión: payasa, y de lo mejor. Qué símbolo supremo, y qué caracterización, para mí insuperable, la de talonera Cierro los ojos y de párpados adentro contemplo la fina estampa de la ramera de la que Susana Cabrera hacía una creación. La soberbia caracterización de buscona que ella lograba vientre rotundo, nalgatorio doble ancho, bajo vientre de tamaño familiar y un temperamento tamaño caguama en corpachón de tamal malfajado a una minifaldita tres tallas más reducida de lo que piden, de lo que demandan, de lo que a gritos y mega-marchitas exigen esas carnazas, flor de pecado y perdición, almendra de depravación. «Pasa, güero…»

La visualizo: cuadriculadas las medias y de charol los zapatos, latiguillo y tacón de seis gemes; transparente el blusón, con escotes más grandes que los tacones, y una prendita color mamey que se arruga sopesando unas pechugas más grandes que los escotes. Caracterización de buscona ese rostro (cargazón de cosméticos): carnosos los labios, estallante el carmín, ojeras de pintura en las ojeras del vicio y la depravación. La güila en este cachete un lunar hechizo y a medio cogote una verruga auténtica de cerdoso escobillón. No, y las postizas: de este tamaño, miren; tirantes, enhiestas, revolcadas en rímel. Y con las pestañas, la peluca tordilla En este cuadril el bolsón (de plástico). En este otro, el bolsón (el padrote; el Rodolfo Acosta de La Nalgada).

– Pues sí, dije, pero no doy con la película exacta para Susana Cabrera

– ¿No? ¿Y luego la tragicomedia que retrate esa recién parida reforma judicial que malparió semejante «justicia» a la mexicana?
(Pues…)

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