¡Confiesa, carbón..!

El carbón era yo. Pero en fin, que la noche quedó atrás, dije a todos ustedes el pasado viernes. Que logré reintegrarme al hogar, y que de la alucinante experiencia sobreviven sólo algunas magulladuras y dos o tres moretones en el tórax, el cóccix y toda la rabadilla En el ánimo, principalmente. Mis valedores: si me tomo la libertad de ser tan explícito y minucioso en la crónica de la escalofriante odisea que viví en los afanes de dar con el paradero de mi cucaracheta (que por haberla estacionado en lugar prohibido fue «arrastrada» por la grúa de Tránsito), lo hago con el propósito de que alguno de ustedes experimente en cráneo ajeno y no estacione el BMW en lugar prohibido, porque es una falta cívica y porque aunque contamos ya con un flamante Reglamento de Tránsito (con todo y sus 12 puntos malos), grúa, corralones y agentes de tránsito siguen siendo los mismos. Cuidado. Pero si no escarmentasen, y la de Tránsito les «arrastró» el Mercedes Benz, y tratan de ubicar el corralón donde lo mantengan en calidad de detenido como sospechoso de ser sospechoso, un consejo sincero: cuidado y vayan a pedir el auxilio de Locatel, porque pueden sufrir la experiencia que aquí les cuento.

Y es que ese mal día de miércoles, la de Ebrard cargó con mi volks cremita Yo, todavía inseguro sobre el destino del carcachón, me hacía cruces (roja, verde, azul) sobre la estrategia que debía aplicar para dar con su paradero. Y la sugerencia de Mayahuel (ella mi hija tan bella que en ratos creo que lo hace a propósito): «Pa, ¿y si preguntaras a Locatel..?»

Buena fue su intención, pero funestos los resultados. Tomé el teléfono, y la cálida voz femenina «Sí, mire: el depósito correspondiente al área donde le arrastraron su vejestorio (yo que usted me desentendía de semejante montón de fierros viejos, pero en fin); el depósito, repito, se ubica en la calle tal, entre las calles tal y tal, colonia tal».

¡Locatel tal y tal! Porque ahí comenzó para mí una odisea que ni la del que dio nombre a una de las obras cumbres de la épica de todos los tiempos. Porque Odiseo mis valedores, sólo tuvo que enfrentarse a Scila, Caribdis, Polifemo y dos que tres amenazas más. Yo, por contras, tuve que enfrentarme a aquel corralón. El depósito. Y qué depósito…

Fue así como aquella mañana de miércoles, culpa de Locatel, me lancé a dar de vueltas y revueltas, ires y venires, avances y reculones por sitios cada vez más lóbregos, por unos caminos que se tornaban campo traviesa, hasta que logré dar con un corralón inhóspito que se repecha al socaire del cerro aquel y de aquellos zanjones, alambradas y tabicón agazapados entre perros, matorrales y terrenos baldíos. Ya cuando me acercaba a la reja alambrada aquella premonición. Sentí cómo se me fruncía me refiero al ánimo, cuando el uniformado entreabrió la reja «¿Sí, mi estimado? ¿Qué se le perdió? A ver, entre pa dentro».

Entré pa dentro. Perros que me ladran, botellas vacías, barrizal, matojos. Al fondo, corral de espantadas reses, el rebaño de automóviles de lóbrego aspecto: polvo, maltrato, abolladuras, desolación. «¿Alguna de ésas es su unidá, mi estimado?» Yo, caracoleando entre jettas, stratus y caribes, buscaba la figura familiar de mi cucaracha En eso, de súbito:

«¡Ya, carbón, ya no finjas..!» ¿Que qué? Ya eran tres, y sin apenas lograr hacer tierra con los botines, me «arrastraban» a remolque hasta la caseta de tabicón. Los alientos fétidos: «¡Confiesa, carbón, en cual de esos cometistes el delito que se te imputa, hijo de la misma!» Y uno me sujeta por los brazos, y otro me apergolla por el pescuezo superior, y el del diente de oro y tufo a droga en fermento me pepena de los meros vamos a decir entrepierna, y apretaba y a mí a cada apretón se me chispaban los tomates de arriba los abajeños, los colaterales. «¡Suelta la sopa hijo del delito que te imputa! ¿Atropellamiento, asesinato, daño en propiedá ajena?» «¡No te hagas ni nos la quieras ver de tus majes! ¡Una de esas es tu unidá! A ver, ¡cuál, jijo de Buda!» «¿Es robada, la usastes pa trasportar droga? ¡A alguno matastes y lo encajuelastes!. ¿Onde, carbón? Ah, ¿te niegas a colaborar? ¿Quieres que se te la apliquemos como Dios manda tu calentada del mediodía.?»

Yo, ya haciendo tierra, ya pataleando en el aire, intentaba rezar para que Dios guarde a Locatel. Cómo fue que un inocente volks. que nunca se ha enredado en una simple infracción de tránsito, que nunca ha dado vuelta prohibida a la izquierda, mucho menos hacia la Nueva Izquierda de los nuevos chuchos, había sido ubicado en un depósito de cadáveres (de coches involucrados en delitos federales) por culpa de la fementida voz femenina de Locatel, que me mandó al matadero, o sea al depósito de automóviles de la PGR, la PJDF, la SEDO o la UEDO, da igual, porque la que haya sido, me la hizo de UEDO. Yo, corazón de… (Mañana, el final.)

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