Fallecida un 5 de septiembre de 1997, su muerte pasó inadvertida en razón de cierto suceso que retrata la mediocridad de unas masas manipuladas aquí y en los países que pasan por cultos y refinados: por aquellos días murió junto con su amante una mujer disoluta, y la atención del orbe cubrió de flores y lágrimas el féretro de la meretriz. Pobre de Lady Di, tan bella que era, tan elegante…
Pero en la fabulilla de mi invención ni allá ni aquí tuvo suerte la religiosa por una sola razón: su visita al DF coincidió con la de Juan Pablo II, que enloqueció a unas masas delirantes, alucinadas. ¡Nos visita Su Santidad! ¡Psicosis colectiva y éxtasis de ¿religiosa? exaltación! Y a organizar la valla monumental desde el aeropuerto Benito Juárez (en el nombre captar la ironía) hasta la basílica de Guadalupe, con el recaudo, el aderezo y la guarnición de danzantes y peregrinos, coros y cánticos, plegarias e invocaciones, ovaciones y porras, confeti, rosas y serpentinas y un trigal de pancartas con la vera efigie de JPII a todo color, en transmisión directa, radio y TV, de costra a costra y de frontera a frontera. ¡Tú eres amigo! ¡México siempre fiel! ¡Júntese la cristiandad! ¡A recibir a JPII, y que la valla vaya directamente al Guiness!
En tanto, callada la boca, a la terminal de autobuses llegaba una tal Madre Teresa, cuya vida dedicó a los redrojillos humanos desgarrados por lepra y demás lacras malignas y contagiosas. La religiosa adoptó la pobreza como forma de vida, que tronos y púrpuras y ostentación de crucifijos de oro le repugnaban; humilde como fue, pero de veras, evitó halagos, aclamaciones, ostentaciones y demás vanidades; religiosa en verdad, huyó de inciensos y ritos huecos. La monja era pura de ánima y cuerpo, de dicho y acciones, y sublimó el sacrificio de sí misma para amar al prójimo más que a sí misma. Descendiente directa de los profetas, que su doctrina la apuntalaron con la verdad de los hechos, vivió en las antípodas de los Norbertos Rivera, Sandoval y Onésimos, que heredaron esa doctrina y la repiten como fórmula vacía porque les falta congruencia con las acciones. Ellos dicen caridad, dicen misericordia, dicen sacrificio y pobreza, dicen humildad, con la lengua: la de Calcuta lo decía con hechos. Ella, sin comitiva ni comisión de recibimiento, arribó a la ciudad por la terminal de autobuses.
Fue una tarde lluviosa. Yo aquella tarde me topé con la religiosa en algún caserío perdido, de pie frente a aquel leprosario de mala muerte (de mala vida) que se alza más allá del terreno baldío convertido en lodazal. De este lado, bajo un arboluco, la Madre Teresa se disponía a cruzar lodo, charcos, inmundicias. Ahí saltó el oficioso: “Permítame proteger sus sandalias con estas botas de plástico”.
Gentil, pero enérgica, la monja rehusó con un movimiento de cabeza.
– Mire que de aquí a la entrada hay un buen trecho de lodo y estiércol.
La seráfica de Calcuta volvió a negar con la testa. Ella, que venía a lavar, desinfectar y vendar llagas agusanadas, bubas purulentosas, pestilentes lobanillos y carnes en putrefacción, ¿ascos a un poco de barro?
– Aunque, después de todo, no se manchará en demasía. ¿Ve esa tandada de señores recostada a medio lodazal? Son políticos y periodistas, todos adictos a Calderón, que ofrecen a usted sus lomos para que la inmundicia no le manche las sandalias.
La Madre Teresa observó la siembra de lomos. Pensó, meditó, suspiró. “Sea por Dios. Preste acá esas botas de goma”.
La moraleja, ¿cuál? (Piensen.)