Este es un recado, mis valedores, que me permito enviar a dos amigos que hace lustros dejé en Guatemala. Hoy, porque amanecen con un nuevo gobierno civil, les recuerdo el contenido de mi mensaje.
Marucha y Virgilio, amigos que dejé en aquellas tierras; cuánto quisiera que este fuese un a modo de mensaje del náufrago que ustedes encuentran extraviado en la playa, y que en leyéndolo recordaran de golpe al fuereño aquel que de visita en su país, hermano mellizo del mío, en la fugacidad de un par de horas fue amigo de ustedes dos, estudiantes de la benemérita Universidad de San Carlos. ¿Se acuerdan?
En el forastero identificaron al fabulador de relatos y algunas novelas de fantasmagorías, como aquel Bramadero, un Malafortuna de muertos resucitados y aeroplanos antediluvianos, y una cierta Trasterra que… Sí, lo real maravilloso, que dijo Carpentier el cubano.
De llegarles el mensaje recordarán el café, el tinto y aquel poema que me ofertaron mientras hablábamos de verso libre y alejandrinos. De repente, ¿se acuerdan?, en la quietud de Guatemala («donde se oye cuando una garza cambia de pie», que dijo Cardoza y Aragón)
retembló aquella descarga de metralletas. La charla, a media voz, se empantanó en asuntos de guerrilla y gobierno de bota y espadón cuartelero. Tú, Virgilio, suspiraste:
– Cuándo será ese día en que nuestro país disfrute de un gobierno civil como el de ustedes, en México. Cuándo será ese cuando…
Azozobrados, me interrogaban acerca del presidente de mi país; un licenciado Jerasimo, por supuesto. Es que eran los tiempos del PRI-Gobierno…
Qué tiempo. Reinaba por aquel entonces su graciosa majestad Echeverría Primero. Después vendría la alucinante danza de la(s) pompa(s) y circunstancias de LEA, Su Alteza Real, y más tarde esa sórdida galería de los mediocres cuanto rapaces vendepatrias, donde destacaba Su Alteza Serenísima, uno chaparrito, peloncito, orejoncito, que con su voz de pito de calabaza se dirigía a sus súbditos:
– ¡Compatriotas! ¡Liberalismo social! ¡Solidaridad! ¡Con el Tratado de Libre Comercio, directamente al Primer Mundo! (Toco madera. ¿Será madera la de la mesa donde redacto estos párrafos?)
Tú, Marucha, el suspiro: «Cuándo tendremos en Guatemala un gobierno civil…» Y un trago al tinto. Al desgano, me acuerdo…
Yo, por no desilusionarlos, sofrené mi primer impulso: contarles eso en que los gobiernos civiles habían convertido los asuntos de mi país. Pero sí, años más tarde, por fin, llegaría para ustedes el turno del mandatario civil. Al tomar posesión de su cargo, el del frutal apellido iba a clamar, índice en alto, las promesas del consabido catálogo: «¡Compatriotas, mi gobierno retornará al camino de la democracia, la justicia social y el respeto irrestricto de los derechos humanos..!»
Excelente, sí, ¿pero dónde había yo escuchado esa promesa siempre incumplida? En fin. Ustedes, amigos guatemaltecos, contaban ya con su licenciado Jerásimo (él es un primo mío carnal, licenciado del Revolucionario Ins.), o lo que es lo mismo: Cerezo Arévalo, presidente civil. Yo, entonces, conocedor del paño y escamado por la acción nefasta de unos gobiernos civiles que en mi país habían resultado tanto o más dañeros que los de la larga tradición cuartelera, me arriesgué al papel de aguafiestas y les envié aquel mensaje reservón:
«Ya estarán contentos, amigos ausentes: ya tienen ustedes aquellos por lo que suspiraban, su gobierno civil. Felicidades. Atrás han quedado, ojalá que para siempre y nunca más, la bota y el espadón. Seguro estoy de que ustedes, a solas en aquel cuarto que huele a maderas, a estas horas brindarán con tinto y alzarán la voz y la copa en honor del gobierno civil como en México…
Felicidades, pues, pero un momento, no alzar la copa todavía, no repetir el brindis. Aguarden, amigos, que algo debo y quiero decirles. Yo, por razones diversas, aún ignoro el sentido del discurso que en su toma de posesión como presidente de Guatemala habrá «perpetrado», sé lo que digo, su Cerezo frutal. Yo, mis amigos, no por aguarles el tinto
sino por un…» (Mañana)