De monstruos y aberraciones

¿Por qué la grotesca personalidad de ese individuo, mis valedores? ¿Una infancia tan desdichada habría sido la suya,  que hasta el día de hoy no haya podido superar frustraciones y esos empozados rencores que lo forjaron ruin y torcido? Hoy día (taras, complejos) disfruta (disfrutaba, quiero decir, porque el ruincejo andavete. Pero no adelantemos el final); disfruta con lo yerto,  lo corrompido y la destrucción de los más débiles, que ante los fuertes su cobardía lo empuja al reculón. De los animalillos indefensos, pongamos por caso. A propósito, la tarde aquella:
“Sería deleitoso observa agonía y muerte de algún animal”. Tuvo qué conformarse con una araña de este tamaño, miren,  que  logró capturar para luego encerrarla en un frasco de cristal; y a mirar cómo fallece de hambre y de sed. Pero de súbito: “¿y si atrapo una mosca, la encierro con su enemiga y observo la lucha y la destrucción de las dos?”
Con paciencia y salivita, según la gramática parda lo advierte al referirse a ayuntamientos de hormigas con elefantes, el sádico de la fabulilla logró atrapar una mosca y la encerró con su enemiga natural, y a disfrutar de su destrucción. He ahí la mosca, intentando volar en el recipiente con los ojos de la araña fijos en ella. Y a presenciar el final, y a gozarlo. (Afuera, a lo lejos, un río confuso de iracundia popular. ¡E-xi-gi-mos..!)
Pues sí, pero  cosa extraña: ¿y eso? ¿Qué ocurría dentro del frasco con el par de enemigas naturales? La araña observaba a la mosca, pero el ataque se demoraba.  Para apresurar la lucha los privó de alimentos y se puso a aguardar un día, dos, varios. Nada, porque entre los enemigos naturales no se producía la violencia. ¿Y eso? La araña, en el fondo del frasco, parecía desinteresada de la que habría de ser su alimento; la mosca, entretanto, seguía atejonada en lo más  alto de su prisión. Y parecían crecer. Haya cosa…
El sádico los trasladó a recipientes más amplios, porque su tamaño aumentaba de forma antinatural. ¿Alimento? Ni agua, y a esperar. Días y días. El hombrecillo,  A la expectativa…
¿Pero cómo?  Mosca y araña crecían  de tamaño; una parecía más feroz que nunca, y la otra más que nunca dispuesta a luchar por su vida. El ruincejo se regodeaba  ante la inminente destrucción. Entre más crecidas más feroz iba a ser su contienda, y el resultado más deleitoso. El inválido espiritual no llevaba prisa, y el fenómeno del crecimiento en el receptáculo (una pecera, que en frasco ya no cabían) lo mantenía a la expectativa. Colocó a  mosca y  araña en una pecera donde cabría un tiburón, y a aguardar el desenlace. Válgame, de aburrimiento y bostezo, que en el recipiente nada ocurría. Los adversarios mostraban unos ojillos relumbrosos de crueldad, pero nada. Contra lógica e instintos naturales, nada más allá del crecer de tamaño. ¿Cuándo, cómo llegaría el final?  Gigantescas, inmóviles, los ojillos clavados en el chaparrito, peloncito, de lentes, mosca y araña parecían esperar. Porque no parecían observarse antes del ataque, sino que miraban al hombrecillo despatarrado en el sillón que después de media botella se había quedado dormido. Y así, dormidito, lo cogió el final. Porque,  mis valedores, fue entonces…
Lenta, la araña se desplazó en dirección de la mosca, que se aproximó a la araña. Bajo la tapa las dos, entre ambas, la hicieron saltar, y con ella brincaron fuera de su prisión. Y del hombrecillo….
Toda la casa  había corrompido cuando lo encontraron.  (Vómito.)

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