Aquí termina, mis valedores, el mensaje que inicié el viernes pasado, en el que pedí perdón a la señora Marta por toda clase de ofensas que le endilgué cuando su estancia en Los Pinos. Sra. Sahagún:
Perdone la bilis negra con que escribí en el periódico y vociferé ante un micrófono en el corazón del espanto que me produjo la posibilidad de que usted heredara el puesto de su marido en Los Pinos. Perdone, por vida suya, recados como este que enviaba a mis valedores:
“¿Recuerdan ustedes aquel rebumbio, el del batacán, el del rataplán, y el boato, la estridencia, la prepotencia, la ostentación y el brillo postizo de una Sahagún que anocheció Cenicienta y amaneció reina de utilería en una corte de los milagros en donde todo existía, menos decoro? Soberana de sololoy y reina de hojalata, a la buena Marta la enloqueció una abyecta adulación, hermana mostrenca de lo estridente, vacío y ostentoso, tanto más sonoro cuanto más vacío (de tales destinos Shakespeare nos dejó constancia; de las abruptas mudanzas de la fortuna y de las metamorfosis que, al modo de Samsa el kafkiano, perpetran en el carácter débil, para perderlo, el poder excesivo y el dinero fácil.) Preguntaba a mis valedores:
¿Recuerdan ustedes su Vamos México, su Guía de Padres, sus apariciones en el cinescopio, su pepena de toda la morralla que produjo el “redondeo” en los servicios de bancos y supermercados? Marta Sahagún el ama de casa acalambrada de protagonismo que amaneciendo encabezaba una ceremonia cívica para al mediodía presentarse ante sus aliadas Televisa y TV Azteca y a media tarde encabezar un mitin político. Qué tiempos aquellos, calamitosos para las masas…
¿Recuerdan a la Marta aquella que cuando andaba en sus días, en su periodo (en su sexenio, con Fox) no remendó sus faldillas, pero sí la Carta Magna para inventar “la pareja presidencial” y engullir los titulares de todos los diarios, y parchar con su vera efigie las primeras planas, y tomar de las barbas la TV, y atragantarse con las revistas de modas, las de sociales y celebridades, en papel couché? Gárrula, extrovertida, diarreica en su compulsión por las candilejas, yo la soñaba, pesadilla atroz, con sus dos reales en el sillón que Fox le había calentado durante seis años justos, los más injustos de que se tenga memoria hasta que llegó el actual. Marta, salida de una farmacia veterinaria. Tornadiza que es la fortuna”.
En fin, que en el 2006 pregunté a mis valedores: ¿Qué fin tuvo la Evita Perón de masquiña, petate, hojalata y cartón? ¿Líder del cartel de San Cristóbal? ¿Regresó a su ocupación de vendedora de supositorios para cuinos y talachones? Ah, las mudanzas que se le ocurren a la caprichosa Moira, que así gusta poner a prueba al humano por ver si en la repentina bonanza, más que en la adversidad, se mantiene ecuánime o si pierde cabeza y estribos y se despeña en el hondón de lo nefasto, ridículo, desbozalado, esperpéntico. (De esto mucho sabían Dostoievsky, Balzac, Shakespeare, léanlos.)
Tal dije, señora, y hoy me arrepiento en el alma y le pido perdón. Fruncido el ánimo deseé que mi país no corriese el riesgo de que fuera usted, trepadora insigne, a treparse hasta el sillón de Los Pinos. Hoy, desesperación y angustia impotente, al despertar cada día me pregunto: con usted como titular del Ejecutivo, ¿estaría mi país en peor condición y más desgarrado de lo que haiga sido como haiga sido me lo tiene el Juanito del Verbo Encarnado? Señora Sahagún, ¿me perdona? ¿Sí? (Y es cuanto.)