Sra. Marta Sahagún:

Por la presente le pido perdón. De corazón me arrepiento, pero antes de exponerle el motivo de mi ardimiento permítame recitarle la retahíla de vejaciones de que la hice objeto mientras usted ocupaba Los Pinos, y mi admiración ante el decoroso silencio y el bajo perfil que mantiene desde que al término del 2006 abandonó esas cabañas  y se fue a refugiar a  San Cristóbal. Me impresiona su prudencia frente a la verborrea del su marido, señora,  que ya cantinflea vaticinando el próximo triunfo del  Revolucionario Ins  como pega escandaloso reculón y asegura que no, que su intención sólo fue motivar a los blanquiazules para que continuara el gobierno del Verbo Encarnado. Señora Sahagún:
Meses antes del proceso electoral del 2006 dos personajes punteaban en la preferencia de las masas sociales, según diversas encuestas de opinión: López Obrador, con diez o quince puntos de ventaja sobre su más cercano perseguidor. ¿Madrazo, Rincón Gallardo, Creel? Usted, señora, nada menos que usted. Me acuerdo, y este arrepentimiento…
Sí, porque entonces, con espeluznos ante la posibilidad de que en último momento un golpe de timón presidencial desplazara al lógico candidato y así  en el gobierno siguiera “la pareja presidencial”, hablé en el periódico, escribí en la radio, o al revés, mostrando mi espanto ante la posibilidad de que fuera usted a heredar el puesto de su marido. Taquicardia y las manos sudadas, al susodicho acudí con la súplica: Señor gobernante…
Por la presente y a título personal comparezco ante usted para suplicarle, demandarle, exigirle: alto ahí, no seguir adelante, no permitir que Marta continúe con su delirio de sucederle en el cargo. ¿O qué: dinastía real? Como gobernante, usted mismo no ha dado a sus electores lo que ellos, huerfanitos de cultura política, esperaban de usted. ¿O acaso no es orfandad habérselo dado, me refiero al voto, sin ponerse a sopesar sus cualidades de estadista, de político, de gobernante? ¿No se percataron de que usted no es un estadista, ni un político siquiera, ni cuando menos un funcionario, sino tan sólo un gerente,  un empresario, vale decir: un  enemigo de esa misma clase social que votó por quien ahora,  lógico, gobierna no para las masas sociales,  sino para la clase empresarial? Ah, si esas masas se interesaran por la cultura política  una mínima parte de lo que les apasionan el clásico pasecito a la red y las idas y venidas de pantaleta y recámara de aventureras públicas que las dan a desear desde el cinescopio (hoy, la pantalla de plasma)…
A usted una alianza de fuerzas distintas lo trepó hasta el puesto para que ya encaramado allá arriba  traicionara a todos. Su obra proclama que  de estadista no tiene un pelo, ni aun de político regular, sino de lo que siempre ha sido: un gerente de aguas negras, sin más. Un asomo de político que hubiese en usted, y aun de cívico y patriota, le impediría continuar esa farsa (trágica farsa porque afecta a millones)  que la “pareja presidencial” está viviendo hoy, hoy. ¿Así que legar el cargo a la Marta de sus (segundos) amores? ¿Pues qué? Por más que simple empresario metido a político, ¿no hay amor por el país, mi señor? ¿No hay una pizca de recato, decoro, altivez, reflexión, autocrítica? No los hay, que por salud pública y salud mental cortaría las desatinadas aspiraciones de la Marta de marras.  O a ver: ¿ella qué méritos muestra para sucederlo, señor?  (Señora Sahagún: el lunes  seguiré con mi imploración.) (Mira, mira.)

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