¡Arre, mula traicionera…!

N. McCrea, chofer de un camión, frustrado por los reglamentos del gobierno, abandonó su oficio y se compró una mula. Prefiero las mulas, dijo.

La nota, mis valedores, fechada hace tiempo en algún diario de Sandpoint, EU., me llamó la atención tanto como la réplica que la completa, y que aquí reproduzco:

«Leve escozor me produjo su decisión, Mr. McCrea. Si a usted la experiencia con los camiones le fue negativa, a mí la de una mula me resultó catastrófica, por lo que yo le aconsejo: cuídese de un camión, pero más de una acémila, traicioneras como son todas las de su ralea. Aquí, por si algo pudiese aprovecharle, mi mala experiencia con una mula de esas:

Mexicano soy. Mucho tiempo viajé a los lomos de mi animal. Largo era el tramo por recorrer, tortuoso y plagado de dificultades, pero la montura me llevaba a buen paso, y todo iba bien. Graneada y robusta, la acémila que le cuento parecía ser de condición, muy distinta a las mulas con las que el paisa se topa todos los días; broncas las demás, la que yo montaba era mansa y de trote fiel; resabiadas la otras, atravesadas, alebrestadas y levantiscas, esta era fácil de rienda y leal a su jinete; matreras las otras, que avanzan pajareando ya a la derecha o ya a la izquierda, la acémila que le cuento parecía ser derecha y avanzaba sin corcovos, en rectitud. Esto, al menos, hasta hace cosa de algunas semanas. Pero mulas vemos, defecciones no sabemos…

Porque ocurrió, Mr. McCrea, que, de repente, sin más ni más, la mula dio el chaquetazo; lo dio cuando yo más confiado iba a lomos del animal, y cuando más le había soltado la rienda y abandonado todo a su instinto, a su leal saber y entender. Un mal día, sin previo aviso, que se da el sacón y pega el reparo, aventándome al vil suelo la mula vil. » ¡Jija de tu mal dormir! ¿Y eso? ¿Qué jicotillo te fue a picar en medio de las verijas, que así chaquetas?» Ah, condición de las mulas…

De no creerse, Mr. McCrea: apenas pude alzarme del suelo, quebrantado todo de cuerpo y ánimo, ahí vi que la acémila me observaba con ojos burlescos, y que en silenciosa carcajada pelaba aquella hilera de dientes amarillosos, de animal bien graneado, y que, de súbito, me plantó ante el resuello su cuartos traseros -transeros-, y que alza la cola, toma una tarascada de aliento, y entonces, en mis puras narices… ¡rájale!, la ventosidad corrompida y aquella coz que, si no me agacho…

Allá va la acémila después la defección, trotando, toda jocundia, en dirección contraria a la del principio. Yo, por entender conducta tan aberrante, investigué, y entonces… ¡mamá Tula! ¿Sabe, Mr. McCrea, lo que ocasionó la defección de la acémila? ¿Me lo va a creer? ¡Fue un puñado de mazorcas! ¡Unas tristes mazorcas que le badajeó ante los ojos cierto fulano de un ajeno maizal! ¡Unas mazorcas compraban principios, varonía, dignidad, ética, conciencia, vergüenza, todo! Unas mazorcas del maizal ajeno, cuando a estas alturas del camino más fácil hubiese sido conservarse enhiesto que culimpinarse y chaquetear. ¿Porque no es cierto, Mr. McCrea, que honra, dignidad, conciencia y fidelidad a principios e ideología valen tantito más que un montón de mazorcas y la promesa de harinolina y salvado tres veces al día? ¿0 me equivoco, tal vez? ¿Tan deleznable es la condición de las mulas? ¿Así son todas? ¿De nacimiento lo son, o se envician? ¿Las envician los tiempos dificultosos que vive el pesebre? ¿Cuestión de la presente crisis de valores? No lo entiendo, Mr. McCrea, y me resisto a creer que mulas de esta padezcan un hambre tan compulsiva que un talego de mazorcas las lleve a defeccionar. En fin. Pero ah, mulas…

Golpeado y adolorido, asqueado y colérico, reflexiono y digo entre mí: y pensar que a lomos de mula tan traicionera creí que podría llegar a tierras de la querencia; y pensar que en noches cerradas avancé a ciegas, confiado en el puro instinto y en la supuesta nobleza del animal: y pensar que bordeando barrancas y desfiladeros en noches de cerrazón la dejé suelta de rienda, atenido nomás a su honesta lealtad. Hoy, aunque tarde, me explico la causa de que el camino fuese un puro fracaso y una pura decepción: ya la acémila, ‘ para aquel entonces, saboreaba mazorcas de ajeno maizal. Ah, baquetona mula…

Una pregunta final, N. McCrea: hoy, que a medio camino me encuentro rabioso, golpeado y desencantado: ¿cree usted que aún pueda confiar en mulas de la catadura de esa pragmático-utilitarista que por rastrojo y mazorcas se vendió al establo del PRI, y más tarde al PRD, y que ahora traga en el machero del Blanquiazul, pero que, traicionera de nacimiento, ya prueba a estas horas los moloncos de otra alternativa? Por que de semejante mula se cuide, Mr. McCrea, ese animal entiende por un alias:

«Demetrio». (¡Arre.Sodi..!)

Un comentario en “¡Arre, mula traicionera…!”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *