Al comprar un juguete se debe pensar en la personalidad del menor y que le va a dar armas positivas para su futuro. E. Flores Álvarez, del IMSS.
Y yo digo a todos ustedes: tal como vino; la Navidad se fue para nunca más, y así el año nuevo y la rosca de Reyes, pretexto que a los niños sirvió para estrenar juguetes, y a los fabricantes nacionales a quejarse ¡una vez más! de la competencia china. Yo, al agrio recuerdo de los productos que hace años, a querer o no porque no tenían competencia externa, teníamos que adquirir con el juguetero nacional, dejé constancia de mi experiencia al respecto:
Los actos fallidos; los romances frustrados. Al que yo aquella vez aspiraba se lo llevó el tren. Uno de juguete. Cierro los ojos y vuelvo a mirar a la sota moza tal como fue en aquella navidad, con su hermoso pelo de ángel, de blancura angelical. No una anciana de cabello cano: pelo de ángel con el que abatía un arbolito pandeado a la cargazón de foquitos, esferas, estrellitas y madrecitas de esas. El trenecito eléctrico era mi último recurso, mi clavo ardiendo, pero el clavo chafeó, lástima. Por cuanto a mi prima: la oveja negra de la familia, oveja que brincó el redil, y el brinco prodújole aquel lozano chamaco que en la navidad pidió al niño Dios un trenecito. Yo, venteando la oportunidad, tomé el sobre destinado a la renta y me fui al juguetero nacional. «Esta noche es nochebuena. Doy este alegrón al hijito, se enternece mi prima, y una vez que nos atasquemos de muslos (del pavo), a la cama el chamaco, y ándenle: nuestros muslos a la cama». Fantasías de solitario incestuoso. Y sí…
A su hora el chamaco le desbarataba el moño al regalo y sacaba la preciosidad de ferrocarrilito de corriente eléctrica El alegrón, y a armarlo. Y aquella emoción, la expectación aquella, la ansiedad por mirar la locomotora pita y pita y caminando, y llamar a la sota moza, mostrarle el juguete (el de corriente eléctrica) y enchufarla (La vía del tren). Pero, ¿enchufar la vía? ¿Y cómo enchufarla, si este tramo tenía con qué y toda la disposición de unirse a la siguiente como Dios manda, pero la siguiente carecía de orificio por dónde? En el otro extremo se le alzaba un gancho de este grosor, pero trozado por la mitad que hagan de cuenta circuncisión fallida Dos, tres tramos se dejaron enchufar, pero al final insinuaban una letra griega, sánscrita o del arameo.
– Tío, ¿si ya de perdida lo intentamos con los vagones..?
Y a jurgunear carros para un apareamiento imposible. Traté con el número uno, con el dos, con todos. Tomé este y lo coloqué así, de ladito, pero de machihembrarse, cómo, por dónde. A ven lo coloqué boca arriba y le abrí las ruedas. Nada ¿Por atrás? Agujero ya oxidado por falta de uso, válgame. Primero se acható el gancho que abrirse el enchufe Tenso, el sobrinillo: «Con paciencia y salivita, tío». Y ahí va el chisguete, y la saliva se me pintó de arcoiris. Agarró un saborcillo a hojalata oxidada, pintura reblandecida y bilis desparramada «¡Alicatas, martillo, échatelos para acá!»
– Así menos. Mejor fueras a reclamar allí donde los jugueteros le vieron la cara de juandieguito y se transaron al niño Dios.
– ¿Reclamar dices? ¿Y reclamar a quién, ante quién? -con las alicatas empecé a jurgunear rieles y vagones de tren, pero nada Comencé a resollar recio, a jadear, a pujar. El sobrino: «¡Ma, ven a verlo, ya está echando humo!»
-¿Humo, m’hijo? ¿Pues qué no es diesel?
– El del humazo es mi tío. Por las orejas, míralo.
– ¡Bigotón, cierra esa boca! ¡Que trompabulario, digo! Y tú, m’hijo, trae lejía y estropajo para restregarle esa lengua a tu tío. -Ahí, sobre la alfombra, el desastre. Se acuclilló la prima Su provocativa postura dejaba adivinar el, la, los, las, unos, unas… Yo, viéndola de ganchete, la sacudida Me acalambré. Sentí que ojos y boca se me torcían, los tomates chispándose. La prima corrió a desenchufar el cable, observó la catástrofe: «¡Virgen santísima, qué desastre de ferrocarril! ¡Pero si no parece sino que pos aquí acaba de pasar Zedillo..!
Ahí terminó la aventura de la prima y el juguetito. Ya de vuelta en mi soledad reflexioné en la frustrante experiencia con los juguetes producidos en mi país. Hoy, víctimas de la competencia china, los jugueteros claman, rabian, chillan y se la jalan (la greña) porque están a punto de caer en la quiebra la ruina, el cierre de empresas. Trágico, sí, ¿pero qué hay de los tiempos en que una industria sobrona y sin competencia nos vendía trenecitos chatarra? Ah, ¿verdad? (Acuérdense.)