Para qué el aprendizaje de la teoría política, dije a ustedes ayer. Para qué estudiar, si troquelado en la mente portamos el cuerpo de tras catálogos que nos infiltró el entonces presidente Echeverría: el catálogo de agravios: el gobierno es malo, muy malo; el de buenas intenciones: el gobierno debe ser bueno, muy bueno; y el de la acción: exijámosle. Y ya. Para qué el libro, el aula, el maestro. Para qué más. Mis valedores: ya nos tomaron la medida. Nos vencen por nuestra propia ignorancia. Nuestra pura ignorancia nos convierte en colaboradores del Poder, y eso, de ciudadanos, nos convierte en súbditos. Siniestro.
Aquí El elefante encadenado, que prometí ayer, relato a la pura medida para ilustrar de forma gráfica y elocuente la evidencia de un poder popular que está ahí, al servicio de todos nosotros, con tan sólo que sepamos generarlo entre todos. Del autor, Jorge Bucay, no doy referencia, por desconocerlas. La narración:
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y de ellos los animales, especialmente el elefante. La enorme bestia, durante la función, hacía exhibición de peso, tamaño y fuerza descomunal. Pues sí, pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
La estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra, y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Yo, a mis pocos años de edad, aún confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté por el misterio del elefante a algún maestro, a algún padre, o algún tío, y ese alguien me explicó que el elefante no se escapaba porque, con toda su fuera, estaba impedido para huir; estaba amaestrado.
– ¿Si está amaestrado por qué lo encadenan?
No recibí respuesta coherente…
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca; únicamente lo recordaba al encontrarme con otros que se habían hecho la misma pregunta. De repente, por suerte para mí, fui a descubrir a alguno lo bastante sabio como para darme la respuesta: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca desde que era muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse, y que a pesar de su esfuerzo no pudo lograrlo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Me puedo imaginar que el elefante se durmió agotado, y que al otro día volvió a probar, y también al otro y al siguiente, y así hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. (¿Vamos captando la moraleja, mis valedores?)
Poderoso y enorme, el elefante del circo no escapa porque cree, pobrín él, que no puede. Tiene el recuerdo de su impotencia, la que experimentó a poco de haber nacido, y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás intentó de nuevo poner a prueba su fuerza. Mis valedores…
¿Entendemos, seremos capaces de entender el “síndrome del elefante encadenado?” Porque si no, si ni aun así, entonces qué otro remedio: a seguir renegando, exigiendo justicia y forjando mega-marchitas. Per secula seculorum. (Lóbrego.)