Felicidades. Ya cobró, ya le pagaron, ya se habrá vuelto por donde vino. Cumplió ya con el encargo de atarantar nativos al precio de 3 mil millones de pesos (calculó su equivalencia en dólares y vio que el atole con el dedo resulta ser buen negocio si se sirve en jarrito adornado con papel de china). Ya logró atascar una vía pública con baratijas de papel picado, serpentinas y un espectáculo hollywoodense como los de Mayami que los nativos ven en la nodriza natural de los naturales, la TV. Felicidades. Atrás quedaron los ojos de asombro, los vendavales de aplausos, las bocas abiertas y los “oh”, “”uh”, “ah”, de unas masas mansas y encandiladas con el espectáculo (show, perdón, Mr. Rich Birch) del mexican folklore. Perfecto, Mr. Rich Birch. Se lució con el hollywoodense “chou” de la luz, el estrépito y la estridencia, maquillaje inigualable para disimular la osamenta de un gobierno mediocre hasta el tuétano. Mago importado para la ocasión, en siete días creó un surrealista universo a la altura de país tercamente mediocre. Alguno que presenció la mojiganga disneyana me jura que a punta de tamborazos logró usted aturdir a unas masas ubicadas en el sentimiento trágico de la vida y urgidas de fugarse de una realidad que rebasa sus fuerzas. Felicidades, pues, Mr. Birch.
A precio de oro (de dólar), usted ya cobraría el montaje de una ruidosa escenografía de esperpento y huarachazos, tan estridente como embustera, montada para el asombro barato (carísimo), el aplauso facilón y el placer solitario de unas masas que por esas arrobas de confeti, serpentinas, pólvora y disfraces coreográficos pagó a mercachifles y truchimanes una factura de 3 mil millones de pesos, peso a peso liquidados a base de 3, 4, 7 salarios mínimos. Tal mundo real de pesos pagó por un mundo de fantasía levantado por truchimanes que, a su vez, le pagaron con espejitos de vidrio, abalorios, artesanías de papel, mojigangas y monigotes de cartón pintado. (Al siguiente día, sólo arrobas, toneladas de basura que el viento se encargó de desbalagar. Es México, Mr. Rich. Nuestro México de siempre, y qué hacer.)
Por cuanto a ustedes, mis valedores, ¿qué? ¿Les divirtió el de Mr. Rich? Sus gritos y sombrerazos, sus tamborazos y huarachazos, modelo perfecto de la rampante mediocridad, ¿lograron su cometido de conjurar, así fuese el tanto de una noche de alcohol, serpentinas, papel picado y papel higiénico, una realidad que rebasa las fuerzas del salario mínimo, pero que a fuerza de impuestos costea una realidad tan efímera como multicolor y escandalosa, al tamaño de la que vino a embombillar a las masas sociales el hijo de toda su reverenda Australia? ¿Fueron ustedes las masas de siempre, aturdidas una vez más a gritos y tamborazos? Porque ponderan las crónicas, temblorosas de emoción, el montaje estallante de fuegos efímeros, de juegos fatuos y auroras boreales de utilería, que mantuvieron embobadas, ojos desorbitados y boca abierta de par en par, a unas masas dóciles e impresionables hasta el delirio y el éxtasis con visitas papales, concentraciones en la explanada de la basílica y desfiles de mojigangas danzantes…
Conclusión, mis valedores: el tanto de una tarde, una noche y un nuevo día, las masas vibraron a la emoción visceral de sentirse patriotas, “nacionalistas” y herederas de unos héroes de bronce que les troqueló una convenenciera historia oficial. Calderón, mientras tanto… (Seguiré con el tema.)