Conciencias en alquiler

Del periodista Fernández de Lizardi hablé a ustedes ayer y  de los riesgos que suponía el periodismo en el gobierno de Porfirio Díaz: censura y prisión, persecuciones y agobios económicos, y vuelta a empezar, algo lógico para un escritor de su trascendencia y valor personal. Heróico.
Todos los campos de la expresión escrita dominó El Pensador: sátira y  periodismo, versificación y novela, terreno este donde crea El Periquillo Sarniento, bigardón inmoral, inmortal,  flor y espejo de la picardía, personaje  que a todos nos resultaría familiar si en este país se acostumbrase la lectura como se ejerce la picardía.
El Periquillo nació en 1816, y de inmediato recibe la aceptación popular, aunque la crítica se espantó con los dichos y hechos “escandalosos” del hamponcete. Noches tristes y el primer volumen de La Quijotita y su prima  son de 1818; el segundo, de  un año después. Don Catrín de la Fachenda se editó en 1819. Aquí El Pensador deja de lado la novela y se dedica de lleno al  periodismo, su genuina vocación. Atrás quedaba una obra copiosa, de intención didáctica y de ejemplaridad, visión esperpéntica con la que ponía en evidencia las desmesuras y los desafueros de su tiempo, que perpetraban las autoridades civiles, el clero y los militares de aquel entonces…
¿Por qué Lizardi caería en prisión? Por sátiras como esta, que describe el México de principios del siglo XIX, ¿muy distinto del México actual? ¿Qué tan distinto? La susodicha:
“Nada falta a tu dicha, patria mía, – Tienes frailes, langosta, policía, – Puertos sin naves, tropas sin calzones, – Caminos solitarios con ladrones, – Siempre apretada tu tesorería, -Partidos y colores a porfía, – Papel que vale menos, aunque debe, – Un rey que lo conoce y no se atreve, – Faltaba un año santo: en este día, – ¡Bendito Dios!, el Papa nos lo envía”…
(Y un santo sexenio que nos envió con las beatas del Verbo Encarnado. En fin.) Por cuanto a la vigencia de las reflexiones publicadas en los periódicos que Lizardi fundó a lo largo de su ejercicio periodístico,  juzguen ustedes:
Compárese los males que pueden sobrevivir a la República, entre que se anulasen las elecciones y los que le vendrían con algunos diputados elegidos por tramoya, esto es, que no merezcan serlo. En el primer caso se mina la soberanía de la nación. En el segundo nada se pierde con seis u ocho representantes ineptos, sino diez y ocho o veinte y cuatro mil pesos anuales…
Y cuánto de aleccionador, cuánto de melancólico y  humano se trasmina en la “Despedida”,  que redactó el periodista cuando tuvo que dar por muerta la publicación del Correo Semanario de México:
“La escasez de subscriptores, que no proporciona que se costee este periódicos, y mis graves enfermedades, no me permiten continuarlo. Doy gracias a los señores subscriptores que han tenido la bondad de favorecernos hasta el final, suplicándoles dispensen las erratas, dilaciones y otros defectos que no he podido evitar.
A los señores subscriptores que aún restan algunos piquillos, suplicamos proporcionen su remisión, pues no habiéndose costeado el periódico, claro es que nuestro bolsillo debe pagar lo que falte…”
México, 4 de mayo de 1827.
Esto escribía El Pensador ya atacado de tuberculosis, pobreza, desaliento, soledad. Culpa suya, ¿por qué no alquiló su conciencia al presidente de México  para vejar y befar a unos electricistas en huelga de hambre, pongamos por caso?
Don Joaquín Fernández de Lizardi. (Hoy, como nunca antes, presente.)

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