Existen mujeres inteligentes, eficaces, expertas, de gran valía, que podrían nutrir con su visión, capacidad y talento la política mexicana. (Gómez Granados.)
A propósito, mis valedores: fue cierta noche de miércoles. Anochecía cuando llamé a la puerta de aquel departamento de lujo. Un timbrazo, dos, y al tercer toque (de timbre), la puerta se abrió el tanto de los diez centímetros que permitía la cadena de seguridad. De atrás de la puerta un ojo me inspeccionaba. Dije al ojo la frase de rigor: “Perdone, señorita”.
– Si vende, no compro, si compra no vendo, dinero no presto, recomendaciones no doy. ¿Es usted limosnero?
– Soy el Valedor, señorita.
– Licenciada, aunque se le atragante. ¿Y qué con que sea ese pseudo-neo-comunistoide?
– Mi llamada telefónica para una entrevista. “La mujer en el ejercicio de la política”, ¿recuerda? Concertamos una cita para esta noche. Me recomendó con usted mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.
– Uh..ta. Bueno, pues ya ni modo. Pásele, pero antes se me limpia sus choclos.
Quitó la cadena. Abrió. Ella por delante y yo en su seguimiento caminamos hasta el sillón de la estancia. “Me agarró en camisón. Pero en fin, a su edad…”
Nos sentamos. Ella en el sillón. Yo en el taburete. “Así que es usted el catastrofista amarguetas, perdonando la sinceridad. Es que yo no tengo pelos. No en la lengua”.
Yo, mirando aquellas formas a través de una tela sutil, y luego el tiradero aquel sobre los sillones, esas sedas color mamey, con esos calados, esos deshilados, esa tira bordada, semejantes adminículos así de minusculitos, con su moñito a la altura del…
– ¡Eitale, qué fisgonea! ¿No le da pena? Ahora voy a recoger, y es que me acabo de echar un regaderazo. Porque venía uh…ta, toda sudada, ¿usted pasa a creer? Con eso de que me zampé todo el santo día en pleno acelere detrás de Betty la fea, Beatriz Paredes allá por los bebederos de Peña Nieto. ¿Un mezcalito, una cacardiosidad..?
Abstemio soy, tuve que confesarlo. Adentro, el llanto de una criatura. “La mujer en la política”, señorita. Licenciada, perdón. ¿Ya está plenamente capacitada, a juicio de usted, para ocupar puestos públicos de primer nivel? ¿Podrá con esa responsabilidad Josefina Vázquez Mota o la propia Beatriz Paredes?
– Óigame bien: ¡nosotras las licenciadas a pura praxis política, aquí y en Brasil le hemos demostrado a nuestros colegas machines que histórica, biológica, mental, intelectual y hasta moral y éticamente, si es que esa antigualla cupiera en política, somos tan capaces como ellos para ejercer la política como Dios manda. Paso a demostrarle mi tesis.
El llanto arreció. “Es mi nenecín. Le han de estar chillando de hambre las tripitas, pobre. Todo el santo día sin probar más que media torta, y de barbacoa. A lambidas, todavía no le brotan sus colmillitos. Péreme, voy por él.
Penetró por esa puerta y regresó con el mamón en los brazos. “¿No es lindo mi Felipín? Hijo natural de licenciado legítimo. Priísta aliado estratégicamente al PANecito de la Patylú. ¿No es lindo mi Felipillo santo? ¿En honor de quién cree que le puse Felipe?”
– Por cuanto a su tesis de que la mujer, en el ejercicio de la política…
– Ah, sí. Mire: la mujer invade cada día zonas de la política tradicionalmente reservadas a los licenciados. Con los pelos en la mano se lo demuestro.
Pelos. Algo olió mal. “Y cómo carambas no, si ya el nanecín se nos zurró en el pañal. Ay, Felipín, qué feo que la andas regando”.
(La regazón, mañana.)