Y un nuevo retardo, dije a ustedes ayer, significa el desempleo, y el desempleo recurrir al burladero de las cuatro esquinas a ofrecer a esas tarugaditas de plástico que nadie quiere comprar, y entonces cómo llevar el gasto de la única y los chamacos. Ustedes, los de todos los puntos de la rosa, recomendé apenas ayer, no vengan a la ciudad capital. Si vieran ustedes las tensas miradas del vendedor de las cuatro esquinas que, a cielo abierto, en la media calle y toreando Jettas se enfrenta a las jetas malhumoradas del gordo del Neón y le apronta sus aguacates, los del huicolito, y el paquete de chicles y esas tiznaderitas de artesanía popular de Taiwán con que el 50 por ciento de mexicanos sobrevive vendiéndolas a la otra mitad. Ojos tensos, ojos ávidos, que van desalados detrás del marchante, del cliente potencial de aquella mendicidad disfrazada de limpiador de parabrisas…
Si ustedes pudiesen mirar el mirar de aquéllos que faltos de un empleo fijo miran el amanecer recargados en las rejas de catedral (aunque de esto no estoy seguro de que aún lo permitan los de verde fosforescente), la caja de herramientas al pie (fontanero, yesero, albañil, electricista, milusos, todólogo), a la espera del trabajo eventual que permita llevar el mantenimiento de la amantísima y los chamacos que aguardan arrejolados en la casucha de la ciudad perdida allá, en lo sobrante de la ciudad. Paisas:
Si pudiesen observar ojos del automovilista que intenta rebasar la luz preventiva y cuidarse de la patrulla azul, esa cueva de ladrones con torreta y altoparlante. Si vieran al que detrás del volante estira el cogote tratando de descubrir la causa del embotellamiento en que se fue a atascar, y el huequito a la orilla del pavimento donde deshacerse del volks y, porque se tiene prisa, seguir a pie, o se frustra la cita, o se va el avión, o se derrumba el negocio, o lo peor: que por culpa de la mega-marcha no avanza esta madre, y yo ya no puedo con esta vejiga estallante, válgame.
Ah, los ojos de aquellos que desde hace dos horas y cuarto siguen en la fila frente a la ventanilla de Rezagos Varios, en la mano el original con las ocho copias y en la mente la sospecha de que les van a solicitar ese comprobante que cómo diablos se nos vino a extraviar. Si vieran la mirada de quienes abandonan la ventanilla padeciendo en carne propia, viva carne, la tarascada del aumento en el recibo de pago, esta vez inflado con tantos ceros…
Vinieran a ver –mejor no vengan- los ojos del ama de casa (Iztapalapa, las Iztapalapas del pobrerío) mientras hace cola frente al hidrante que, viejo de próstata enferma, ya puras gotitas. En fín. Antes de empacar todo su mundo en una caja de cartón, pregunten por los ojillos de esos muchachejos que, por cerrarlos a una realidad asesina y seguir viviendo, se dan respiración de boca a boca con la boca de la bolsa del cemento, con la bolsa del thiner, y entonces sí: a flotar, a lo sonámbulo, fuera del mundo que así los masacra…
Si antes de acomodar la caja de cartón donde cabe su mundo, paisanos de aquellos lares, pidiesen ver mis pupilas mientras esto redacto. Si vinieran a ver estos ojos, los míos, mientras escribo el mensaje: rabia, asco, exasperación impotente frente a la corrupción lucrativa, galopante e impune de los bribones enriquecidos hasta la náusea mientras los castrados señores justicias de pege-erres y cortes supremas, la Función Pública y el de Los Pinos, miran hacia otro lado. Y qué hacer. Es México. (Nuestro país.)