Mis valedores: la felicidad. ¿La conoce alguno de ustedes? ¿La ha experimentado por estos días? Ya escucho el retobo del impaciente, que me la va a interpelar:
– Ándale, tú, quezque la felicidad. ?iganlo, se los vendo. ¿Algún aturdido habrá en este país que pueda conocer la felicidad mientras respire el mismo aire del mismo mundo de Los amigos de Fox, Fox y su Marta Sahagún, los hijos y toda la parentela de Marta Sahagún, Arturo Montiel, los hijos de Arturo Montiel, la madrastra de los hijos de Arturo Montiel, el apostador Creel Miranda, el cochino fondo de doña Carmen Segura (fondo para desastres naturales), el helicóptero del amor del gobernador de Morelos, Sergio Estrada Cajigal, y toda esa chiquillada de corruptos de tono menor como son los Imaz, Quintero, Bejarano y Sosamontes, Jesús Ortega el talamantero y los agentes de la PGR narcos, torturadores y asesinos? ¿Feliz uno que viva en el México del Fobaproa, el PEMEXGATE y el modelo neoliberal, teniendo que vivir, sobrevivir, en un mundo que toda esa cáfila de sinvergüenzas han tornado cloaca, alcantarilla y canal del desagüe? No, bigotón: entona romanzas, baladas, loas, pero no odas…
Y que feliz en el sexenio de Fox sólo un Carlos Slim o, de plano, alguno enfermito de su razón. Y yo contesto al de la interpelación:
– Me la va a perdonar, pero ayer fui feliz; totalmente feliz; completamente. Media mañana conocí la felicidad, y eso, a muchos les consta, no es poca fortuna. ¿Que quién me proporcionó semejante felicidad? Pues claro, sí, por supuesto: una mujer. ¿Qué si fue mi Nallieli? No, esta vez fue nada menos que la señora viuda de Vélez. Sí, La Maconda. ¿Que es viuda y jamona, que ya no se cuece al primero, que unos kilillos de sobrepeso, y de pilón reaccionaria, neo-panista y adoradora de Diego el barbón? ¿Que a cada rato se trenza en concertacesión con mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., para que a la hora de los remordimientos vaya a buscar la querencia del político golfista, gourmet catador de vinos finos y obispo en sus ratos perdidos, uno de nombre Onésimo Cepeda? Pues sí, ella fue la hechicera que con su filtro encantado me dio la felicidad, y esto lo digo no para despertar envidias ni por dárselas a desear. No, no, cuál adúltero, cómo que desleal. Mejor entérense de la historia, y después hablamos.
Fue ayer, a media mañana. Por mera casualidad La Maconda y yo coincidimos en la de Dulces Nombres, medicinas de patente, y yo con el mío así de pequeñito y ella con el suyo así de grandotote enfilamos rumbo al edificio de Cádiz. Mi México, en calma, su aspecto habitual y el rostro del diario: sobre nuestras cabezas el helicóptero hasta la caramba de torturadores de la AFI, unos con sus cortas y otros con sus largas, de alto poder; sobre las azoteas, aleros engrifados de «cuernos de chivo», y perros rastreadores con madrinas atados a la trailla; acá, a ras de suelo, una manada de patrullas aullando como parturienta con el chamaco atravesado. Yo, aquella corazonada…
– Chiquito el suyo -maliciosa, suspicaz, La Maconda. Yo tragué saliva.
– Usted, en cambio, prefirió uno doble ancho, tamaño familiar…
– Para mi madrecita, que ya muy enferma me acaba de llegar desde Silao y está en cama la pobre, con su sistema nervioso hecho garras, al grado de que el doctor le recetó unos calmantes que son los más potentes del mercado. Como mi madrecita se regresa al terruño, de una buena vez le compré la dotación de varias semanas.
Siguió observando el mío, y la sonrisilla de burla. Mentí:
– Unas ampolletas para mi primo el Jerásimo. (¿Revelarle que era mi dotación de supositorios?) Y allá veníamos a buen paso. De repente, a 3 mil decibeles en la radio de aquel changarro que en la fachada lo proclamaba: «Sanitarios 2.50, sea del uno o del dos»: «México, ¡ya cambió! Y si seguimos por este mismo camino…» La ráfaga de viento helado. Instintivamente me arrimé al calorcito de La Maconda. Su sonrisilla coquetona:
– Me extraña, bigotonzón, y me la vas a perdonar, pero como anda siempre en la vil chilla, yo hubiera jurado que a usté se lo surte el doctor Simi.
– ¿Yo, dejarme chamaquear del tío del Niño Verde? El y toda su raza, cáfila de traficantes de medicinas «similares»? Yo, de ése, nada. Pobremente, pero yo medicinas de patente o chiquiadores de ruda. Del doctor Simi, nada de nada, señora.
– Le echáramos porras para que llegue a la presidencia, ¿no?
– ¿Qué? ¿Qué fue lo que dijo? Un presidente «similar», ¿se imagina?
Y a Cádiz. Pero ándenle, quién iba a imaginar… (Eso, mañana.)
No, no, no… para que el TIO de las medicinas hubiera podido llegar a ser el puntero de las encuestas, primero lo hubieron de haber desaforado y así, el paisanaje le hubiera comprado todas sus medicinas desaforadamente.
Saludos
Soy feliz
soy un hombre feliz
y pido que me perdonen
por este dia
los muertos de mi felicidad
S.R.
ejem. ah, perdón , ya sé que no le gusta la Trova a El Valedor.
Maestro Mojarro, con todo respeto, ¿por qué no le gusta la trova? Yo creo que también sirve para abrir conciencias. Quizá su riqueza musical esté muy lejos de un Mozart, un Strauss, pero muchas son verdaderos poemas hechos canción.
Saludos a usted y a David Israel.