Zopilotera y hedor

Los invasores llegaron al Castillo de Chapultepec pisoteando cuerpos de héroes, y la bandera de las barras y las estrellas ondeó sobre aquel memorable lugar después de que los alumnos del Colegio Militar hubieron dado su vida por defender el último reducto de la Patria. El mismo 13 de septiembre las tropas del general Scott se hacían dueñas de la capital de la República. ¡El 16 de septiembre de 1847 la bandera del invasor ondeaba, airosa, en el Palacio Nacional!
En esa batalla las balas invasoras iban a sacrificar el Batallón de San Blas con todo y su comandante,  don Santiago Xicoténcatl, mientras que no lejos, con 5 mil de a caballo, Juan Alvarez solicitaba a López de Santa Anna la orden para entrar en acción, que le negó el vendepatrias. La historia que escriben ciertos felones no es eso que enseñan los libros de historia. La historia es una gigantesca zopilotera y gran hedor. Santa Anna….
Esa de l847 iba a ser la primera de las tantas invasiones de todo tipo que en contra de nuestro país perpetró ese naciente imperio acerca de cuya peligrosidad muy a tiempo nos previnieron el Conde de Aranda, Bolívar y el genio americano José Martí,  patriota y apóstol, e intelectual que con hechos demostró su amor a México, un amor apenas superado por el amor a su patria, a la que dio su existencia en la batalla de Dos Ríos, en mayo de l895.
José Martí. Tanto tiempo vivió entre nosotros y tanto entendió esta tierra que en cierta ocasión, refiriéndose a los apuntes que algún pintor norteamericano hiciese de nuestro país cuando lo visitó sin lograr comprenderlo, así protestó el apóstol cubano:
– No se paró a ver lo que México ha vencido ni a medir el esfuerzo por los obstáculos que se le ponían, ni a calcular lo que va a vencer con el empuje acumulado. No vio el trabajo titánico de sus hombres nuevos para sacar los brazos con la libertad en salvo, por encima de las torres de las iglesias; ni la fatiga heroica de la generación liberal que lleva a cuestas el país resucitado…
México y Cuba: a propósito: hace algunos años cayó en mi correo electrónico un texto firmado por una Celia Hart  que yo, según mi costumbre y al acto reflejo (tanta basura ensucia mi correo) intenté borrar, eliminándolo para nunca más, pero leí las primeras líneas, y válgame; al rato, conmovido hasta el tuétano y a riesgo de violar esta regla o aquel derecho de autor, me propuse ofrecerlo a todos ustedes año con año por estas fechas, como la expresión limpia, genuina, de alguien que desde su perspectiva (tiempo, distancia, lugar) nos entrega una síntesis del México que fue y es hoy día para algunos que lo contemplan desde el exterior.
Aquí, para conocernos, para reconocernos en espejo ajeno, las expresiones de Celia Hart, cubana y americana de la América Mestiza que así celebró en su país nuestras fiestas patrias:
“Cuánto me hubiese gustado estar con el padre Hidalgo el 16 de Septiembre de 1810. Nuca se tuvo más fe en Dios que en aquel día. Aquel sacerdote brillante y culto, no fue una excepción de la regla: el talento, la virtud y el compromiso se dieron la mano para saber querer más que ningún otro hombre a México y a la Revolución. Estas dos palabras no debieron jamás separarse, porque es imposible que la independencia de un pueblo se gane sin dosis elevada de revolución.
El Siglo de las Luces cayó en mis tierras americanas como música para la libertad. ¿Hidalgo, hombre de edad? ¿Quién dice que para amar y construir se tiene una determinada edad?
(Sigo mañana.)

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