La nota de Reforma fechada el pasado viernes:
Villahermosa. Sosteniendo la mamila de su hijo de cuatro meses. Lucía Alcántara explicó que ellos (el presidente y su esposa) nada más vierten a tomarse la foto…
Tabasco, sí, una tierra de desastre, unas casucas con el agua al cuello, metáfora viva del mexicano. Tabasco:. rostro crispado de una geografía en pleno naufragio, con ríos salidos de madre y una muy poca de quienes en México tienen la obligación de prevenir, primero, y después remediar los efectos de los desastres naturales. Tabasco.
Ahí, donde hasta ayer se apacentaba el caserío, hoy se aplana un aguadal en donde nadan panza arriba, de muertito, las pertenencias del paisa. En la medianía del naufragio, ese arboluco que a pujidos logró mantenerse en pie. Entre sus ramas una familia de damnificados: el agüelo, dos chamacos de escuela, la sota moza ya en edad de merecer (de merecer algo menos inhumano), y asentada en la horqueta mayor, esa madre con el mamoncillo enredado en la tela de la blusa y pegado a las telas del corazón.
– Carlitos sigue malito, Pedro. La diarrea, que no se le ha podido cortar.
– Y cómo no, si en la leche mama bilis, espanto, necesidad, lágrimas…
– Pero si ya cuál leche, que fue ese mismo espanto el que me la cortó. Ahora pura mamila, pobrín Caritos. Mírale el susto en la cara.
Pedro, gacha la testa, puja nomás, y observa el naufragio de lo que fue su casa, su siembra, su mundo, hoy vuelto barrizal, malos olores, bramar de arroyos encabritados. «Míralo: no para de llorar, de vomitar…»
El hombre mira al cielo, que se le acaba de desfondar sobre la cabeza, pero de donde suele bajar el consuelo de los desahuciados. Pero no, que para el damnificado el cielo es patria de auras, cuervos, zopilotes. «Apá, dice el añejón. Ya me anda de hambre, de sed. Tengo frío».
Y qué hacer, qué esperar, de quién esperarlo. Ahí, largas miradas de desesperanza, la madre del chamaco pegado al pecho. El hombre engarrota las quijadas, remacha los párpados, puja. Dios…
Dios escuchó. De repente, bajando del cielo, ese ángel de la guarda con traqueteo de pistones: el helicóptero, que con ventarrón de hélices ha tomado tierra y ahora vomita esa randada de fulanos cargados de bultos. Al frente, uno chaparrito, pelóncito, jetoncito, de lentes, que avanza por esa lengua de tierra y, lengua de oro, con el arroyo entre ambos se dirige al inquilino del arboluco:
– Buenas las tengas, amigo. Desde la capital vengo a visitarte y te traigo un chorro de agradables sorpresas. ¿Qué, te quedaste sin hogar?
– Nomás eso me faltó, hogarme.
– Ánimo, amigo, que por ahí vienen ya los soldados.
– Híngale, que hasta con mi hija la Florencia voy a perder. Pero ándele, don presidente, que ésos ya empiecen a descargar. ¿Son alimentos?
Ah, la esperanza. Los recién llegados comienzan la descarga.
– ¿Algo de comida, don presidente? ¿Medicina para el cursientito..?
Los recién llegados, fotógrafos, reporteros y técnicos de TV, desenfundan el equipo de cámaras y micrófonos. El de lentes: «Vengo a sacarme una foto con todos ustedes».
– Ah, ¿y cree que una foto con unos desdichados lo va a ‘legitimar»?
– (Me legitimó Bush.) ¿Sabes a quienes te traigo? A Carmen Salinas, Adal Ramones, el Perro Bermúdez y la Primera Dama, que trajo algo para ti».
La de marras se acerca al arroyo, mira al arboluco y engola su voz: «En la vida a veces nos toca vivir cosas difíciles, ¡pero hay que aprovechar esos momentos para sacar lo mejor que tenemos..!»
(Del Reforma: «Yo, dice Lucia, no asistiré a la visita de la Primera Dama al albergue. Yo lo que quiero es recuperar a toda mi familia y mi casa...)
– ¡Te traje también al embajador Tony Garza!
– ¿Y el gringo a qué tiznaos vino? ¿Siquiera nos trajo víveres?
– Calma, no te avoraces, que no te ofusque el materialismo. ¿Dónde dejas tu patriotismo, tu dignidad, tu orgullo de mexicano?
– En mi orgullo llevo sentado día y medio. ¿O qué cree que viene siendo esta rama, que me ha abierto un surco entre el cóccix y los pentecostales? Viniera a sentarse en el palo, y luego hablara de patrio orgullo…
– Viejo, pregúntale pa’ cuántos tacos nos pueda alcanzar el patrio orgullo.
Y mis valedores, fue entonces: «¡Carlitos, sus retortijones!» Y que Lucia alza en vilo al chamaco, y ándenle, toda la diarrea, miren: en plena cara del consolador. Qué pena. Pero en fin. Carlitos. Tal es el nombre del mexicano que mejor calificó el celo presidencial por tratar de legitimarse aprovechando la desgracia de los hermanos damnificados. Chiapas, Tabasco. (México.)